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AUTOR: Adriano López. Profesor Emérito de la UCA. Master
en Bioética por la UNED.
En el centenario de Severo Ochoa, español universal.
Los espíritus vulgares no tienen
destino (Platon)
Se cumple un siglo del nacimiento de Severo Ochoa (1905-1993),
el científico español convertido en el más universal, gracias a sus
descubrimientos en fisiología y biología molecular. Fue el
segundo investigador, tras Ramón y Cajal, en ser reconocido con
un premio Nobel, ya que en la década de los 50, y mucho antes de
que la ciencia rastreara el genoma humano, certificó la estrecha
relación del ADN y las proteinas. Sus investigaciones y
descubrimientos condujeron a la síntesis del ácido ribonucleico
(ARN) tras el descubrimiento de la enzima polinucleótidofosforilasa, facilitando notablemente el camino para el
descubrimiento de nuestro código genético. Este hallazgo le valió,
junto a su discípulo Arthur Kornberg, el premio Nobel de
Medicina de 1959.
Nacido en Luarca (Asturias) el 24 de septiembre de 1905, después
de estudiar el bachillerato en Málaga, con una temprana vocación
por la biología, inicia su formación en la Facultad de Medicina de
Madrid y cuando cursaba el segundo año de carrera, conoce al D.
Juan Negrín, Catedrático de Fisiología, profesor que pronto
cambió la docencia por la política llegando a ser presidente de la
II República. Negrín lo acepta en su cátedra y le propone trabajar
en el laboratorio de fisiología de la Residencia de Estudiantes, en
la mítica Colina de los Chopos. Severo Ochoa sigue este camino y
su vida transcurre en un excelente ambiente científico
configurado porque allí vivían, entre otros residentes, hombres
como Federico García Lorca, Salvador Dalí o Luis Buñuel,
paradigmas de la mejor cultura española. En la Residencia de
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Estudiantes se desarrollaba una actividad artística y científica
extraordinaria. Entre los laboratorios anejos a la misma es de
destacar el dirigido por Pío del Río Ortega, histólogo insigne. Y
recibieron las visitas magistrales de las figuras científicas más
relevantes, como Ramón y Cajal, al que admiraba profundamente,
Albert Einstein o Madame Curie. Son años en que se impregna de
las mejores esencias culturales de la época, semilla importante en
la vida científica y personal de Severo Ochoa.
Completa su formación con estancias en Alemania colaborando
con el premio Nobel, Otto Meyerhoff, su segundo maestro; en
Gran Bretaña con Harold H. Dudley en Londres y R. Peters en
Oxford; y en Estados Unidos, ya en 1940, en el laboratorio del
matrimonio Cori, galardonados ambos, junto con el argentino
Bernardo Houssay con el Premio Nobel de Medicina en 1947. La
guerra civil española y seguidamente la mundial, obligaron al
matrimonio Ochoa (se casó con Carmen Cobián, la única mujer
en su vida, en 1931) después de un peregrinaje por Europa,
parcialmente señalado, para terminar asentándose en Nueva York,
donde alcanzará su verdadera dimensión universal.
Severo Ochoa estuvo 50 años a la cabeza de las investigaciones
punteras en biología molecular y bioquímica, y proporcionó la
llave que ha abierto la puerta a las modernas técnicas de
ingeniería genética y clonación. Su aportación científica se realiza
en tres líneas de investigación principales: La primera sobre
enzimología metabólica, con el descubrimiento de dos enzimas, la
citrato-sintetasa y la piruvato-deshidrogenasa que permitieron
completar el conocimiento del ciclo de Krebs (que con justicia se
ha propuesto denominar ciclo de Krebs-Ochoa), importante
proceso biológico en el metabolismo de los seres vivos. En
segundo lugar realiza una serie de trabajos que conducen
finalmente a la síntesis del ácido ribonucleico, ARN, con el
descubrimiento de la enzima polinucleótido-fosforilasa, que le
valió el premio Nobel de Medicina con lo que su prestigio se
disparó internacionalmente, recibiendo reconocimiento y honores.
Y en tercer lugar aporta unas investigaciones desarrollando lo
anterior y relacionadas con el desciframiento del código genético,
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la biosíntesis intracelular de las proteinas y aspectos
fundamentales de la biología de los virus.
Ejerce su magisterio en Estados Unidos, donde se nacionaliza en
1951, y lo termina realizando en España donde regresó, ya
jubilado, definitivamente en 1985. Ejerció su directa influencia en
España, a través de los discípulos que formó en su laboratorio de
la Universidad de Nueva York primero, y porque gracias a su
sostenida preocupación se llegó a la creación del Centro de
Biología Molecular (CBM) que hoy lleva su nombre, en Madrid,
empeño personal “para que nunca más se dijera que no había
investigación en España”. Severo Ochoa puede considerarse el
padre de la Biología Molecular en España, ya que, maestro de
maestros, directa o indirectamente ha formado a un gran número
de investigadores en este campo, prácticamente a tres
generaciones.
Severo Ochoa era un hombre alto, delgado aunque fuerte,
distinguido, y un reconocido amante de la cultura, de las artes y
especialmente de la música, capaz de extasiarse al contemplar los
frescos de Goya de la capilla de San Antonio de la Florida o al
escuchar el Don Giovanni de Mozart, cuya partitura conocía de
memoria. A este respecto, cuenta el musicólogo Peris, que D.
Severo le comentó preferir la música de cámara en la que oyes el
80% y ves el 20%, sonidos esenciales de unos pocos instrumentos
en su estado más puro, a la música sinfónica en que los
porcentajes están invertidos: oyes el 20 y ves el 80%, lo que
Grisolia más tarde proyecta sobre los propios trabajos del sabio:
la aspiración de entender los procesos vitales analizando unos
pocos componentes purificados.
Discípulos suyos destacados que pertenecen al grupo de elegidos
a los que D. Severo abrió su laboratorio de Nueva York, son
aproximadamente quince. He querido significar solamente a tres
de los españoles: MARGARITA SALAS, académica e
investigadora del CBM que cuenta con emoción lo mucho que
aprendió durante su estancia en el laboratorio de Severo Ochoa,
guardando un recuerdo imborrable de la misma. CÉSAR
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NOMBELA, Catedrático de Microbiología, presidente de la
Fundación “Carmen y Severo Ochoa”, que fue un discípulo al que
dejó D. Severo su legado y su amistad. Y SANTIAGO
GRISOLÍA, premio Príncipe de Asturias de Investigación y
presidente de la Fundación Valenciana de Estudios Avanzados.
Gracias a ellos, lo conocemos mejor. Recuerdan que
perfeccionaron sus conocimientos de Biología Molecular en sus
clases y de los grandes profesores del Departamento. Que les
enseñó su rigor experimental, su dedicación, el tesón de la
experimentación diaria y su entusiasmo por la investigación. Era
además un gran comunicador científico; escribía tan claro y
preciso que cualquiera podía repetir el experimento reseñado. Era
tolerante, justo, enérgico ante un mal trabajo o falta de disciplina,
siempre lleno de humanidad. Las mismas ideas que se han ido
transmitiendo a otras generaciones de investigadores y que se
basan en la búsqueda de la excelencia científica. Ese era su
espíritu y lo que ha perdurado en el CBM “Severo Ochoa”.
Es lástima que las autoridades más significadas no acudieran al
entierro de Ochoa en su pueblo natal, la hermosa villa de Luarca.
Y fue muy comentado por entonces el traslado de su cadáver
desde Madrid en un coche fúnebre que el conductor dejó aparcado
en el exterior de un hostal mientras comía. Para olvidar. Lo
fundamental es el legado científico, modélico y universal, que el
sabio nos dejó.
En resumen: Severo Ochoa, asturiano universal, ha sido sin dudas
una de las más grandes figuras científicas de nuestro siglo.
Destacan un currículo formativo impecable, perfectamente
elegido y realizado indicando un gran interés y voluntad firme
para alcanzarlo; su capacidad y rigor para resolver con más
inteligencia que medios, algunos de los problemas planteados en
su momento en la ciencia; y saber comunicar esa voluntad y
rigor científicos a las generaciones más jóvenes. Así, en su legado
español, el Centro de Biología Molecular “Severo Ochoa”, su
espíritu de buscar en la ciencia y en la investigación la excelencia,
aún perdura entre sus alumnos y los alumnos de sus alumnos, que
no lo han olvidado. Quería que lo recordasen como hombre
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tolerante y bueno, lo que él creía haber sido. Pero además será
recordado en España como un gran investigador y un gran
maestro.