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ESCUCHAR-COMPARTIR UNA PALABRA CON FRANCISCO Y CLARA DE ASÍS Contemplar: dejarse transformar por Dios “Alégrate, pues, siempre en el Señor también tú, queridísima, y no dejes que te envuelva tiniebla alguna ni amargura, oh señora amadísima en Cristo, alegría de los ángeles y corona de las hermanas; pon tu mente en el espejo de la eternidad, pon tu alma en el esplendor de la gloria, pon tu corazón en la figura de la divina sustancia y transfórmate toda entera por la contemplación en imagen de su divinidad”. (Tercera Carta a Inés 10-13) Estas cuatro cartas que Clara escribe a Inés de Praga son un tesoro. Nos descubren a una mujer que vibra en su fe, de una fe vivísima. Una mujer que ha pensado y elaborado, discernido, su oración y su contemplación, su mirada a Jesús. No son, sin más, “actividades religiosas”; más bien, vive su fe en un horizonte y con una intencionalidad. Una fe centrada en lo importante, mirar a Jesús, y que, desde ahí, redunda en gozo y en disfrute real de la relación con Él: “Alégrate…” Esa intensa mirada a Jesús está hecha con toda su persona: “pon tu mente, pon tu alma, pon tu corazón…”. Es un asunto de tú a Tú, íntimo y personalísimo. Y a la vez, el contemplar de Clara se orienta, decididamente, a la transformación. Para ella no es algo que se orienta a quedarse aislado, “llegar al nirvana”, o hacer un proceso de ascensión en el que uno se concentra en Dios y no hay más. No, la contemplación tiene como horizonte la transformación. Sobre todo busca la recreación de una misma a la medida del corazón de Dios, un camino de dejarnos hacer por Dios a imagen de su divinidad: “y transfórmate toda entera por la contemplación en imagen de su divinidad”. La meta última de la contemplación en Clara es la transformación de la persona en Aquél a quien contempla. Es un camino de conversión y de nuevo nacimiento. Para nada algo devocional, sino algo encarnado y ligado al corazón y a las raíces de la persona. Algo que tiene que ver, principalmente, con actitudes de pobreza y amor-caridad. Porque sobre todo eso es lo que Clara ve en el Espejo de su Esposo Jesús: “Mira atentamente en el comienzo de este espejo la pobreza de aquél que fue colocado en un pesebre y envuelto en pañales…; y en el centro del espejo considera los múltiples trabajos y penalidades que él soportó por la redención del género humano. Y al final del mismo espejo contempla la inefable caridad con la que quiso padecer en el leño de la cruz…” (Cuarta Carta a Inés 19-23). Y así este proceso es un contemplar para mejor seguir a Jesús y se convierte en un camino de identificación con Él. Lo último es esta experiencia de “ser habitado por Dios, habitar a Dios”; ser transformado en Dios: “… así también tú, siguiendo sus huellas, principalmente las de la humildad y la pobreza, puedes, sin lugar a dudas, llevarlo siempre espiritualmente en tu cuerpo conteniendo en ti a aquél que te contiene a ti y a todas las cosas” (Tercera Carta a Inés 25-26). Clara nos propone un camino creyente que va haciendo de Dios lo más real de uno mismo. Hno. Jesús Torrecilla