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El Segundo Libro de Moisés
Llamado
EXODO
INTRODUCCION
1. Título. Como ocurre con cada uno de los otros cuatro libros del Pentateuco, el libro del
Exodo es llamado por los judíos de acuerdo con la primera frase del texto hebreo, We’élleh
shemoth: “Y estos son los nombres”. El nombre Exodo está compuesto de dos palabras griegas
que significan “camino de salida” o “salida” (de los israelitas de Egipto), y fue tomado de la
Vulgata por los que hicieron la traducción de ella a los idiomas modernos. A su vez Jerónimo lo
tomó de la LXX. Por supuesto, este término se refiere al tema central del libro. Las palabras “El
segundo libro de Moisés” no aparecen en el texto hebreo, sino que fueron añadidas
posteriormente.
2. Autor. La cuestión de quién es el autor del libro del Exodo está estrechamente relacionada
con la de todos los libros del Pentateuco, y del Génesis en particular, del cual es la continuación.
El libro del Exodo es muy importante en el problema de identificar al autor del Pentateuco, dado
que algunas de sus declaraciones designan a Moisés como el autor de partes específicas de él.
Por ejemplo, Moisés debía registrar la batalla contra los amalecitas “en un libro” (cap. 17:14).
Esto, junto con Núm. 33:2, demuestra que Moisés llevaba un diario. Es evidente por Exo. 24:4
que él anotó los ritos contenidos en la parte comprendida entre Exo. 20:21 a 23:33, o sea en “el
libro del pacto” (cap. 24:7). De acuerdo con cap. 34:27, él es el autor de la revelación registrada
en vers. 11–26. De modo que la evidencia preservada en el mismo libro del Exodo señala
específicamente a Moisés como el autor de las informaciones históricas y de otra índole que se
encuentran en él. Con la excepción de Moisés, no se menciona a ningún individuo en el
Pentateuco como que hubiera escrito alguna parte de él.
El uso de muchas palabras egipcias y la descripción exacta de la vida y las costumbres
egipcias que aparecen en la primera parte del libro sugieren con mucho énfasis que el autor había
sido educado en Egipto y estaba íntimamente relacionado con el país y su cultura. Ningún otro
hebreo conocido después del tiempo de José estuvo capacitado para escribir el relato del éxodo.
Sólo Moisés parece haber sido “enseñado … en toda la sabiduría de los egipcios” (Hech. 7:22).
Sin embargo, la prueba más firme de que Moisés es el autor se encuentra en el Nuevo
Testamento. En Mar. 12:26, Cristo cita de Exo. 3:6 y se refiere a su fuente como “el libro de
Moisés” (ver CS 487). Estas tres consideraciones —el testimonio directo del libro mismo, la
evidencia indirecta de que el autor fue educado en Egipto y el testimonio de Cristo— garantizan
en su conjunto la exactitud de la tradición judía de que Moisés escribió el libro del Exodo.
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3. Marco histórico. El Génesis, primer libro de Moisés, presenta un breve bosquejo de la
historia de los escogidos de Dios desde la creación del mundo hasta el fin de la era patriarcal, un
período de muchos siglos. En cambio, en sus dos primeros capítulos, el Exodo, la continuación
del Génesis, abarca sólo unos 80 años, y en el resto del libro sólo un año aproximadamente.
Aunque la ausencia de evidencias arqueológicas impide que dogmaticemos sobre diversos
puntos de la historia de los israelitas en Egipto, parece haber evidencia suficiente para justificar
la conclusión de que José y Jacob entraron en Egipto durante el tiempo de los hicsos. Esos
gobernantes semíticos fueron amistosos con sus hermanos de raza, los hebreos, y bajo ellos José
se elevó al honor y a la fama. Sin embargo, como invasores y gobernantes extranjeros, los hicsos
eran aborrecidos por los egipcios autóctonos aunque los gobernaron con mano suave y trabajaron
para el bien de sus súbditos.
Cuando los hicsos habían gobernado sobre Egipto durante unos 150 años (c. 1730–1580 AC),
Sekenenre se sublevó. Era un príncipe egipcio de una jurisdicción del Alto Egipto y vasallo de
los hicsos. La narración de esa rebelión aparece en un relato legendario de fecha posterior y no
revela si tuvo buen éxito o fracasó la tentativa de restaurar la independencia de Egipto. Su
momia muestra terribles heridas en la cabeza, quizá recibidas en el campo de batalla mientras
luchaba contra los hicsos.
La verdadera lucha por la independencia comenzó con Kamosis, el hijo y sucesor de
Sekenenre. El consiguió expulsar a los hicsos tanto del Alto como del Medio Egipto, y limitó el
poder de ellos a la región oriental del delta del Nilo. Sin embargo, Kamosis no vivió para ver la
expulsión final de los hicsos. Esta fue realizada por Amosis, su hermano menor, quien derrotó a
los odiados enemigos y obligó a que se rindiera su ciudad capital, Avaris. Con la caída de Avaris,
los hicsos perdieron su último baluarte en Egipto. Entonces se retiraron a Saruhen —en el sur de
Palestina—, ciudad que, a su vez, fue conquistada por Amosis después de una campaña de tres
años. La pérdida de Saruhen, y la consiguiente retirada de los hicsos hacia el norte, señaló el fin
de su poder y su desaparición de la historia.
Habiendo derrotado a los hicsos, los gobernantes de Tebas se convirtieron en los
indiscutibles monarcas de Egipto. Como reyes de la decimoctava dinastía, no sólo libraron a
Egipto sino que también subyugaron a Nubia y a Palestina y formaron un imperio fuerte y rico.
Resultó natural que esos nuevos reyes que no conocían “a José” (Exo. 1:8) vieran con
desconfianza a esos extranjeros, los israelitas, que ocupaban la tierra de Gosén, en la parte
oriental del delta. No podía esperarse que les tuvieran confianza los egipcios autóctonos, pues
habían sido establecidos allí por los hicsos, estaban emparentados racialmente con ellos y habían
sido favorecidos por ellos.
La cronología de los reyes de la decimoctava dinastía no ha sido fijada definida-mente. Las
fechas siguientes, aunque basadas sobre las mejores pruebas disponibles, tan sólo son
aproximadamente correctas. Amosis fue seguido por Amenhotep I (1546–1525 AC), que
emprendió campañas militares en el sur y en el oeste. Su hijo, Tutmosis I (1525–1508 AC), que
llevó a cabo una campaña militar en Siria hasta el Eufrates, fue el primer rey en registrar el
hecho de que empleó esclavos asiáticos en la construcción de sus templos. Es posible que se
refiera a los hebreos. Fue seguido por su débil hijo, Tutmosis II (1508–1504 AC), después de
cuya muerte, Hatshepsut, una
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hija de Tutmosis I, gobernó pacíficamente a Egipto durante 22 años (1504–1482 AC). Es
probable que ella fuera la que adoptó a Moisés como hijo, puesto que los primeros 40 años de la
vida de él abarcaron los reinados de Tutmosis I, Tutmosis II y Hatshepsut. De acuerdo con la
cronología bíblica adoptada para este comentario, Moisés huyó de Egipto unos pocos años antes
de que reinara Tutmosis III como único rey.
En los comienzos del reinado de Hatshepsut, una revolución de los sacerdotes la había
obligado a aceptar la corregencia de su sobrino, Tutmosis III. Más tarde, la súbita desaparición
de ella puede haberse debido a un acto de violencia o a causas naturales. Como parece verosímil
que Hatshepsut fue la princesa que adoptó a Moisés, esta revuelta puede haberse producido como
consecuencia del rechazo de Moisés de formar parte de la casta sacerdotal (ver PP 250). Tan
pronto como Tutmosis III quedó como único gobernante (1482–1450 AC), marchó hacia
Palestina en una campaña militar y derrotó a una coalición de príncipes sirios y palestinos en
Meguido. Su imperio asiático se mantuvo unido gracias a una demostración de fuerza por medio
de campañas anuales. Al igual que su abuelo, declara que empleó esclavos asiáticos en su
programa de edificación de templos. Probablemente él fue el faraón de quien huyó Moisés.
Después de Tutmosis III, ocupó el trono su hijo Amenhotep II (1450–1425 AC). El comenzó a
gobernar sus posesiones extranjeras con un despliegue de terror sistemático que concuerda
notablemente bien con el papel del faraón del éxodo. Por alguna razón, que no se menciona en
los registros extrabíblicos, no fue el príncipe heredero sino otro hijo de Amenhotep II, Tutmosis
IV (1425–1412 AC), quien lo sucedió en el trono. La desaparición del príncipe heredero puede
haberse debido a la muerte de todos los primogénitos durante la décima plaga de Egipto.
Tal es el marco histórico de los dramáticos acontecimientos tan vívidamente descritos en el
libro del Exodo. No existe ningún registro contemporáneo del éxodo que no sea bíblico, pues los
egipcios nunca registraban los acontecimientos que les eran desfavorables.
4. Tema. El propósito principal de Moisés al escribir el Exodo fue describir la maravillosa
intervención de Dios a favor de su pueblo escogido al librarlo de la esclavitud, y su bondadosa
condescendencia al realizar un pacto con ellos. El tema que atraviesa todo el libro como un hilo
de oro es el propósito de demostrar que ni la repetida infidelidad del pueblo escogido ni la
oposición de la mayor nación de la tierra podían desbaratar el plan de Dios para él. Los relatos
del Exodo hablan a la imaginación de los jóvenes y fortalecen la fe de los mayores. Demandan
confianza en la dirección de Dios hoy día, y nos ordenan seguir humildemente dondequiera él
nos guíe.
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