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¿DE LA POLIS A LOS MERCADOS O DE LOS MERCADOS A LA POLIS? Por Atilio A. Borón La democracia posee una lógica expansiva que parte de la igualdad establecida en la esfera de la política –institucionalizada en el sufragio universal y en la igualdad ante la ley– y que impulsa al pueblo a tratar de “transportar” su dinámica igualitaria hacia los más diversos terrenos de la sociedad y la economía (Bowles y Gintis, 1982; Bowles y Gintis, 1986). Esta ha sido la historia de los capitalismos democráticos en nuestro siglo: en virtud de la fuerza y la capacidad movilizadora de los sindicatos, los partidos de izquierda y las organizaciones representativas de las clases y capas populares se produjo una progresiva conquista de derechos sociales y económicos que, al menos en parte, se tradujeron en beneficios sociales tangibles y concretos para los trabajadores. El resultado de tales éxitos fue un creciente proceso de “socialización de demandas” por el cual una amplia gama de exigencias y necesidades otrora consideradas “privadas” –como la salud, la educación, la seguridad social, la recreación, etc.– se convirtieron en bienes colectivos cuya efectiva provisión pasó a depender de una radical redefinición del papel tradicionalmente jugado por los estados nacionales. Como es bien sabido, el keynesianismo fue la fórmula política que asumió esta mutación en el régimen de acumulación y en el modelo de hegemonía burguesa (BuciGlucksmann, 1981; Negri, 1991; Offe, 1984). Mediante el mismo se produjo un formidable avance en el proceso de ciudadanización y en la integración de las masas al estado, todo lo cual cristalizó en una inédita democratización de la sociedad y del estado capitalistas en el mundo desarrollado. En la periferia el fenómeno adquirió menor intensidad, en gran medida al amparo de regímenes populistas y socialistas, pero sus efectos sociales, económicos y políticos tuvieron de todas maneras una honda repercusión. Claro está que esta expansividad propia de un modelo democrático se contrapone a un movimiento en sentido contrario que se origina en los mercados. Si en las coyunturas de ascenso de la lucha de clases y de ofensiva de los sectores populares la democratización de los capitalismos se tradujo en la mencionada “socialización de demandas”, en la fase que se constituye a partir de la contraofensiva burguesa lanzada desde finales de los años setenta, lo que se verifica es un proceso diametralmente opuesto de “privatización” o “mercantilización” de los viejos derechos ciudadanos. El correlato de todo esto es una acentuada –y, según los países, acelerada– “desciudadanización” de grandes sectores sociales víctimas del arrollador predominio de criterios económicos o contables en esferas antaño estructuradas en función de categorías éticas, normativas o, al menos, extra mercantiles. Derechos, demandas y necesidades previamente consideradas como asuntos públicos se transformaron, de la noche a la mañana, en cuestiones individuales ante las cuales los gobiernos de inspiración neoliberal consideran que nada tienen que hacer salvo, eso sí, crear las condiciones más favorables para que sea el mercado quien se encargue de darles una respuesta. El “transporte” de criterios de “costo-beneficio”, “eficiencia” y “racionalidad económica” desde la economía al ámbito de la ciudadanía remata en la recreación de un nuevo orden político signado por la desigualdad y exclusión propias de los mercados en la arena hasta entonces dominada por el igualitarismo de la política. Si antes la salud, la educación o el más elemental acceso al agua potable eran derechos consustanciales a la definición de la ciudadanía, la colonización de la política por la economía los convirtió en otras tantas mercancías a ser adquiridas en el mercado por aquellos que puedan pagarlas. (Tomado de Tras el buho de minerva. Mercado contra democracia en el capitalismo de fin de siglo, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2000)