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Transcript
Capítulo 2010:
DIÁLOGO ECUMÉNICO E INTERRELIGIOSO
1. Introducción
Desde el comienzo deseo manifestar que no soy un experto en
el tema y, por tanto, pido disculpas anticipadamente por mi
atrevimiento. No obstante, creo necesario recordar que este
texto no tiene ni pretende tener un valor en sí mismo, sino que
solamente intenta servir como punto de partida para la reflexión
y el diálogo.
Antes de entrar en materia, también me gustaría expresar mi
agradecimiento a nuestra guardiana internacional, Sheana
Barby, y al Consejo Internacional de los CDSF, por confiar en mí,
sustituyendo al compañero y amigo Göran Werin para redactar
este texto sobre el ecumenismo.
Los Compañeros de San Francisco nos definimos como
“movimiento cristiano de carácter ecuménico y de origen católico
(denominado de forma distinta en cada país) formado por
movimientos nacionales independientes. El movimiento está
inspirado en las vidas de Jesucristo y san Francisco de Asís y
fomenta un estilo de vida austero –sus miembros se preocupan
por temas como la justicia, la paz y la conservación de la
naturaleza.”1. Sin embargo, esta definición no está tan
claramente asumida por todas las personas que formamos parte
del movimiento de los Compañeros de san Francisco.
Como podemos constatar en el capítulo 7 del libro de Van der
Putten, titulado ‘¿Quiénes somos? ¿qué queremos?’, se trata de
un tema polémico que viene de lejos, a pesar de ser “una
cuestión ampliamente debatida”2. En este capítulo del libro se
1 Punto 2 del Borrador de Constitución del Guardianato Internacional
“Compagnons de St. François”, en debate desde octubre de 2009.
2 Jan van der Putten (1991). Les Compagnons de Saint-François, Bruselas:
L'Apell de la Route, Edición en francés, página 119.
cita un artículo de Jean-Pierre Legrand, donde se exponen los
siguientes puntos sobre la naturaleza del movimiento:

Un movimiento cristiano de origen católico (definición desde el
punto de vista ecuménico).
 Movimiento ecuménico internacional de búsqueda del
Evangelio y de peregrinación.
 Los Compañeros, es un Movimiento de hermanos y hermanas
de todos los países, de todas las Iglesias, en marcha hacia la
fraternidad universal en la unidad de las Iglesias y de los
hombres.
 Somos ’menore’; el Movimiento cristiano, de origen católico del
que no conviene renegar, está abierto a toda confesión
monoteísta, en la obediencia de los estatutos de cada Iglesia,
en un espíritu de fraternidad franciscana.
 Es un Movimiento de personas que se toman en serio la
vocación del hombre, tal cual se expresa en la naturaleza de la
creación o del Evangelio.
 El Movimiento será llamado ‘The pilgrims of Saint Francis’ y
será la rama británica del Movimiento internacional y
ecuménica de los Compañeros de San Francisco.
 El Movimiento es, en principio, de san Francisco, y está abierto
a todos los pobres.
Jean-Pierre Legrand puntualiza al final de su informe: “… sin duda
la situación del Movimiento es actualmente un poco confusa”.3
El ecumenismo ha sido también un tema tratado en el Capítulo
de 2007 ¿Quiénes somos? ¿qué queremos?, al cual nos
referiremos a continuación en el punto 2 de este texto. Todos
estos hechos muestran por tanto la necesidad de seguir
debatiendo el tema, al tiempo que justifican la oportunidad y la
3 Misma obra citada, página 120.
1
En general, CDSF es, por sus orígenes, un movimiento católico y,
a la vez, también es, a su manera, un movimiento ecuménico.
Vemos el ecumenismo como algo que nos enriquece en cuanto a
las formas, los contenidos y el modo de vivir la fe; lo vemos como
una ampliación valiosa. Consideramos que la fe debe unir a las
personas y no separarlas.
Normalmente, la vivencia del ecumenismo en CDSF se limita a las
actividades internacionales, pero también hay experiencias de
participación en encuentros ecuménicos esporádicos a nivel
nacional.
Para los compañeros de Gran Bretaña el aspecto ecuménico sí
que es muy interesante, y dan importancia a que también se viva
fuera del cristianismo. El ecumenismo ha influido mucho en el
movimiento británico de los CDSF.
Los suecos se hacen muchas preguntas sobre el ecumenismo,
entre ellas “¿qué pasa con los musulmanes?”. Además, comentan
que también participan en CDSF “muchos humanistas”, dicen que
es importante “respetar la fe de los demás” y piensan que, aún con
todo esto, CDSF sigue siendo un movimiento cristiano.
pertinencia de este tema de capítulo sobre el diálogo ecuménico.
2. Ecumenismo y CDSF. Referencias al tema de 2007
Al igual que en el punto anterior, en que citábamos las referencias
al ecumenismo que aparecen en el libro de Jean van der Putten,
en el presente apartado recogemos los textos del Capítulo 2007
que tratan este tema para que puedan servir como punto de
partida para la reflexión.
En el punto 5 del apartado A, ‘¿Quiénes somos?’, se constata que
la participación en CDSF de cristianos de todas las Iglesias
cristianas sigue siendo mayoritariamente católica.
En lo referente a la evolución de las Iglesias y su influencia en la
vida de CDSF (punto 9 de apartado A) se dice lo siguiente:
El Concilio Vaticano II ha supuesto un hito importante en la
evolución de las Iglesias, y sus consecuencias saltan a la vista: la
apertura hacia otras Iglesias y religiones (no todos lo llaman
ecumenismo) y hacia la sociedad. Esto ha influido en que los
CDSF también se hayan abierto más a la sociedad.
Además, se señala que la apertura y la libertad que surgieron en la
Iglesia con el Concilio está retrocediendo últimamente. Como
consecuencia de esto, la distancia que los compañeros más
jóvenes sienten hacia la Iglesia y sus tradiciones, y hacia los
principios cristianos católicos de CDSF, se está haciendo cada vez
mayor.
En cuanto a la relación de CDSF con las Iglesias cristianas y otros
movimientos eclesiales, por lo general, los miembros de CDSF de
todos los países participan individualmente en parroquias y son
miembros o tienen relación, más o menos puntual o permanente,
con la familia franciscana, con Pax Christi, con comunidades
cristianas de base, con organizaciones de solidaridad, etc.
Concretamente en cuanto al ecumenismo en CDSF se dice lo
siguiente:
En el apartado B en los puntos 4 y 5 se hacen propuestas más o
menos concretas referentes al ecumenismo y que son las
siguientes:



Conocer mejor las propias raíces para entender mejor al otro.
Ser abiertos hacia fuera. Los británicos tienen una
experiencia positiva de su apertura a otras religiones y
confesiones religiosas. (punto 4)
Buscar el diálogo con personas de otra religión para
enriquecer la propia fe. El futuro está en abrirse a otras
religiones. (punto 4)
Tratar de que las diferencias entre las confesiones
(cristianas) y religiones no aumenten. Creer en Dios es más
importante que la fidelidad incondicional a una Iglesia, y la fe
debe unir a las personas y no dividirlas. No juzgar. “Seas
quien seas, Dios te llama”. (punto 4)
2




Creemos que CDSF debe convertirse en un movimiento
totalmente ecuménico, basado en el respeto, donde
prevalezcan los valores éticos sobre los religiosos. (CDSF
España). (punto 4)
No debemos olvidar que el movimiento ha surgido de la
voluntad de suscitar el acercamiento entre personas
diferentes e incluso enemigas. (Punto 5)
Dada nuestra excepcional combinación de espiritualidad y
apertura a los demás ha llegado el momento de acercarnos
más a otras religiones y a las corrientes divergentes dentro
de la Iglesia, sin olvidar lo esencial, es decir, nuestros
principios franciscanos. Los franciscanos podrían ayudarnos
en esto ya que están abiertos al diálogo interreligioso, y para
hacerlo, algún franciscano tendría que estar vinculado al
movimiento de Compañeros. (Punto 5)
Apostar por el diálogo, poniendo en práctica una forma de
comunicación ‘no-violenta’. (Punto 5)
3. ¿Qué es el ecumenismo?
Para centrar la reflexión y el debate de forma que pueda
aportarnos nuevas luces, estimo conveniente dar un repaso a lo
que es y supone el diálogo ecuménico.
Etimológicamente, la palabra “ecumenismo” viene del griego
oikoumene, que significa ‘universal’. La palabra oikoumene se
comenzó a emplear por las primeras comunidades cristianas
para designar todos los países hasta donde llegó la predicación
del evangelio y donde habían surgido comunidades cristianas.
Más tarde se empleó para designar a la Iglesia en singular: la
“Oikoumene cristiana”, a la que pertenecían los cristianos
formando la única familia cuyos miembros eran, a la vez,
ciudadanos de todas las naciones.
También se aplicó el término a los credos ecuménicos que
contenían la fe común, y a los Padres ecuménicos que serían
los santos doctores, cuyos escritos y doctrinas fueron acogidos
por todas las comunidades cristianas, tanto de Oriente y
Occidente. Los Concilios Ecuménicos eran las asambleas de los
obispos de todo el mundo cristiano que se reunían para deliberar
sobre cuestiones dogmáticas, morales o de interés común para
toda la Iglesia. Eran los tiempos de la Iglesia unida, en que
Oriente y Occidente, mantenían la comunión a pesar de sus
culturas y tradiciones tan diferentes.
Pero aquella comunión se rompió y llegaron las divisiones de las
Iglesias. Primero entre Oriente y Occidente, en los siglos IX y X,
y más tarde, en el siglo XVI, la Iglesia de Occidente se rompió
también, comenzando una triste etapa histórica, la del
cristianismo dividido, la de las guerras de religión, la de las
mutuas excomuniones, la de la intolerancia... Una lista
interminable de errores con un resultado nefasto: ¿cómo
evangelizar estando divididos? ¿cómo poder hablar de
comunión con Dios a través de Jesucristo permaneciendo
enfrentados y excomulgados?
Pero, a pesar de todo, llegaron ráfagas de aire fresco y
renovado. Hay una cita del Hermano Roger de Taizé que lo
expresa muy bien:
A mediados del siglo XX apareció un hombre llamado Juan XXIII.
Tuvo una intuición poco común acerca de la reconciliación de los
cristianos. La expresó por mediación de esta certeza: “no habrá
proceso histórico, no buscaremos saber quién se equivocó ni quién
tuvo razón, diremos solamente: ¡Reconciliémonos!”.
Es muy difícil definir el ecumenismo, porque es, sobre todo, un
movimiento, y los movimientos son difíciles de definir. No
obstante hay maneras de describirlo, aquí exponemos dos
descripciones, a mi entender, muy acertadas.
La primera es de Yves Congar4: “El ecumenismo comienza
4 Yves Congar (1904-1995) está considerado uno de los grandes teólogos
3
cuando se admite que los otros –y no solamente los individuos,
sino los grupos eclesiásticos como tales– tienen también razón,
aunque afirmen cosas distintas que nosotros: que poseen
también verdad, santidad, dones de Dios, aunque no
pertenezcan a nuestra cristiandad. Hay ecumenismo [...] cuando
se admite que otro es cristiano no a pesar de su confesión, sino
en ella y por ella”.
La segunda pertenece al decreto de ecumenismo del Concilio
Vaticano II5, que “por movimiento ecuménico se entiende el
conjunto de actividades y de empresas que, conforme a las
distintas necesidades de la Iglesia y a las circunstancias de los
tiempos, se suscitan y se ordenan a favorecer la unidad de los
cristianos” (UR, 4).
4. De la intolerancia al diálogo entre las Iglesias cristianas
Solamente en un contexto de superación de la intolerancia
religiosa y de apuesta firme por el diálogo, es posible encontrar
una base para el entendimiento entre las Iglesias. El diálogo es
parte esencial del ecumenismo.
Es necesario insistir que el diálogo es la mejor expresión de las
relaciones humanas. Sin diálogo no hay humanización ni
socialización. A través del diálogo los individuos nos vamos
convirtiendo en personas, descubriéndonos a nosotros mismos,
descubriendo a los otros, para finalmente descubrir la vida misma.
En juego están, pues, el yo y el tú. En el monólogo, sólo participa
el yo, en el diálogo participan: el yo y el tú. Y así ambos se
enriquecen.
del siglo XX. Dominico, profesor de teología, historiador de la Iglesia,
perito en el concilio Vaticano II, impulsor del ecumenismo, vivió
comprometidamente su vocación intelectual, siendo un referente para la
mayoría de los teólogos del postconcilio.
5 Concilio Vaticano II, Decreto Unitatis redintegratio sobre el ecumenismo,
nº 14 (en adelante UR).
Cabe, pues, aplicar este esquema al mundo de las Iglesias.
Mientras las Iglesias divididas entre sí se mantuvieron en el
monólogo o se conformaron con vivir de espaldas unas a otras,
en realidad vivían empobrecidas, encerradas en sí mismas, sin
posibilidad de entrar en contacto con todo aquello que de positivo
pudieran ofrecer las otras Iglesias. Por el contrario, cuando las
Iglesias empezaron a abrirse unas a otras, a acercarse, a iniciar
tímidos diálogos comenzaron a ver riquezas insospechadas,
patrimonios comunes y verdades compartidas. Y en el diálogo
ecuménico descubrieron no solamente a las otras Iglesias sino
que se descubrieron a sí mismas. Descubrieron, entre otras
cosas, la dificultad de expresar y decir a los demás quiénes son
exactamente. Tuvieron que realizar el esfuerzo de reconocerse a
sí mismas, de descubrir cada vez más su propia identidad, sus
propias debilidades y miserias, su necesidad de reformarse
continuamente para cumplir el deseo de unidad de Cristo.
En este descubrimiento de sí mismas, las Iglesias aprendieron a
no poder prescindir de la hermandad eclesial. Sentirse Iglesias
hermanas, es, seguramente, la mejor aportación que ha
promovido el movimiento ecuménico. Pero dialogar requiere un
largo aprendizaje. El diálogo tiene su dinámica y condiciones de
las que no puede prescindir. Hay que partir de una convicción
básica: el diálogo no puede ser impuesto por la fuerza. Sólo una
cosa es permanente y necesaria: la voluntad real de dialogar.
Cuando la voluntad de dialogar existe, se abren caminos.
Las Iglesias que entran en diálogo ecuménico en realidad se
ponen en actitud de escucha. Tomar esta actitud significa tomar
en serio a la otra Iglesia. Esta es la prueba de fuego del diálogo
verdaderamente ecuménico.
Sin la humildad que se pide a todo lo cristiano y que se pide, por
supuesto, a las Iglesias, no es posible entrar en actitud de
verdadero diálogo. Porque las condiciones que requiere el diálogo
implican una ineludible carga de humildad que todas deben estar
dispuestas a conceder: 1) Saberse colocar en plano de igualdad,
4
2) Tener la convicción de que los otros tienen un mundo espiritual
que puede enriquecernos, 3) Saber que la comunión sólo cabe en
la diversidad. A continuación analizamos cada una de ellas.
1) Saberse colocar en plano de igualdad. La pretensión de
superioridad por parte de alguna Iglesia sobre las demás podría
invalidar desde la base todo intento ecuménico. Por eso las
Iglesias deben dialogar fraternalmente, sin credenciales
prepotentes por su mayor número, mayor prestigio o mayores
títulos. Todas las Iglesias saben que sólo en Cristo está la piedra
fundamental.
2) Tener la convicción de que los otros poseen un mundo
espiritual que puede enriquecernos. Se haría imposible un diálogo
ecuménico partiendo de la convicción de que las otras Iglesias
encarnan la negación de la verdad y de que solo la propia posee
toda la verdad. El diálogo da por supuesto que la otra Iglesia
puede completar y enriquecer nuestra propia tradición,
concediendo que su misma existencia es ya una riqueza. El
problema surge cuando su existencia es contemplada como rival,
como opositora. Otros mundos cristianos son también portadores
de salvación. Decir que otros son portadores de salvación es
reconocer que ninguna de las fronteras confesionales de una u
otra Iglesia coinciden perfecta y adecuadamente con las fronteras
de la Iglesia de Cristo. De ahí surge el intento de escucha.
Escuchar en profundidad supone admitir que la otra Iglesia puede
enriquecer la propia. La escucha entonces aparece no como
silencio estéril, sino como espacio reflexivo en el que se halla la
diversidad complementaria de la Oikoumene.
3) Saber que la comunión solamente cabe en la diversidad. La
diversidad es considerada más como presupuesto y condición de
la unidad querida por Cristo que como obstáculo para alcanzarla.
Los modernos estudios sobre el Nuevo Testamento, por ejemplo,
nos indican como dato incontrovertible la diversidad eclesiológica
en los escritos bíblicos y que cualquier intento de
homogeneización de las Iglesias de los primeros tiempos,
suprimiendo sus diversidades, hubiese estado condenado al
fracaso. Por tanto, no cabe, como hace años, el recelo ante las
diversidades. También el Vaticano II ha admitido su legitimidad. La
diversidad es ley escrita en lo más profundo de la Oikoumene y
su misma existencia no obstaculiza el diálogo ecuménico sino que
lo anima y estimula. Cuando las diversidades se radicalizan, es
decir, se fanatizan, pueden surgir, y de hecho surgieron muchas
veces en la historia cristiana, las luchas, las condenaciones y las
divisiones.
5. Eucaristía y ecumenismo
Para hablar de la eucaristía en el contexto del diálogo ecuménico
hemos de hablar de dos cuestiones: de la ‘intercomunión’ y de la
‘hospitalidad ecucarística’.
El concepto de ‘intercomunión’ surgió en el contexto del
cristianismo dividido, es decir, después de haberse perdido la
comunión plena entre las diversas Iglesias cristianas. Se refiere a
una cierta participación en las realidades espirituales –
especialmente en la eucaristía– de los miembros de Iglesias
divididas entre sí.
En el contexto del diálogo ecuménico cuando hablamos de
intercomunión nos referimos a compartir la eucaristía varios
cristianos que no comparten la misma fe ni la misma vida eclesial.
Las diversas Iglesias cristianas valoran la intercomunión de
diversas formas. Algunas ven la unidad de la Iglesia como una
federación libre de comunidades relativamente autónomas, y
consideran la intercomunión como la meta del movimiento
ecuménico. En este caso, la Iglesia habrá llegado a la meta de la
unidad cuando los cristianos de cualquier comunidad específica
sean admitidos a participar de la eucaristía celebrada por
cualquier otra comunidad. Hay amplios sectores de cristianos que
no aceptan esta comprensión de la unidad porque piensan que
con ella no se intentan resolver las diferencias fundamentales.
5
Pero mientras que muchos rechazan la intercomunión como meta
hacia la cual tiende el ecumenismo, un numero considerable de
cristianos considera la intercomunión ocasional –celebrada en
algunos momentos, como las reuniones ecuménicas– como un
medio apropiado para construir una unidad más completa, basada
en la fe común y en la vida cristiana que une ya, aunque
imperfectamente, a los cristianos. La cuestión teológica que está
en juego en este contexto es el hecho de que la eucaristía no es
solamente expresión de la unidad de la Iglesia, sino también
fuente de esta unidad. Por este motivo, algunas de las Iglesias
surgidas de la Reforma están en favor de la intercomunión
ocasional como medio para crecer hacia la comunión plena.
En general, las Iglesias ortodoxas y la Iglesia católica ponen
obstáculos al uso de la intercomunión como medio para superar
las divisiones cristianas (UR 8), ya que, según su visión, viola el
principio de que la eucaristía es la expresión perfecta de la plena
comunión de fe y de vida que une a los miembros de la Iglesia
entre ellos y con Dios. Compartir la eucaristía cuando no existe
todavía esa comunión plena, viola el mismo significado de la
eucaristía como expresión más alta de esta comunión.
Sin embargo, la Iglesia católica tiene en cuenta algunas
ocasiones en las que es posible la intercomunión. Estas
communicationes in sacris entre cristianos, cuyas comunidades
están divididas todavía, se justifican no como medios para
establecer la unidad, sino más bien sobre la base de una
verdadera unidad en la fe y en la vida eclesial ya existente y
pensando en las necesidades pastorales que se presentan a
veces. Debido a los vínculos tan estrechos que unen ya a las
Iglesias ortodoxas y a la católica, en relación con la fe en los
sacramentos y con la sucesión apostólica del ministerio, no sólo
se permite a veces, sino que se aconseja, compartir la eucaristía,
la penitencia y la unción de los enfermos, siempre que se dé una
auténtica necesidad pastoral como, por ejemplo, la imposibilidad
para un cristiano católico u ortodoxo de recibir los sacramentos de
un ministro ordenado por su propia comunidad (cf. UR 15).
Dado que la diferencia en la fe y en la sucesión apostólica es
mucho mayor entre la Iglesia católica y las Iglesias derivadas de
la Reforma, en las Iglesias ortodoxas y en la Iglesia católica se
prohíbe, generalmente, la intercomunión en esos sacramentos.
No obstante, en el caso de necesidad pastoral urgente, como el
peligro de muerte o la cárcel, un sacerdote católico puede dar los
sacramentos a cristianos de otras comunidades, si no tienen
acceso a su propio ministro y si ellos piden libremente los
sacramentos y profesan la fe católica en lo que se refiere a dichos
sacramentos (Direttorio per l'applicazione dei principi e delle
normne sull'ecumenismo, 1993, 122-136; Communicatio in
sacris).
A partir del Concilio Vaticano II muchos cristianos creyeron que
sería posible dar prioridad a un ecumenismo pastoral, práctico, de
la vida cotidiana, que privilegiara la vida de las comunidades. Así
nació el concepto de ‘hospitalidad eucarística’ como una ayuda a
las experiencias pastorales.
En muchas celebraciones de los encuentros ecuménicos se ha
practicado la ‘hospitalidad eucarística’ creando así una cercanía
en la familia de las Iglesias cristianas. En las actividades
internacionales de los CDSF hemos tenido oportunidades de vivir
la ‘hospitalidad eucarística’, pero eso sí, no han estado exentas
de polémica.
Desde 2003 con la publicación de la encíclica de la Iglesia
católica ‘Ecclesia de Eucaristía’ (17 de abril de 2003) se ha
endurecido la legislación, ya existente con anterioridad, respecto
a la ‘hospitalidad eucarística’, que en el número 45 de la citada
encíclica asevera que “en ningún caso es legítima la
concelebración si falta la plena comunión”; por eso nos
preguntamos ¿por qué tanta intransigencia si quien está junto a
mí es cristiano, quiere comulgar porque acepta la presencia de
Cristo y hay en él un interés por seguir profundizando en el
proceso de comunión eclesial?
6
Esta prohibición puede llevar a situaciones como la que de hecho
ocurrió ya en Alemania en mayo y junio de 2003, durante la
‘Oecumenische Kirchentagde 2003’ en Berlín, donde el sacerdote
católico Gotthold Hasenhuettl, profesor emérito de la universidad
de Saarbruecken, fue suspendido de su ministerio sacerdotal por
su obispo como consecuencia de haber dado la comunión a no
católicos en ese Congreso. Dicha prohibición está concretada en
el número 30 de la citada encíclica que dice: “los fieles católicos,
por tanto, aun respetando las convicciones religiosas de los
hermanos separados, deben abstenerse de participar en la
comunión distribuida en sus celebraciones” ¿Estamos seguros de
que prohibiciones como esta ayudan a avanzar en el diálogo
ecuménico, o más bien lo obstaculizan?
En un congreso internacional ecuménico celebrado en Budapest
(Hungría) en el verano de 2003, organizado por Amistad
Ecuménica Internacional, en la celebración eucarística presidida
por el obispo Bábel, responsable de la Delegación Episcopal
Húngara para el Ecumenismo y la Comisión de Liturgia, y en la
que estaba previsto que la homilía corriera a cargo del pastor Dr.
K. A. Bauer, unos minutos antes del comienzo de la celebración,
el obispo entregó un aviso para poner a la entrada del templo
notificando que no sería posible la ‘hospitalidad eucarística’ y que
se leyese antes de la celebración. También, en la sacristía,
distribuyó dos comunicados más a los organizadores: la
eucaristía sería en latín y el pastor Bauer no daría su sermón en
el momento de la homilía sino al final de la celebración.
Reproducimos aquí el testimonio de un testigo de esa
celebración:
Mi sorpresa personal en esa celebración fue constatar cómo llegado
el momento de la comunión los amigos de otras confesiones se
levantaban de su sitio y se unían a los católicos hasta el
comulgatorio y una vez ante el obispo o el sacerdote que le ayudaba
en el reparto de la eucaristía, hacían una profunda inclinación de
cabeza como gesto de respeto a la presencia eucarística y se
marchaban sin comulgar. No me da vergüenza decir que se me
saltaron las lágrimas de dolor. Nada de esto había ocurrido en las
celebraciones de las otras confesiones (José Miguel de Haro6).
Sigue contando José Miguel de Haro, que una vez finalizada la
celebración, tras la bendición final y en presencia del obispo, el
pastor Bauer dio lectura a su predicación, que antes había sido
entregada a cada participante en su idioma, por lo que el obispo
conocía el contenido con antelación. El sermón de Bauer se
basaba en el texto de san Lucas 22, 24-27. Reproducimos aquí
una parte de su sermón:
¡Cuantas divisiones entre nosotros los cristianos y cuantos cismas
entre las Iglesias han empezado así! “Entre ellos hubo también un
altercado sobre quien parecía ser en mayor”... Luchando por la
grandeza y el poder están traicionando a Aquel que con su amor
salió al encuentro de nuestra testarudez. Hasta hoy sigue esta lucha
vergonzosa entre nosotros cristianos y entre las Iglesias, siendo en
general, la forma de pelearse más educada. ¿Quién no se atreve a
pensar que tiene derecho al primer lugar, pensando que otros no
cumplirían igual? ¿Quién se puede llamar Iglesia y quién sólo
comunidad eclesiástica? ¿Quién ha guardado el misterio de la
eucaristía en su totalidad y quién no? ¿A quién se invita a la mesa
del Señor y a quién no? No son más que variaciones de la lucha
que empezaron los apóstoles en la Última Cena, ¡lucha que aún
continúa! Y eso que estamos de acuerdo sobre las preguntas
básicas de la fe. Mientras seguimos con esta lucha daremos al
mundo sólo la imagen del combate por el poder y la influencia.7
6 José Miguel de Haro es misionero redentorista, ha trabajado muchos años
en la pastoral con jóvenes. Es autor del libro En el deseo y la sed de Dios.
Desde las Cartas del Hermano Roger de Taizé, Madrid: Editorial PPC,
2003.
7 Esta cita y la anterior están tomadas del artículo de José Miguel de Haro,
“Eucaristía y Ecumenismo”, publicado en la revista eclesiástica Alandar,
marzo de 2004.
7
6. La necesidad del diálogo interreligioso
En la reunión de Guardianato Internacional de CDSF se decidió
que este tema de capítulo incluyera también, una parte sobre la
necesidad del diálogo interreligioso, sin descartar la posibilidad de
abordar el asunto en años próximos. Pues bien, dedicamos a ello
un capítulo, al menos para introducirnos en el tema.
El diálogo entre las diferentes religiones y también con las
tradiciones laicas se nos muestra hoy necesario y urgente para
romper estereotipos y para no criminalizar al desconocido. Las
migraciones económicas han hecho y están haciendo que muchas
personas de diferentes iglesias cristianas convivan en la sociedad
y esto, en lugar de ser visto como un problema, puede ser vivido
como una oportunidad para promover un conocimiento más
profundo de las otras religiones, que redunda en beneficio de la
profundización en la propia. La humanidad tiene que aprender a
vivir identidades relacionales en lugar de cerrarse en identidades
aisladas. Por otra parte, es más importante que nunca esforzarse a
nivel mundial para impedir la polarización entre comunidades
religiosas. El compromiso interreligioso en los conflictos puede ser
una contribución esencial a la construcción de la paz y a la
reconciliación allí donde haya estallado el conflicto. Construir la
paz con justicia tiene que convertirse en una estrategia mundial
por parte de todo el mundo, porque el destino de unos es el
destino de todos.8
Dicen que los astronautas, cuando contemplan la tierra desde el
espacio, durante la primera semana miran sólo su propio país;
durante la segunda semana se identifican con su continente, y
que a partir de la tercera semana, sienten que pertenecen a un
único planeta. Tal vez en ellos se dé de forma condensada el
8 M. Dolors Oller i Sala (2008), “Construir la convivencia. El nuevo orden
mundial y las iglesias cristianas”. En Cuaderno Cristianisme i Justícia (CJ),
nº 157, página 28.
proceso de la humanidad: desde el instinto tribal, cuyo
sentimiento de pertenencia a un grupo tiende a ser excluyente de
los demás, hacia una progresiva ampliación del horizonte de
fraternidad mundial.
Del mismo modo que la pertenencia al planeta Tierra no sólo no
excluye, sino que necesita de la identidad particular de cada país
y de cada cultura, el abrazo de las religiones requiere la
singularidad de cada religión, la riqueza de su bagaje histórico y
cultural. Porque no se trata de hacer una mixtura de religiones, en
la que cada cual se podría servir a su gusto. El carácter liberador
de las religiones está precisamente en su capacidad de liberarnos
de ese autocentramiento que no nos deja crecer como personas.
Cada religión se presenta como un todo compacto, que uno no
crea según sus apetencias, sino que lo recibe de una Tradición
que se ha ido sedimentando y madurando a lo largo de muchas
generaciones. El encuentro entre las religiones supone que se va
a dar un intercambio fecundo para todos, compartiendo aspectos
de la Divinidad inabordable que podrán enriquecer a las
diferentes Tradiciones. Ello requiere, sin embargo, un
discernimiento atento y afinado por las diferentes partes.
¿Es vana la esperanza de que podamos ir pasando, como
aquellos astronautas, de las divisiones intraconfesionales (países)
a la conciencia de pertenecer a una común gran Tradición
(continentes), hasta reconocernos hermanados por un mismo
anhelo por lo Trascendente, como fuente de comunión universal?
Vivimos un tiempo nuevo, como hasta ahora jamás se había dado
en la historia de la humanidad. En el inicio del Tercer Milenio en el
que va emergiendo cada vez más esta conciencia planetaria,
¿serán las Iglesias cristianas sus precursoras y dinamizadoras o
serán las últimas en llegar? ¿Serán capaces de unir a la
humanidad entre sí, o serán las últimas instancias en impulsar el
abrazo entre los humanos? Sería lamentable para todos los
creyentes de las diferentes religiones que ocurriera esto último.
Entre estos mutuos enriquecimientos cabría incluir también la
8
postura del no-creyente –a quien en el tema 2007 de CDSF
llamábamos ‘buscador’– que aporta a las religiones: su
aceptación de la finitud, la opción por lo que se podría llamar el
dios de las pequeñas cosas, aspectos que ayudan a las creencias
religiosas a purificarse de pretensiones y ensoñaciones que a
veces las distraen de lo concreto. En ocasiones, nuestro exceso
de palabras sobre Dios es lo que nos aleja de muchos
contemporáneos que viven el día a día, tratando de ser honestos
en su unión con lo cotidiano.
En un plano más elaborado, las religiones están llamadas a
promover conjuntamente la paz y la justicia en el mundo. Las
religiones deberían ser profetas en este terreno. Gran parte de su
credibilidad está en mostrar cómo el vínculo con el Absoluto es
fuente de implicación con lo humano. Es más, les corresponde a
ellas mostrar que de las entrañas mismas de la experiencia
religiosa brota un torrente de ternura por los más pequeños y
desprotegidos, y una consiguiente pasión por la paz y la justicia.
En este sentido, la religión debería dar testimonio de la
generosidad, es decir, mostrar la opción preferencial por los
pobres. En esta causa y testimonio comunes, cada religión está
llamada a aportar la especificidad de su propia santidad, la
riqueza de su modo de proceder. Así, las religiones occidentales
deberían contribuir con una palabra audaz y profética, con los
medios eficaces propios de su cultura, mientras que las religiones
orientales deberían aportar su serenidad y su sabiduría, que es la
experiencia religiosa pueden aportar ambas a la causa de la paz y
de la justicia: propiciar la mirada interior, la reconciliación y la
pacificación del corazón como fuerza y dinamismo para la
reconciliación social.
El encuentro de Asís (1986) convocado por el Papa Juan Pablo II
para orar por la paz mundial con los representantes de las
grandes religiones del planeta fue un gesto inspirado y profético
que señala por dónde se puede seguir avanzando.
Unos años después, el 24 de enero del 2002 tuvo lugar en Asís
otro encuentro de oración por la paz en el mundo. En aquel
importante encuentro interreligioso, los representantes de las
diversas religiones quisieron codificar su deseo sincero de
trabajar en la búsqueda común de la justicia y de la paz en el
mundo, y lo plasmaron en un «decálogo» proclamado al final de
la Jornada, el Decálogo de Asís para la paz, que reproducimos a
continuación por el gran interés que tiene y que nos pone en
contacto con lo más genuino de CDSF:
1. Nos comprometemos a proclamar nuestra firme convicción de
que la violencia y el terrorismo se oponen al auténtico espíritu
religioso, y, condenando todo recurso a la violencia y a la guerra
en nombre de Dios o de la religión, nos comprometemos a hacer
todo lo posible por erradicar las causas del terrorismo.
2. Nos comprometemos a educar a las personas en el respeto y
la estima recíprocos, a fin de que se llegue a una convivencia
pacífica y solidaria entre los miembros de etnias, culturas y
religiones diversas.
3. Nos comprometemos a promover la cultura del diálogo, para
que aumenten la comprensión y la confianza recíprocas entre
las personas y entre los pueblos, pues estas son las condiciones
de una paz auténtica.
4. Nos comprometemos a defender el derecho de toda persona
humana a vivir una existencia digna según su identidad cultural y
a formar libremente su propia familia.
5. Nos comprometemos a dialogar con sinceridad y paciencia,
sin considerar lo que nos diferencia como un muro insuperable,
sino, al contrario, reconociendo que la confrontación con la
diversidad de los demás puede convertirse en ocasión de mayor
comprensión recíproca.
6. Nos comprometemos a perdonarnos mutuamente los errores
y los prejuicios del pasado y del presente, y a sostenernos en el
esfuerzo común por vencer el egoísmo y el abuso, el odio y la
violencia, y por aprender del pasado que la paz sin justicia no es
9
verdadera paz.
7. Nos comprometemos a estar al lado de quienes sufren la
miseria y el abandono, convirtiéndonos en voz de quienes no
tienen voz y trabajando concretamente para superar esas
situaciones, con la convicción de que nadie puede ser feliz solo.
8. Nos comprometemos a hacer nuestro el grito de quienes no
se resignan a la violencia y al mal, y queremos contribuir con
todas nuestras fuerzas a dar a la humanidad de nuestro tiempo
una esperanza real de justicia y de paz.
9. Nos comprometemos a apoyar cualquier iniciativa que
promueva la amistad entre los pueblos, convencidos de que el
progreso tecnológico, cuando falta un entendimiento sólido entre
los pueblos, expone al mundo a riesgos crecientes de
destrucción y de muerte.
10. Nos comprometemos a solicitar a los responsables de las
naciones que hagan todo lo posible para que, tanto en el ámbito
nacional como en el internacional, se construya y se consolide
un mundo de solidaridad y de paz fundado en la justicia.
Las religiones están llamadas a promover con audacia causas
conjuntas. Por ejemplo, que los musulmanes y cristianos nos
unamos con más valentía en Europa para defender los derechos
de los emigrantes; y que ello lo hiciéramos a partir de centros
comunes de acogida y de oración. De hecho, ya existen tales
centros, presencias anónimas en subsuelos donde uno se
descalza para entrar, y donde la Biblia y El Corán ocupan juntos
un lugar venerable en la sala. Es conocido por bastantes CDSF
los gestos, en este sentido, del compañero belga Germain Dufour,
de Lieja, que acoge a creyentes musulmanes y cristianos en una
misma sala de oración presidida por la Biblia y el Corán.
Lo propio de la experiencia religiosa es revelar que todos somos
uno en el Uno. En último término, la aportación específica de las
religiones en el terreno de la paz y de la justicia es mostrar que
una acción injusta o violenta no sólo destruye a la víctima, sino
también al agresor; que todos nos hacemos daño cuando vivimos
devorándonos mutuamente, porque cuando arrebatamos lo
material a los demás o los utilizamos, atrofiamos nuestra
capacidad de ser humanos, esto es, de ser hermanos.
7. Dos textos que abren caminos: “Ecumenismo de
religiones con vigor” y “¿Unidad de las Iglesias?”
Me ha parecido conveniente, como enriquecimiento de este tema,
transcribir textualmente el punto 5 de un artículo de Jon Sobrino
S.J.9 titulado “Ecumenismo de religiones con vigor”, así como un
extracto de una carta escrita por José Arregui OFM10 con motivo
de la ‘Semana de oración por la unidad de los cristianos’, titulada
“Unidad de las Iglesias”, ya que, en mi opinión, estos dos textos
abren caminos, luces y nuevas posibilidades para el debate,
sobre el diálogo ecuménico y al diálogo interreligioso, entre los
CDSF.
Ecumenismo de religiones con vigor11
“Ecumenismo, diálogo interreligioso, me parece bueno y
necesario. Y existe. Nairobi y El Salvador están a miles de millas
de distancia, y raro es que sus pueblos se conozcan. Sin
embargo, algo los une. En una escuelita de Kibera12, una niña me
9 Jon Sobrino S.J. (Barcelona, 27/12/1938). Teólogo jesuita catalán de
familia originaria del País Vasco (España) y profesor de la UCA
(Universidad Centro-Americana de San Salvador, El Salvador). Prolífico
autor que ha desarrollado una contribución importante en la cristología,
eclesiología y espiritualidad de la liberación.
10 José Arregui OFM, es franciscano, obtuvo su doctorado en Teología en el
Instituto Católico de París, ha publicado varias obras de contenido bíblico
y es profesor de Teología en la Universidad de Deusto (Bilbao, España).
11 Este texto pertenece al artículo de Jon Sobrino titulado “Kibera. Sacudida
e invitación a la conversión y la liberación”. En Pasos, nº 129, 14 de
febrero de 2007.
12 Kibera es uno de los suburbios de Nairobi (Kenia), dicen que es la mayor
barriada de empobrecidos de África con más de un millón de habitantes.
10
dijo: “¿El Salvador? La tierra de un obispo”. Se refería a
Monseñor Romero. Un compañero jesuita de la República
Democrática del Congo me habló de una tesis doctoral, escrita en
la Universidad de Lovaina en el 2004, con el siguiente título: “El
obispo Munzihirwa, ¿el Romero del Congo?”. Munzihirwa, muy
parecido a nuestro Monseñor, fue asesinado en 1996. Y en la
clausura del Foro de Teología, al final tuve la oportunidad de
saludar a Desmond Tutu. Había tenido una ponencia
impresionante, por la hondura de compasión, el hambre de
justicia y la profundidad de fe. Se lo agradecí, y sólo añadí que
venía de El Salvador, la tierra de Monseñor Romero.
Entonces, como ensimismado, comentó con convicción y
agradecimiento: “¿Romero?. He inspired us”. Nuestro Monseñor,
salvadoreño y católico, estaba presente en la Sudáfrica anglicana.
Sin conocerse, Desmond Tutu y Oscar Romero, llegaron a ser
hermanos, no sólo dialogantes ecuménicos. Y lo que ahora quiero
enfatizar, lo fueron sin dejar ninguno de los dos su Iglesia, y sin
buscar, para que prosperase el ecumenismo, mínimos comunes,
sino verdaderos máximos: en ambos casos el gran amor por sus
pueblos oprimidos, y la disposición a darlo todo por su liberación.
Este ecumenismo –o diálogo– debe ocurrir también entre las
religiones. Pero quiero mencionar un peligro, tal como lo veo, y
apuntar a una solución. El peligro es que el diálogo interreligioso
se conciba desde lo que puede ser común a todos, aunque para
ello haya que contentarse con mínimos, terminar con religiones
diluidas, sin vigor. Entonces, todos podremos estar de acuerdo,
pero lo acordado será poco y muy débil para revertir este mundo.
La solución, pienso, va por otro lado: que cada religión profundice
en lo suyo propio, en lo mejor que tiene y en lo que piensa que
más va a transformar a este mundo enfermo. No sé cuánto
ecumenismo generará, pero estará basado en la hondura de lo
religioso. Es necesario expandir los acuerdos, aunque sean
mínimos, pero a la larga es más fructífero profundizar en lo
positivo de cada religión. Y no creo que esto dificulte el
ecumenismo. Pienso que profundizar en Jesús de Nazaret, en el
Gandhi del hinduismo, en el Buda, puede unificar a los hombres y
mujeres de buena voluntad. Y me fijo aquí en testigos antes que
en textos.
Mi esperanza es que coincidamos en lo profundo, en lo que –
dicho ahora en terminología del cristianismo– queda expresado
por reino y Dios, profecía y utopía, compasión y justicia, praxis y
gracia… El ecumenismo que el mundo necesita no es
simplemente que todos nos encontremos en algún lugar, sino que
nos encontremos haciendo, esperando y rezando por la
salvación, la redención y la humanización que el mundo necesita.
Y esto se logra cuando una religión –o religiones– es una religión
con vigor.”
¿Unidad de las Iglesias? 13
“La semana pasada ha sido entre los católicos la ‘Semana de
oración por la unidad de los cristianos’. Fue promovida –hace ya
cien años– por beneméritos pioneros del ecumenismo, y cada
año se convierte en una oportunidad para el encuentro, la
reflexión y la colaboración entre diversas iglesias de todo el
mundo. Eso está muy bien. Pero esta semana me provoca
interrogantes radicales, empezando por su nombre: ‘Semana de
oración para la unidad de los cristianos’.
Los cristianos somos muy distintos, no cabe duda, ¿pero
estamos por ello necesariamente divididos? ‘Pertenecemos’, sí,
a muchas iglesias diferentes, ¿pero qué hay de malo en que
sigamos así? ¿Estoy yo realmente separado en mi fe de una
familia ortodoxa de Pamplona, o de unos amigos luteranos de
Bilbao? [...] Y me digo: si Dios necesitase que le pidiéramos
algo, ¿no debiéramos pedirle más bien que podamos sentirnos
unidos siendo muy diferentes? ¿No sería, pues, mejor organizar
una ‘semana de oración por la diversidad de las iglesias’? [...]
13 Artículo de José Arregui OFM, publicado en el blog Atrio (disponible en
www.atrio.org), con fecha 29/01/2009.
11
Muchos católicos muy bien intencionados llaman a los demás
cristianos ‘hermanos separados’, pero es una fórmula bastante
desafortunada: a los mismos que califica amistosamente de
‘hermanos’ les reprocha sin pudor el estar separados, y les
recuerda en el fondo que deben volver a la Iglesia verdadera de
la que se han alejado. Si decimos ‘hermanos separados’, se
plantean dos cuestiones fundamentales. Primera cuestión:
¿quién se ha separado de quién? ¿Se separó Constantinopla de
Roma o Roma de Constantinopla? Segunda cuestión: aun en el
supuesto de que una Iglesia se haya separado de otra, ¿quién
decide si tenía o no auténticas razones para separarse? En
definitiva, tanto en un caso como en otro, ¿quién debe acercarse
a quién, para recuperar una verdadera unidad perdida? ¿Los
ortodoxos a los católicos o los católicos a los ortodoxos? ¿Los
luteranos a los católicos o los católicos a los luteranos? ¿Los
anglicanos a los romanos o éstos a aquellos? La pregunta
decisiva es: ¿En qué consiste realmente la unidad? ¿La unidad
requiere tener todos la misma teología, asentir a los mismos
dogmas, someterse al mismo papa?
Se lo debiéramos preguntar a Pablo, que se enfrentó a Pedro, y
Pedro no fue quién para ‘excomulgarle’ (ni a él ni a nadie de otra
Iglesia que no fuese la que él regía, si es que alguna vez rigió
alguna Iglesia). Se lo debiéramos preguntar a los cristianos/as
que, en los primerísimos años después de la Pascua de Jesús,
siguieron haciendo vida itinerante como Jesús y a aquellos otros
que, en la misma época, formaron comunidades estables, y no
siempre se entendían muy bien entre sí. Se lo debiéramos
preguntar a la Iglesia judeocristiana de Jerusalén regida por
Santiago y a las Iglesias helenísticas, con sus teologías y
cristologías tan diversas, con sus modelos de organización tan
distintos. Se lo debiéramos preguntar a las ‘iglesias de Juan’ que
siempre reivindicaron su libertad respecto de las ‘iglesias
principales’ (que es como decir las más poderosas, las de Pablo
y Pedro). [...] O se lo debiéramos preguntar a San Ireneo de
Lyón (s. II), que no admitió que el ‘papa’ Víctor impusiera a las
iglesias de Asia Menor la fecha romana para la celebración de la
Pascua, o a San Cipriano de Cartago (s. III) que se enfrentó al
‘papa’ Esteban en el asunto –para ellos vital– de si había que
rebautizar o no a quienes hubieran recibido el bautismo de
manos de un hereje. No acabaríamos de preguntar y de
sorprendernos.
La conclusión es sencilla: no son las diferencias, cualesquiera
que sean, sino el modo de vivirlas lo que rompe la unidad.
Sigan, pues, las viejas iglesias monofisitas14 siendo monofisitas,
y las igualmente viejas iglesias nestorianas15 siendo nestorianas,
si eso les ayuda a seguir a Jesús, aun cuando sus cristologías
sean opuestas. Sigan las venerables iglesias ortodoxas
manteniendo y poniendo al día su fe y sus instituciones,
anteriores al papado. Sigan las grandes o pequeñas iglesias
inspiradas en los ilustres reformadores (Lutero, Zwinglio,
Calvino) dejándose inspirar por sus certeras intuiciones acerca
de la gracia y de la palabra. Sigan la ‘Iglesia nacional anglicana’
y su hermana la iglesia episcopal norteamericana siendo buena
noticia y levadura para sus sociedades. Y las incontables
iglesias bautistas y evangélicas sigan siendo lo que son y
transformándose al aire del Espíritu. Y hasta la iglesia de
14 El monofisismo es una doctrina teológica del siglo V que sostiene que en
Jesús sólo está presente la naturaleza divina, pero no la humana. El
dogma de la Iglesia Católica sostiene que en Cristo existen dos
naturalezas, la divina y la humana «sin separación» y «sin confusión». Sin
embargo, el monofisismo mantiene que en Cristo existen las dos
naturalezas, «sin separación» pero «confundidas», de forma que la
naturaleza humana queda absorbida en la divina.
15 El nestorianismo (siglos III, IV y V) es una doctrina que considera a Cristo
radicalmente separado en dos personas, una humana y una divina,
completas ambas de modo tal que conforman dos entes independientes,
dos personas unidas en Cristo, que es Dios y hombre al mismo tiempo,
pero formado de dos personas distintas. El nestorianismo fue propuesto
por el monje Nestorio, oriundo de Alejandría, una vez entronizado como
obispo de Constantinopla.
12
Lefebvre siga con San Pío X, si piensan que así son más fieles a
la Buena Noticia en el mundo de hoy. Sigamos siendo diferentes
sin estar por ello divididos, dialogando sin anatemas16 y
dejándonos transformar por el otro y por la vida. (Y lo que digo
sobre las iglesias es aplicable a las religiones).
En conclusión, propongo: que el obispo de Roma deponga
definitivamente su primado de jurisdicción sobre otros obispos e
iglesias, pues hoy no tiene sentido, si alguna vez lo tuvo; que
levante todas las excomuniones –a derecha y a izquierda,
todas–; que la iglesia católica romana declare unilateralmente
que ella se siente en comunión con todas las iglesias por
distintas que sean su teología, culto, organización y normas
morales; que admita de buena gana que no es necesario que los
cristianos estemos más unificados para estar realmente unidos,
para ser “Uno en Jesús” y en el Misterio de Dios, pues Dios no
es una pirámide rígida, sino la pura Relación de respeto y
libertad; y que, en consecuencia, anuncie que ya no organizará
más Semanas de oración por la unidad de las iglesias, sino una
Semana al año para que cristianos y cristianas de todas las
iglesias se reúnan y se reconozcan, celebren la presencia
consoladora y universal del Espíritu, procuren ensanchar los
márgenes de la comunión en la diversidad de formas y, si
quieren, elijan a quienes les vayan a representar en un Consejo
Universal de todas Iglesias, un espacio donde gustosamente se
acojan unas a otras siendo cada cual lo que es. Como Dios nos
acoge.
Como Dios te acoge en su santa paz.”
Concluyo así con el deseo y la esperanza de que este tema
aporte luces para el diálogo sobre el ecumenismo entre los
compañeros de san Francisco, y que el diálogo pueda tener
resultados prácticos en nuestros encuentros en los que, con
frecuencia, participamos cristianos de varias iglesias,
ocasionalmente creyentes de otras religiones, y algunos
compañeros buscadores (no-creyentes) que comparten con
nosotros valores que nos identifican como Compañeros de san
Francisco.
Pedro Sanz, CDSF España, Valladolid, 31 de diciembre de 2009
16 ‘Anatema’ significa etimológicamente ofrenda, pero su uso principal
equivale al de maldición, en el sentido de condena a ser apartado o
separado de una comunidad de creyentes. Anatema era una sentencia
mediante la cual se expulsaba a un hereje del seno de la sociedad
religiosa; era una pena aún más grave que la excomunión.
13