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Y la llamaron Pitufo
Isla Pitufo era una isla tan grande que en los mapas
parece que es un
continente.
Muchas personas se quedan a vivir allí. También la isla es preferida por
muchísimos animales que habían encontrado su hogar en su desierto y en sus
acantilados.
Ellos la llamaron Pitufo, porque los Pitufos son azules, y sus árboles tenían
frutos de colores azules. Verde azulado eran las flores, las hojas de los árboles
morados y la niebla de la tarde la cubrían como un pantalón azulito.
Los animales también eran con
tonos azules: azul claro, oscuro,
turquesa, morado, un azul que
parecía el color blanco.
-¡Nuestro color es tan bonito!decía algunas veces la tortuga
Roberta, la más joven de la isla.
Ya había cumplido un año. Su
pequeño caparazón era morado y
cobalto, y cuando caminaba solía
gritar:
No me apuro ni fatigo, ni con
prisa, ni corriendo
Caminando lentamente, a mi ritmo
voy andando.
Muchos barcos se acercaban a las costas de isla Pitufo, pero cuando
alguno lo hacía, Pitufo se ponía muy triste. Traían otros colores: eran rojos,
azules y negros sobre la línea del horizonte.
Tanta era su tristeza que el césped azulado perdía su color y las
mariposas revoloteaban batiendo sus alas para restregarse sus lágrimas.
Pitufo escuchaba atentamente a los capitanes que contaban historias de
viajes y hablaban de lugares que ella nunca vería. Nombres que celeste repetía
después en voz alta: Italia, Roma, San Francisco, Ecuador. Palabras mágicas,
palabras que la hacían soñar con cortos viajes.
Y también le hablaba de islas cercanas que cuando ella escuchaba también soñaba
como serían.
Pero, claro, imaginaba que todo el mundo era azul oscuro como ella.
Payas, Acantilados, campos y césped se le figuraban azules. Ni el color de la ropa
de las personas ni el arco iris le bastaban para imaginar el planeta con sus
colores.
¿Cómo serían las otras islas? ¿Serían cuadradas o pequeñas?
¿Serían montañosas como ella?
¿Cómo serían sus acantilados? ¿Quiénes habitaran en sus lugares?
¿Cómo serían sus plantas, aves, coches?
El mundo debía ser fantástico, decía algunas veces, y luego suspiraba
tan hondo que levantaba la niebla.