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La igualdad y el crecimiento económico
Por: Dr. Pedro Rosselló
(Ésta es la primera en una serie de dos columnas)
"Los americanos han estado observando protestas en contra de regímenes
opresores, que concentran enormes cantidades de riquezas en manos de una elite
de pocos. Sin embargo, en nuestra propia democracia, el uno (1) por ciento de la
población se lleva casi un cuarto del ingreso nacional - una inequidad que hasta
los ricos llegarán a lamentar." [traducido del inglés]
Joseph E. Stiglitz
Economista, Laureado Nobel
La economía, la economía, la economía… es el "mantra" del mensaje político de los
tiempos corrientes.
Sin entrar en la discusión de si es correcto el posicionar esta consideración sobre otras de
singular y fundamental importancia en las prioridades sociales, vamos a partir de la
premisa que la economía es uno de los sectores que definen el desarrollo y el progreso de
un pueblo. Es uno… pero no el único.
Si estamos de acuerdo con esta premisa, de por sí ésta no nos contesta la pregunta:
¿Cómo? Varios modelos y teorías se esbozan para contestar cómo debemos optimizar
nuestro desarrollo económico.
Una de las teorías más operativas y aceptadas en estos tiempos de estrechez económica es
la que se caracteriza como la "trickle down" (por filtración), que plantea que el mejor
estímulo al desarrollo descansa en la desigualdad que se crea con políticas que favorecen
la concentración de ingresos, riquezas y recursos en los sectores más pudientes. Éstos
entonces invierten su capital creando beneficios al resto de la población, por filtración.
Éste fue el modelo popularizado durante, y subsiguiente a, la época "Reaganista" en
EE.UU. y la "Thatcherista" en Gran Bretaña. Se conoce como la teoría de "marginal
productivity" o productividad marginal, que vincula los altos ingresos con mayor
productividad y contribución a la sociedad.
Permítame el lector plantearle un modelo distinto, alternativo. Comienzo postulando que
nuestro pueblo comparte la aspiración de construir una sociedad justa y de progreso.
Creo estar en lo correcto al afirmar que los padres y madres puertorriqueños también
anhelan legarles a sus hijos una mejor calidad de vida que la que ellos gozaron.
En el modelo actual, la justicia y el progreso se representan como metas opuestas, y en
extremo, como excluyentes. Lo uno o lo otro; no ambas son posibles. Se adopta la falsa
doctrina de que, para lograr un mayor progreso económico, hay que sacrificar la justicia o
la equidad.
Planteo que un nuevo modelo económico que incluya la igualdad como principio rector
puede ser más exitoso que el que la sacrifica en el altar de un supuesto crecimiento mayor.
En columnas anteriores (2, 11 y 16 de febrero de 2011), he discutido aspectos de la
dinámica igualdad-desigualdad en las sociedades contemporáneas. La evidencia
científica documenta un alto grado de desigualdad en el mundo, en la Nación Americana
y en nuestro terruño. De manera similar, los estudios científicos nos constatan las
devastadoras consecuencias sociales de estas inequidades económicas. Mientras más
desigualdad, más disfunciones sociales. Y siendo esto así, nos preguntamos qué tipo de
políticas públicas debemos adoptar para empoderar más a nuestra sociedad en su
búsqueda de la felicidad.
Aclaro que la igualdad que discutimos hoy es la económica, reconociendo que hay
muchas otras formas de igualdad-desigualdad (de derechos humanos y cívicos, de
oportunidades, de privilegios de clase, de condiciones físicas) que también son
determinantes del éxito y la justicia social. Asimismo, debemos reconocer que, aún si
nos limitamos a evaluar sólo la igualdad o desigualdad económica, ésta se puede analizar
desde otras perspectivas: de valores, de ética, de moral o de principios teológicos o
religiosos. Hoy me circunscribo a evaluar su utilidad como componente de un mejor
sistema económico. O sea, desde una perspectiva práctica y de resultados medibles y
objetivos. En esencia, la premisa es que un modelo de desarrollo económico, con la
igualdad como elemento esencial, es superior para el desarrollo (medido por indicadores
y parámetros económicos) que el imperante concepto de "trickle down", con su premisa
de que la desigualdad es el estímulo para el desarrollo económico.
Comencemos repasando la evidencia derivada de nuevos estudios y datos históricos que
sustentan esta visión. Utilicemos los datos (más completos y disponibles) de los Estados
Unidos. Se pueden identificar 4 períodos generales para establecer la relación igualdadcrecimiento económico: previo a y luego de la depresión de 1929; después de la Segunda
Guerra Mundial y hasta el 1980; de 1980 hasta el 2007; y el período de recesión del 2007
al 2009.
Previo al 1929, se experimentó una rápida concentración de ingresos y riquezas en las
escalas superiores de la población. El resultado de este escalamiento fue la seria
depresión de los años 1930 y 1940. En el período post-guerra, se aumentó el nivel de
igualdad económica, resultado del crecimiento de la clase media y un alto nivel de
expansión económica. El progreso económico se distribuyó equitativamente. Desde el
1947 al 1973, el ingreso de las familias del quintilo (20% de la población) más pobre
creció a una tasa similar a las del quintilo más rico. Pero esta tendencia dio reversa
comenzando con la década de los 1980, época en la que predominó el "trickle down" de
Reagan. Del 1979 al 2005, el ingreso del quintilo más bajo, aumentó sólo en un 1%
($200), mientras que el del quintilo superior aumentó un 75% ($99,200). El 90% de la
población capturó el 16% del crecimiento en ingresos, mientras que el 1% más rico
aumentó sus ingresos en un 56%.
Este período de crecimiento desbalanceado y de acumulación excesiva de riquezas por el
sector más pudiente se asemejó a la situación anterior al 1929, y desembocó en la gran
recesión del 2007-2009, con las consecuencias funestas que aún hoy se viven. Durante la
última década, las clases medias han visto sus ingresos declinar, mientras que el 1% más
rico ha aumentado los suyos en un 18%.
Lo interesante es que los períodos de gran desigualdad coinciden con períodos de
crecimiento disminuido o retroceso, de recesiones y depresiones. Y cuando más
crecimiento sostenido se documenta, éste ocurre en períodos de mayor igualdad de
ingresos y riquezas.
Existe un cúmulo de investigaciones que sustentan que la desigualdad es dañina para el
crecimiento económico. El profesor William Easterly de la Universidad de Nueva York
analizó la data desde 1960 hasta 1990 en sobre 100 países, y llegó a la conclusión que las
sociedades con clase media sólida tienen un crecimiento superior. Los economistas de
Harvard, Alberto Alesina y Dani Rodick, estudiaron el período 1960-1985 y encontraron
que los países con alta desigualdad tienen patrones de crecimiento inferiores.
En base a esta evidencia, podemos concluir que la igualdad es buena para el crecimiento
económico. Allegar una mayor proporción de los ingresos a las poblaciones de clase
media resulta en un mayor crecimiento.
Si aceptamos que este es un modelo superior, debemos entonces incluir la búsqueda de
mayor equidad, no sólo basado en argumentos de justicia social, de ética o moral, sino
también de estímulo económico más efectivo. Tal y como comenta el economista Joseph
E. Stiglitz, "una realidad básica es entender que el ser sensible hacia el bienestar del otro
ciudadano no solamente es bueno para el alma, es buen negocio."
¿Qué políticas públicas y metas sostendrían este nuevo enfoque? Abundaremos el tema
en nuestra próxima columna.