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Reconstrucción del hiolito
'Haplophrentis' con sus tentáculos del
lofóforo y su par de helenos (apéndices)
que le impulsan desde el fondo
oceánico. Danielle Dufault, Museo Real
de Ontario
Un zoólogo extraterrestre se habría
aburrido como una ostra durante los
primeros 4.000 millones de años de la historia de la Tierra. Allí no había ni un solo
animal. Solo microbios de distintos tipos. Pero, hace 540 millones de años, se habría
visto desbordado de trabajo, porque durante un periodo relativamente corto la vida
animal emergió y estalló en toda su apabullante diversidad. Es la llamada “explosión
cámbrica”, y los científicos acaban de colocar en su sitio una de las piezas fósiles más
enigmáticas que nos legaron aquellos tiempos de novedad evolutiva, de oportunidad y
de muerte.
Los animales enigmáticos en cuestión se llaman hiolitos, y están tan extintos como lo
pueda estar una obra de la madre naturaleza. Sus primeros fósiles se descubrieron hace
la friolera de 175 años, cuando Darwin estaba aún lejos de decidirse a publicar El origen
de las especies. Y su cuerpo es tan extraño que ha traído de cabeza a los paleontólogos
durante más de un siglo. Tienen una concha cónica, una especie de tapadera (opérculo)
que protege la parte ancha del cono y dos apéndices curvos, superficialmente parecidos
a cuernos, a los que los paleontólogos conocen como helenos, por alguna razón.
Hasta ahora se los había clasificado como moluscos, como un grupo enteramente nuevo
de animales o, peor aún, como incertae sedis (posición incierta), que es el eufemismo
que usan los taxónomos para confesar que no tienen ni idea de dónde colocar algo.
Joseph Moysiuk y sus colegas de las universidades de Toronto (Canadá) y Cambridge
(Reino Unido) han estudiado 1.500 fósiles de hiolitos que guardaban dos museos y han
resuelto el enigma.
Fósil de 'Haplophrentis carinatus' del Burgess Shale. Museo Real de
Ontario.
Los hiolitos no son moluscos, ni tampoco un taxón nuevo, sino miembros de un grupo
bien conocido por los paleontólogos: los lofoforados. El nombre quiere decir que tienen
una especie de cresta con tentáculos (lofóforo) que usan para comer. Moysiuk y sus
colegas presentan la investigación en Nature
“La gran mayoría de especímenes de nuestro estudio”, explica Moysiuk a este diario,
“están preservados en el Museo Real de Ontario. Los más importantes de ellos
provienen de dos yacimientos descubiertos hace poco en el Burgess Shale [esquisto de
Burgess, en Canadá], conocidos como el cañón de Mármol y el glaciar Stanley. Los
fósiles de estas colecciones, que nunca se habían estudiado hasta ahora, revelan muchas
estructuras de tejido blando que no se habían preservado en otros yacimientos”.
Las partes de un animal que fosilizan mejor son las que ya están mineralizadas en vida,
como la concha de un molusco, el exoesqueleto de un crustáceo o los huesos y dientes
de un vertebrado. El santo grial de la paleontología es dar con ejemplares que preserven
los tejidos blandos. De los 1.500 especímenes investigados por Moysiuk y sus colegas,
nada menos que 254 han preservado los tejidos blandos. Ese tesoro paleontológico ha
permitido a los científicos demostrar que los hiolitos tenían una cresta con tentáculos
(lofóforo) muy similar a la de los lofoforados, lo que ha rescatado a estas criaturas del
infame título de incertae sedis.
El papel del esquisto de Burgess
El Burgess Shale, o esquisto de Burgess, es un icono de la biología evolutiva. Situado
en las Montañas Rocosas canadienses, en la Columbia Británica, y formado sobre todo
por esquistos negros, fue descubierto en 1909 por el gran paleontólogo estadounidense
Charles Walcott, que volvió allí todos los años hasta su muerte en 1924 y recogió más
de 60.000 fósiles que sentaron los fundamentos de la explosión cámbrica.
De los 1.500 especímenes investigados por Moysiuk y sus colegas, 254 han preservado
los tejidos blandos
La taxonomía (clasificación de los seres vivos) consiste en una jerarquía que agrupa las
especies en géneros, los géneros en familias y luego en órdenes, clases y filos. Los filos
(o phyla) son por tanto grupos enormes, que se definen por el plan general de diseño
(bauplan, en alemán) de un gran número de especies. Walcott clasificó las extrañas
criaturas del Burgess Shale en los filos conocidos (moluscos, artrópodos, cordados…),
en lo que, muchos años después, el famoso evolucionista neoyorkino Stephen Jay Gould
desacreditaría como “el calzador de Walcott”.
Para Gould, aquellos enigmáticos fósiles representaban weird wonders (prodigios
extraños), ecos de filos completamente distintos de los conocidos, experimentos fallidos
de la evolución primigenia de los animales.
Pero las investigaciones de los últimos años han dado más la razón a Walcott que a
Gould. Moysiuk explica: “Muchos de los prodigios extraños de Gould, fósiles de
aspecto estrafalario que parecían eludir toda clasificación, tienen ahora su lugar en el
árbol de la vida, como ramas laterales de los principales filos animales; tras 175 años de
estudio, los hiolitos pueden ahora contarse entre estos últimos”.