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KERYGMA: EL PECADO
.En el Antiguo Testamento, el pecado es establecido como un acto de desobediencia (Gn
2,16-17; 3, 11; Is 1, 2-4; Jr, 2, 32); como un insulto a Dios (Nm 27, 14); como algo
detestado y castigado por Dios (Gn 3, 14-19; Gen 4, 9-16); como injurioso al pecador (Tb
12, 10). En el Nuevo Testamento, es claramente enseñado en San Pablo que el pecado
es una trasgresión de la ley (Rm 2, 23; v, 12-20); una esclavitud de la cual somos
liberados por la gracia (Rm 6, 16-18); una desobediencia (Hb 2, 2) castigada por Dios
(Hb,10 26-31). San Juan describe el pecado como una ofensa a Dios, un desorden de la
voluntad (Jn 12, 43), una iniquidad (I Jn 3, 4-10).
Cristo, en muchas de sus declaraciones enseña la naturaleza y extensión del pecado. Él
vino a promulgar una nueva ley más perfecta que la antigua, que se pudo extender a
ordenar no solo los actos externos sino internos a un grado desconocido anteriormente y,
en Su Sermón de la Montaña condena como pecadores muchos actos que eran juzgados
como honestos y correctos por los doctores y maestros de la Antigua Ley. Denuncia de
modo especial la hipocresía y el escándalo, la infidelidad y el pecado contra el Espíritu
Santo. Él enseña en particular, que los pecados vienen del corazón (Mt 15, 19-20).
Cada vez son menos los católicos que toman en serio su vida espiritual. Hoy la mayoría
busca creer en algo que no le implique compromisos, que no le ponga exigencias para
poder seguir viviendo conforme a su voluntad sin detenerse a consultar su conciencia.
Esto Satanás lo sabe y ha creado un sinfín de opciones para ellos. Creencias
supersticiosas, ritos y filosofías que ahogan la fe verdadera y que desgraciadamente los
atrapan en graves pecados.
El pecado es una falta contra la razón, la verdad, la conciencia recta; es faltar al amor
verdadero para con Dios y para con el prójimo, a causa de un apego perverso a ciertos
bienes. Hiere la naturaleza del hombre y atenta contra la solidaridad humana. Ha sido
definido como: “una palabra, un acto o un deseo contrarios a la ley eterna”
El pecado entonces es una ofensa a Dios: “Contra ti, contra ti sólo pequé, cometí la
maldad que aborreces” (Sal 51, 6). El pecado se levanta contra el amor que Dios nos
tiene y aparta de Él nuestros corazones.
En lo más profundo de su conciencia descubre el hombre la existencia de una ley que él
no se dicta, a la cual debe obedecer y cuya voz resuena cuando es necesario, en los
oídos de su corazón, advirtiéndole que debe amar y practicar el bien y que debe evitar el
mal. Porque el hombre tiene una ley escrita en su corazón, en cuya obediencia consiste la
dignidad humana y por la cual será juzgado personalmente. La conciencia es el núcleo
más secreto y el sagrario del hombre en el que éste se siente a solas con Dios, cuya voz
resuena en el recinto más íntimo de aquélla. Es la conciencia la que de modo admirable
da a conocer esa ley, cuyo cumplimiento se realiza en el amor de Dios y del prójimo.
La fidelidad a esta conciencia une a los cristianos con los demás hombres para buscar la
verdad y resolver con acierto los numerosos problemas que se presentan al individuo y a
la sociedad. Cuanto mayor es el predominio de la recta conciencia tanta mayor seguridad
tienen las personas y las sociedades para apartarse del mal. (Vat. II CPIMA).
Diversas formas de daño a causa del pecado.
Leve o grave, pasajero o estable.
Puede ser: fisiológico-orgánico, psicológico, moral o espiritual, con mayor o menor
intensidad, transitorios o persistentes. “El mundo entero yace bajo el poder del Maligno”.
11Juan 5, 19
Dios nos pide, nos exige que para seguirlo, primero debemos realizar una renuncia radical
y rompimiento a toda obra de Satanás: Prácticas, actividades y objetos aún y cuando no
hayamos percibido daño alguno.
Para limpiarnos del pecado debemos seguir estos pasos: reconocimiento del pecado,
arrepentimiento, propósito de no recaer, confesión, y absolución sacramental.
1852 La variedad de pecados es grande. La Escritura contiene varias listas. La carta a los
Gálatas opone las obras de la carne al fruto del Espíritu: “Las obras de la carne son
conocidas: fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, odios, discordia, celos,
iras, rencillas, divisiones, disensiones, envidias, embriagueces, orgías y cosas
semejantes, sobre las cuales os prevengo como ya os previne, que quienes hacen tales
cosas no heredarán el Reino de Dios” (5,19-21; cf Rm 1, 28-32; 1 Co 6, 9-10; Ef 5, 3-5;
Col 3, 5-8; 1 Tm 1, 9-10; 2 Tm 3, 2-5).CEC
1853 Se pueden distinguir los pecados según su objeto, como en todo acto humano, o
según las virtudes a las que se oponen, por exceso o por defecto, o según los
mandamientos que quebrantan. Se los puede agrupar también según a lo que se refieran:
a Dios, al prójimo o a sí mismo; se los puede dividir en pecados espirituales y carnales, o
también en pecados de pensamiento, palabra, acción u omisión. La raíz del pecado está
en el corazón del hombre, en su libre voluntad, según la enseñanza del Señor: “De dentro
del corazón salen las intenciones malas, asesinatos, adulterios, fornicaciones, robos,
falsos testimonios, injurias. Esto es lo que hace impuro al hombre” (Mt 15,19-20). En el
corazón reside también la caridad, principio de las obras buenas y puras, a la que hiere el
pecado.CEC.
La gravedad del pecado: pecado mortal y venial
El pecado mortal destruye la caridad en el corazón del hombre por una infracción grave
de la ley de Dios; aparta al hombre de Dios, que es su fin último y su bienaventuranza,
prefiriendo un bien inferior. “Es pecado mortal lo que tiene como objeto una materia grave
y que, además, es cometido con pleno conocimiento y deliberado consentimiento”. La
materia grave es precisada por los Diez mandamientos según la respuesta de Jesús al
joven rico: “No mates, no cometas adulterio, no robes, no levantes testimonio falso, no
seas injusto, honra a tu padre y a tu madre” (Mc 10, 19).
Se comete un pecado venial cuando no se observa en una materia leve la medida
prescrita por la ley moral, o cuando se desobedece a la ley moral en materia grave, pero
sin pleno conocimiento o sin entero consentimiento.
«El hombre, mientras permanece en la carne, no puede evitar todo pecado, al menos los
pecados leves. Pero estos pecados, que llamamos leves, no los consideres poca cosa: si
los tienes por tales cuando los pesas, tiembla cuando los cuentas. Muchos objetos
pequeños hacen una gran masa; muchas gotas de agua llenan un río. Muchos granos
hacen un montón. ¿Cuál es entonces nuestra esperanza? Ante todo, la confesión...» (San
Agustín, In epistulam Iohannis ad Parthos tractatus 1, 6).
Cada quien debe de ver en qué campos o actividades está caminando, reconocerlos
como contrarios a Dios, si así es. Decidir romper definitivamente con ello, para recibir el
perdón y la liberación de DIOS y poder vivir la vida nueva que Dios nos da, para que se
pueda manifestar el auténtico poder del Señor en nuestra vida.
Cristo murió y resucitó por mí y ¿cuál es mi respuesta?
PRÁCTICA- Terminar cada día haciendo mi Examen de Conciencia.