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Transcript
JESÚS, EL OTRO MESÍAS.
CARLOS ALBERTO URIBE ESTRADA
2017
© Carlos Alberto Uribe Estrada, 2017.
Todos los derechos reservados.
Impreso por autores editores.
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Índice:
Prólogo
.....................................páginas: 3 a 7
Capítulo I
El nacimiento de Jesús de Nazaret
………………………….páginas: 8 a 14
Capítulo II
Algunas cosas sobre su infancia
………………………….páginas: 15 a 21
Capítulo III
Su misteriosa ausencia
………………………….páginas: 22 a 28
Capítulo IV
La prédica de Jesús
………………………….páginas: 29 a 35
Capítulo V
El sermón de la montaña
………………………....páginas: 36 a 41
2
Capítulo VI
Sus enemigos
………………………….páginas: 42 a 46
Capítulo VII
¿Salvador o revolucionario?
.....................................páginas: 47 a 53
Capítulo VIII
¿Milagros?
.....................................páginas: 54 a 59
Capítulo IX
Los apóstoles
.....................................páginas: 60 a 64
Capítulo X
Sembrando en campo fértil
.....................................páginas: 65 a 74
Capítulo XI
El nazareno irrita a los romanos
.....................................páginas: 75 a 79
Capítulo XII
El tortuoso final
.....................................páginas: 80 a 87
3
Capítulo XIII
El Mesías resucitó
.....................................páginas: 88 a 92
Conclusión
.....................................páginas: 93 a 98
Epílogo
.....................................páginas: 99 a 100
Bibliografía
.....................................páginas: 101 a 105
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Prólogo
Una gran convulsión social y moral se vivía por aquellos
días; la humanidad crecía y con ella el caos. Reinaban el
odio y la ambición, la inequidad y el desenfreno. «Ni siquiera el temor a los dioses era suficiente para controlar a
los hombres».
La descendencia de Abraham y de Moisés, tal vez
los más grandes profetas de la época, se esparcía potencialmente por los áridos territorios de la antigua Palestina.
«Se imponía la crueldad del poderoso imperio romano».
Hambre y miseria para algunos, poder y abundancia para otros. —Parece ser la premisa que rige a la humanidad. Unos adoraban a dioses paganos representados en figuras humanas, en animales, en elementos naturales; otros se inclinaban ante los preceptos de un fenómeno religioso incomparable: “El Judaísmo”. —Filosofía,
forma de vida o religión (como quiera llamársele), instituida por el gran patriarca Abraham y reafirmada por Moisés
y su descendencia.
La biblia, el gran libro canónico e histórico del Judaísmo y del Cristianismo, en su antiguo testamento, nos
narra muchas de las situaciones que vivieron los hombres
desde el principio de la creación dejándonos observar
trascendentales cambios en la consciencia humana. La
creación de mitos, leyendas y regímenes, que a través de
mecanismos de manipulación —en torno a la fe y a la moral— controlaron de una u otra manera el transcurso de la
vida.
Se destacan entonces hechos trascendentales como el gran e insustituible poder que fue conferido en for5
ma misteriosa al patriarca Abraham, señalándole como
origen y líder del pueblo de Dios. La histórica hazaña de
Moisés, quien liberó al pueblo hebreo de la esclavitud de
los egipcios, motivándole además con la ilusión de una
tierra prometida por Dios (Canaán). De manera sorprendente —también— las manifestaciones públicas e intimidantes de los mandamientos divinos contenidos en las
tablas de la ley, dictados directamente por Dios a Moisés
en el monte Sinaí, se constituyeron en el paso fundamental para la institución permanente de la iglesia; leyes que
hoy aún rigen la religión cristiana.
Se hacen dogmáticos en los escritos sagrados del
antiguo testamento los mandatos y lineamientos que Dios
daba a sus seguidores a través del “profeta elegido”, los
cuales deberían cumplir —de manera estricta y embebidos en la fe— para ser objeto de la salvación, llegar a la
tierra prometida y, al final de los días entrar en el reino de
los cielos. «Sería así como los siervos de Dios mantendrían el arraigo, la fe y la lealtad. Aportarían parte de sus
bienes —como se les requería. Reconocerían y aceptarían a un determinado grupo de personas (levitas y sacerdotes) como representantes de la divinidad, quienes además tendrían la potestad de recaudar las riquezas, dictar
ordenamientos y orientar el pensamiento».
¡Todo en nombre de Dios!
Fue entonces como de forma extraordinaria se
afianzaron las religiones monoteístas: con el surgimiento y
la primacía del Judaísmo, del cual derivaron el Cristianismo y el Islam.
Se concibió la figura de un solo Dios omnipotente y
perfecto —aunque intangible—; se condicionó al espíritu
humano a creer ciegamente en él, aceptando en la figura
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de los elegidos la representación del mismo; se establecieron normas de comportamiento, obligaciones, protocolos y rituales para reconocer y adorar al Dios todopoderoso; e incluso se sembraron expectativas basadas en el
miedo y en el amor
—sentimientos básicos de la vida— como herramientas de control de estas fantásticas
filosofías.
Tal vez la más grande expectativa y la que más
trascendencia tuvo durante siglos fue la que se creó a
través de las profecías que anunciaban la venida de un
salvador, del mesías, del hijo de Dios. Muchos profetas y
en diferentes épocas vaticinaron el nacimiento del “hijo de
Dios hecho hombre” quien vendría para salvar a todos
quienes profesasen su fe, liberándoles de los pecados y
otorgándoles la oportunidad de ser aceptados en su reino.
«La semilla se sembró a partir de la creación de Judaísmo
y en los vastos terrenos de la fe —en sus seguidores.».
Lo predijo el profeta Isaías: refiriéndose a un hombre que nacería de una virgen y que se llamaría Emmanuel" (que significa: Dios con nosotros). Jacob, el padre
de las doce tribus de Israel, poderoso representante de la
estirpe y del poder del pueblo, pronosticó que el mesías
sería descendiente de Judá, su cuarto hijo. Anunciaron
también la venida del salvador: el profeta Daniel (desterrado de Babilonia) y el profeta Miqueas quien decretó
que nacería en Belén de Judá. Muchas otras manifestaciones sustentaron la profecía y atizaron la llama de la
esperanza durante siglos.
Pero las expectativas no solo inquietaron a los fieles seguidores judíos, también crearon zozobra y dudas
entre quienes ostentaban los poderes políticos y religiosos. «Y fue precisamente cuando reinaba el imperio ro7
mano, ese monstruo vanidoso de poder que intentaba
expandirse sin control por doquier, que Dios envió a su
hijo». Tal vez porque el pueblo hebreo, al que el padre
celestial a través de sus profetas había prometido la libertad, la paz y la tierra, ahora estaba nuevamente sometido
bajo el yugo de los romanos.
Como instrumento de autoridad social, judicial y religiosa —anexo y paralelo al imperio— se enarbolaba ante
el pueblo “El Sanedrín: una mezcla formada entre buitres
religiosos y la clase social alta. «Sus representantes gozaban de gran poder y privilegios». Ellos manipulaban a
la sociedad con su falsa doctrina, sus amañadas leyes y,
a través de acciones sucias y temerarias. «Controlaban a
gobernantes y gobernados aprovechándose del aspecto
religioso».
¡Todos los judíos anhelaban la llegada del mesías!
Había sido concebido por la gran jerarquía para que ocupara un estatus de poder y obrara de acuerdo a sus propósitos. De no ser así para nada serviría la ferviente espera y, por el contrario, se crearía un ambiente de revolución
que afectaría las condiciones de poder establecidas, en
especial para el milenario establecimiento de fe representado por el judaísmo. Surgiría un conflicto de poderes que
afectaría el equilibrio moral y psicológico de los creyentes;
se harían presentes la inconformidad y la desodiencia, y
cambiarían las condiciones de subordinación.
«Todo estaba previsto desde mucho tiempo atrás
cuando se creó la gran inquietud —tal vez como una de
las más importantes cartas “debajo de la túnica”— para
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perpetuar las creencias religiosas». Quizá ni siquiera
quienes lo profetizaron se imaginaban como sería aquel
hombre que encarnaría el poder divino en el momento en
el que se lo necesitase, lo importante era mantener viva la
ilusión a los creyentes y latente la expresión del poder
divino.
Lo cierto es: que si fueron contundentes y trascendentes algunos hechos míticos en los que hombres como
Abraham y Moisés mantuvieron comunicación directa con
Dios, pudieron verle y hablarle, y recibieron sus mandatos
y la potestad para transmitírselos al pueblo; o aquellos
otros —que narran las leyendas egipcias— respecto del
poderoso faraón Osiris, enalteciéndolo hasta la divinidad,
inmortalizándolo y convirtiéndolo en símbolo de resurrección; entonces ¿Por qué no habría Dios (el Dios de
Abraham, el Dios de Moisés, el Dios de los hebreos) de
enviar algún día a su hijo para salvar a quienes creyesen
en él?
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