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Crisis
Álex Covarrubias Valdenebro*
Hace tiempo que la economía y los economistas son unas entidades en crisis. Más que
la realidad misma. Refiero la economía como ciencia y a los economistas como
portadores de la tal ciencia.
A no ser bajo la protección de mil supuestos, la economía no es más la ciencia capaz de
formular con precisión las fases de los ciclos económicos, las ecuaciones de la riqueza y
la escasez o los puntos de equilibrio de las ofertas y las demandas.
Atrás quedaron sus estimaciones exactas de los costos de producción y los valores del
mercado óptimos, así como los juegos de las variables básicas de ahorro, consumo e
inversión y las combinaciones de los factores de producción necesarias para crecer.
Los economistas son las primeras víctimas de aquella extinción de certezas. En posición
de honestidad, les toca resignarse a vivir semisepultados por los nuevos supuestos que
día con día ellos mismos crean para explicar cualquier cosa que va ocurriendo en la
economía real.
En posición del manto del cínico o pragmático les toca vivir en medio de una
declaración permanente de que no se puede explicar absolutamente nada de lo que de
verdad ocurre.
¿Quién sabe cuál es la situación real de la crisis financiera de la economía
estadounidense? ¿Quién puede prever sus alcances y derrames al resto del mundo? La
verdad es que nadie. Ni el mismo presidente Bush –aunque en su caso era bastante
predecible no esperar idea alguna–, ni ningún presidente, inversionista o autoridad
experta del mundo.
Ni los mismos especuladores, vaya, que están entre los grandes causantes y
beneficiarios de los vaivenes económicos del mercado global, saben a ciencia cierta
dónde termina (rá) el alud de malas noticias que salen desde los corredores de Wall
Street. Por eso conviene desconfiar de quien pontifique en este momento con las
presuntas veras explicaciones de la crisis a la que asistimos.
La perplejidad de legos y enterados tiene al menos una explicación. Hace tiempo que la
economía real viene dejando, de manera progresiva, de ser economía real. Sucede a
cada momento en que un político improvisado tras otro toma en sus manos la idea de
que el Gobierno puede y debe decir quién, cómo y cuándo se crece.
Y su inverso: Quién, cómo y cuándo debe desaparecer de los circuitos productivos. Se
agrava cuando esos mismos políticos usan (obstruyen o alientan) la economía para
mantenerse en el poder o mantener a los suyos.
Y el mundo productivo real acaba por pervertirse cuando además los tales políticos
tienen el agrado de fusionar sus intereses con negocios económicos propios o de
cercanos y asociados.
Varios o todos, estos elementos están conjugados en el colapso financiero e hipotecario
presente del coloso del Norte. Un recuento monetario revela que los dólares impresos
por los EUA durante los últimos ocho años multiplican por tres los que imprimieron
durante las cinco décadas previas.
Otro recuento indica que la expansión del consumo estadounidense se asentó fuera de
proporción en dinero ‘virtual’. Esto es, en papeles, transacciones electrónicas y créditos
sin sustento que produjeron ganancias y mantuvieron a todos felices hasta que la
realidad de insolvencia fue haciendo caer a un intermediario financiero tras otro. Luego
a un comprador tras otro.
Un recuento más advierte que los ritmos de gasto, especulación y préstamos han sido la
condición para mantener una economía de guerra y un gobierno obsesionado en ser el
guardián del mundo. Y así por el estilo.
En suma, si un político o un empresario encumbrados, de ésos que han multiplicado sus
fortunas cientos de veces en los últimos años, nos dice ahora que la crisis puede ser peor
que la Gran Depresión del siglo pasado, valdría la pena recelar de sus afirmaciones.
Quizás esté preparando una gran operación sobre algún país o sector productivo sin que
nosotros tengamos la menor idea.
En todo caso, tengamos en cuenta que el revuelo económico gringo se desplaza en
medio de la etapa final del proceso electoral para elegir nuevo Presidente. Y el hecho es
que el nuevo Presidente, sea quien fuere, no podrá permitir que el imperio se le
desmorone entre las manos.
*Profesor-investigador del Centro de Estudios de América del Norte de El Colegio de
Sonora, [email protected]