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JESUS MISERICORDIOSO, PRESENTE EN LA EUCARISTIA HASTA EL FIN DEL MUNDO (NT)
Divina Misericordia (antes de la Coronilla)
Director --- sentados
LA HORA DE LA GRAN MISERICORDIA (A las 3 en punto)
Nuestro Señor le dijo a Sor Faustina: “Te recuerdo, hija Mía, que cuantas veces oigas el reloj dando las tres de la tarde, sumérgete
totalmente en Mi Misericordia, adorándola y glorificándola; suplica su omnipotencia para el mundo entero y especialmente para
los pobres pecadores, ya que en ese momento se abrió de par en par para cada alma. En esa hora puedes obtener todo lo que
pides para ti y los demás. En esa hora se estableció la gracia para el mundo entero: la Misericordia triunfó sobre la justicia. Hija
Mía, en esa hora procura rezar el viacrucis, en cuanto te lo permitan los deberes; y si no puedes rezar el Vía Crucis, por lo menos
entra un momento en la capilla y adora en el Santísimo Sacramento a Mi Corazón que está lleno de Misericordia; y si no puedes
entrar en la capilla, sumérgete en oración allí donde estés aunque sea por un brevísimo instante. Exijo culto a mi misericordia de
cada criatura”. (Diario, 1572)
Hija Mía, ayúdame a salvar a los pecadores. (Diario, 1645).
“Hija Mía, quiero enseñarte a salvar las almas con el sacrificio y la oración. Con la oración y el sacrificio salvarás más almas que un
misionero sólo a través de prédicas y sermones”. (Diario 1767).
“A las tres, ruega por Mi Misericordia, en especial por los pecadores y, aunque sólo sea por un brevísimo momento, sumérgete
en Mi Pasión, especialmente en Mi abandono en el momento de Mi agonía. Esta es la hora de la gran misericordia para el mundo
entero. Te permitiré penetrar en Mi tristeza mortal. En esta hora nada le será negado al alma que lo pida por los méritos de Mi
Pasión”. (Diario 1320)
El Padre Rozycki habla de tres condiciones para que sean escuchadas las oraciones de esa hora:
1.- La oración ha de ser dirigida a Jesús.
2.- Ha de ser rezada a las 3 de la tarde.
3.- Se ha de pedir por los méritos de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo.
PROMESAS A LOS QUE PROPAGUEN LA DEVOCION A LA DIVINA MISERICORDIA DE DIOS.
Jesús me prometió: “Especialmente a ti y a todos los que proclamen esta gran Misericordia Mía: Yo mismo los defenderé en la
hora de la muerte como Mi Gloria aunque los pecados de las almas sean negros como la noche; con las almas que recurran a Mi
Misericordia y con las almas que glorifiquen y proclamen Mi gran Misericordia a los demás, en la hora de la muerte me
comportaré según Mi Infinita Misericordia.
Todas las almas que adoren Mi Misericordia y propaguen la devoción invitando a otras almas a confiar en Mi Misericordia, no
experimentarán terror en la hora de la muerte. Mi Misericordia las protegerá en ese último combate…
Apóstol de Mi Misericordia, proclama al mundo entero Mi Misericordia, haz lo que esté en tu poder para difundir la devoción a
Mi Misericordia, Yo supliré lo que te falta.
A las almas que propagan la devoción a Mi Misericordia, las protejo durante toda su vida como una madre cariñosa protege a su
niño recién nacido y a la hora de la muerte no seré para ellas juez, sino Salvador Misericordioso.
En ésta última hora el alma no tiene nada en su defensa fuera de Mi Misericordia”. (Diario 378,1540,1142,1074,1075)
DE RODILLAS, COMIENZA LA CORONILLA
JESUS ENRIQUECE EL ALMA SEGÚN SEA LA HUMILDAD Y EL AMOR CON QUE SE LE RECIBE.
Canto: Ayúdame
Lector 1
Jesús instituyó la Eucaristía para darse a las almas, para dar la vida sobrenatural, la santidad y la sabiduría de la santidad a las
almas. Y se da y comunica o infunde esas sus riquezas según las encuentra dispuestas o preparadas. La humildad es el
fundamento y la medida del amor del alma y de su limpieza o hermosura. La humildad le atrae. La Virgen nos lo enseñó cuando
dijo en su cántico de alabanza a Dios: Alaba mi alma a Dios, llena de gozo, pues ha hecho en mi maravillas, porque miró la
humildad de su sierva.
1
La humildad es el fundamento y la medida del amor, de la limpieza y de las ansias del alma por hacer la voluntad de Jesús y estar
unida en amor a El. Jesús en el amor infinito, y llena de su amor y de las virtudes al alma humilde, y establece en ella su morada
de amor.
La humildad atrae al Rey del cielo, que viene para santificar el alma, para vivir en el alma y hacerla un cielo por las virtudes. Un
cielo donde El mora y está siempre acrecentando la hermosura del alma y su amor. ¡Que milagros ha hecho con tales almas! ¡Que
riquezas quiere poner en todas las almas, si todas nos dispusiéramos! Vivid, oh Jesús, en mi alma y hacedme cielo!
Santa Teresa de Jesús dice que la humildad es el cabello que trae al Rey del Cielo y le hace venir al alma, y establecer en ella su
morada. Jesús en la Encarnación fue el modelo y el endiosamiento de la humildad. Siendo Dios, tomó la naturaleza para
redimirnos. Y fue y es el gran modelo de la humildad en la Eucaristía, convirtiendo la sustancia del pan y del vino en su propio
Cuerpo y Sangre con su divinidad, para ser la vida sobrenatural del hombre y divinizarle, y bajo las especies sacramentales mora
después de la consagración, y se da al hombre en amor para levantar al alma a que tenga vida divina. Misterio incomprensible a
la razón humana mientras vive en la tierra y que admirará y alabará eternamente en el cielo.
CONFORME EL NUEVO TESTAMENTO
Lector 2
En Cristo nuestro Señor, el Padre celestial contempla toda pureza y santidad. El es la víctima inmaculada, el cordero que viene a
quitar todo pecado, como lo testifica Juan el Bautista: “Al día siguiente ve a Jesús venir hacia él y le dice: ´He ahí el Cordero de
Dios, que quita el pecado del mundo’” (Jn 1,29)
No olvidemos que Juan, el evangelista del amor, testifica que del costado de Jesús, muerto en la cruz, salió sangre y agua (cf. Jn
19,34). Esta fuente no se agota como le fue revelado a Santa Faustina al mostrarle los rayos blancos y rojos que fluyen de su
Corazón; de El brota la fuente de la salud, de salvación y de redención para todo pecador que acude arrepentido a esta manantial
sagrado.
Cuando la mujer samaritana llega a donde está Jesús, ella le dice: “Dame de esa agua” (Jn 4, 15). Hoy para todo hombre pecador
que ha saboreado el pecado, sin que le sacie la sed insaciable que produce, existe esta promesa: “El que beba del agua que Yo le
daré no tendrá sed jamás, sino que el agua que Yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que brota para la vida eterna” (Jn
4,14).
Lector 3
La Eucaristía es Jesús, Cordero inmaculado que quita todo pecado; cuando el alma contrita y arrepentida se postra ante su
presencia recibe el perdón por su acto de contrición perfecta, y al sujetar sus pecados al poder de las llaves del sacerdote, por el
sacramento de la reconciliación, su alma queda resplandeciente, iluminada con la gracia divina, inundada de esta agua que Jesús
promete a la mujer samaritana. Este regalo de la misericordia de Dios es principio de una verdadera sanación de alma y cuerpo.
Muchos hombres sufren enfermedades como consecuencia del pecado, y recuperando la gracia, el alma alcanza de Jesús
Sacramentado todo lo que pida al Padre en su nombre: “Y todo lo que pidan en mi nombre, Yo lo haré, para que el Padre sea
glorificado en el Hijo. Si me piden algo en mi nombre, Yo lo haré” (Jn 14, 13-14).
Es importante recalcar que todo lo alcanza de Dios quien vive en el amor. Decía Santa Teresita: “De Dios se alcanza, todo lo que
de El se espera”. Porque quien es amigo de Jesús, es objeto de sus complacencias, es habitado permanentemente por la
Santísima Trinidad quien está atenta a sus más insignificantes necesidades. Quien cumpla su palabra todo lo alcanza ante Jesús
Sacramentado, aunque no lo pida pues el amor divino inunda su corazón, existiendo un diálogo con Dios de verdadera amistad,
de corazón a corazón (cf. Jn 14, 15-30)
De rodillas
Canto : De corazón a corazón
Lector 4
Hemos afirmado que en el Antiguo Testamento se encontraba a Cristo en sus entrañas; al llegar al Nuevo Testamento,
contemplamos a Jesús en quien se cumplen todas las profecías. El es el sumo y eterno sacerdote que implanta el verdadero
sacrificio del cual Dios mismo es el cordero y la víctima de suave aroma para la salvación del mundo.
El viene a sustituir todos los sacrificios del Antiguo Testamento: “Al entrar en este mundo dice: ´Sacrificios y oblación no quisiste;
pero me has formado un cuerpo. Holocaustos y sacrificios por el pecado no te agradaron´. Entonces dije: ´¡He aquí que vengo a
hacer, oh Dios, tu voluntad’”. (Heb 6, 5-6)
2
En la Eucaristía, pequeñito pan del cielo, Jesús es nuestro sumo sacerdote que ha penetrado los cielos según nos lo presenta el
autor de la carta a los Hebreos. El sacerdote y víctima santa por amor, desde cada Hostia consagrada, intercede al eterno Padre
por nosotros para alcanzarnos la salud total de alma y cuerpo, dándonos la paz verdadera, fruto de la llegada de su reino, de su
ofrenda victimal y generosa por la cual nos ha lavado con su sangre bendita: “El es nuestra paz definitiva” (Ef 2,14).
Cuando en la noche de su entrega amorosa, a los suyos Jesús se reúne con sus apóstoles, realiza su entrega total y definitiva
como cordero sacrificado, alimento de vida eterna que será inmolado en cada altar hasta el fin de los tiempos; en efecto: “Jesús
tomó pan, dio gracias, lo partió y se los dio diciendo: ´Este es mi cuerpo que va a ser entregado por ustedes; hagan esto en
recuerdo mío´” (Lc 22,19).
Jesús ofrece en la última cena, al instituir la Sagrada Eucaristía a los hombres, una sangre que será derramada: “Porque esto es
mi sangre de la alianza, que será derramada por muchos para la remisión de los pecados” (Mt 26,28). Qué afortunados somos:
su sangre fue derramada para lavar nuestros pecados. ¡Qué sanación total! Jesús por su sangre nos ha curado de toda
enfermedad, especialmente del pecado que es el mayor mal del hombre.
El exclama en su oración del Huerto: “Padre, si es posible aparta de mí éste caliz, pero no se haga mi voluntad sino la tuya” (Lc 22,
42). Siendo Jesús el Hijo de sus complacencias, su Hijo amado, no le negó apurar el cáliz y sufrió hasta el más cruel dolor e
ignominia, que lo hacen exclamar desde la cruz: “Dios mío, Dios mío, ¿Porqué me has abandonado?” (Mc 15,34)
Canto: Como agradecer tanto Jesús
Lector 5
El capítulo 6 del Evangelio de San Juan nos ofrece el discurso eucarístico de Jesús pan de vida, en forma clara. Jesús nos promete
la salud eterna para quienes comen y beben su cuerpo y su sangre dignamente.
Es Jesús Sacramentado prenda de vida eterna, resurrección y vida, es la sanación, liberación y paz definitiva: “Yo soy el pan vivo,
bajado del cielo, quien come de este pan vivirá para siempre y el pan que Yo le voy a dar, es mi carne para la vida del mundo” (Jn
6,51)
Jesús instituye la Eucaristía como máxima prueba de su amor por nosotros. Quien vive la Eucaristía y participa de ella como
centro de su vida, vive la comunión fraterna, la caridad sin límites, el perdón para sus enemigos; viviendo en esta dimensión sana
de todas sus heridas y es perdonado de sus pecados, porque perdonar es sanar.
Su sanación total es por el ejemplo de Jesús que se da en la última cena y en cada Eucaristía para que tengamos vida: “Mientras
esta comiendo, tomo Jesús pan y lo bendijo, lo partió y, dándolo a sus discípulos, dijo: “Tomen, coman, esto es mi cuerpo. Tomó
luego una copa y, dadas las gracias, se los dio diciendo: Beban de ella todos, porque ésta es mi sangre de la alianza, que es
derramada para muchos para perdón de los pecados. Y les dijo que desde ahora no beberé de este producto de la vid hasta el día
aquel en que la beba con ustedes, de nuevo, en el reino de mi Padre” (Jn 26, 26-29; Mc 14, 22-25; Lc 22, 19-2; 1 Cor 11, 23-26).
Jesús al quedarse con nosotros hace posible nuestra salud de alma y cuerpo; si queremos que sea fructuosa nuestra unión a
Cristo, hagamos de cada encuentro en la celebración eucarística una acción de gracias y alabanza.
Quién ante Jesús Sacramentado canta himnos de adoración lleno de gozo, hace posible que el Corazón eucarístico de Jesús
otorgue a su alma gracias singulares de salud de alma y cuerpo. La primera comunidad cristiana acudía con frecuencia a la
fracción del pan y en torno a su presencia eucarística experimentaba el prodigio de la unidad y comunión fraterna.
Lector 6
Quien ha entendido la unión a Jesús Sacramentado, siente en su vida como exigencia imperiosa vivir la caridad; el impulso de su
entrega no tiene límites; de forma espontánea vive el perdón para sus hermanos como exigencia fundamental de su conciencia,
haciendo posible el don de la sanación en todo su ser, puesto que perdonar es sanar.
En cada Hostia consagrada Jesús sigue teniendo sed, sigue pidiéndonos de beber; quiere nuestro amor, nuestro pobre corazón
herido para sanarlo, para llenarlo de su gracia que es el manantial de agua viva que le ofrece a la samaritana. El nos ofrece el don
de la salvación; quien gusta su manjar de vida eterna ya no vuelve a tener sed pues en su vida interior se transforma en un
manantial de agua viva que salta hasta la vida eterna.
La presencia de Jesus en la Eucaristía es manantial de sanación, liberación y paz. Como con la samaritana, hoy Jesús en cada
Hostia nos espera para sanarnos y liberarnos, para llenarnos de su Espíritu Santo como río de agua viva; para lavar nuestro
pecado, aliviar nuestro dolor y hacernos vasos de elección, pregoneros de su don de amor que sana el pasado de dolor que
muchos viven con amargura como fruto de su pasado pecaminoso.
3
ORACION DE SAN AMBROSIO PARA ANTES DE COMULGAR
¡Oh piadoso Señor Jesucristo! Yo, pecador, no confiando nada en mis propios méritos sino en vuestra
misericordia y bondad, me acerco confundido y temblando a la mesa de este tu suavísimo banquete, pues
conozco que tengo el corazón y el cuerpo manchado con multitud de pecados y que no he puesto diligencia
en guardar ni mi entendimiento ni mi lengua. Por esto, oh Dios piadoso, oh soberana Majestad, yo,
miserable, apretado por mil angustias, acudo a Ti, fuente de Misericordia y me acojo bajo tu protección; y
como no puedo sostenerme ante Ti como Juez, deseo tenerte como Salvador.
A Ti, Señor, muestro mis heridas; a Ti manifiesto mi vergüenza. Temo, porque sé que mis pecados son
muchos y grandes. Espero confiado en tus misericordias, que no tienen número. Mírame, pues, Señor
Jesucristo, Rey eterno, Dios y hombre, crucificado por el hombre, con los ojos de tu misericordia.
Escúchame, ya que espero de Tí. Tú eres manantial de misericordia, que siempre mana y no cesa, tenla
conmigo lleno de miserias y pecados.
Salve, víctima de la salvación, ofrecida en el patíbulo de la cruz por mi y por todo el género humano. Salve,
sangre noble y preciosa que mana de las llagas de Jesucristo, mi Señor crucificado, y lava los pecados de
todo el mundo. Acuérdate, Señor, de esta tu criatura, que redimiste con tu sangre. Me pesa de haber
pecado y deseo enmendar lo malo que hice.
Aparta de mi, Padre clementísimo, todas mis iniquidades y pecados, para que, purificado de alma y cuerpo,
merezca probar dignamente el sabor del Santo de los Santos, y concédeme que este anticipado gusto de tu
Cuerpo y de tu Sangre que, aunque indigno, me propongo tomar, sea para perdón de mis pecados, para
perfecta purificación de mis delitos, y para ahuyentar los pensamientos de impureza y renovar los
sentimientos santos y darme eficacia para practicar las obras santas que a Ti te son agradables y sea
también defensa segurísima contra las insidias que mis enemigos traman contra mi alma y contra mi
cuerpo. Así sea.
Oración de Santo Tomás de Aquino
Oh Dios Todopoderoso y Eterno. Me acerco al Sacramento de tu Hijo Unigénito Nuestro Señor Jesucristo.
Me acerco como el enfermo al médico de la vida, como sucio a la fuente de la misericordia, como ciego a la
luz de la eterna claridad, como pobre y necesitado al Señor del cielo y de la tierra. Y suplico a la abundancia
de tu inmensa generosidad, que tengas a bien curar mi enfermedad, lavar mi suciedad, iluminar mi
ceguedad, enriquecer mi indigencia, y vestir mi desnudez para que pueda recibir el Pan de los Angeles, al
Rey de los reyes, al Señor de los que dominan, con tanta veneración y humildad, con tanta contrición y
devoción, con tanta pureza y fé, con tal propósito y deseo como conviene a la santidad de mi alma.
Concédeme, te suplico, que no sólo reciba el Cuerpo y la Sangre del Señor, sino que reciba también la
santidad y gracia del Sacramento. ¡Oh mansísimo Dios! Dame que de tal modo reciba el Cuerpo de Hijo
Unigénito, Nuestro Señor Jesucristo, que tomó de la Virgen María, que merezca ser incorporado a su
Cuerpo Místico y contado entre sus miembros.
¡Oh amantísimo Padre! Concédeme contemplar perpetuamente ya descubierto, el rostro de tu Hijo amado,
a quien ahora en la tierra me propongo recibir encubierto bajo las especies eucarísticas. Así sea.
Canto: Exagerado Amor
4
Súplica a Jesús Sacramentado, pidiendo el don de ser pequeño.
Mi Jesús Sacramentado, el primer sentimiento que brota de mi corazón al contemplar tu presencia
eucarística, es la necesidad imperiosa de hacerme pequeño. Tú, Jesús, siendo grande, siendo Dios, te has
hecho hombre, te has anonadado y en cada pedacito de pan consagrado te contemplo más pequeño,
radiante de vida.
Tú das, a quien en Ti se acerca, la salud y la vida. Dios mío, cuando me acerco a comulgar me doy cuenta de
que sólo tu amor puede dos abismos juntar: el abismo de tu omnipotencia, divinidad y grandeza infinita, con
el abismo de mi nada, de mis imperfecciones y caducidades que me permiten contemplarme como polvo y
ceniza.
Cuando me acerque a comulgar, haz que me dé cuenta de que me abres los brazos y el Corazón con todas
las fuerzas de que tu amor divino es capaz. ¿Qué podría yo hacer para responder a este abrazo divino? ¿Y
para responder a este beso de amor de tu Corazón abierto? A esta ofrenda total que me haces de tu
presencia sanadora y liberadora, sólo puedo responder con una aceptación total.
Cuando te recibo, Jesús Sacramentado, experimento el dulce beso de amor que das a mi alma como se lo
diste el día de su primera comunión a tu pequeñita Santa Teresita; que mi esfuerzo sea una firma decisión
de corresponder a tu amor con mi amor.
En mí, podrán desvanecerse las sagradas especies, pero cada vez me dejarán más profundo anonadamiento
ante la copia de tu omnipotencia. Por tanto, mi vida debe hacerse una contigo al comulgar; tu Eucaristía
invade mi vida, por eso mi vida debe hacerse un himno de acción de gracias ante tan gran sacramento, un
contacto cotidiano sin límites y sin fin.
Padre mío, una vez más en este día, al recibir al Hijo de tus complacencias en la divina Eucaristía bajo las
especies de pan y vino, te ofrezco mi vida unida a la suya. Te ofrezco todo lo que soy, el dolor y el
sufrimiento de la humanidad. Tú me has encomendado santificarme en la realización de tu divina voluntad
viviendo en tu amor santo, por eso me siento responsable de llevar a Ti muchas almas.
Te ofrezco, Padre Santo, toda la creación con sus plantas, animales y cosas bellas, desde el humilde pajarito
hasta las más brillantes estrellas, desde el pequeño átomo hasta las más grandes galaxias. Todo te lo
ofrezco al estar en la presencia de Jesús Sacramentado y haberlo recibido en mi corazón; mi corazón es un
altar que está unido a su Corazón eucarístico por manos de María.
Por su mediación maternal recibe mi vida como una pequeña Hostia de amor, para que esté siempre como
una lamparita ante tu trono. Que el pan y el vino de mi amor, de mis esperanzas y alegrías, de mi trabajo y
de mi dolor, suban a Ti con toda la humanidad y con toda la creación. Recibe, Padre, la Misa que ofrezco
cada día en mi vida, y hazme santo, quiero ser amigo de Jesús. Amén
Reservar al Santísimo: Bendito sea el Señor
Del libro Vivamos la Eucaristía del P. J. Jesús Ceja A.
Las maravillas de la Eurcaristía de Un Carmelita Descalzo
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