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Compañía de Jesús
Provincia de España
H. Alejandro Aguirregabiria Azpiazu, S. I.
(Itziar, Guipúzcoa, 05/09/1930 – Loyola, 27/02/2015)
Hoy, en este segundo domingo de Cuaresma, litúrgicamente hablando, despedimos a Alejandro, jesuita, a sus
84 años de, con la emoción contenida en el pecho, porque aun cuando desde el mes de septiembre de 2013, había
sido destinado por el P. Provincial a la enfermería de Loyola dado su mal estado físico, uno no consigue todavía fijar
en la mente la posibilidad de que, nuestro buen Alex, nos iba a dejar.
Como nos dice José Antonio Pagola, la escena de la Transfiguración, recreada con diversos recursos simbólicos, es grandiosa. Jesús se les presenta «revestido» de la gloria del mismo Dios. Al mismo tiempo, Elías y
Moisés, que según la tradición, han sido arrebatados a la muerte y viven junto a Dios, aparecen conversando con él.
Todo invita a intuir la condición divina de Jesús, crucificado por sus adversarios, pero resucitado por Dios.
Es lo que Alejandro estará contemplando desde su hoy eterno, mirando a Cristo, en quien confió un día y
quedó marcado para siempre, profesando sus votos religiosos en la Compañía de Jesús, con 23 años de edad, aquí en
Loyola.
Solo Jesús irradia luz. Todos los demás, profetas y maestros, teólogos y jerarcas, doctores y predicadores,
tenemos el rostro apagado. No hemos de confundir a nadie con Jesús. Solo él es el Hijo amado. Su Palabra es la
única que hemos de escuchar. Las demás nos han de llevar a él.
Tan es así, todo esto, que Alejandro, fiándose plenamente de Jesús, dio el paso al frente con valentía, y sin
temor al futuro, siguiendo los pasos de Ignacio de Loyola, formó parte de la Compañía de Jesús.
Su vida en la Compañía de Jesús, se resume en dos lugares geográficos: Loyola (donde hizo su Noviciado y
los votos primeros, y trabajó de portero y de sacristán) y San Sebastián (donde desde el principio al fin trabajó en la
sacristía de la Iglesia del Sagrado Corazón de Jesús de los jesuitas).
Dos lugares, dos amores: el primero, el del primer flechazo, la Loyola de los primeros años de jesuita y el
segundo, el de la ciudad de San Sebastián, la continuación del amor primero, donde vivió y repitió días, meses y
años, siempre uncido a la tarea pastoral de atender a unos fieles cristianos y a una Iglesia, la del Sagrado Corazón,
hasta dejar su vida en el empeño.
El salmo que hemos rezado en esta Eucaristía, Caminaré en presencia del Señor, en el país de la vida, define
una actitud de un hombre, un jesuita, Alejandro, que siempre se movió en la presencia del Dios de la Vida al que dio
su corazón sin reservarse nada. Todavía me acuerdo cuando me decía que el médico del corazón le había que tenía
un corazón muy grande en el pecho, fruto, según pensaba Alejandro de su trabajo físico, sobre todo de aitzkolari en
el caserío natal, desde su juventud laboriosa, formando parte de una familia, donde el amor al trabajo, vertebraba
unas relaciones firmes en las que cada componente de ella sabía lo que tenía que hacer y lo hacía, en beneficio del
tronco central que desde los abuelos, tíos y padres: Antón su padre y Manuela, su madre, que murió siendo él muy
joven. ¡Cuántas misas ofrecí por ellos en la Iglesia de la residencia de San Sebastián, soprendiéndole al mismo
Alejandro al nombrarles en el memento de difuntos! Alejandro, que tantas intenciones de misas recogió en su vida,
recibía con emoción ese recuerdo y esa oración por sus padres, con la novedad del hijo que no les olvidó nunca.
Alex, Alejandro Agirregabiria, nuestro hermano, tiene raíces montañeras, pues para llegar a su Lastur natal,
desde Loyola, hay que subir el puerto de Azkarate y al coronarlo tomar dirección a Madarixa para desviarse,
posteriormente, hacia el mismo Lastur. Desde allí, y como salida natural hacia la otra vertiente, se baja a la
población costera de Deba, a la que se puede divisar, desde la altura, entre los pinos y las aristas de las rocas del
monte.
Su caserío se llamaba Ugarte berri, precisamente cerca de otro caserío Larraskanda Goikoa de donde procedía
otro jesuita, actualmente en Loyola, José Agustín y con quien ingresó el mismo día del mes de septiembre de 1950,
en la Compañía de Jesús, donde comenzaron el postulantado, aunque hasta marzo de 1951 no tomaron sotana,
precisamente el día en cayó una gran nevada que cubrió todo el valle. Hombre montañero, amante de la naturaleza y
trabajador incansable en el caserío familiar donde vivió hasta que entró en la Compañía de Jesús, en Loyola, a los 21
años de edad.
Fue a las 2 del mediodía, de ayer, 27 de febrero cuando en el hospital de Zumárraga entregó su alma a Dios
después de unos días en observación médica que se concretaron, sin vuelta atrás, en su paso definitivo a la vida. Una
Vida, la eterna, a la que recibió con los ojos abiertos físicamente, sin miedo, con la paz de los justos y la emoción de
las personas de bien (solo unos dedos respetuosos cerraron sus pupilas iluminadas por una presencia que marcó su
viaje definitivo).
Un día antes, y por petición propia, recibió la Unción de los Enfermos del capellán del hospital, con plena
conciencia y con una ilusión grande por comulgar el cuerpo de Cristo, quizá intuyendo su paso firme hacia su Señor
Jesús.
Alejandro era bertsolari. No solamente en su oficina diaria de la Iglesia del Sagrado Corazón, la sacristía, sino
también en sus paseos cantaba versos ya sea de bertsolaris consagrados ya sus propios versos a los que perfeccionaba una y otra vez.
Traigo al recuerdo unos versos a la Virgen María: Ama Birjinari bertsuak.
Y pidiéndole permiso a Alejandro, ahora que sé que no me lo puede negar, quiero cantar, con tiento y con
respeto:
Celebramos un día grande, / el día de nuestra Madre,
que trajo a este mundo / la salud para toda la humanidad.
Estamos bajo la tormenta / por eso vamos hacia ti;
si no quieres que haya ovejas perdidas / vuélvete hacia nosotros.
Nuestros enemigos desde siempre / nos están acechando
tienen figura de angeles / pero nos castigan.
Aquí traemos nuestra petición / a Ti te estoy rogando
con tu ayuda venceremos / la lucha entre cuerpo y alma.
Todos nosotros vinimos / huérfanos al mundo
todos juntos vamos rogando / hoy a tu encuentro.
Hoy dejas la tierra / y fuiste elevada al cielo,
llévanos también a nosotros un día / para estar siempre a tu lado.
Llévanos también a nosotros un día / para siempre a tu lado.
Y tanto que estaremos al lado de María, nuestra Madre, a la que en más de una ocasión, como la que acabo de
cantar, escribió versos salidos del alma, como una canción de amores y de fervores también.
Pocas cosas había en el cuarto de la Enfermería de Loyola. Prácticamente todas quedaron en su casa, la de
Donosti, en la que vivió más de 54 años. Pero una de ellas, es una carta del Provincial, en la que desde el sentimiento
paternal más profundo y desde la cercanía del compañero jesuita, le destinaba a la enfermería de Loyola con estas
palabras:
«Tú que has trabajo durante tantos años de sacristán en la Iglesia de la Residencia de San Sebastián
te toca ahora asumir la disminución de fuerzas. Más allá de ello quisiera recordarte que un jesuita puede
tener que dejar o disminuir la actividad apostólica por muchos y diversos motivos, entre ellos la
enfermedad o la ancianidad, pero nunca deja de recibir la misión. Y la Compañía tiene tradición desde sus
inicios de pedir en misión a sus hermanos debilitados en sus fuerzas físicas la oración por la Iglesia y la
Compañía. En estos momentos complicados para realizar nuestra tarea apostólica, hoy más que nunca la
fortaleza de la Compañía se fundamenta en la oración de sus compañeros más debilitados. Esta es la
verdadera fortaleza espiritual de esta Compañía que sigue en misión como Cuerpo, y en el cual te toca esta
parte de la misión».
Termino yo también mi homilía con las últimas líneas de su carta:
«Estoy convencido que en la nueva comunidad aportarás tu saber estar, sencillez y cercanía.
Evangelizamos más con nuestro testimonio que con nuestras palabras. Gracias de antemano por tu
disponibilidad ante el cambio y espero y deseo que entregues lo mejor de tu vocación y misión en la nueva
realidad.
Que el Dios de la Vida te bendiga con su luz, amor y paz».
Luis Manuel de la Encina, S.J.
Loyola, 2.03.2015