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La Economía Social de Mercado en América Latina: la realidad y sus desafíos
(Primera Parte)
Hace un par de semanas me tocó presentar en La Paz un libro (del cual soy coautor) sobre
el estado de la economía social de mercado (ESM) en nuestro continente. Académicos de
cinco países (Argentina, Bolivia, Venezuela, México y Chile) analizaron en qué medida se
puede hablar de este sistema socio-económico y político en cada uno de sus respectivos
países1.
Huelga precisar que al referirnos a la ESM pensamos en el “modelo alemán”2, y no en una
economía de mercado con correcciones sociales, y menos aún en una economía
“estatizante” con atisbos de mercado. Pero no se trata de “copiar el modelo alemán”. Esto
sería imposible porque como el mismo Müller-Armack señaló, la economía social de mercado «no es un sistema terminado, ni una receta que una vez dada puede ser aplicada en
todo lugar. Se trata de un orden dinámico, en el cual junto a sólidos principios, que deben
ser realizados en el marco de un orden libre, es siempre necesario poner nuevos acentos,
según los desafíos en una época cambiante». Sin embargo, para el mismo Müller-Armack
era una obligación moral traspasar la experiencia alemana a los países en vías de desarrollo:
“Si nosotros practicamos en Europa con éxito la economía social de mercado, tenemos al
mismo tiempo la responsabilidad social de traspasar también a los otros países las
soluciones según criterios humanos que hemos encontrado”. De lo que se trata, entonces,
es de aplicar los principios que la sustentan y aprender de la rica experiencia alemana.
Antes de analizar la situación de la ESM en la región y sus eventuales desafíos, conviene
dar una mirada social y económica al continente.Según constata la CEPAL en las últimas
décadas tanto la pobreza como la desigualdad han ido disminuyendo en Latinoamérica,
principalmente gracias al crecimiento económico producto de la aplicación de políticas de
mercado. En 1970 había un 45% de pobres, ello sumado a grandes niveles de desigualdad
y exclusión social, principalmente en las áreas de salud,
educación e ingreso y
particularmente en los sectores campesinos e indígenas. Diez años más tarde la situación
había empeorado alcanzando un 46,3% (CEPAL, 1980). En 1990 aumentó a unalarmante
1
2
El libro ha sido editado por la Fundación Konrad Adenauer en Santiago, 2015
o si se quiere en el “modelo” de la Unión Europea, según está establecido en el artículo 3 de su constitución.
48,4%. Afortunadamente en los años posteriores comenzó a disminuir. En 2010 descendió
a un 31,4%, y el 2014 disminuyó a un 28 %, lo que equivale a 167 millones de pobres, de
los cuales 71 millones son indigentes, o sea personas que viven con menos de un dólar al
día.
A juzgar por las cifras sería entonces, el exitoso funcionamiento del libre mercado y/o la
aplicación de políticas neoliberales las que han permitido disminuir la pobreza y la
desigualdad. Por contraste, si se considera la desastrosa experiencia social y económica en
el último tiempo de países como Venezuela o Argentina, no cabría duda de las ventajas de
una economía de libre mercado. Sin desconocer que una economía “neoliberal” crea
riqueza, debemos preguntarnos si para superar la pobreza, la desigualdad y alcanzar el tan
anhelado desarrollo basta con el crecimiento económico y con la iniciativa privada. San
Juan Pablo II nos decía en 1987 en su discurso a la CEPAL que “¡los pobres no pueden
esperar! Los que nada tienen no pueden aguardar un alivio que les llegue por una especie de
rebalse de la prosperidad generalizada de la sociedad”. Dicho de otro modo, no se
erradicará la pobreza poniendo toda la confianza en el esfuerzo individual y en el mercado.
Actualmente el Papa Francisco hablando de los excluidos del sistema económico critica
nuevamente poner la confianza solo en las fuerzas del mercado(Evangelii gaudium, 52-53).
Esta misma crítica la volvió a repetir en su mensaje a la VII Cumbre de las Américas: “no
podemos negar que muchos países han experimentado un fuerte desarrollo económico en
los últimos años, pero no es menos cierto que otros siguen postrados en la pobreza.
Además, en las economías emergentes, gran parte de la población no se ha beneficiado del
progreso económico general, sino que frecuentemente se ha abierto una brecha mayor entre
ricos y pobres. La teoría del “goteo” o “derrame” (cf. Evangelii gaudium 54) se ha revelado
falaz: no es suficiente esperar que los pobres recojan las migajas que caen de la mesa de los
ricos”.
La experiencia histórica demuestra (al menos en nuestro continente)
que un sistema
económico cuyo fundamento antropológico es el egoísmo o si se quiere la búsqueda del
propio interés, y en donde el bien común no es más que la suma de los intereses
particulares, porque el bien se mide a partir de la utilidad, produce entre otros los siguiente
efectos negativos:
1.- una gran concentración de la riqueza en pocas manos, obstaculizando una mejor
distribución de la riqueza. Según el Informe Mundial de la Riqueza (2008), América Latina
posee la mayor concentración de riqueza en el mundo3. El principio de la mayor cantidad
de felicidad para el mayor número se convierte en la mayor cantidad de felicidad, para el
menor número, al menos en nuestro continente;2.- Tiende a excluir a los más débiles o
vulnerables de la sociedad, por ejemplo, a los miembros de los pueblos originarios; 3.-No
todos los ciudadanos pueden disfrutar de los beneficios del mercado o de la prosperidad
general;4.- Incentiva el consumismo. Esto es particularmente grave en un continente pobre
y sobre endeudado como el nuestro;5.- Fomenta una mentalidad individualista y
materialista. “Compra, consume y desecha” para ser la consigna para alcanzar una felicidad
“readymade”.
América Latina requiere entonces, no solo de crecimiento económico, sino además de un
Estado fuerte y eficiente que fije reglas atendiendo al principio de subsidiariedad, pero
también necesita una sociedad civil “empoderada”. La ESM responde, a nuestro juicio, a
estos requerimientos. Ella no es una utopía o una visión romántica de la economía. Existe
suficiente evidencia empírica que demuestra que ella es capaz de ofrecer buenas y nuevas
soluciones a viejos problemas. Sin embargo, no hay que despertar falsas esperanzas, puesno
es la panacea que solucionará todos los endémicos problemas sociales, políticos y
económicos que nuestra región arrastra desde hace décadas. Tampoco es una “receta”
milagrosa, como lo recordaba Ludwig Erhard en plena época del “milagro” alemán: “se
habla hoy en día en el mundo sobre el milagro económico, un concepto al cual yo no le doy
validez, pues, lo que ha sucedido en Alemania en los últimos seis años, es muy diferente a
un milagro. Fueron las consecuencias del esfuerzo honesto de todo un pueblo, que basado
en principios libertarios, ha conquistado la posibilidad de volver a aplicar nuevamente sus
iniciativas, energías y libertad humanas”. Insistimos, la ESM no es ni una panacea, ni una
receta milagrosa, pero si un sistema político, económico y social capaz de disminuir
ostensiblemente la desigualdad y la pobreza, siempre y cuando el Estado, los políticos, los
empresarios, los trabajadores, los economistas, y la sociedad civil se tomen en serio esta
3
México es un caso paradigmático. Si bien ha ido disminuyendo la desigualdad, según el índice Gini alcanza
un 0,49 y un 48% de pobreza, sin embargo, dentro de los 100 personas más ricas del mundo, 10 son
mexicanos.
labor. Los desafíos y obstáculos que dificultan su implementación será materia de la
próxima columna.
Eugenio Yáñez
Académico Universidad Adolfo Ibáñez