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René Guénon
A PROPÓSITO DE LOS SIGNOS CORPORATIVOS Y DE SU
SENTIDO ORIGINAL
Publicado en la revista Regnabit, nº de febrero de 1926. El
artículo fue posteriormente incluido en el nº de abril-mayo de
1951 de Etudes Traditionnelles. Es una continuación del
artículo "Le Chrisme et le Coeur dans les anciennes marques
corporatives" (Regnabit, noviembre de 1925, y Etudes
Traditionnelles, enero-febrero de 1951.
Dado que el artículo en el que hemos hablado de las antiguas marcas
corporativas (Regnabit, noviembre de 1925) parece haber interesado
particularmente a algunos lectores, vamos a volver sobre este tema
poco conocido y a dar algunas nuevas precisiones, ya que las
diversas reflexiones que nos han sido dirigidas nos han convencido
de la utilidad de ello.
En primer lugar, nos ha llegado una confirmación acerca de lo que
finalmente dijimos a propósito de las marcas de los constructores y
talladores de piedra y de los símbolos herméticos a los que
directamente parecían vincularse. La mencionada información se
halla en un artículo referente al Compagnonnage, que, por una
coincidencia bastante curiosa, fue precisamente publicado al mismo
tiempo que el nuestro. Extraemos del mismo el siguiente pasaje:
"Cuando el Cristianismo alcanzó su apogeo deseó un estilo que
resumiera su pensamiento, y a los domos, al medio punto, a las
torres macizas, sustituyó las esbeltas flechas y la ojiva, que
progresivamente fueron tomando auge. Fue entonces cuando los
Papas crearon en Roma la Universidad de las Artes, a donde los
monasterios de todos los países enviaban a sus alumnos y a sus
constructores laicos. Estas élites fundaron así la Maestría universal,
en la que talladores de piedra, imagineros, carpinteros y otros
artesanos recibieron la concepción constructiva a la que denominaron
Gran Obra. La reunión de todos los Maestros de Obra extranjeros
formó la asociación simbólica, la paleta superpuesta a la cruz; la cruz
en cuyos brazos estaban suspendidos la escuadra y el compás, las
marcas universales" (1).
La paleta superpuesta a la cruz es exactamente el símbolo hermético
que reproducíamos en la figura 22 (p. 67); y la paleta, a causa de su
forma triangular, era aquí tomada como un emblema de la Trinidad:
"Sanctissima Trinitas Conditor Mundi" (2). Por lo demás, parece que
el dogma trinitario haya sido puesto particularmente en evidencia por
las antiguas corporaciones; y la mayoría de los documentos que
surgieron de ellas comienzan con la fórmula: "En el nombre de la
Santísima e Indivisible Trinidad".
Ya que hemos indicado la identidad simbólica entre el triángulo
invertido y el corazón, no será inútil hacer notar que un sentido
trinitario puede ser relacionado igualmente con este último. De ello
encontramos la prueba en una imagen dibujada y grabada por Callot
para una tesis sostenida en 1625, y de la cual el R. P. Anizan dio una
explicación en esta revista (diciembre de 1922). En la parte superior
de la composición figura el Corazón de Cristo, conteniendo tres iod, la
primera letra del nombre de Jehovah en hebreo; estas tres iod eran
por otra parte consideradas como formando por sí mismas un
nombre divino, lo que de forma natural puede ser entendido como
una expresión de la Trinidad (3). "Hoy en día -escribía a este
respecto el R. P. Anizan- adoramos al "Corazón de Jesús, Hijo del
Padre Eterno"; el "Corazón de Jesús, unido substancialmente al Verbo
de Dios"; el "Corazón de Jesús, formado por el Espíritu Santo en el
seno de la Virgen María". ¿Cómo asombrarse de que desde 1625 se
haya afirmado el contacto augusto entre el Corazón de Jesús y la
Santa Trinidad? En el siglo XII, los teólogos vieron a este Corazón
como "el Santo de los Santos" y como "el Arca del Testamento" (4).
Esta verdad no podía perderse: su expresión misma atrae la adhesión
del espíritu; no se perdió. En una publicación aparecida en Amberes
en 1616, puede leerse esta hermosa oración: "Oh, dulce Corazón de
Jesús, donde se halla todo bien, órgano de la siempre adorable
Trinidad, a ti me confío, en ti me asiento plenamente". He aquí, bajo
nuestros ojos, el "Órgano de la Santísima Trinidad": es el Corazón
con las tres iod. Y en la imagen de este Corazón de Cristo, órgano de
la Trinidad, una frase nos dice que es el "principio del orden":
Praedestinatio Christi est ordinis origo".
Sin duda tendremos ocasión de volver sobre otros aspectos de este
simbolismo, especialmente en lo que concierne al significado místico
de la letra iod; pero hemos debido mencionar ahora estas analogías
tan significativas.
***
Muchas personas, que aprueban nuestra intención de restituir a
los símbolos antiguos su sentido original y que han querido
hacérnoslo saber, han expresado al mismo tiempo el deseo de ver al
Catolicismo reivindicar claramente todos estos símbolos que por
derecho le pertenecen, incluidos aquellos, como los triángulos, por
ejemplo, de los que se han apropiado organizaciones tales como la
Masonería. La idea es justa y la compartimos; pero, en el espíritu de
algunos, puede haber acerca de un aspecto de ello un equívoco e
incluso un verdadero error histórico que es bueno disipar.
A decir verdad, no hay muchos símbolos que sean propia y
exclusivamente "masónicos"; ya lo hemos observado a propósito de
la acacia (diciembre de 1925, p. 26). Los emblemas más
especialmente "constructivos" en sí mismos, como la escuadra y el
compás, han sido, de hecho, comunes a gran número de
corporaciones, e incluso podríamos decir que a casi todas (5), sin
hablar del empleo que también se ha hecho en el simbolismo
puramente hermético (6). La Masonería emplea símbolos de un
carácter bastante variado, al menos en apariencia, pero no se ha
apoderado de ellos, como parece creerse, para modificar su
verdadero sentido; los recibió, como otras corporaciones (pues fue
una de ellas en un principio) en una época en que era muy diferente
de aquello en lo que hoy en día se ha convertido, y los ha
conservado, aunque no los comprenda desde hace ya mucho tiempo.
"Todo indica -ha dicho Joseph de Maistre- que la Franc-Masonería
vulgar es una rama desgajada y quizá corrompida de un antiguo y
respetable tronco" (7). Es así como debe considerarse la cuestión: a
menudo se comete el error de no pensar más que en la Masonería
moderna, sin reflexionar en que ésta es simplemente el producto de
una desviación. Los primeros responsables de esta desviación, al
parecer, fueron los pastores protestantes Anderson y Desaguliers,
que redactaron las Constituciones de la Gran Logia de Inglaterra,
publicadas en 1723, y que hicieron desaparecer todos los antiguos
documentos sobre los que pudieron echar mano, para que no se
descubrieran las innovaciones que introdujeron, y también porque
estos documentos contenían fórmulas a las que estimaban demasiado
molestas, como la obligación de "fidelidad a Dios, a la Santa Iglesia y
al Rey", indudable señal del origen católico de la Masonería (8). Este
trabajo de deformación fue preparado por los protestantes
aprovechando los quince años que transcurrieron entre la muerte de
Christophe Wren, último Gran Maestro de la Masonería antigua
(1702), y la fundación de la nueva Gran Logia de Inglaterra (1717).
Sin embargo, dejaron subsistir el simbolismo, sin pensar en que éste,
para quien lo comprendiera, atestiguaba contra ellos tan
elocuentemente como los textos escritos, a los que por otra parte no
lograron destruir en su totalidad. He aquí, brevemente resumido, lo
que deberían saber todos aquellos que quieran combatir eficazmente
las tendencias de la Masonería actual (9).
No vamos aquí a examinar en su conjunto la compleja y
controvertida cuestión de los múltiples orígenes de la Masonería; nos
limitaremos a considerar lo que puede ser llamado su aspecto
corporativo, representado por la Masonería operativa, es decir, por
las antiguas cofradías de constructores. Éstas, como las demás
corporaciones, poseían un simbolismo religioso o, si se prefiere,
hermético-religioso, ligado a las concepciones de ese esoterismo
católico que tan extendido estuvo en la Edad Media, y cuyas huellas
se encuentran en todas partes, en los monumentos e incluso en la
literatura de la época. A pesar de lo que pretenden numerosos
historiadores, la unión del hermetismo con la Masonería se remonta
mucho más allá de la afiliación de Elias Ashmole a esta última
(1646); pensamos incluso que solamente se buscó, en el siglo XVII,
reconstituir a este respecto una tradición de la cual gran parte ya se
había perdido. Algunos, que parecen bien informados de la historia
de las corporaciones, fijan además con una extremada precisión en
1459 la fecha de esta pérdida de la antigua tradición (10). Nos
parece indudable que los dos aspectos operativo y especulativo
siempre han estado unidos en las corporaciones de la Edad Media,
que por lo demás empleaban expresiones tan claramente herméticas
como la de "Gran Obra", con aplicaciones diversas, es cierto, pero
siempre analógicamente relacionadas entre sí (11).
Por otra parte, si verdaderamente se quisiera ir a los orígenes,
suponiendo que fuera posible con las informaciones necesariamente
fragmentarias de las que se dispone en semejante asunto, sería sin
duda necesario remontarse más allá de la Edad Media, e incluso más
allá del Cristianismo. Esto nos lleva a completar lo que aquí mismo
hemos dicho acerca del simbolismo de Janus en un artículo anterior
(diciembre de 1925), pues precisamente ocurre que este simbolismo
tiene una muy estrecha relación con el tema que ahora nos ocupa
(12). En efecto, en la antigua Roma, los Collegia fabrorum rendían un
culto especial a Janus, en cuyo honor celebraban las dos fiestas
solsticiales correspondientes a la apertura de las dos mitades
ascendente y descendente del ciclo zodiacal, es decir, a los puntos
del año que, en el simbolismo astronómico al que ya hemos aludido,
representan las puertas de las vías celestial e infernal (Janua Coeli y
Janua Inferni). En consecuencia, esta costumbre de las fiestas
solsticiales se ha mantenido siempre en las corporaciones de
constructores; pero, con el Cristianismo, estas fiestas se identificaron
con los dos san Juan de invierno y de verano (de donde la expresión
"Logia de san Juan", que se ha conservado hasta en la Masonería
moderna), y éste es un nuevo ejemplo de esa adaptación de los
símbolos precristianos que hemos señalado en numerosas ocasiones.
De lo que acabamos de referir podemos extraer dos consecuencias
que nos parecen dignas de interés. En primer lugar, entre los
romanos, Janus era, como hemos dicho, el dios de la iniciación a los
misterios; al mismo tiempo era el dios de las corporaciones de
artesanos; y esto no puede ser el efecto de una simple coincidencia
más o menos fortuita. Necesariamente debía existir una relación
entre estas dos funciones referidas a la misma entidad simbólica: en
otras palabras, era preciso que las corporaciones en cuestión
estuviesen entonces, tal como lo estuvieron más tarde, en posesión
de una tradición de carácter realmente "iniciático". Pensamos por
otra parte que no se trata de un caso especial y aislado, y que
podrían hacerse en otros pueblos constataciones del mismo género;
quizá esto incluso condujera, sobre el verdadero origen de las artes y
de los oficios, a puntos de vista completamente insospechados por
los modernos, para quienes tales tradiciones se han convertido en
letra muerta.
La otra consecuencia es ésta: la conservación, entre los constructores
de la Edad Media, de la tradición que antiguamente se relacionaba
con el simbolismo de Janus, explica, entre otras cosas, la importancia
que para ellos tenía la figuración del Zodíaco, que tan
frecuentemente se ve reproducido en el portal de las iglesias, y
generalmente dispuesto de forma que fuera más aparente el carácter
ascendente y descendente de sus dos mitades. Hay aquí, a nuestro
entender, algo absolutamente fundamental en la concepción de los
constructores de catedrales, que se proponían realizar sus obras
como una especie de resumen sintético del Universo. Si bien el
Zodíaco no siempre aparece, hay otros símbolos que le son
equivalentes, al menos en un cierto sentido, y que son susceptibles
de evocar ideas análogas en cuanto al aspecto considerado (sin
prejuicio de otros significados más particulares): las representaciones
del Juicio final se hallan también en este caso, y también algunos
árboles emblemáticos, como ya hemos explicado. Podríamos ir aún
más lejos, y decir que esta concepción está en cierto modo implícita
en el propio plano de la catedral; pero nos excederíamos de los
límites de esta simple nota si quisiéramos intentar justificar esta
última afirmación (13).
NOTAS:
1. Auguste Bonvous, La Religion de l’Art, en "Le Voile d’Isis",
número especial dedicado al Compagnonnage, noviembre de 1925.
2. La palabra Conditor encierra una alusión al simbolismo de la
"piedra angular". A continuación del mismo artículo se reproducía una
curiosa figuración de la Trinidad, en la que el triángulo invertido
ocupaba un importante lugar.
3. Las tres iod situadas en el Corazón de Cristo están dispuestas
2 y 1, de tal manera que corresponden a los tres vértices de un
triángulo invertido. Puede observarse que esta misma disposición es
muy frecuente en las piezas de los blasones: especialmente, es la de
las tres flores de lys en los escudos de los reyes de Francia.
4. Estas asimilaciones tienen una relación bastante estrecha con
la cuestión de los "centros espirituales" de los que hemos hablado en
nuestro estudio sobre el Santo Grial; nos explicaremos más
completamente sobre este punto cuando expongamos el simbolismo
del corazón en las tradiciones hebreas.
5. El Compagnonnage solamente prohibía a los zapateros y a los
panaderos el uso del compás.
6. La escuadra y el compás figuran, al menos desde principios
del siglo XVII, en las manos del Rebis hermético (ver por ejemplo las
Douze Cléfs d’Alchimie de Basilio Valentin).
7. Mémoire au duc de Brunswick (1782).
8. En el transcurso del siglo XVIII, la Masonería escocesa fue un
intento de retorno a la tradición católica, representada por la dinastía
de los Estuardo, en oposición a la Masonería inglesa, hecha
protestante y adicta a la casa de Orange.
9. Hubo posteriormente otra desviación en los países latinos,
ésta en un sentido antirreligioso, pero conviene insistir en primer
lugar sobre la "protestantización" de la Masonería anglosajona.
10. Albert Bernet, Des Labyrinthes sur le sol des églises, en el
número ya citado del Voile d’Isis. Este artículo contiene sin embargo
a este respecto una pequeña inexactitud: la carta masónica de abril
de 1459 no es de Estrasburgo, sino de Colonia.
11. Observemos además que existía, hacia el siglo XIV, si no
antes, una Massenie du Saint Graal, mediante la cual las cofradías de
constructores estaban ligadas a sus inspiradores hermetistas, y en la
que Henri Martin (Histoire de France, I, III, p. 398) ha visto con
razón uno de los orígenes reales de la Franc-Masonería.
12. Señalaremos en esta ocasión que no hemos tenido la
intención de hacer un estudio completo sobre Janus; para ello
deberíamos exponer los simbolismos análogos que se encuentran en
distintos pueblos, especialmente el de Ganêsha en la India, lo que
nos hubiera llevado a desarrollos demasiado amplios. La figura de
Janus que sirvió de punto de partida de nuestra nota ha sido
reproducida recientemente en el artículo de Charbonneau-Lassay
incluido en el mismo número de Regnabit (diciembre de 1925, p. 15).
13. Debemos rectificar una inexactitud que se deslizó en una
nota de nuestro artículo dedicado a las marcas corporativas
(noviembre de 1925, p. 395), y que algunos amigos provenzales nos
han señalado amablemente. La estrella que figura en los escudos de
la Provenza no tiene ocho rayos, sino solamente siete; se relaciona
entonces con toda una serie de símbolos (las figuras del septenario)
distinta de aquella de la que a propósito de esto habíamos hablado.
Pero, por otra parte, también existe en Provenza la estrella de los
Baux, que tiene dieciséis rayos (dos veces ocho); y ésta tiene incluso
una importancia simbólica particular, marcada por el origen
legendario que le es atribuido, pues los antiguos señores de los Baux
se decían descendientes del Rey Mago Baltasar.
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