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El bosque encantado
Érase una vez, un pueblo muy lejano en las afueras de una ciudad de Oberá, que se
encontraba un bosque natural donde habitaban animales de todas las especies.
El poblado tenía como nombre Oxford, en él vivían una treintena de familias, las
cuales solían reunirse en el bosque cada fin de semana, para realizar fiestas,
cumpleaños o conmemorar cualquier evento. Allí vivía una pareja de ancianos, Juana y
Rafael. Ellos eran algo especiales, porque nunca estaban en las fiestas o reuniones
donde todos participaban. Los ancianos solían salir a la noche y se dirigían el monte,
porque en el lugar sucedían cosas maravillosas. Cuando los abuelitos ponían un pie ahí,
todo se transformaba.
El príncipe y su doncella, sufrían un hechizo hecho por una bruja llamada Anacleta. El
embrujo consistía en que durante el día vivirían en el cuerpo de dos ancianos, pero al
llegar la noche, recuperaban su imagen real y en el lugar sucedía algo mágico. El lago
muerto se transformó en un lago de coral, lleno de peces de todos los colores que
puedas imaginar. Cada uno de los animales existentes, se reunían en medio de un claro
para regalarles una fiesta hermosa a los príncipes encantados. De cada árbol salían
pequeños duendes, quienes estaban encargados de organizar el banquete. Cada una
tenía su tarea asignada. Monchito, era el encargado de preparar la comida, Miñón quien
preparaba las tortas, ayudado por Irina; mientras los demás se encargaban de decorar el
lugar para la llegada de los príncipes.
Era tan maravilloso ver cómo el sitio se convertía en un lugar soñado. Los peces del
lago de coral tenían una orquesta que deleitaba a los comensales, junto con un
asombroso coro de ranas, las cuales entonaban hermosas canciones. Cada rincón
estaba expectante a la llegada de los príncipes para comenzar la fiesta. A llegar los dos
invitados principales, el príncipe Rafael y la bella Juana. Todo lo que ellos tocaban
cobraba vida y color, era tan pero tan hermoso, que hasta la malvada bruja Anacleta
observaba a escondidas el evento. De repente, Joaquín, un duende muy observador,
notó la presencia de la bruja malvada, al instante, puso en conocimiento a los demás
duendes; los que, con una red, la sorprendieron y atraparon, llevándola delante de los
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príncipes que, al verla, le exigieron una explicación. Con voz muy dulce, como solía
hablar la princesa, se dirigió a ella diciéndole:
-
Dime, Anacleta, ¿por qué tú nos has hecho esto? ¿¡Qué mal hemos hecho para que
tú nos hicieras esto!?
-
Tú, princesa, me has robado el amor del príncipe y juré que me las pagarían. Y no
tuve mejor idea que hacer un conjuro, el cual los haría envejecer durante el día para
que nadie pudiera ver su belleza y el amor que sienten el uno por el otro.
Entre los comensales había un oso pardo parado junto a la bruja Anacleta, que
sorprendió a todos los invitados. Cuando se acercó y mirando a los ojos verdes de
Anacleta, y le preguntó:
- ¿por qué has echo semejante conjuro? ¿Si tú eres tan hermosa como la princesa
Juana?
Todos quedaron sorprendidos, pero la más sorprendida fue la bruja Anacleta. Miró todo
cuanto había a su alrededor y comenzaron a brotar lágrimas de sus hermosos ojos.
- Nunca nadie me dijo lo que tú me has dicho, oso pardo, y me has tocado lo más
profundo del corazón.
El oso pardo, también era un príncipe encantado que hasta ese momento vivía oculto
en el bosque.
- ¡Suéltenme! -dijo la bruja- haré que mi conjuro y el del oso pardo desaparezcan.
Los duendes se miraban sorprendidos, y el príncipe Rafael, con un movimiento de
cabeza les indicó que la liberaran. Fue ahí, en ese preciso momento, que la bruja metió
su mano en un bolso que colgaba de su hombro y extrajo una poción mágica.
- Beban, beban de esta poción y verán que en un instante recuperarán la juventud
perdida.
El príncipe, la princesa y, por último, el oso pardo, bebieron de ella, y
al transcurrir de unos minutos, recuperaron su estado normal, sintiéndose plenamente
rejuvenecidos; y un rato más tarde, el oso pardo se transformó en el hombre que le robó
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el corazón a Anacleta. Ella pidió perdón a los príncipes por haber sido tan mala y
egoísta.
El oso pardo, convertido en príncipe, dijo llamarse Carlos. En ese momento volvió a
mirar a Anacleta y con voz dulce, pero firme, le dijo:
- Has visto que tu corazón es bueno, tan bueno como tu belleza. ¿Quieres ser mi
doncella?
De inmediato, Anacleta, le dijo:
- ¡sí, quiero!… y en ese preciso instante, el bosque se convirtió en fiesta. Los peces
tocaron eufóricos y las ranas cantaron sus más hermosas canciones y todos juntos
disfrutaron del delicioso banquete.
FIN.
JAVIER UTHURBURU… “CHELA”.
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