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DOMINGO DE RESURRECCIÓN
Muy queridos hermanos y hermanas:
Todos hemos oído hablar del documento quizá más importante que el papa
Francisco ha escrito hasta ahora, la Exhortación apostólica Evangelii Gaudium
(la alegría del evangelio); todos se hacen eco de este texto. Son dos palabras
fundamentales: Evangelio, Buena Nueva. ¿Cuál es el Evangelio, la Buena
Nueva? La que hoy celebramos: Jesucristo resucitado. ¿Qué produce esta
noticia? Alegría, gozo, la alegría del Evangelio. Y ¿Por qué el Evangelio es
capaz de suscitar alegría? Porque Cristo resucitado rompe todos los límites
humanos.
Nuestro corazón es muy grande, a imagen de Dios y quiere hacer cosas
infinitas. Pronto aparecen los límites. Es cierto que queremos amar a nuestras
familias, nuestros hijos, los amigos... Cuántas veces nos encontramos con que
no sabemos amar, discutimos, reñimos... Quisiéramos un mundo justo y
echamos la culpa a los demás sin percatarnos que cada uno somos parte de
esta injusticia que genera el mundo que no acaba de arreglarse. ¿Cómo poder
arreglar el mundo?
Quisiéramos vivir para siempre. Nos encontramos que ya desde que nacemos
comienza el reloj en contra de nosotros, acercándonos hacia la muerte, es
decir, percibimos una enorme desproporción entre lo que el corazón quiere y lo
que nuestra vida realiza; nos sentimos realmente limitados. Esto me recuerda
cómo los judíos enterraban a sus difuntos totalmente atados: los envolvían en
vendas, los pies y las manos atadas, la cabeza cubierta por el sudario. Por eso,
la primera expresión de la resurrección es ser desatados. Cristo es desatado
de la tumba y nosotros somos desatados de nuestros límites. Por eso, la
resurrección tiene que ver con cada uno de nosotros porque si alguien no nos
resucita, nuestra vida es muy limitada y, por tanto, es una vida en el fondo
frustrada pues no acaba de alcanzar lo que desea en el fondo del corazón.
Alguien tiene que romper esos límites; es Cristo, el Señor quien los rompe.
Los propios discípulos, los apóstoles, no acababan de entender lo que
significaba resucitar. De hecho, es una palabra nueva para ellos. Cuando Jesús
decía tengo que morir y tengo que resucitar como dicen las Escrituras ellos no
entendían. Ellos pensaban que Jesús era el Mesías, por tanto no podía morir,
vendría con todos los ángeles y ellos, los discípulos, gobernarían con Cristo
para siempre. Resulta que el Señor es ejecutado y en medio de un profundo
desconcierto aparece María Magdalena diciendo que Jesús no estaba en el
sepulcro. Hemos escuchado en el evangelio que Pedro y Juan salen corriendo
hacia el sepulcro y descubre que Él no está, solamente están las vendas y el
sudario. El Señor se va apareciendo y ellos no saben todavía lo que pasa. El
Señor aparece, los discípulos se sumergen en un mar de dudas: ¿Será o no
será el Señor? Tomás no cree. Ciertamente debían construir la palabra
resucitar que significa "ser levantado de la tierra, ser alzado". Poco a poco van
entendiendo que es Cristo, el Señor, quien les va llenando de alegría y de
esperanza pues se han roto todos los límites. Empiezan una vida nueva, un
camino nuevo que podemos recorrer.
En esta vida hay dos modos de caminar: uno por el camino viejo - éste lo
tenemos muy experimentado con sus límites, celos, orgullos, injusticias, faltas
de perdón- otro, el camino nuevo que el Señor nos posibilita. Él es la luz para el
camino, la esperanza. Esto es lo que genera alegría en nosotros pues los
límites han sido rotos y podemos caminar de un modo nuevo. Podemos
albergar la vida de un modo nuevo, aunque sigamos en el mismo lugar, pero la
percibimos de un modo distinto porque Cristo está con nosotros y nos
acompaña.
Ayer por la noche leíamos la Carta a los Romanos donde se nos decía que
nosotros, por el bautismo, participamos ya de Cristo, de su vida. La segunda
lectura hoy también nos dice: "Ya que habéis resucitado con Cristo", es decir,
ya que se os ha comunicado la vida de Cristo -el día de nuestro bautismo que
hoy hemos recordado con la aspersión del agua bendita-, "aspirad a los bienes
de arriba". El Señor sólo pide una cosa de nosotros: confianza y fe. Por eso el
Señor se deja ver, da signos, pero no se impone. Si el Señor nos diera una
muestra innegable de que ha resucitado, sería insensato no creer. El Señor
pide la fe. Por eso le dirá a Tomás cuando aparece por segunda vez puesto
que no había creído el anuncio a los apóstoles. Le dice a Tomás: -"¿Porque
has visto has creído?" Dichosos los que sin ver van a creer”. El Señor jamás se
impone, siempre respeta nuestra libertad. Quiere esa entrega de nuestra
libertad y esa confianza en Él. Esta es la grandeza de nuestra libertad; somos
la criatura junto al ángel y al demonio que podemos alzarnos ante Dios y decir:
-Me planto frente a ti, no quiero. O bien podemos aceptar al Padre como hijos
suyos quien nos ha entregado a su Hijo único, el Señor, nuestro hermano, y
nos ha dado el don del Espíritu Santo.
Hoy también se nos presenta a nosotros la posibilidad de elegir: Aceptar la
alegría del evangelio, el camino de luz y de vida, o continuar tristes y vagando
erráticos perdiendo la vida por caminos que nos sabemos a dónde nos llevan.
Cristo hoy se nos ofrece como fin y plenitud de nuestra existencia, desatando
todos nuestros límites, como vida nueva, como eternidad, capaz de colmar
todos los deseos que se encuentran en nuestro corazón. Ojalá hoy, como
Pedro y Juan -como dice el evangelio que Pedro vio las vendas y el sudario; vio
y creyó- aunque no veamos las vendas y el sudario pero percibimos a Cristo
presente en nuestra vida, lo aceptemos y lo hagamos Señor, esperanza y
alegría de nuestra vida.
Se lo pedimos esta mañana al Señor para todos nosotros y para todos los que
sufren. Cristo es la esperanza y la vida. Pidamos por los enfermos, los
ancianos, los que sufren, los que no encuentra trabajo, los desesperanzados,
los desahuciados -para el Señor nadie hay desahuciado- pues ha dado la vida
por nosotros y nos comunica su vida eterna y su gloria, su esperanza. Que con
María nos alegremos en este gozo infinito de la resurrección de Cristo que hoy
queremos celebrar. Amén
+Mario Iceta Gabicagogeascoa
Obispo de Bilbao