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LOS PRINCIPIOS DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA
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Son los verdaderos puntos apoyo de la enseñanza social de la Iglesia: principio de la dignidad de la
persona humana (visto con anterioridad); bien común; subsidiaridad y solidaridad.
Brotan del encuentro del mensaje evangélico y sus exigencias.
La Iglesia progresivamente ha ido clarificando y respondiendo a las exigencias de los tiempos.
Por su permanencia en el tiempo y universalidad de significado son señalados como los parámetros de
referencia para la interpretación y valoración de los fenómenos sociales.
EL PRINCIPIO DEL BIEN COMÚN
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Se entiende que es “el conjunto de condiciones de la vida social
que hacen posible a las asociaciones y a cada uno de sus
miembros el logro más pleno y más fácil de la propia perfección”
(G.S. 26; Catic 1905-1912).
No consiste en la simple suma de los bienes particulares de
cada sujeto del cuerpo social.
Para una sociedad el bien común, debería proponerse como una
meta prioritaria. La persona no puede encontrar realización sólo en sí misma, es decir, prescindir de su
ser “con” y “para” los demás.
Esto implica algo que va más allá de la simple convivencia social: se trata de la búsqueda incesante de
manera práctica del bien.
Las exigencias del bien común derivan de las condiciones sociales de cada época: compromiso por la
paz; organización de los poderes del Estado; orden jurídico; cuidado del medio ambiente; prestación de
servicios esenciales para las personas (alimentación, vivienda, salud, educación, etc.).
El bien común exige ser servido plenamente y sin reduccionismos y se corresponde con las inclinaciones
más elevadas del hombre.
La responsabilidad de edificar el bien común compete, además de las personas particulares, también al
Estado y esta es su razón de ser.
El gobierno de cada país tiene el deber de armonizar con justicia los diversos intereses sectoriales.
El bien común adquiere pleno significado en relación a Dios como fin último de las criaturas, y esta sería
su dimensión trascendente.
Una visión solamente materialista transformaría el bien común en un simple bienestar socioeconómico.
EL DESTINO UNIVERSAL DE LOS BIENES
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Dios ha destinado la tierra y cuanto ella contiene para uso de todos los hombres y pueblos (Gn. 1,28-29).
No tienen fundamento ni razón de ser la exclusión ni los privilegios.
Se trata del primer principio de todo ordenamiento ético-social: es un derecho natural, originario y
prioritario.
La actuación concreta de este principio, según los diferentes contextos, implica intervenciones normativas
y un ordenamiento jurídico.
Este principio invita a cultivar una visión de la economía inspirada en valores morales, para realizar un
mundo justo y solidario.
Implica un esfuerzo común dirigido a obtener para cada persona y para todos los pueblos las condiciones
necesarias de un desarrollo integral, donde el progreso no sea obstáculo para el desarrollo de otros ni un
pretexto para su servidumbre.
La propiedad privada es un elemento esencial de una política económica auténticamente social y
democrática. La DSI postula que debe ser accesible a todos por igual.
La tradición cristiana nunca ha aceptado la propiedad privada como un derecho absoluto e intocable.
La DSI invita a reconocer la función social de cualquier forma de posesión privada.
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La plena actuación de este principio requiere: acciones a nivel internacional; romper las barreras y los
monopolios que marginan a tantos pueblos del desarrollo.
Este principio exige una especial atención por los pobres (opción preferencial): la miseria humana es el
signo evidente de la condición de debilidad del hombre y su necesidad de salvación.
La Iglesia desde los orígenes, y a pesar de los fallos de muchos de sus miembros, no ha cesado de
trabajar para aliviar, defender y liberar a los pobres (obras de caridad, hospitales, orfanatos, lazaretos,
etc.).
EL PRINCIPIO DE SUBSIDIARIDAD
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Es imposible promover la dignidad de la persona si no se cuidan la
familia, los grupos, las asociaciones, expresiones agregativas de tipo
económico, social, cultural, deportivo.
En sentido positivo: es la ayuda económica, institucional, legislativa,
ofrecida a las entidades sociales pequeñas para lograr sus fines.
En sentido negativo: corresponde una serie de implicaciones que imponen al Estado abstenerse de
intervenir en aquello que pueden hacerlo estos organismos menores.
Implica que toda sociedad de orden superior deben ponerse en una actitud de ayuda (subsidium), por
tanto de promoción, apoyo, desarrollo, respecto a las menores.
Dos extremos a evitar: intervencionismo estatal – ausentismo estatal.
PARTICIPACIÓN
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Consiste en una serie de actividades mediante las cuales el ciudadano, como individuo
asociado a otros, directamente o por medio de los propios representantes, contribuye a
la vida cultural, económica, política o social de la comunidad civil.
Es un deber que todos han de cumplir de modo responsable con vistas al bien común.
Es necesaria la alternancia de los dirigentes políticos, con el fin de evitar que se instauren privilegios
ocultos.
Es una de las mayores aspiraciones del ciudadano y uno de los pilares de todos los ordenamientos
democráticos.
Especial cuidado y atención: formas de participación insuficientes e incorrectas; el difundido desinterés
por todo lo que concierne a la esfera de la vida social política; países con un régimen totalitario o
dictatorial.
EL PRINCIPIO DE SOLIDARIDAD
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Confiere particular relieve a la intrínseca sociabilidad de la persona humana.
Fuerte conciencia de los vínculos de interdependencia entre los hombres y entre los pueblos.
Es una verdadera y propia virtud moral y no solamente un sentimiento superficial. Se trata de una
determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común.
Jesús es la cumbre de esta perspectiva al solidarios con la humanidad hasta la “muerte de cruz” (Flp
2,8).
VALORES FUNDAMENTALES DE LA VIDA SOCIAL
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Tienen una relación de reciprocidad con los principios. Éstos últimos son necesarios para que se puedan
llevar a cabo lo que los valores indican.
La práctica de los valores es el camino necesario par alcanzar la perfección personal y una convivencia
social más humana.
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LA VERDAD
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Los hombres tienen una especial obligación de tender hacia la verdad, respetarla y atestiguarla.
La búsqueda de la verdad no se reduce a un conjunto de opiniones; no deben relativizarse sus
exigencias.
Es una cuestión que afecta particularmente al mundo de la comunicación pública y al de la economía.
LA LIBERTAD
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Es un signo eminente de la imagen divina y, por ende, signo de la sublime dignidad de la persona
humana.
No debe restringirse el significado de la libertado considerándola desde una perspectiva puramente
individualista y arbitraria. La libertad se perfecciona con lazos recíprocos con la verdad y la justicia.
La libertad debe ejerce también como capacidad de rechazar lo que es moralmente negativo.
La plenitud de la libertad consiste en la capacidad de disponer de sí mismo con vistas al bien común
universal.
LA JUSTICIA
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Va acompañada del ejercicio de la virtud cardinal: “constante y firme voluntad de dar a Dios y al prójimo lo
que le es debido”.
El Magisterio evoca las formas clásicas de justicia: conmutativa, distributiva y legal. Pero también asume
el relieve que ha adquirido el concepto de “justicia social” (regulación de las relaciones sociales según la
observancia de la ley).
Existe un concepto reductivo de la justicia que no es del todo adecuado para el desarrollo de las
sociedades (justo: como fruto de la convención humana / lo determinado por la ley positiva).
Es necesario superar la visión contractual de la justicia. La justicia por sí sola no basta; necesita abrirse a
la fuerza más profunda del amor.
LA VÍA DE LA CARIDAD
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La caridad no debe restringirse solamente a las relaciones de proximidad o subjetivas, ya que constituye
un auténtico valor de criterio supremo y universal de toda la ética social.
Verdad Justicia y libertad nacen y se desarrollan de la fuente interior de la caridad.
La caridad presupone y trasciende la justicia. La justicia por sí es apta para servir de “árbitro”. El amor es
capaz de restituir el hombre a sí mismo.
En esta perspectiva la caridad se convierte en caridad social y política: la caridad social nos hace amar el
bien común y nos lleva a buscar efectivamente el bien de todas las personas.
FUENTES
Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia
Catecismo de la Iglesia Católica.
Farrel G., Manual de Doctrina Social.
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