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UNA PALABRA JOVEN (Sep 07)
Secretariado de Pastoral Juvenil-Vocacional de Huelva
Domingo XXV Tiempo Ordinario (Ciclo C)
No podéis servir a Dios y al dinero
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
— Un hombre rico tenía un administrador, y le llegó la denuncia de que derrochaba sus
bienes. Entonces lo llamó y le dijo:
— ¿Qué es eso que me cuentan de ti? Entrégame el balance de tu gestión, porque quedas
despedido.
El administrador se puso a echar sus cálculos:
— ¿Qué voy a hacer ahora que mi amo me quita el empleo? Para cavar no tengo fuerzas;
mendigar me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer para que, cuando me echen de la
administración, encuentre quien me reciba en su casa.
Fue llamando uno a uno a los deudores de su amo y dijo al primero:
— ¿Cuánto debes a mi amo?
Éste respondió:
— Cien barriles de aceite.
Él le dijo:
— Aquí está tu recibo; aprisa, siéntate y escribe cincuenta.
Luego dijo a otro:
— Y tú, ¿cuánto debes?
Él contestó:
— Cien fanegas de trigo.
Le dijo:
— Aquí está tu recibo, escribe ochenta.
Y el amo felicitó al administrador injusto, por la astucia con que había procedido.
Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz.
Y yo os digo: ganaos amigos con el dinero injusto, para que, cuando os falte, os reciban en
las moradas eternas.
El que es de fiar en lo menudo también en lo importante es de fiar; el que no es honrado en lo
menudo tampoco en lo importante es honrado.
Si no fuisteis de fiar en el vil dinero, ¿quién os confiará lo que vale de veras? Si no fuisteis de
fiar en lo ajeno, ¿lo vuestro, quién os lo dará?
Ningún siervo puede servir a dos amos, porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o
bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero.
(Lc 16, 1-13)
Las riquezas —junto con el poder y la gloria de este mundo— le han disputado siempre a
Dios el lugar preferente en el corazón humano. Jesús previene contra el engaño que ello significa.
Creen los hombres que con dinero y bienes tienen segura la vida, pero es falso porque la riqueza no
cumple sus promesas. Tarde o temprano llega el dueño y hay que rendirle cuentas de la
administración de unos bienes que sólo eran prestados. El administrador de la parábola hace algo
que nos suena a desvergüenza. Reduce drásticamente la deuda de los acreedores para tener amigos
cuando se vea en la calle. Y Jesús alaba su postura.
Todo arranca de algo que dice a continuación: la riqueza es injusta porque pervierte de tal
manera el corazón que en él no caben ni Dios ni los demás. Lo único que puede hacerse con ella es
ganarse amigos para que, cuando llegue el momento de la verdad, tengamos quien nos avale. Al
final todo se resuelve en el uso que se hace de la misma. Un corazón generoso se sirve de la riqueza
para repartir generosidad; el avaro salpica por todas partes la acidez de su avaricia.
El cristiano no por serlo está libre de esta tentación y por eso Jesús, de camino a Jerusalén,
advierte a sus discípulos que el corazón no puede estar dividido sin romperse: o Dios es el centro y
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UNA PALABRA JOVEN (Sep 07)
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todo lo demás es secundario; o lo es el dinero y todo lo demás pasa a un segundo lugar. Pero esto
sólo lo entiende el que se sabe administrador de lo que ha recibido y no pierde de vista que algún
día ha de rendir cuentas de la fortuna que se le ha confiado. La parábola es una llamada a la
prudencia: sé prevenido y haz todo el bien que puedas con la riqueza que has logrado porque llegará
un momento en el que el valor de la vida será tasado no en monedas sino en bondades. Esa es la
verdadera sagacidad. Los bienes de la tierra no son el don supremo que Dios nos confía. Sólo es un
pequeño asunto que muestra la medida de nuestro corazón.
Una vez más, al escuchar las palabras de Jesús, nos salta un cierto escepticismo y la
sensación de que el maestro es poco realista. Pero ¿podéis imaginar cómo sería un mundo en el que
el ser humano fuera realmente lo primero y lo más importante? ¿Un mundo de corazones sin
avaricia? Pero no. Vivimos en un mundo en el que pocos tienen mucho y muchos tienen poco; en el
que unos tiran la comida y otros la buscan en la basura. Si el dinero tuviera caducidad —como los
alimentos—, nos daríamos cuenta de su verdadero valor. La verdad es que la tiene, pues llega un día
en el que no vale nada. Pero nosotros preferimos creer que estamos seguros bajo su protección.
Jesús advierte que es una falsa seguridad en la que viven incluso aquellos que intentan casar a Dios
con la fortuna. No es posible hacer una genuflexión al sagrario y otra a la cartera.
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