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Creo que fue cuando cumplí mis veintisiete años que conducía hacia la casa de mis padres para cenar, cuando vi destellos de luz en el espejo retrovisor de mi auto. Un oficial de policía me detuvo y pidió ver mi licencia de conducir. El oficial la miró y luego me miró a mi y dijo: “Falló al ceder el derecho de paso cuando dio vuelta a la izquierda en esta calle. Se atravesó en frente de un vehículo que se aproximaba. Pero veo en su licencia que hoy es su cumpleaños. Yo no acostumbro levantar infracciones a las personas en sus cumpleaños.” Me regresó mi licencia y se fue. Hay una diferencia entre culpa y castigo. Normalmente cuando eres culpable de algo, se recibe un castigo. Si no se castiga, se supone que no eres culpable. Aunque a veces si somos culpables, a pesar de que el castigo se elimina. Los padres de familia tienen que estar juzgando los castigos todo el tiempo. Un niño tiene que aprender el bien del mal, pero a veces los padres por amor a su hijo pueden disminuir o eliminar el castigo. El niño sigue siendo culpable, pero el castigo ya no existe. Esa es una manera de entender las indulgencias en la Iglesia Católica. Somos culpables de pecado ante Dios. Le pedimos a Dios misericordia, para eliminar el castigo que merecemos por nuestros pecados. A veces, la Iglesia nos invita a realizar ciertas acciones para expiar nuestros pecados, o hasta los pecados de los que ya murieron. Nosotros mismos no podemos eliminar nuestro castigo; solamente Dios puede hacer eso. Pero podemos mostrarle a Dios que estamos conscientes de nuestra ofensa, y que dependemos de su misericordia. El Papa Benedicto XVI ha designado este año como El Año de La Fe en honor del cincuenta aniversario de la apertura del Concilio Vaticano Segundo y el treinta aniversario del Catecismo de la Iglesia Católica. La semana pasada nuestro obispo publicó un decreto sobre las indulgencias para nuestra diócesis, invitándonos a realizar ciertas acciones este año. Las acciones incluyen tomar un curso sobre el concilio, visitar un lugar especial de oración, como por ejemplo nuestra catedral, participar en una misa diocesana por el año de la fe, y visitar la iglesia donde fuiste bautizado (a). A parte de realizar una acción se debe confesar, comulgar, y orar por las intenciones del Papa. Cuando nos ponemos a pensar en las diferentes formas de obtener la misericordia de Dios, deberíamos querer ofrecer misericordia a los demás también. Este sería un buen año para arreglar desacuerdos, especialmente en la familia. También podríamos saldar deudas, devolver artículos que se nos prestaron hace mucho tiempo, y encontrar maneras de hacer las paces. Estas pequeñas acciones nos harán mejores personas, fortalecerán a nuestras familias, y darán vida a nuestras comunidades. El salmo noventa y seis nos invita a proclamar las maravillas del Señor a todas las naciones. Somos testigos de la salvación de Dios todos los días y decir sus maravillas a las familias de las naciones. Cuando experimentamos la indulgencia, y la ofrecemos, estamos participando en las obras maravillosas de Dios.