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Mons. Antonio Staglianò Vescovo di Noto Ciudad de México 25/4/2016 Queridos hermanos y hermanas: En este día en el que la liturgia de la Iglesia Católica celebra la fiesta de San Marcos Evangelista, nuestra Iglesia de Noto se encuentra como peregrina en Guadalupe para venerar a la extraordinaria y milagrosa imagen, no pintada por mano de hombre, de la Virgen morenita, venerada por los católicos como patrona y reina de todos los pueblos del continente Americano, desde Canadá hasta la Patagonia y también de las Filipinas. Queremos hacer nuestro el mensaje que en el año de 1531 recibió Juan Diego, un humilde indígena, canonizado en el 2002, por san Juan Pablo II, quien lo llamó justamente con el título de embajador-mensajero de Santa María de Guadalupe. En este lugar prodigioso, que cada día ilumina y nutre la fe de muchísimos cristianos, recogemos, a través de la fe, no pocos elementos que no pueden no ser motivo de reflexión sincera en el camino que hacemos siguiendo las huellas del Resucitado. Dios dirige su mirada tierna a un hombre simple como Juan Diego, es su simplicidad lo que atrae a Dios; se sirve de él y a través de él habla a los hombres de todo tiempo que vienen como peregrinos orantes a este templo de la Misericordia de Dios, acogidos por el abrazo materno de María. En este lugar santo, auténtica manifestación de la eternidad en el tiempo, espacio privilegiado en el que la llamada a la humanidad plena irrumpe con vehemencia, experiencia de existencial en la que la oración brota espontánea y el deseo de vivir el Evangelio inflama punzante nuestro corazón, en este lugar, pensando en Juan Diego, no podemos no escuchar el eco de la primera de las bienaventuranzas del Evangelio de Mateo: "Bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos es el reino de los cielos"; bienaventurados quienes tienen conciencia de sus propios límites, quienes se fían de Dios, y saben depender sólo de Él. El Catecismo de la Iglesia Católica habla del hombre como de un "mendigo de Dios" (CIC 2559). En María, humanidad hecha plegaria, celebramos el encuentro de la sed de Dios con la sed del hombre. Sí, por qué aún antes de la necesidad que el hombre tiene de Dios, María nos recuerda que es Dios quien siente necesidad del hombre. Es Él quien quiere tener necesidad del hombre, para que haciendo suya la necesidad del hombre, éste pudiese saciar su propia sed de eternidad y ser plenamente sí mismo. Queremos ver en María el "signo" elocuente en la historia tanto de la peregrinación de Dios hacia el hombre como de la necesidad que el hombre tiene en su corazón de unirse a Dios. En todo este asunto Dios se ha querido servir de un hombre sencillo, convertido a la fe católica poco tiempo antes, pero decidido a donarse sin reservas con la totalidad de su propia vida. Queremos escuchar el Evangelio de Marcos en la escuela de María; como María nosotros también queremos salir para llevar el anuncio gozoso a toda creatura. Ante esta bella imagen de María queremos renovar para nosotros y para toda nuestra Iglesia de Noto el propósito de una gran pasión por la evangelización, de acuerdo con las formas que la Iglesia y la historia nos piden actualmente. Delante de María nos comprometemos, pidiendo su acompañamiento materno, a redescubrimos exploradores gozosos de la misericordia de Dios, misioneros que van buscando y explorando. Hombres y mujeres inhabitados por la santidad de Dios y cuya vida espiritual, lejos de ser confundida con algunos elementos religiosos, alimenta el encuentro con los otros, el empeño en el mundo, la pasión por la difusión del Evangelio. Después de haber criticado a los discípulos por su falta de fe, Jesús les confiere la misión: "Vayan por todo el mundo y prediquen el evangelio a toda creatura. El que crea y sea bautizado será salvado, pero el que no crea será condenado". A ellos les promete los siguientes signos: arrojarán a los demonios, hablarán lenguas nuevas, cogerán a las serpientes con las manos y si beben algún veneno mortal no les hará daño, impondrán las manos a los enfermos y éstos quedarán sanados. Si acogemos la invitación de Jesús, si respondemos a su llamada con la vida, Él nos dará la fuerza - para combatir el mal que destruye la vida, frecuentemente reducida a pura banalidad, deshumanizada; - para hablar lenguas nuevas y comenzar a comunicar con los demás de un modo nuevo; - para vencer el veneno que frecuentemente vacía e intoxica la convivencia, la amistad, la belleza de la vida; - para visitar y curar a los enfermos, para acoger a los últimos, a los excluidos, a los marginados. Estamos llamados a continuar la misión de Jesús en la historia, esta es la gran llamada que a los pies de Santa María cada uno de nosotros debe escuchar y de la cual debe hacerse portavoz frente a sus hermanos. Le pido a la Virgen de Guadalupe que regale a nuestro corazón la santa inquietud y la preocupación por tantos hermanos nuestros que viven sin fuerza, la luz y la consolación de la amistad con Jesús, de sacudir nuestra fe frecuentemente adormilada y sin obras, que dé un impulso misionero renovado a nuestra Iglesia. No podemos no ver que también en nuestras ciudades hay una multitud hambrienta de la verdad y no escuchar a Jesús que nos dirige la invitación a que nosotros mismos les demos de comer. A la escucha de la Palabra, peregrinos en la historia, como todos los grandes personajes bíblicos, estamos llamados, como María, a vivir de fe, a realizar gestos de fe, para nosotros y para cuantos encontramos por los caminos de la vida. La Iglesia por naturaleza debe predicar, es decir, su misión evangelizadora es un mandamiento del Señor resucitado: "Vayan a todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda creatura". La misión de los creyentes es ir, no quedarse parados, sino ir a proclamar allí donde hay soledad, desesperación, desorientación, estructuras de pecado, empobrecimiento de lo humano. Desde este amor de Dios ninguna persona, cualquiera que sea su conducta o su comportamiento, puede sentirse excluida. La Palabra no es creíble, no es verdadera, si no va acompañada de signos visibles como el amor, el perdón y el compartir. De otra parte, la Ascensión del Señor, narrada en la perícopa de Marcos que hemos escuchado apenas, no separa a Jesús de la vida de los creyentes, sino que lo inserta en su existencia potenciándola con una fuerza y con una energía aún más grandes. El amor recibido de Dios se transforma en comunión entre los hermanos y en amor donado a todos. Para terminar, junto con todos ustedes, con los ojos fijos en la mirada materna de la Virgen de Guadalupe, quiero confiar a Aquella que se ha dejado plasmar en los pensamientos, en las palabras y en las obras por la Palabra del Dios vivo, el camino de nuestra Iglesia de Noto. Que todos podamos tener, cada día, el valor para superar nuestras barreras y los nichos de seguridad para ir a vivir a las periferias de la existencia de los más pobres, de los desfavorecidos, ayudando a realizar caminos de liberación concreta para que la belleza de la nueva humanidad pueda florecer en todo su esplendor. ¡Amén!