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Transcript
Estados Unidos-Cuba: ocho mitos de una
confrontación histórica (Tercera Parte y Final)
Por: Elier Ramírez Cañedo
En este artículo: Cuba, Estados Unidos, Relaciones Cuba Estados Unidos
24 febrero 2016 | +
27
Durante largo tiempo el conflicto Estados
Unidos-Cuba ha sido estudiado por numerosos académicos en el mundo,
fundamentalmente de los países implicados. Sin embargo, a pesar de las numerosas
investigaciones existentes al respecto, y de las miles de páginas de documentos
desclasificados en los propios Estados Unidos, todavía hoy persisten determinados mitos,
sustentados en el desconocimiento, la falta de información, los análisis superficiales y la
manipulación intencionada con propósitos políticos.
Vea: Estados Unidos-Cuba: ocho mitos de una confrontación histórica (Primera Parte)
Estados Unidos-Cuba: ocho mitos de una confrontación histórica (Segunda Parte)
Mito 7: La extrema derecha cubanoamericana ha tenido
secuestrada la política hacia Cuba.
Si bien es cierto que la extrema derecha cubanoamericana ha tenido importantes
niveles de influencia en el diseño y la implementación de la política hacia Cuba y
que incluso en la actualidad constituye una fuerza política nada despreciable -sobre
todo en el legislativo estadounidense-, es falso que en algún momento hayan
alcanzado el control de la misma. La política de los Estados Unidos hacia Cuba
siempre ha sido una Política de Estado. El llamado lobby cubanoamericano ha sido una
pieza funcional a los intereses de Washington contra Cuba desde su origen. Ha sido un
instrumento de la política, más que la política misma. Fue durante la administración de
Ronald Reagan, coincidiendo con el surgimiento del movimiento neoconservador en los
Estados Unidos, que este lobby alcanzó mayor protagonismo y nivel de organicidad, con
un amplio nivel de acceso a las estructuras de poder estadounidenses y los medios de
comunicación. Este lobby, que tomó como ejemplo para su estructuración al influyente y
poderoso lobby judío, se nucleó fundamentalmente en torno a la Fundación Cubano
Americana.
Fue tal su activismo contra la Mayor de las Antillas, que se creó una falsa imagen de que
en ellos descansaba la política hacia Cuba y que los políticos estadounidenses que se
apartaran de su línea serían castigados perdiendo los votos de un estado tan definitorio
como La Florida -de los llamados estados pendulares, “Swing State Vote” en inglés- en
elecciones presidenciales cerradas. Pero lo cierto es que el voto cubanoamericano jamás
ha sido determinante para ganar una elección del estado de la Florida. Así lo confirma el
destacado investigador cubano Jesús Arboleya: “En realidad, la importancia del voto
cubanoamericano ha sido bastante exagerada, ya que apenas tiene relevancia más allá
del enclave miamense y ni siquiera en esta región ha determinado el triunfo del candidato
presidencial republicano en múltiples elecciones”.(44) Son el 5 % del electorado de la
Florida y el 1 % del país. Tampoco en los condados floridanos donde se concentra la
mayoría de los votantes cubanoamericanos, como Miami, Broward y Monroe, su voto ha
sido decisivo en las elecciones presidenciales, donde siempre han ganado los candidatos
demócratas, sin importar el nivel de preferencia que hayan tenido entre los votantes
cubanoamericanos.(45) Por lo tanto, la influencia de la extrema derecha cubanoamericana
en el sistema político norteamericano nada tiene que ver con el peso específico de su
electorado, sino por la capacidad de imbricarse en el mismo y en sus mecanismos de
influencia, a través de las propias oportunidades que les han ofrecido los grupos políticos
dominantes de la sociedad norteamericana
El caso del niño Elián González durante la administración Clinton, puso en evidencia
que cuando esta extrema derecha cubanoamericana se convierte en un obstáculo
para los intereses del estado norteamericano, se les aparta del camino y poco
importan sus reacciones coléricas.
Asimismo, el anuncio del presidente Obama el 17 de diciembre de 2014, sobre el
restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y Cuba, dejó
descolocado una vez más a esta extrema derecha cubanoamericana, demostrando que
jamás han sido la cola que mueve al perro. Por otro lado, su base social se encuentra cada
vez más erosionada ante las posturas mucho más flexibles hacia Cuba de las nuevas
generaciones y los nuevos emigrados cubanos.
Mito 8: Cuba ha sido un problema para la “seguridad nacional” de
los Estados Unidos.
Para responder a este aserto, habría que comenzar haciendo la siguiente pregunta:
¿Cuándo en el discurso político norteamericano se utiliza el término seguridad o interés
nacional, a que se está refiriendo? ¿Son realmente nacionales? ¿A quién representan? Lo
interesante en este caso, es que los Estados Unidos, más bien la clase dominante en los
Estados Unidos, en rigor, no ha defendido histórica y principalmente lo que se entiende por
legítimos intereses nacionales o de seguridad nacional, sino su hegemonía, tanto en el
plano doméstico como internacional.
Un pequeño libro publicado en nuestro país por la Editorial Ciencias Sociales en el 2010,
Estados Unidos, hegemonía, seguridad nacional y cultura política, del destacado
especialista en estos temas, Jorge Hernández, ofrece una serie de elementos que amplían
considerablemente lo expresado anteriormente. Resulta oportuno citar algunas de sus
reflexiones:
• “La hegemonía no es, como han querido creer, ver o hasta demostrar algunos
estudiosos, una función de la seguridad nacional. Es al revés”.(46)
• “Como función de la hegemonía, la seguridad nacional de los Estados Unidos, opera
ideológicamente en un doble plano: en uno, de legitimación interna, y en otro, de
apuntalamiento doctrinal de la política exterior. Desde el punto de vista externo, el
concepto en realidad posee una connotación transnacional, en el sentido de que se
insertan en ella escenarios del llamado Tercer Mundo, en los que los Estados Unidos lo
que defienden, en rigor no es su seguridad nacional, sino su hegemonía”.(47)
• “La paradoja es que lo que se presenta habitualmente como seguridad nacional no lo es
tanto, sino más bien de lo que se trata es de la seguridad de la clase dominante –o de
sectores de ella-, manipulada como interés común de toda la nación”.(48)
Por su parte, el también destacado académico cubano Luis Suárez Salazar utiliza el
término estrategias de seguridad imperial, para distinguir a éstas de los intereses legítimos
de seguridad nacional de la población estadounidense y sus autoridades, pues no son lo
misma cosa. Las estrategias de seguridad imperial, han servido hasta nuestros días como
ejes articuladores de la política interna y exterior de los Estados Unidos y “para justificar el
constate fortalecimiento de su maquinaria burocrática-militar, al igual que su
acantonamiento, desplazamiento y utilización en diversos lugares del mundo, incluida
América Latina y el Caribe. Asimismo, para tratar de garantizar los expansionistas
intereses geoestratégicos, geopolíticos y geoeconómicos de los grupos económicos,
sociales, ideológicos, políticos, étnicos y culturales dominantes en esa potencia
multidimensional. Igualmente para tratar de justificar ante la opinión pública doméstica e
internacional sus acciones violatorias de los principios de autodeterminación de los
pueblos y de no intervención en los asuntos internos y externos de otros Estados
consagrados en la Carta de la Organización de Naciones Unidas (ONU) e incluso en la de
la Organización de Estados Americanos (OEA)”.(49)
De esta manera, Estados Unidos ha desplegado todas las capacidades de su diplomacia
exterior con el objetivo, incluso, de lograr persuadir a los países de América Latina y el
Caribe, de la necesidad de compartir la responsabilidad de la defensa de su “seguridad
nacional”, haciéndola parecer común para toda la región. Estados Unidos históricamente
también ha intentado, y en muchas ocasiones ha tenido éxito, convertir los llamados
enemigos de su “seguridad nacional, en supuestos enemigos de la “seguridad
hemisférica”.
Si Estados Unidos realmente buscara la satisfacción de los legítimos “intereses
nacionales” y de “seguridad nacional”, hace mucho tiempo hubieran normalizado las
relaciones con Cuba, pues paradójicamente Cuba constituye una garantía para los
Estados Unidos en términos de seguridad en asuntos como la lucha contra el terrorismo, el
tráfico de personas, la inmigración ilegal y el tráfico de drogas. En el caso de la política
hacia Cuba, aunque también hacia el resto de la región, ha primado más la lógica de las
estrategias de seguridad imperial que las de una legítima seguridad nacional.
Breve epílogo
En su discurso en la Cumbre de las Américas en Panamá y en otras de sus
intervenciones, el presidente de los Estados Unidos, Barack Obama ha expresado que no
se puede vivir anclado en el pasado, sino que hay que pensar en el presente y el futuro.
Siempre que se establezca una relación dialéctica entre pasado, presente y futuro a la
hora de interpretar sus palabras creo no habrá peligro alguno.
Pero si algunos en Cuba o fuera de ella, sobre todo en las filas revolucionarias, caen en el
error olvidar o despreciar la importancia del estudio y conocimiento profundo del pasado en
las circunstancias actuales, sería hacer el juego a quienes ahora con nuevos ropajes
persisten en sus objetivos de destruir la revolución cubana desde sus mismas
raíces. “Pero cómo va a cambiar la sociedad –expresó en conferencia de prensa el
presidente Obama dos días después de los anuncios del 17 de diciembre-, el país
específicamente, su cultura específicamente, pudiera suceder rápido o pudiera suceder
más lento de lo que me gustaría, pero va a suceder y pienso que este cambio de política
va a promover eso”.(50)
Ante esta abierta declaración de guerra cultural, entendiendo la cultura en su sentido más
amplio, más allá de lo artístico y literario, sería ingenuo pensar que la historia no será –de
hecho ya lo está siendo- una de las dianas fundamentales de quienes pretenden socavar
desde dentro la cultura socialista en Cuba.
Por tanto, reforzar en nuestro país la enseñanza y divulgación de la historia patria sin
maniqueísmos y anatemas, sobre todo la de la Revolución en el poder, constituye tarea de
primer orden. Desmontar cada una de las manipulaciones y tergiversaciones de nuestra
historia también debe constituir labor cotidiana de los historiadores y cientistas sociales
cubanos en general.
No es difícil imaginar que en esta nuevo intento neocolonizador, el enemigo que ahora
pretende desdibujarse con celeridad –sobre todo ante los ojos de las nuevas
generaciones- incluso presentarse como mesías salvador de los cubanos, necesitará la
desmemoria, el olvido y la tergiversación, fundamentalmente de lo que han sido las
relaciones entre Cuba y Estados Unidos, aunque también prestará gran atención a otros
temas de nuestra historia. Se retomarán viejos mitos e incluso se elaboraran otros nuevos
en torno a la confrontación Estados Unidos-Cuba y siempre que sea posible la víctima se
presentará como victimaria.
Pecan de gran ingenuidad los que hoy subvaloran un campo de batalla cultural tan
estratégico como el de la historia, propicio para desvirtuar valores e ideales y demoler una
sociedad desde sus cimientos. Ahí, como en otros terrenos también debemos andar a
contracorriente, en la búsqueda incesante de la verdad, que es siempre
revolucionaria. Pero si esa verdad no llega al corazón mismo del pueblo, como pedía
el célebre historiador cubano Emilio Roig de Leuchsenring, será imposible vencer a
las poderosas fuerzas culturales dominantes a las que nos enfrentamos. Con este
ensayo hemos pretendido librar una de esas batallas descolonizadoras y
antiimperialistas en el campo de la historia. Pongamos la mirada en el horizonte,
pero sin olvidar de dónde venimos.