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Especial sobre Economía Número 2 La amenaza china* Jorge Guajardo Pocas noticias se han reportado con tanta frecuencia en los medios internacionales como el espectacular crecimiento de China en las últimas tres décadas. La historia es tan seductora que ha llevado a los líderes de opinión a abandonar el criterio razonado y dejarse llevar por un dato que repiten como mantra: China es ya la segunda economía del mundo. Si bien este dato es cierto, ha contribuido a una manía que no recuerdo haber visto cuando Japón o Alemania ocupaban la posición que ahora ostenta China. El fenómeno chino es tan arrollador que muchos Gobiernos ven a ese país como la salvación a todos sus problemas económicos. La realidad es que el crecimiento de China, por más impresionante que sea, representa pocas oportunidades para nuestras empresas y amenaza directamente su capacidad de competir a nivel mundial. El caso de México y su relación con China es único en América Latina porque competimos directamente como exportadores de manufactura, mientras que la mayoría de los países latinos basan sus exportaciones en recursos naturales o productos agropecuarios. Es por esto que China es destino de sólo el 2 por ciento de las exportaciones mexicanas, mientras que en el caso de Brasil la cifra es del 17 por ciento y de Chile el 23 por ciento. Hay dos maneras de interpretar estas cifras: una es pensar que el mercado chino es una oportunidad desaprovechada y que debemos enfocarnos en exportar más a China, lo cual traerá grandes rendimientos económicos. La otra es reconocer que China representa una verdadera amenaza para la economía mexicana. La realidad es que hay pocas oportunidades en el mercado chino para productos mexicanos, y además existe el peligro de la sobrecapacidad industrial china que resulta en dumping de productos como cemento y acero, y atenta directamente contra la viabilidad de las empresas mexicanas. La tan cacareada "inversión" china en América Latina es más quimera que realidad. Lo que China llama inversión son proyectos de infraestructura que acaba pagando (y cuyo riesgo asume) el país anfitrión a tasas extorsivas. China tiende a usar su propia mano de obra en estos proyectos, eliminando los derrames de empleo, transferencia de tecnología y capacitación que normalmente vienen con la verdadera inversión. El fallido tren rápido no hubiera sido excepción, porque de otra manera no sería negocio para las paraestatales chinas. Si México ha de mantenerse competitivo, necesita cambiar su política hacia China. Nuestro País se encuentra en una posición privilegiada, ya que todavía conservamos nuestra independencia económica frente a China. En vez de buscar cómo congraciarse con el Gobierno chino, el Gobierno de México debe aprovechar esta situación de ventaja para exigir que China se apegue a las reglas del juego y no recurra a prácticas anticompetencia que afectan directamente a empresas mexicanas. La Organización Mundial de Comercio (OMC) debe ser un foro para protestar en contra de los subsidios de exportación y los casos de dumping que representan para las empresas chinas una ventaja que es desleal. Independientemente de la OMC, México puede aplicar aranceles unilateralmente para defender a sus empresas de prácticas desleales. Esto es algo que han hecho bien las Secretarías de Economía y Hacienda. El Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP) es también un mecanismo importante porque excluye a China y consolida los intercambios comerciales de México con economías que son complementarias a la nuestra en vez de competencia. Existe una vieja guardia de apologistas que guarda nostalgia de la camaradería del Partido Comunista chino con el PRI de Echeverría y pega el grito al cielo cada vez que se propone alguna medida para defender a las empresas y productos mexicanos. Desde su punto de vista, si no se han dado los beneficios económicos es porque no hemos sabido manejar la relación política con China. De nada sirvió la supuesta buena química entre Enrique Peña Nieto y Xi Jinping cuando se canceló el tren rápido y se desencadenó una crisis diplomática. De nada sirvió rehusarle la visita al Dalai Lama a cambio de supuestas ganancias económicas que no se han concretado. En esto no se trata de ser cuates. El ser la segunda economía del mundo no le da a China el derecho de imponer sus reglas y actuar de manera desleal, y el Gobierno de México no se puede dejar apantallar de tal forma que lo lleve a dimitir de su responsabilidad ante las empresas mexicanas. El autor fue Embajador de México en China de 2007 a 2013. *Artículo publicado en Reforma el 13 de marzo de 2015