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La Vie e Gris
Marcos avanzó con paso decidido, sitiendo un hormigueo en el estómago. Miró hacia atrás, nadie le
seguía, nadie debía seguirle. Esto era cosa suya, de nadie más.
“...Sigue a tu corazón...”
Cruzó la calle entre el tráfico caótico y desmedido, casi absurdo. Una entropía permanente de máquinas,
luces y seres humanos que intentan con indiferencia y prisas ocupar los mismos espacios físicos. La vida
en Tierra, sueños de asfalto... tan ajenos... tan “de otros”. Aunque hubiese compartido ese forcejeo con
todos los demás durante más de cuarenta años le parecía ya distante y lejano. Hoy no era uno de ellos, les
observaba distante desde su nueva perspectiva, con cierta indiferencia y sin ocultar su infinita
satisfacción.
Todo iba a cambiar.
“...Sigue a tu corazón...”
Todo estaba listo. Repasó una y otra vez los detalles, los indispensables requisitos, hasta los más nimios.
Debía ser escrupuloso, nada debía interponerse. Nada podía fallar.
Miró de reojo al vendedor de periódicos, que interrumpió sus comprobaciones al ofrecerle la prensa del
día. Sonrió con cierta tolerancia benevolente a la intromisión extendiendo la palma de su mano abierta en
dirección al vendedor: “La prensa.” pensó “ ¿a quién le importa ya este mundo de asfalto, de fariseismo,
de conveniencias, de apariencia ¿, estoy fuera, dejadme fuera.”. Estaba satisfecho de estar fuera, ya no
sería igual que todos los demás.
Figuras grises, hombres y mujeres de gris que compran y venden humo, un humo que no sofoca sus
pulmones, pero que sofoca sus vidas, seres que forcejean dirariamente por algo que no pueden disfrutar,
porque conseguirlo les consume. Vidas grises en trajes grises. Almas anodinas que avanzan
obsesivamente en una marea de asfalto.
“Yo ya estoy fuera. Dejadme fuera”.
Se palpó el bolsillo de su americana. Si, estaba allí, no la había olvidado. Todo estaba listo. Repasó los
detalles de nuevo. Nada podía fallar, nada debía fallar. Sería perfecto. Sonrió con malicia, nada podría
detenerle.
“...Sigue a tu corazón...”
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Rogelio volvió a mirar su reloj compulsivamente. Recogió los papeles del expediente y los colocó
cuidadosamente en la carpeta plastificada con el logotipo de la compañía. Los detalles eran importantes,
fundamentales. Nada al azar.
Hacía tiempo que había transcurrido el plazo acordado. No podía creer que al final no fuese a acudir a su
cita. Parecía alguien serio, nunca hubiese pensado que fuese a faltar a su palabra.
¿Tenía listas las copias? ¡ Santo Dios ¡, había olvidado las copias. Un escalofrío recorrió su espina dorsal
y su corazón latió con fuerza. No podía creerlo ¡ las copias ¡. Cogió la carpeta y salió bruscamente de su
despacho, a trompicones. El director le dedicó una mirada de reprobación desde su despacho acristalado
que no pudo ver mientras se dirigía a la fotocopiadora arrollando todos los obstáculos en su paso;
personas y cosas.
Volvió jadeando a su despacho con las copias y los originales. Volvió a mirar su reloj, media hora de
retraso. Temió que todo el esfuerzo hubiese sido en vano. Que todo se hubiese desvanecido como un
sueño agradable, que deja siempre ese sabor agridulce al despertar.
“ No puede ser, tiene que venir.”.
Se sentó en la butaca y puso de nuevo en orden los papeles. Extrajo otra carpeta nueva para las copias.
Una carpeta amarilla, con el logotipo de la empresa. Colocó las carpetas sobre la mesa una al lado de la
otra. Los detalles son importantes... vitales.
Marcos llegó al lugar convenido. Respiró hondo antes de entrar y empujó finalmente la puerta con
decisión. Pensó en cómo actuar, no podía dejar entrever su nerviosismo. Se disfrazó de un aplomo
artificial, casi hierático, y avanzó solemnemente por el pasillo hasta el despacho de Rogelio.
Empujó finalmente la puerta tras hacer acopio de empaque, al final del despacho, Rogelio levantó la vista
de los papeles mirándole fijamente, sin articular palabra. Cerró la puerta del despacho y se sentó en el
sillón delante de la mesa de Rogelio, que sonrió forzadamente.
¿ Pensabas que no vendría finalmente ¿, Rogelio se encogió de hombros con timidez, temeroso de
desencadenar lo peor, sin atreverse a articular palabra por no cometer un error.
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El corazón de Marcos latió con fuerza cuando dirigió su mano al bolsillo interior de su americana
mientras sostenía en la otra mano una carpeta amarilla con el logotipo de la empresa, los ojos de Rogelio
se abrieron de par en par.
Marcos abrió la carpeta por la última página, allí estaba lo que buscaba.
Sacó del bolsillo su estilográfica y firmó el contrato de compraventa.
Rogelio había vendido su primer velero de cuarenta pies. Su jefe le miraría ahora con más respeto, se lo
había ganado el sólo.
Marcos salió de las oficinas satisfecho, sintió cómo algo había cambiado para él y el caos de la ciudad le
pareció aun más lejano, aun más ajeno.
“Estoy fuera, no podéis atraparme.”
Durante esa semana, sus sueños se convirtieron en un navegar en un largo infinito, sobre una Mar azul
salpicada por sus velas blancas, nuevas, brillantes por el apresto del paño recién estrenado, henchidas de
brisa, que yarda a yarda, pintaban sobre los destellos del sol una estela larga y blanca. La proa apuntaba a
aquella cala de arena blanca y solitaria que alguna vez pudo ver en un folleto de vacaciones de la agencia
de viajes, donde fondearía apaciblemente sobre la sombra proyectada a través de un agua turquesa en el
fondo lleno de vida multicolor. Sus hijos chapotearían alegremente en las cálidas aguas y su esposa
tomaría el sol en cubierta mientras él, desde la bañera, degustaría un vermouth con hielo.
Llegó el día.
Caminó por el pantalán pausadamente, saboreando cada paso hacia el atraque donde le esperaba el “Elfo”,
contempló con orgullo su porte, su proa majestuosa, su arboladura, su casco azul marino. Subió
aferrándose al obenque de estribor y ayudó a su familia a subir a bordo. Abrió la puerta de la escotilla y
descendió, un olor a resinas, barniz y sikaflex le invadió y sintió que ya nada podía torcerse, ya no era una
cuestión de tiempo, el tiempo se había cumplido por completo. Estaba en su barco.
Giró la llave de contacto del motor, que arrancó con un suave ronroneo, devolviendo al “Elfo” a la vida
como si saliese de un necesario letargo. Ni una brizna de viento, el mar como un espejo azul plomo.
Largó las amarras y engranó con la palanca del motor la marcha atrás. Poco a poco, cada vez con más
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claridad, el “Elfo” se despegó del atraque buscando la libertad del Mar abierto, buscando la bocana que
guarda tras de sí la línea inalcanzable del horizonte, donde siempre navegan los veleros.
Maniobró con un nerviosismo que intentó disimular tras un rictus de impasividad. Ella le miró en silencio
comprendiendo que era mejor no decir nada en ese momento, se dejó llevar. El “Elfo” salió por la bocana
con su orgulloso armador a la rueda, con los niños ruidosamente excitados y con la esposa en silencio.
“...bendita tú eres, entre todas las mujeres...”
Desenrolló la vela mayor, una suave ventolina tensó el enorme paño sobre las cabezas de los tripulantes.
Cazó la escota del génova que se desenrolló con eficacia germánica, precisando no más de dos vueltas del
Winch para ser cazado.
Refrescó el viento, dieciocho nudos.
El velero escoró buscando su equilibrio y en su interior un estruendo de cosas que cayeron al plan
sobresaltaron a los tripulantes. Ella le miró con el pánico en sus ojos mientras aferraba con desesperación
a sus hijos.
“...bendita tú eres, entre todas las mujeres...”
Marcos salió del portal de su casa y caminó hacia la parada del autobús. Una ráfaga de viento frío
abofeteó sus mejillas y subió el cuello de su abrigo, metió las manos en sus bolsillos y caminó taciturno
entre la marea gris.
“Maldito viento”
Se detuvo en la parada y miró su imagen reflejada en el cristal de una valla publicitaria. Allí estaba la cala
de aguas turquesas, con su arena blanca, con el velero dulcemente fondeado en un día radiante de sol. Y
allí estaba su imagen.
Hacía tres meses que puso al “Elfo” en venta tras el primer verano.
Su abrigo se abrió por el viento y vió que por dentro era un ser gris.
Subió al autobús y se fundió con el caos.
“...Sigue tu corazón...”
“...bendita tú eres, entre todas las mujeres...”
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