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INSTITUTO HIJAS DE MARIA AUXILIADORA
fundado por San Juan Bosco
N. 826
CON MARIA MUJER DE PAZ
El logotipo del jubileo, con el cual introducía la carta circular del diciembre pasado,
nos ha acompañado en la celebración del bimilenario de la Encarnación. Llegadas a la
clausura del año santo, lo propongo de nuevo a vuestra atención partiendo del fondo
azul sobre el cual se recorta la cruz. Representa el mundo, pero es también símbolo de
María, seno que engendró a Jesús y, en él, a todos nosotros sus hermanos y hermanas.
Las palomas de diferentes colores son como el conjunto de todos los pueblos que, en la
variedad de las culturas, se reconocen pertenecientes a la misma familia humana y
aspiran, con frecuencia inconscientemente, al bien mesiánico de la paz.
La jornada mundial de la paz de 2001 nos regala, precisamente en la solemne
celebración de María madre de Dios, el mensaje de Juan Pablo II: Diálogo entre las
culturas para una civilización del amor y de la paz.
El 2001 señala también el inicio del Decenio de la cultura de paz y no violencia para
los jóvenes del mundo proclamado por las Naciones Unidas, y compromete a buscar de
nuevo las condiciones para el advenimiento de una cultura de paz.
Estos motivos nos apremian a detenernos una vez más, queridas hermanas, sobre el
tema de la paz. Lo haremos dejándonos acompañar por algunos iconos evangélicos de
María, que la presentan como misionera de paz. Sus actitudes de atención y prontitud
en acoger la paz como don de Dios, de disponibilidad en dejarse implicar y transformar,
de solidaridad que se torna actividad y audacia en comunicarla nos conciernen
particularmente como mujeres y educadoras FMA.
Acoger la paz
La paz es una palabra sencilla, de significado múltiple y complejo. Se habla de paz en el
corazón de las personas, paz en las relaciones interpersonales, en las comunidades, en
los pueblos, entre las naciones, con la creación.
Desde el punto de vista cristiano, la paz es, ante todo, un don. Se identifica con el Don
que es Jesús, enviado del Padre a la humanidad para que ésta encuentre su centro de
unidad en el Verbo encarnado para la salvación de todos y el horizonte de significado en
la solidaridad recíproca entre los miembros de una única familia: la familia de los hijos
de Dios restituidos a su originaria vocación de hermanos y hermanas, llamados a
construir la civilización del amor.
Una paz, por consiguiente, que se ha de acoger. Una paz por encima de nuestros
esfuerzos y de nuestras iniciativas. Una paz preventiva, que llega como don gratuito,
regalado con liberalidad por el Padre.
Unica condición requerida: la disponibilidad, la apertura al proyecto de Dios, a su
irrupción en la gran historia y en las vicisitudes personales de cada hombre y mujer.
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El icono mariano que mejor manifiesta esta actitud es el de la Anunciación. María, la
Virgen del fíat, deja espacio a la acción de Dios, se deja amar por Él y se convierte en
la primera destinataria de esa paz que los ángeles proclaman la noche de Navidad: “Paz
en la tierra a los hombres que Dios ama”.
En la Anunciación, María deja resonar en el corazón la Palabra del Eterno. Agustín
tiene una expresión estupenda a este respecto cuando dice: María concibió en el
corazón antes que en el cuerpo. La suya es la receptividad fecunda de quien,
perdiéndose se encuentra, haciéndose disponible se hace seno para Aquél que es el
Príncipe de la paz.
Pero la paz es también compromiso La paz nace asimismo de un corazón que se deja
reconciliar, que vive en estado de reconciliación. La paz es don de Cristo y pide habitar
en nuestro corazón. Dios nos ha llamado a todos juntos a esta paz (cf Col 3,15).
El compromiso con que esta paz ha de ser cultivada requiere atención humilde, silencio,
capacidad de dejar espacio a los pensamientos de Dios, de adaptar nuestros ritmos para
acoger, con Jesús, a cada huésped que llama a nuestra puerta. Implica la reconciliación
del corazón con la historia personal y comunitaria, con los límites que toda realidad
lleva consigo. Entonces el perdón recibido y otorgado regenera verdaderamente la
existencia y alimenta el testimonio cotidiano de estar en la escucha confiada de las
personas para comprender sus necesidades, sus aspiraciones, sus exigencias.
El verdadero cambio de mentalidad -mejor dicho- la mentalidad de cambio de la que
con frecuencia hablamos, tiene su fuente en Dios que nos ha amado el primero y que, al
habitar nuestra vida, la abre a lo imprevisto de su acción, la hace fecunda, la orienta
hacia metas de solidaridad.
Cuanto más dejemos que los pensamientos, el corazón, la vida sean regenerados por la
presencia de Jesús, tanto más seremos capaces de generar, a nuestra vez, vida.
Durante la celebración eucarística del jubileo de los militares (19 de noviembre pasado)
el Papa recomendó: “Sed hombres y mujeres de paz. Y para poder serlo plenamente,
acoged en vuestro corazón a Cristo, autor y garante de la paz verdadera... Os ayudará a
poner la fuerza al servicio de los grandes valores de la vida, de la justicia, del perdón y
de la libertad”.
Con otras palabras, el Coordinador del Proyecto Cultura de la Paz de la UNESCO
subraya la necesidad de reemprender el camino de la paz desde su punto de partida, o
sea, en nosotros mismos, en nuestras actitudes y comportamientos.
Los actos cotidianos de escucha, diálogo y solidaridad constituyen el terreno en el que
la paz puede crecer y afirmarse.
Dar la paz
La paz, por lo tanto, tiene sus raíces en el corazón de las personas, en las opciones
cotidianas, en la organización y en la dinámica de las relaciones interpersonales y
comunitarias, en el modo mismo de mirar la vida y el mundo. Una de las expresiones
connaturales a la paz es la de darse. La paz aspira a difundirse, es portadora de un
dinamismo de solidaridad misionera más allá de las fronteras.
Por lo demás, Navidad es el misterio de un Dios que se hace solidario con la criatura
humana de todos los tiempos, razas y culturas. Misterio de una presencia que libera y
salva, acoge y transforma, previene y acompaña.
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María se hace misionera desde el momento de la concepción. El icono bíblico de la
Visitación expresa los pasos de paz de María por una solidaridad que se hace servicio
a la vida. Jesús, concebido en el seno de la Virgen, es aquél que hace saltar al niño en el
seno de otra mujer, Isabel, la cual con una bendición profética responde a la visita de su
joven prima.
Nuestra misión de educar a las/os jóvenes es la de generar la vida, despertarla, hacerla
exultar de gozo.
¿Será éste, quizás, un modo ideal de concebir la paz? El escenario del planeta tierra no
es ciertamente pacífico. Son muchos los focos de guerra y la violencia que estalla en
todas las partes del mundo continúa alimentando odios, rencores, venganzas: raíces, a
su vez, de una cadena de violencias que hacen difícil la vida, ya precaria, de millones de
seres humanos, especialmente de niñas/os y de jóvenes.
Ignorancia, pobreza, explotación, intolerancia cultural, abuso de poder son todos ellos
origen y consecuencia de la falta de paz.
¿De qué modo, como FMA, nos sentimos interpeladas por estas situaciones? Las
reflexiones del Capítulo general XX a este respecto conservan su actualidad.
Solidaridad, justicia y paz son presentadas como desafíos que proceden de un mundo
atormentado por el empobrecimiento, la creciente injusticia, la intolerancia. Nuestra
respuesta sigue los pasos de María y el estilo mornesino cuando elige vivir y caminar
con los jóvenes y las mujeres jóvenes para colaborar al advenimiento de una sociedad
más humana y humanizadora para todos. A la crisis de civilización sólo se puede
responder con la civilización del amor: expresión que, con el Papa, repetimos a menudo
porque parece configurar nuestra tarea específica de servicio a la vida y a la paz por
medio de la educación (cf CGXX 52).
El Manifiesto 2000: Para una cultura de la paz y de la no-violencia, redactado por un
grupo de personalidades insignes del Premio Nobel para la paz, ofrece un itinerario de
educación a la paz en el que pueden reencontrarse todas las personas de buena voluntad.
Los objetivos indicados son una buena pista en el acompañamiento educativo de las/os
jóvenes e interpelan la vida de nuestras comunidades. Se trata de puntos irrenunciables
que comprenden el respeto a la vida y la dignidad de cada persona, desterrando
discriminaciones y prejuicios. Implican la práctica de la no-violencia activa, el
compartir el tiempo y los bienes materiales, la defensa de la libertad de expresión y de
la diversidad cultural, el consumo responsable, la colaboración al desarrollo de la propia
comunidad.
Como educadoras salesianas nos sentimos en profunda sintonía con estas indicaciones,
expresión concreta de una afirmación presente en el Acto constitutivo de la UNESCO:
“Puesto que las guerras tienen su origen en el corazón de los hombres, es en el corazón
de los hombres donde deben levantarse las defensas de la paz”
La línea educativa de Don Bosco y de María Dominica Mazzarello en la formación de
las/os jóvenes se apoya en la amorevolezza para tocar las raíces del corazón, allí donde
residen las opciones vitales, donde se instaura y se alimenta la confianza recíproca,
donde se despierta la admiración y la valorización de la diversidad, donde, finalmente,
la educación a la democracia tiene sus premisas más fundadas y seguras.
El contexto actual en el cual vivimos conoce desafíos inéditos que hacen más compleja
y difícil la acción educativa. Sin embargo, la formación a partir de las raíces profundas
del ser humano queda como condición indispensable y tiene matices también de
naturaleza política y social. Hoy alcanza los consensos de un número cada vez mayor
de laicos sinceramente interesados en el progreso civil y social de la humanidad y
preocupados por cuanto amenaza la convivencia pacífica sobre el planeta. Sólo a partir
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de estas raíces se puede construir una cultura de la paz, es decir, una paz cultivada en
su fundamento humano profundo y, por lo mismo, en condiciones de hacer germinar
una mentalidad de paz.
Vencer la ignorancia, educar a la libertad, a la justicia, a la solidaridad, a saber
solucionar de manera positiva los conflictos, a vivir el respeto recíproco en la
convicción de formar parte de una única familia es poner las condiciones que dan vida
a pequeños brotes de paz. Su incidencia no es mensurable en términos cuantitativos,
pero es seguramente eficaz en el plano de la calidad de la convivencia humana a partir
del microcosmo de nuestros ambientes.
Este tipo de educación no admite demoras. Debemos hacernos, como María, misioneras
de paz. Ponernos decididamente en camino, a toda prisa. La actitud de María en viaje
hacia Ain Karim no expresa la agitación de quien sin esfuerzo y ponderación quiere
llegar como sea a una meta, sino el ardor de quien cree que el futuro de paz se nutre de
fe y de convicciones profundas y avanza a través de pequeños pasos que, por así decir,
construyen la gramática de la paz.
El canto del Magníficat que brotó de la gratitud de María por las grandes cosas que
Dios realizó en ella, señala el nuevo orden de las relaciones sociales fundado en la
justicia evangélica, que inclina la balanza del lado de los pobres, de los humildes, de
aquellos que esperan la salvación de Dios, convencidos de que en su compromiso no
estarán solos, porque Jawhé viene en ayuda de Israel su siervo. Y entre los pobres –ya
se sabe- están los jóvenes, víctimas más que otros de la violencia, del engaño, de la
explotación, de la ignorancia. Ser solidarios quiere decir compartir con ellos el saber, las
esperanzas, el compromiso activo por la libertad y la justicia.
Atreverse a la paz
El icono de las bodas de Caná nos presenta a María, ocupada en dirigir a los sirvientes
esta invitación: “Haced lo que Él os diga”. Nos hemos detenido otras veces en esta
expresión. Aquí me gusta contemplar a María como la mujer audaz, emprendedora,
capaz de encontrar una solución incluso cuando las reservas están agotadas y las
previsiones humanas no son suficientes.
María está atenta, se da cuenta -la primera- de la situación, e intuye la preocupación de
los esposos. No se para a criticar la falta de previsión de los organizadores de la fiesta.
Interviene sobre el corazón del Hijo, anticipa la hora de su manifestación. No espera
respuesta: actúa e implica, segura de ser escuchada. Incluso las tinajas, que hasta aquel
momento permanecían retiradas en un rincón, se volvieron protagonistas.
La presencia y la acción de María en Caná aparecen como una fuerte llamada a lo que
es la tarea educativa-preventiva-creativa de la mujer hoy en orden a la convivencia
pacífica de las personas.
“Cuando las mujeres tienen la posibilidad de transmitir en plenitud sus dones a toda la
comunidad, la misma modalidad con la que se comprende y organiza la sociedad
resulta positivamente transformada, llegando a reflejar mejor la unidad sustancial de la
familia humana”. Palabras del Papa en el mensaje para la Jornada mundial de la paz de
1995.
La afirmación de Juan Pablo II recuerda la condición de posibilidad: cuando las
mujeres... No se da por descontado que esto suceda.
Cinco años después Kofi Annan, inaugurando la sesión especial de la Asamblea de la
ONU Mujeres 2000 (Nueva York, 5 junio) reitera en forma de deseo la importancia de
la participación de las mujeres en los procesos de decisión para favorecer una
modalidad organizativa y un desarrollo sostenible centrado en las personas. Su
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implicación es particularmente significativa en las acciones relativas a la paz: “Espero
que, en el curso de este siglo, se pueda demostrar que la estrategia mejor para la
prevención del conflicto sea la de promover el mayor número de mujeres al rol de
operadoras de paz”. Y continúa poniendo de relieve que su presencia es importante en
la prevención y en la solución de un conflicto, en la reconstrucción del postconflicto, en
el mantenimiento y en la reconstrucción de la paz.
La propensión a un acercamiento holístico de los problemas permite a las mujeres mirar
a la totalidad de la persona, intuir, prevenir, darse, tejer relaciones reparando las que
pueden haberse deteriorado, superar los odios y las divisiones que son, al mismo
tiempo, origen y consecuencia incluso de los conflictos armados. No es raro constatar,
por ejemplo, que, en situaciones de guerra, las mujeres de las partes contendientes se
prestan ayuda y apoyo recíproco para asegurar los medios de subsistencia. Llegan
incluso a curar las heridas del enemigo, mostrando una extraordinaria capacidad de
iniciativa sin tener en cuenta las consecuencias de su audacia.
Me parece sumamente significativa a este respecto la comunicación de una mujer,
responsable del Ministerio de la familia en Gabón, en el curso de la Conferencia
panafricana de las mujeres para una cultura de la paz (Zanzíbar 17-20 mayo1999):
“Las mujeres del Africa moderna deben tener en una mano el fuego que quema todo lo
que envilece al hombre y lo hace susceptible de generar una guerra y en la otra, el agua
que apaga el fuego del odio, de la violencia, de las divisiones”.
La presencia de la mujer en los ámbitos de decisión es, ciertamente hoy, más consistente
que en otro tiempo, pero su voz es todavía demasiado débil y corre el peligro de no ser
escuchada. Es preciso promover la conciencia de su específica e insustituible
aportación a la convivencia humana y movilizarse para que esté presente en los más
altos niveles donde es posible crear movimientos para la paz, ofrecer soluciones
alternativas a la guerra y a las inversiones en la producción de armas.
Pero ¿qué condiciones asegurar para que la mujer sea propositiva, activa, audaz? La
realidad demuestra que, precisamente la mujer, es el ser humano más discriminado en el
plano educativo-cultural-profesional. El los conflictos armados sigue sufriendo aún las
consecuencias más desastrosas, incluso en el plano de los abusos sexuales.
¿Qué decir, además, de las nuevas cadenas que mantienen prisioneras a millares de
mujeres jóvenes, emigradas para huir de la pobreza y de la guerra, las cuales destruyen
su belleza, feminidad y dignidad en las aceras de muchas de nuestras ciudades?. Sin el
rescate de estas y de otras esclavitudes difícilmente se podrá pensar en una sociedad noviolenta.
Se ha dicho que las naciones o avanzan con las mujeres o no avanzarán en modo
alguno. Sin embargo, el reconocimiento y valoración de la aportación de las mujeres no
puede darse sin la implicación de los hombres y la superación de múltiples estereotipos.
En cuanto educadoras, especialmente de las jóvenes, estamos llamadas directamente a
esto. Nos importa el porvenir de la familia humana, su unidad y armonía fundada en
sólidas bases, en la voluntad de cooperación, en la capacidad de diálogo entre las
culturas, a partir de una cultura que respeta la dignidad de la vida y sabe cultivar una
mentalidad de paz.
Queremos ayudar especialmente a las jóvenes, que son las más golpeadas por las
diversas formas de pobreza, a mantenerse firmes, a defender sus derechos, a atreverse a
la paz. La educación, en la cual estamos comprometidas por carisma, contempla en la
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primera línea muchas FMA que trabajan en las escuelas, en los centros juveniles, en
proyectos innovadores de prevención y apoyo para jóvenes en riesgo.
La feminización de la pobreza en sus varias formas es una invitación a actuar en
colaboración con las comunidades educativas y las instituciones del territorio
comprometidas en la educación, particularmente de las mujeres jóvenes. Recuperadas
en su dignidad y vocación, sabrán colaborar a la edificación de una cultura de paz para
la fiesta de todos los comensales en la mesa de la familia humana.
La paz es un don, como el vino nuevo de la fiesta. La cultura de la paz tiene sus
mensajeros en hombres y mujeres que actúan frecuentemente en la sombra. Está
entretejida en el anonimato de los gestos de millares de personas que saben escuchar,
dialogar y trabajar junto al otro y por el otro. Está destinada a convertirse en un
horizonte que trasciende tratados y acuerdos internacionales. Supone confianza
recíproca, capacidad de comunión, voluntad de diálogo, superación de los prejuicios y
de las discriminaciones en base al sexo, a la cultura, a la raza.
Al término de este año siento la necesidad de daros las gracias. Como centinelas, habéis
sabido velar para conjurar en la raíz todo cuanto podía amenazar la paz. Lo habéis
hecho con la acción educativo-preventiva de las/os jóvenes confiados a vuestros
cuidados, con la sensibilización de la gente del territorio y, a veces, también con la
participación en acciones internacionales.
Es un gracias que extiendo a las comunidades educativas y a los hermanos y hermanas,
también de otras confesiones religiosas o no creyentes, que actúan sinceramente a favor
de una cultura de paz.
Con María, madre de Jesús, queremos continuar comprometiéndonos para que el
mundo sea de verdad redondo, sin ángulos de exclusión y bolsas de discriminación.
Entonces la solidaridad será globalizada y la paz contará con una esperanza más de
realización.
Roma, 24 de diciembre de 2000
Afma. Madre Antonia Colombo
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