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La Iglesia en la cuneta
Fernando Vidal
Cientos de familias españolas hacen algo vital: recuperar los cadáveres de sus
seres queridos en fosas olvidadas en las cunetas. ¿Ayuda o valora la Iglesia
católica a esas familias? Es una cuestión de pura humanidad. Pero, en
cambio, las víctimas de aquella brutal guerra ideológica continúan enterradas
bajo el peso del mezquino debate ideológico de nuestro país. Exhumar esos
restos es una necesidad familiar, no primariamente una cuestión política ni
ideológica. Como dice el forense Francisco Etxeberría, “las familias son las
verdaderas protagonistas”. En el documental “Las fosas del olvido” de TVE
(2004), el escritor Andrés Trapiello afirma: “A la gente no le mueve el rencor
sino que alguien les consuele de todo el dolor sufrido”. En este tema, la
Iglesia sigue en la cuneta pero no la de las víctimas.
Salvo excepciones, la Iglesia sigue refugiándose en argumentos
intelectuales, institucionales y casi académicos. Maneja equidistancias o saca
enseguida los más de 6.800 religiosos asesinados. No son los historiadores ni
los abogados quienes tienen que hablar. Es un asunto de compasión del
corazón, de piedad humana. En el País Vasco los obispos han recuperado la
memoria de los curas represaliados y asesinados por el bando nacional. Hay
algunas buenas prácticas en iglesias, pero sólo es el comienzo del camino.
Pareciera que se esperara a que muriera la generación de huérfanos para que
todo se olvidara, pero nietos y biznietos han tomado el testigo de dar digna
sepultura a las víctimas.
Mientras la verdad esté olvidada en fosas, viviremos sobre una mentira.
No se trata de desenterrar fantasmas sino de resucitar las historias reales de las
personas. Dejemos en las fosas de España solamente nuestro miedo común.
Según la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica
(ARMH), una de las mayores dificultades para localizar las fosas es la
despreocupación: no sólo de los gobiernos sino la despreocupación de la
mayor parte del tejido social implicado. El escritor Julio Llamazares dice que
cuando los vecinos cuentan lo que saben sobre dónde pueden estar las fosas,
lo hacen en voz baja, miran alrededor y el miedo aún no se ha borrado de sus
ojos. ¿La Iglesia española y la comunidad católica de cada localidad está
preocupada o despreocupada por esta labor de dar sepultura a los muertos
que aún no descansan?
Como dice mi compañero de estudios Emilio Silva, nadie debe estar
enterrado allí donde sólo sus asesinos decidieron que se les ejecutara y
escondiera. Él recuerda que todo esto comenzó porque se puso a buscar los
restos de su abuelo asesinado. Otros familiares se le acercaron con la misma
inquietud mientras lo hacía y entonces decidió ayudar a las familias para
recuperar lo que quedaba de los cuerpos y memoria de sus seres queridos. Ya
sé que hay muchos datos, peros y suspicacias, pero callemos todos y demos
durante unos meses la palabra sólo al corazón.
España no es aún una sociedad reconciliada y quizás la Iglesia pueda hacer
una contribución tardía pero significativa. Hay quien se escandaliza de que
exista aún reconciliación pero el hecho empírico es que no es así, guste o no.
Y hay razones para ello. La Iglesia debe dejar de estar en la cuneta en este
tema, cruzar la calle y ponerse en la cuneta correcta, la de quienes fueron
crucificados.
Quizás sea bueno que un pequeño grupo de trabajo tienda un puente, que
todos sabemos que es lo primero que rompe toda guerra y que no ha sido
reconstruido aún. Se trata de sentarse a escuchar, de compartir la experiencia,
de retirar de una vez a Falange de las fachadas de iglesias. Es
una oportunidad para una mayor reconciliación pero sobre todo es un acto
de corazón.
El compromiso de la Iglesia con las familias y sus muertos es un tema de lesa
humanidad, sean creyentes o no. Como dice el escritor Julio Llamazares, “la
gente tiene que estar enterrada en cementerios como Dios manda, aunque
no crea en Dios”.