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En la vida religiosa
“Cuando tengas que elegir entre dos caminos, pregúntate cuál de ellos tiene corazón.
Quien elige el camino del corazón, no se equivoca nunca” (Popol – Vuh)
EL SUPERIOR
Su capacidad, su dedicación y su amor al Instituto quedaron patentes en los siete años
que estuvo como director. No solamente consiguió nombre y reputación para la
escuela, sino que supo rodearse de un nutrido grupo de aspirantes a Hermano, a los que
formaba con su ejemplo y doctrina para la vida religiosa.
Pleno de muchas cualidades e incorporado definitivamente al Instituto de los Hermanos
del Sagrado Corazón con el nombre de Hermano Policarpo, estaba llamado a
desempeñar un papel de primer orden. Llegaba en un momento crítico, ya que el
Instituto, privado de su fundador, iba a conocer una de esas crisis agudas que habría
podido ser mortal. El Padre Vicente Coindre era un sacerdote joven y fogoso, pero le
faltaba una de las cualidades que hacen grandes a los dirigentes: la prudencia. Se
empeñó en construcciones que gravaron pesadamente las finanzas del Instituto hasta le
punto de agotar completamente sus capacidades financieras. Mal administrador, el
Padre Vicente, era también mal dirigente religioso: le faltaba visión. Esto se manifestó
claramente cuando dispersó a los novicios en diferentes casas, cuando se sirvió de los
novicios que habían quedado en el Pío Socorro para trabajar en sus construcciones,
cuando bajo la supuesta amenaza de persecución, cerca de la revolución de 1830, cerró
tranquilamente el noviciado y envió a sus familias a jóvenes sobre los que se fundaban
grandes esperanzas. Durante varios años, el Instituto tuvo que sufrir ese cierre.
El Instituto iba a su perdición, algunos miembros del clero hablaban ya de una
comunidad agonizante. Son dos hombres de Champsaur, el Hermano Xabier y el
Hermano Policarpo, quienes fueron los salvadores en esta circunstancia. El Hermano
Xabier saneó las finanzas y el Hermano Policarpo cuidó la
formación de los jóvenes dando al noviciado su
importancia. Salvó así el espíritu religioso y afianzó el
Instituto sobre bases sólidas, volvió a dar esperanza,
intensificó el reclutamiento, aseguró una formación sólida
y veló para que la disciplina religiosa fuese puesta en lugar
de honor.
Cuando se leen las diferentes “Vidas” del Hermano
Policarpo, uno se sorprende de verles tomar
responsabilidad cuando apenas acaba de entrar. Es que
había en él un sentido innato, ese discernimiento que está
entre lo auténtico y lo superficial, la virtud y el capricho.
Siendo un alma de intensa vida interior, el Hermano
Policarpo estaba cerca de Jesús y era sensible a las mociones del Espíritu. De lo
contrario no se entiende cómo pudo dirigir a la santidad a tan gran número de religiosos
sin separarse nunca del recto camino.
En 1830, el Hermano Policarpo era nombrado director en Vals, cerca de Le Puy en el
Alto Loira. Fue allí director hasta 1836. Durante todo ese tiempo, conservó cerca de él
un grupo de aspirantes. En 1836, trece de ellos tomaron el hábito religioso. El año 1837,
lo pasó con sus novicios en Lyón y obtuvo su diploma de primer grado que le capacita
para enseñar en toda la etapa primaria. En 1838, es director de la nueva casa de Paradis,
en Espaly, cerca de Le Puy. Se ha trasladado allí el internado de Vals, y el Hermano
Policarpo toma la dirección quedando también como responsable del noviciado.
En 1840, el Hermano Policarpo fu nombrado Asistente General por el Padre Vicente
Coindre. En 1842, abandonó completamente el noviciado, pero continuó dirigiendo el
internado hasta 1845. Tuvo que abandonar el noviciado porque el 13 de noviembre de
1841, los capitulares lo eligieron Superior General, por un periodo de cinco años. Era un
gran paso adelante en la línea de conducta que había previsto el Padre Fundador. Hasta
entonces los Hermanos habían estado dirigidos por sacerdotes, comenzado por el
Fundador, y después, por su hermano Vicente, que le sucedió.
Siendo ya Superior General el Hermano Policarpo, entró en escena un cierto padre
Arnaudon, que a los ojos de mucha gente hacía el papel de superior general. Este estado
de cosas duró diez largos años durante los cuales el Hermano Policarpo tuvo que sufrir
mucho las intrusiones y abusos del mismo. Hasta llegaba a abrir su correo e incluso, a
menudo lo respondía. Todo este asunto deja bien a las
claras que el paso de un tipo de administración a otro, no
fue indoloro.
En 1846, durante el Capítulo general, el Hermano
Policarpo fue elegido Superior General de por vida.
Estuvo verdaderamente a la altura del mandato que se le
había confiado. Sería necesario escribir un libro entero
para hacer balance del superiorato del Hermano
Policarpo. Será suficiente decir que fue un periodo de
gran desarrollo para el Instituto: las vocaciones se
multiplicaron, el número de religiosos pasó de 59 a 400;
la formación quedó bien asegurada con maestros
fervorosos y celosos; los Hermanos se establecieron en
América; fundó 82 casas, 6 de ellas en América; visitaba cada una de las casas que
había en Francia y se aseguraba así de que eran fieles a los santos compromisos y que
desempeñaban de buena manera la tarea de educador y los empleos necesarios para la
buena marcha de las instituciones; los retiros anuales daban a cada uno la oportunidad
de ponerse a punto y de afirmar convicciones. El buen superior era acogedor para todos,
sabía levantar los ánimos y devolver a ciertos religiosos al buen camino.
Tenía un olfato particular para apercibir a tiempo algunas desviaciones. En una circular
de 1853, menciona que un espíritu asesino del espíritu religioso se ha insinuado entre
los religiosos desde hace siete u ocho años y ya ha dado terribles golpes a la
congregación. No le gustaba que los Hermanos tomasen largos y disipados recreos, que
no se contentasen con una mesa ordinaria de sencilla frugalidad, sino que buscasen casi
la suntuosidad. Supo prevenir buen número de abusos de este tipo.
Como buen superior que era, se daba cuenta de que al Instituto le faltaba una buena
legislación y esta laguna es la que se esforzó en llenar durante su primer superiorato.
Frère Louis-Regis Ross, SC
(Cien años educando desde el corazón, pp.85-86)