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TOCAR AL ENFERMO, ES TOCAR LA CARNE VIVA DE CRISTO (Cfr. EG 193)
DESDE EL MAGISTERIO DE SS. FRANCISCO
“Los pobres y los enfermos estarán siempre con ustedes”, enseña Jesús, (cfr. Mt
26,11) y la Iglesia continuamente los encuentra por su camino, considerando a las
personas enfermas como un camino privilegiado para encontrar a Cristo, para
acogerlo y para servirlo. Curar a un enfermo, acogerlo, servirlo, es servir a Cristo:
el enfermo es la carne de Cristo (Cfr. SS Francisco, Homilía, 08.02.2015).
1. Queridos enfermos, la Iglesia reconoce en ustedes una presencia especial de
Cristo que sufre. En efecto, junto, o mejor aún, dentro de nuestro sufrimiento está
el de Jesús, que lleva a nuestro lado el peso y revela su sentido.
2. El Hijo de Dios hecho hombre no ha eliminado de la experiencia humana la
enfermedad y el sufrimiento sino que, tomándolos sobre sí, los ha transformado y
delimitado. Delimitado, porque ya no tienen la última palabra que, por el contrario,
es la vida nueva en plenitud; transformado, porque en unión con Cristo, de
experiencias negativas, pueden llegar a ser positivas (cfr. SS Francisco, Homilía,
06.12.2013)
De aquí que la compasión de Jesús se haga presente. Jesús, se da
completamente, se involucra en el dolor y la necesidad de la gente simplemente,
porque Él sabe y quiere padecer con, porque tiene un corazón que no se
avergüenza de tener compasión. Es así, como toma sobre sí la marginación que la
ley de Moisés imponía (cf. Lv 13,1-2. 45-46). Jesús no tiene miedo del riesgo que
supone asumir el sufrimiento de otro, pero paga el precio con todas las
consecuencias (cf. Is 53,4).
Dos lógicas según el Papa Francisco que no debemos olvidar (Cfr. SS
Francisco, Homilía, 15.02.2015)
Jesús, nuevo Moisés, ha querido curar al leproso, ha querido tocar, ha querido
reintegrar en la comunidad, sin autolimitarse por los prejuicios; sin adecuarse a la
mentalidad dominante de la gente; sin preocuparse para nada del contagio. Jesús
responde a la súplica del leproso sin dilación y sin los consabidos aplazamientos
para estudiar la situación y todas sus eventuales consecuencias. Para Jesús lo
que cuenta, sobre todo, es alcanzar y salvar a los lejanos, curar las heridas de los
enfermos, reintegrar a todos en la familia de Dios.
Son dos lógicas: la lógica del pensamiento y la lógica de la fe: el miedo de perder
a los salvados y el deseo de salvar a los perdidos. Hoy también nos encontramos
en la encrucijada de estas dos lógicas: a veces, la de los doctores de la ley, o sea,
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alejarse del peligro apartándose de la persona contagiada, y la lógica de Dios que,
con su misericordia, abraza y acoge reintegrando y transfigurando el mal en bien,
la condena en salvación y la exclusión en anuncio.
Estas dos lógicas recorren toda la historia de la Iglesia: marginar y reintegrar. San
Pablo, dando cumplimiento al mandamiento del Señor de llevar el anuncio del
Evangelio hasta los extremos confines de la tierra (cfr. Mt 28,19), escandalizó y
encontró una fuerte resistencia y una gran hostilidad sobre todo de parte de
aquellos que exigían una incondicional observancia de la Ley mosaica, incluso a
los paganos convertidos. También san Pedro fue duramente criticado por la
comunidad cuando entró en la casa de Cornelio, el centurión pagano (cfr. Hch 10).
El camino de la Iglesia, desde el concilio de Jerusalén en adelante, es siempre el
camino de Jesús, el de la misericordia y de la integración. El camino de la Iglesia
es el de no condenar a nadie para siempre y difundir la misericordia de Dios a
todas las personas que la piden con corazón sincero; el camino de la Iglesia es
precisamente el de salir del propio recinto para ir a buscar a los lejanos en las
“periferias” esenciales de la existencia; es el de adoptar integralmente la lógica de
Dios; el de seguir al Maestro que dice: «No necesitan médico los sanos, sino los
enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores» (Lc 5,31-32).
Curando al leproso, Jesús no hace ningún daño al que está sano, es más, lo libra
del miedo; no lo expone a un peligro sino que le da un hermano; no desprecia la
Ley sino que valora al hombre, para el cual Dios ha inspirado la Ley. En efecto,
Jesús libra a los sanos de la tentación del «hermano mayor» (cfr. Lc 15,11-32) y
del peso de la envidia y de la murmuración de los trabajadores que han soportado
el peso de la jornada y el calor (cfr. Mt 20,1-16).
Era un leproso y se ha convertido ahora en mensajero del amor de Dios. Dice el
Evangelio: «Pero cuando se fue, empezó a pregonar bien alto y a divulgar el
hecho» (Mc 1,45).
Las llagas de Jesús (Cfr. SS Francisco, Homilía, 04.10.2013)
Nosotros estamos en medio de las llagas de Jesús, Estas llagas tienen necesidad
de ser escuchadas, de ser reconocidas. Y me viene a la mente cuando el Señor
Jesús iba en camino con aquellos dos discípulos tristes. Al final, el Señor Jesús
les mostró sus llagas y ellos lo reconocieron.
En el altar adoramos la Carne de Jesús, y en los enfermos encontramos las llagas
de Jesús. Jesús escondido en la Eucaristía y Jesús escondido en estas llagas,
tienen necesidad de ser escuchadas.
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“El cristiano busca a Jesús; el cristiano sabe reconocer las llagas de Jesús. Y hoy
todos nosotros, aquí, tenemos necesidad de decir: ‘¡Estas llagas deben ser
escuchadas!’. Pero hay otra cosa que nos da esperanza. Jesús está presente en
la Eucaristía, aquí está la Carne de Jesús; Jesús está presente entre ustedes: y la
Carne de Jesús son las llagas de Jesús en estas personas”.
Las llagas de Jesús están aquí y están en el Cielo ante el Padre. Nosotros
curamos las llagas de Jesús aquí y Él, desde el Cielo, nos muestra sus llagas,
pero para descubrir estas llegar y tocar en el enfermo la carne viva de Cristo,
necesitamos dos cosas según el Papa nos deja ver en sus mensajes:
1º Para acercarte al enfermo y tocar la carne de Cristo, necesitamos ser
buenos samaritanos
En virtud del Bautismo y de la Confirmación estamos llamados a configurarnos con
Cristo, el Buen Samaritano de todos los que sufren. «En esto hemos conocido lo
que es el amor: en que él dio su vida por nosotros. También nosotros debemos
dar la vida por los hermanos» (1 Jn 3,16). Cuando nos acercamos con ternura a
los que necesitan atención, llevamos la esperanza y la sonrisa de Dios en medio
de las contradicciones del mundo. Cuando la entrega generosa hacia los demás
se vuelve el estilo de nuestras acciones, damos espacio al Corazón de Cristo y el
nuestro se inflama, ofreciendo así nuestra aportación a la llegada del Reino de
Dios (cfr. SS Francisco, Mensaje, n. 3, 06.12.2013).
Con las palabras finales de la parábola del Buen Samaritano, el Papa invita a los
Agentes de la Pastoral de la Salud y a todos los fieles «Anda y haz tú lo mismo»
(Lc 10,37), el Señor nos señala cuál es la actitud que todo discípulo suyo ha de
tener hacia los demás, especialmente hacia los que están necesitados de
atención. Se trata por tanto de extraer del amor infinito de Dios, a través de una
intensa relación con él en la oración, la fuerza para vivir cada día como el Buen
Samaritano, con una atención concreta hacia quien está herido en el cuerpo y el
espíritu, hacia quien pide ayuda, aunque sea un desconocido y no tenga recursos.
(SS. Francisco, Mensaje, n.2, 02.01.2013). Ya que el prójimo no es alguien que se
determina sino que se descubre.
Por su parte San Juan, el discípulo que estaba con María a los pies de la Cruz,
hace que nos remontemos a las fuentes de la fe y de la caridad, al corazón de
Dios que «es amor» (1 Jn 4,8.16), y nos recuerda que no podemos amar a Dios si
no amamos a los hermanos. El que está bajo la cruz con María, aprende a amar
como Jesús (cfr. SS Francisco, Mensaje, n. 5, 06.12.2013). La Cruz es «la
certeza del amor fiel de Dios por nosotros. Un amor tan grande que entra en
nuestro pecado y lo perdona, entra en nuestro sufrimiento y nos da fuerza para
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sobrellevarlo, entra también en la muerte para vencerla y salvarnos… La Cruz de
Cristo invita también a dejarnos contagiar por este amor, nos enseña así a mirar
siempre al otro con misericordia y amor, sobre todo a quien sufre, a quien tiene
necesidad de ayuda» (Vía Crucis con los jóvenes, Río de Janeiro, 26 de julio de
2013).
Concluimos este punto diciendo que necesitamos intensificar la diaconía de la
caridad en nuestras comunidades parroquiales, para ser cada uno buen
samaritano del otro, del que está a nuestro lado. En este sentido, y para que nos
sirvan de ejemplo y de estímulo, quisiera llamar la atención sobre algunas de las
muchas figuras que en la historia de la Iglesia han ayudado a las personas
enfermas a valorar el sufrimiento desde el punto de vista humano y espiritual (SS.
Francisco, Mensaje, n.4, 02.01.2013). Y así, a Ejemplo de Jesús el buen
samaritano que se acerca al ser humano lleno de amor, también nosotros,
aprendamos a tocar en el en enfermo su carne viva.
2º Para descubrir en el enfermo, la carne de Cristo se necesita Sapientia
cordis (sabiduría del corazón).
Esta sabiduría no es un conocimiento teórico, abstracto, fruto de razonamientos.
Antes bien, como la describe Santiago en su Carta, es «pura, además pacífica,
complaciente, dócil, llena de compasión y buenos frutos, imparcial, sin hipocresía»
(3,17). Por tanto, es una actitud infundida por el Espíritu Santo en la mente y en el
corazón de quien sabe abrirse al sufrimiento de los hermanos y reconoce en ellos
la imagen de Dios. De manera que, hagamos nuestra la invocación del Salmo: «¡A
contar nuestros días enséñanos / para que entre la sabiduría en nuestro corazón!»
(Sal 90,12) (cfr. SS Francisco, Mensaje, n.1, 30.12.2014).
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La Sabiduría del corazón es servir al hermano: Cuántos cristianos dan
testimonio también hoy, no con las palabras, sino con su vida radicada en una
fe genuina, y son «ojos del ciego» y «del cojo los pies». Personas que están
junto a los enfermos que tienen necesidad de una asistencia continuada, de
una ayuda para lavarse, para vestirse, para alimentarse. ¡Qué gran camino de
santificación es éste! En esos momentos se puede contar de modo particular
con la cercanía del Señor, y se es también un apoyo especial para la misión de
la Iglesia (cfr. SS Francisco, Mensaje, n.2, 30.12.2014).
Sabiduría del corazón es estar con el hermano: El tiempo que se pasa junto al
enfermo es un tiempo santo. Es alabanza a Dios, que nos conforma a la
imagen de su Hijo, el cual «no ha venido para ser servido, sino para servir y a
dar su vida como rescate por muchos» (Mt 20,28). Jesús mismo ha dicho: «Yo
estoy en medio de ustedes como el que sirve» (Lc 22,27). (cfr. SS Francisco,
Mensaje, n.3, 30.12.2014). Pidamos con fe viva al Espíritu Santo que nos
otorgue la gracia de comprender el valor del acompañamiento, con frecuencia
silencioso, que nos lleva a dedicar tiempo a estas hermanas y a estos
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hermanos que, gracias a nuestra cercanía y a nuestro afecto, se sienten más
amados y consolados. En cambio, qué gran mentira se esconde tras ciertas
expresiones que insisten mucho en la «calidad de vida», para inducir a creer
que las vidas gravemente afligidas por enfermedades no serían dignas de ser
vividas.
Sabiduría del corazón es salir de sí hacia el hermano: A veces nuestro mundo
olvida el valor especial del tiempo empleado junto a la cama del enfermo,
porque estamos apremiados por la prisa, por el frenesí del hacer, del producir,
y nos olvidamos de la dimensión de la gratuidad, del ocuparse, del hacerse
cargo del otro. En el fondo, detrás de esta actitud hay frecuencia una fe tibia,
que ha olvidado aquella palabra del Señor, que dice: «A mí me lo hicieron» (Mt
25,40).
Sabiduría del corazón es ser solidarios con el hermano sin juzgarlo: La caridad
tiene necesidad de tiempo. Tiempo para curar a los enfermos y tiempo para
visitarlos. Tiempo para estar junto a ellos, como hicieron los amigos de Job:
«Luego se sentaron en el suelo junto a él, durante siete días y siete noches. Y
ninguno le dijo una palabra, porque veían que el dolor era muy grande» (Jb
2,13). Pero los amigos de Job escondían dentro de sí un juicio negativo sobre
él: pensaban que su desventura era el castigo de Dios por una culpa suya. La
caridad verdadera, en cambio, es participación que no juzga, que no pretende
convertir al otro; es libre de aquella falsa humildad que en el fondo busca la
aprobación y se complace del bien hecho. (cfr. SS Francisco, Mensaje, n.5,
30.12.2014).
Solo con estas características antes mencionadas, la Iglesia madre, a través de
nuestras manos, seguirá acariciando nuestros sufrimientos y curando nuestras
heridas, y lo hará con ternura de madre (Cfr. SS Francisco, Homilía, 08.02.2015).
Y tocar de verdad en el enfermo, la carne viva de Cristo.
Tocar la carne de Cristo en el enfermo
Especial devoción a manifestado el Obispo de Roma para que en los enfermos se
“toquen las llagas de Cristo”: las llagas de Jesús que se encuentran haciendo
obras de misericordia, dando al cuerpo y también al alma, pero al cuerpo del
hermano llagado, porque tiene hambre, porque tiene sed, porque está desnudo,
porque es humillado, porque es esclavo, porque está en la cárcel, porque está en
el hospital. Estas son las llagas de Jesús hoy. Y Jesús nos pide que hagamos un
acto de fe, en Él, pero a través de estas llagas. (Cfr. SS Francisco, Homilía,
05.12.2013).
De ahí que tocar las llagas del que sufre, es acariciar las llagas de Jesús. Es
necesario aprender a curar las llagas de Jesús con ternura.
Después de la resurrección, dijo el Papa Francisco, Jesús se aparece a los
apóstoles, pero Tomás no estaba allí: "quería que esperara una semana. El Señor
sabe por qué hace las cosas. A cada uno de nosotros le da el tiempo que él
piensa que es mejor para nosotros. A Tomás le ha concedido una semana…
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Tomás, para creer, quería meter sus dedos en las llagas: era un testarudo. Pero el
Señor quiso precisamente un testarudo para hacernos comprender algo más
grande. Tomás vio al Señor, que le invitó a meter el dedo en la herida de los
clavos, a poner su mano en el costado y no dijo: es verdad: el Señor ha
resucitado. ¡No! Fue más allá. Dijo: ¡Dios! Es el primer discípulo que confiesa la
divinidad de Cristo después de la resurrección. Y que adora". (SS Francisco,
homilía, 03.07.2013).
Jesús nos dice que la manera de encontrarle es encontrando sus llagas.
"Tenemos que tocar las llagas de Jesús, debemos acariciar las llagas de Jesús,
tenemos que curar las llagas de Jesús con ternura, tenemos que besar las llagas
de Jesús” (SS Francisco, homilía, 03.07.2013)., y esto literal para el Santo Padre.
Para concluir el Papa dijo que "para tocar al Dios vivo no hay necesidad de hacer
un curso de actualización, sino entrar en las llagas de Jesús” (SS Francisco,
homilía, 03.07.2013).
Pbro. Lic. Alejandro Gutiérrez Buenrostro
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