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Propuesta de líneas de reflexión para una antropología Cordis en el contexto latinoamericano 1. La Antropología teológico-sistemáticas de los últimos actual Aunque el título parece sugerirlo, no es mi pretensión hacer una especie de apretado resumen de los escritos de antropología teológica de los últimos años. Intentaré más bien individuar la estructura de los escritos de antropología teológica y poner en evidencia la lógica que siguen los autores en el desarrollo de su pensamiento. Debemos estar agradecidos por toda la contribución de estos autores a la estructuración de un pensamiento sobre lo humano a la luz de aquello que la Palabra de Dios nos transmite. En uno de los párrafos escritos por Juan Luis Lorda en su libro, Filosofía de la vida cotidiana, el autor muestra, no sé si esa era su pretensión, una especie de esquema de la mayoría de las publicaciones de Antropología teológica, al menos en el ámbito occidental. “(…) intentaremos hacer una exposición teológica sintética sin pretender la exhaustividad de los elementos descriptivos, sino centrándonos en unos pocos núcleos donde se expresa la relación del hombre con Dios, que es lo más característico de la perspectiva teológica. Esta relación se puede exponer recurriendo a un esquema trinitario: el ser humano es, constitutivamente, por el designio original del creador, imagen de Dios; está destinado a realizarse según el modelo expresado en la figura y en la vida de Cristo. Allí se revela su destino y plenitud; La transformación según el modelo de Cristo se produce por la acción interior del Espíritu Santo. Además, entre el primer y segundo punto, introducimos una reflexión sobre el pecado y sus secuelas (…)”1. Estos nudos2 son fueron propuestos por Flick y Alszeghi y desarrollados con gran ingenio en su estudio de antropología teológica. Luis Ladaria, Juan Luis Ruiz de la Peña, Libanio, 1 48s. El subrayado es mío e indica, según mi parecer, los nudos estructurantes de una antropología teológica. 2 Siguiendo el esquema propuesto por la cita los nudos se articulan del siguiente modo: el hombre es creatura hecho a imagen y semejanza de Dios, esa imagen queda empañada por el pecado, pero reaparec2 en toda su dimensionalidad con Cristo, quien es imagen del Padre (Col 1, 10-20). La auténtica entro otros, son algunos de los autores más influyentes que en el ámbito iberoamericano desarrollaron estos nudos esquemáticos. Con esto no quiero decir que todos dicen lo mismo, es claro que cada autor tiene un modo de reflexionar y proponer su pensamiento, no se trata de banalizar el trabajo de estos insignes teólogos; lo que realmente busco es mostrar que la mayoría de las propuestas antropológicas reflexionan sobre los mismos temas, aunque lo hagn de modo distinto. Este esquema resultó toda una novedad teológica en la época inmediata posconciliar sobre la que se articulaban los esfuerzos de los autores, sin embargo, poco a poco ha ido dando paso a la re-aparición de los manuales de teología. Este hecho puede tiene, a mi modo de entender una doble lectura, ambas válidas. Por un lado, el manual es testigo del derecho de ciudadanía que adquiere los contenidos y un determinado procedimiento teológico. El manual sería entonces el compendio del conocimiento mínimo requerido en una determinada época para poder profundizar en un tema. Pero el manual puede ser también testigo del agotamiento de un pensamiento que se repite de distintos modos y con distintos matices, y que no trae consigo ninguna novedad real. Quizá a algo de esto estamos asistiendo en los últimos años, es decir al acostumbrarnos a un modo de reflexionar que poca novedad tiene que aportar. Estos nudos esquemáticos pretenden sistematizar lo que la Palabra de Dios dice sobre el hombre. He aquí otra de las características de la teología actual: el sistema. El teólogo ordena el pensamiento y lo relaciona de modo a construir una teoría acerca de lo humano. La bondad del sistema es la comprensión de la teología como un todo unificado. Su debilidad es doble: Por un lado, el esfuerzo de compendiar la antropología en un discurso homogéneo y unificado comporta el peligro a establecer nexos artificiales con el fin de dar fuerza a una teoría teológica. Por otro lado el discurso corre el peligro de terminar siendo una superestructura globalizante y homogeneizante con pocos nexos vinculantes con lo real. Una antropología de este tipo termina siendo desencarnada a pesar de hablar del encarnado. Lo que se propone es un modelo de humano, sin tener en cuenta lo humano real. Hay que reconocer, sin embargo, la gran contribución inspirante que la antropología sistemática proporciona a la hora de hacer un juicio cristiano sobre lo humano. Ella nos facilita criterios espirituales que nos ayudan al discernimiento cristiano de lo humano. No se trata de decir que lo que se hizo, fue mal hecho, se trata de llamar la atención que estamos en otro momento distinto, que ya han pasado años del concilio, que el esquema respondió a un apelo del concilio y a un nuevo estilo de hacer teología, pero los tiempos han pasado y quizá sea tiempo de abrir horizontes nuevos teniendo presente lo ya reflexionado. En este orden ideas quisiera fijar mi atención en el número 1 de la GS. “El gozo y la esperanza, la tristeza y la angustia de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de todos los afligidos, son también gozo y esperanza, tristeza y angustia de los discípulos de Cristo y no hay verdaderamente humano que no tenga resonancia en s corazón”. El texto además de imagen es entonces la de Cristo y sólo seremos reflejo de ella en la medida en que nos dejemos moldear por el Espíritu Santo que correspondería a todo el tratado de la Gracia. hermoso, me parece que puede inspirar un ensanchamiento de nuestros horizontes teológicos. Del texto quisiera destacar una idea que me resuena con mucha fuerza: No se puede ser discípulo de Cristo al margen de la humanidad, es decir del hombre concreto con el que nos encontramos en el día a día. El hombre concreto debe resonar en el corazón del discípulo de Cristo. Esto tiene consecuencias en el ámbito teológico: la teología no puede ser una reflexión desde sí misma, en sí misma y para sí misma. La teología debe hacerse cargo del hombre concreto con el que nos encontramos todos los días. Este modo de hacerse cargo no es exclusivamente intelectivo, es también afectivo. Parafraseando el concilio podría decirse: no hay nada verdaderamente humano que no tenga resonancia en el corazón del teólogo. Es cierto que para la palabra de Dios el corazón es lugar de conocimiento y no sólo de sentimientos, pero es precisamente en este sentido que quiero rescatar lo dicho por el concilio: el discípulo de Cristo entiende en su corazón al hombre concreto de modo afectivo, es decir, lo que le acontece al hombre concreto le afecta lo que da origen a un intellectus cordial. Este modo de entender que me atrevo a llamar cordial nos lo describe, de algún modo, la carta a los Hebreos: “pues no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado” (Heb 4, 15). La propuesta estaría en descubrir las huellas de Cristo en el hombre concreto, en su cultura, con sus costumbres y expresiones religiosas. No se trata de proponer una humanidad ideal, sino de escribir cristianamente sobre la humanidad real. Se trataría de discernir el acontecimiento salvífico en el hoy del hombre concreto. No basta con hablar de la salvación como acontecimiento abstracto no verificable. Si decimos que Cristo trajo la salvación, deberíamos hablar de estructuras salvíficas, es decir el discurso teológico debería dar testimonio del hombre testigo concreto y no hablar solo del hombre ideal que sueña o que se proyecta en los constructos sistemáticos y que otra cosa no es que una crítica al hombre concreto3. Esta tarea obliga al teólogo a ir más allá de la literatura meramente teológica o de la lectura de la Biblia y lo lleva a encontrarse con la Palabra de Dios que se hace vida en la vida del creyente y por ende en una comunidad creyente. Así pues, en este contexto, a la propuesta de von Balthasar de que el teólogo debería hacer su tarea tanto en el estudio como en la oración, (en el escritorio y arrodillado) habría que añadir “y en el encuentro con el hombre concreto”. De este modo volvemos a la propuesta inicial de los padres, quienes eran teólogos, hombres espirituales y, a la vez, pastores. Si queremos por lo tanto discernir el acontecimiento de Cristo en el hombre concreto, lo primero es situarnos. Yo soy teólogo en Venezuela, ejerzo mi oficio y pienso en el contexto concreto en el que me toca vivir. Desde aquí nace la antropología cordial, que otra cosa no es que un estilo de acercarse al hombre concreto para junto a él hacer el ejercicio de discernimiento cristiano. ¿Cómo este hombre concreto? De eso nos ocupamos después de estas páginas introductorias. 3 Muchas veces los cristianos cuando salimos a evangelizar somos incapaces de encontrarnos con el hombre real concreto. No nos interesa para nada ni las angustias, ni las alegrías, ni las tristezas del hombre con el que nos encontramos, sino que nos interesa que ese hombre sea quien yo piense que deba ser. En este sentido, la evangelización no es un encuentro con un hermano, sino un encuentro con un pecador que debe escucharme y a quien yo debo convertir. Este modo no tiene nada de Evangelio, porque el Evangelio es la buena noticia aconteciendo en medio de la humanidad y esa buena noticia me valora en lo concreto que yo soy. Si yo cambio es porque el Señor realmente se encontró conmigo y comió en mi casa y dejó que yo pecador me sentara a su mesa. 2. Paseándose por la ciudad Quienes han visitado América Latina y provienen de algún país nordatlántico, cae en cuenta de modo inmediato que la ciudad a la que llega tiene un aire de familiaridad, pero a la vez es distinta a la experiencia que tiene de ciudad. Parte de nuestras ciudades son hechas de acuerdo al modelo de las ciudades más modernas del mundo. En eso nos asemejamos, esa es la sensación de familiaridad que siente alguien que viene de un país desarrollado. Sin embargo, nuestras ciudades no son uniformes. Quien tenga tiempo de pasearse por alguna de estas ciudades podrá contemplar una variada gama de expresiones arquitectónicas. Todas procuran ser bonitas o son bonitas para quienes la fabrican. Tenemos desde los cerros o favelas hasta urbanizaciones tipo Country Club. No es la pobreza lo que determina la arquitectura, sino que es más bien la concepción distinta de la vida. Así pues con lo primero que nos encontramos en América Latina en una ciudad, es con una variedad de concepciones de vida expresados en su arquitectura. En la misma ciudad convive la arquitectura europea, la campesina, la indígena y la que nació con el mismo barrio cuando se fundó. Existe no sólo la coexistencia pacífica de culturas, sino un proceso de mestizaje cultural que sobrevive ciertos deseos de colonialismo. Si nos paseamos por un Barrio de Caracas, Brasil, Ecuador, o cualquier otro país de América Latina, notaremos inmediatamente que la gente que allí vive tiene una cultura distinta. No es un occidental pobre atrasado, es un mestizo que lleva en su sangre y en su vida historias distintas. No me detendré en la descripción exhaustiva de la vida del barrio. Tan sólo destacaré algunos aspectos que nos ayudan a ver cómo está presente lo cristiano en la vida cotidiana de nuestra gente popular del barrio. Este es un primer aspecto que me gustaría destacar si queremos hablar de un hombre concreto con el que nos encontramos. Debo hacer la salvedad que lo que ahora digo no es así para todos los venezolanos, mencioné ya, que en nuestros países conviven distintas culturas, distintas visiones del mundo. Una pregunta legítima es el por qué me ocupo de esta gente y no del todo. Porque no se trata de una descripción exhaustiva del todo. Me parece suficiente con hacer mención y el caer en cuenta de la coexistencia de diversas culturas en un mismo territorio. Me ocupo de la religiosidad de nuestra gente popular, porque es aquella de la que menos nos ocupamos y la que es vista con recelo por la institucionalidad de la Iglesia, de allí que sea una religiosidad vivida al margen de la institucionalidad. Uno de los lugares donde se manifiesta la religiosidad del barrio es sin duda, en sus nombres. Los nombres de los barrios o son cristianos (nombre de un santo, santa o signo religioso) o reflejan una característica del lugar o del tiempo en que fueron construidos. El barrio la Quinta ubicada en la parte alta del la zona del cementerio (que deriva su nombre del gran cementerio ubicado en la parte de sur de Caracas), debe su nombre a la presencia de una antigua quinta (casa tipo chalet) de un ex-gobernante venezolano llamado Pérez Jiménez. Lo mismo podríamos decir del barrio mata de caucho. Cuando no hay nada característico que de nombre al barrio, un santo, o santa le brinda el suyo: S. Euduvigis, Cruz Verde, S. Antonio, S. Cecilia… La elección de un santo para dar nombre a un lugar no es ocasional, de algún modo su fundación es encomendada a la protección del santo, lo que hace de la aparición del barrio un acontecimiento religioso. Además del nombre, los barrios se caracterizan por la presencia de pequeños nichos construidas por sus habitantes que albergan la imagen de algún santo. La gran mayoría de los barrios carece de Iglesia, o capilla donde celebrar, sólo poseen estas pequeñas capillitas. El lugar donde está el santo, es venerado de un modo particular. Nadie se pone a rezar allí, algunos podrán encender alguna vela, pero no es lo normal, sí le colocan siempre flores al santo, algunas fotos o algunos exvotos. Un culto de prácticas de piedad como tal es casi inexistente. La veneración se manifiesta de otro modo. Un modo es su limpieza. En el barrio todo podrá estar sucio menos el lugar de la capilla. Nadie se atreve a tirar basura o dejar su basura cerca del lugar del santo. Nadie atenta contra el santo o su nicho. Si uno repara para las paredes de las casas de los barrios o en las puertas de reja que tienen, no es extraño ver huecos en la pared hechos por las balas. La capilla tiene una imagen de yeso y, sin embargo, se conserva intacta a pesar de la gran cantidad de enfrentamientos a tiros entre bandas que acontecen en la vida cotidiana del barrio. La capilla suele ser el lugar mejor cuidado del barrio. La gente tiene allí a su santo protector. Otro detalle interesante es el encuentro con los altares en las casas de la gente. Prácticamente todas las casas tienen un altar. De hecho, cuando va el cura es uno de los lugares que lo llevan a visitar. Los altares son particulares, pues en algunas casas las imágenes del culto cristiano, están acompañadas por imágenes no cristianas como Simón Bolívar, Negro Primero o María Lionza. No me parece justo calificar este hecho como una manifestación de secularismo tal como lo califica Charles Taylor en s libro sobre el tiempo secular. En efecto, el autor considera la posibilidad de ir de una religión a otra como una característica del secularismo. Aquí no se trata de una relativización del culto cristiano, pues todas las imágenes tienen su peso específico, no se trata de un cambio de creencia o de un debilitamiento religioso, estamos frente a un modo religioso sincrético que no se puede entender tan sólo como un especie de yuxtaposición de creencias. Si en un altar existen diferentes imágenes es porque tienen algo en común. Eso en común destaca una característica religiosa del individuo y por lo tanto revela un modo de vida suyo. En el barrio el nacimiento y la muerte tienen un modo de celebración particular. El rito de iniciación tiene todas las características de un ensayo bautismal, aunque acontece en la ausencia de la institución eclesial. Antes del bautismo, los venezolanos acostumbran a “echarle el agua al niño”. Se trata de una especie de prebautismo que acontece en el seno de la familia, generalmente en los barrios pobres. Este rito fue instituido en la época de la colonia por los curas de entonces en las zonas de difícil acceso adonde el cura podía ir con muy poca frecuencia. La gente bautizaba en caso de muerte. Cuando los religiosos fueron expulsados de Venezuela el rito se difundió y lo curioso es que haya permanecido al margen de la institución eclesial. En este rito se reza el credo, se eligen unos padrinos, se lee la Palabra de Dios y después se derrama agua sobre la frente del niño invocando la bendición de Dios. Luego van a la Iglesia y lo bautizan. Con los novenarios y los entierros, acontece algo semejante. Es curioso el rezo del novenario en casa del difunto. Allí se reza por su descanso eterno, y sobre todo se le despide para que pueda marchar al lugar de Dios en paz. En verdad el novenario es un rito de despedida y un gesto de amor de parte de los familiares del difunto. Durante nueve días se construye un altar con imágenes de Jesús, de María y con la foto del difunto. El último día toca desmontar, durante el novenario, el altar. Todo ese proceso está acompañado por una serie de oraciones de intercesión para que el difunto haga su partida a la casa del Padre. Es curioso que durante el novenario, se habla del difunto y con el difunto como si él estuviera presente. El último día es del adiós. Los familiares lo despiden y no lo retienen porque saben que su felicidad está ya en la presencia de Dios. La esperanza en la vida más allá de la vida es aquí muy fuerte. Este es uno de los hombres concretos con el que nos encontramos en nuestra América Latina. De este hombre tenemos que hacernos cargos de modo cordial, a este hombre es a quien debemos hablar. ¿Cómo acontece la salvación en este contexto cargado de manifestaciones religiosas, pero al mismo tiempo cargado de violencia y muerte? ¿Cuáles son las estructuras salvíficas que acontecen en este mundo? Si no me adentro en este mundo, si no comparto con ellos cordialmente sus alegrías y tristezas, difícilmente la Buena Notica el Evangelio acontece como buena noticia para mí. Seguiremos arreglando el mundo en nuestras bibliotecas, en nuestras teorías, pero habremos entendido poco de la vida. . 3. Más allá de la sistemática ¿Qué es y de que trata una antropología teológica? Esta es mi primera cuestión. Ya vimos como el estudio llamado antropología teológica ha adquirido derecho de ciudadanía al estar encuadrado en un sistema y hacer de ese sistema un manual. Quienes escriben este tipo de antropología son normalmente clérigos, o en su defecto, laicos que laboran en universidades católicas que se ajustan al sistema de la teología sistemática. Esta antropología, decíamos, puede iluminar estudios de una antropología teológica situada. Hay que salvar, sin embargo, la tentación de hacer del estudio sistemático, inspirante y por eso valioso, el modo de entender al hombre situado. Cuando decimos que la religión y más específicamente que la fe cristiana está en crisis, lo decimos partiendo del hombre de fe ideal que la antropología teológica sistemática elabora. Lo que realmente, quizá, se encuentre en crisis no es la existencia o no de la fe cristiana, sino del modo en cómo entendemos al hombre que debe vivir esa fe cristiana. De allí que yo, respetando mucho la opinión de muchos expertos, considero que existen términos que son creación nuestra, y esos términos muestran una crisis no afuera, sino al interno de nuestra casa. El término secularismo, por ejemplo, ¿refleja una crisis de la fe en la sociedad, o refleja una crisis del modo eclesial, ilustrado y magisterial de entender la fe? ¿La sistemática no nos impide a nosotros reconocer que la fe es mayor que nuestro modo de entenderla y que por lo tanto se manifiesta libremente en situaciones que nosotros como creyentes deberíamos discernir? La Iglesia tiene el derecho y el deber de discernir. Lo que no debe hacer, a mi juicio, es discernir absolutizando el criterio eclesiástico-jerárquico-magisterial y condenando o desechando, las expresiones de fe que no se acomoden a este criterio. Cuando discernimos no se puede absolutizar los criterios reflexivos. Con esto no quiero decir que debamos partir siempre de cero. Usando las palabras de los ejercicios espirituales, el discernimiento se apoya en el principio y fundamento, pero éste no se confunde con los criterios reflexivos o las conclusiones sistemáticas en los estudios que hayamos hecho. Por eso mi punto de partida no puede ser el teológico-sistemático. El sistema postula la construcción de un lugar propio que, independientemente de los locutores y de las circunstancias, aseguran el modo de la producción, debilidades y verificación de un conocimiento 4. De allí mi distancia respecto a los términos que reflejan más una crisis al interno del sistema que una crisis real. Mi problema es por dónde empezar. Si dijere que mi reflexión parte de la religiosidad popular, sería un inicio sistemático, ya que la expresión religión popular es propia de un sistema. El otro problema del que no sé como desembarazarme, es el lugar desde dónde escribo. Soy clérigo, teólogo, por lo tanto, independientemente de mi modo de vivir, alguien de la jerarquía católica e independientemente de lo que estudie y analice, alguien que está haciendo análisis y que tiene a las espaldas un conocimiento que nació del estudio sistemático. Lo peor que haría sería negar lo que soy y desde dónde soy, ya que el estudio partiría de un prejuicio perjudicial5. El desde dónde es una limitante en mis reflexiones, pero no un impedimento para reflexionar. Sin embargo, esta dificultad no es mayor que lo estudiado. Una antropología teológica situada es un estudio que valora una ocasión de la vida y reflexiona sobre ese acontecimiento. Aquí el peso cae sobre lo que se reflexiona y no sobre quién reflexiona. 4. Diferencia tópica Resulta sorprendente ir a una tienda Zara en Venezuela en los meses comprendidos entre octubre y diciembre. En Europa se vive en otoño y las tiendas de moda europea promocionan su línea de invierno. Si entramos en una tienda en Venezuela en estas fechas tendremos la oportunidad de comprar abrigos calientes, zapatos de invierno, guantes, bufandas… Estamos en un país tropical, pero aún así tenemos los mismos productos de invierno que las sociedades que sufren los rigores del frío de esta época. Lo más sorprendente es que hay gente que compra ropa allí simplemente porque es tendencia en la moda. Algo similar nos sucede con la teología. Vivimos en un país tropical y, sin embargo, estudiamos lo que nos viene del norte. Advierto que lo del norte no es malo, todo lo contrario, suelen ser productos de muy buena calidad, pero por más calidad que tenga, no puedo pretender usar un abrigo de invierno en una ciudad cuya temperatura media ronda los 30º. El problema no es entonces la calidad, sino el que sea adecuado. El topos indica lugar. El lugar no es sólo geográfico, es también el lenguaje, las ideas, la cultura, los proyectos… Europa y América son distantes no sólo geográficamente, sino también culturalmente, aunque debemos admitir que si la teología producida en Europa tiene acogida en nuestros países se debe al hecho que una parte de los habitantes de nuestros países son de cultura europea. Ya lo decía arriba, cuando llega alguien de un país nordatlántico a nuestro país, se siente en casa al mismo tiempo que en un lugar extraño. Lo malo es quedarse sólo con la reflexión sistemática venida de fuera y ser incapaces de hacerse cargo de aquello que es diferente y que la teología importada no puede hacer. Las expresiones de fe en Latinoamérica no siempre se asemejan a las expresiones de fe del viejo continente, aunque una sola es nuestra fe. 4 Cf. M. DE CERTEAU, Lìnvenzione del quotidiano, 58 Creo que todo estudio novedoso es provocado de algún modo por un prejuicio. Esto es parte de mi experiencia y del modo en como nosotros vamos conociendo. Un prejuicio posibilita la formación de nuevos juicios. Me parece difícil, por no decir imposible, situarse ante un objeto o una situación desprejuiciadamente. 5 A expresiones de fe distintas, debería corresponder una reflexión teológica también distinta. Y aquí me parece pertinente subrayar que la fe es más que la reflexión que de ella se pueda hacer, es decir, no es la teología la que marca la pauta de la fe, sino que es la fe la que motiva la reflexión teológica. El olvido de esta evidencia tiene consecuencias nefastas: se termina tutelando mediante una violencia moral la experiencia de fe. Deja de ser la experiencia de fe lo importante, y la reflexión teológica termina adueñándose de lo que pertenece a cada cristiano. La antropología teológica actual, que casualmente coincide con la antropología teológica en la que se tiene en cuenta al hombre ilstrado, producida sobre todo, en las facultades europeas tiene como eje articulador la libertad del hombre en cuanto individuo: “Il rapporto tra l’agire di Dio, la presenza del Lógos nella creazione, la storia di Cristo, il dono dello Spirito, e la libertà dell’uomo, attraverso la grazia e i sacramenti della Chiesa, pone in luce la dialettica tra creazione e redenzione, tra peccato e grazia, che ha il suo perno nella considerazione dell’uomo come libertà”6. ¿Acaso la libertad no es también un aspecto importante para el hombre latinoamericano? Decir que no, pareciera ser la negación de la teología más propia de América Latina como puede ser la teología de la liberación. La cuestión de fondo no es la libertad, que puede interesar también al individuo que vive su fe en América Latina, sino el modo de entender esa libertad. Desde la irrupción de la modernidad, la libertad tanto para el ilustrado nordatlántico como latinoamericano es cuestión de singularidad. Eso que nosotros conocemos como la superación de la metafísica, tiene mucho que ver con esto. Si se habla de esencia humana, debemos reconocer que el hombre tiene un modo predeterminado de realizarse, pero si decimos que no es la metafísica, sino la individualidad lo que cuenta, entonces tendremos que prescindir de ella y subrayar la subjetividad7. Al ilustrado le preocupa que Dios rivalice con su libertad8. De allí que cada vez prescindan más de Dios y confíen siempre más en la naturaleza humana (Charles Taylor, L’età secolare, 265). El esfuerzo de la antropología teológica, será precisamente ver cómo esa naturaleza sí tiene que ver con Dios. Esto no es precisamente lo que preocupa al latinoamericano no ilustrado y que son la mayoría. Aquí la singularidad no es precisamente un elemento que se subraye. De hecho “nos sentimos personas de corazón, tenemos la sensibilidad a flor de piel, el sentimiento nos hace experimentarnos vivos, poseemos el sentido de lo sagrado, amamos la hermosura, somos capaces de sorprendernos porque vivimos abiertos, sin matar nunca al niño que llevamos dentro. Por eso también buscamos crecer y superarnos y que nos estimen y que estén contentos con nosotros. Nos gusta estar, estar en nuestra querencia y estar con seres queridos; pero también nos gusta viajar, y sobre todo encontrarnos: para nosotros vivir es convivir, aportar generosamente y que se nos reconozca y sobre todo que se nos respete como los seres dignos que aspiramos a ser. Esta es la materia de nuestra música y de nuestra poesía, esto es lo que novela nuestra narrativa, esto es lo que da el tono a nuestra religión; de esto 6 F. G. BRAMBILLA, Antropologia teologica, 41. Cf. F. G. BRAMBILLA, 46. 8 “Orbene, la modalità non originaria, ma succesiva, di istruire el rapporto tra libertà finita e libertà infinita concepisce come problematico quello che dovrebbe invece essere dato come presupposto pacifico, cioè che la grazia non è una forza concorrenziale nei confronti della libertà, ma è forza di comunione divina suscitatrice di libertà”. Ibid., 72 7 somos conscientes y nos sentimos contentos, orgullosos y agradecidos. Aunque sabemos que ésta es también la fuente de nuestros dolores y de algunas de nuestras dificultades” (Pedro Trigo, ¿Qué es ser latinoamericano?). La libertad no es emancipación ante un rival llamado Dios. Para nuestra gente popular ser libre tiene mucho que ver con la posibilidad de la convivialidad en lo propio y de lo propio. En este contexto Dios no es ningún rival, tampoco es el amigo que nunca falla. Es noumenon, misterio, pero en cuanto garantía de vida. Es curioso que Dios no resta vida, sino que garantiza la vida. En Venezuela existen pueblos cuyos habitantes fueron antiguos esclavos emancipados. Su libertad consiste precisamente en que son emancipados. Llegar a uno de estos pueblos es hallarse con un modo distinto de concebir la vida. La religiosidad allí es parte de su cotidianidad. Hago la observación que me parece importante: la religiosidad y no la institución eclesial. En estos pueblos negros se celebra de un modo muy especial la fiesta del Corpus Christi. Nadie se queda en casa. Todos van a la procesión. Pero junto al santísimo presiden la procesión los diablos danzantes quienes durante el recorrido bailan delante del santísimo y se postran en gesto de adoración. La centralidad de la Eucaristía no puede ser mayor: ni los mismos demonios pueden dejar de adorar al salvador del mundo. Este modo de vivir la religiosidad refleja una libertad en el contexto propio de la fe, que no se confunde con la afirmación cuasi-absoluta del individuo. Se puede objetar diciendo que tal libertad no es tal ya que celebran la fe de los que le llevaron como esclavos. Si hubo algo que tuvieron los negros y los indígenas, fue la capacidad de discernir y distinguir. Para el indígena no todo lo que vino del viejo continente fue malo, de hecho hubo cosas muy buenas y una de ellas fue el Evangelio. En efecto, los pueblos aborígenes y los negros traídos de África, al ver a los algunos misioneros eran totalmente distintos a los que les sometían percibieron algo distinto: el Evangelio. Sigue siendo significativa la devoción que en los pueblos negros de Cartagena de Indias le tienen al apóstol de los esclavos: S: Pedro Claver. ¿Por qué insisto en un ensanchamiento en la estructuración de una antropología teológica? ¿Por qué una antropología teológica situada? Porque no todos los latinoamericanos son ilustrados, aunque sí fuimos todos evangelizados. Para la gente popular su experiencia religiosa cristiana ha venido acompañada de experiencias de dolor, de dominio, pero a la vez de profetismo. En este contexto se entiende que el latinoamericano se considere cristiano, porque lo cristiano lo consideró humano, le reivindicó la dignidad9, pero que la institución eclesial, siga siendo considerada como parte de quien domina. Nuestra gente acepta a Jesús, acepta a María su madre en las diversas advocaciones, pero ello no significa que formen parte de la institución eclesial que tiene una estructuración ilustrada. Se comparte la fe, pero no se comparte el modo de vivir esa fe. Aceptan el cura que comparte esa fe con ellos, pero no al cura que valora más su pertenencia a la institución eclesial. Por eso algunos de los curas son suyos, otros no les pertenecen. 5. Memoria vs Conciencia histórica. Nosotros los ilustrados –concibiéndome así confieso un pecado original que procura ser redimido, al menos en el modo de ser del contexto donde me toca ejercer mi ministerio– solemos decir que nuestro pueblo carece de conciencia histórica. Esta afirmación tiene de 9 Un ejemplo claro de ello es el grito de Montesinos o los escritos de Bartolomé de la Casas. fondo un modo de concebir el conocimiento de la historia mediante una conciencia refleja, es decir, aquel que tiene conciencia histórica es aquel que conoce fechas, datos, sucesos, nombres, consecuencias… Esto es lo que yo llamo una conciencia histórica ilustrada. Si el ámbito popular no es ilustrado, es normal que no posea este tipo de conciencia histórica. Sin embargo, sí existe una memoria histórica. Distingo aquí conciencia histórica, concepto ilustrado, de memoria histórica que es algo distinto. La memoria no la concibo como un dato de razón, sino como la huella profunda dejada en la existencia de una comunidad y no sólo de un individuo. La memoria es entonces un dato antropológico comunitario, que pertenece al grupo. Difícilmente algún negro, mestizo, zambo o mulato narrará con detalles científicos el sufrimiento de sus antepasados. No tienen ni las herramientas, ni el conocimiento necesario, sin embargo, cualquiera de ellos conoce su experiencia de sufrimiento, ya que “las épocas viejas nunca desapareen completamente y todas las heridas, aun las más antiguas, manan sangre todavía:” (Octavio Paz, Laberinto de la soledad, 2). Esto explica, por ejemplo el que se siga notando la necesidad de una nueva evangelización y no se reconozca el Evangelio vivo presente en nuestras comunidades. Cuando la evangelización pasa por el reconocimiento de la institución eclesial, está destinada a no tener muchos éxitos. La explicación es sencilla: la memoria histórica. La institución eclesial era un organismo de la conquista. Hasta que la institución eclesial no se vuelva mulata, mestiza y negra, difícilmente será vista como algo del pueblo. Es decir, hasta que no se reconozca la religiosidad de la gente, hasta que se deje de tildarse su modo de concebir el misterio como superstición, difícilmente será posible un intellectus cordis de la fe. Contrariamente a lo que es para el ilustrado, en América Latina, la religión ha sido un modo de resistencia y de libertad. “La religiosidad popular latinoamericana aparece en este contexto como el ‘terreno no conquistado por el vencedor’, es decir, por el secularismo” (164). Ella trasciende la estructura institucional. “Mientras el secularismo tiende a disolver la cultura en la racionalidad formal de las estructuras, la segunda es una afirmación permanente de la primacía del ethos sobre cualquier tipo de racionalidad estructural” (164). “El secularismo es identificado como una tendencia universalizante que intenta sustituir los ethos culturales particulares” (Pedro Morande, Cultura y modernización en América Latina, 164). Nuestro problema no es racial, como en África, aquí hubo un proceso de mestizaje y no de diferenciación racial. Se trata de un fenómeno no marginal, tanto que la cultura en América Latina, difícilmente podrá entenderse sin hacer mención a él. Así pues, los pueblos latinoamericanos tienen una memoria histórica. Sin embargo, el latinoamericano desconfía de ciertos modelos históricos. El modo de lectura del latinoamericano de su historia es de afinidad o desinterés por una determinada propuesta. Quizá muchos ilustrados miran estupefactos los fenómenos políticos de América Latina. Pareciera una especie de retroceso en el tiempo a modelos rancios y que dejaron mal sabor en el viejo continente. En el fondo lo que aflora es la memoria histórica de resistencia. En efecto, sigue habiendo una gran desconfianza a todo proceso globalizante de occidentalización. Esa desconfianza manifiesta toma el rostro de resistencia y no de intelectualización de un proceso. Esta memoria histórica, convive con el modo de conciencia histórica de las sociedades modernas occidentales, pero no se reduce a ésta. La antropología entonces no puede tener como punto de partida una idea de hombre presistemtizada, que tiene de fondo además una idea de Iglesia y una idea de Cristología. Es cierto que GS 22 nos dice que el misterio del hombre se clarifica en el misterio de Cristo. La cuestión es de qué modo interpreto yo esta frase. En este sentido yo quisiera dirigir la atención al modo cómo Jesús trató con el hombre de su tiempo. Jesús se la pasaba haciendo el bien. Este modo de actuar de Jesús respetaba al hombre con el que se encontraba, sin exigirle a cambio nada a cambio y dejándolo libre para que fuera libre. Jesús resucitó al hijo de la viuda de la ciudad de Naím. Lo hizo por pura compasión, no le pidió nada a cambio (Cf. Lc 7,11-17). Jesús perdona los pecados de la pecadora pública (Lc 7-36-50). Tampoco pide nada a cambio, le basta que le hayan reconocido y a ellos le basta que Jesús les haya reconocido. Quienes se acercan a Jesús buscan simplemente ser reconocidos por Jesús. Esto parece bastar. De parte de Jesús no hay, con la gente con quien ejerce misericordia, ninguna exigencia ulterior. Tampoco de parte de Jesús hay juicios. Su modo de actuar rezuma bondad, muestra lo que él es. La lógica de Jesús no está en buscar seguidores, sino en ir caminando, visitando pueblos y anunciando la Palabra de Dios y por esto mismo la gente se le acerca. El hombre para Jesús es alguien a quien hay que amar. Es bonito ve cómo él se acerca al pecador. Y más bonito aún es ver la alegría que siente cuando los pecadores se le acercan. Acercarse a Jesús es ya un acontecimiento de conversión. Escuchar su palabra, sentarse a sus pies, es un gesto de conversión. En este sentido me llama la atención de las parábolas de la misericordia de Lucas, la alegría que hay en el cielo por un solo pecador que se convierte. ¿Quién es el que se alegra? El mismo Jesús. Quienes no se alegran, los fariseos y los escribas, que le critican porque acoge pecadores y come con ellos, no entienden a Jesús (Cf. Lc 15, 1-3)1. Fariseos y escribas se le acercan para espiarlo (Cf Mc 3, 2; Lc 6,7; 14, 1). Aquí tenemos una actitud de Jesús con los hombres de su tiempo. Su modo de mirar y su cercanía con los pecadores, le permitieron conocer al hombre de un modo distinto al que lo hacemos nosotros. No es un acaso el que Jesús advierta que nuestro mirar se fija más en la paja del ojo de quien tenemos enfrente porque teneos una viga atravesado en el nuestro (Cf. Lc 6, 39ss). Si nuestro ojo está herido con la viga es normal que nos fijemos también en la paja del ojo del otro. Normalmente vemos en los demás aquello que más nos está afectando también. De lo hasta ahora dicho, no se puede desprender una doctrina antropológica concreta, sin embargo si se puede esbozar una actitud de acercamiento al hombre. De algún modo Jesús nos dice a quién debemos acercarnos y cómo debemos hacerlo. Y esto es de una belleza extraordinaria. Retomo aquí la frase de la GS 22: el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado, pero este misterio del Verbo encarnado sólo se manifiesta cuando nos acercamos al hombre que él mismo se acercó y allí lo descbrimos. Ese Verbo encarnado no es entonces una teoría es aquel que dijimos arriba se acercó al hombre concreto sobre todo a las muchedumbres. GS 22 presenta entonces una circularidad hermenéutica, solo entiendo al hombre desde el Verbo encarnado, pero sólo entiendo al Verbo encarnado cuando lo hallo en medio de las existencias pobres concretas con las que él mismo se las pasó durante su vida. La cuestión entonces no está en teorías acerca de lo humano, sino a un modo de acercarnos a lo humano concreto. He allí el motivo del por qué hablo de una antropología situada. Jesús interactuó con el hombre concreto de su tiempo y no con una teoría de hombre que aprendió con los maestros espirituales de la época. Desde aquí es posible una Anthropologia Cordis: Jesús se acerca con un corazón misericordioso al hombre concreto y mira, toca y transforma hasta lo más íntimo del hombre que se le acerca. Desde su corazón Jesús se acerca al corazón del hombre. Así pues antes de cualquier sistemática o contemporáneamente a una propuesta antropológica debe acontecer un contacto con el hombre concreto. (tener presente Lc 6, 39; 9, 49). 6. Mestizaje y heredad del barroco La propuesta que aquí hago está basada en los estudios que Bolívar Echeverría ha hecho para entender nuestra realidad latinoamericana. La propuesta me ha parecido bastante interesante ya que explica nuestra realidad sin violentarla. ¿De qué hablamos cuando decimos barroco? Bolívar toma la afirmación que aparece en los paralipomena de la teoría estética de T. W. Adorno quien al caracterizar lo baroco dice lo siguiente: “…no está dicho todo con decir que lo barroco es decorativo. Lo barroco es decorazione assoluta; es como si ésta se hubiese emancipado de su finalidad y hubiese desarrollado su propia ley formal. Ya no decora algo, sino que es decoración y nada más…” (B. Echevarría, “El ethos barroco y los indios”, Sophia 2, (2008) Quito, 6, tomado de). Bolívar da un paso más respecto a la definición de adorno y apoyándose en ella afirma lo barroco como messinscena assoluta, se trata entonces de una teatralidad absoluta, que se ha emnacipado de todo servicio de finalidad teatral para crear un mundo autónomo. “ya no pone es escena algo, sino que es escenificación y nada más” (7). El mundo real es ahora el mundo imaginario. En la América española, se desarrolló lo barroco no sólo como copia creativa del arte europeo , sino como construcción de un ethos social propio de las clases bajas y marginales de las ciudades mestizas del S. XVII y XVIII. Este proceso aconteció a finales del S. XVI cuando el interés de Europa por América había disminuido y todo amenazaba a tornarse un caos de la civilización. La vida de los criollos se vio amenazada ante el abandono de la corona española. Quienes emprendieron el rescate civilizatorio fueron los pobladores indígenas, los sometidos y vencidos. Esta empresa se apoyó en el mestizaje cultural. Ni recontruyó los mundos antiguos indígenas, ni tampoco reconstruyo la civilización europea, sino que recreo lo que la civilización europea. El código civilizatorio indígena había sido devorado por el código civilizatorio de la conquista. Para ellos el modo de vida de sus ancestros se había desdibujado, ellos habían aprendido una nueva forma de estar. Ellos fueron artífices de templos, conventos, mansiones, contruidas de acuerdo al código civilizatorio español. La reconstrucción civilizatoria resultó ser completamente diferente del modelo que pretendía reconstruir. Los indios montaron una muy peculiar representación de lo europeo, de tal modo que la representación de lo europeo dejó de ser tal para tornarse en algo original, de la que ellos mismos fueron artífices y de la que ya no podían desligarse. Se trataba entonces de una teatralización absoluta. Este modo civilizatorio sigue la particular estrategia barroca, del ethos barroco del S. XV de España e Italia. Hay una comprensión de la modernidad, que impone el sacrificio del valor de uso a favor del valor de cambio, pero no una reducción a ella: prevalece la representación de la nueva civilización. Los mestizos americanos han aceptado el sacrificio de su forma civilizatoria, pero reivindicando lo mejor de ella en una nueva civilización. El ethos barroco debe su nombre al arte barroco. Este arte combinaba y mezclaba elementos que trasgredían las reglas estéticas. Se puede entender que los indígenas no sólo lo aprendieran, sino que lo aceptaran, al dar la posibilidad de incluir elementos estéticos indígenas. Esta combinación no genera una especie de síntesis o entendimiento, simplemente se dejan vivir mutuamente. Esto que para Habermas constituye una falta de capacidad de comunicación, es para Echeverria un intento de comunicarse aún en la imposibilidad estructural de hacerlo, jugando con el doble sentido10. El mestizaje lo entiende Echeverria al interno de este ethos cultural. El mestizaje no exige un reconocimiento del otro en el sentido de la filosofía ilustrada, es decir, reconozco al otro en cuanto se me hace comprensible, en cuanto que utiliza un mismo lenguaje y es igual a mí, sino que se trata de un vivir juntos a pesar de la imposibilidad de hacerlo según las teorías de formación social11. Enrique Dussel se pregunta si la virgen de Guadalupe no es acaso una de las primeras expresiones de este ethos barroco. Es significativo que el Nican Mopohua, redactado en el S. XVI por estudiantes nahuas del colegio de Tlatelolco en México-Techonochtitlan, incluya sin exclusiones ni reduccionismos incluya la religiosidad aborigen y la religiosidad de los conquistadores. Es también significativo que la imagen de la Guadalupe siga ejerciendo una especie de fascinación no sólo entre el pueblo mexicano o latinoamericano, sino en el pueblo nordatlántico. De alguna manera allí se reconocen todos sin exclusiones de ningún tipo. Podríamos decir que la imagen es de algún modo un ícono barroco de este ethos barroco. 7. El mestizaje como rostro de la gracia Toda temática teológica importante tiene su fuente en la cristología. Dentro de la cristología, sin duda un tema de suma importancia es el de la encarnación. Desde la encarnación entendemos el tratado de la gracia. Sobre todo después de la impronta rahneriana y del postconcilio Vaticano II, en el tratado se subraya sobre todo el aspecto de la gracia increada. El tratado se ha declinado como inhabitación del Espíritu, como divinización en la teología griega y en los últimos años como humanización en el cristianismo latino. Este tratado, corre el riesgo de quedar en una bella doctrina, que habla de la bondad de un Dios que se dona así mismo en el Hijo y que es capaz de entregarse hasta la muerte, pero sin una correspondencia en la vida concreta del hombre de hoy. ¿Qué significa el hecho de que Dios sale de sí en el Hijo y se dona a nosotros y que nosotros nos asimilamos al Hijo por el Espíritu Santo? ¿De qué modo se verifica eso hoy en la realidad? ¿Basta con ser buenos creyentes de misa dominical y con obras de caridad? Este es precisamente el discernimiento que nos toca hacer en la actualidad y en el contexto que nos toca vivir. La gracia en América Latina tiene su correspondiente histórico en el mestizaje. Es aquí donde es posible verificar una fraternidad real, no sólo nominal, que a veces llega a ser piadosa que crea vínculos de dependencia. Esto último sería el modo en el que se declina el pecado bajo la apariencia de la gracia. El mestizaje no es una especie de café con leche, se trata de una nueva realidad cultural polifónica que alberga las distintas tonalidades culturales. Es decir, en el mestizaje cultural el blanco, no deja de serlo, pero se reconoce delante del negro, del aborigen, del criollo, del mulato. Cada uno es lo que es en la relacionalidad y el reconocimiento 10 El doble sentido tan común en América Latina es un modo de que la comunicación no clara y distinta se refuncionalice y se haga un modo de comunicación. 11 Cf. Stefan Gandler , “Mestizaje cultural y ethos barroco. Una reflexión intercultural a partir de Bolivar Echeverría” SGF 54 (2006), 53-71 (ver en especial 57-58) de lo diferente. Albergar lo diferente de sí mismo, siendo que lo diferente no es ya un en sí absoluto, sino una relación que acontece como reconocimiento. El respeto de lo diferente es precisamente la afirmación de lo propio. El colonialismo es todo lo contrario a esto, ya que es sometimiento de lo diferente. En el colonialismo no es posible la fraternidad, porque no existen relaciones horizontales. Este proceso de gracia verificable en lo real, es el modo de declinación en América Latina del pasaje paulino que afirma ya no hay esclavos, ni libres, ni judíos ni griegos, sino que todos son hijos de Dios. Si es un proceso de gracia concreto es, entonces, un acontecimiento del Espíritu. Varios elementos son los que nos ayudan a discernir este proceso como acontecimiento del Espíritu. El mestizaje no es un acontecimiento planificado en vista de un proyecto político. Extrañamente el origen del mestizaje cultural proviene de los indígenas, quienes son los primeros que se reconocen en lo distinto de sí, el conquistador español, sin reducirse a ellos. Los criollos para no sucumbir al abandono de la corona se reconocen en la reconstrucción emprendida por los indígenas, reconociéndose a sí mismo en este proceso, pero reconociendo lo diferente de sí que es el trabajo de los aborígenes. Quien le devuelve su identidad al blanco es precisamente el indígena. El sometido rehabilita a quien le sometió. Extrañamente donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia. El acontecimiento de la gracia, no se queda sólo en la doctrina, es acontecimiento vivo. Hay gratuidad, pero al mismo tiempo se valora el esfuerzo indígena, el reconocimiento criollo, el esfuerzo que supone albergar lo distinto de sí. Esta historia de gracia es posible reconocerla en nuestras tierras. La religiosidad popular es un buen ejemplo del mestizaje, ya que “no es el resultado de una definición institucional, sino la expresión espontánea del ethos cultural”12. La religiosidad popular tiene el sustrato católico de los españoles, pero tiene el modo devocional y de fiesta propio de los pueblos dominados. Si esta religiosidad es vista desde el mundo moderno, empresarial, eficiente, tecnocrático y postiluminista, es claro que será visto como una expresión de primitivismo o atraso cultural. Las voces que no son parte de este ethos llamado barroco, aquellas voces que desconocen este ethos, son tenidas como colonizadoras. 8. El pecado negación del mestizaje El mestizaje no siempre está presente. Existen también las situaciones de pecado. Se trata de la negación de la fraternidad o lo que es lo mismo, la negación de una paternidad compartida. En el mundo religioso es frecuente la distinción entre una auténtica expresión de fe, con lo que se llamaría superstición. La primera es aquella que es aprobada por la institución eclesial. Aquellos que se hallan arropados bajo esta institucionalidad consideran que su modo de reconocimiento del Padre del Cielo es el adecuado y se distinguen de aquellos que mezclan al Padre con sus creencias y ritos religiosos supersticiosos. Una actitud así imposibilita la fraternidad, porque se apropia de la paternidad. La relación que se establece se da entre auténticos cristianos y supersticiosos. La misión tiene por fin la institucionalización eclesial de aquellos que están equivocados. La caridad se entiende en este contexto como asistencia que crea dependencia: yo cristiano bueno ayudo al pobre de raza inferior de religión inferior y así me siento bien. Este modo de hacer las cosas crea dependencia en el asistido, y reafirma la superioridad de quien asiste. Esto alimenta la idea de que quien tiene razón es aquel que vive 12 Pedro Morande, 164. de acuerdo a la institución. Este pecado no tiene para nada apariencia de pecado. Todo lo contrario. El pecado no está en la asistencia, sino en la negación de la fraternidad por apropiarse del Padre. Este modo es incapaz de albergar lo distinto de sí. La evangelización termina siendo una empresa de conquista y no una buena noticia que consiste en que me he encontrado con mi hermano. El proyecto mestizo se hace verdad cuando se opta por aquel que fue colonizado y no por el colonizador. En este sentido es significativa la imagen “optar por la madre” que Pedro Trigo nos transmite para explicar el sentido auténtico del mestizaje “Porque en América Latina, a nivel de paradigmas culturales, todos tenemos un Padre Blanco y una Madre Indígena y Negra, independientemente de quiénes sean nuestros progenitores biológicos: esto vale incluso para muchos hijos de emigrantes o para muchos indígenas o negros. No es éste el lugar para explanar este símbolo. Baste para lo que pretendemos añadir que según nuestra hipótesis sólo son posibles dos elecciones y que además es ineludible hacerlas: podemos optar por la Madre o por el Padre. Pues bien, si optamos por el Padre, optamos por lo peor del Padre y por lo peor de la Madre; y si optamos por la Madre optamos por lo mejor del Padre y lo mejor de la madre. Este último es el proyecto mestizo, que para salvar a la Madre se ve obligado a redimir al Padre de su condición de explotador y violador, potenciando sus mejores cualidades de valentía, fortaleza e inteligencia; y a la vez a estimular la dignidad, la conciencia de sujeto, la capacidad de resistencia, la ternura y generosidad de la Madre, liberándola de su resignación y connivencia”. Si en el ámbito religioso se hace claro el pecado, en el ámbito socio-político es todavía más evidente. La marginación de grandes sectores en nuestra sociedad sin posibilidad de educación, asistencia médica, reconocimiento salarial, sigue siendo una expresión del colonialismo todavía reinante y de la no aceptación de un ethos que posibilite la acogida de lo diferente. El pecado social es aquí muy evidente.