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Puntualizaciones sobre el juego y los fenómenos y
objetos transicionales de D. W. Winnicott
El juego para Winnicott es una forma básica de vida. Es siempre una experiencia creadora,
ya que durante el juego, niños y adultos están en libertad de ser creadores.
Para el autor, el juego es de por sí elaborativo, conseguir que se juegue constituye ya una
terapéutica, de aplicación inmediata y universal.
El jugar tiene un lugar y un tiempo. Para saber en qué espacio se desarrolla el juego,
Winnicott se pregunta por dónde empieza el jugar, el origen mismo del jugar, y propone
una secuencia evolutiva:
1° Niño-Madre fusionados: Visión del objeto (por parte del niño) subjetiva. La madre orienta a
hacer real, lo que el niño está dispuesto a encontrar.
2° El objeto es repudiado, reaceptado, y percibido en forma objetiva. En éste ir y venir del objetomadre, que oscila entre ser lo que el niño tiene la capacidad de encontrar, y ser ella misma, a la
espera de que la encuentre, tal como es, el niño tiene cierta vivencia de omnipotencia, de control
mágico.
Cuando el niño logra estos estados de omnipotencia basados en la confianza, se genera un
“Matrimonio” entre la omnipotencia de los procesos intrapsíquicos que están en vías de desarrollo
con su dominio (precario) de lo real. Este matrimonio da lugar a un espacio intermedio, “un
espacio potencial, que existe entre la madre y el hijo, o que los une”. Es en éste espacio donde se
va a desarrollar el juego.
3° El niño juega sólo, en presencia de alguien. Ya hay permanencia objetal, existe el objeto en el
recuerdo.
4°Es posible la superposición de dos zonas de juego, en un primer momento con los objetos más
allegados, como la madre, y luego con el medio. Así se logra el camino para jugar junto a otros
niños.
El juego entonces se desarrolla en una zona que no pertenece a la realidad psíquica
interna, y que si bien se encuentra fuera, tampoco es la realidad objetiva. Es decir que el
niño reúne objetos o fenómenos del mundo externo al servicio de una muestra que se
deriva del mundo interno, no habiendo primacía de ninguno de ambos, sino una
confluencia.
Este “espacio entre lo subjetivo puro y lo objetivo puro, el autor lo llama zona intermedia
de la experiencia, conforma un tercer espacio, y es dónde transcurren los fenómenos
transicionales.
Winnicott da diferentes coordenadas para situarlo, como “un espacio que se encuentra
entre la incapacidad del bebé para reconocer y aceptar la realidad, y su creciente
capacidad para hacerlo”, “entre el pulgar y el osito; es decir, entre el erotismo oral a la
verdadera relación de objeto”.
Se trata de una zona que no es blanco de ataques ni de desafío alguno, ya que no presenta
exigencias, salvo la de que exista como una zona de descanso, para un viviente que está
dedicado a la perpetua y agotadora tarea de mantener separadas y a la vez
interrelacionadas la realidad interna y externa.
Winnicott afirma que cuando la adaptación de la madre a las necesidades del bebé es lo
bastante/suficientemente buena (good enough-mother) , produce en el niño la ilusión de
que existe una realidad externa que corresponde a su capacidad de crearla. Existe, para el
autor, una superposición entre lo que la madre proporciona y lo que el bebé posibilita el
espacio de ilusión, pues este siente que crea lo que ya está ahí.
Los fenómenos y objetos transicionales aparecen entre los 4 y 6 meses de vida y pueden
persistir en toda la niñez, y se originan en éste espacio inseminado por la ilusión, pero que
no es la ilusión misma, ya que el fenómeno transicional implica una cierta anulación de la
omnipotencia.
El estudio del objeto transicional, con el que el niño establece una relación irremplazable y
singular, Winnicott lo deriva de la experiencia de la primera posesión no-yo.
Desde el punto de vista del niño, el objeto transicional es una superposición yo/no-yo. No
es externo ni interno, aunque es material. Puede ser un trozo de sábana o de tela, o un
pedazo de lana que consiguió arrancar con el que se frota el rostro; a veces es la madre
misma, y otras, ni siquiera se establece.
El niño crea su objeto transicional al estilo de un sueño. El objeto es creado
subjetivamente por el bebé y encontrado objetivamente por él.
Son objetos que adquieren una importancia vital para el bebé a la hora de dormir, ya que
representa la presencia y la ausencia del objeto (madre), aunque no es un sustituto
simbólico. Si bien tiene cierto valor simbólico, su verdadero valor lo adquiere por su
realidad real, por ser real, y permitirle al niño enfrentar la separación, siendo ésta su
función principal. En éste sentido es que constituyen una defensa frente a la ansiedad
depresiva.
Entre otras características del objeto transicional, podemos enumerar:
-
Es similar su uso por parte de los dos sexos, no hay diferencias entre el varón y la niña.
Es acunado o investido con afecto, y al mismo tiempo amado y mutilado con excitación.
Nunca debe cambiar, a menos que lo cambie el bebé.
Tiene que sobrevivir al amor más puro, así como al odio, en tanto agresividad pura.
Al bebé debe parecerle que posee una vitalidad o una realidad propia, a través de cierta
textura, o forma, o que irradie calor, etc
El destino del objeto transicional es un abandono gradual, y con el paso de los años,
queda “relegado al limbo”, no olvidado. No se lo olvida, y no se lo llora, si no que pierde
significación (significación en tanto importancia, no como sentido), y ello porque los
fenómenos transicionales se van volviendo difusos y se extienden a todo el territorio
intermedio entre la “realidad psíquica interna” y “el mundo externo tal como lo perciben
dos personas en común”, es decir, a todo el campo cultural.
Para Winnicot, sintetizando, existe un desarrollo que se extiende desde los fenómenos
transicionales hasta la experiencia cultural adulta, dicha experiencia sigue transcurriendo
en un espacio transicional, e incluye fenómeno como la apreciación y creación artística,
los sentimientos religiosos, el consumo de ciertas drogas, un objeto fetiche, el talismán de
los rituales obsesivos, etc.