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Insigne y Nacional Basílica de Santa María de Guadalupe www.virgendeguadalupe.org.mx Versión estenográfica de la Homilía de Mons. Dr. Enrique Glennie Graue, Rector de la Basílica de Santa María de Guadalupe, Vicario General y Episcopal de Guadalupe, Presidente del Cabildo en La Epifanía del Señor, en la Basílica de Guadalupe. 8 de enero de 2017 En la fiesta de hoy, llamada Epifanía o manifestación celebramos que el nacimiento de Jesús en Belén es buena noticia para todo el universo. Lo que escuchamos en el Evangelio, la venida de los magos, es el cumplimiento de lo anunciado por el Profeta Isaías en la primera lectura. Y la carta a los Efesios insiste: todos los hombres y mujeres de la tierra somos herederos de la misma salvación. Constatamos -según nos narra el Evangelio- que el nacimiento de Jesús no queda indiferente para nadie. Unos Magos, desde oriente, lo buscan siguiendo una estrella para adorarlo; otros se estremecen, incluso con temor, con la noticia de su nacimiento. Todo esto es anticipo de lo que serán la vida y el ministerio de Jesús. San Mateo sitúa el lugar del nacimiento de Jesús en Belén de Judá. Belén era la patria del Rey David y se insiste en que Jesús nace, como descendiente de David, en Belén, donde -además- estaba escrito que debía nacer el Mesías. Más allá de los elementos anecdóticos, que sin duda han dado mucha tela de dónde cortar a la imaginación piadosa, el Evangelista San Mateo recalca un aspecto que anticipa algo importante en la vida de Jesús: la aceptación y el rechazo de su persona. Jesús es el Mesías enviado a Israel y la actitud de quienes se acercan a Él en Belén es de acogida y adoración; desde el reverente silencio de José y María, hasta los magos de oriente -unos paganos- que se acercan a adorar al niño, que es el rey de los judíos. Éstos, guiados por una estrella, se hacen presentes trayendo sus regalos: oro, incienso y mirra, presentes que recordaban las profecías de Isaías sobre los extranjeros que acudirían con obsequios para Dios. El rechazo hacia la persona y el mensaje de Jesús está representado por el temor y el estremecimiento del rey Herodes que -desde Jerusalén, la Ciudad Santa- rechaza a Jesús con la misma ceguera y soberbia con la que después los representantes del Judaísmo oficial habrían de rechazarlo, sacarlo de la Ciudad Santa y llevarlo a la muerte. Nuestra actitud personal se debe ver reflejada en la de los sabios de oriente. Ellos habían sabido leer los signos y habían seguido la estrella que los conducía a Jesús. Nosotros, como ellos, hemos de postrarnos y adorar al Señor que viene a salvarnos. ¿Qué signos actuales nos llevan hacia el Señor? ¿Qué ofrendas podemos presentarle cada uno de nosotros? En Jesús se cumplen todas las esperanzas de todos los hombres. Él es el Rey que todos esperamos, pero un Rey humilde y oculto. Quien lo encuentra se alegra, lo hace rey de su vida y le rinde el más precioso homenaje: el don de sí mismo. En medio de las oscuridades y problemas de nuestra vida, levantemos los ojos al cielo: ahí hay siempre una estrella que brilla para nosotros y nos conduce al que da sentido pleno a nuestra existencia y aquí tenemos nuestra más bella y brillante estrella: Santa María de Guadalupe.