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TOMO 5 - Capítulo 12: Roma Arcaica
Las fases del Imperialismo
La república Romana tardía
Hacia el final de la ...
La época Imperial
El régimen Imperial
La sociedad Romana
Las fases del imperialismo
Si por imperialismo se entiende la ocupación consciente, anexión posterior
y posible integración de un territorio ajeno con vistas a la explotación de sus
recursos humanos y materiales, podría decirse que Roma, desde sus comienzos,
actuó como potencia imperialista. No obstante, de hecho, la ocupación no siempre implicaba anexión y aún menos integración.
Aunque resulte arriesgado hablar de imperialismo antes de finalizar la Segunda Guerra
Púnica, que significó, entre otras cosas, el control romano en el Mediterráneo occidental,
el proceso de la conquista romana experimentó un impulso importante desde entonces.
Al año siguiente a la finalización del conflicto, las fuerzas romanas hicieron presencia por
primera vez en tierras griegas y orientales, por lo cual entraron en contacto con el mundo
helenístico, abriendo con sus relaciones con Oriente un nuevo capítulo en la historia política y social de la Roma antigua. Quizás por ello, algunos historiadores consideran que
la presencia de Roma en Oriente y sobre todo la creación de Asia como nueva provincia
romana en el 129 a. C. señala un hito en el proceso expansionista.
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TOMO 5 - Capítulo 12: Roma Arcaica
Las fases del Imperialismo
Tras la victoria romana
en la batalla de Cinóscefalos, en Tesalia,
Roma decretó la liberación de los estados
griegos que estaban
hasta ese momento bajo
dominio macedónico a
través de un manifiesto hecho público por
el cónsul Tito Quincio
Flaminino.
La república Romana tardía
Hacia el final de la ...
La época Imperial
El régimen Imperial
La sociedad Romana
De acuerdo con esta interpretación, cabe hablar de un “imperialismo incipiente”, que
abarcaría desde la Segunda Guerra Púnica hasta mediados del siglo II a. C., cuando Roma,
en el 146 a. C., con las destrucciones casi en simultáneo de Cartago y Corinto, demostró
claramente su interés en el control político y comercial del mundo mediterráneo.
En base a lo citado anteriormente, puede decirse entonces que el último capítulo del proceso expansionista romano se libró en la cuenca oriental del Mediterráneo y, particularmente, en las fluctuantes relaciones políticas que Roma mantenía con las monarquías
helenísticas, como las antigónidas de Macedonia, seleúcidas de Siria y lágidas de Egipto.
De esta manera, en el 196 a. C, tras la victoria romana en la batalla de Cinóscefalos, en
Tesalia, Roma decretó la liberación de los estados griegos que estaban hasta ese momento
bajo dominio macedónico a través de un manifiesto hecho público por el cónsul Tito Quincio Flaminino en nombre del Senado a la vez que se producía la evacuación de las tropas
romanas existentes en la zona, mientras que el rey macedonio Filipo V y su hijo Perseo
veían reducidos sus dominios de manera considerable.
El mismo procedimiento fue utilizado en Asia, donde hacia el 190 a. C. las tropas
del rey seleúcida Antíoco III de Siria fueron derrotadas en la batalla de Magnesia,
en las planicies de Lidia, obligando al monarca a concertar la paz de Apamea en el 188 a. C., que significó también el fin del Imperio seleúcida,
reducido a sus dominios orientales una vez liberado el reino de
Pérgamo, situado en el noroeste de Asia Menor, en la actual
Turquía, a 30 km de la costa del mar Egeo y frente a la
isla de Lesbos, como también los territorios de las ciudades griegas de la costa, a las que se les devolvió
su autonomía.
A la muerte en el 179 a. C. de Filipo V, quien mantenía
la tradición macedonia de enseñoreamiento sobre los
griegos, heredada de Filipo II y Alejandro Magno, las
hostilidades entre Macedonia y Roma se reanudaron,
lo que llevó a una victoria romana luego de desarrollarse la batalla de Pidna en el 168 a. C., cuyo resultado
puso fin definitivo al reino antigónida, aunque aún no
fuera anexionado como provincia sino dividido ahora en
cuatro repúblicas independientes, cuyos habitantes no podían tener relaciones diplomáticas, comerciales ni matrimoniales entre ellos. Por lo demás, la isla de Delos fue declarada
puerto franco en perjuicio de Rodas, que hubo de ceder muchos
de sus territorios a Roma.
Filipo V de Macedonia.
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El régimen Imperial
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Veinte años después, tras la destrucción de Corinto en el 146 a. C., Roma se anexionó
Macedonia como nueva provincia romana, al igual que África luego de la destrucción de
Cartago, y en 129 a. C., unos años después de la muerte de Atalo III de Pérgamo, que legó
su reino y tesoro a Roma, el Senado encargo al cónsul Manio Aquilo la creación de la provincia de Asia. Sólo el reino lágida de Egipto se mantendría independiente todavía durante
casi un siglo, aunque no tenía en apariencia aspiraciones expansionistas ni la dinastía ptolemaica se enfrentaron abiertamente contra Roma, sino que por el contrario se estrecharon
los lazos con la República hasta que Cleopatra VII, aliada con Marco Antonio, decidió en el
31 a. C., en Accio, disputar a los romanos su dominio en el área oriental.
Móviles de integración
En un proceso tan complejo como lo fue el del imperialismo romano de época republicana
resulta difícil aislar los móviles que en cada momento impulsaron el proceso expansionista. Objetivos políticos, económicos y sociables son entonces difícilmente aislables en una
empresa que pronto se ligó a la supervivencia del Estado. Antes o después Roma tendría
que enfrentarse a rivales que, como Cartago o las monarquías helenísticas, le disputaban
la hegemonía, el control o la explotación de ciertos territorios. Por ello, la cosmovisión y
concepción romanas les reportaban grandes ventajas políticas a los miembros del grupo
dirigente, que veían en las conquistas la posibilidad de lograr prestigio político y también
grandes beneficios económicos, tanto a la clase dirigente romana, a la que la expansión
proporcionaba numerosos esclavos como mano de obra, como a los caballeros o equites,
quienes podían así afianzar sus relaciones comerciales y, en muchas ocasiones, financiar
como publicanos los impuestos debidos a Roma, que ellos mismos se encargarían de recaudar más tarde.
Ruinas del foro y casa de Vestals en Roma.
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De esta manera, aunque el Senado a menudo dudara acerca de la conveniencia o no
de enfrentarse contra sus adversarios, no puede negarse que la anexión posterior de
ciudades y territorios obedecía a un programa imperialista. Así, no sólo los ciudadanos
romanos sino también los latinos e itálicos se vieron inmersos en una dinámica imperialista que incluía la guerra, el saqueo, el botín, la recaudación de impuestos, la reducción a
esclavitud de los prisioneros de guerra, la utilización de éstos como mano de obra agrícola o artesanal, el crecimiento de la vida urbana, la demanda de productos, el incremento
del consumo interno, y la apertura de los mercados para los productos itálicos. Importante además en la expansión imperialista fue la progresiva integración de los territorios y
ciudades conquistadas en las formas de vida romanas mediante diversos procedimientos,
como lo fueron las fundaciones coloniales, el otorgamiento de la ciudadanía romana y la
provincialización. En este proceso, Roma ensayó en Italia las fórmulas que luego aplicaría
a los otros dominios territoriales.
Al final de la Segunda
Guerra Púnica, Roma
sólo había fundado
10 colonias romanas
en Italia y unas 30
colonias latinas, y
la primera colonia
extraitálica.
Antigua moneda romana de plata.
No obstante, y con lo dicho anteriormente, aunque suele ser considerada como una peculiaridad del sistema romano, la práctica de fundar colonias es relativamente tardía. Todavía
al final de la Segunda Guerra Púnica, Roma sólo había fundado 10 colonias romanas en
Italia y unas 30 colonias latinas, y la primera colonia extraitálica, que fue precisamente
Itálica, fundada en la Hispania ulterior en el 206 a. C. para acoger a las tropas itálicas enviadas a la península Ibérica con motivo de la guerra contra Aníbal.
Este último procedimiento permitió al Estado romano resolver el problema del incremento
demográfico generado por la expansión y afrontar el reto de administrar los nuevos territorios dominados sin ampliar de manera significativa el cuerpo cívico.
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Ahora bien, una fórmula intermedia entre ambos tipos de colonias fue el estatuto
del municipium, que se otorgaba a una comunidad de peregrini, es decir, no ciudadanos, que conservaban, sin embargo, sus propias instituciones. De esta manera,
se integraban no sólo el territorio, sino también sus comunidades, aunque las elites
de la sociedad romana republicana no estaban dispuestas todavía a compartir sus
tradicionales privilegios, y menos aún el de la civitas romana.
Rey seleúcida Antíoco III.
Las concesiones de ciudadanía a los habitantes de las ciudades se mantuvieron como procedimientos excepcionales hasta la época imperial. Sin embargo, aún menos frecuentes
fueron las concesiones individuales. De ello se desprende que la civitas romana fue quizás
el privilegio más demandado por los socii itálicos, a tal punto que llegaron a enfrentarse a
las fuerzas legionarias romanas durante la guerra de los aliados, entre los años 91 a 88 a.
C., también llamada guerra social. Así, se generó un triple estatuto dentro de la civitas, reproduciéndose con ligeras adaptaciones en los territorios convertidos en nuevas provincias.
❧❧ Los ciudadanos romanos con derechos plenos, esto es, con derechos civiles como
el de matrimonio y el de comercio, y políticos, que permitían participar en los comicios
romanos y desempeñar cargos públicos.
❧❧ Los ciudadanos latinos, beneficiarios del derecho latino, que disfrutaban sólo de
los derechos civiles de los latinos.
❧❧ Los itálicos, que en la mayor parte de los casos se trataba de una civitas foederata,
pactada en condiciones favorables a Roma, y excepcionalmente de una civitas sine
suffragio, otorgada antes del siglo I a. C.
❧❧ Cabe destacarse que a menudo la integración de los territorios conquistados se
llevó a cabo también mediante su conversión en provincias, lo que constituyó un importante precedente para el régimen imperial posterior.
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