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MEDITACIONES
2º semana de Cuaresma
“Evangelio 2015” J.A. Martínez Puche. EDIBESA.
JESÚS, el reproche del Bautista a los israelitas – con vosotros está y no lo conocéis – me lo hago yo a mí
mismo. Tengo que progresar en ese “conocer al Padre y a su enviado”. En eso consiste la vida eterna, la
que yo quiero para mí y para todos tus discípulos. No sólo después de mi muerte, sino ya en esta vida.
Allana el camino, derriba las colinas del orgullo y el desamor, que me impiden verte y amarte en los
hermanos. Conocerte mejor a ti y descubrirte en los hermanos va a ser la fuente de mi felicidad.
JESÚS, te felicito por tu Nombre, el Nombre –sobre-todo-nombre: es júbilo para mi corazón, melodía para mi
oído, miel para mi boca, esplendor para mi mente, esperanza para mi vida. Quiero vivir y morir pronunciando
tu nombre: Jesús, Jesús, Jesús. Llegas hoy a mí con la sencillez de un manso cordero para cargar con mis
pecados: eres mi Salvador, eso significa tu bendito nombre, JESÚS, el nombre más alto que existe.
JESÚS, me da pena ver cómo ha podido el mundo inculcar en los cristianos la actual concepción del
Domingo, que suele ser cualquier cosa menos el Día del Señor. Todo Domingo es un regalo que me haces
para dedicar mi tiempo a estar más contigo, celebrar la Eucaristía en la que te haces presente y nos salvas,
pensar en los demás en quienes estás tú. ¿Quién hay entre mis conocidos que está enfermo crónico, solo,
necesitado de ayuda? Ese eres tú. Y quiero que los domingos sean el día de la semana que te dedique:
como centro, la Eucaristía, y como ocupación en este día de descanso, mi visita, mi compañía y mi ayuda a
ti en la persona del enfermo, del solo, del necesitado. ¡Todo un día para ti: es tu Día!
JESÚS, pues sí, de Nazaret salió no sólo “algo bueno” sino la fuente de toda Bondad, que eres tú mismo.
¿Cuándo dejaré de buscar el bien y la felicidad en cualquier otra persona o cosa, cuando tú me ofreces tu
presencia cercana, tu amor que está por encima de todo afecto humano, tu amistad fidelísima y entrañable?
Ya sé que en el cielo podré ver cosas mayores. Pero ya en la tierra sé que jamás encontraré nada ni nadie
que pueda llenar mi corazón como Tú.
JESÚS, gracias por el don de la fe: es el mayor regalo que recibí de ti, y te lo digo plenamente consciente y
agradecido. Te doy gracias por la estrella que dirigió mis pasos y mi corazón a ti: mis padres, abuelos, el
ejemplo de esos buenos amigos que pusiste en mi camino … En la misma actitud de agradecimiento, te pido
para ellos lo mejor, que es tu amistad y tu compañía, aquí en la tierra y en el cielo, para quienes me
mostraron tu estrella, la seguí, te encontré y aquí me tienes postrado adorándote como mi Señor y mi Dios.
Vengo a ti con el oro de mi adoración, el incienso de mis buenas obras, y la mirra de mi amistad, que quiero
que dure para siempre, cada día más fuerte.
JESÚS, tú sabes que si no me decido cada día a convertirme totalmente a ti, es porque me falta muchas
veces esa luz que viniste a traer a los que vivimos en tinieblas y en sombras de muerte. Quien te conoce y
experimenta tu amor no puede dejar para mañana lo que tiene que hacer hoy y todos los días: convertirse a
ti con alma, corazón y vida. Cualquier otra actitud y decisión es perder el tiempo. ¡Y ya está cerca el reino de
Dios! Aquí me tienes, quiero seguirte con fidelidad y ser tu amigo de verdad.
JESÚS, es poco lo que tengo, y me lo pides para que otros puedan comer hasta saciarse de tu amor, de tu
misericordia, de tu lealtad. Aquí tienes los cinco panes de mis sentidos y los dos peces de mi entendimiento
y mi voluntad, para hacerte sentir, entender y amar de los que tienen hambre y sed de lo mejor. ¡Y lo mejor
eres Tú y lo que nos llega de tus manos generosas!
Jesús, seguirte hoy – como en tantas circunstancias adversas de la historia – exige trabajo para remar
contra los fuertes vientos contrarios que soplan. Pero qué importa la furia del enemigo si tú estás cerca de
mí. Hoy nos repites a cada uno: ¡Ánimo, soy yo, no tengas miedo! Gracias, Señor.
JESÜS, deseo con toda mi alma que se cumpla tu palabra en mi vida, como se cumplió el día en que
proclamaste la profecía de Isaías en la sinagoga de Nazaret: que pueda experimentar la presencia de tu
gracia, que el Espíritu esté sobre mí y pueda ser yo beneficiario de lo que viniste a traer a la humanidad.
Cautivo del pecado y oprimido, necesito la libertad de los hijos de Dios. Pobre de solemnidad y ciego, es
preciso que hoy y cada día me des la limosna de tu buena noticia: tu Evangelio de salvación que ilumine mi
vida, y tu gracia que me fortalezca.
JESÜS, en mi rosario diario, admiro tu profunda humildad, al ponerte en la fila de los pecadores para ser
bautizado como uno más. Yo sé que tú eres el único justo, y yo soy el pecador, que oigo la voz de tu Padre
que me llama a escucharte y a seguirte.
SEÑOR, entre las primeras palabras al iniciar tu vida pública hay frases rotundas, sentencias tajantes: ¡Se
ha cumplido el plazo! , ¡está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio! No dejas lugar a
dudas. Y, a renglón seguido llamas a los apóstoles para que te sigan: Venid conmigo … Está claro me
invitas rotundamente a un cambio radical. Quieres que cierre mis oídos al mundo, al demonio y a la carne, y
me ponga, con toda mi vida, de cara a ti y a tu reino. Me elijes para ser mensajero de ese reino en mi
entorno familiar y social. No tengo más palabras que estas: ¡Aquí me tienes, Señor, dispuesto a seguir tu
llamada y cumplir tu voluntad!
SEÑOR, la primera victoria de Satanás en nuestro mundo, consiste en hacernos creer que no existe. Tu
apóstol Pedro, que fue presa del demonio cuando te negó, nos pone alerta: Vuestro enemigo el demonio,
como león rugiente, anda cerca buscando a quién devorar. Resistidle fuertes en la fe. Dame esa fuerza en la
fe, para que no caiga en las garras de quien sólo puede llevarme a la ruina y a la muerte. Contigo camino en
el amor hacia la vida.
SEÑOR, te pido con el himno litúrgico “Cura mi fiebre posesiva y ábrela al bien de mis hermanos”. ¡De
cuantas fiebres del alma me has curado! Sin embargo, sigo sintiendo el aguijón de la carne, que me inclina a
vivir para mí. Hoy pongo mis ojos en ti: te dedicas a curar a los demás y a dedicar un tiempo privilegiado a la
oración. Tomo nota: tiempo de oración y tiempo de ayudar a otros.
SEÑOR, como el leproso, también yo te doy lástima cuando escuchas mi súplica sincera: Si quieres puedes
limpiarme. No me refiero al cuerpo: el dolor y la enfermedad me unen a tu Cruz, me acercan a ti. Pero son
muchas las lacras que puedes limpiar en mi vida: limpiarme de la lepra de mi egoísmo, de mi orgullo, de mi
apatía, de mi pereza, de mi buscar inútilmente ser feliz al margen de tu voluntad. Escucho, acojo y
agradezco la palabra que hoy me diriges: “Quiero, queda limpio”. Ayúdame, Señor.
SEÑOR, tú eres Dios, tú eres Amor. Por eso quieres y puedes perdonar mis pecados. Y, como signo
inequívoco de tu divinidad, curas la parálisis que tantas veces me impide servir a los demás, cargar con las
cruces de los demás, gastar mi vida en beneficio de los demás. Por eso, me dices con autoridad y me invitas
con amor: Tus pecados quedan perdonados, toma la camilla de tu cruz y echa a andar detrás de mí. Y te
respondo: Sí Señor, aquí estoy para hacer tu voluntad.
SEÑOR, tú y yo sabemos que soy un pecador que sólo en ti puedo encontrar el amor, el perdón y la paz que
el mundo no puede dar. Por eso me alienta ver que no tienes asco de los pecadores, comes con ellos y los
eliges para que te sigan. Como Leví, quiero levantarme de mi comodidad mezquina y seguirte.
SEÑOR, todos los días y todas las horas son aptos para hacer el bien, como tú lo hiciste. Y no hay mejor
modo de emplear el tiempo que servir a los demás, como tú lo hiciste. En esto, como en todas las
dimensiones de la vida, tú eres el modelo acabado de quien quiere ser feliz haciendo felices a los demás.
SEÑOR, Tú eres el Hijo de Dios. Sólo el poder de Dios puede contra las fuerzas del mal, que intentaron
acabar contigo y siguen intentándolo con tu Iglesia todos los siglos. Yo sé de quién me he fiado, y hoy
reafirmo mi confianza plena en ti, mi Dios y mi todo.
SEÑOR, sólo tú me quieres como soy, y no esperas a que sea perfecto para llamarme a compartir tu vida
conmigo y a enviarme a ser testigo de tu amor ante los demás. ¿Cómo te fías de mí? ¿No has visto cuántas
veces te he fallado como los apóstoles, te he negado como Pedro, o te he traicionado como Judas? Y, con
todo, sigues contando conmigo. ¡Aquí me tienes, contigo y con la misión que quieras encomendarme! Como
los apóstoles, quiero dejarlo todo y seguirte: nada mejor que tú y tu invitación a vivir contigo.
SEÑOR, hasta tus primos dudan de tu cordura, al ver cómo te entregas a los enfermos y necesitados, que ni
te dejan comer ni descansar. Para mí eres el mejor ejemplo para tener paciencia ante la adversidad, para
continuar haciendo el bien aunque no te comprendan y te critiquen, de dar tu vida para que otros tengamos
Vida en abundancia. Con María, que tan bien comprendió tu misión, yo quiero estar siempre de tu parte,
compartir tu “bendita locura” y vivir de acuerdo con tu Palabra.
SEÑOR, hoy, me llega tu palabra de vida, de amor y de unidad: ¡Convertíos! Sólo con tu Espíritu podré
alcanzar la conversión, camino de unidad. El Espíritu que te ungió está sobre ti, y también sobre mí: me
ungió en el Bautismo, y en mi Confirmación me envió al mundo a anunciar tu Evangelio. “El momento es
apremiante”: no tengo tiempo que perder, urge que me convierta y te siga con la prontitud de los primeros
apóstoles y de Pablo, que por tu gracia cambió radicalmente el rumbo de su vida. ¡Dame la gracia de la
conversión!
SEÑOR, hoy quiero darte gracias de corazón por tu constante perdón de mis continuos pecados de palabra
y de obra. Que tu Espíritu me guíe por el camino de la Vida y yo me deje guiar, hasta que mi corazón y mi
vida sean reflejo de la tuya. Dando la espalda a los espíritus inmundos que me llevan a la muerte, quiero con
toda mi alma que mi vida se mueva según los impulsos de tu Espíritu, para ser “otro Cristo”
SEÑOR, admiro tu respuesta, agradezco tu cercanía y estoy encantado de que me admitas en tu familia.
Qué bien defines a tu Madre: nadie puede imitarla en la maternidad física, pero puedo y quiero que sea mi
modelo e “cumplir la voluntad de Dios” ¡Hágase en mí según tu Palabra!
SEÑOR, confío en tu misericordia conmigo: no me midas con la medida con que yo mido a los demás. Tú
eres el Bueno, yo soy un pobre pecador. Pero tu amistad me da la esperanza de que mi conducta se vaya
pareciendo a la tuya, y mi corazón al tuyo, y mi amor a tu Amor.
SEÑOR, me aclaras la obra que quieres hacer en mi vida, si no soy tan necio que ponga resistencia. Esa
Palabra es la semilla que, día a día, vas sembrando en mi corazón. Y, sin darme cuenta, mi vida puede ir
conformándose con esa Palabra que tú siembras y haces germinar y fructificar. Te doy gracias por lo que
haces conmigo. Y te pido que ni los agobios de la vida, ni mi debilidad, ni mucho menos mi malicia, impidan
que se frustre tu proyecto de mi salvación y la de miles de hombres y mujeres que todo lo esperan de ti.
SEÑOR, tus preguntas llegan a mi corazón: ¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe? Soy cobarde
cuando sólo cuento con mis fuerzas, cuando no tengo fe en el amor que me tienes.