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Budismo
Según la visión budista, la vida es eterna. Se cree que atraviesa sucesivas
encarnaciones, así que la muerte no se considera tanto el cese de una nueva. Para los
budistas, el fenómeno de la trasmigración es obvio. El principio fundamental del budismo
es que la vida es eternal y cada ser vivo está sometido a un ciclo continuo de nacimiento y
muerte.
Los ciclos de la vida y la muerte pueden asemejarse a los períodos alternos de sueño y
de vigilia. La muerte, de tal forma, puede ser comprendida como un estado en el cual
descansamos y nos reponemos para una nueva vida, así como el sueño nos prepara para
las actividades del día siguiente. Si la muerte se examina desde ese ángulo, ya no es algo
digno de repudio. Por el contrario, habrá que reconocer que la muerte, junto con la vida,
constituye un beneficio digno de apreciar.
Hinduismo
El hinduismo no promete algo único en la vida después de la muerte en paz. Tampoco se
detiene en las fronteras de "sólo lo que se ve es verdadera" vida. Es compatible con el
seguidor para llevar una vida rica en términos de valor, así como proporciona un
mecanismo para extender suavemente hasta que el gran estado más allá del nacimiento a
la muerte en última instancia.
¿Qué hay de los estilos de vida? De acuerdo con las propias inclinaciones uno puede
llevar una vida familiar o puede llevar una vida ascética. Si le preguntas a los ascetas que
afirmaría que el asceta es la mejor manera y la familia reclamaría la gloria de llevar la vida
familiar.
En esencia, el hinduismo sugiere una para llevar una vida exitosa que sea justo, al mismo
tiempo, satisfacer las necesidades y dando como resultado un viaje alegre que finalmente
culmina en la gran dicha eterna.
Cristianismo
¿Quién puede ocupar el lugar de una persona amada que partió?, ¿quién puede
devolverle los sueños a alguien que vivió una pesadilla?, ¿quién puede consolar a
aquellos que el tiempo no les ha borrado las heridas? La respuesta es simple y sencilla,
Dios. El entiende si sufres por un ser querido que partió. El Creador y dador de la vida
también experimentó la muerte de su Hijo Jesús, fue a través de esa muerte y
resurrección que alcanzamos justificación en El. Dios también conoce la rudeza de perder
sueños, El vio cómo su creación original perdía autoridad en el huerto del Edén por su
propia desobediencia. Pero no se quedó de brazos cruzados sino que extendió
nuevamente sus brazos amorosos y diseñó el plan de salvación a través de Su Hijo Jesús
en quien tenemos redención de pecados, vida eterna y también vida abundante en la
tierra. Esta vida abundante implica la realización de esos sueños que parecían
destinados al olvido, la oportunidad de verlos materializarse como promesas cumplidas,
tal como lo establece Efesios 2:10 “Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús
para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en
ellas”.
Dios no solo te entiende, te rescata, te devuelve los sueños, sino que también te
consuela. Y lo hace como solo un Padre amoroso sabe hacerlo. Su palabra dice en
Isaías 61 que El venda el corazón quebrantado y trae un oleo de gozo en lugar de luto.
Te da un manto de alegría en lugar de angustia. Si la vida te ha dejado heridas,
entrégaselas a El, con la certeza de que si planificó con tanto detalle tu salvación al punto
de entregar a su propio Hijo, también se ocupará de vendar tus heridas y devolverte la
alegría que tanto anhelas.
Vivimos normalmente un determinado número de años, habiendo sufrido, como todo
mundo, algunas enfermedades pasajeras. Pero un buen día, descubrimos con pena que
tenemos cáncer y ese cuerpo tan fiel, tan duradero, tan útil, se nos empieza a desmoronar
irremediablemente. Y después de muchos o pocos cuidados, en un plazo más o menos
corto, morimos.
O bien puede suceder que estando perfectamente sanos, caemos fulminados por un paro
cardíaco o perecemos víctimas de un accidente fatal.
Al final, de una manera u otra, TODOS MORIREMOS. Nadie absolutamente escapará de
la muerte. Es la realidad más irrefutable del mundo. Desde que somos concebidos en el
vientre de nuestra madre, somos por definición, mortales.
La muerte es el trance definitivo de la vida. Ante ella cobra todo su realismo la debilidad e
impotencia del hombre. Es un momento sin trampa. Cuando alguien ha muerto, queda el
despojo de un difunto