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RETIRO1
"Os alegraréis con una alegría que nadie os podrá quitar" (Jn16,22)
Mikel Hernansanz
¿Puede existir semejante alegría? ¿No es la alegría una experiencia
de por sí demasiado frágil, esencialmente amenazada? Semejante
afirmación ¿no resultará demasiado ingenua para el que está viviendo "el
peso del realismo" o demasiado hiriente para quien está inmerso en el
sufrimiento?
La alegría es una experiencia humana muy frágil y muy poderosa a
la vez. Frágil porque nosotros somos frágiles y cuando nosotros nos
quebramos, la alegría se quiebra con nosotros. Fuerte porque, en su
fragilidad, tiene la capacidad de hacer luminosa nuestra vida, de
hacernos ver las mismas cosas de distinta manera, de calentar nuestro
corazón y de alumbrar (aunque no siempre) el del prójimo.
La alegría es frágil porque son frágiles (aunque sean muy valiosos)
los motivos que la sustentan: el bienestar físico o emocional, las
satisfacciones que nos dan nuestros seres queridos, el reconocimiento o
la gratificación en el trabajo, el regalo de la amistad, los proyectos que
calientan nuestro corazón... ¡Frágiles, muy frágiles! Pero la alegría es
fuerte porque no se resigna a desaparecer y se va a empeñar en buscar
raíces más hondas cuando le fallen las alegrías espontáneas. Lo mismo
que las raíces de los árboles buscan más adentro la humedad cuando
desaparece de la superficie. Alegrías que van perdiendo, acaso, en
vistosidad y que van ganando en hondura.
En este retiro no vamos a teorizar sobre la alegría. Más bien lo que
queremos hacer es un camino de ida y vuelta. Camino de ida: Partir de
nuestras alegrías concretas, las que son: pocas o muchas, en brillo o en
mate, poderosas o discretas... Mirar cuáles son, de dónde nacen, qué las
sustenta, hacia dónde se dirigen, qué la amenaza y qué o quién las
cuida... Pero sobre todo queremos poner nuestras "alegrías pequeñas"
a la sombra de esa "Alegría mayor" que es Jesús y lo que Jesús nos trae.
Y con esa "Alegría mayor" en el corazón, empapar nuestras alegrías
cotidianas. Camino de vuelta.
1
De la revista Frontera, nº82
De nuestras alegrías pequeñas a la "alegría mayor" y viceversa.
"Había una boda en Caná de Galilea... y Jesús estaba allí" (Jn 2,2)
Porque a veces las pasamos por alto, quizá sea bueno empezar
precisamente por identificar nuestras pequeñas alegrías. Las que van
poblando nuestra vida cotidiana y que a veces son tan discretas que
nos pueden llegar a pasar desapercibidas. O están tan mezcladas con
otras cosas o tan amenazadas que no sabemos siquiera si lo son. Pero
ahí están y hacen nuestra vida más fácil y más agradable.
El Señor no desprecia ni rivaliza con nuestras alegrías pequeñas.
No se apresura a tacharlas de pasajeras, parciales o inconsistentes. El
primer movimiento suyo es saludarlas, darles la bienvenida,
valorarlas. Jesús no mira con sospecha la alegría cuando llega, por
ejemplo, de la celebración de una boda (Jn 2,2); de la comida con un
amigo (Mt 9,10); de ver los niños bailando en la plaza (Mt 11,16); de
disfrutar de la naturaleza con sus lirios y pájaros (Mt 6,26-30)... Y quizá
por eso se extrañe tanto de aquel que no llevaba "traje de fiesta" en un
banquete o de quienes se ponen a ayunar "cuando el novio está con
ellos" o del hijo que se "resiste entrar a la fiesta por la recuperación de
su hermano".
El Señor saluda nuestras alegrías como buenas. Algo de esta
actitud debieron percibir los "círculos ascéticos" de su época cuando
tacharon a Jesús de "comilón y bebedor". ¿Por qué, a veces, nos
resulta más fácil acompañar el sufrimiento que compartir la alegría? Es
llamativo que la primera aparición pública de Jesús en el evangelio de
Juan sea precisamente acudiendo a una fiesta con su madre y sus
discípulos... ¡Juan el Bautista, el ascético, no hubiera ido!
¿Cuáles son en estos momentos mis alegrías cotidianas y
por tanto de "formato pequeño"? ¿En qué y en quiénes
encuentro alegría cada mañana? ¿Cómo cuido (o desatiendo) los
motivos que son para mí causa de alegría cotidiana?
"Alegraos más bien de..." (Lc 1 0,20)
El segundo movimiento de Jesús es tratar de estirar esas
alegrías más allá de lo que estaban dando de sí. Hay un texto que refleja
muy bien este movimiento: llegan los discípulos de Jesús, llenos de
alegría por todos los éxitos que han cosechado en la misión, y le
dicen a Jesús: "Hasta los demonios se nos someten en tu nombre". Y
¡cómo no! es una alegría constatar que en nuestros trabajos, en nuestra
vida y en nuestra misión "hasta se nos someten" algunos de nuestros
particulares y poderosos demonios: la dificultad de aceptar al otro y
de amarle en la convivencia diaria; el trabajo cuando se vuelve
demasiado duro, infructuoso o ingrato; el peso de la soledad, la aridez
en la oración, la impaciencia por cambiar, el miedo a equivocarnos...
Jesús acoge con cariño nuestras "pequeñas conquistas", estos
cotidianos logros que nos dan alegría. No dice que no haya que
alegrarse de esto, pero coloca la alegría más allá. "Alegraos más bien
de que vuestros nombres están grabados en el corazón de Dios" (Lc
10,18-20). Jesús no rechaza los "éxitos" que alegran nuestra vida
(porque son fuente de movilización, de transformación), pero coloca la
alegría en un lugar más firme, en un fundamento más sólido (para que
nuestros logros no se nos suban a la cabeza y para que nuestra alegría
no dure lo que duran nuestras conquistas). Para que cuando los
demonios nos ganen la partida, nuestra alegría no quede
definitivamente rota, ya que esta nace y se alimenta de una fuente
más honda. Porque nuestros demonios pueden marcharse y volver,
pero el modo en que Dios nos tiene tatuados en su corazón es indeleble,
no se borra con nada. ¡Gracias a Dios!
¿Qué alegrías necesito que sean ensanchadas en mí?
¿Qué alegrías permanecen cuando las cosas no van bien?
¿Dónde descanso mis alegrías? ¿Cuál es su fuente?
"Deberías alegrarte y hacer fiesta porque..." (Mt 15,32)
Un tercer movimiento, ahora sí, es aquel por el que el Señor
corrige nuestras alegrías cuando encierran engaño o cuando nos
alejan del camino de la verdadera alegría.
Sucede que a veces perdemos la perspectiva y preferimos, como los
fariseos, "que nos hagan reverencias por la calle" (el brillo del
reconocimiento) al gustazo por descubrir a un "Padre que está y que ve en
lo escondido". O cuando preferimos "construir graneros" para nosotros
mismos que acudir humildemente al Padre cada mañana a recibir gratis
nuestra ración cotidiana de confianza, de amor, de esperanza... y de
alegría. O cuando, buscando atajos, evitamos las "puertas estrechas",
porque queremos ahorrarnos las dificultades que son el pórtico de una
alegría mayor. O cuando preferimos nuestros "seis maridos" a acudir al
pozo de la verdadera alegría, como la samaritana. O cuando nos ciegan
"los primeros puestos" en lugar de la libertad de situarnos a los pies del
Señor y al lado del hermano.
El Señor corrige nuestras alegrías y en algunos casos las reprende.
En la parábola "del hijo pródigo" hay dos alegrías inmensas (la del Padre
que encuentra y la del hijo que se sabe encontrado) y una tristeza
rabiosa (la del hijo mayor, que es el que más perdido está de todos).
Llama la atención con qué ternura y con qué firmeza el Padre trata de
recobrar también a su hijo mayor. Para ello le pone delante una de las
fuentes de alegría que hijo alguno puede tener: "Hijo, tú siempre estás
conmigo y todo lo mío es tuyo". Pero hay alegrías que se cierran. En las
que no cabe más que uno mismo y su forma de pensar, su forma de ver
las cosas. El Padre trató de ensanchar la alegría del hijo mayor, trató de
introducir en ella un poco más de ese amor "que no mide ni lleva
cuenta, que perdona sin límites, que aguanta sin límites.." (I Co 12,47). ¿Lo consiguió? No lo sabemos, la parábola queda abierta. Quizá
para que la continuemos cada uno de nosotros en nuestra vida.
Oración: "¿Qué "alegrías" demasiado estrechas quieres
corregirme Señor? ¿En qué "alegrías de corto recorrido" me
enredo?
¿Qué "poso" me dejan? ¿A quién excluyo de mis alegrías?
¿Qué horizontes me abres Tú?
"Alegraos conmigo..." (Lc 15,6)
El cuarto movimiento de Jesús hacia nuestras alegrías consiste
en mostrarnos en qué encuentra alegría el Padre, de modo que sus
Alegrías comiencen a ser las nuestras. Del fondo del corazón del Padre
nace un profundo deseo y una invitación muy cómplice: "¡Alegraos
conmigo!".
Son las "alegrías del Reino de Dios": "Hay más alegría en el cielo por
un solo pecador que se convierte que por noventa y nueve justos que no
necesitan conversión" (o eso creen). En el corazón de Dios hay alegría
"cuando el Reino sucede". Cuando uno solo de estos que estaban
perdidos es encontrado. Cuando quien trataba ansiosamente de
controlar la vida va aprendiendo ahora a confiar en el cuidado de Dios
"como las aves del cielo o los lirios del campo". Cuando el que estaba
"cansado y agobiado" descubre en Jesús el más profundo de sus alivios.
Cuando alguien no pasa ya de largo ante quien "cae en manos de
salteadores". Cuando uno o una descubre el pozo de agua viva y ya no
tiene que recurrir a estériles abrevaderos. Cuando Jesús es reconocido
como Señor y seguido como Maestro. Cuando los que lloran, los que
sufren, los perseguidos... descubren que no están "huérfanos de
Padre"...
Alegría de estas y muchas más suceden afortunadamente en
nosotros y a nuestro alrededor. Es verdad que no son "bombazos
informativos", son alegrías que suceden en lo escondido de la
realidad, entre cizaña si quieres, de forma pequeña acaso, como el
grano de mostaza... pero tienen toda la fuerza imparable de la vida, de
la Vida de Dios. Y en lo pequeño gozan de toda la alegría del Padre.
Pues bien, cada vez que el Reino sucede, del corazón de ese Padre surge
para nosotros, sus hijos e hijas, esta preciosa invitación: "¡Alegraos
Conmigo!". ¡Hasta eso quieres compartir con nosotros, Padre!
¿Dónde está "sucediendo Reino de Dios" en mí o a mi
alrededor?
¿En qué realidades estoy escuchando de parte de Dios:
"Alégrate Conmigo"?
"Que tus alegrías Padre, sean las mías; que mis alegrías
sean las tuyas".
"Se llenaron de alegría al ver al Señor" (Jn 20,20)
Un quinto movimiento: El Padre decide apuntalar
definitivamente nuestra alegría, sostenerla Él mismo y para siempre. No se
tratará de una alegría facilona sino de una alegría que ha pasado por la
prueba y que por tanto es veraz. Hay alegrías humanas que son
acogidas, ensanchadas, corregidas y referidas al Padre. Y hay una "alegría
mayor" que nace directamente del Señor. Es uno de los dones del
Resucitado. Es verdad que esa "Alegría mayor" está llamada a inundar las
alegrías pequeñas y a mezclarse con ellas, como la levadura en la masa,
pero esa "Alegría mayor" de la que hablamos nace de la otra orilla, de la
Orilla de Dios. Es puro regalo suyo a nosotros.
Y esa "Alegría mayor" transcurre en dos direcciones: alegrarnos por
lo que Jesús es y alegrarnos por lo que Jesús trae.
"Se llenaron de alegría al ver al Señor" (Jn 20,20). Solo alguien que
ha querido mucho a Jesús sabe cuánto cariño hay en esta alegría de sus
discípulos. ¡Cuánto se alegraron de que a Jesús no se lo hubiera tragado
la tierra! Es un regalo sentir alegría por Jesús. "Me alegro por Ti, Señor,
¡por Ti! No solo por la salvación que Tú traes, sino por la salvación que Tú
eres. ¡Me alegro tanto de que seas, de que existas, de que estés vivo, de
que seas Señor!". En esa alegría "por ti" van a descansar todas las
alegrías "por lo que tú traes" al mundo de salvación, de esperanza, de
capacidad de amar... Ese "por ti" hace que esa alegría por el mundo sea
una alegría encamada, con rostro.
Lo que Jesús nos trae con su vida, muerte y resurrección es,
sencillamente, alucinante. Y al escucharlo entendemos un poco eso de
que "esta alegría no nos la quitará nadie". Nada ni nadie nos la puede
quitar porque se trata de una alegría así:
"Alegría porque gracias a la Resurrección, fiarse de Dios no es
temeridad. Abandonarse en Dios no es arrojarse al abismo. Tomar a Jesús
por modelo no es mimetismo que anula la propia personalidad. Vivir
como Jesús vivió no es locura sino necesidad sentida. Tratar con el
Resucitado es regalo de Pascua. Amar a los pequeños y luchar por la
justicia no es voluntarismo buenista. Tener deseos de ir detrás de Jesús
no es por subjetividad emocional, sino por obediencia gozosa.
Permanecer desde ahora en la esperanza no nos conducirá a la frustración.
Arriesgarse por amor no es una excentricidad. Descansar en Dios
demuestra que se da crédito a la Palabra del Resucitado, por la que se
supera el miedo ... Es reconocer que el pecado no es Dios, que el sufrimiento
no es anónimo, que la muerte no es la meta, que el mal no es eterno ni
tiene la última palabra, que la oscuridad tiene límite, que la paz se instala
en la hondura del ser, que la alegría perdura en la prueba. Porque nuestra
esperanza tiene en el Resucitado su más firme aval" (Ángel Moreno de
Buenafuente).
¡Cada una de estas frases es tan buena noticia que nos faltaría
vida para comenzar a dar gracias y no parar hasta el último de nuestros
días!
No es extraño que san Ignacio hable de una "consolación sin
causa". Es decir que no tiene otra causa, otro motivo que el que esa
alegría, esa consolación ha sido puesta directamente por Él, nos la ha
"derramado" en nuestro corazón.
Es verdad que no siempre podremos conectar emocionalmente
con esta Alegría. A veces por nuestros cansancios, preocupaciones,
sufrimientos, por nuestra psicología o por las circunstancias que
estamos atravesando esa Alegría "tan solo" podrá adoptar la forma de
consuelo callado y de paz en el corazón. Formas sobrias de alegrarnos pero
igualmente verdaderas. No son un "premio de consolación", son un
profundo abrazo que nos envuelve lleno de respeto y acogida. A veces es
solo un fogonazo: "Yo te voy a acompañar siempre, no te voy a dejar".
¿Me alegro "por Ti" Señor? ¿Nace mi alegría más honda de
la noticia de tu resurrección? ¿Cómo esa "alegría mayor" está
encendiendo mis "alegrías cotidianas"? "Pase lo que pase que me
pase Contigo". "Mis alegrías y mis tristezas… Contigo".
San Agustín en el siglo IV definía así a los cristianos: "Un grupo de
cristianos es un grupo de personas que rezan juntas, pero también con­
versan juntas. Ríen en común y se intercambian favores. Están
bromeando juntas y juntas están en lo serio. Están a veces en
desacuerdo, pero sin animosidad, como se está a veces con uno mismo,
utilizando ese desacuerdo para reforzar siempre el acuerdo habitual.
Aprenden algo unos de otros o lo enseñan unos a otros. Echan de
menos, con pena, a los ausentes. Acogen con alegría a los que llegan.
Hacen manifestaciones de este y otro tipo: chispas del corazón de los
que se aman, expresadas en el rostro, en la lengua, en los ojos, en mil
gestos de ternura".
Para san Francisco de Asís la "verdadera alegría" no estaba en que
"los sabios y príncipes entren en la orden, ni en que los hermanos tengan
poder de convertir o de curar o de hacer milagros..." sino en que, ni
siquiera el desprecio más injusto y más humillante, sea capaz de hacerme
"tachar de la lista" al hermano y de hacerme perder esa "paz" que el
Señor puso en mi corazón. Cuando eso sucede, entonces está sucediendo
la verdadera alegría. Alegrías que vienen de la otra Orilla pero que
arriban en la nuestra.
ORACIÓN FINAL
Señor,
Tú que bendices mis alegrías cotidianas, esas que hacen más
amable la vida. Ayúdame a verte presente en ellas y a vivirlas Contigo
(también las tristezas).
Tú que ensanchas mis alegrías pequeñas, más allá de mis éxitos o
fracasos. Hazlas descansar en tu presencia que me sostiene y que me
guarda de todo mal.
Tú que corriges mis alegrías miopes porque están llamadas a ver
más allá. Desenrédalas de mí mismo para que se abran hacia Ti y hacia
los otros.
Tú que haces el milagro de que tus alegrías comiencen a ser
también las mías. Contágiame del mismo Corazón de donde brotan. Si
esa es tu voluntad.
Tú que eres la fuente de todas mis alegrías, porque mi alegría eres
Tú mismo. Cuida de este inmenso regalo, de esta extraña alegría que tu
resurrección ha depositado, cuidadosamente, en mi corazón y en el
corazón de este mundo.