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JORGE RICARDO MARCHINI
KEYNES Y
EL NUEVO ROL DEL ESTADO
El pensamiento económico a lo largo del siglo xix y la primer parte del siglo XX dividió
aguas en dos grandes tendencias que reclamaron para sí una línea de continuidad en el
análisis de la economía contemporánea partiendo de los aportes de los denominados
pensadores clásicos: Adam Smith (1723-1790) y David Ricardo (1772-1823).
Por un lado, las líneas de análisis crítico, basadas en la "teoría valor-trabajo"
desarrollada en particular por Ricardo en su intento de aproximación al análisis del
intercambio y de la distribución del ingreso. En el caso del marxismo (Carlos Marx, 18181883) su línea de interpretación partió de la ponderación de la relación capital-trabajo en
el desarrollo del sistema capitalista, como necesariamente históricamente transitoria;
vinculando la base de acumulación del capital, la ganancia, al excedente de trabajo
brindado por el trabajador y suponiendo los límites del sistema capitalista en la propia
separación entre la propiedad, de los medios de producción y el sector asalariado. Por su
parte algunos post- ricardianos (en particular John Stuart Mill, 1806-1873) profundizaron,
con el auxilio de esta teoría, las críticas de su maestro en torno al carácter parasitario de
la renta de la tierra y sus efectos inhibidores al desarrollo de la industria y el comercio.
De cualquier forma, una línea de pensamiento distinta, también reclamando para sí la
herencia de los pensadores clásicos, prevaleció hasta bien entrado el siglo XX en los
principales ámbitos académicos y económicos. Estas tendencias denominadas
armonicistas, neo-clásicas o marginalistas, aún teniendo en cuenta diferencias de alguna
significación entre sus principales figuras (Alfred Marshall 1842-1924, William Jevons,
1835-1882, Karl Menger, 1840-1921, Friedrich Von Wieser, 1851-1926), ponderaron
preeminentemente los mecanismos automáticos del mercado; afirmando un optimismo
absoluto en la capacidad de una economía de mercado para garantizar el crecimiento
amén de una justa distribución del ingreso.
El pensamiento marginalista volcó su atención, en particular, en el comportamiento
"subjetivo" de las unidades económicas en el mercado. Estos pensadores señalaron
como vano, o directamente inútil, el pretender buscar mediciones "objetivas" -tal es la
pretensión de la teoría valor-trabajo- en torno al valor de las mercancías; interpretándose
que el propio mecanismo de precios a través del libre juego de la oferta y la demanda se
resolvería con el comportamiento individual de cada uno de los intervinientes en los
mercados, tanto fueran personas como organizaciones, en su búsqueda de “maximizar su
utilidad marginal" en los mismos. Así mismo, podría responderse que ante cualquier
desvío en el desenvolvimiento del intercambio (Ej.: oligopolización de la demanda o la
oferta, dumping, desventaja relativa de algunos sectores con menor capacidad de
maniobra en el mercado, etc.), no serían precisas acciones correctivas externas que
estuvieran fuera de las ya propias de la competencia.
A diferencia, por lo pronto, de sistemas económicos históricamente precedentes (ej.:
esclavismo, feudalismo) o en forma alternativa las economías centralmente planificadas
de los, denominados países socialistas, para los neo-clásicos el sistema capitalista, cuyo
desarrollo extensivo se consolidó a partir de la segunda mitad del siglo XVIII, se sostiene
en el supuesto de la existencia de un potencial equilibrio general dinámico a partir de la
libre intervención de los' actores económicos (como demandantes u oferentes) en el
mercado. Este modelo indica, así mismo, que la competencia de los actores económicos
en la búsqueda de objetivos de maximización de beneficios individuales puede brindar el
más racional y justo resultado social, en tanto los comportamientos de cada una de las
partes estarían acotados por la capacidad de respuesta del mercado.
Para el economista, su atención tendría que estar volcada entonces, esencialmente,
sólo al estudio de los comportamientos de personas u organizaciones en el mercado
(microeconomía). De esta forma, puede partirse de la premisa que el conjunto de la
economía podrá tender a funcionar de la mejor manera posible siempre que no existan
“interferencias" perturbadoras en el funcionamiento del mercado. La idea central
justificativa de los beneficios de una economía regulada automáticamente "con la mano
invisible del mercado" es que esta puede brindar, por su parte, un beneficio práctico
adicional para el investigador económico. Esto, es el permitir simplificar la explicación de
cómo funcionan economías complejas -tal como las contemporáneas- con un sinnúmero
de protagonistas que actúan permanentemente ofreciendo productos y servicios,
recibiendo remuneraciones (salarios, ganancias, rentas) por los mismos y retornando al
mercado en cada caso como demandantes de productos y servicios. Además, una línea
de interpretación de este tipo puede llevar a simplificar las respuestas teóricas o prácticas
a la preocupación de cómo puede resolver una sociedad sus problemas económicos y
sociales más acuciantes (pobreza, desocupación, subdesarrollo, etc.), al partirse del
supuesto básico que, esencialmente, puede existir una correlación óptima entre los
recursos materiales, tecnológicos y humanos de una sociedad, si acaso estos libremente
se organizaran de acuerdo al propio sistema de premios y castigos presentes en el
mecanismo de intercambio del mercado.
De acuerdo al neoclasicismo o al marginalismo, no existirían límites a la expansión de
la riqueza. El andamiaje argumental se sostiene en la aceptación de la denominada, Ley
de Say (Juan Bautista Say, 1767-1832), indicando que "toda oferta crea su propia
demanda", negándose, por lo tanto, en forma absoluta la posibilidad que pudiera existir
en el conjunto de la economía la posibilidad de un exceso de producción en relación con
la demanda efectiva (con capacidad de compra). A través de la inclusión de este
principio, como premisa básica aceptada e indiscutida, se rechazaba entonces en forma
terminante cualquier análisis económico que apuntara a señalar eventuales acotamientos
posibles, no controlables por el propio mercado, en el desenvolvimiento y crecimiento de
la economía capitalista.
El equilibrio del conjunto de la economía podría ser resumido en las cuentas de
Producto e Ingreso. En tanto el flujo real de oferta de productos y servicios (P) se
conforma de bienes de consumo (C) e inversión (1), su contraparte, o flujo nominal de
pagos por éstos se convierte en ingresos (Y), cuyo destino es el consumo (C) o el ahorro
(S).
En forma simplificada, se observa que:
P =C + I
y
Y=C+S
Si se reconoce la igualdad de P e Y, también, simplificando términos se implica que:
S=I
0 sea que el total de ahorros, sin importar en lo particular si estos son acumulados
por sectores de altos o bajos ingresos, de acuerdo a este punto de vista, tendría que
volcarse en última instancia a la inversión. En lo práctico, ello significaría que no es
necesario ponderar la posibilidad de un desentendimiento entre los comportamientos
individuales y generales de las unidades económicas con respecto a sus ingresos (Ej.:
avaricia o restricción del consumo de un individuo) en tanto en última instancia estos se
volcarían positivamente en forma posterior en la forma de consumo o inversión.
La crisis del capitalismo de 1929
El esquema de pensamiento anterior se mantuvo firmemente arraigado en los
ámbitos académicos y económicos más tradicionales hasta bien entrado el presente siglo.
Por cierto, a excepción hecha por la crítica de los economistas socialistas i prevalecía una
creencia extendida en las posibilidades expansivas de los mercados abiertos, él
desarrollo del comercio y las finanzas internacionales.
Sin dudas, a este optimismo contribuía la propia expansión, casi sin interrupciones,
de la economía mundial. Pese a la existencia de algunas crisis coyunturalesii, estas se
circunscribían en general a un corto período recesivo, siendo sus consecuencias sufridas
tan sólo parcialmente por el conjunto de la economía internacional. En la primer parte del
presente siglo, pese a la existencia de acontecimientos trascendentes como ser la 1ª
Guerra Mundial o la Revolución Rusa en 1917, persistía en la mayor parte de los
estudiosos de la economía una franca actitud optimista respecto a las perspectivas de la
economía mundial.
En octubre de 1929, sin embargo, ocurre un hecho que conmueve al mundo y cuyas
consecuencias arrastrará a la depresión económica de toda la economía capitalista: el
crack de la Bolsa de Wall Streel iii. El desmoronamiento de los valores accionarios,
luego de un período frenético de especulación sin frenos, señala el comienzo de una
cadena de quiebras, desocupación masiva, depresión de la demanda. Las expectativas
de los académicos más "serios" respecto a la posible solución automática de la crisis
desencadenada chocaban con una dramática realidad en un continuo deterioro del
conjunto de la economía. Se planteaba así un círculo vicioso de: caída de precios e
inversiones, mayor desocupación, achicamiento de la demanda y mayor proteccionismo
de los mercados nacionales; con efectos que retroalimentaban el empeoramiento
creciente de la economía internacional, sin avizorarse signos de superación hacia el
futuro.
La depresión económica mundial influyó también en eventos políticos de magnitud: la
asunción de Hitler en Alemania como Canciller en 1933iv, la Guerra Civil Española en
1936v, empujando a las condiciones que desembocarían en la 2ª Guerra Mundial vi. En
América Latina la crisis inmediata de las economías nacionales, golpeadas por la caída
de precios y la depresión de los mercados compradores de sus exportaciones influiría
también directamente en la instauración de regímenes autoritarios mediante golpes de
Estado. En septiembre de 1930 cae en Argentina el gobierno de Hipólito Yrigoyen, a
través del golpe militar encabezado por José E. Uriburu, comenzando la denominada
"década infame”vii.
En este marco entonces, para hasta el momento tranquilo mundo del pensamiento
económico tradicional, se planteaba un dilema: O cerrar los ojos hacia el análisis del
colapso de la economía mundial, ubicándolo en el mejor de los casos dentro de las
explicaciones habituales de "ajustes circunstanciales entre la oferta y la demanda" o bien
intentar una reformulación radical del estudio de la economía real -cuyo comportamiento
parecía marchar por carriles distintos a los supuestos de "equilibrio general" hasta el
momento indiscutidos- para explicar y proponer soluciones a un creciente desorden y
estancamiento de la actividad económica mundial. Es este último rol el que vino a ocupar
en forma preeminente el economista inglés John Maynard Keynes (1883-1946)viii,
revisando los supuestos hasta el momento indiscutidos de la Ley de Say, y
conceptualizando formalmente la necesidad de la intervención estatal en la economía
como forma de restituir el funcionamiento normal de los mercados, el pleno empleo y la
inversión productiva.
Keynes, notablemente, llevó adelante su formación profesional en la usina más
importante del pensamiento económico neo-clásico, preeminente a principios de siglo, el
King's College de la Universidad de Cambridge, en Inglaterra. A lo largo de sus estudios
se convirtió en discípulo predilecto de la mayor figura de esta escuela: Alfred Marshall. En
1906 ingresa al servicio público inglés, trabajando dos años en la "India Office" en
Calcuta. A partir de 1908 es designado secretario del consejo de economía de la
Universidad de Cambridge.
En 1918 participa como delegado británico en la Conferencia de Paz de París, donde
se discuten los términos de los pagos a ser impuestos a los países vencidos en la 1ª
Guerra Mundial. En 1919 publica su primer trabajo con repercusión destacada en la
opinión pública: "Las consecuencias económicas de la Paz”ix, mediante el cual critica
directamente las duras sanciones económicas impuestas por los países vencedores a
Alemania -reparaciones de guerra- y previendo el ahogamiento que llevaría al
resurgimiento del militarismo germano y a un peligroso proceso inflacionario en la
economía internacional.
Aún así, es en 1936 con la aparición de su obra más trascendente "Teoría General
sobre el Empleo, el Interés y el Dinero"x, que Keynes da origen a toda una nueva
orientación en la ciencia económica, cuya influencia va a ser reconocida como
trascendental en los años posteriores. El término keynesianismo, se ha convertido a partir
de entonces en sinónimo de justificación teórica de la necesidad de la intervención estatal
en la economía; siendo que hasta el momento las iniciativas fiscales ya comenzados a
partir del agudizamiento de la crisis de 1930 (la Alemania de Hitler, poniendo en marcha
una masiva reconstitución de los gastos militares, o la política del “New Deal" (Nuevo
Acuerdo) en los EE.UU. bajo la 1ª Presidencia de Franklin D. Roosevelt) respondían tan
solo a la urgencia de atender necesidades “prácticas" sin un cuerpo teórico explicativo.
Los conceptos keynesianos
Keynes parte en su análisis de una revisión profunda de los postulados hasta el
momento indiscutidos de la teoría económica oficial. Indica éste, en un principio, que
estos son "aplicables a un caso especial, y no en general, porque las condiciones que
suponen son un caso extremo de todas las posiciones posibles de equilibrio", agregando
que "sus enseñanzas entrañan y son desastrosas si intentamos aplicarlas a los hechos
reales"xi
Por lo tanto, entonces, Keynes critica abiertamente el supuesto principio absoluto de
equilibrio del mercado, planteado dogmáticamente sin discusión por la teoría económica
tradicional. La "Ley de Say" es volteada de su pedestal hasta entonces indiscutido, al
señalarse como no respondiendo al funcionamiento real de la economía, en base a
incorporar elementos de análisis no contemplados por los pensadores marginalistas o
neo-clásicos.
En síntesis, Keynes plantea que estos últimos no logran incorporar a su análisis una
explicación a los comportamientos observados en las economías, sobre todo en épocas
de crisis, llevando a un diagnóstico equivocado sobre sus causas y no pudiendo proponer
soluciones para su superación:
1) Keynes observa concretamente la falsedad de la explicación brindada respecto a la
desocupación de trabajadores (masivamente verificada a partir de 1930 en todo el
mundo) como únicamente “voluntaria" -por la "voluntad" de los trabajadores de no
aceptar un cierto nivel de salarios bajos al "preferir el ocio", o como se define también
por optar "la desutilidad marginal” de no trabajar-. El pensamiento tradicional indicaba,
por otro lado, tan sólo la posibilidad de un "desempleo friccional involuntario",
provocado por los cambios en la estructura productiva u ocupacional, sobre todo debidos
a la introducción de nueva tecnología. La situación planteada entonces en la economía
mundial, con millones de parados que, por el contrario a lo supuesto en el esquema
teórico tradicional, estaban, dispuestos a aceptar empleo aun a niveles más bajos que los
habituales, no existiendo por otro lado ningún cambio "friccional" en la estructura
ocupacional que explicara la creciente desocupación existente.
2) Keynes diferencia la demanda potencial de la efectiva. Este indica que esta última
está determinada por la "propensión al consumo” -una parte proporcional mayor de los
ingresos es gastada en el consumo (C) por parte de los sectores de menores ingresos
que deben satisfacer en primer lugar sus necesidades más imprescindibles, en tanto en la
medida que aumentan las percepciones, si bien los consumos también se incrementan,
se fortalece la capacidad de ahorro (S)-. Por lo demás, la conversión del ahorro (S) en
inversión (I) -el supuesto S = I antes explicitado- está condicionado por las "expectativas
futuras”, prevaleciendo por parte de los tenedores de ahorro la tendencia a permanecer
en forma de dinero o especulativa (S), si acaso existe un cuadro de situación supuesto
como incierto para el futuro. De tal forma puede darse un círculo vicioso de: caída de la
inversión por falta de confianza, que incide en la caída de la actividad económica,
llevando en forma posterior también al achicamiento del consumo por disminución de la
ocupación en un principio de los trabajadores vinculados al sector de los denominados
bienes de capital (I).
3) La demanda de bienes y servicios está determinada por la propensión al consumo
y el volumen de inversión. El volumen de empleo, por consiguiente, depende no de la
oferta global teórica como afirmaba la Ley de Say, sino en particular de a) la propensión
al consumo y b) el volumen de la inversión cuyo nivel estará influido por las expectativas
supuestas por los inversores en el futuro.
La intervención del Estado
Las conclusiones de Keynes, de hecho desarticularon totalmente los principios del
“Iaissez-faire" (dejar hacer) reinantesxii, sin cuestionamientos hasta el momento,
buscando resolver la total orfandad de los pensadores económicos, con su bagaje de
respuestas neoclásicas o marginalistas, respecto a los motivos del colapso de la
economía mundial en 1930. Su repercusión pública, en todo caso, respondió no sólo a su
intento de brindar un cuerpo teórico explicativo a la crisis existente, sino a sus propuestas
prácticas tendientes a la superación de la misma.
En esencia las respuestas diseñadas por Keynes se basan en una concepción
positiva del rol del Estado y su poder de intervención sobre la vida económica. "El
Estado tendrá que ejercer una influencia orientadora sobre la propensión a
consumir, a través del sistema de impuestos, fijando la tasa de interés y quizás por
otros medios", sintetizó Keynes en su Teoría Generalxiii.
Las políticas estatales keynesianas apuntan, por lo tanto, a brindar incentivos directos
o indirectos a la demanda y a restituir la confianza en el futuro de la economía a través de
la confiabilidad que puede brindar la garantía de la existencia de la regulación o la
intervención del Estado, sobre las perspectivas futuras, en particular ante la necesidad de
tomar decisiones de inversión en el largo plazo.
El gasto público debería actuar, de acuerdo a Keynes, como un "efecto multiplicador”
sobre el total de la actividad económica deprimida. Si acaso entonces, el diagnóstico de
la crisis se lo identifica con la disminución de la propensión al consumo ante la
concentración del ingreso, y una caída de las inversiones productivas por la existencia de
expectativas negativas hacia el futuro, arrastrando a una caída en la ocupación. Las
“recetas keynesianas" van desde el aumento directo de la demanda del estado, la
concreción de obras públicas o la intervención en sectores productivos que, o bien no
resultan de interés de inversión para los sectores privados, o la participación fiscal puede
resultar un elemento activador del empleo o del resto de la economía. Un elemento
central del andamiaje keynesiano lo constituye la utilización del crédito como elemento
activador de la inversión y el consumo, requiriendo para ello la intervención estatal como
autoridad reguladora monetaria y financiera central señalando las prioridades en la
utilización del crédito (Ej.: pleno empleo) y desincentivando la permanencia de los
ahorros, circuitos de dinero o especulativos improductivos mediante el manejo de las
tasas de interés que empujen a la conversión de la masa de ahorro (S) en inversión (I).
En cuanto a la política tributaria, Keynes era partidario en particular de centra el acento
sobre los impuestos directos (ganancias, herencias, etc.), a un punto que no
desincentivaran la inversión, en una medida mayor que aquellos denominados indirectos
(consumo, ventas) cuyos efectos son en particular depositados en forma relativa sobre
aquellos sectores con una propensión al consumo mayor con sus ingresos (sectores más
bajos); arrastrando también a una mayor disminución relativa de la demanda global ante
la caída de su capacidad de compra.
Keynes avalaba la posibilidad de la existencia de un déficit fiscal temporario a los
efectos de mantener una activa participación estatal, suponiendo, sin demostrarlo, que la
propia expansión económica futura podría representar un mayor ingreso fiscal y la
posibilidad de cancelar obligaciones a futuro (bonos públicos, créditos, etc.) al sostenerse
una ampliación de la base tributaria. En gran medida, debe afirmarse, que el instrumental
de medidas económicas estatales propuesto por Keynes no fue original sino que ya tenía
precedentes en la organización de la "economía, de guerra" de los países enfrentados en
la 1ª Guerra Mundial.
Keynes afirmó como conclusión que: "Las consecuencias de la teoría expuesta
son moderadamente conservadoras en otros aspectos, pues si bien indica la
importancia vital de establecer controles centrales en asuntos que actualmente se
dejan casi por completo en manos de la iniciativa privada, hay muchos campos de
actividad a los que no afecta”xiv. Sus logros, particularmente aquellos que contribuyeron
a la estabilidad del sistema político de los EE.UU. fue reconocido por el propio Presidente
Harry Truman, años después: “En 1932 el sistema de la empresa privada estaba próximo
al colapso. Había verdadero peligro que el pueblo norteamericano adoptara algún otro
sistema; si hemos de ganar la lucha de la libertad en contra del comunismo, debemos
asegurarnos que nunca vuelva a ocurrir otra depresión igual"xv
La intervención cuestionada
El crecimiento substancial del rol del Estado en las economías nacionales, en
particular desde la finalización de la 2ª Guerra Mundial y aún la instrumentación de
mecanismos monetarios y financieros internacionales (acuerdos monetarios de Bretton
Woods en 1944, creación del Banco Mundial y el FIVII) han sido reconocidos como parte
de la influencia de Keynes sobre las políticas económicas gubernamentales. Los
resultados positivos en cuanto a la existencia de un largo período de estabilidad, sin la
existencia de crisis graves, a lo largo de una buena cantidad de años a partir de 1945
hasta ya entrada la década del 70, hicieron inocuas en un principio las críticas a las
políticas estatales keynesianas, como "una solución definitiva a las crisis económicas".
Aun así, como contraparte de esta ilusión, la evolución negativa de las economías en
los últimos años ha llevado, sin dudas, a una pérdida de credibilidad de la efectividad de
sus resultados en el largo plazo. El aumento gigantesco del déficit público y el correlato
de incremento sostenido de la inflación en la mayor parte de la economía occidental en
los últimos años ha puesto en el centro de las críticas al “estatismo socializante"xvi como
responsable de las crisis económicas, reapareciendo con sostenida fuerza, por un lado,
"una vuelta a las fuentes" por parte del pensamiento liberal y el privatista, reclamando que
el esquema regulatorio e intervencionista estatal sería el responsable de la falta de
dinamismo y las crecientes dificultades de las economías capitalistas. Por su parte, desde
el punto de vista del marxismo, los negativos resultados de la intervención estatal masiva,
se indica, demuestran que las dificultades de valorización del capital privado por el propio
proceso de acumulación no pueden ser superadas, sino tan solo diferidas, por el auxilio
del gasto público cuyo déficit y objeto de actividad, por otro lado, ha servido también a
aumentar la concentración económica (subsidios, contratos públicos, compras militares,
colocación de la deuda pública, etc.) empeorando las condiciones sociales, sin solucionar
los problemas de fondo del capitalismoxvii.
La aplicabilidad hoy del modelo keynesiano, es posible percibir en las tendencias del
debate y el pensamiento económico y político, ha pasado a ser fuertemente cuestionada.
De todas formas, sin dudas, seguirán presentes con seguridad en los próximos años los
interrogantes abiertos sobre las perspectivas económicas en un mundo que se debate en
problemas dramáticos de: auge de las inversiones especulativas, desempleo crónico,
desequilibrios críticos en los vínculos financieros y comerciales internacionales (deudas
externas, déficits comerciales y de pagos de EE.UU., Inglaterra, etc.), mientras también
en tanto se profundiza el debate sobre las tendencias futuras de los países que aplicaron
políticas de economía planificada.
Las cuestiones básicas planteadas por Keynes: ¿Puede una economía ofrecer el
pleno empleo? ¿Existen límites a la acumulación de capital? ¿Pueden evitarse las crisis
económicas? ¿Es necesaria la planificación económica estatal o depositar la confianza en
el libre juego de los mercados? ¿Cuáles son las perspectivas para las economías
contemporáneas? Hoy son preguntas, más que nunca abiertas.
Notas bibliográficas
Grossman Henry. "La ley de Acumulación en el derrumbe del Sistema Capitalista", Ed. Siglo XXI, Méjico,
1979.
ii 1825, 1836. 1847, 1857, 1866, 1873, 1882, 1891. 1900, 1907, 1913, 1921. Se considera el año del
comienzo de la crisis en el país dominante en la economía mundial. Gran Bretaña hasta la 1ª Guerra
Mundial (1914 / 1918) y EE.UU. desde entonces.
iii Galbraith John K. "El Crack del 29", Ed. Ariel, Barcelona, 1983.
Thomas Gordon, Morgan Witts Max. "El día que se hundió 11 Bolsa", Ed. Plaza Janés, Barcelona, 1983.
iv Bettelheim, Charles. "La economía alemana bajo al nazismo", 2 tomos, Ed. Fundamentos, Madrid, 1973.
v Thomas Hugli. "La Guerra Civil Española", Ediciones Grijalbo, Barcelona, 1976.
vi Churchill, Winston. "La Segunda Guerra Mundial ", Plaza Janés Editores, Madrid, 1965.
vii Etchepareborda, R., Bagu, S., Ortiz, R. M., Orona, J.V. "Crisis y Revolución de 1930”, Ed. Hyspamérica,
Buenos Aires, 1986.
viii Como reseñas biográficas de John M. Keynes, pueden consultarse:
Leckacliman, R. Recopilación "Informe de tres décadas - Teoría General de Keynes", artículo de Robinson
E.A.G., Fondo de Cultura Económica, Méjico, 1967.
Flession, Charles. "Keynes", Ed. Javier Vergara, Buenos Aires, 1985.
ix Keynes, John M. "Las consecuencias económicas de la Paz, Ed. Crítica, Barcelona, 1987.
x Keynes, John M. "Teoría General sobre el empleo, el interés y el dinero", Fondo de Cultura Económica,
Méjico, 1967.
xi Keynes, John M. “Teoría General de la Ocupación, el interés y el dinero", Fondo de Cultura Económica,
Méjico, 1981, pág. 13.
xii Gamble, A, Wallon, P. "El Capitalismo en Crisis - La Inflación y el Estado", Ed. Siglo XXI, pág. 67.
xiii Keynes, John M. "Teoría ...” ed. cit., pág. 332.
xiv Keynes, John M. "Teoría ...", ed. cit., pág. 332.
xv Gamble, A, Walton, P. Ed. cit., pág. 280.
xvi Friedman Milton y Rose. "Libertad de Elegir”, Ed. Grijalbo, 1981.
xvii Mattick, Paul. "Marx y Keynes - Los límites de la economía mixta", Ed. Era, Méjico, 1985.i