Download Pero incluso pasando por alto este malentendido, podemos ver que

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Transcript
Paper: “Crecimiento vs. Desigualdad”: ¿un falso debate? (Parte I)
- La era de la desigualdad, en los países… ¿”avanzados”? (un TAC y comenzamos)
La globalización ha hecho del mundo un lugar más igualitario, elevando las fortunas
económicas de miles de millones de personas de escasos recursos en los últimos 25
años. Pero, al mismo tiempo, ha hecho que los países ricos sean más desiguales,
reduciendo los ingresos de la clase media y baja.
Ben Bernanke accedió al cargo de presidente de la Reserva Federal de los EEUU el 1 de
febrero de 2006. Hasta el 3 de febrero de 2014, fecha en la que fue sustituido por Janet
Yellen, ha sido el principal brazo ejecutor de la política monetaria del presidente
Obama, su principal valedor y apoyo. Su tarea inicial (sustituir al mitificado Alan
Greenspan) parecía cómoda, pues nadie veía asomar por la puerta la mayor crisis
financiera desde el crack del 29. La crisis de la hipotecas subprime, la quiebra de
Lehman Brothers y los “too big to fail”, hicieron que Bernanke se subiera al helicóptero
y lanzara 4 billones de dólares, para “tranquilizar a los mercados”. A la era de los
excesos (obra de Greenspan y Bernanke), le sucedió la era de los rescates (faena de
Bernanke), para que pudiera continuar la era de los excesos (favorecida por Bernanke).
Y ahí seguimos… socializando las pérdidas… y alimentando próximas burbujas.
Muchos economistas (de cuya lista me excluyo) han apoyado sin dudar la política de
expansión monetaria (Quantitative Easing, QE) del republicano Bernanke. “Ha dejado
de lado los prejuicios ideológicos”, escuchamos como gran elogio.
¿Tanto ha hecho Bernanke por la economía norteamericana, y por ende la mundial,
como para ser tratado como un héroe? ¿Ha sido el rescate a los bancos a costa de los
contribuyentes, beneficioso para los contribuyentes?
Entre los “mitos” predilectos que han alfombrado el camino de Bernanke está que las
QE han favorecido la creación de empleo. Este es quizá el mito más extendido y el que
más daño está haciendo, pues introduce una sensación de ansiedad en los parados y en
el resto de la población que no se conjuga con la realidad, que desgraciadamente es otra.
Fuente: Elaboración propia a partir del Bureau of Labor Statistics.
Desde la primera QE, en noviembre de 2008, se han creado 1 millón de empleos; en el
mismo período, más de 11 millones de norteamericanos han abandonado el mercado
laboral; ya no computan como buscadores de empleo. Son los “not in labor force”
(NILF). No existe una sola fuente habitual entre los economistas que refrende la
creación de más de un millón de empleos. Decir lo contrario es faltar a la verdad.
Otro de los “mitos” ha sido que el principal beneficiado de las QE ha sido el trabajador
norteamericano. Este es un mito que se apoya en la pretendida benevolencia social de la
política monetaria. Confunde doblemente, pues la política monetaria de los bancos
centrales se concentra básicamente en el control de la inflación (precisamente para
proteger al pueblo de los abusos de los políticos gobernantes), aunque en el caso de la
Fed se le añade un objetivo de empleo (que hemos visto ha fracasado estrepitosamente,
pero que ciertamente existe).
De acuerdo con este mito, el poder adquisitivo de los norteamericanos ha mejorado
gracias a las políticas de Bernanke. Recodemos que, para la mayor parte del
pensamiento económico, sin consumo no hay economía, que el ahorro es secundario y
que por tanto el poder adquisitivo (para destinarlo a ese consumo) es básico.
Pues tampoco este mito se compadece con la realidad. La renta mediana de los
norteamericanos se ha recuperado ligeramente desde su mínimo a finales de 2011, pero
sigue muy alejada de sus valores precrisis. Para ello, es necesario distinguir, la variación
nominal de la real.
Salario mediano real y nominal desde 2000 en los EEUU. Fuente: SentierResearch.com
Como muestra el anterior gráfico, en cuanto pasamos la alegre recuperación del salario
mediano por el tamiz del ajuste por la inflación la consabida recuperación salarial queda
en nada; peor aún, es negativa.
Sin embargo, sí ha ocurrido un efecto colateral perfectamente compatible con la
extraordinaria subida de los índices bursátiles que las QE han provocado: las ganancias
del 10% y del 1% más rico de los norteamericanos se encuentran a niveles
históricamente altos.
El 10% más rico de los norteamericanos controla hoy el 50% de la renta total de los
norteamericanos. Fuente: The New York Times citando a Saez y Piketty
- Las cifras compiladas por Emmanuel Saez, de la Universidad de California en
Berkeley, y Thomas Piketty, de la Escuela de Economía de París, mostraron que en
2012 el 10% con mayores recursos se quedó con la mitad de todos los ingresos
generados en EEUU Esa cifra es la más alta desde 1917, el primer año del que se
dispone información.
- “Creo que tenemos un problema político. En algún momento, las clases medias en
países ricos podrían oponerse a la globalización”, apunta Piketty. Un orden mundial en
el que una mayoría se beneficia -pero una minoría influyente, no- podría no ser
sostenible por mucho tiempo.
- El Informe de Riesgos Globales del Foro Económico Mundial, publicado en
anticipación a la reunión anual de esta semana en Davos, Suiza, y basado sobre una
encuesta entre expertos de todo el mundo, identifica la severa disparidad en los ingresos
como el riesgo mundial más propenso a manifestarse en la próxima década.
- Branko Milanovic, un ex economista del Banco Mundial, indica que los datos de
encuestas a hogares muestran que, de 1988 a 2008, los ingresos reales del 50% con
menos recursos en EEUU crecieron apenas 23%. A sus pares en el 50% más necesitado
en Alemania y Japón les fue incluso peor: los japoneses más pobres experimentaron un
descenso de 2% en sus ingresos reales. Entretanto, los ingresos del 1% más adinerado
de EE.UU. ascendieron 113%. “Las desigualdades nacionales, en casi todos lados
menos América Latina, han aumentado”, asegura Milanovic.
- Sin embargo, a nivel global, las nuevas clases media y obrera en economías
emergentes como China, India y Brasil han surgido como las grandes beneficiarias de
los últimos 20 años. Los mayores perdedores son el 5% más pobre del mundo, muchos
de ellos en África. - La desigualdad definirá la próxima década (The Wall Street
Journal - 22/1/14)
- España tiene el triste honor de ser el país de la OCDE donde más han aumentado las
desigualdades económicas entre ricos y pobres desde que empezó la crisis. Según el
organismo internacional, desde el año 2007 hasta el año 2010, los ingresos de los más
pobres han caído a ritmos del 14% anual lo que significa que, para mediados de abril de
2014, los más desfavorecidos han perdido entre un tercio y la mitad de sus rentas. En
ningún otro Estado de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico
(OCDE) han bajado más del 10% y sólo han perdido más del 5% en México, Grecia,
Irlanda, Estonia e Italia, según el informe “Divided we stand”. Mientras esa sacudida
golpeaba la parte más baja de la pirámide de riqueza en España, en la parte alta las
rentas más ricas apenas han perdido un 1%. El saldo es un aumento de la desigualdad
galopante que supera el 3%, el doble que cualquier otro país analizado. Lo peor de esa
estadística, sin embargo, puede estar por llegar porque los especialistas auguran que la
diferencia de rentas crecerá más con la recuperación económica.
- Según el análisis histórico realizado por autores como Thomas Piketty en El Capital
en el siglo XXI, uno de los mayores especialistas en desigualdad del mundo, durante los
primeros años de expansión económica, las rentas del capital y las más acomodadas
suelen ser las primeras en recibir el aumento de beneficios antes de que los efectos calen
a capas salariales más bajas. Así pues, la desigualdad en España subirá todavía más en
los próximos años con las ganancias bursátiles y las que reciban los responsables
empresariales a corto plazo antes de que los más desfavorecidos vean aumentar su poder
adquisitivo a medio plazo.
- Ese fenómeno solía ser poco relevante en crisis anteriores pero se agrava en esta
ocasión porque esta recesión también ha sido diferente a las anteriores en cuestión de
desigualdad. Tradicionalmente, las diferencias entre ricos y pobres siempre se habían
visto reducidas en tiempos de contracción económica ya que las políticas de
redistribución social tendían a acortar esa brecha.
El análisis histórico del último siglo muestra que así ocurrió tras la Primera y sobre todo
la Segunda Guerra Mundial en países como EEUU. Sin embargo, esta crisis se ha
resuelto recortando, precisamente, las políticas que tienden a estrechar las
desigualdades: empleo estable, educación y sanidad.
Como consecuencia de ello, España se ha convertido a mediados de abril de 2014, en el
octavo país con mayor desigualdad de los 34 miembros, por detrás de Chile, México,
Turquía, Estados Unidos, Israel, Portugal y Reino Unido. El porcentaje de población
pobre (con un ingreso inferior al 50% de la media) aumentó entre 2007 y 2010 hasta el
15,4%, un umbral sólo superado por Turquía. - La desigualdad no ha tocado techo:
aumentará todavía más con la recuperación económica (Vozpópuli - 19/4/14)
- Piketty (que conjuntamente con varios co-autores, durante los últimos 15 años se ha
dedicado a recopilar incansablemente información detallada acerca de la evolución
histórica de la distribución de la renta y la riqueza en 20 países) llega a la conclusión de
que el “capitalismo” es un gran sistema en términos de su capacidad para crear riqueza
pero, advierte, no corrige automáticamente los aumentos en la desigualdad. En su
opinión, no debemos dejarnos engañar por el descenso en la desigualdad experimentado
por Europa Occidental y Estados Unidos después de la segunda guerra mundial. Este se
debería a una combinación de eventos extraordinarios: la voluntad política de introducir
un sistema impositivo muy progresivo, la destrucción de capital causada por la guerra y
unas décadas de crecimiento económico excepcional. En el futuro, en ausencia de
políticas impositivas suficientemente agresivas, Piketty pronostica un aumento de la
desigualdad que podría volver a alcanzar los niveles del siglo XIX.
- Piketty comienza su argumento discutiendo la importancia del capital en la economía.
El ratio entre el valor del capital y la renta nacional no es constante a lo largo del
tiempo. La evolución histórica de este ratio depende de la tasa (neta) de ahorro y la tasa
de crecimiento de la economía (crecimiento de la productividad más crecimiento
demográfico). Cuanto más bajo sea el crecimiento económico, a igual tasa de ahorro,
mayor peso tendrá el capital. A mediados del siglo XIX en Europa Occidental el valor
del capital equivalía a siete años de producción. En menos de 100 años este ratio había
bajado a dos años, en gran parte debido al efecto destructor de las dos guerras mundiales
y al fuerte crecimiento económico. Sin embargo, en las últimas décadas el crecimiento
económico se ha ralentizado y el valor del capital ha vuelto a aumentar hasta situarse en
torno al 500-600%.
- Piketty señala que en el futuro la evolución de la desigualdad dependerá de cómo
evolucione la tasa de retorno del capital (neta de impuestos) y del crecimiento de la
economía (productividad más crecimiento demográfico)… Según Piketty, si no
hacemos nada por evitarlo, en el siglo XXI la desigualdad seguirá aumentando y podría
volver a situarse en los niveles del siglo XIX, con el regreso a lo que denomina el
“capitalismo patrimonial”, en el que las grandes fortunas son el resultado de las
herencias. - El Capital en el siglo XXI (Fedea - 22/4/14)
- Un “impuesto confiscatorio” contra las oligarquías económicas que se conceden bonus
y salarios millonarios y una tasa global a la riqueza son las ideas del economista
Thomas Piketty que han levantado la mayor polvareda económica desde “El Capital” de
Marx. Google suma ya 196 millones de entradas sobre el autor.
- Cuando en 1789 estallaron las revueltas del hambre que desembocaron en la
Revolución Francesa la desigualdad entre los más ricos y los más pobres era sólo algo
superior a la que hoy se vive entre los más ricos y los más pobres en las sociedades
avanzadas. La desigualdad es inaceptable en términos de “utilidad común” rezaba la
Declaración de los Derechos del Hombre de 1789 que terminó con el Antiguo Régimen.
Esa desigualdad vuelve a ser hoy una de las grandes amenazas económicas y sigue
creciendo. Ante ese problema, el economista francés Thomas Piketty ha provocado uno
de los mayores debates de los últimos años con su obra El Capital del Siglo XXI y sus
dos grandes propuestas para reducir la desigualdad: un impuesto de hasta el 80% para la
“oligarquía económica”, es decir, quienes ganan más de un millón de dólares al año un
impuesto global a la riqueza.
- “Algunos economistas tienen la desafortunada tendencia a defender sus intereses
privados mientras claman por el interés general”, afirma. “Ninguna hipocresía es lo
suficientemente grande cuando las élites económicas y financieras se ven obligadas a
defender sus intereses” -acusa el autor de ‘El Capital en el Siglo XXI’- “y eso incluye a
economistas que, en la actualidad ocupan un lugar envidiable en la jerarquía de los
ingresos. Algunos economistas tienen la desafortunada tendencia a defender sus
intereses privados mientras claman por el interés general”. El ataque a la disciplina y la
contundencia de sus propuestas ha levantado una polvareda económica que no se
recordaba en décadas. - Un impuesto del 80% para quienes ganan más de un millón: la
“fórmula Piketty” contra la desigualdad (Vozpópuli - 27/4/14)
- La solución a esta involución que Piketty aborda en su libro, consiste en gravar las
rentas del capital hasta que su retorno neto (después de impuestos) agregado se sitúe por
debajo del crecimiento económico. Para conseguir ese fin, propone un impuesto global
del 80% a las rentas superiores al millón de dólares, del 50-60% por encima de 200.000
dólares, y un impuesto a la riqueza del 10% anual en las mayores fortunas, o del 20%
una única vez en patrimonios altos. - “¿Triunfar hoy? O eres un genio o un corrupto”:
Piketty explica el siglo XXI (El Confidencial - 29/4/14)
- La segunda bomba que ha estallado en los foros de debate económico es la llamada
“tasa global a la riqueza”, una idea definida como “utópica” que pretende establecer un
sistema de valoración de las fortunas individuales para gravarlas después con un
impuesto progresivo. Un 0% para aquellos cuyas fortunas no alcancen el millón de
dólares, un 1% para quienes tengan entre 1 y 5 millones de dólares y un 2% para
quienes tengan activos valorados en más de 5 millones. - Un impuesto del 80% para
quienes ganan más de un millón: la “fórmula Piketty” contra la desigualdad
(Vozpópuli - 27/4/14)
- Según Piketty, vivimos en una nueva edad de oro de la economía, pero de peculiares
características, ya que el aumento de riqueza, en lugar de beneficiar al conjunto social,
está provocando un retorno a los niveles de desigualdad del siglo XIX. El capitalismo
patrimonial está de regreso, más allá de que el origen de la fortuna se sitúe en la tierra,
como ocurrió el siglo XVII; en la industria, como sucedió en el XIX; o en el entorno
inmobiliario y financiero, como en el XX. Volvemos a la misma lógica de la
acumulación y a la economía dominada por las dinastías familiares.
- Los problemas que este contexto desigual genera no se agotan en la redistribución o en
la justicia, sino que también terminan con las posibilidades de una sociedad estable.
Como señalaba el economista francés “si esta tendencia continúa, las desigualdades se
volverán insostenibles para 2040 o 2050. Incluso los más fieles defensores del mercado
deben estar preocupados, porque si el rendimiento del capital es mayor que la tasa de
crecimiento, se ampliarán mecánicamente las desigualdades, con el riesgo de que un
declive nacional brutal, a través del nacionalismo político o del proteccionismo
exacerbado, pueda servir como válvula de escape para las tensiones sociales. Espero que
hayamos aprendido las lecciones del siglo XX”. - “¿Triunfar hoy? O eres un genio o un
corrupto”: Piketty explica el siglo XXI (El Confidencial - 29/4/14)
- La desigualdad social ha crecido con fuerza durante la crisis y seguirá avanzando si los
gobiernos nos son capaces de gestionar de una forma más “inclusiva” la incipiente
recuperación, de acuerdo con el secretario general de la OCDE, Ángel Gurría. Por eso,
los países deberían concentrar su atención en crear empleo y mantener el gasto público
en lugar de recortarlo, incluso si los presupuestos son ajustados.
- “En los tres primeros años de la crisis financiera global, la desigualdad en los países de
la OCDE se ha incrementado más que en los 12 años anteriores”, afirmó Gurría en
declaraciones recogidas por la CNBC.
- En un informe reciente, la OCDE explicaba que la proporción de renta en manos del
1% de la población (los más ricos) ha aumentado en la mayoría de los países miembros
en las últimas tres décadas como consecuencia de que ha acaparado una parte
"desproporcionada" del crecimiento general de los ingresos, por ejemplo un 37,3% en
Canadá y un 46,9% en Estados Unidos. - Más gasto público y creación de empleo para
acabar con la desigualdad, según la OCDE (El Economista - 5/5/14)
- En el libro Capital in the 21st Century (Belknap Press), un nuevo éxito del que no para
de hablarse en los círculos económicos, Thomas Piketty, de la Escuela de Economía de
París, hace una observación sorprendente. Sus cifras muestran que dos tercios del
aumento de la desigualdad de rentas que se ha producido en EEUU durante las cuatro
últimas décadas pueden atribuirse a un marcado repunte de los salarios de aquellos
miembros de la sociedad que más dinero ganan. Esto, por supuesto, se refiere a personas
como los consejeros delegados del estudio de Equilar, pero también abarca a un grupo
más amplio de ejecutivos con sueldos muy altos. Piketty los llama “supergerentes” que
ganan “supersueldos”. “El sistema está bastante descontrolado en muchos sentidos”,
decía Piketty en una entrevista.
- “A los accionistas siempre les ha resultado difícil controlar a los gestores”, afirma
Piketty. “No estoy seguro de que eso haya cambiado mucho”. Los legisladores del
Gobierno estadounidense pueden seguir dejando sola a la máquina de los sueldos, en la
creencia de que no deben influir en las reglas de las empresas. Pero esa postura puede
ser más difícil de mantener si los sueldos de los ejecutivos siguen siendo la principal
causa de la desigualdad de rentas, como Piketty afirma.
- En 1960, del total de la población de EEUU, el 10% que más dinero ganaba obtuvo el
33,5% de los ingresos totales, lo que incluye salarios y rendimientos de inversiones,
según los datos del libro de Piketty, obtenidos gracias a décadas de registros del
impuesto sobre la renta. Hacia 2010, ese porcentaje había alcanzado el 47,9%. El
aumento de los sueldos estaba detrás de dos tercios de ese incremento, según sus datos.
Piketty afirma que el crecimiento de los sueldos de los altos ejecutivos puede explicar
una gran parte de esa subida salarial.
- Piketty se inclina por una medida que es un poco más dura. Apoya un tipo impositivo
considerablemente más alto para los que más ganen. Y aunque admite que es una
herramienta imperfecta, rechaza el argumento de que un impuesto así pueda hacer mella
en la moral de los ejecutivos y provocar un rendimiento empresarial peor de lo
esperado. “Es posible encontrar directivos muy trabajadores que están dispuestos a
cobrar 20 veces el sueldo medio de su empresa en vez de 100 o 200 veces”, afirma. El
hecho de que sea muy improbable que el Congreso apruebe un tipo impositivo más alto
de aquí a poco tiempo no desanima a Piketty. “Las cosas”, dice, “pueden cambiar más
deprisa de lo que creemos”. - La invasión de los supersueldos (El País - 11/5/14)
- Naciones Unidas, el Fondo Monetario Internacional (FMI), la Organización para la
Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE) y diversas estimaciones privadas
reconocen que la desigualdad ha aumentado significativamente, pero se quedan
asombrosamente cortos en su cálculo. En 2006 la ONU halló que el 1% más rico del
planeta poseía un 39,9% de la riqueza global, mucho más que lo que le tocaba al 95%
de la población mundial. En 2011, desde el sector privado, el “Global Wealth Report”
(Estudio Global de la Riqueza) del Credit Suisse Research Institute halló que el 10%
más rico tenía el 84% de la riqueza mientras que la mitad más pobre solo un 1%. En los
últimos años ha habido una explosión de estudios dedicados al tema, la mayoría con el
nombre de “Global Wealth Report” que da un total de 236 millones de entradas cuando
se lo busca en Google.
- El tema está tan en el candelero que un libro de 650 páginas poblado de estadísticas
sobre la desigualdad en los últimos tres siglos, “Capital in the 21st Century”, del francés
Thomas Piketty, se convirtió en un best seller en Estados Unidos. Sin embargo, según
James S. Henry, ex economista jefe de la consultora McKinsey y profesor del Centro
para la Inversión Internacional Sostenible de la Universidad de Columbia, tanto los
cálculos de Piketty como los de organismos mundiales y privados subestiman la
verdadera desigualdad mundial. “Hay unos US$ 21 millones de millones ocultos en
paraísos fiscales. Esta riqueza está en manos de una pequeña élite y no forma parte de
las mediciones. El error de Piketty y de otras mediciones es que no valoran este factor
que tiene un fuerte impacto en la desigualdad”, indicó Herny a BBC Mundo.
- Las mediciones sobre ingresos se establecen fundamentalmente a partir de las
declaraciones impositivas, es decir, la riqueza registrada por el fisco. En base a estas
declaraciones se puede construir el coeficiente Gini que mide la desigualdad. Este
coeficiente va de 0 (igualdad total) a 1 (desigualdad absoluta). En países con una
estructura social más igualitaria como los escandinavos, el coeficiente es de 0,25. En
países más desiguales, como algunas naciones africanas, alcanza el 0,6. El estudio de
Henry sobre la riqueza oculta (“The Price off shore revisited”) muestra las limitaciones
de esta comparación cuando solo se toman en cuenta los datos visibles. “La mitad de los
US$ 21 millones de millones en depósitos en paraísos fiscales está en manos de las
91.000 personas más ricas del mundo, un 0,001% de la población mundial, que controla
una tercera parte de toda la riqueza mundial. Esto nos permite calcular también que unas
8,4 millones de personas, es decir, un 0,14% de la población tiene el 51 % de la riqueza
mundial”, indicó Henry a BBC Mundo. - La riqueza oculta de los millonarios alimenta
la desigualdad (BBCMundo - 14 /5/14)
- Gabriel Zucman es profesor asociado en la London School of Economics (LSE) y uno
de los discípulos del célebre Thomas Piketty, el gurú de la desigualdad. Su misión ha
sido calcular lo más certeramente posible la cantidad de dinero que se evade a través de
paraísos fiscales: casi 8 billones de dólares que distorsionan la economía mundial y atan
de manos a los Gobiernos a la hora de afrontar sus políticas económicas. El enfoque de
Zucman es distinto, tal y como recoge The New York Times, ya que en lo que se ha
fijado es en las diferencias entre los activos y los pasivos de los balances
internacionales. Al contener muchos más pasivos, las cuentas no cuadraban; la
explicación siempre ha sido los paraísos fiscales. Multinacionales e individuos
acaudalados “esconden” sus activos para evitar el ojo del fisco. La que nunca se había
estimado con demasiada exactitud era a cuánto ascendía la evasión fiscal global. Tras
analizar los datos que han publicado recientemente Suiza y Luxemburgo, este
economista estima que actualmente hay aparcados unos 7,6 billones de dólares en
paraísos fiscales, es decir, el 8% de la riqueza personal total mundial. Y, además,
asegura que son unos cálculos conservadores. Zucman cree que si este dinero fuera
registrado y propiamente gravado, los ingresos fiscales de los Estados aumentarían en
más de 200.000 millones de dólares anuales.
Y esos datos ni siquiera incluyen la elusión fiscal que practican algunas
multinacionales, una cantidad que podría ser todavía mayor. De hecho, según sus
cálculos, el 20% de los beneficios de las empresas estadounidenses son trasladados a
paraísos fiscales y las prácticas evasivas reducen en un tercio los ingresos fiscales del
Gobierno por este concepto. De hecho, las prácticas fiscales de este tipo se han vuelto
tan comunes desde los años 80 que el impuesto de sociedades efectivo en EEUU ha
caído desde el 30 al 15% aunque el tipo nominal no ha cambiado en ese mismo tiempo.
- La evasión, en números: hay 7,6 billones de dólares escondidos en paraísos fiscales
(El Economista - 18/6/14)
Fuente: “Capital en el Siglo XXI”, Thomas Piketty. / El País - La desigualdad pone en
peligro el sueño americano (El País - 25/5/14)
(Fuente: La desigualdad en los países avanzados - El País - 19/6/14)
- Alboroto en el “gallinero” (de Nobelados y noveleros) por el “picotazo” de Piketty
(Lecturas recomendadas)
- Ganar la lucha contra la pobreza (elmundo.es - 24/3/13)
(Por Pablo Rodríguez Suanzes)
Cinco años y medio de crisis han destruido millones de puestos de trabajo y cientos de
miles de millones de euros en riqueza en todo el mundo. La recesión (las recesiones) ha
golpeado con más fuerza a países desarrollados que a países en desarrollo. O al menos
más que en anteriores ocasiones. Y eso ha provocado que en los primeros se haya
generado una sensación de pesimismo generalizado y que, en muchas ocasiones,
pequemos de falta de perspectiva.
Chipre, Grecia, Portugal, Irlanda o España están muchísimo peor que hace unos años y
afrontan uno de los desafíos más grandes en muchas décadas. Sin embargo, la situación
en el mundo dista mucho de ser equivalente. De hecho, y en algunos aspectos, la
situación económica hoy es mejor que nunca antes… en toda la historia.
Hace ahora un año, supimos que, por primera vez, el número de pobres se está
reduciendo en todas partes. No sólo en los países ricos, sino en Asia, América Latina y
también en África. Según el World Bank's Development Research Group, “en todas las
regiones del mundo en desarrollo, el porcentaje de personas que viven con menos de
1,25 dólares al día y el número de pobres disminuyó entre 2005-2008”.
Sus estimaciones muestran que “en 2008, 1.290 millones de personas vivían con menos
de 1,25 dólares al día, el 22% de la población del mundo en desarrollo”. Una
disminución increíble, puesto que en 1981, “1.940 millones de personas vivían en
condiciones de pobreza extrema”, el 52%. Una caída de 30 puntos porcentuales en
menos de tres décadas.
Dos décadas de datos cada vez más positivos han acabado con los mitos deterministas,
con la creencia de que la miseria es inevitable.
Por si fuera poco, la institución señalaba que en las estadísticas preliminares “basadas
en encuestas correspondientes a 2010”, el coeficiente de pobreza “dado por un umbral
de 1,25 dólares al día” se había reducido, en ese año, a menos de la mitad de su nivel de
1990.
Esto significaría que el primer Objetivo de Desarrollo del Milenio (ODM), consistente
en reducir la pobreza extrema mundial a la mitad respecto del nivel de 1990, se ha
alcanzado antes de la fecha límite de 2015.
En el verano de 2010, la Iniciativa de la Universidad Oxford sobre la Pobreza y el
Desarrollo Humano (OPHI) presentó, de forma conjunta con la Oficina del Informe
sobre Desarrollo Humano del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo
(PNUD), una nueva manera de medir la pobreza “que plantea una visión
multidimensional”: el Índice de Pobreza Multidimensional (IPM).
El IPM ha sustituido al célebre Índice de Pobreza Humana. El nuevo indicador
“complementa a los índices basados en medidas monetarias y considera las privaciones
que experimentan las personas pobres, así como el marco en que éstas ocurren”. Es
decir, que no sólo tiene en cuenta cuántas personas viven con menos de 1,5 dólares al
día, o 2,5 o los que se quiera utilizar. Sino que valora otras variables más allá del nivel
de renta.
En concreto, el modelo tiene “tres dimensiones” (Sanidad, Educación y Niveles de
Vida) subdivididas a su vez en 10 indicadores (nutrición, mortalidad infantil,
matriculación escolar, años de instrucción, combustible para cocinar, saneamiento,
agua, electricidad, vivienda y bienes).
Según sus cálculos, “alrededor de 1.700 millones de personas en los 109 países que
abarca el Índice (un tercio de su población) viven en situación de pobreza
multidimensional. Es decir, al menos el 33% de los indicadores reflejan graves
privaciones en salud, educación o nivel de vida. Esta cifra supera a los 1.300 millones
de personas que viven con menos de 1,25 dólares al día en esos países, pero es menor al
número de personas que vive con menos de 2 dólares al día”. Nepal, Ruanda y
Bangladesh, seguidas de Ghana, Tanzania, Bolivia y Camboya son los países que más
han mejorado en los rankings, según explica Sabina Alkire, una de las encargadas del
informe.
Economía de mercado
Si se mantienen las mismas tasas que hasta ahora, en 20 años algunos de los países más
afectados podrían erradicar la pobreza extrema o quedarse muy cerca.
Pero incluso con este tipo de modelos, hay problemas metodológicos. Según la ONU,
6.000 de los 7.000 millones de habitantes del planeta tienen un teléfono móvil, mientras
que sólo 4.500 tienen acceso a retretes o letrinas.
El hecho de tener un baño o acceso a agua corriente es un indicador de bienestar. Pero
el disponer de un móvil es absolutamente fundamental para muchos africanos y una
forma rápida, cómoda y barata de poder hacer negocios.
¿Qué ha ocurrido para que la pobreza se haya reducido a la mitad en dos décadas? Entre
las razones principales, sin duda, se encuentra la transición hacia economías de mercado
de muchos de países, las reformas y el significativo aumento del comercio. “El sur en
su conjunto está impulsando el crecimiento económico global y el cambio social, por
primera vez en siglos”, dice el estudio de la ONU.
En el trabajo también se destaca el peso de factores como la ayuda al desarrollo en
diferentes países, uno de los elementos más polémicos de los últimos años, o los planes
de ayuda y supervisión del FMI.
Las críticas a las instituciones internacionales, y en especial al Banco Mundial, sin
embargo, se han incrementado en las últimas semanas por su falta de ambición y la
escasa atención a la desigualdad.
¿Qué efecto ha tenido realmente esa mayor participación en la economía global? Entre
1980 y 2010, los países en desarrollo han aumentado su participación en el comercio
mundial, pasando de un 25 a un 47%. Y aunque algún informe del Banco Mundial
reconoce que” una mayor apertura tiene un efecto positivo sobre el ingreso per cápita y
por ende debería tender a reducir la pobreza”, también dice que “está lejos de ser la
única influencia, o la más importante, sobre el crecimiento económico, y por eso se
debe evitar la tentación de exagerar la magnitud de la globalización (como suelen hacer
sus detractores y defensores más estridentes)”.
El español Xavier Sala i Martín, catedrático de la Universidad de Columbia, ha
investigado y publicado mucho sobre la globalización y la reducción de la pobreza, y es
mucho más contundente que la institución.
“¿Cómo hemos conseguido (esa reducción)? ¿Con la tasa Tobin, con la renta básica,
con la caridad del 0,7%, con la condonación de la deuda, con la antiglobalización? La
respuesta es no. La respuesta es que lo hemos conseguido con la economía capitalista de
mercado. Así es como lo hemos conseguido nosotros, así es como lo ha conseguido
China y así es como lo conseguirán los africanos. Abriendo las fronteras a la
globalización que todavía no ha llegado”, explica Sala i Martín, quien advierte que la
pobreza absoluta se encuentra “en vías de regresión desde 1970”.
Dos décadas de datos cada vez más positivos han acabado con los mitos deterministas,
con la creencia de que nada se puede cambiar, que la miseria es inevitable e incluso la
idea de que el capitalismo no puede funcionar en todas partes.
Para los economistas, la herramienta más poderosa para sacar de la pobreza a una
nación no es la ayuda ni la compasión, sino el crecimiento. Jagdish Bhagwati y Arvind
Panagariya, en un reciente libro, lo han mostrado para el caso de la India, uno de los
países, junto a China, que ha registrado mayores progresos.
La coyuntura económica actual explica el deterioro de la calidad de vida en muchas
partes del mundo. Pero también, en ocasiones, lo opuesto. El aumento del precio de los
alimentos perjudica a mucha gente. Pero al mismo tiempo, beneficia a otros muchos,
pues cada vez que alguien tiene que pagar más para comprar, hay otra persona que
cobra más por vender.
Para lugares como Vietnam, por ejemplo, el balance es al final positivo. El problema es
que en el mundo desarrollado, y desde algunas organizaciones, siempre se destaca el
lado negativo de los fenómenos. Incluso cuando se producen en dos direcciones
opuestas, como ha mostrado Dani Rodrik, de Harvard.
Hay buenas razones para el optimismo, pero el proceso está sólo a medias. Las cifras,
pese a la mejora, son inaceptablemente altas y hay muchas zonas grises. En el número
de marzo de la “Review of Income and Wealth”, Shaohua Chen y Martin Ravallion
publican un artículo titulado “More Relatively-Poor People in a Less Absolutely-Poor
World”, en el que afirman precisamente que si bien “la pobreza absoluta ha disminuido,
el número de pobres relativos ha cambiado poco desde la década de 1990, y es mayor en
2008 de lo que lo era en 1981”.
Esther Duflo (1972), profesora del MIT y una de las economistas con más proyección e
influencia en temas de lucha contra la miseria, considera que no hay una sola “cosa que
puede acabar con la pobreza”. Que no se trata de “una cruzada, con un enemigo bien
identificado y específico, ya sea el “capitalismo salvaje”, los gobiernos deshonestos, el
exceso de reglamentación, el hambre o la malaria. Todo esto probablemente tiene algo
que ver con la persistencia de la pobreza. Pero ninguno de los factores es fácil de
solucionar y, más importante aún, incluso si se lograra, la pobreza todavía estaría con
nosotros”.
Ella y su equipo, recientemente galardonados con un Dan Daviz Prize y un millón de
dólares, apuestan por un enfoque práctico y muy concreto. “La lucha contra la pobreza
consiste en combatir, con paciencia y deliberación, los muchos problemas que hacen
que la vida de los pobres sea difícil: las malas escuelas, el agua sucia, las enfermedades
infecciosas, los caprichos del clima y otros desastres naturales, el saneamiento
deficiente, la falta de habilidades, la corrupción a pequeña escala, los baches de una
carretera. La lista es interminable”.
Y precisamente por ello, y en lugar de despilfarrar cientos de millones en políticas tan
bien intencionadas como inefectivas, la mejor manera de saber qué funciona y qué no es
mediante experimentos, tanto para el uso de vacunas en la India como el de mosquiteras
en Kenia, como explica Duflo en esta charla.
Acabar con la pobreza es posible. Lleva mucho tiempo y hay muchos obstáculos, pero
cuanto más se 'parecen' las economías en desarrollo a las desarrolladas, cuantas menos
trabas haya para hacer negocios, cuanta más seguridad jurídica, e imperio de la ley e
infraestructuras, cuantos más derechos y títulos de propiedad, más fácil es prosperar.
La lucha contra la pobreza a través de la economía, de lo que sabemos que realmente
funciona, es como la medicina actual. No hace milagros, no lo cura todo y comete
errores, pero salva más vidas que nunca antes en la historia de la humanidad. El camino
es complicado y largo, pero la ruta está muy clara.
- Un informe muy polémico (Libertad Digital - 21/1/14)
(Por Domingo Soriano)
Lo que no dice Intermon-Oxfam: la pobreza y la desigualdad se están reduciendo a nivel
global
El estudio que denuncia el aumento de las rentas de los ricos deja demasiadas cuestiones
sin explicar y muchos datos poco claros.
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
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“Las 20 personas más ricas en España poseen una fortuna similar a los ingresos del
20% de la población más pobre”.
“La riqueza del 1% de la población más rica del mundo asciende a 110 billones de
dólares, una cifra 65 veces mayor que el total de la riqueza que posee la mitad más
pobre de la población mundial”.
“Siete de cada diez personas viven en países donde la desigualdad económica ha
aumentado en los últimos 30 años”.
Las anteriores son sólo algunas de las principales conclusiones del informe Gobernar
para las élites, que Intermon-Oxfam presentó este lunes y que trata de realizar un mapa
de la desigualdad en el mundo y los peligros que ésta representa. El estudio de la ONG
asegura que “la extrema concentración de riqueza que vivimos en la actualidad amenaza
con impedir que millones de personas puedan materializar los frutos de su talento y
esfuerzo”. Los autores creen que corremos el riesgo de entrar en una dinámica en la que
“los gobiernos trabajarán en función de los intereses de los ricos y las desigualdades
políticas y económicas seguirán aumentando”. En esta línea, las conclusiones del
informe piden que se tomen medidas para cambiar esta dinámica. Sus tres principales
recomendaciones son:

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
La eliminación de la desigualdad económica extrema como objetivo mundial en
todos los países
Una mayor regulación de los mercados, para fomentar un crecimiento equitativo y
sostenible
Poner freno a la capacidad de la población rica para influir en los procesos políticos
A lo largo de toda la jornada del lunes, los medios de comunicación españoles se
hicieron eco de forma reiterada del estudio. Mientras, las redes sociales se llenaban de
comentarios sobre lo injusta de la situación, los males que fomenta el capitalismo o la
necesidad de un cambio fundamental en el sistema económico en el que nos movemos.
A tres días de que abra el Foro Económico Mundial en Davos, parece una contundente
denuncia sobre la crisis y sus desheredados. Sin embargo, el informe de IntermonOxfam deja muchos flecos sin explicar y ofrece algunas propuestas muy cuestionables.
- Desigualdad y pobreza: se ha dicho muchas veces, pero parece que hay que
recordarlo en cada ocasión que sale un estudio de estas características. Lo importante
realmente no es la desigualdad, sino la pobreza.
Y la pobreza se está reduciendo, aunque Intermon-Oxfam no lo diga en su informe, en
todos los continentes, al menos desde hace tres décadas. Según explicaba Pablo R.
Suanzes en este completísimo artículo de El Mundo, las estimaciones del grupo de
desarrollo del Banco Mundial, muestran que “en 2008, 1.290 millones de personas
vivían con menos de 1,25 dólares al día, el 22% de la población del mundo en
desarrollo. Una disminución increíble, puesto que en 1981, 1.940 millones de personas
vivían en condiciones de pobreza extrema, el 52%. Una caída de 30 puntos porcentuales
en menos de tres décadas”.
La principal razón detrás de estas cifras hay que buscarla en el rendimiento de China y
la India, los dos países más poblados del mundo, que abrazaron la globalización y el
capitalismo a finales de los años 70 y principios de los 80. Desde entonces, su
desempeño económico ha sido espectacular, logrando que cientos de millones de
personas salieran de la pobreza, en un fenómeno sin paragón, por su rapidez y amplitud,
en la historia de la humanidad.
- La desigualdad no está incrementándose: no sólo la pobreza está perdiendo terreno.
También la desigualdad, tema principal del informe de Intermon-Oxfam, está
descendiendo si se mide en términos globales.
Xavier Sala-i-Martin es uno de los mayores expertos en todo el mundo en este tema. En
este vídeo de su blog, explica perfectamente cómo desde 1970 se está produciendo un
fenómeno muy importante. Algunos de los países más pobres, especialmente los
asiáticos, están creciendo de forma espectacular. Como, además, están entre los más
poblados, eso está haciendo que la desigualdad global, en términos absolutos, esté
descendiendo. En Europa o EEUU podemos tener una percepción diferente, porque en
ambas regiones sí ha habido un aumento de los índices que miden la desigualdad
(especialmente el Coeficiente de Gini).
- Más desiguales, pero mejor: el anterior epígrafe parece contradecir la afirmación del
informe de que “siete de cada diez personas viven en países donde la desigualdad
económica ha aumentado en los últimos 30 años”.
Sin embargo, es cierto que si lo medimos en términos globales ha caído la desigualdad
(como explica Sala-i-Martin). Y al mismo tiempo, dentro de la mayoría de los países la
desigualdad interna se ha incrementado (como dice Intermon-Oxfam). Por ejemplo: es
evidente que en China han aumentado las diferencias de ingresos entre ricos y pobres
respecto a la situación de 1980. Pero al mismo tiempo, todo el país ha experimentado
una mejoría muy notable, que le ha permitido acercarse a los países desarrollados y de
la que se ha beneficiado la gran mayoría de su población (incluso aunque sigue muy
lejos en renta per cápita).
En el caso del país asiático, el informe de la ONG presenta el siguiente gráfico, con la
media de ingresos del 10% de sus habitantes más ricos desde 1980 a la actualidad. Y la
pregunta que nos podemos hacer es ¿cómo están mejor los chinos: ahora o en 1980?
Leyendo el estudio, parecería que hace 30 años porque eran más “iguales”. En Corea del
Norte, por ejemplo, el coeficiente de desigualdad debe ser muy parecido al de 1970.
Pero no parece que sus ciudadanos tengan mucho que presumir ante sus vecinos chinos.
- ¿Ingresos o riqueza?: éste es un tema clave cada vez que se habla de pobreza. Hay
que aclarar siempre si nos referimos a rentas (es decir, el flujo anual de ingresos de una
persona) o a riqueza (sus posesiones). Alguien puede ser muy rico en términos
materiales (porque posee tres casas) y tener una renta pequeña (por ejemplo, un jubilado
que vive de su pensión). Y al revés, alguien puede tener en un año unos ingresos
puntuales muy elevados, pero no ser rico.
En el informe de Intermon-Oxfam hay demasiadas ocasiones en las que no queda claro
de qué se está hablando. Quizás la frase en la que esta confusión es más evidente sea la
que más ha transcendido de la parte dedicada a España. Los autores aseguran que “las
20 personas más ricas en España poseen una fortuna similar a los ingresos del 20% de la
población más pobre”. ¿Fortuna frente a ingresos? ¿Propiedades frente a rentas? Con
esta confusión es difícil sacar conclusiones y uno duda de si en los datos globales no
están cometiendo el mismo error. La mezcla de cifras, fuentes y referencias es
constante. No es sencillo hacer un análisis preciso con unos datos tan poco fiables. De
hecho, a lo largo de este martes han aparecido numerosos artículos en diversos medios
que cuestionan la validez de los datos empleados; como Pablo Rodríguez Suanzes en El
Mundo o Ricardo Galli, en su blog, por poner dos buenos ejemplos.
Al final, lo que dice realmente el informe de Credit Suisse del que se hace eco
Intermon-Oxfam es que el 0,7% de la población del mundo (los 32 millones de personas
más ricas) acumulan el 41% de la riqueza; y que el 68,7% de la población (3.200
millones de personas) acumula el 3% aproximadamente. Además, los 3.000-3.100
individuos más ricos acumulan entre el 0,6 y el 1% de la riqueza de todo el mundo (y
hay que apuntar que incluso los autores del estudio de Credit Suisse alertan sobre la
poca precisión que tienen este tipo de estudios).
- La distancia que hay de Slim a Gates: posiblemente el dato que más se ha
comentado de todo el informe es ése que dice que “las 85 personas más ricas del mundo
poseen la misma riqueza que la mitad de la población mundial”. Tras ver la confusión
en los datos, es muy difícil aceptar la cifra. Pero incluso con las reservas expuestas, está
claro que hay millonarios que poseen unas riquezas que igualan la suma de las
propiedades de decenas de millones de personas.
Cada uno tendrá su opinión sobre el hecho de que los más ricos ganen tanto. A unos les
parecerá horrible. Y otros pensarán que se lo merecen por su trabajo, esfuerzo o ingenio.
Pero en cualquier caso, hay aquí otra cuestión que no se suele tener en cuenta. Entre los
hombres más ricos del mundo se encuentra Carlos Slim (al que el informe de Intermon
dedica una apartado especial, eso hay que reconocerlo) que ha creado gran parte de su
fortuna a base de favores gubernamentales y obteniendo monopolios por su cercanía al
poder. Nada hay de liberal ni de capitalismo en este proceso.
Pero junto al mexicano, aparecen en la listas de súper-millonarios personas como Bill
Gates, Amancio Ortega o Ingvar Kamprad, el fundador de Ikea. Estos empresarios han
logrado hacer que los muebles, la ropa o los ordenadores de miles de millones de
personas del mundo sean más baratos y de mejor calidad. Es decir, han mejorado la vida
de sus congéneres hasta extremos que no somos capaces de imaginar y les han
permitido destinar parte creciente de sus rentas a otros menesteres. Por cierto, que los
más favorecidas posiblemente sean las clases medias-bajas de los países occidentales,
que han podido acceder a bienes que hasta entonces les estaban vetados. ¿Cómo y
cuánto se debe remunerar eso?
Y otra cuestión: su riqueza no está atesorada en ningún banco. En realidad, la mayor
parte de sus posesiones en realidad no es más que la estimación del valor de sus
acciones en sus empresas, de las que viven decenas de miles de trabajadores. Nada de
esto se explica tampoco en el informe.
- Por arriba o por abajo: una cuestión importante a la que no se suele aludir. Cuando
hablamos de reducir la desigualdad hay dos opciones. Hacer más pobres a los ricos o
más ricos a los pobres. Por alguna extraña razón, en casi todos los estudios parece que
la opción preferida es la primera. No se dice explícitamente, pero todo apunta en esa
dirección. ¿Por qué esa obsesión con quitarle dinero a los ricos? ¿No sería mejor subir
las rentas de los que están en los últimos puestos de la lista? En parte, aquí hay una
tendencia a pensar que la riqueza del mundo está creada y sólo se puede repartir, algo
que no es cierto: el planeta es cada vez más rico gracias a la capacidad de innovación
del ser humano. Si un país crece a base de comercio y trabajo, lo hará añadiendo más a
la prosperidad mundial, no quitándoselo a nadie.
- ¿Quiénes son los ricos?: el informe recurre al ejemplo de EEUU en numerosas
ocasiones. También en esto sigue la línea de estudios similares publicados en los
últimos tiempos. Las estadísticas dicen que el 1%, 5% y 10% de los estadounidenses
más ricos acapara un mayor porcentaje de la riqueza nacional que hace unas décadas.
Parece un ejemplo de manual de cómo los que están arriba se aprovechan de su
situación. Según Intermon: “La participación en la renta nacional estadounidense en
manos del 10% más rico de la población se mantiene en el 50,4% (el porcentaje más
elevado desde la Primera Guerra Mundial)”.
Aquí también hay que hacer una salvedad. El 10% más rico en la actualidad no tiene por
qué ser el 10% más rico de hace veinte años. Es decir, lo relevante para saber si en un
país funciona la movilidad social y la meritocracia es saber cómo se mueven los
individuos entre los diferentes grupos de renta según van desarrollando su carrera
profesional.
Como explica Thomas Sowell en uno de sus últimos libros, medir los diferentes tramos
de riqueza como si estos fueran compartimentos estancos es una falacia: “Los
individuos que en 1996 se encontraban entre el 20% más pobre del país vieron cómo en
2005 su renta había aumentado en un 91%, con lo cual ya habían dejado
mayoritariamente de pertenecer a la categoría estadística de los pobres. Los individuos
pertenecientes al 1% más rico en 1996, por su lado, vieron cómo en el mismo período
su renta se reducía en un 26% (por lo tanto, muchos de ellos dejaron de estar dentro de
ese 1%). La historia concuerda con la hipótesis de que una de las variables principales
que determinan el nivel de renta de un individuo es la edad, una variable que tiene la
virtud de afectarnos a todos por igual. Encaja bien con el sentido común: hay pocos
directivos de 20 años y pocos becarios de 60. Otra cosa es que los de la categoría de los
pobres, que incluye cada año a gente distinta (y cada vez a más gente recién llegada a
los Estados Unidos con lo puesto), tengan ahora rentas inferiores a las de hace unos
años (o rentas superiores en valores absolutos pero menor participación en la renta
nacional total)”.
Las soluciones
Intermon-Oxfam no se queda sólo en el diagnóstico. También ofrece alternativas. Y
algunas son realmente curiosas. De hecho, parecen contradictorias con el conjunto del
informe.
En este sentido, hay que destacar que la parte más interesante del estudio es la que hace
referencia a cuando “la riqueza se aprovecha de las políticas gubernamentales
secuestrándolas, las leyes tienden a favorecer a los ricos”. Los autores denuncian un
fenómeno creciente en las sociedades occidentales. La capacidad de ciertos grupos de
presión para sacar rentas (élites extractivas dirían algunos siguiendo la terminología
que pusieron de moda Daron Acemoglu y James Robinson) es uno de los grandes
peligros de las democracias. Lo curioso es lo que no dicen sobre esta cuestión.
- El problema y la solución: como decimos, el informe denuncia el peligro de que los
políticos protejan a los grupos de interés y emitan leyes en su favor. Y como solución
propone... ¡darles más poder a los políticos! El peligro para ellos es el “mercado”, al que
piden "regular" más, como si éste existiera en los sectores cerrados a la competencia o
que se benefician de los favores gubernamentales. Por cierto, que es precisamente en
estos sectores donde más regulación suele haber, precisamente para evitar la libre
competencia. El problema no suele ser de falta de leyes, sino de la calidad de éstas.
- Más gasto público: el informe tampoco hace referencia a otro importante fenómeno.
En los países occidentales (que es donde supuestamente más ha subido la desigualdad
en las últimas décadas) el gasto público no sólo no ha bajado, sino que se ha disparado.
Siempre se pide más intervención del Gobierno para hacer frente a la desigualdad. Y ya
hemos apuntado que no está claro que ésta sea un problema. Pero para aquellos que
creen que sí lo es (como Intermon-Oxfam), debería saltar una señal de alarma en lo que
hace referencia al gasto público. En EEUU, su ejemplo más querido, estamos en
máximos históricos en la relación gasto público/PIB, como puede verse en la siguiente
tabla. Sólo en la Segunda Guerra Mundial, este indicador estuvo en un nivel superior. Y
si creemos a Intermon-Oxfam, no sólo no ha caído la desigualdad, sino que ha
aumentado. Así que no parece que ésta sea la solución mágica.
- Los más ricos, en Washington: otra cuestión que no se cita. Se habla de los que se
enriquecen y del Gobierno como si fueran dos grupos diferentes, pero cada día tienen
más en común. Volvamos a EEUU. Seis de los diez condados más ricos de país son
fronterizos con Washington D.C. Es más, los 13 condados que rodean a la capital
norteamericana, y donde viven congresistas, asistentes, lobbistas y empleados públicos
están entre los 30 más ricos del país. Todos ellos, sin excepción. Estar cerca de la
capital es la mejor garantía de que un condado será rico. Y eso que hay más de ¡3.000
condados! en todo EEUU. Por eso, no está nada claro que la solución sea darle más
poder a un Gobierno que ha generado esta situación (y en esto la culpa es tanto de
administraciones demócratas como republicanas).
- Grupos de presión: como apuntamos, la advertencia de los autores sobre el poder de
los grupos de presión y su capacidad de influir al legislativo es muy relevante. Eso sí,
nada dice de grupos de presión no empresariales o de personas no adineradas; como si
la presión de los sindicatos, las asociaciones profesionales o las organizaciones no
gubernamentales no fuese importante. Su presencia en los medios y su capacidad de
influencia también es enorme. Bien está denunciar la connivencia de los políticos con
determinadas personas de alto poder adquisitivo, pero este análisis no puede quedar
completo sin decir nada sobre esos otros grupos que buscan exactamente lo mismo que
ellos: sacar provecho de su influencia para que las leyes se ajusten a sus deseos,
necesidades o intereses.
- Los lobos de Wall Street (Project Syndicate - 23/3/14)
Londres.- “Qué narración sobre el estado del capitalismo del siglo XX”, caviló el
“orador motivacional” Jordan Belfort al rememorar su vida de fraude, sexo y drogas.
Como jefe de la firma de corretaje Stratton Oakmont, él esquilmó a inversores cientos
de millones de dólares en la década de 1990. Vi la película de Martin Scorsese El lobo
de Wall Street y la misma despertó en mi la suficiente intriga como para incitarme a leer
las memorias de Belfort, en las se basa el guion. Aprendí mucho.
Por ejemplo, la estafa conocida como “inflar y descargar”, que hizo que Belfort y sus
compañeros en Stratton lograran sus ganancias mal habidas, puede apreciarse con más
claridad en el libro de memorias que en la película. La técnica funciona mediante la
compra de acciones de empresas sin valor empleando testaferros, la posterior venta en
un mercado al alza a inversores genuinos, y luego la descarga de todo.
No solamente se llevó a la ruina a pequeños inversores; lo que es más notorio es la
codicia y la credulidad de los ricos, quienes se tragaron como verdaderas las mismas
habladurías sin valor de los vendedores “jóvenes y estúpidos” que Belfort prefería
contratar. Belfort fue(es) un muy refinado comerciante de aceite de serpiente, brillante
en sus negocios hasta que las drogas arruinaron su buen juicio.
Belfort, personificando el elixir de éxito, después de un breve paso por la cárcel, profesa
sentir vergüenza por su comportamiento, pero sospecho que en el fondo su desprecio
por aquellos a los que estafó supera cualquier sentimiento de remordimiento. En su
reciente libro, Capitalism in the Twenty-First Century, el economista Thomas Piketty
describe a Stratton Oakmont como un ejemplo de “extremismo meritocrático” - la
culminación de una transición de un siglo de duración desde la antigua desigualdad, que
se caracteriza por la riqueza heredada y el estilo de vida discreto, a la nueva
desigualdad, con sus bonos enormes y consumo conspicuo.
Se ha descrito a Belfort como una versión perversa de Robin Hood, una persona que
roba a los ricos para dar lo robado tanto a sí mismo como a sus amigos. Los ricos
consistían en la sociedad protestante con dinero que les fue heredado, cuyos miembros
perdieron sus habilidades para proteger sus riquezas, mismas que fueron lícitamente
confiscadas por astutos oportunistas -principalmente judíos- quienes eran lo
suficientemente amorales como para tomar dichas riquezas para sí mismos. Sin
embargo, las malversaciones de Stratton Oakmont no eran para nada la excepción en
Wall Street. Como me dijo un buen amigo, quien fue regulador de la Comisión de
Valores y Bolsa (SEC) durante 20 años, cuando le pregunté sobre el alcance del fraude,
él me dijo: “En mi opinión es omnipresente. El sistema, simplemente, hace que sea
demasiado fácil, y la naturaleza humana hace que se realicen maquinaciones en ambos
lados. La codicia es la fuente de donde surgen todos los estafadores”.
El lobo de Wall Street fue un depredador, pero también lo fueron todos los bancos
de inversión de renombre que realizaban operaciones de venta en corto con los
productos que vendían, y los bancos minoristas que ofrecían préstamos
hipotecarios a prestatarios no viables, mismos que posteriormente ellos podrían
volver a empaquetar y vender como títulos valores de calidad de inversión. Todos
ellos fueron lobos con piel de oveja.
Un sistema bancario decente tiene dos funciones: cuidar los fondos de los depositantes y
reunir a los ahorradores e inversores en intercambios mutuamente provechosos. Los
ahorros se depositan en los bancos porque se confía en que ellos no los van a robar, y la
custodia de dichos dineros tiene un precio. Los tratos que los bancos organizan entre
prestatarios y prestamistas son la sangre vital de las economías modernas - y un trabajo
riesgoso por el cual los banqueros merecen ser bien recompensados. Pero, el dinero que
los bancos ganan por encima del costo de sus compensaciones por la prestación de un
servicio esencial representa lo que el exregulador británico Adair Turner denomina
“pérdida social”, o lo que antes se describía como “usura”.
No es el tamaño del sistema financiero lo que debería alarmarnos, sino su
concentración y conectividad. En el Reino Unido, una parte cada vez mayor de activos
bancarios se concentra en los cinco bancos más grandes. La teoría económica
tradicional nos dice que las ganancias excesivas son el resultado directo de la
concentración de la propiedad.
La conectividad es el vínculo entre los bancos. Estos vínculos pueden crearse por su
localización, como ocurre en Wall Street o la Ciudad de Londres. Sin embargo, dichos
vínculos se hicieron globales mediante el desarrollo de productos financieros derivados,
que se suponía iban a aumentar la estabilidad del sistema bancario en su conjunto al
dispersar el riesgo. En lugar de ello, aumentaron la fragilidad del sistema mediante la
correlación de riesgo a lo largo y ancho de un espacio mucho más grande.
Tal como un artículo escrito por Andrew Haldane del Banco de Inglaterra y el zoólogo
Robert May señala, los derivados fueron como los virus. Los ingenieros financieros y
los operadores de bolsa compartían los mismos supuestos acerca de los riesgos que
tomaban. Cuando estas suposiciones resultaron ser falsas, todo el sistema
financiero se vio expuesto a la infección.
La concentración y la conectividad se refuerzan mutuamente. Dos tercios del
crecimiento reciente que se muestra en los balances financieros de los bancos en el
Reino Unido está constituido por adeudos internos entre bancos en lugar que
adeudos entre bancos y empresas no financieras - esto demuestra que se está frente
a un caso claro de dinero que crea dinero.
Los reformistas desean poner un límite máximo a los bonos que ganan los banqueros,
también desean crear barreras entre departamentos bancarios, o (más radicalmente)
quieren limitar a los bancos para que estos solamente puedan tener acciones de un solo
banco en el total de activos bancarios de sus balances. Pero, la única solución duradera
es simplificar al sistema financiero. Como Haldane y May señalaron: “La
homogeneidad excesiva dentro de un sistema financiero -es decir, que todos los
bancos hagan lo mismo- puede minimizar el riesgo de cada banco en particular,
pero va a ir a maximizar la posibilidad de que todo el sistema colapse”. Mientras
los bancos puedan obtener ganancias de operaciones con títulos valores, ellos
continuarán expandiendo los instrumentos financieros derivados en exceso, con relación
a cualquier demanda legítima de operaciones de cobertura que necesiten realizar las
entidades no bancarias, y por lo tanto, los bancos continuarán creando productos
redundantes cuya única función es la de obtener ganancias para sus inventores y
vendedores.
Cómo reducir los derivados es ahora, de lejos, el tema más importante en la
reforma de la banca, y la búsqueda de soluciones debe guiarse por el
reconocimiento de que la economía no es una ciencia natural. Como May señala:
“Las probabilidades relacionadas a que ocurra una tormenta en 100 años no
cambian porque las personas piensen que tal tormenta se ha tornado en más
probable”.
En los mercados financieros, las probabilidades sí dependen de lo que las personas
piensen. Cuanto menos tengan que pensar, las cosas van por mejor camino. Jordan
Belfort tenía parcialmente la razón: las personas que se dedican a las finanzas no
deben ser demasiado ingeniosas.
(Robert Skidelsky, Professor Emeritus of Political Economy at Warwick University and
a fellow of the British Academy in history and economics, is a member of the British
House of Lords. The author of a three-volume biography of John Maynard Keynes, he
began his political career in the Labour party, became the Conservative Party’s
spokesman for Treasury affairs in the House of Lords, and was eventually forced out of
the Conservative Party for his opposition to NATO’s intervention in Kosovo in 1999)
- La riqueza por encima del trabajo (El País - 30/3/14)
Actualmente, seis de los diez estadounidenses más ricos son herederos y no
emprendedores
(Por Paul Krugman)
No parece arriesgado afirmar que Capital in the Twenty-First Century (El capital en el
siglo XXI), la obra magna del economista francés Thomas Piketty, será el libro de
economía más importante del año (y tal vez de la década). Piketty, posiblemente el
mayor experto mundial en desigualdad de rentas y patrimonio, hace algo más que
documentar la creciente concentración de la riqueza en manos de una pequeña élite
económica. También defiende de forma convincente el argumento de que estamos
volviendo al “capitalismo patrimonial”, en el que las altas esferas de la economía están
dominadas no solo por los ricos, sino también por los herederos de esa riqueza, de modo
que el nacimiento tiene más importancia que el esfuerzo y el talento.
Por supuesto, Piketty reconoce que todavía no hemos llegado a eso. Hasta ahora, la
opulencia del 1% superior de Estados Unidos se ha debido principalmente a los sueldos
y las primas de los ejecutivos más que a las rentas procedentes de las inversiones y más
aún que a la riqueza heredada. Pero seis de los diez estadounidenses más ricos son ya
herederos, más que emprendedores hechos a sí mismos, y los hijos de la élite económica
de hoy parten de una posición de inmenso privilegio. Como señala Piketty, “el riesgo de
un giro hacia la oligarquía es real y da pocos motivos para el optimismo”.
Así es. Y si quieren sentirse aún menos optimistas, piensen en las actividades a las que
se dedican muchos políticos de Estados Unidos. Puede que la incipiente oligarquía de
EEUU todavía no esté completamente formada, pero uno de nuestros dos principales
partidos políticos parece entregado a defender los intereses de la oligarquía.
A pesar de los desesperados intentos de algunos republicanos por fingir que no es así, la
mayoría de la gente se da cuenta de que el Partido Republicano actual pone los intereses
de los ricos por encima de los de las familias corrientes. Sin embargo, sospecho que
hay menos gente que se dé cuenta de hasta qué punto el partido defiende las rentas
de la riqueza por encima de las nóminas y los salarios. Y el predominio de los
rendimientos del capital, que puede heredarse, sobre los salarios -el predominio de
la riqueza sobre el trabajo- es el fundamento del capitalismo patrimonial.
Para ver de lo que hablo, empecemos por las políticas y propuestas políticas reales.
Todo el mundo sabe que George W. Bush hizo todo lo que pudo por bajarles los
impuestos a los muy ricos, que las rebajas destinadas a la clase media que aprobó
básicamente eran una estrategia política para ganar más votos. Lo que es menos sabido
es que las mayores rebajas fiscales beneficiaron no a los que cobraban sueldos muy
altos, sino a los que no tenían oficio ni beneficio y a los herederos de las grandes
fortunas. Es cierto que el segmento tributario superior sobre la renta se redujo del 39,6%
al 35%. Pero el tipo impositivo más alto sobre los dividendos bajó del 39,6% (porque
tributaban como rentas ordinarias) al 15%, y el impuesto sobre el patrimonio se
suprimió por completo.
Algunos de estos recortes fiscales se revocaron durante el mandato del presidente
Barack Obama, pero la cuestión es que la gran campaña de reducción de la presión
fiscal de la época de Bush consistió principalmente en bajar los impuestos que gravaban
los rendimientos del capital. Y cuando los republicanos reconquistaron una de las
cámaras del Congreso, inmediatamente presentaron un plan -la “hoja de ruta” del
representante Paul Ryan- que instaba a la eliminación de los impuestos sobre los
intereses, los dividendos, las plusvalías y las propiedades inmobiliarias. Según ese plan,
alguien que viviese únicamente de las rentas no tendría que pagar ningún impuesto
federal.
Esta parcialidad de la política en favor de los ricos se ha visto reflejada en una
parcialidad de la retórica; a menudo, los republicanos parecen tan concentrados en
elogiar a los “creadores de empleo” que se olvidan de mencionar a los trabajadores
estadounidenses. En 2012, el representante Eric Cantor, líder de la mayoría republicana
de la Cámara de Representantes, estuvo en boca de todos por conmemorar el Día del
Trabajo con una publicación en Twitter que ensalzaba a los empresarios. Y más
recientemente, Cantor les recordó a los asistentes a una concentración del Partido
Republicano que la mayoría de los estadounidenses trabajan para otros, lo que
explicaba, al menos en parte, por qué tenían tan poco éxito los intentos de poner de
relieve el supuesto menosprecio de Obama hacia los empresarios. (Otra explicación es
que Obama no ha hecho tal cosa).
De hecho, no es solo que la mayoría de los estadounidenses no posea una empresa,
sino que los ingresos de las empresas y los rendimientos del capital están cada vez
más concentrados en manos de unos pocos. En 1979, el 1% de las familias más
ricas representaba el 17% de los ingresos empresariales; en 2007, el mismo grupo
obtenía el 43% de los ingresos empresariales y el 75% de las plusvalías. Pero este
pequeño grupo de élite recibe todo el cariño del Partido Republicano y la mayor parte
de su atención política.
¿Por qué está pasando esto? Bueno, tengan en cuenta que los hermanos Koch se
encuentran entre los 10 estadounidenses más ricos, al igual que los cuatro herederos de
Wal-Mart. Las grandes fortunas sirven para comprar una gran influencia política, y no
solo mediante contribuciones a las campañas. Muchos conservadores viven dentro de
una burbuja intelectual de comités de expertos y medios de comunicación cautivos que,
en última instancia, está financiada por unos cuantos megadonantes. No es de extrañar
que quienes están dentro de la burbuja tiendan a dar por hecho, instintivamente, que lo
que es bueno para los oligarcas es bueno para Estados Unidos.
Como ya he insinuado, las consecuencias pueden parecer cómicas a veces. Lo que sí
hay que recordar, sin embargo, es que la gente de dentro de la burbuja tiene mucho
poder, y lo emplea para defender a sus patrocinadores. Y la deriva hacia la oligarquía
continúa.
(Paul Krugman es profesor de Economía de Princeton y premio Nobel 2008 - © 2014
New York Times Service)
- ¿Qué pasó con los superricos de 1987? (Vozpópuli - 3/4/14)
(Por Juan Ramón Rallo)
Son muchos quienes tienen una visión estática de la riqueza y caen en el error de
considerar que, cuando una persona se convierte en rico, él y sus herederos serán ricos y cada vez más ricos- para siempre. Sin ir más lejos, el economista de moda, Thomas
Piketty, trata de demostrar en su deliciosamente equivocada obra, Capital en el siglo 21,
que es muy probable que exista una tendencia dentro del capitalismo a que la
rentabilidad del capital se sitúe por encima de la tasa de crecimiento de la economía, de
manera que la clase capitalista irá acumulando cada vez una porción creciente de la
renta nacional, agravando las desigualdades sociales.
Todavía peor: Piketty también ve probable que los más ricos dentro de la clase
capitalista tengan mayores facilidades para obtener una tasa de retorno superior a la de
los capitalistas de menor dimensión, con lo que el curso natural dentro del capitalismo
será a que los superricos (y sus herederos) se queden con porciones crecientes de la
riqueza total. Con tal de demostrar su punto, Piketty echa mano de la revista de
billonarios elaborada anualmente por Forbes: si uno agrega la riqueza de la
cienmillonésima parte de la población mundial adulta en 1987 (las 30 personas más
ricas del mundo) y la compara con la riqueza de la cienmillonésima parte de la
población mundial adulta en 2010 (las 45 personas más ricas del mundo), llegará a la
conclusión de que ésta ha crecido a una tasa media real del 6,8% (descontando ya la
inflación): el triple que el crecimiento anual medio del conjunto de la riqueza mundial
(2,1%).
Los superricos, pues, son cada vez más superricos según Piketty, y no porque se lo
merezcan merced a su exitosa gestión empresarial, sino simplemente por haber
acumulado una enorme cantidad de riqueza capaz de autorreproducirse en modo de
piloto automático. Tal como dice Piketty: “Una de las lecciones más impactantes del
ranking de Forbes es que, superado un cierto umbral de riqueza, todas las grandes
fortunas, hayan tenido su origen en la herencia o en la empresa, crecen a tasas
extremadamente elevadas, con independencia de si su propietario trabaja o no trabaja”.
Sin embargo, Piketty da un salto lógico inadmisible: que la riqueza del estrato más rico
de la sociedad haya crecido a una tasa de retorno anual media del 6,8% entre 1987 y
2010 no significa que las personas ricas de 1987 sean las mismas que las de 2010. Por
ejemplo, si el sujeto A es en 1987 la persona más rica del mundo con 20.000 millones
de dólares, podría suceder que en 2010 esa persona A se haya arruinado por completo y
que otro sujeto B sea, en ese momento, la persona más rica del mundo con 40.000
millones. ¿Concluiríamos a partir de ese hecho que la conservación y acrecentamiento
de la riqueza es un proceso simple y automático que no requiere de ninguna destreza
personal por parte del propietario? Evidentemente no.
Por suerte, no hay necesidad alguna de lanzar hipótesis teóricas sobre el crecimiento de
la riqueza de los superricos entre 1987 y la actualidad ya que podemos, simplemente,
estudiar qué ha sucedido con los superricos de 1987. ¿Su riqueza ha crecido desde
entonces a un 6,8% anual, como afirma Piketty, o se ha estancado e incluso retrocedido,
habiendo sido desplazados por otros creadores de riqueza?
Los diez hombres más ricos del mundo en 1987
En 1987, la revista Forbes comenzó a elaborar su lista de billonarios. Si le echa un
vistazo casi tres décadas después, probablemente se sorprenda de no conocer a casi
nadie. Y no, la razón esencial no es que muchos de ellos ya hayan muerto, sino que
prácticamente todos ellos han visto mermar su patrimonio de un modo muy
considerable.
Comencemos por el hombre más rico del mundo en 1987: el japonés Yoshiaki
Tsutsumi, con una fortuna estimada de 20.000 millones dólares. La última vez que
apareció en la lista de Forbes fue en el año 2006 y su riqueza se había hundido a 1.200
millones de dólares, que descontando la inflación equivalían a 678 millones. Desde
entonces su fortuna ha seguido en declive y ya ni siquiera figura en la lista de Forbes.
Pero, tomando como referencia el último valor conocido (678 millones de poder
adquisitivo similar al de 1987), tendríamos que su riqueza se habría hundido un 96%
desde 1987: según Piketty, debería haberse multiplicado por seis.
Sigamos con otro japonés, Taikichiro Mori, el segundo hombre más rico del mundo en
1987. En aquel entonces amasaba una fortuna de 15.000 millones que le llevaron a
convertirse en 1991 en el hombre más rico del mundo, superando a Tsutsumi.
Taikichiro Mori falleció en 1993 y legó su fortuna a dos sus dos hijos: Minoru Mori y
Akira Mori. El patrimonio combinado de ambos a día de hoy es de 6.300 millones de
dólares, equivalentes a 3.075 millones de dólares de 1987: un hundimiento del 80% de
su riqueza.
No he sido capaz de encontrar datos referidos a la fortuna actual de los hombres (o de
sus herederos) que ocupaban el tercer y cuarto puesto de la lista, Shigeru Kobayashi y
Haruhiko Yoshimoto, con unas fortunas de 7.500 y 7.000 millones de dólares
respectivamente. Pero el hecho de que estuvieran plenamente invertidos en el sector
inmobiliario japonés en 1987 y que apenas exista rastro alguno de ellos (o de sus
familias) por internet, parece sugerir que no habrán seguido mucha mejor suerte que
Tsutsumi y Mori.
El quinto lugar de la lista lo ocupaba en 1987 Salim Ahmed Bin Mahfouz, cambista
profesional y creador del mayor banco de Arabia Saudí (National Commercial Bank of
Arabia Saudi). En aquel entonces gozaba de una fortuna de 6.200 millones de dólares.
En 2009 falleció su heredero, Khalid bin Mahfouz, con una riqueza de 3.200 millones,
equivalentes a 1.700 millones de 1987; esto es, un empobrecimiento del 72,5%.
En el sexto puesto nos encontrábamos con los hermanos Hans y Gad Rausing, dueños
de la multinacional sueca Tetra Pak: entre los dos contaban con un patrimonio de 6.000
millones de dólares. En la actualidad, Hans Rausing, de 92 años de edad, posee un
patrimonio de 12.000 millones de dólares (y ocupa el puesto 92 entre los más ricos del
mundo); Gad murió en el año 2000, pero se estima que sus herederos amasan una
fortuna de 13.000 millones de dólares. En total, pues, han pasado de 6.000 millones de
dólares a 25.000. Eliminando la inflación, empero, sucede que el enriquecimiento ha
sido bastante menor: de 6.000 millones a 12.200, lo que equivale a una tasa de
rentabilidad media anual del 2,7%. Muy alejada del 6,8% que sugería Piketty.
En el séptimo lugar estaba un trío de hermanos: los hermanos Reichmann, propietarios
de Olympia and York, uno de los mayores promotores inmobiliarios del mundo. Su
riqueza también se estimaba en 6.000 millones de dólares, pero cinco años después
protagonizaron una de las bancarrotas más sonadas de la historia, lo que dejó reducido
su patrimonio a 100 millones de dólares. Uno de los hermanos, Paul, consiguió
recuperarse de las cenizas y hoy la riqueza de sus herederos se estima en unos 2.000
millones de dólares, equivalentes a 975 millones de 1987: es decir, unas pérdidas del
84%.
El octavo escalón estaba tomado por otro japonés, Yohachiro Iwasaki, con una fortuna
de 5.600 millones. Su heredero, Fukuzo Iwasaki, murió en 2012 con un patrimonio de
5.700 millones, equivalentes a 2.800 millones de 1987: es decir, unas pérdidas
patrimoniales del 50%.
Mucha mejor suerte corrió el noveno hombre más rico del mundo de 1987: el
canadiense Kenneth Roy Thomson, propietario de Thomson Corporation (hoy parte
del grupo Thomson Reuters). En aquel momento disfrutaba de un patrimonio de 5.400
millones de dólares y, cuando murió en 2006, había conseguido incrementarlo hasta
17.900 millones, equivalentes a 9.300 millones de 1987. En este caso, su tasa de retorno
media anual ascendió al 2,9%: de nuevo, muy alejada del 6,8% certificada por Piketty.
Por último, nos encontrábamos con Keizo Saji, con un patrimonio de 4.000 millones de
dólares. Saji murió en 1999 con una fortuna de 6.700 millones de dólares, lo que
descontando la inflación del período los habría dejado en 4.600 millones: esto es, una
tasa de retorno media anual del 1,1%.
La muy complicada conservación del capital
En contra de lo que muchos suelen imaginar y de lo que Thomas Piketty pretende
demostrar, no es nada sencillo conservar tu patrimonio en una economía de mercado:
éste siempre se halla al albur de las cambiantes preferencias de los consumidores, de la
aparición de nuevos competidores que puedan terminar desplazándote o del posible
recalentamiento (y ulterior colapso) del precio de los activos. Es falso que exista un
umbral a partir del cual la acumulación de capital opere de un modo cuasi-automático.
Al contrario, cuanto mayor sea el patrimonio personal de un individuo más complicado
le resulta rentabilizarlo: las oportunidades para reinvertir a altas tasas de retorno todo su
capital son muy escasas a menos que se quiera dar el salto a otros mercados en los que
normalmente no se tiene ninguna ventaja competitiva. Las mismas razones que llevan a
un Estado grande a ser un pésimo gestor de capitales sirven para explicar por qué los
billonarios se van quedando sin ideas y facultades para gestionar su fortuna… hasta el
punto de que no son capaces de reinventarse continuamente y terminan viendo sus
haciendas diezmadas. No en vano, la sabiduría popular a este respecto vale más que las
elucubraciones de muchos economistas miopes: from shirtsleeves to shirtsleeves in
three generations. Hoy, de hecho, ni siquiera se necesitan tres generaciones, bastan tres
décadas para perderlo casi todo.
En 2013, los apellidos Tsutsumi, Mori, Reichmann, Iwasaki o Saji son casi irrelevantes.
Asimismo, en 1987, muchos de los hombres más ricos del mundo a día de hoy -Bill
Gates, Amancio Ortega, Larry Ellison, Jeff Bezos, Larry Page, Sergey Brin o
Mark Zuckerberg- o estaban trabajando en un garaje, o estudiando en bachillerato, o
jugando en el jardín de infancia. Veremos cuántos de ellos siguen en la lista dentro de
tres décadas y qué otros geniales creadores de riqueza habrán entrado en ella.
(Juan Ramón Rallo es doctor en Economía y licenciado en Derecho. Actualmente ejerce
de director del Instituto Juan de Mariana y de profesor en la Universidad Rey Juan
Carlos de Madrid y en los centros de estudios OMMA e Isead. Asimismo, es analista
económico de esRadio y autor de diversos libros)
- The Future of Economic Progress (Project Syndicate - 15/4/14)
Washington, DC.- Slowly but surely, the debate about the nature of economic growth is
entering a new phase. The emerging questions are sufficiently different from those of
recent decades that one can sense a shift in the conceptual framework that will structure
the discussion of economic progress -and economic policy- from now on.
The first question, concerning the potential pace of future economic growth, has given
rise to serious disagreement among economists. Robert Gordon of Northwestern
University, for example, believes that the US economy will be lucky to achieve 0.5%
annual per capita growth in the medium term. Others, perhaps most carefully Dani
Rodrik, have developed a version of growth pessimism for the emerging economies.
The key premise, common to many of these leading analysts, is that technological
progress will slow, including the catch-up gains that are most relevant for emerging and
developing countries.
On the opposite side are the “new technologists”. They argue that we are at the
beginning of a fourth industrial revolution, characterized by truly “intelligent machines”
that will become almost perfect substitutes for low- and medium-skill labor. These
“robots” (some in the form of software), as well as the “Internet of things,” will usher in
huge new productivity increases in areas such as energy efficiency, transport (for
example, self-driving vehicles), medical care, and customization of mass production,
thanks to 3D printing.
Second, there is the question of income distribution. In his instantly famous book,
Thomas Piketty argues that fundamental economic forces are fueling a persistent rise in
profits as a share of total income, with the rate of return on capital constantly higher
than the rate of economic growth. Moreover, many have observed that if capital is
becoming a close substitute for all but very highly skilled labor, while education
systems need long adjustment times to supply the new skills in large quantities, much
greater wage differentials between highly skilled and all other labor will cause
inequality to worsen.
Perhaps the US economy in ten years will be one in which the top 5% -large capital
owners, very highly skilled wage earners, and global winner-take-all performers- get
50% of national income (the percentage is not far below 40% today). Though national
circumstances still differ greatly, the fundamental economic trends are global. Are they
politically sustainable?
The third question concerns the employment effects of further automation. As was true
in previous industrial revolutions, human beings may be freed from much “tedious”
work. There will be no need for cashiers, call operators, and toll collectors, for example,
and less need for accountants, travel or financial advisers, drivers, and many others.
If the “technologists” are half-right, GDP will be much higher. So why should we not
rejoice at the prospect of a 25- or 30-hour workweek and two months of annual leave,
with intelligent machines taking up the slack?
Why, with all this new technology and imminent productivity increases, do so many
continue to argue that everyone has to work more and retire much later in life if
economies are to remain competitive? Or is it just the highly skilled who have to work
harder and longer, because there are not enough of them? In that case, perhaps older
workers should retire sooner to make room for the young, who have skills more
appropriate to the new century. If such a shift were to increase overall GDP, fiscal
transfers could pay for early retirement, while retirement itself could become a flexible
and gradual process.
Finally, there is the question of climate change and possible natural-resource
constraints, issues that have become more familiar over the last decade. Will these
factors impede long-term growth, or can a transition to a clean-energy economy fuel
another technological revolution that actually increases prosperity?
As these questions move to the top of the policy agenda, it is becoming clearer that the
traditional focus on growth, defined as an increase in aggregate GDP and calculated
using national accounts invented a century ago, is less and less useful.
The nature and measurement of economic progress should involve a new social contract
that allows societies to manage the power of technology so that it serves all citizens.
Working, learning, enjoying leisure, and being healthy and “productive” should be part
of a continuum in our lives, and policies should be explicitly aimed at what facilitates
this continuum and increases measured wellbeing.
The trends underpinning widening inequality will have to be counteracted using many
policy instruments, with tax regimes and life-long, inclusive, and affordable education
and health care at the center of the effort to ensure equity and social mobility. Though
the quality of human lives can still be greatly improved, even in the advanced countries,
focusing on aggregate GDP will be less helpful in achieving this goal.
The questions surrounding future economic growth are becoming clearer. But we are
only at the start of the process of creating the new conceptual framework needed to
enable national and global policies to advance the cause of human progress.
(Kemal Derviş, former Minister of Economic Affairs of Turkey and former
Administrator for the United Nations Development Program (UNDP), is a vice
president of the Brookings Institution)
- La economía de tecnología avanzada y de proximidad (Project Syndicate - 15/4/14)
Londres.- Un informe reciente ha revelado que el patrimonio de las cinco familias más
ricas de Gran Bretaña es mayor que el del 20 por ciento de las más pobres del país
combinadas. Parte de la riqueza procede de nuevas empresas, pero dos de ellas están
encabezadas por un duque y un conde cuyos antepasados eran propietarios de los
campos por los que se extendió Londres en el siglo XIX.
La riqueza debida al terreno urbano no es un fenómeno exclusivo de Londres. Como
muestra el reciente libro de Thomas Piketty El capital en el siglo XXI, en todas las
economías avanzadas la riqueza acumulada ha aumentado rápidamente en comparación
con los ingresos a lo largo de los 40 últimos años. En muchos países, la mayoría de esa
riqueza -y la parte del león del aumento- corresponde a la propiedad inmobiliaria de
viviendas y locales comerciales y la mayor parte de dicha riqueza no radica en el valor
de los edificios, sino en el del terreno urbano sobre el que se encuentran.
Podría parecer extraño. Aunque vivimos en el mundo virtual de tecnología avanzada de
la red Internet, el valor de la cosa más física -el terreno- no cesa de aumentar, pero no
hay contradicción: el precio del terreno aumenta por los rápidos avances tecnológicos.
En una época de tecnología de la información y la comunicación (TIC), es inevitable
que valoremos lo que una economía con gran densidad de TIC no puede crear.
La TIC ya ha brindado nuevos productos y servicios notables, pero, como Erik
Brynjolfsson y Andrew McAfee, del MIT, sostienen convincentemente en su reciente
libro La segunda era de las máquinas, los cambios en verdad espectaculares aún están
por llegar, pues los robots y los programas informáticos van a eliminar un número
enorme de puestos de trabajo.
Una consecuencia es el sorprendente fenómeno de una enorme creación de riqueza con
muy poca aportación laboral. El patrimonio neto de Facebook está valorado en 170.000
millones de dólares, pero sólo da trabajo a 6.000 personas. La inversión que hizo falta
para crear el programa informático que lo administra no representó más de unos 5.000
años-hombre de ingeniería informática.
Esa notable tecnología ha contribuido a aportar ingresos medios en aumento y seguirá
haciéndolo, pero la distribución de esa abundancia ha sido muy desigual. La parte del
león del crecimiento ha ido destinada a la mitad superior, el diez por ciento superior o
incluso el uno por ciento superior de la población.
Sin embargo, a medida que los más acomodados se hacen más ricos, gran parte de sus
ingresos en aumento no se gastarán en servicios y bienes con gran densidad de TIC.
Hay un límite para el número de iPads y teléfonos inteligentes que se pueden necesitar y
su precio no cesa de bajar.
En cambio, un porcentaje cada vez mayor del gasto de consumo va dedicado a la
compra de bienes y servicios con grandes valores subjetivos de moda, diseño y marca y
a competir por la propiedad de bienes inmuebles de determinada localización, pero, si el
terreno en el que se encuentran las casas y los apartamentos deseados no abunda, la
consecuencia inevitable es el aumento de los precios.
Así, pues, el valor del terreno urbano está aumentando -en Londres, Nueva York,
Shanghái y muchas otras ciudades- en parte por la demanda de los consumidores, pero
también su valor en aumento hace de él una clase de activos atractivos para los
inversores, porque se esperan más aumentos de precios. Además, los rendimientos de la
propiedad inmobiliaria han aumentado enormemente con la espectacular reducción de
los tipos de interés a lo largo de los 25 últimos años, que ya había avanzado mucho
incluso antes de la crisis financiera de 2008.
La causa de esos bajos tipos de interés es objeto de debate, pero un factor probable es la
reducción del costo de la inversión comercial en “máquinas” informáticas. Si se puede
construir una empresa que llegue a contar con un patrimonio de 170.000 millones de
dólares con tan sólo 5.000 años-hombre de ingeniería informática, no se necesita pedir
demasiado dinero prestado.
El hecho de que la tecnología sea tan potente no sólo hace que el terreno físico sea más
valioso, sino también que el aumento futuro del empleo vaya a concentrarse en los
puestos de trabajo que no se pueden automatizar, en particular los servicios, que se
deben prestar físicamente. La Oficina de Estadísticas del Trabajo de los Estados Unidos
prevé que entre las categorías profesionales que aumentarán más rápidamente en los
diez próximos años figurarán “las profesiones de apoyo en materia de atención de
salud” (auxiliares de enfermería, celadores y asistentes) y “trabajadores encargados de
preparar y servir alimentos”, es decir, puestos de trabajo con salarios abrumadoramente
bajos.
En resumen, la TIC crea una economía que es a un tiempo de tecnología compleja y de
proximidad; un mundo de robots y aplicaciones, pero también de moda, diseño, terreno
y servicios presenciales. La economía es el resultado de nuestra notable capacidad para
resolver el problema de la producción y acabar -gracias a la automatización- con la
continua necesidad de mano de obra.
Pero es una economía que probablemente padecerá dos efectos secundarios adversos.
En primer lugar, puede ser inherentemente inestable, porque cuanto más radique esa
riqueza en la propiedad inmobiliaria, más apalancamiento aportará el sistema financiero
para apoyar la especulación inmobiliaria, que ha sido la causa principal de las peores
crisis financieras del mundo. Para mantener alejado ese peligro, hacen falta cambios
importantes en la política monetaria y financiera y de mayor alcance que los
introducidos como reacción ante la crisis de 2008.
En segundo lugar, a no ser que formulemos deliberadamente políticas que fomenten y
sostengan el crecimiento no excluyente, una sociedad muy desigual resulta virtualmente
inevitable, pues los valores del terreno y la riqueza en aumento intensifican los efectos
de la desigual distribución de los ingresos que la TIC produce directamente. De hecho,
la economía moderna puede asemejarse a la del siglo XVIII, cuando las tierras que
poseían el Duque de Westminster y el Conde de Cadogan eran aún simples campos al
oeste de Londres, más que a las sociedades de clases medias en las que se crio la
mayoría de los ciudadanos de los países desarrollados.
(Adair Turner, former Chairman of the United Kingdom’s Financial Services Authority,
is a member of the UK’s Financial Policy Committee and the House of Lords)
- El Capital en el siglo XXI (Fedea - 22/4/14)
(Por Manuel Bagues)
Desde la reciente traducción al inglés de su libro Le capital au XXIe siècle, el
economista francés Thomas Piketty está alcanzado el estatus de estrella de rock en los
medios de comunicación. Y esto es una gran noticia porque, como bien dice Piketty, la
ciencia económica (y las demás ciencias sociales) son demasiado importantes como
para dejarlas únicamente en manos de los académicos. No es fácil añadir mucho más a
todo lo que se ha dicho al respecto en estas últimas semanas (FT, NYTimes, Economist,
Krugman y un largo etc.), pero por si acaso aún queda alguien que no haya leído este
magnífico libro, que no haya seguido en directo el debate entre Piketty, Krugman,
Stiglitz y Durlauf, o que le dé pereza leer las diapositivas de alguna de sus múltiples
presentaciones, quizás merezca la pena recordar algunas de sus principales tesis.
El libro de Piketty reúne los resultados de muchos años de trabajo y de numerosos
artículos académicos. Piketty, tras completar a los 22 años una brillante tesis en teoría
económica, fue contratado por el MIT. Sin embargo, al cabo de dos años decidió
regresar a Europa y hacer algo que a los economistas nos suele dar mucha pereza:
recoger datos. Como explica en una reciente entrevista, aunque tenía mucho éxito con
sus artículos de teoría económica y publicaba en las mejores revistas, pensó que era
imprescindible disponer de datos históricos adecuados sobre renta y
riqueza. Conjuntamente con varios co-autores, durante los últimos 15 años se ha
dedicado a recopilar incansablemente información detallada acerca de la evolución
histórica de la distribución de la renta y la riqueza en 20 países Piketty llega a la
conclusión de que el “capitalismo” es un gran sistema en términos de su capacidad para
crear riqueza pero, advierte, no corrige automáticamente los aumentos en la
desigualdad. En su opinión, no debemos dejarnos engañar por el descenso en la
desigualdad experimentado por Europa Occidental y Estados Unidos después de la
segunda guerra mundial. Este se debería a una combinación de eventos extraordinarios:
la voluntad política de introducir un sistema impositivo muy progresivo, la destrucción
de capital causada por la guerra y unas décadas de crecimiento económico excepcional.
En el futuro, en ausencia de políticas impositivas suficientemente agresivas, Piketty
pronostica un aumento de la desigualdad que podría volver a alcanzar los niveles del
siglo XIX.
Piketty comienza su argumento discutiendo la importancia del capital en la economía.
El ratio entre el valor del capital y la renta nacional no es constante a lo largo del
tiempo. La evolución histórica de este ratio depende de la tasa (neta) de ahorro y la tasa
de crecimiento de la economía (crecimiento de la productividad más crecimiento
demográfico). Cuanto más bajo sea el crecimiento económico, a igual tasa de ahorro,
mayor peso tendrá el capital. A mediados del siglo XIX en Europa Occidental el valor
del capital equivalía a siete años de producción. En menos de 100 años este ratio había
bajado a dos años, en gran parte debido al efecto destructor de las dos guerras mundiales
y al fuerte crecimiento económico. Sin embargo, en las últimas décadas el crecimiento
económico se ha ralentizado y el valor del capital ha vuelto a aumentar hasta situarse en
torno al 500-600%.
A su vez, un aumento del peso del capital en la economía podría conllevar un aumento
del peso de las rentas del capital. La clave está en la elasticidad de sustitución entre
capital y trabajo, es decir, en cómo de fácil es sustituir el capital por el trabajo. Si la
elasticidad es superior a uno, quizás gracias a las nuevas tecnologías que facilitan la
sustitución de la mano de obra por máquinas, la cantidad de capital en la economía
podría crecer a un ritmo mayor de lo que disminuye la productividad marginal del
capital, de forma que el peso de las rentas del capital en la economía aumente. Según
Piketty, esto es precisamente lo que ha ocurrido en las economías occidentales desde los
años 70.
Las rentas del capital tienden a estar mucho menos repartidas que las rentas del trabajo,
por lo que estas variaciones tienen un efecto directo sobre el grado de desigualdad de
una sociedad. La concentración de la riqueza alcanzó niveles muy elevados en Europa
en los siglos XVIII y XIX. El 10% de la población poseía el 80-90% de la riqueza total.
La desigualdad comienza a descender a partir de la primera y de la segunda guerra
mundial, cuando se produce una masiva destrucción del capital acumulado, un fuerte
crecimiento económico y un aumento de los impuestos a los más ricos. Por el contrario,
en los últimos años la desigualdad ha comenzado de nuevo a aumentar, pero sigue
siendo muy inferior a los dramáticos niveles que se alcanzaron en el siglo XIX.
Piketty señala que en el futuro la evolución de la desigualdad dependerá de cómo
evolucione la tasa de retorno del capital (neta de impuestos) y del crecimiento de la
economía (productividad más crecimiento demográfico). Históricamente la tasa de
retorno del capital ha sido superior al crecimiento económico (Gráfica 10.9). Sin
embargo, durante gran parte del siglo XX, la combinación de un fuerte crecimiento
económico y un sistema impositivo muy progresivo consiguió reducir la tasa de retorno
del capital, neta de impuestos, por debajo de la tasa de crecimiento (Gráfica 10.10).
En las últimas décadas la tasa (neta) de retorno del capital ha superado de nuevo a la
tasa de crecimiento. La competencia internacional para atraer capitales ha reducido la
presión impositiva y, al mismo tiempo, las tasas de crecimiento parecen estar
ralentizándose, tanto en términos de productividad como en términos demográficos.
Según Piketty, si no hacemos nada por evitarlo, en el siglo XXI la desigualdad seguirá
aumentando y podría volver a situarse en los niveles del siglo XIX, con el regreso a lo
que denomina el “capitalismo patrimonial”, en el que las grandes fortunas son el
resultado de las herencias. Las predicciones de Piketty deberían preocuparnos
especialmente en países como España, donde se combina un panorama demográfico
desolador con unas perspectivas de crecimiento muy poco halagüeñas.
Pero Piketty no es determinista. Al contrario, opina que el futuro depende tanto de
la economía como de la política y de las medidas fiscales que las sociedades
adopten. La solución preferida de Piketty, un tanto utópica, sería la introducción
de un impuesto a la riqueza a escala mundial. Si todos los gobiernos
intercambiasen automáticamente la información bancaria, sería posible gravar a
las grandes fortunas y transferir estas rentas al resto de la sociedad.
Una de las principales controversias del libro está relacionada con el papel
inequívocamente negativo que Piketty asigna a la desigualdad. Un cierto nivel de
desigualdad puede contribuir a fomentar la innovación y el crecimiento económico. La
introducción de tasas impositivas marginales del 80% a la riqueza y a la renta, tal y
como propone Piketty, podrían tener un efecto negativo sobre la actividad económica.
Sin embargo, Piketty insiste en que un nivel de desigualdad demasiado elevado
corrompería el funcionamiento de la democracia y cercenaría la igualdad de
oportunidades. Otros puntos objeto de debate son el papel del capital humano o la
posibilidad de que la tasa de retorno del capital pueda mantenerse a los mismos niveles
en un contexto de bajo crecimiento de la productividad y de la población.
Durante muchos años las discusiones académicas sobre desigualdad habían estado
centradas en el incremento en la desigualdad de la rentas del trabajo, atribuible en parte
al cambio tecnológico sesgado en favor de los trabajadores más hábiles. El trabajo de
Piketty pone de relieve el papel fundamental que sigue teniendo en el siglo XXI la
distribución de las rentas del capital como determinante de la desigualdad.
- The Oligarchy Fallacy (Project Syndicate - 22/4/14)
Cambridge.- Income inequality has received a lot of attention lately, particularly in two
arenas where it previously received little: American public debate and the International
Monetary Fund. A major reason is concern in the United States that income inequality
has returned to Gilded Age extremes; but inequality has increased in many other parts
of the world as well, and remains high in Latin America.
What have we learned so far? Perhaps what is most interesting about the current
discussion is that much of the focus has been on the consequences of inequality beyond
its adverse effect on the welfare of the poor.
One such avenue of debate starts from the hypothesis that inequality is bad for overall
economic growth. Another begins with the view that inequality leads to volatility and
instability. Did inequality cause, for example, the subprime mortgage crisis of 2007 and
hence the global financial crisis of 2008?
A third proposition is that inequality translates into envy and unhappiness: someone
who would have been happy at a given income is unhappy if he discovers that others are
getting more. A persuasive version of this claim holds that top executives demand and
receive outlandish compensation not because they value the money so much, but
because they compete with each other for status.
A fourth concern appears to trump even the first three. It is the fear that, because there is
so much money in politics, the rich succeed in persuading governments to adopt
policies that favor them as a class. Whereas the first three sources of concern are
amenable to self-correction, at least in a democracy, the concentration of economic and
political power in an oligarchy is self-reinforcing. In the US, recent Supreme Court
decisions regarding campaign contributions suggest that the influence of money in
politics will only grow.
But pursuing the anti-oligarchy argument is not the best way to reduce inequality.
Rather, we should work from the premise that poverty in particular, and inequality in
general, is simply undesirable. Even in the US, most voters care about inequality, and
even among the top 1%, approximately two-thirds believe that income differences are
too large and support progressive taxation. Most Americans believe in helping the less
fortunate, provided that it can be accomplished without undermining economic
efficiency through excessive government intervention or distortion of incentives.
The problem is that, despite their economic self-interest, voters often elect, and reelect,
politicians who enact laws that are inconsistent with such goals. Ten years ago, for
example, America’s elected leaders somehow hoodwinked the median US voter -who is
most likely to leave little to his or her heirs- into believing that it was necessary to
eliminate taxes on $ 5 million estates in order to protect small family-owned farms.
In other words, the problem is not that the median voter is unwilling to trade off growth
in exchange for more equality. The problem is that the political process produces
outcomes that deliver both less growth and less equality.
For the US, the most sensible measures include expansion of the Earned Income Tax
Credit (EITC), elimination of payroll taxes for low-income workers, a cut in deductions
for high-income taxpayers, and restoration of higher inheritance taxes. These are
policies that reduce inequality efficiently, at relatively low cost to aggregate income.
Other policies -including universal pre-school education and universal health care- may
even promote overall economic growth while reducing inequality, especially if they are
financed by efficiency-enhancing measures such as the elimination of fossil-fuel
subsidies (and, preferably, their replacement with a tax).
Meanwhile, many government programs that are billed as ways to improve income
distribution benefit the poor relatively little and impair economic efficiency. The
original rationale for agricultural subsidies was largely to help small farmers, but the
main beneficiary has long been agribusiness. Mortgage subsidies contributed to the
subprime loan crisis, without even primarily helping lower-income families. And yet
many Americans are persuaded to support such policies, not because it is in their
interest, but because they do not understand the economics.
Other countries have similar programs that are sold as pro-equality but are inefficient or
even undermine their stated goal. In developing countries, distortionary measures that
tax, subsidize, or regulate food and energy prices tend to be poor tools for improving
income distribution, and frequently have the opposite effect. Of the more than $ 400
billion that countries spend on fossil fuel subsidies each year, for example, far less than
20% of the benefits go to the poorest 20% of the population. A disproportionately small
share of social spending goes to the poorest 40%. Conditional cash transfers, on the
other hand, have proven highly effective; they reach the poor while promoting
education and health.
The anti-oligarchy argument claim is that the rich have too much money, which they
use to elect politicians who will enact laws that favor their interests. But it seems better
to argue about the best policies to improve income distribution efficiently, and to point
out which politicians support them. “Yes” to the EITC and pre-school education; “no”
to subsidies for oil, agriculture, and mortgage debt.
The alternative to such engagement is a very roundabout strategy that would achieve
more enlightened policies by weakening the ability of the rich to buy votes. However
important that goal may be, attaining it requires reducing the share of income that goes
to the rich by addressing inequality, which requires pursuing pro-equality policies, like
the EITC and pre-school education. Is complaining about oligarchy really a more
effective strategy for achieving these policies than arguing the case for them directly?
(Jeffrey Frankel, a professor at Harvard University's Kennedy School of Government,
previously served as a member of President Bill Clinton’s Council of Economic
Advisers. He directs the Program in International Finance and Macroeconomics at the
US National Bureau of Economic Research)
- El capital 2.0: La desigualdad, al centro del debate (El País - 27/4/14)
Piketty prevé la vuelta de los “rentistas” de Balzac o Austen en el futuro y una
desigualdad creciente
(Por Luis Garicano)
En las últimas décadas, ningún libro “serio” de economía ha disfrutado del enorme
impacto que está teniendo el reciente libro del economista francés Thomas Piketty Le
capital au XXIe siècle. Su publicación en inglés en Estados Unidos ha puesto a un libro
denso, de alto contenido teórico y con nada menos que 600 páginas en el número uno de
ventas en Amazon, y ha convertido a su autor en una “estrella de rock”, de acuerdo con
The New York Times.
Hasta este libro, el economista francés Thomas Piketty era conocido por su
investigación sobre la desigualdad salarial realizada con el también economista francés
Emanuel Saez. Su trabajo ha mostrado hasta qué punto, en Estados Unidos, los frutos
del crecimiento se concentraban en el 1% más rico de la población.
Pues bien, en Capital en el siglo XXI, Piketty extiende el análisis a la desigualdad de la
riqueza. Para hacerlo, ha llevado a cabo, con un amplio equipo de colaboradores, un
profundo trabajo de archivo que incluye todos los datos existentes sobre todas las
formas de riqueza desde hace tres siglos en países que van desde Inglaterra o Francia
hasta EEUU.
Su análisis le lleva a una conclusión pesimista sobre el futuro del capitalismo: veremos
un futuro con crecimiento reducido, dominado por una clase de “rentistas” hereditarios,
como los que figuran en las novelas de Honoré de Balzac o Jane Austen, y con niveles
de desigualdad de riqueza e ingresos crecientes. Veamos por qué.
El argumento parte de una observación conocida desde el trabajo de Solow: la relación
entre riqueza de los países y la renta que generan cada año es estable en el largo plazo, y
está determinada por la relación entre su tasa de ahorro y su tasa de crecimiento
económico. Por ejemplo, en una economía donde la tasa de ahorro es el 10% anual y el
crecimiento es del 2%, la riqueza será cinco veces la renta generada. Si, por ejemplo, la
renta anual es 100 y la riqueza 500, al año siguiente la renta será 102 y la riqueza será
510, y el coeficiente continúa en cinco. Si el crecimiento económico baja (como él
prevé) al 1,5% y la tasa de ahorro continúa en el 10%, la riqueza será en el largo plazo
siete veces la renta.
Y esto ¿por qué importa? Porque supone que la parte del pastel que va a los ricos crece.
La razón es que los rendimientos del capital históricamente han sido, de acuerdo con los
cálculos de Piketty, bastante estables, alrededor de un 5% anual. Por ejemplo, una casa
de medio millón de euros genera en media en el largo plazo un alquiler de 25.000 al
año, o unos 2.000 euros al mes.
Pues bien, si el capital crece con respecto a la renta y el rendimiento del capital es
constante, entonces la parte de la tarta que va a las rentas del capital aumentará. Por
ejemplo, si la riqueza es cinco veces la renta y el rendimiento el 5%, el 25% de la renta
(cinco por 5%) va al capital y el 75% al trabajo. Pero si sube a siete veces la renta,
entonces el 35% va al capital y el 65% al trabajo. Mientras el rendimiento del capital
sea mayor que el crecimiento económico, la parte del pastel que va a los ricos
aumentará. Piketty sugiere que “lo natural” en el capitalismo es volver a la economía de
los herederos y los rentistas, de los grandes patrimonios, que podíamos ver en las
novelas de Jane Austen y de Balzac.
Si esta tendencia a la concentración de riqueza es, como sugiere Piketty, una ley de
hierro del capitalismo, ¿por qué hemos tenido unas décadas en las que el crecimiento ha
beneficiado a todos? ¿Por qué no vivimos en el mundo de Balzac ya? La respuesta de
Piketty, expresada en una preciosa serie de gráficos elaborados con datos originales, es
que las guerras mundiales y la inflación, seguidas por años de elevado crecimiento
económico, destruyeron una enorme proporción de la riqueza existente e igualaron
radicalmente nuestras sociedades. Ahora que estamos en un largo periodo de paz, con
tasas de crecimiento reducidas, la tendencia a la concentración de riqueza vuelve a
imponerse y volvemos a los niveles del siglo XIX.
La incertidumbre clave en el análisis (y su salto al vacío clave) es si será cierto que
permanentemente tendremos tasas de retorno del capital mayor que la tasa de
crecimiento económico como (según él documenta) ha solido suceder en el pasado.
Nada requiere que esto sea así. A medida que el capital crece, los rendimientos
decrecientes habituales en la economía deberían llevar a que también la tasa de
rendimiento del capital caiga, reduciendo los ingresos de los rentistas. O si, al contrario,
el capital sigue siendo tan productivo, ¿por qué debería bajar el crecimiento?
La solución propuesta por Piketty es un impuesto global a la riqueza no sobre los
ingresos, sino sobre la riqueza. Piketty propone que por encima de un millón de euros,
el impuesto sea del 1% de la riqueza, y por encima de cinco millones, el 2%. La razón
por la que debe ser global es clara: los ricos no encontrarán así formas de evadir el
impuesto.
¿Cuál es la relevancia de este análisis para la España actual? En términos de ingresos, la
propia investigación de Piketty (resumida en un artículo con sus coatures del verano de
2013 en el Journal of Economic Perspectives) muestra que la concentración en el 1% no
ha sucedido en España. Tras una fuerte caída de la desigualdad tras la Guerra Civil, el
1% ganaba la misma proporción de la renta en 2011 que en 1960. ¿Y en términos de
riqueza? De nuevo, un trabajo de investigación de los coautores de Piketty en el citado
diario muestra que el 1% no ha incrementado sustancialmente su participación en la
riqueza del país.
Pero esto es lo que ha sucedido hasta la crisis. Tras la crisis sí se han producido muchas
de las cosas que, en un plazo más largo, preocupan a Piketty. En primer lugar, la parte
de la renta que fluye a las rentas del capital, que históricamente se llevaban algo más de
un tercio de la tarta total, ha subido en ocho puntos porcentuales estos años de crisis,
debido a que los beneficios han subido en un cuarto a la vez que los salarios caían. En
segundo lugar, como notaba recientemente Samuel Bentolila en el blog Nada es gratis,
se produce un fuerte aumento del número de hogares por debajo del 60% de la renta
media.
¿Por qué es preocupante la creciente concentración de riqueza? Para mí, la
consecuencia más preocupante que observamos es la desvirtuación de la
democracia: que los ricos “compren los Gobiernos” para asegurarse la
preservación de su riqueza, permitiendo agujeros y exenciones fiscales e incluso la
eliminación de los impuestos que amenazan la acumulación del capital (el impuesto
de sucesiones). La democracia requiere una ciudadanía informada y que pueda
participar y un mínimo de igualdad. Trabajar en esa dirección no requiere solo,
como quiere Piketty, cambios fiscales, sino, de forma mucho más importante y
prioritaria, requiere cambios institucionales que aseguren la participación
ciudadana y una ciudadanía mucho mejor formada.
(Luis Garicano es catedrático de Economía y Estrategia en la London School of
Economics y autor del libro El dilema de España: ser más productivos para vivir mejor)
- Thomas Piketty: el gurú de la desigualdad (El Confidencial - 28/4/14)
(Por Kike Vázquez)
Thomas Piketty (1971), es un economista francés que está revolucionando el
pensamiento actual con su nuevo libro “Capital in the Twenty-First Century”,
publicado recientemente por Harvard University Press (o en su original francés “Le
Capital au XXIe siècle” de Éditions du Seuil). En su opinión el capitalismo es fantástico
por lo bien que asigna los recursos existentes, pero es tremendamente torpe
distribuyendo la renta. Por ello, si no hacemos nada, nos arriesgamos a sufrir su
verdadera cara: la concentración de la riqueza mundial en unas pocas manos.
Tradicionalmente la economía ha considerado la desigualdad un mal necesario. Por una
parte se consideran positivos los incentivos, y que por tanto se permita funcionar la
meritocracia, recibiendo más quien más lo merece. Por la otra siempre ha existido un
gran temor a establecer medidas que corrijan dicha desigualdad, puesto que pueden
resultar dañinas para el crecimiento, incluso más perjudiciales que la propia
enfermedad, o desincentivadoras. Sea por un motivo u otro, ni la desigualdad se
consideraba un problema relevante, ni tampoco contaba con un excesivo respaldo
intelectual. Hasta ahora.
En los últimos meses estamos viviendo un repunte en esta temática sin precedentes,
quizá porque existe la percepción de que es la población menos favorecida quien está
cargando con la mayor parte de la factura de la crisis, no siendo su principal culpable, o
quizá porque cuando nos dicen que un 1% de la población controla el 39% de la riqueza
mundial nos resulta indignante, véase el Occupy Wall Street y su eslogan “We are the
99%”. Piketty puede convertirse en la cara visible de estas reivindicaciones, y puede
darle legitimidad académica al debate tras pasarse más de 20 años estudiando las
desigualdades en la renta y la riqueza, así como por ser considerado uno de los mayores
expertos a nivel mundial en la materia.
Su tesis principal se fundamente en que el retorno neto del capital normalmente es
superior al crecimiento económico, algo que Piketty ilustra como “r > g”, lo que
produce una desigualdad entre aquellos que poseen la riqueza, generalmente distribuida
en pocas manos, y todos los demás. Este fenómeno se consolida a lo largo del tiempo
gracias al interés compuesto, de forma que cada vez el capital o riqueza es mayor en
relación a la renta, lo que mide como “capital to income ratio” o riqueza total entre
renta nacional anual. Siendo dicha relación de unas 7 veces en el Siglo XIX, de 2 veces
tras la II Guerra Mundial y de casi 6 veces en la actualidad.
Nos advierte de que la prosperidad vivida a mediados del siglo pasado no es lo normal,
puesto que se produjo por una serie de factores poco comunes: guerras (destrucción de
capital, reconstrucción, requerimiento de mano de obra…), alto crecimiento económico,
tecnología, aumento población y fuerte carga impositiva a las altas rentas. En la gráfica
de abajo puede observarse que a lo largo de la historia el retorno neto sobre el
capital siempre ha sobrepasado ampliamente el crecimiento económico existente,
salvo en el siglo pasado. Por ello la solución de Piketty es gravar las rentas del
capital hasta que su retorno neto (después de impuestos) agregado se sitúe por
debajo del crecimiento económico.
r>g
Así dicho suena bien, e incluso lógico, pero para lograrlo plantea un impuesto del
80% a las rentas superiores al millón de dólares, del 50-60% por encima de
200.000 dólares, y un impuesto a la riqueza del 10% anual en las mayores fortunas,
o del 20% una única vez en patrimonios altos. Quizá sea por este tipo de propuestas
por las cuales la figura de Piketty está tan polarizada, siendo para unos el nuevo Marx,
y para otros un economista que sin duda pasará a la historia situado al lado de los
grandes.
Todo el mundo alaba su gran trabajo, pero no todo el mundo comparte sus conclusiones.
Y es que Piketty parece ver en el fin de la desigualdad el objetivo a conseguir y no un
simple medio para un objetivo mayor, como podría ser el desarrollo, el progreso, la
felicidad o lo que se decida. En otras palabras, terminar con la desigualdad no nos
llevará por si solo a un mundo mejor, y por tanto éste no puede ser el objetivo
último a alcanzar. Asimismo tan importante es querer reeditar los sucesos positivos del
Siglo XX como reconocer que el capitalismo, con sus vicios y virtudes, ha alcanzado
el mayor crecimiento y bienestar para la población de la historia.
Dicho esto, también hay que señalar que existen cada vez más indicadores que
parecen mostrar que la desigualdad actual es excesiva y que es necesario actuar
contra ella. Véase un reciente artículo del New York Times (“The American Middle
Class Is No Longer the World’s Richest” 22-04-2014) donde se disgrega la renta por
clases sociales, llegando a la conclusión de que la clase media estadounidense es hoy
más pobre, después de impuestos, que la de otros lugares como Canadá, y está
perdiendo posiciones a pasos agigantados con todos los grandes países europeos.
Además, en el caso de la clase baja el resultado es aún peor, claramente superada en la
comparativa.
Estados Unidos está creciendo, es uno de los ejemplos de cómo salir de la crisis, pero su
creciente desigualdad está provocando no solo que la mayor parte de su población esté
peor que la de otros países comparables, sino que además, ajustando los datos por
inflación, su clase media se ha estancado desde el año 2000. ¿Es este un crecimiento
sostenible? ¿Es el modelo un país en donde solo su élite se ha beneficiado
económicamente en los últimos 14 años?
Otro interesante aporte al respecto es el realizado por Amparo Castelló-Climent y
Rafael Doménech (“Human capital and income inequality: Some facts and some
puzzles” 23-04-2014), donde muestran que a pesar de que cada vez somos más
iguales en nuestros conocimientos, ello no ha ayudado a disminuir la desigualdad
en los ingresos. No sé si esto podrá ser achacable a lo que Piketty denomina
“arbitrariedad” de las altas rentas, las cuales a su juicio no estarían justificadas por su
mérito sino por otros factores, pero desde luego da que pensar.
Más contundente es, si cabe, el FMI. En uno de sus últimos trabajos (“Redistribution,
Inequality, and Growth” Febrero 2014) llegan a conclusiones que como mínimo
podemos calificar de impactantes, por ejemplo que la baja desigualdad después de
impuestos está altamente correlacionada con un crecimiento más alto y más
duradero, o que, contrariamente a lo popularmente asumido por los economistas, las
políticas redistributivas no tienen un impacto negativo en el crecimiento salvo en
casos extremos, e incluso en algunos casos pueden ser positivas: tal es el caso del gasto
en sanidad o educación.
Piketty se ha dado a conocer al gran público en el momento justo, puesto que ahora
estamos más preocupados que nunca por esta cuestión, por ello y porque es uno de los
mayores expertos a nivel mundial sobre la distribución de la renta y la riqueza
probablemente pasará a la historia junto con su libro “Capital in the Twenty-First
Century”. No obstante la solución no puede ser eliminar la meritocracia ni dejar de
ver las virtudes del capitalismo aunque, si no ponemos un techo a la creciente
desigualdad, probablemente los problemas irán creciendo hasta provocar medidas que
pueden ser perjudiciales para todos. Tenemos un problema, y necesitamos una,
buena, solución.
- El problema de la derecha con Piketty (Project Syndicate - 30/4/14)
Berkeley.- Hace poco, Kathleen Geier intentó hacer una reseña (publicada en The
Baffler, una revista en Internet) de las críticas conservadoras al nuevo libro de Thomas
Piketty, Capital in the Twenty-First Century (El capital en el siglo XXI). Lo que más
llama la atención es la pobreza del análisis de la derecha de los argumentos de Piketty.
El razonamiento de Piketty es minucioso y complicado, pero hay cinco puntos que se
destacan especialmente:
1. La relación entre la riqueza de una sociedad y la renta anual tiende a crecer (o
decrecer) hasta un nivel igual a la tasa de ahorro neto dividida por la tasa de
crecimiento.
2. El tiempo y el azar llevan inevitablemente a la concentración de la riqueza en manos
de un grupo relativamente pequeño, al que denominaremos “los ricos”.
3. Conforme los beneficios inmediatos de la industrialización van siendo cosechados, la
tasa de crecimiento de la economía tiende a disminuir; al mismo tiempo, la tasa de
ahorro neto aumenta, debido a la reducción de impuestos progresivos, el fin de la
destrucción caótica de la primera mitad del siglo XX y la ausencia de motivaciones
sociológicas suficientes que lleven a los ricos a gastar sus ingresos o su riqueza en vez
de ahorrarlos.
4. Una sociedad donde los ricos poseen un alto grado de influencia económica, política
y sociocultural es en muchos aspectos una sociedad indeseable.
5. En una sociedad donde el cociente entre la riqueza y la renta anual es un múltiplo
muy grande de la tasa de crecimiento, el control de la riqueza se transmite por vía
hereditaria (en lo que Geier denominó “heiristocracy” - “gobierno de los herederos”);
esa sociedad es incluso más indeseable, en muchos aspectos, que una meritocracia
dominada por una élite de emprendedores ricos.
Bueno, incluso en esta versión resumida, el razonamiento de Piketty es complejo. Uno
esperaría que tal complejidad atrajera un gran número de críticas sustanciales. De
hecho, Matt Rognlie atacó el punto (4) con el argumento de que la tasa de rendimiento
de la riqueza decrece rápidamente a medida que aumenta el cociente entre riqueza y
renta anual, de modo que, paradójicamente, cuanta más riqueza tienen los ricos, menos
participan de la renta total, y su influencia económica, política y sociocultural también
disminuye.
Tyler Cowen, de la Universidad George Mason, haciéndose eco del pensamiento de
Friedrich von Hayek, criticó los puntos (4) y (5). Según Cowen, los “ricos ociosos” son
un recurso cultural valioso precisamente porque constituyen una aristocracia con tiempo
libre. No estar atados a la rueda kármica de tener que producir, ganar dinero y gastarlo
en artículos de primera necesidad y de uso cotidiano es precisamente lo que les permite
tener una visión a largo plazo o heterodoxa de las cosas y crear, por ejemplo, gran arte.
Hubo otros cuyo único “argumento” fue dar por sentado que habrá una nueva
revolución industrial que pondrá nuevos beneficios al alcance de todos y que irá
acompañada de otra ola de destrucción creativa. De ocurrir tal cosa, permitiría una
mayor movilidad ascendente, lo que negaría los puntos (2) y (3).
Pero lo más extraordinario en relación con los críticos conservadores del libro de
Piketty es lo poco que han desarrollado cualquiera de estos argumentos y lo mucho que
se han dedicado en cambio a cuestionar las capacidades analíticas del autor, sus
motivaciones e incluso su nacionalidad.
Clive Crook, por ejemplo, señala que “las limitaciones de los datos que presenta
(Piketty) y la grandiosidad de las conclusiones que extrae (...) roza(n) la esquizofrenia”,
dando lugar a conclusiones que “o bien no se sustentan en los datos y análisis (del
autor) o bien se contradicen con ellos”. En opinión de Crook, Piketty se dejó llevar por
su “terror al aumento de la desigualdad”.
Entretanto, James Pethokoukis considera que el trabajo de Piketty se podría resumir en
un tuit: “Karl Marx no estaba equivocado, estaba adelantado. Eso es todo. Lo siento,
capitalismo. #desigualdadXsiempre”.
Y también está la pueril acusación que hace Allan Meltzer de exceso de galicismo:
porque resulta que Piketty trabajó con un colega francés, Emmanuel Saez, “en el MIT,
donde era profesor Olivier Blanchard (del Fondo Monetario Internacional, que) también
es francés. Francia implementó por muchos años políticas de redistribución del ingreso
destructivas”.
Al combinar todas estas líneas de la crítica conservadora, salta a la vista el verdadero
problema de la derecha con el libro de Piketty: que su autor es un extranjero
mentalmente inestable y comunista. La vieja táctica de la derecha estadounidense, que
destruyó miles de vidas y carreras en tiempos del maccartismo. Pero decir que
determinadas ideas con “antiestadounidenses”, en cualquier sentido que sea, es un
epíteto, no un argumento.
Ahora, en ciudades estadounidenses de centroizquierda como Berkeley, California,
donde vivo y trabajo, el libro de Piketty fue recibido con una aprobación rayana en la
reverencia. Quedamos impresionados por la cantidad de trabajo que el autor y sus
colegas dedicaron a reunir, combinar y depurar los datos; la inteligencia y la habilidad
con que construyó y presentó sus argumentos; y el trabajo denodado de Arthur
Goldhammer en la traducción al inglés.
Claro que todos tienen un 10 o un 20% del argumento de Piketty con el que no están de
acuerdo, y todos tienen dudas sobre, tal vez, otro 10 o 20%. Pero en ambos casos, el 10
o el 20% de cada uno es diferente. Es decir, hay un consenso mayoritario en que cada
una de las partes del libro es básicamente correcta, lo que implica que casi todos están
de acuerdo en que el argumento general del libro es, en términos generales, acertado.
A menos que los críticos de derecha de Piketty suban su nivel en el debate y presenten
argumentos realmente válidos, esa será la evaluación que prevalecerá del libro de
Piketty. Y no la van a cambiar colgándole el sambenito de “rojo” y “francés”.
(J. Bradford DeLong is Professor of Economics at the University of California at
Berkeley and a research associate at the National Bureau of Economic Research. He
was Deputy Assistant US Treasury Secretary during the Clinton Administration, where
he was heavily involved in budget and trade…)
- El problema de la desigualdad… ¿dónde? (Project Syndicate - 8/5/14)
Cambridge.- Leer el influyente último libro de Thomas Piketty, Capital in the TwentyFirst Century (El capital en el siglo XXI), lo deja a uno con la impresión de que el
mundo nunca fue tan desigual desde los tiempos de los reyes y los barones ladrones. Es
extraño, porque hay otro libro excelente publicado hace poco, The Great Escape (El
gran escape) de Angus Deaton (del que hice una reseña), según el cual habría que
concluir que el mundo nunca ha sido tan igualitario.
¿Cuál de las dos visiones es correcta? La respuesta depende de que uno contemple los
países individualmente o el mundo en su conjunto.
El dato principal del libro de Deaton es que durante las últimas décadas, varios miles de
millones de habitantes de los países en desarrollo (particularmente en Asia) lograron
salir de niveles de pobreza realmente desesperantes. El mismo mecanismo que aumentó
la desigualdad en los países ricos niveló el campo de juego para miles de millones de
personas a escala global. En perspectiva, y asignando la misma consideración (por
poner un ejemplo) a un indio que a un estadounidense o un francés, los últimos 30 años
han sido de los mejores de la historia por lo que respecta a la mejora de las condiciones
de vida de los pobres.
Por su parte, el brillante libro de Piketty estudia detalladamente la desigualdad interna
de los países, especialmente en los países ricos. Gran parte del revuelo cultural en torno
de su libro se origina en personas que se ven a sí mismas como de clase media en sus
países, pero que vistas en el contexto global, son clase media alta, e incluso ricas.
Los hechos que Piketty y su coautor, Emmanuel Saez, establecieron en los últimos 15
años son materia de abstrusos debates técnicos. Pero yo encuentro que sus resultados
son convincentes, especialmente en vista de que otros autores han llegado a
conclusiones similares usando métodos totalmente diferentes. Por ejemplo, Brent
Neiman y Loukas Karabarbounis, de la Universidad de Chicago, sostienen que la
participación de los trabajadores en el PIB viene disminuyendo a escala global desde los
años setenta.
Pero Piketty y Saez no ofrecen un modelo, tampoco en este último libro. Y la falta de un
modelo, combinada con su énfasis en países de clase media alta, es muy importante a la
hora de formular políticas. ¿Serían los seguidores de Piketty tan entusiastas acerca de su
propuesta de instituir un impuesto global progresivo a la riqueza si el objetivo fuera
corregir las inmensas disparidades entre los países más ricos y los más pobres, en vez de
las diferencias que hay entre aquella gente que en términos mundiales está bien y los
ultramillonarios?
Piketty sostiene que el capitalismo es injusto. ¿No lo fue el colonialismo también? En
cualquier caso, la idea de instituir un impuesto global a la riqueza supondría una
infinidad de problemas de credibilidad y aplicación, además de ser políticamente
improbable.
Aunque Piketty tiene razón cuando dice que en las últimas décadas la rentabilidad del
capital creció, no tiene suficientemente en cuenta el amplio debate que hay entre los
economistas respecto de las causas. Por ejemplo, si el factor principal de ese aumento
fue el ingreso masivo de mano de obra asiática a los mercados de comercio
internacional, entonces el modelo de crecimiento propuesto por el premio Nobel de
Economía Robert Solow sugiere que a la larga, los stocks de capital se ajustarán y los
salarios aumentarán, a lo cual también contribuirá el retiro de trabajadores de la fuerza
laboral conforme alcancen la edad jubilatoria. Si, en cambio, la disminución de la
participación de los trabajadores en la renta se debe al aumento inexorable de la
automatización, entonces seguirá habiendo una presión a la baja en ese sentido, como
expliqué hace algunos años en un artículo sobre la inteligencia artificial.
Felizmente, hay formas mucho mejores de hacer frente a la desigualdad en los países
ricos y al mismo tiempo fomentar un crecimiento a largo plazo en la demanda de
productos de los países en desarrollo. Por ejemplo, implementar un impuesto al
consumo con tasa relativamente uniforme (y un alto mínimo no imponible, para que sea
progresivo) sería un modo mucho más sencillo y eficaz de cobrar impuestos a las
riquezas acumuladas en el pasado, especialmente en tanto se pueda vincular el domicilio
fiscal de los ciudadanos con el lugar donde obtuvieron sus ingresos.
Un impuesto progresivo al consumo sería relativamente eficiente y no distorsionaría las
decisiones de ahorro tanto como los actuales impuestos a las ganancias. ¿Por qué tratar
de implementar un improbable impuesto global a la riqueza, cuando existen alternativas
que permitirían recaudar importantes sumas, sin afectar el crecimiento, y a las que se les
puede dar un carácter progresivo definiendo un mínimo no imponible elevado?
Además del impuesto global a la riqueza, Piketty recomienda para Estados Unidos un
impuesto a las ganancias con una tasa marginal del 80%. Aunque estoy firmemente
convencido de que Estados Unidos necesita un sistema impositivo más progresivo
(particularmente respecto del 0,1% más rico de la población), no entiendo por qué
Piketty da por sentado que una tasa del 80% no causaría distorsiones significativas,
sobre todo teniendo en cuenta que este supuesto se contradice con el voluminoso trabajo
de los premios Nobel Thomas Sargent y Edward Prescott.
Además de un impuesto progresivo al consumo, hay muchas políticas prácticas que se
pueden adoptar para reducir la desigualdad. En el caso particular de Estados Unidos,
Jeffery Frankel, de la Universidad de Harvard, sugirió la eliminación de los impuestos a
los salarios para los trabajadores de bajos ingresos, una reducción de las exenciones
para trabajadores de altos ingresos y aumentar los impuestos a la herencia. Frankel
también señala que la universalización de la educación preescolar colaboraría con el
crecimiento a largo plazo, a lo que yo añado que también habría que insistir más en la
educación continua de los adultos, tal vez por medio de cursos en Internet. También se
pueden cobrar impuestos a las emisiones de dióxido de carbono, que ayudarían a
mitigar el calentamiento global y serían una importante fuente de recaudación.
Al aceptar la premisa de Piketty, de que la desigualdad es más importante que el
crecimiento, no hay que olvidar que los ciudadanos de muchos países en desarrollo
dependen del crecimiento de los países ricos para escapar de la pobreza. El primer
problema del siglo XXI sigue siendo ayudar a los extremadamente pobres de África y
otros lugares del mundo. Desde ya que el 0,1% de élite debería pagar mucho más en
impuestos, pero no olvidemos que en lo que respecta a reducir la desigualdad global, el
sistema capitalista lleva tres décadas de avances impresionantes.
(Kenneth Rogoff, Professor of Economics and Public Policy at Harvard University and
recipient of the 2011 Deutsche Bank Prize in Financial Economics, was the chief
economist of the International Monetary Fund from 2001 to 2003)
- Las mejores críticas al trabajo de Thomas Piketty sobre la desigualdad (Libertad
Digital - 10/5/14)
El polémico economista francés recibe un aluvión de críticas por parte de numerosos
colegas a sus estudios sobre la “desigualdad”.
(Por Diego Sánchez de la Cruz)
La publicación de El Capital en el siglo XXI ha convertido a Thomas Piketty en el
nuevo economista de referencia de la izquierda estadounidense. Desde Krugman hasta
Stiglitz, no son pocos los ámbitos izquierdistas en los que no se aplauden los estudios
de Piketty sobre la “desigualdad”. En Google el interés por sus trabajos ronda los 200
millones de búsquedas.
Sin embargo, pese al aplauso unánime de numerosos iconos del progresismo, las críticas
a sus estudios no han tardado en llegar. Por ejemplo, el prestigioso economista
estadounidense Tyler Cowen ha señalado en la revista Foreign Affairs que “la
izquierda está recurriendo a los estudios de Piketty para conseguir la munición
intelectual y estadística que necesitan protestas como las de los indignados”.
Según Cowen, es preocupante que Piketty quiera “organizar eficientemente los recursos
públicos para que supongan dos tercios del ingreso nacional”. Esta reivindicación de un
gasto público del 66% del PIB vendría demostrando que “Piketty solamente se
preocupa por evitar que la riqueza se concentre en el sector privado. Si hablamos del
sector público, ahí no parece haber problema”.
En su crítica, Cowen subraya además que Piketty “ignora la movilidad social, que es
especialmente alta entre las grandes empresas y las grandes fortunas. Los ricos de hoy
en día no se apellidan Rockefeller o Ford, sino Gates o Buffett”.
Schuchman: “Hostilidad medieval”
En una columna para el Wall Street Journal, el gestor financiero y articulista Daniel
Schuchman apunta que, “aunque el libro está lleno de estadísticas, su verdadero fondo
no es el análisis económico. En realidad, estamos ante un extraño sermón ideológico
en el que se admiten algunos aspectos positivos del capitalismo, pero se fomenta una
hostilidad casi medieval hacia las rentas del capital”.
Schuchman señala que el impuesto del 80% que propone Piketty para las personas de
mayores ingresos “ni siquiera está pensado para generar recursos públicos, sino que está
diseñado para acabar con ese nivel de ingresos. Además, Pîketty afirma que ninguna de
estas medidas reducirá el crecimiento económico, la productividad, el emprendimiento o
la innovación, algo sin duda equivocado”.
Por todo lo anterior, Schuchman entiende que “en la mente de Piketty, la economía es
un juego de suma cero, en la que si un grupo mejora su posición, otro necesariamente
va a peor”.
De Rugy: “Eliminemos barreras al capital”
En la revista National Review, Veronique de Rugy también critica el libro de Piketty,
centrándose principalmente en su énfasis en medidas de redistribución fiscal. “Si nos
preocupa que las clases medias y bajas tengan menos acceso a las rentas del capital, no
es necesario reivindicar que el Estado suba impuestos y aumente el gasto”.
De Rugy subraya que es más recomendable “ofrecer soluciones de mercado, tales
como la capitalización de las pensiones o la rebaja de los impuestos al ahorro”. Según la
economista gala afincada en Estados Unidos, “si la desigualdad que anticipa Piketty la
generan las rentas del capital, retiremos las barreras que complican que las clases
medias y bajas accedan a estas fuentes de riqueza”.
Por su parte, Michael Tanner adopta un punto de vista similar al de Veronique de
Rugy y señala, igualmente, que mejorar el acceso de las clases medias y bajas a las
rentas del capital solucionaría muchos de los problemas que denuncia Piketty. “Sin
embargo, a la izquierda no le gustan estas medias. En vez de recortar la desigualdad
enriqueciendo a los de abajo, quieren disminuirla empobreciendo a los de arriba”,
apunta el académico del Instituto Cato.
Furchtgott-Roth: “Cae en errores garrafales”
Analizando las reflexiones de Thomas Piketty sobre el salario mínimo en Estados
Unidos, Diana Furchtgott-Roth detecta “errores garrafales” en la obra del economista
galo. De acuerdo con El Capital en el siglo XXI, el salario mínimo habría estado
congelado entre 1980 y 1990, “manteniéndose constante en niveles de 3,25 dólares por
hora. Sin embargo, lo cierto es que en ese periodo se dieron dos aumentos, equivalentes
de hecho a una subida del 27%”.
Otro error de Piketty llega en sus datos sobre el salario mínimo en la década de 1990.
El libro del economista galo “apunta que la Administración Clinton lo subió hasta los
5,25 dólares por hora, cuando en realidad el aumento fue hasta los 5,15 dólares por
hora”. Más flagrante aún es el error cometido a la hora de analizar el periodo de
gobierno de George W. Bush, “pues señala que el salario mínimo se mantuvo
congelado, cuando en realidad experimentó una subida del 41%”.
Según Furchtogott-Roth, “Piketty también miente cuando afirma que Obama sí ha
aumentado el salario mínimo. Su Gobierno sí pretende elevarlo hasta los $ 10,1 dólares
por hora, pero de momento no se ha aprobado ningún aumento. Esto no le gustará a
Piketty, pero es una buena noticia: como explicaron más de 500 economistas en una
carta al Gobierno de Obama, dicha subida del salario mínimo acabaría con 500.000
empleos. Entre los firmantes de la misiva encontramos a Premios Nobel de economía
como Vernon Smith, Eugene Fama, Robert Lucas y Edward Prescott”.
Por último, Furchtogott-Roth critica que Piketty ponga a Francia como ejemplo
“cuando el desempleo juvenil en el país galo llega al 24%, muy por encima del 16%
estadounidense. Más llamativo aún es el caso de Alemania, donde no hay salario
mínimo y el paro no llega al 8% entre los trabajadores de menos de 25 años”.
Taleb: “Datos sesgados”
El influyente Nassim Taleb, conocido por su libro El cisne negro, ha destacado que
“las mediciones y cálculos de la base de datos empleada por Piketty están sesgadas y
registran una gran desviación”.
La discrepancia metodológica que manifiesta Taleb le lleva a argumentar que los
estudios y trabajos de Piketty “arrojan la ilusión de grandes cambios estructurales en
los datos de desigualdad”.
Clive Crook: “Bordea la esquizofrenia”
En Bloomberg View encontramos más críticas a la obra de Piketty. Clive Crook
denuncia que el economista galo “bordea la esquizofrenia, pues llega a conclusiones
grandiosas a partir de datos muy limitados y muy subjetivos”.
Crook critica que “en la visión de Piketty, acumular capital es casi un pecado. Parece
que lo único que importa es la desigualdad, ni siquiera se plantea que quizá no sea un
problema o, por lo menos, el problema clave”.
McCloskey: “Schumpeter nos lo advirtió”
En el blog del American Enterprise Institute, Abby McCloskey recuerda que Joseph
Schumpeter advirtió hace siglos que “el capitalismo puede entrar en crisis si las élites
intelectuales acaban constituyéndose en un grupo de interés que fomenta la hostilidad
contra el sistema del laissez faire”.
McCloskey entiende que Piketty es uno de esos teóricos que tanto preocupaban a
Schumpeter, pues el recordado economista austriaco siempre temió que los capitalistas
podrían acabar cavando su propia tumba si acababan enviando a sus hijos a
universidades en las que serían bombardeados con propaganda anti-mercado.
Winship: “Ignora sus propios estudios”
Analizando la metodología de Piketty, Scott Winship denuncia en la revista Forbes
que los datos sobre desigualdad salarial en Estados Unidos que contiene El Capital en el
siglo XXI parten de una premisa equivocada.
¿El motivo? “Toman únicamente las rentas antes de impuestos, ignorando así el rol de
los impuestos y las transferencias de gasto público”. Según el artículo, “Piketty obvia
sus propios estudios, pues en trabajos anteriores ha estudiado la progresividad del
sistema tributario estadounidense. Parece que ahora ya no le preocupa la redistribución
canalizada por la política fiscal”.
Winship también aporta sus propias estimaciones, esta vez considerando la renta
después de impuestos y subsidios. Según estos cálculos, “el 90% de la población se ha
enriquecido en hasta $ 21.000 dólares desde 1979 hasta 2012. Con la metodología de
Piketty, lo que nos encontramos es una caída de $ 3.000 dólares. He aquí el problema
de analizar solamente los ingresos antes de impuestos”.
Finegold: “Ignora los bancos centrales”
Escribe Jonathan Finegold que “la explosión de las rentas del capital guarda una fuerte
relación con las condiciones monetarias vigentes en las últimas décadas. Piketty ignora
cómo los bancos centrales han alimentado este proceso”. Según su crítica, el aumento
de la desigualdad se explicaría “por el subsidio a los ricos que supone la política de
dinero fácil”.
Algo similar denuncia el Instituto Mises, que subraya que “la desigualdad de ingresos
aumenta cuando se dan grandes burbujas” económicas. ¿Quién las causa? Los bancos
centrales. Sin embargo, Piketty “no habla de este tema”. Según el think tank
estadounidense, “a la Administración Obama le gusta Piketty porque apoya su
narrativa, según la cual el Estado no solamente no ha causado la desigualdad, sino que
además debe solucionarla con más impuestos a la renta y al patrimonio”.
IREF: “Es un determinista económico”
Según el Instituto Francés de Estudios Económicos y Fiscales (IREF), Piketty cae en la
contradicción de advertir que “hay que cuidarse del determinismo económico” y, a
continuación, enunciar proyecciones de este corte. “Pretende decirnos cómo van a
evolucionar las rentas del trabajo y el capital durante los próximos cien años”, subraya
un informe centrado en criticar las “trompeterías estadísticas” de Piketty.
El IREF destaca que Piketty sí reconoce que en el siglo XX se produjo una reducción
de la brecha entre rentas altas y bajas. “Sin embargo, para el siglo XXI asume todo lo
contrario en base a curvas que recuerda las fallidas predicciones de Malthus en el
siglo XVIII o el Club de Roma en la década de 1970”, denuncia.
A esto se une un llamado a analizar la riqueza de forma dinámica y no estática: “Los
cálculos de Piketty están equivocados porque la realidad económica no es fija y
constante. La movilidad social es significativa y la riqueza no es algo rígido e
inmutable”.
LIEPP: “Una medición equivocada”
Por su parte, el Laboratorio Interdisciplinar de Evaluación de Políticas Públicas (LIEPP)
entiende que “los cálculos de Piketty no miden de forma correcta la evolución de las
rentas del capital. Cuando corregimos su metodología vemos que, en realidad, esta vía
de ingresos se ha mantenido estable en Canadá, Estados Unidos, Francia, Gran
Bretaña…”.
Por tanto, se pierden los fundamentos de la tesis de Piketty, según la cual las rentas del
capital están creciendo de forma exponencial y anticipan una creciente desigualdad.
- Eso sí que es ser rico (El País - 11/5/14)
(Por Paul Krugman)
La última “lista de los ricos” de Institutional Investor, una recopilación de los 25
gestores de fondos de cobertura mejor pagados, se ha publicado en la revista Alpha; y
resulta que estos tipos ganan un montón de dinero. ¡Sorpresa!
Pero antes de desdeñar el estudio por no aportar nada nuevo, pensemos en lo que
significa que estos 25 hombres (sí, todos son hombres) ganasen un total de 21.000
millones de dólares en 2013. En concreto, pensemos en el modo en que su buena
fortuna echa por tierra varios mitos populares sobre la desigualdad de rentas en Estados
Unidos.
En primer lugar, la desigualdad actual no tiene que ver con los licenciados. Tiene que
ver con los oligarcas. Quienes hacen apología de la creciente desigualdad casi siempre
intentan disfrazar los enormes ingresos de los verdaderamente ricos mezclando a estos
con los meramente acomodados. En vez de hablar del 1% o el 0,1% con más dinero,
hablan del aumento de los ingresos de los titulados universitarios, o tal vez del 5% con
ingresos más elevados. El objetivo de esta tergiversación es suavizar la imagen, para
que parezca que estamos hablando de profesionales altamente cualificados que salen
adelante gracias a la formación y al trabajo duro.
Pero muchos estadounidenses tienen una buena formación y trabajan mucho. Por
ejemplo, los profesores. Sin embargo, no ganan un dineral. El año pasado, esos 25
gestores de fondos de cobertura ganaron más del doble que todos los maestros de
educación infantil de Estados Unidos juntos. Y no, no siempre ha sido así: la enorme
distancia que ahora separa a la clase media-alta de los verdaderamente ricos no apareció
hasta la época de Reagan.
En segundo lugar, no hagan caso de la retórica sobre los “creadores de empleo” y todo
eso. Los conservadores quieren hacerles creer que las grandes remuneraciones del
Estados Unidos moderno van a parar a los innovadores y a los emprendedores, personas
que crean empresas y hacen que avance la tecnología. Pero eso no es lo que hacen los
gestores de los fondos de cobertura para ganarse la vida; su negocio es el de la
especulación financiera, que John Maynard Keynes definía como “prever lo que la
opinión media espera que será la opinión media”. O, puesto que gran parte de sus
ingresos proviene de los honorarios, en realidad su negocio consiste en convencer a
otros de que pueden prever la opinión media sobre la opinión media.
Hubo una época en la que uno habría podido alegar, sin reírse, que
tejemanejes eran productivos, que de hecho la élite financiera ofrecía a la
servicio acorde con la remuneración que recibía. Pero, a estas alturas,
indican que los fondos de cobertura son un mal negocio para cualquiera
todos estos
sociedad un
las pruebas
excepto sus
administradores; no ofrecen un rendimiento lo bastante elevado para justificar esos
enormes honorarios y son una fuente importante de inestabilidad económica.
En líneas más generales, seguimos viviendo a la sombra de una crisis propiciada por un
sector financiero sin control. Se evitó la catástrofe total rescatando a los bancos a costa
de los contribuyentes, pero seguimos estando muy lejos de haber recuperado los
millones de puestos de trabajo perdidos y los miles de millones de pérdidas económicas.
Con esos antecedentes, ¿de verdad están dispuestos a afirmar que los que más dinero
ganan en Estados Unidos -que son básicamente directores financieros o ejecutivos de
grandes corporaciones- son héroes económicos?
Para acabar, un análisis pormenorizado de la lista de los ricos respalda la tesis que ha
hecho famosa Thomas Piketty en su libro Le capital au XXIe siécle (El capital en el
siglo XXI), es decir, que nos encaminamos hacia una sociedad dominada por la riqueza,
mucha de ella heredada, más que por el trabajo.
A primera vista, puede que esto no resulte tan evidente. Al fin y al cabo, los que
integran la lista de los ricos son hombres hechos a sí mismos. Pero en su inmensa
mayoría se hicieron a sí mismos hace mucho tiempo. Como señala Matt Levine, de
Bloomberg View, en la actualidad, muchos de los ingresos de los principales directores
financieros no proceden de invertir el dinero de otros, sino de las rentas obtenidas del
dinero que ellos mismos han acumulado (es decir, la razón por la que ganan tanto es que
ya son muy ricos).
Y esto es, si se paran a pensarlo, una consecuencia inevitable. Con el tiempo, la
desigualdad de rentas extrema conduce a una desigualdad de riqueza extrema; de hecho,
el porcentaje de riqueza del 0,1% con más ingresos de Estados Unidos ha vuelto a los
niveles de la edad dorada de finales del siglo XIX. Esto, a su vez, significa que las
rentas altas provienen cada vez más de las rentas de las inversiones, no de los salarios.
Y es solo cuestión de tiempo que las herencias se conviertan en la mayor fuente de gran
riqueza.
Pero ¿por qué es importante todo esto? Esencialmente, por los impuestos.
Estados Unidos tiene una larga tradición de imponer impuestos altos a las rentas
elevadas y a las grandes fortunas, con la idea de limitar la concentración del poder
económico y, además, recaudar dinero. Hoy día, sin embargo, la mera insinuación de
que se recupere esa tradición se topa con afirmaciones airadas de que gravar a los ricos
es destructivo e inmoral (destructivo porque disuade a los creadores de empleo de que
se dediquen a lo suyo e inmoral porque la gente tiene derecho a quedarse con lo que
gana).
Pero esas afirmaciones se apoyan básicamente en mitos relacionados con quiénes son en
realidad los ricos y cómo han amasado sus fortunas. La próxima vez que oigan a alguien
dar un discurso sobre lo cruel que es perseguir a los ricos, piensen en los tipos de los
fondos de cobertura y pregúntense si de verdad sería tan terrible que pagasen más
impuestos.
(Paul Krugman es profesor de Economía de Princeton y premio Nobel de 2008. © New
York Times Service 2014)
- La economía de Piketty es pobre, gris, aislada, sin vida... (El Confidencial - 13/5/14)
(Por J. M. de la Viña)
…un sueño de eternidad imposible, parte contratante del mismo contubernio que tanto
critica, sin la declamación de Calderón sin la Barca.
Que el capitalismo es desigual es consustancial, lo mismo que la vida misma no es la
misma para todos. ¿Debería ser así? ¿Es intrínsecamente malo si no todos se esfuerzan
lo mismo ni lucen entendederas similares, si no se retuercen el intelecto por igual ya que
pocos ansían soñar?
Si las reglas del juego son diferentes dependiendo del lugar que ocupa cada uno en la
escala social o corrupta, la herencia o el sitio donde se nace, ¿es dramático el
capitalismo?
Piketty se centra en el análisis de las desigualdades, en el papel de las élites en la
evolución de la economía, cómo se llegan a convertir en extractivas incluso las que
alguna vez poseyeron alguna virtud.
El debate parece polarizado en dos bandos irreconciliables. Los que piensan que las
desigualdades están alcanzando niveles dramáticos al continuar degenerando el sistema
social y económico mediante mecanismos perversos, que no de mercado, que permiten
la concentración de riqueza de manera abusiva en unas pocas manos.
La oposición la constituyen aquellos otros que justifican y defienden el fomento de
desigualdades excesivas en aras de la supuesta libertad de mercado. Libertad que no es
tal a causa del dumping humano y medioambiental defendido por ellos, entre otras
muchas causas. Proceso de consolidación de las élites extractivas, las cuales, antes o
después, serán factor primordial que colapse esta civilización, según tesis de la NASA y
de este su seguro servidor.
Son dos los factores que provocarán el previsible infortunio: el colapso medioambiental,
acelerado por el cambio climático, junto con la escasez progresiva de recursos no
renovables. Terca realidad terrenal englobada en la entropía física que postula el
segundo principio de la termodinámica, científico, mal que pese, por mucho que jorobe
y sea anatema para la terca ortodoxia económica.
El segundo factor lo denominaremos entropía social, política, económica y educativa.
No es más que el proceso degenerativo ¿inexorable? de los sistemas sociales, políticos,
económicos y educativos de cualquier civilización pasada o la futura, si algo sublime se
entremezclara entre la porquería y los desbarajustes que esta va a legar.
Consolidación injusta de poder y riqueza en unas pocas manos mediante perversos
mecanismos sibilinos, o no tanto, que extraen riqueza del pueblo mientras lo envilecen
aplicando medidas degenerativas excepcionalmente activas. Elites extractivas que
corrompen las leyes del libre mercado que juran defender mediante el fomento del
dumping humano y medioambiental, del deterioro acelerado de la convivencia en este
planeta, de él mismo.
De todos los artículos supurados a granel estos días escojo el publicado este fin de
semana en El País por J. Bradford DeLong, exsecretario adjunto del Tesoro de Estados
Unidos.
De su razonamiento selecciono el segundo apartado, que no es más que una posible
definición parcial de la entropía social: “El tiempo y el azar llevan inevitablemente a
la concentración de la riqueza en manos de un grupo relativamente pequeño, al que
denominaremos ‘los ricos’”.
Se produce mediante la consolidación de oligopolios y privilegios obscenos en aquellos
mercados maduros donde los márgenes decrecientes y los beneficios reducidos deberían
ser la norma si actuasen en mercados realmente libres, consolidando la inevitable
tendencia al monopolio. Reducciones debidas a una cada vez menor innovación, a la
inexistencia de INNOVACIÓN.
Apartado este que enlaza con el punto tercero mencionado por DeLong, que incluiría el
concepto de entropía económica: “Conforme los beneficios inmediatos de la
industrialización van siendo cosechados, la tasa de crecimiento de la economía tiende a
disminuir”.
Las famosas TICs han alcanzado la madurez en apenas treinta años. No sólo no
han producido ansiado empleo, sino que son causa activa de su destrucción, de la
homogeneización de la sociedad eliminando peculiaridades, cercenando el llamemos
talento que pretenda escaparse al guion puerilmente innovador, al que se salga del tiesto
establecido por la entrópica ortodoxia uniformadora en vigor.
Al fomentar la uniformidad a golpe de tecla, la ignorancia y la ineducación son,
paradójicamente, consecuencia sino causa del resurgimiento de nacionalismos
excluyentes de todo tipo, de extremismos religiosos, idiomáticos, ideológicos, políticos
o mentales, llámese populismo, posmodernismo o cerrilidad. Colectivos que pretenden
diferenciarse mediante mecanismos autoritarios limitadores de la libertad y la diversidad
a escala tribal o grupal, con el fin de contrarrestar la globalización en curso.
Preocupantes efectos secundarios que llenarían de gozo y horror a mi admirado Orwell.
Gozo por su clarividencia, porque no anduvo tan descaminado cuando describió el
oscuro escenario de 1984. Pánico porque tal futuro está ya entre nosotros,
convirtiéndose en aliado indisoluble de las élites acaparadoras que dominan la
economía financiera mientras estrangulan la economía real e impiden INNOVAR.
La entropía social, política, económica y educativa se sigue incrementando a rajatabla
igual que el segundo principio de la termodinámica continúa rigiendo el inexorable
destino de este planeta. Fenómeno ferozmente ignorado por la economía mainstream y
las élites extractivas que rellenan generosamente el ego y el estómago de flojos gurús
nobelados, modernos inquisidores que mantienen amordazada su evolución teórica.
Sus atribulados estudiantes, meros peones víctimas prematuras del sistema entrópico en
vigor, son incapaces de exigir siquiera su inclusión en los caducos y reduccionistas
planes de enseñanza. Se conforman en sugerir la conexión de la economía con las
“ciencias sociales hermanas”, eliminando las molestas matemáticas que implican codos,
esfuerzo y duro razonamiento.
No se plantean hacerlo, y menos todavía definirla, en función de la realidad biológica y
natural de este planeta, ni de la evolución del cambio climático, porque necesita de
buenas dosis de matemáticas sin pervertir. Aprender y aplicar muchas otras ciencias,
revolucionar los planteamientos creando nuevos desarrollos teóricos. Estudiantes que
ansían extender el mismo enfoque pobre de postulados, de intelecto gris, aislado del
entorno, que continúa deteriorando la exuberancia de este planeta, la diversidad y la
vida.
Mucho me temo que Piketty sólo aporta recetas obsoletas. Arregla el problema de
la desigualdad con soluciones al uso, con medidas impositivas extremas.
Escandalizados depredadores lo convierten en comunista peligroso o extranjero, lo cual
hoy en día es todavía peor. Los ojos de economistas ortodoxos se rasgan las vestiduras,
otros aplauden con las orejas, algún que otro heterodoxo retuerce su pacata sabiduría
con maldad y alevosía.
Al menos calienta el debate, lo cual no es cosa mala dada la sequía intelectual que
padecemos, no sólo en los ámbitos económicos. Los inquisidores lacayos de las élites
extractivas evitan plantear los temas centrales promoviendo de vez en cuando cortinas
de humo como esta para despistar.
La desigualdad latente del capitalismo no tiene por qué ser mala si se aplica con
igualdad, garantizando la recurrente igualdad de oportunidades, el mismo juego
limpio para todos. El destino debería ser el que cada uno se labrara con su esfuerzo y
su tesón, con su inteligencia y dedicación, con su mérito en vez de su lugar en la escala
social o corrupta, o su caradura, su herencia o su lugar de nacimiento.
Parece razonable que gane más el más listo y espabilado, el más arriesgado y trabajador,
el más innovador o el que promueva la mejor INNOVACIÓN. Mientras la economía no
incorpore los desafíos que ya están emergiendo, el discurso obsoleto será disuelto por
el viento, entre mierda y contaminación. Por el progresivo agotamiento de los
recursos naturales, por el cambio climático y por el abandono de todo valor, sea moral o
ético.
El resto es poesía y declamación, ripio y obnubilación, pura defecación mental, aunque
lo inspire Calderón, esta vez con la Barca.
¿Qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción; y
el mayor bien es pequeño; que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son.
¿Qué es la economía? Un sinvivir. ¿Qué es la economía? Una ilusión, una sombra,
una ficción; el menor bien es grande, el mejor para no morir; mortal de necesidad es
un sueño si no surge acompañado de intelecto, de razón y cordura, de belleza y
sensibilidad, de cruda y lacerante sabiduría natural; malignos son los sueños si no
vienen arropados por la terquedad terrenal, la biodiversidad herida, la física de este
planeta, el frenesí de este rufián; de los sueños desgarrados que, esperemos, algún día
se hagan realidad. Soñemos. ¿Servirá?
- Piketty y el Zeitgeist (Project Syndicate - 13/5/14)
Princeton.- Últimamente, donde sea que vaya todos me preguntan lo mismo: ¿qué
piensa de Thomas Piketty? En realidad, son dos preguntas en una: ¿qué piensa de
Piketty, el libro, y qué piensa de Piketty, el fenómeno?
La primera pregunta es mucho más fácil de responder. Quiso la suerte que yo fuera uno
de los primeros lectores de la versión en inglés de Capital in the Twenty-First Century
(El capital en el siglo XXI). La editorial que lo publicó, Harvard University Press, me
envió las galeradas del libro con la esperanza de que yo escribiera un comentario
elogioso para la contratapa. Cosa que hice con agrado, ya que el alcance, la profundidad
y la ambición del libro me parecieron impresionantes.
Desde luego que ya conocía el trabajo empírico que Piketty y otros colegas (entre ellos
Emmanuel Saez y Anthony Atkinson) hicieron en relación con la distribución del
ingreso. Ya antes de la publicación del libro, esta investigación entregó hallazgos
sorprendentes sobre el aumento de ingresos de los súper ricos y demostró que en
muchas economías avanzadas, la desigualdad alcanzó niveles que no se veían desde
principios del siglo XX. Fue un auténtico tour de force.
Pero el libro va mucho más allá de ese trabajo empírico, al presentar un fascinante relato
de la dinámica de la riqueza en el capitalismo, a modo de advertencia. Piketty nos
exhorta a no dejarnos engañar por la aparente estabilidad y prosperidad que
experimentaron las economías avanzadas durante unas pocas décadas de la segunda
mitad del siglo XX: según su relato, puede ser que las fuerzas dominantes del
capitalismo sean fuerzas productoras de desigualdad e inestabilidad.
Tal vez más que el argumento en sí, lo que hace de Capital in the Twenty-First Century
una lectura excelente es la sensación de estar viendo a una mente brillante encarar las
grandes preguntas de nuestro tiempo. El énfasis de Piketty en la naturaleza política de la
distribución del ingreso; el sutil camino de ida y vuelta que recorre entre las leyes
generales del capitalismo y el papel de la contingencia; y que esté dispuesto a ofrecer
remedios audaces para salvar al capitalismo de sí mismo (aunque para muchos tal vez
sean impracticables) son hechos tan refrescantes para un economista cuanto son escasos.
Así que me gustaría poder decir que tuve la clarividencia de prever el enorme éxito
académico y popular que tendría el libro publicado. Pero lo cierto es que la acogida que
recibió me tomó totalmente por sorpresa.
Por una sencilla razón: el libro no es nada fácil de leer. Tiene casi 700 páginas
(incluidas las notas), y aunque Piketty no le dedica mucho espacio a la teoría formal, no
puede evitar de vez en cuando alguna que otra ecuación o letra griega. Las reseñas del
libro hablaron mucho de las referencias de Piketty a Honoré de Balzac y Jane Austen,
pero lo cierto es que el lector se encontrará ante todo la prosa seca y acompañada de
estadísticas propia de un economista, mientras que las alusiones literarias son pocas y
muy espaciadas.
La respuesta de la profesión económica no fue uniformemente positiva. El argumento
del libro gira en torno de varias identidades contables que relacionan el ahorro, el
crecimiento y la rentabilidad del capital con la distribución de la riqueza en las
sociedades. Piketty tiene el mérito de darles vida a estas relaciones abstractas
poniéndolas en cifras reales cuya evolución sigue a lo largo de la historia, pero son
relaciones ya conocidas por los economistas.
El pronóstico pesimista de Piketty se basa en una ligera extensión de este marco
contable. Bajo ciertos supuestos razonables (a saber, que los ricos ahorren una
cantidad suficiente) la ratio entre la riqueza heredada y la renta de la economía (o
los salarios) tenderá a crecer siempre que r, la tasa de rentabilidad promedio del
capital, sea superior a g, la tasa de crecimiento de la economía en su conjunto.
Piketty afirma que esta ha sido la norma histórica, excepto durante la tumultuosa
primera mitad del siglo XX. Si el futuro se presenta así, entonces nos espera una
distopía en la que la desigualdad aumentará a niveles nunca antes vistos.
Sin embargo, en economía es peligroso extrapolar, y las pruebas que presenta Piketty en
apoyo de su tesis distan de ser concluyentes. Como muchos argumentaron, también
puede ocurrir que la rentabilidad del capital, r, empiece a disminuir si el stock de capital
de la economía llega a ser demasiado grande respecto de la mano de obra y otros
recursos, y si la tasa de innovación se desacelera. O, como señalaron otros, cambios en
los países emergentes y en desarrollo podrían impulsar una aceleración de la economía
global. Las ideas de Piketty merecen ser tomadas en serio, pero no son de ningún modo
una ley de hierro.
Tal vez la causa del éxito del libro haya que ir a buscarla al Zeitgeist. Si el libro se
hubiera publicado hace diez, incluso hace cinco años, justo después de la crisis
financiera global, probablemente no hubiera tenido el mismo éxito, aun cuando
entonces se hubieran podido reunir argumentos y pruebas similares. Hace ya bastante
que en Estados Unidos se viene incubando malestar por el aumento de la desigualdad.
Pese a la recuperación de la economía, los ingresos de la clase media están estancados o
en disminución. De modo que ahora parece aceptable hablar de la desigualdad en
Estados Unidos como el principal problema al que se enfrenta el país. Tal vez esto
explique por qué el libro de Piketty concitó más atención allí que en su país de origen,
Francia.
Capital in the Twenty-First Century renovó el interés de los economistas en la dinámica
de la riqueza y su distribución, un tema que preocupó a economistas clásicos como
Adam Smith, David Ricardo y Karl Marx. Llevó al debate público detalles empíricos
fundamentales y un marco analítico sencillo pero útil. Cualesquiera sean las razones de
su éxito, su aporte a la profesión económica y al discurso público ya es innegable.
(Dani Rodrik is Professor of Social Science at the Institute for Advanced Study,
Princeton, New Jersey. He is the author of One Economics, Many Recipes:
Globalization, Institutions, and Economic Growth and, most recently, The Globalization
Paradox: Democracy and the Future of the World…)
- La gran contradicción de Piketty (Vozpópuli - 15/5/14)
(Por Juan Ramón Rallo)
Tal suele decir al economista Tyler Cowen, si fueran ciertas las conclusiones de Thomas
Piketty acerca de una tasa de retorno del capital que aumenta por encima del
crecimiento del conjunto de la economía (su famosa desigualdad r>g), la propuesta de
política económica más razonable no sería un impuesto global sobre la riqueza (tal
como propone Piketty) sino la privatización de las pensiones estatales. A la postre, si
existe alguna tendencia subyacente que impulse a que la inversión se revalorice
sobreproporcionalmente al resto de la economía, ¿por qué reprimir políticamente esa
tendencia (impuesto sobre la riqueza) en lugar de permitir que toda la sociedad se
aproveche de ella (privatización de las pensiones)?
Extrañamente, Cowen acusa a Piketty de omitir cualquier referencia a la privatización
de las pensiones como alternativa a su ambicionado impuesto sobre la riqueza. Pero no:
en su libro, Capital en el siglo XXI, Piketty sí valora escuetamente la posibilidad de
privatizar las pensiones y, a mi juicio, sus opiniones a este respecto son mucho más
sabrosas y reveladoras de lo que podría serlo cualquier omisión.
Piketty, sobre la privatización de las pensiones
Así, de acuerdo con Piketty, la transición hacia sistemas de pensiones privados y de
capitalización -merced a los cuales los trabajadores podrían beneficiarse de la
sobreproporcional revalorización del capital- no es una buena idea por lo siguiente: “A
la hora de comparar los méritos del sistema de reparto y del sistema de capitalización
hay que tener en cuenta que el retorno del capital resulta extremadamente volátil. Sería
muy arriesgado invertir todos los ahorros para la jubilación en los mercados financieros
globales. El hecho de que r>g como media no significa que eso sea cierto para toda
inversión individual. Para una persona con recursos que pueda esperar entre 10 y 20
años para cosechar los beneficios, el retorno sobre el capital puede ser ciertamente
atractivo. Pero cuando se trata de sufragar los gastos básicos de toda una generación,
sería bastante irracional jugárselo todo a la ruleta rusa”. Es decir, según Piketty las
pensiones no pueden privatizarse porque la tasa de retorno sobre el capital es una
magnitud individualmente demasiado volátil e incierta.
Llegados a este punto, recordemos el propósito general de la obra del francés: de
acuerdo con este economista, el capitalismo tiende a exhibir una tasa de retorno del
capital superior al crecimiento del conjunto de la economía, lo que provoca que los
capitalistas se vayan volviendo proporcionalmente más ricos y copando porciones
mayores de la renta de una sociedad. Tal como el propio Piketty resume: “El empresario
tiende a convertirse en un rentista que domina crecientemente a aquellos que no poseen
nada salvo su trabajo. Una vez acumulado, el capital tiende a reproducirse a sí mismo
más rápido de lo que aumenta la producción. El pasado devora al futuro”. O todavía
peor: “Con independencia de si la riqueza de una persona de 50 o 60 años es producto
del ahorro o de la herencia, lo cierto es que, a partir de cierto nivel, el capital tiende a
reproducirse a sí mismo y a acumularse exponencialmente. La lógica de r>g implica que
el empresario siempre termina transformándose en un rentista”.
La contradicción de Piketty
Es obvio que existe una contradicción profunda entre estos dos razonamientos de
Piketty. Por un lado, el francés proclama que el capital se reproduce solo y de manera
automática, lo que contribuye a su irrefrenable acumulación en cada vez menos manos;
por otro, sostiene que el capital sólo se autorreproduce en términos medios, siendo
altamente volátil e incierto como mecanismo individual de acumulación de riqueza. De
hecho, este último razonamiento es el que yo mismo ofrecí hace unas semanas para
criticar la visión de Piketty de que los superricos son cada vez más superricos: no sólo
sucede que los multimillonarios de finales de los 80 no son los mismos que los
multimillonarios actuales sino que muchos de ellos han perdido desde entonces más del
80% de su fortuna.
Es más, si de alguna manera deseáramos combinar las dos afirmaciones anteriores de
Piketty, el sentido común nos indica que deberíamos hacerlo de forma inversa a cómo lo
está haciendo el francés. Salvo honrosas excepciones, la fortuna de los superricos suele
estar concentrada en unas pocas empresas (Bill Gates en Microsoft, Amancio Ortega en
Inditex, Larry Ellison en Oracle, los hermanos Koch en Koch Industries, la familia
Walton en Wal-Mart, etc.) que, por consiguiente, sí están sometidas a una volatilidad e
incertidumbre potencialmente muy elevadas: si alguna de esas compañía desapareciera,
la fortuna del correspondiente superrico se extinguiría. En cambio, las pensiones
privadas de capitalización se hallarían invertidas en una amplia y diversificada cartera
con millares de empresas, de modo que las clases medias se hallarían expuestas a la
volatilidad del conjunto del mercado y no de una empresa o de un sector en particular:
en ese sentido, la rentabilidad media de los mercados de valores durante el último siglo
se sitúa alrededor del 5,5% anual. A largo plazo -el plazo en el que se invierte para la
jubilación- se trata de un retorno bastante estable y con escaso riesgo: todo lo contrario
que la inversión en empresas individuales.
A menos que Piketty esté sugiriendo que las empresas de los superricos son
sistemáticamente más conservadoras que las del resto de la economía, carecería de
sentido su afirmación de que cuanto más rico se vuelve un individuo, más
automáticamente se capitaliza su riqueza. Ahora bien, si Piketty asume que las
inversiones de los ricos son muy poco arriesgadas, entonces no se entiende que, a su
vez, sostenga que los más ricos obtienen rendimientos extraordinarios por encima del
resto del mercado.
¿Más rentabilidad a menor riesgo? Si eso fuera así, sólo cabrían dos explicaciones: una,
que las empresas de los superricos gocen de privilegios gubernamentales; dos, que las
empresas de los superricos generen mucho más valor para los consumidores que todas
las restantes debido a ubicarse siempre dos pasos por delante de la competencia. En el
primero caso, lo razonable sería que Piketty reclamara la supresión de tan nocivos
incentivos gubernamentales; en el segundo, que Piketty aplaudiera la excelente gestión
de los accionistas a la hora de maximizar el valor de sus modelos de negocio pese a la
presión competitiva. Sin embargo, este último reconocimiento atentaría de lleno contra
una de las tesis centrales del libro del francés: a saber, que la acumulación de capital es
un proceso automático e independiente de los méritos del inversor a la hora de gestionar
su capital (motivo por el cual puede ser sujeto a un tributo sobre la riqueza).
En definitiva, como dice Tyler Cowen, si aceptamos el mensaje esencial del libro de
Piketty, las pensiones públicas deberían ser privatizadas. El economista francés sólo es
capaz de esquivar esta inapelable conclusión incurriendo en una profunda contradicción
interna que pone en solfa la perspectiva filosófica con la que analiza sus datos
económicos. En el fondo, y como ya explicamos, la gestión y acumulación de capital es
un muy complejo proceso de adaptación a un entorno dinámico y cambiante cuyos
riesgos y dificultades sólo pueden minimizarse o a través de un extraordinario
conocimiento del sector económico en el que se está invirtiendo (sólo disponible para
los ahorradores exitosos y habilidosos) o a través de una amplia diversificación de
activos (sólo disponible para los ahorradores medios). Ahorro e inversión
empresarialmente inteligente: los dos grandes activos que explican el enriquecimiento
de una sociedad respetuosa con los derechos de propiedad y los contratos.
- Reconstruir la política europea (Project Syndicate - 15/5/14)
Princeton.- Muchos europeos tiemblan de sólo pensar que, tal como parece probable, la
inminente elección para el Parlamento Europeo se salde con una exhibición de fuerza de
los partidos antieuropeístas, que casi seguramente querrán presentarse como los
auténticos ganadores. Pero con sólo preocuparse no se resolverá la crisis política de la
Unión Europea.
Una crisis que ya es muy profunda. En este momento, los partidos antieuropeístas (el
Frente Nacional de Marine Le Pen en Francia, el Partido de la Libertad de Geert
Wilders en los Países Bajos y el Partido de la Independencia de Nigel Farage en el
Reino Unido) son los que mejor lograron organizarse dentro de una única “familia”
política. Eso sucedió a la par que muchos europeos dejaron de confiar en las otras
familias ya establecidas (la socialdemocracia, el liberalismo y el bloque del Partido
Popular Europeo, PPE).
El problema es que desde hace varios años los fundamentos intelectuales y morales de
los viejos partidos europeos vienen sufriendo un desgaste acelerado, debido en parte a
su omisión (o su incapacidad) de adaptarse al sistema paneuropeo. A menos que se
apresuren a actuar para reposicionarse como representantes creíbles y eficaces de los
intereses de los votantes, corren el riesgo de diluirse en el segundo plano de la política y
dejar que el centro del escenario vaya siendo ocupado por populistas irresponsables.
Tomemos el caso de la socialdemocracia, cuya misión ha sido, históricamente, facilitar
la redistribución de los recursos. Como en Europa esa redistribución se da
fundamentalmente en el nivel de cada país (ya que es allí donde existe la autoridad
fiscal necesaria), no parece un proyecto apto para Europa en su conjunto.
De hecho, europeizar la socialdemocracia en las condiciones actuales tal vez sea
imposible. Cuanto más profundamente se integra Europa, menos capacidad tienen los
gobiernos nacionales para redistribuir, porque las personas, las empresas y los puestos
de trabajo pueden, simplemente, irse de los países con impuestos más altos, como ya
ocurrió en países como Francia. Y para sostener un Estado de Bienestar paneuropeo
financiado con impuestos a las ganancias personales o corporativas harían falta
importantes transferencias entre países, lo que agravaría las tensiones, que ya son
grandes, entre los estados miembros de la Unión Europea.
En cuanto al liberalismo económico, su capacidad de atraer un electorado amplio
también está dañada. Después de la crisis económica global, creció entre los votantes la
demanda de intervención estatal, lo que sugiere que muchos dejaron de confiar en los
sistemas desregulados del pasado.
Finalmente, están las fuerzas democristianas de centroderecha del PPE, que surgieron
en el período inmediatamente posterior a la Segunda Guerra Mundial, trayendo consigo
un énfasis (con bases religiosas) en la solidaridad social como alternativa al
colectivismo inhumano del fascismo y el comunismo. Pero con la considerable
secularización que se produjo después en Europa occidental, la idea de basar las
decisiones políticas en la doctrina social de la Iglesia resulta anticuada para los votantes.
Por eso hoy la centroderecha parece vaciada intelectualmente: un grupo de partidos
quietistas que se oponen al cambio y no ofrecen ideas nuevas.
Así las cosas, puede ser que el entusiasmo con que los partidos antieuropeístas han
acogido al presidente ruso Vladímir Putin y a sus políticas económicas y sociales
profundamente antiliberales sea lo único que esté obrando a favor de las familias
políticas establecidas. Pero no tiene por qué ser así. Europa puede crear un sistema
político eficaz y apto para el siglo XXI, adoptando para ello una nueva visión política
que tenga en cuenta las tendencias y los imperativos actuales.
Esa visión, como todos los conceptos más eficaces de Europa, sería una mezcla de ideas
francesas y alemanas. En este momento, Francia está rendida al éxito impresionante del
libro Capital in the Twenty-First Century (El capital en el siglo XXI) del economista
Thomas Piketty, donde analiza el aumento de la desigualdad en ausencia de niveles de
crecimiento económico excepcionales. El mensaje del libro (un llamado a hacerle frente
al aumento de la desigualdad y un alegato a favor de más crecimiento económico) tiene
importantes derivaciones en materia de políticas. Pero lo que el pikettismo requiere no
es tanto, impuestos a las ganancias sino a la riqueza.
La idea de usar un impuesto a la riqueza para superar la crisis de deuda de Europa
también cuenta con considerable apoyo del lado oriental del río Rin, pero por otras
razones. A los alemanes todavía les preocupa que los llamen al rescate de los
sobreendeudados gobiernos del sur de Europa. En opinión de Alemania, semejante
transferencia de deuda pública sería injusta, sobre todo porque el alto endeudamiento
público suele ir de la mano de mayores niveles de riqueza de los particulares que en el
norte de Europa. Este argumento, planteado por el Bundesbank, parece favorable a un
impuesto a la riqueza.
De hecho, ese impuesto podría estimular la actividad económica y el crecimiento. Las
casas vacías y los campos baldíos (una visión muy frecuente en el sur de Europa) son
una inversión relativamente segura que, con lo poco que paga de impuestos, no es
demasiado costosa para sus propietarios. Elevar la tasa impositiva alentaría la venta de
esas propiedades, lo que llevaría a una recuperación y mejora en el uso de la tierra y las
construcciones; en la práctica, funcionaría como un enorme paquete de estímulo.
Dado que el impuesto a la riqueza se usaría más que nada para saldar grandes deudas
públicas ya contraídas, su implementación sería en el nivel nacional. Al aplicarse a
propiedades inmuebles, sería más efectivo y controlable que los intentos de gravar
factores de producción móviles. Y presentarlo como un gravamen por única vez
orientado a resolver la herencia de políticas erradas del siglo XX serviría para evitar que
desaliente la actividad económica futura.
La inminente elección para el Parlamento Europeo puede ser el llamado de atención que
los partidos proeuropeístas necesitan con urgencia. Felizmente para ellos, hay una forma
convincente de combinar la preocupación, fundamentalmente francesa, por los peligros
de la desigualdad con la preocupación, fundamentalmente alemana, por el exceso de
deuda pública. Los impuestos a la propiedad y a la riqueza pueden ser la base de una
nueva alineación política en Europa.
(Harold James is Professor of History and International Affairs at Princeton University,
Professor of History at the European University Institute, Florence, and a senior fellow
at the Center for International Governance Innovation. A specialist on German
economic history and on globalization)
- ¿Crece o no la desigualdad en EEUU? (Libertad Digital - 17/5/14)
Los trabajos de Thomas Piketty sobre desigualdad sólo recogen el 62% de la verdadera
renta de los estadounidenses.
(Por Diego Sánchez de la Cruz)
El creciente interés que han despertado los trabajos de Thomas Piketty ha reabierto el
debate sobre la desigualdad de ingresos en Estados Unidos. Economistas de renombre
como Paul Krugman o Joseph Stiglitz han recibido con entusiasmo los estudios del
francés.
Sin embargo, las estimaciones de Piketty también han sido objeto de muchas críticas
que quizá están siendo eclipsadas por el estatus de estrella mediática que está
alcanzando el economista galo. ¿Ha ido a más la desigualdad salarial como sostiene
Piketty en sus trabajos o estamos ante una polémica vacía? El debate está servido.
Lo cierto es que numerosos académicos estadounidenses defienden que la tesis de
Piketty es falsa. Es el caso del profesor Robert Gordon, de la Northwestern University.
Según sus cálculos, “el porcentaje de la renta nacional que gana el 10% más rico
apenas ha aumentado desde 1986... Aunque hubo un leve repunte entre 2000 y 2006,
ya a mediados de 2009 vemos que los niveles registrados eran los mismos que hace
treinta años”.
Por su parte, Bruce Meyer, de la Universidad de Chicago, y James Sullivan, de la
Universidad de Notre Dame, sí estiman que la desigualdad de ingresos aumentó
ligeramente en los años 80, si bien ambos determinan también que las diferencias
salariales “se mantuvieron estables a lo largo de la década de 1990”. Para el periodo
posterior al año 2000, “la desigualdad de ingresos sí ha aumentado, pero en niveles muy
reducidos”.
Piketty no analiza la redistribución fiscal
La mayoría de los trabajos que han dado fama a Piketty analiza los datos de
desigualdad de ingresos, pero solamente antes de impuestos. Esto supone dejar fuera de
toda consideración el impacto de la fiscalidad, los subsidios y las transferencias que
entregan las Administraciones.
No pocos economistas consideran que éste es el pecado capital de las investigaciones
del francés. Por ejemplo, los ya mencionados Meyer y Sullivan explican que
“analizando 45 años de historia económica vemos que los impuestos y las transferencias
fiscales reducen de forma notable el aumento de la desigualdad”. Es por eso que en sus
trabajos se desmiente la tesis de Piketty, quien dibuja un escenario salarial cada vez
más divergente.
Por su parte, las investigaciones de Richard Burkhauser, Jeff Larrimore y Kosali Simon
calculan la desigualdad de ingresos después de impuestos y de transferencias fiscales.
Dichos trabajos se centran en tres años previos a periodos de crisis: a saber, 1989, 2000
y 2007. La conclusión vuelve a poner en tela de juicio las tesis de Piketty, pues estos
tres investigadores calculan que el Coeficiente Gini apenas se ha movido entre 1989 y
2007, un intervalo de casi dos décadas.
Concretamente, el trabajo de Burkhauser, Larrimore y Simon arroja un Coeficiente Gini
de 0,394 puntos en 1989, 0,390 puntos en el 2000 y 0,396 en 2007. Así, el aumento de
la desigualdad apenas llegaría al 0,5%. Una vez más vemos que, una vez
consideramos los mecanismos de redistribución fiscal (impuestos y subsidios), las
diferencias reales en los ingresos de los estadounidenses se mantienen constantes.
Este mismo enfoque es el que adoptan Jonathan Heathcote, Fabrizio Perri y Giovanni
Violante, quienes apuntan que “los impuestos y las transferencias fiscales son centrales
en el proceso de reducción de la desigualdad. En la práctica, estas medidas reducen la
desigualdad de ingresos y benefician a los hogares de menos renta, en prejuicio de
unidades familiares con mayores ingresos”.
No considerar este factor resulta especialmente equivocado en el caso de Estados
Unidos, ya que, como explican Heathcote, Perri y Violante, el código tributario del
país norteamericano “es muy progresivo, como se puede concluir tras comparar la
distribución del ingreso antes y después del efecto de impuestos y subsidios”.
Esta tesis ha sido ampliada por el propio Fabrizio Perri de la mano del economista Joe
Steinberg. En un estudio para la Reserva Federal de Minneapolis, ambos compararon la
evolución del 5% más rico y el 20% más pobre durante la crisis de 2008-2010. La
conclusión es clara: “La redistribución vía impuestos y transferencias del 5% más rico
al 20% más pobre alcanzó su máximo histórico durante la Gran Recesión. Como
consecuencia de estos procesos, la desigualdad del ingreso disponible no aumentó”.
Koen Caminada y Chen Wang confirman esta visión, pues señalan que “en Estados
Unidos el 15% de la reducción de la desigualdad se da por la vía de los impuestos, con
el 85% restante canalizándose mediante los subsidios y las transferencias fiscales.
Poniendo estos datos en perspectiva, vemos que Estados Unidos es el país en el que los
impuestos tienen un rol más importante en la redistribución de los ingresos. A
continuación, encontramos a Israel y Canadá. En el resto de casos, las transferencias
fiscales tienen un peso mucho más grande en este proceso”.
La OCDE también ha llegado a conclusiones similares. Sus informes apuntan que “la
redistribución del sistema impositivo estadounidense es la más progresiva de todos los
países de la OCDE. En el extremo contrario encontramos a los países nórdicos o a
Francia”. Según dicho informe, “no hay países que extraigan más impuestos al 10%
más rico que EEUU. En 2005, el decil más acaudalado ganó el 33,5% del ingreso
monetario total, pero generó el 45,1% de toda la recaudación en concepto de fiscalidad
directa”.
Ignora las redistribuciones en especie
Por todo lo anterior, Alan Reynolds critica que los trabajos de Piketty se centren en los
ingresos antes de impuestos y dejen en un segundo plano el impacto de los programas
de gasto social. “Desde hace décadas, las transferencias fiscales han aumentado
notablemente y las rentas altas aportan cada vez más en materia de recaudación. Sin
embargo, el enfoque de Piketty nunca llega a considerar estos procesos, por lo que sus
pesimistas conclusiones no se corresponden con la sociedad”.
Reynolds entiende además que los informes de Piketty infravaloran los ingresos de
buena parte de la población al no considerar la retribución en especie: cheques de
comida, seguro sanitario, etc. Tomando datos de 2011, Gary Burtless ha calculado el
impacto de estos factores, determinando que el sueldo de los estadounidenses sube un
12,6% cuando se consideran estos pagos.
Si a esa infravaloración del 12,6% le sumamos el impacto de los subsidios públicos, la
diferencia entre los datos de Piketty y la situación real de los estadounidenses resulta
aún más pronunciada. Así, Burtless estima que las transferencias fiscales suponen el
17,9% de los ingresos finales del trabajador medio.
Como vemos en la gráfica siguiente, el cálculo de Piketty solamente recoge el 62,1%
de la verdadera renta de los trabajadores. El 38,9% se queda fuera de sus cálculos,
debido a que sus trabajos no consideran el rol de los impuestos, los subsidios o los
pagos en especie de las empresas.
Como la serie estadística de Piketty analiza numerosas décadas, este desfase pone en
tela de juicio todos sus cálculos, no solamente los dedicados a los años más recientes.
Así, sus números para 2010 dejan fuera el 37,9% de los ingresos reales de los
estadounidenses, pero este diferencial también está vigente en todos los cálculos para
años anteriores. Por ejemplo, en las estimaciones para 1970 vemos que el 23,5% de los
ingresos reales no figuran en los datos de Piketty, mientras que para 1980 y 1990
encontramos una infravaloración del 29,1% y del 31,3%.
Suponiendo que estas fuentes de ingresos no hubiesen crecido tanto, el diferencial
seguiría siendo muy significativo. Por ejemplo, si los niveles de 1980 se hubiesen
mantenido en las tres últimas décadas, la medición del ingreso total para 2010
igualmente se quedaría muy corta: identificaría 7.688 millones de dólares frente a un
escenario real de 8.835, un 14% más.
De hecho, la cuota del ingreso nacional que maneja el 1% más rico cae del 17,4% al
15,2% una vez se ajustan los datos. Por eso, Alan Reynolds ha explicado que un 23%
del aumento de la desigualdad reflejado en los cálculos de Piketty queda
automáticamente desmentido con esta simple corrección de su polémica metodología.
Un planteamiento discutido y discutible
Las críticas a Piketty no acaban aquí. Entre sus adversarios intelectuales también
encontramos a quienes le afean que a menudo explique la riqueza como un fenómeno
estático y rígido, marcado por la consolidación de élites. En realidad, no pocos
informes muestran que la composición de las rentas altas es cambiante, especialmente
en un país como Estados Unidos, tierra de alta movilidad social y elevada volatilidad
empresarial.
Por otro lado, hay quienes critican la obsesión de Piketty con el bienestar relativo y no
absoluto. Como sus informes se centran en comparar los ingresos de unas y otras
personas, a menudo se ignoran otras variables, tales como la tasa de pobreza, el poder
adquisitivo de las familias de ingresos más bajos, etc.
¿Más fuentes de críticas? Desde el campo monetario, no pocos autores critican que
Piketty no considere el impacto de las políticas expansivas de los bancos centrales en la
desigualdad de ingresos. Desde el campo fiscal, la oposición a las tesis del galo se
centra en denunciar el radicalismo de sus propuestas de gasto (pide elevarlo al 66% del
PIB) y de impuestos (habla de un tipo máximo del 80% para las rentas más altas).
Por último, en el ámbito de la filosofía y las ciencias políticas, parte de la oposición a
Piketty argumenta que la desigualdad no es un problema cuando se produce en un
contexto de mercado y libertad. El debate está servido.
- Prevención del desastre de la desigualdad (Project Syndicate - 14/5/14)
New Haven.- El voluminoso libro El capital en el siglo XXI de Thomas Piketty, del que
tanto se ha hablado últimamente, atrajo una tención considerable al problema de la
creciente desigualdad económica. Pero no es sólido a la hora de ofrecer soluciones.
Como admite el propio Piketty, su propuesta -un impuesto global progresivo al capital
(o a la riqueza)- “requeriría un nivel muy elevado y, sin duda, poco realista de
cooperación internacional”.
No deberíamos concentrarnos en soluciones rápidas. La preocupación realmente
importante para los responsables de las políticas en todas partes es impedir los desastres
-es decir, los acontecimientos atípicos que más importan-. Y, como la desigualdad
tiende a cambiar lentamente, cualquier desastre probablemente se observe recién
después de varias décadas.
El libro de Piketty se explaya profusamente sobre ese desastre -un retorno a niveles de
desigualdad nunca vistos desde fines del siglo XIX a principios del siglo XX-. En este
escenario, una pequeña minoría se vuelve súper rica - no, en su mayoría, porque sean
más inteligentes o trabajen más que cualquier otro, sino porque las fuerzas económicas
fundamentales redistribuyen los ingresos caprichosamente.
En El nuevo orden financiero: el riesgo en el siglo XXI, propuse un “seguro contra la
desigualdad” como una manera de evitar el desastre. A pesar de la similitud de sus
títulos, mi libro es muy diferente del de Piketty. El mío defiende abiertamente las
finanzas científicas innovadoras y el seguro, tanto a nivel público como privado, para
reducir la desigualdad, administrando cuantitativamente todos los riesgos que
contribuyen a ella. Y soy más optimista sobre mi plan para impedir una desigualdad
desastrosa que Piketty sobre el suyo.
El seguro contra la desigualdad exigiría que los gobiernos establecieran planes a
muy largo plazo para hacer que las tasas del impuesto a las ganancias sean
automáticamente más altas para la gente con ingresos elevados en el futuro si la
desigualdad empeora significativamente, sin cambios en los impuestos si eso no
sucediera. Lo llamé seguro contra la desigualdad porque, al igual que cualquier
póliza de seguro, se ocupa de los riesgos de antemano. De la misma manera que
tenemos que contratar un seguro contra incendio antes, y no después, de que se nos
quema la casa, tenemos que lidiar con el riesgo de la desigualdad antes de que se
vuelva mucho peor y cree una nueva clase poderosa de gente rica que usa su poder
para consolidar sus ganancias.
En 2006, fui uno de los autores de un documento borrador junto con Leonard Burman y
Jeffrey Rohaly del Centro de Políticas Tributarias del Instituto Urban y la Brookings
Institution que analizaba variaciones para un plan de estas características. En 2011, Ian
Ayres y Aaron Edlin propusieron una idea similar.
Lo que subyace debajo de ese tipo de planes es la presunción de que algún grado
sustancial de desigualdad es económicamente saludable. La perspectiva de volverse rico
claramente impulsa a mucha gente a trabajar mucho. Pero la desigualdad masiva es
intolerable.
Por supuesto, no existe ninguna garantía de que un plan de seguro contra la desigualdad
en efecto vaya ser implementado por los gobiernos. Pero es más probable que sigan este
tipo de planes si ya están legislados y se implementan de manera gradual, según una
fórmula conocida de antemano, y no repentinamente de una manera revolucionaria
totalmente diferente de las prácticas pasadas.
Para ser realmente efectivos, los aumentos de los impuestos a la riqueza -que
recaen más en las personas retiradas con un alto grado de movilidad u otras
personas adineradas- tendrían que incluir un componente global; de lo contrario,
los ricos simplemente emigrarían a cualquier país que tuviera las tasas impositivas
más bajas. Y la impopularidad de los impuestos a la riqueza ha impedido la
cooperación global. Finlandia tenía un impuesto a la riqueza pero lo eliminó. Lo
mismo hizo Austria, Dinamarca, Alemania, Suecia y España.
Aumentar los impuestos a la riqueza ahora, como propone Piketty, le sonaría injusto a
mucha gente, ya que significaría imponer un gravamen retroactivo sobre el trabajo
realizado para acumular esa riqueza en el pasado -un cambio de las reglas de juego, y su
resultado, después de que terminó el partido-. La gente mayor que trabajó mucho para
acumular riqueza en el transcurso de su vida sería gravada por su austeridad para
beneficiar a otros que ni siquiera hicieron el intento de ahorrar. Si les hubieran dicho
que luego iba a haber un impuesto a las ganancias, tal vez no habrían ahorrado tanto; tal
vez habrían pagado el impuesto a las ganancias y habrían consumido el resto, como
todo el mundo.
Es más, una vez que se entendiera la realidad de un impuesto a la riqueza del tipo que
propone Piketty, los ricos podrían procrear más, porque la riqueza en forma de hijos no
se puede disipar con impuestos –razón por la cual quizá sería mejor gravar los ingresos
y mantener una deducción para los aportes filantrópicos fuera de la familia-. Y, si tiene
que haber impuestos a las ganancias, instituirlos ahora para que entren en vigencia
recién en el futuro -y sólo si se agrava la desigualdad- evitaría la percepción de que se
modificaron las reglas después de terminado el juego.
La ventaja de los incrementos del impuesto a las ganancias es que se podrían basar no
sólo en el ingreso actual, sino en algún promedio de ingresos en el transcurso de años, y
podría permitir deducciones para inversiones, compartiendo así algunas características
con los impuestos a la riqueza sin penalizar a quienes ahorraron más para acumular más
riqueza. Es más, un plan a largo plazo legislado por uno o varios países hoy, antes de
que se produzca algún impacto sustancial en los pagos de impuestos reales, podría
ayudar a promover un diálogo internacional sobre políticas futuras apropiadas para
combatir la desigualdad. Eso crearía espacio para una respuesta impositiva más
uniforme entre los países, reduciendo así la capacidad de los súper ricos de evadir
impuestos cambiando de locación.
El libro de Piketty hace un aporte invalorable a nuestra comprensión de la dinámica de
la desigualdad contemporánea. Él ha identificado un riesgo serio para nuestra sociedad.
Los responsables de las políticas tienen la obligación de implementar un modo factible
de asegurarse contra ese riesgo.
(Robert J. Shiller, a 2013 Nobel laureate in economics, is Professor of Economics at
Yale University and the co-creator of the Case-Shiller Index of US house prices. He is
the author of Irrational Exuberance, the second edition of which predicted the coming
collapse of the real-estate…)
- El “Financial Times” refuta la tesis económica de Piketty (El Confidencial - 23/5/14)
“La “estrella del rock” Thomas Piketty, cuyo libro El capital en el siglo XXI ha sido el
éxito editorial del año y está dando mucho que hablar, se equivoca”, según afirma el
diario británico Financial Times, que en su portada revela que los datos en los que se
basan las tesis expuestas por el economista francés contienen “una serie de errores que
sesgan sus hallazgos”.
La publicación ha realizado una investigación en la que ha encontrado “errores y
entradas inexplicables en sus hojas de cálculo, similares a los que el año pasado
socavaron el trabajo de Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff sobre deuda pública y
crecimiento”.
La idea central del libro del profesor Piketty es que las desigualdades de renta están
alcanzando niveles vistos por última vez antes de la Primera Guerra Mundial, pero el
diario británico afirma que su investigación socava esta tesis y asegura que hay “poca
evidencia en las fuentes originales del economista para confirmar su tesis de que
una proporción creciente de la riqueza total está en manos de una minoría de ricos”.
Polémica y críticas
Pese a que el galo proporciona datos detallados sobre la desigualdad de la riqueza en
Europa y Estados Unidos en los últimos 200 años, en sus hojas de cálculo “hay errores
de transcripción de las fuentes originales y fórmulas incorrectas. También da la
sensación de que algunos de los datos están construidos sin una fuente original”. Y
añade: “Una vez que el FT ha limpiado y simplificado sus datos, las cifras europeas no
muestran ninguna tendencia hacia el aumento de la desigualdad de la riqueza a partir de
1970”. El autor francés explica al diario británico que para su obra utilizó un “conjunto
diverso y heterogéneo de fuentes de datos” y aunque reconoce que los datos son
mejorables, afirma que no cree que las conclusiones de su trabajo se fueran a ver
afectadas por dicha mejora.
Sobre el libro de Piketty, Antonio España señalaba hace unos días en su columna
Monetae Mutatione los errores del economista. Decía que “propuestas como las que se
recogen en su comentada obra, como el tributo global a las rentas altas o la del impuesto
progresivo sobre la riqueza, no deja de ser como utilizar la motosierra con el pretendido
objetivo de reducir la desigualdad cortando por arriba y modelar a un tiempo la sociedad
según su característico ideal igualitario”.
Antonio España se hacía eco de la crítica, “con bastante acierto a mi juicio” que hacía
McCoy en su Valor Añadido sobre lo poco novedoso de las aportaciones de Piketty y
“más relevante aún, la miopía del economista francés, que se centra en atacar el síntoma
y yerra completamente en el diagnóstico de las causas”. McCoy señalaba en su columna
que comparte la tesis de Robert Shrimsley publicada en el FT (The nine stages of the
Piketty bubble): “Nos encontramos ante una burbuja intelectual que lo único que hace es
subir la cotización del autor... desde la nada más absoluta. Pura economía financiera, de
hecho”. Y termina: “su propuesta es tan inconsistente como la negativa colectiva a
alterar un modelo que no funciona”.
- Mazazo a la “Pikettymanía” (El País - 24/5/14)
Un artículo de “Financial Times” acusa al economista de cálculos torticeros
(Por Amanda Mars)
El libro revelación, la obra económica más popular sobre uno de los temas calientes del
momento, la desigualdad, ha sufrido un revés esta semana. The Financial Times ha
publicado un análisis en el que aflora una retahíla de errores y pone en duda incluso las
grandes conclusiones de la obra. Un extenso artículo publicado el viernes por el editor
económico del rotativo, Chris Giles, atribuye al economista francés Thomas Piketty
(París, 1971) cálculos torticeros en El capital en el siglo XXI, una obra de 600 páginas
en la que analiza la evolución de la riqueza en Europa y EEUU en los últimos 200 años.
Las críticas se centran básicamente en el capítulo 10 de la obra, sobre la distribución de
riqueza. Giles detecta diferentes incorrecciones: algunos parecen un simple error de
transcripción, como tomar mal el dato de concentración de riqueza de Suecia. Le
reprocha también que no justifica los ajustes que realiza en las proyecciones para épocas
en las que no había datos; o que no usa el mismo método para todos los países. Además,
le acusa de no ponderar la población cuando calcula la media europea (que hace solo
con tres países, Suecia, Gran Bretaña y Francia) y de utilizar las comparaciones de años
que más conviene a su tesis sobre el incremento de la brecha social.
Piketty, que publicó en Internet las hojas de cálculo en las que basa sus explicaciones,
respondió el viernes al Financial Times que “la disponibilidad de datos sobre riqueza
(donde se concentran los reproches) son menos sistemáticas que para ingresos”. Y que
para homogeneizar las diversas fuentes de información (entre países, épocas, etc.) eran
necesarios los ajustes. “No tengo duda de que mi base de datos histórica puede mejorar
y mejorará”, apuntó, si bien sostiene que no ha hecho uso sesgado de la información ni
queda alterada la conclusión: la diferencia entre ricos y pobres crece.
El caso recuerda al sonado error descubierto en un estudio de dos prestigiosos
economistas de Harvard, Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff, publicado en 2010 y en el
que alertaban del lastre que el exceso de deuda pública suponía para el crecimiento de
los países. En concreto, calculaban que la actividad se frenaba de forma muy abrupta
cuando el lastre del pasivo superaba el 90% del PIB y la teoría -con porcentaje exacto
incluido- fue utilizado como gran argumento intelectual por los principales defensores
de los recortes de gasto público en las primeras fases de la crisis de la zona euro. El año
pasado un estudiante de doctorado de la Universidad de Massachusetts descubrió que
Reinhart y Rogoff habían omitido por error algunos datos de calado y usado
metodologías más que discutibles.
Si entonces los reputados economistas admitieron los fallos pero salieron al paso
recalcando que estos no ponían en tela de juicio sus conclusiones, la respuesta de
Piketty es muy similar ahora. Pero igual que entonces los detractores de la austeridad a
ultranza sacaron el máximo provecho del error de Rogoff y Reinhart, los críticos con la
Pikettymanía y sus alarmas contra la brecha social también tienen ahora dónde rascar a
golpe de artículos y blogs.
En medio del fuego, el Nobel Paul Krugman opinó hoy que algunos errores concretos
puedan ser ciertos, pero defendió la idea global: “No es plausible que el aumento en la
concentración de los ingresos del capital no reflejen un aumento más o menos
comparable de la concentración del capital en sí mismo”.
- Niño Becerra: “La desigualdad ha venido para quedarse” (El Economista - 25/5/14)
El catedrático de Economía Santiago Niño Becerra asegura que la desigualdad es un
compañero de vida al que nos tenemos que acostumbrar, ya que ha hecho acto de
presencia para quedarse.
Niño Becerra asegura que Thomas Piketty, el economista que ha devuelto a la
actualidad internacional el concepto de desigualdad, a través de su libro “El capital en el
siglo XXI”, ya está dejando de estar de moda y que, a medida que la desigualdad de la
que habla se acepte como algo a lo que nos tenemos que acostumbrar, puesto que “es
inevitable, es irreversible”, aún lo estará más.
La permanencia de la desigualdad la da por hecha Niño Becerra,
fundamentalmente, por las siguientes razones: “Cada vez menos población es
necesaria para producir lo que sea y cada vez el capital que posibilita lo anterior está en
menos manos (porque cada vez se precisa más poder financiero para obtenerlo). Lo
primero lleva a más desempleo estructural, más subempleo, menores salarios y más
pobreza, que podría ser mitigada con una renta básica. Lo segundo lleva a una creciente
riqueza de quienes ostentan la propiedad de ese capital y de sus vías de generación, sean
personas, familias o corporaciones”.
Del resultado de su análisis de la situación, el profesor de la Universidad Ramón Llull
infiere que estamos ante una desigualdad “imparablemente creciente, mayor en los
países calvinistas por sus raíces filosóficas. A mediados del siglo XIX una situación
como esta, vista con los ojos de entonces y en aquellas circunstancias, hubiese dado
lugar a una revolución, como la de 1848, pero hoy las revoluciones no están de moda”.
Concluye Niño Becerra afirmando: “Airear la desigualdad ha sido útil porque se
personalizaba una situación en unos momentos en los que había que ganar tiempo, pero
ya se está llegando al final de ese camino: la desigualdad es la que es, así va a seguir. Y
si el concepto de desigualdad ha llegado a la calle y se ha popularizado pienso que
es porque las rentas medias y bajas están cayendo y porque la capacidad de
endeudamiento de las clases media y baja se ha esfumado: en el 2006 había
muchísima desigualdad, pero siempre era posible conseguir un crédito y para la inmensa
mayoría de la población”.
- La desigualdad pone en peligro el sueño americano (El País - 25/5/14)
Derecha e izquierda buscan fórmulas para abordar el debate sobre la creciente
desigualdad
(Por Marc Bassets - Washington)
Las entradas al acto electoral costaban hasta cuatro mil dólares, unos tres mil euros.
Bajo una carpa, los camareros servían vino y cócteles. El público lo formaban donantes
del Partido Demócrata, muchos de ellos residentes en Potomac, un pueblo de bosques y
mansiones ostentosas que figura en todos los ránquines de los lugares más ricos de
Estados Unidos. Era el martes 13 de mayo. En algunos barrios de Potomac, la media de
ingresos anuales de un hogar supera el medio millón de dólares. Si existe una patria del
1% en este país, o del 0,1% -la élite de la élite-, está en Potomac o en alguna de las
poblaciones similares que rodean la capital, Washington.
Bill Clinton, presidente de EEUU entre 1993 y 2001, era el orador estrella de aquella
reunión para recaudar fondos. Clinton acudió allí para apoyar a Anthony Brown, un
candidato de su partido, el Demócrata, en las primarias para el cargo de gobernador de
Maryland, el Estado donde se encuentra Potomac. El presidente no ha perdido el
desparpajo ni la capacidad de seducción. “Maryland es un buen ejemplo del mensaje
sencillo que intento llevar a América cada día: hay lugares en este país en los que la
prosperidad está más repartida aunque la desigualdad aumente”, dijo. Brown recaudó
cerca de un millón de dólares en aquel acto.
Hace unos años escuchar la palabra desigualdad en boca de Clinton, y ante un público
como el de Potomac, habría resultado insólito. La expresión no figura en ninguno de los
discursos anuales sobre el estado de la Unión que pronunció cuando era presidente. Su
retórica económica, similar a la de la tercera vía en Europa, ponía el acento en el
crecimiento, la reforma del Estado de bienestar y la reducción del déficit.
Ahora es distinto. La desigualdad creciente de ingresos y de riqueza ocupa el centro del
debate en EEUU. El presidente Barack Obama ha hecho de la igualdad de
oportunidades el eje de su discurso económico. El populismo antielitista define el
discurso en una izquierda que se prepara para el pos-obamismo. Los conservadores ya
no evitan hablar de la disparidad de ingresos y la brecha entre clases sociales. Y en
Roma el papa Francisco, con sus reflexiones sobre los excesos del capitalismo
desbocado, se ha convertido en un aliado involuntario de Obama y un acicate para que
la derecha revise sus mensajes más ásperos.
El libro del año -y quizá de la década- es un volumen de más de 600 páginas de un
economista francés, Thomas Piketty, hasta ahora desconocido para el gran público, pero
que en unas semanas se ha elevado en EEUU a la condición de superestrella con un
tratado que demuestra con profusión de datos -muy al gusto norteamericano- el aumento
de la desigualdad hasta unos niveles que se acercan a los del siglo XIX. La comparación
con el siglo XIX no se sustenta sólo en la disparidad de ingresos -mientras los salarios
reales de la clase trabajadora norteamericana apenas ha aumentado desde los años
setenta, los salarios de 1% con más ingresos han subido un 165%, según datos citados
por el Nobel Paul Krugman-, sino en la disparidad del patrimonio. Regresa el espectro
de la sociedad de rentistas, marcada por la herencia: la idea de que los hijos y nietos de
los ricos de Potomac seguirán siendo la clase dominante durante generaciones.
“La desigualdad alcanzó su marea más baja en Estados Unidos entre 1950 y 1980: el
10% superior en la jerarquía de ingresos se llevaban entre el 30% y el 35% de los
ingresos nacionales de EEUU, aproximadamente el mismo nivel que Francia hoy”,
escribe Piketty en su libro, Capital en el siglo XXI. “Desde 1980, sin embargo, la
desigualdad de ingresos ha estallado en EEUU. La parte del 10% superior ha aumentado
del 30%-35% de los ingresos nacionales en los años setenta al 45%-50% en la década
del año 2000”. El incremento del 1% con más ingresos todavía es más acusado.
La Piketty manía tiene un precio. Los críticos escrutan los errores y fallos
interpretativos en el libro. Este fin de semana, el diario Financial Times ha publicado
una investigación que arroja dudas sobre los cálculos y métodos del economista francés.
Hasta el punto de cuestionar una de sus conclusiones: que las desigualdades en la
riqueza hayan regresado a niveles anteriores a la I Guerra Mundial.
La traducción al inglés de Capital en el siglo XXI se ha encaramado a las listas de libros
más vendidos siguiendo la estela de otros libros de académicos que definieron las
controversias de su época. Lo logró Francis Fukuyama con El fin de la historia.
Publicado tras la caída del muro de Berlín, el libro de Fukuyama teorizaba sobre el
triunfo del capitalismo liberal. Unos años después, otro politólogo norteamericano,
Samuel Huntington, diagnosticó el momento con El choque de las civilizaciones, escrito
durante las guerras balcánicas de los años noventa.
Si ahora se habla de desigualdad en EEUU, no es por Piketty. “Ocurre que los libros
navegan sobre olas”, comenta durante una entrevista telefónica el historiador Michael
Kazin, profesor en la Universidad de Georgetown y director de la revista progresista
Dissent. En el momento de la conversación Kazin estaba sumergido -como parte de la
clase intelectual de izquierdas en este país- en la lectura del libro. Piketty ha captado lo
que los alemanes llaman el zeitgeist, el espíritu de la época.
“El libro de Thomas Piketty tiene tanto éxito porque la sociedad de EEUU está muy
preocupada por el enorme crecimiento de la desigualdad que se ha producido desde los
años setenta”, dice, en un correo electrónico, el economista Emmanuel Saez. Saez,
profesor en la Universidad de Berkeley, ha sido uno de los colaboradores más estrechos
de Piketty en la recuperación minuciosa de estadísticas históricas sobre la concentración
de ingresos y riqueza. “El libro tiene un éxito particular en EEUU porque alerta contra
el retorno de la sociedad patrimonial, en la que los herederos acaban imponiéndose.
Esto toca una fibra en América, un país que se fundó sobre la base del ideal
meritocrático”, argumenta Saez.
La desigualdad se agravó durante los años de Ronald Reagan en la Casa Blanca -un
republicano que creía en la desregulación de los mercados y las rebajas de impuestos- y
continuó con Clinton. La gran recesión, que se originó en la burbuja inmobiliaria de la
pasada década, ha dejado más paro y una clase media que ha visto cómo se reducían sus
ingresos y se agrandaba la distancia con el 1%, que salió de la crisis indemne. Lo peor el terror a caer por el abismo, a precipitarse hacia una gran depresión similar a la de los
años treinta- ha pasado. Y, al contemplar el paisaje después de la tormenta, es cuando
surge en primer plano el problema de la desigualdad.
“Hay menos miedo por el corto plazo y más miedo por el largo plazo”, constata desde
Chengdu (China) el economista Tyler Cowen, profesor de la Universidad George
Mason, en las afueras de Washington, y autor de Average is over (se acabó la medianía).
Cowen describe en su libro un mundo desarrollado en el que las personas con un alto
nivel de educación y habilidades tecnológicas prosperarán y acumularán más ganancias,
y quienes carezcan de esta formación verán cerrada la entrada a los mejores trabajos y
los mejores barrios. Una distopía: países desarrollados y democráticos divididos entre
los que tienen (y saben desenvolverse con las máquinas) y los que no tienen (y no
saben); entre los habitantes de pueblos como Potomac y las personas que subsistirán con
empleos precarios y el salario mínimo.
La pregunta sobre el efecto de la desigualdad en la calidad democrática, o en la
democracia a secas, vuelve a ser pertinente. “Entonces como ahora”, ha escrito
Krugman en alusión a la Francia de la Tercera República, “una riqueza inmensa permite
comprar una inmensa influencia, no sólo en las políticas que se adoptan, sino en el
discurso político”. Cowen, un economista cercano a posiciones que en EEUU se
llamarían libertarias, y en Europa liberales, no niega la existencia de las desigualdades
ni su posible efecto pernicioso en la democracia si una parte de la población se distancia
de las instituciones. La mayoría de miembros del Congreso de EEUU son hoy
millonarios. Politólogos como Nicholas Carnes, de la Universidad de Duke, ven una
relación directa entre la clase social de los legisladores y la despreocupación por las
políticas que benefician a las clases medias.
Durante décadas, para la derecha en EEUU las desigualdades no supusieron ningún
problema. El problema era la falta de oportunidades, pero como éste era el país del
ascensor social, el del sueño americano, todo parecía solucionado. El propio Clinton,
que es demócrata, apenas hablaba de desigualdad cuando era presidente (y los
republicanos Reagan y Bush padre e hijo, menos). La revuelta del Tea Party -el
movimiento populista y conservador que irrumpió tras la llegada del demócrata Obama
a la Casa Blanca, en 2009, y marcó la agenda del Partido Republicano durante estos
años- puso a la izquierda a la defensiva. Las bajadas de impuestos y los recortes en el
gasto monopolizaban el discurso económico. En dos años esto ha cambiado. En las
elecciones presidenciales de 2012, el candidato republicano, Mitt Romney, pagó cara su
imagen de plutócrata desconectado del norteamericano de a pie. La parálisis del
ascensor social pasó a ser un hecho ampliamente admitido, a izquierda y derecha. Desde
entonces la lucha contra las desigualdades forma parte del vocabulario mitinero de
Obama. Lo llamativo es que los conservadores hayan hecho suyo este discurso.
Para Piketty, la causa de las desigualdades hay que buscarla en la acumulación de las
rentas de capital, que crecen a un ritmo más rápido que la economía, lo que abre la
brecha entre las clases medias y los más ricos. Para Cowen, en cambio, es el abismo
tecnológico. Para Charles Murray, seguramente el intelectual de más peso hoy en la
derecha norteamericana, las desigualdades son reales y ponen en peligro la cohesión de
EEUU, pero no se explican por las diferencias de ingresos, ni por las políticas fiscales,
sino por las diferencias de valores o culturales.
En el ensayo Coming apart. The state of white America, 1960-2010 (El distanciamiento.
El estado de la América blanca, 1960- 2010), Murray explica el declive de la clase
trabajadora blanca por su desapego, desde los años sesenta, a lo que él considera las
virtudes fundacionales de EEUU: religiosidad, laboriosidad, honestidad y matrimonio.
Los miembros de esta clase, expone el autor, se casan menos, trabajan menos, van más a
la cárcel y frecuentan menos la iglesia que las élites (Murray se divorció una vez, es
agnóstico y defiende el matrimonio homosexual). Han entrado en una espiral que les
distancia cada vez más de las élites industriosas, religiosas y cuyos miembros son
proclives a casarse entre ellos y, por tanto, a procrear hijos más inteligentes (el uso del
coeficiente intelectual en sus estudios es uno de los aspectos más discutidos de este
intelectual).
Murray no ha leído a Piketty, dice en un correo electrónico. A la pregunta de por qué en
EEUU el debate político gira de repente en torno a la desigualdad, responde: “Porque
finalmente la izquierda socialdemócrata logró elegir a uno de los suyos presidente de
Estados Unidos, y la izquierda americana, al mismo tiempo, se ha vuelto más parecida a
la izquierda de Europa, donde la desigualdad ha dominado el debate durante décadas”.
“La desigualdad importa porque en la sociedad real las personas evalúan su bienestar
económico en relación con otros”, observa el pikettyano Saez. “Por eso la desigualdad
siempre será un problema en cualquier sociedad, no importa lo rica que sea. Dicho esto,
la gente está más dispuesta a considerar justas las desigualdades basadas en el mérito
que en la herencia”.
“La clase media está desapareciendo. Se siente insegura”, dice Roger Hickey, codirector
de la Campaña por el Futuro de América, un grupo adscrito al ala izquierda del Partido
Demócrata. “No encuentran empleo, los salarios no suben, los conservadores
desmantelan sus beneficios. La gente siente la desigualdad. A los americanos no les
desagradan los ricos. Aspiran a ser ricos. Pero les preocupa el declive de aquella gran
clase media que se construyó tras la Segunda Guerra Mundial. Supieron lo que era la
seguridad, la oportunidad, la posibilidad de enviar a los hijos a la universidad. Ahora
todo esto está amenazado”.
“No creo que a los americanos les preocupe que los ricos ganen más. Les preocupa que
sus salarios estén estancados. Los americanos no son receptivos ante los discursos sobre
la desigualdad”, opina Cowen. “En este país la envidia se dirige sobre todo a las
personas con las que fuiste al instituto, a tus parientes, a tus amigos”.
No es la desigualdad lo que debería alarmar a políticos y ciudadanos, sino los
obstáculos de los pobres para salir de la pobreza, argumenta Robert Doar, que fue
comisionado en la Administración de Recursos Humanos de Nueva York con el alcalde
Michael Bloomberg. El multimillonario Bloomberg abandonó el cargo en diciembre. Su
sucesor, el demócrata Bill de Blasio, llegó a la alcaldía con la bandera de la lucha contra
las desigualdades, que se habían agravado durante los 12 años de Bloomberg.
“La movilidad y la pobreza son temas más importantes y merecedores de nuestra
atención que la desigualdad”, dice Doar en la sede en Washington del American
Enterprise Institute (AEI), el laboratorio de ideas más influyente de la derecha de EE
UU, donde ahora trabaja. Añade que a él le preocupa que la “obsesión” por querer que
los ricos pierdan ingresos o patrimonio no acabe dañando a los pobres. Si los ricos son
menos ricos, continúa, la economía flaqueará y el paro crecerá. Y en un país con menos
ricos se reducirá la recaudación fiscal porque, si éstos pierden ingresos y patrimonio,
pagarán menos impuestos.
Lo que tienen en común estos conservadores -Cowen, Murray, Doar- es que no rehúyen
la cuestión de la desigualdad, aunque discrepen de las causas y las soluciones. El debate
intelectual, instigado desde instituciones como el AEI, donde se cocinaron desde la
revolución reaganiana hasta la invasión de Irak, refleja un cambio político: tras los años
de individualismo del Tea Party, el Partido Republicano se ha dado cuenta de que corre
el riesgo de perder la iniciativa ideológica y aparecer como un partido antipático,
insensible a las dificultades de la clase trabajadora, puede ser letal. La derecha se
esfuerza por articular un conservadurismo con rostro humano.
Y en la izquierda renace un nuevo populismo, una palabra que en EEUU carece de las
connotaciones negativas que tiene en Europa y América Latina. “Hay aspectos
demagógicos (en el populismo norteamericano), claro”, dice Kazin, autor de The
populist persuasion (la fe populista), historia de referencia en EEUU sobre el
populismo, publicada en 1995. “Pero el núcleo del populismo”, dice, “es la exigencia a
los políticos de que estén a la altura de su palabra y de los ideales fundadores de este
país, que consisten en que la élite debe servir a los intereses del pueblo”. El significado
de populismo, en EE UU, es literal: la defensa de los intereses del pueblo frente a las
élites. Y no sólo el Tea Party representa esta tradición.
Thomas Piketty, autor de “Capital en el siglo XXI'”
“La forma más racional para reducir la desigualdad es apostar por la fiscalidad
progresiva sobre las rentas y también sobre la riqueza neta de los individuos” (entrevista
a El País - 13/4/14)
Emmanuel Saez, economista de la Universidad de Berkeley
“El libro de Piketty tiene un éxito particular en EEUU porque alerta contra el retorno de
la sociedad patrimonial, en la que los herederos se imponen. Esto toca una fibra en un
país que se fundó sobre el ideal meritocrático”.
Michael Kazin, historiador progresista de Georgetown
“El núcleo del populismo es la exigencia a los políticos de que estén a la altura de su
palabra y de los ideales fundadores de este país, que consisten en que la élite debe servir
a los intereses del pueblo”.
Barack Obama, presidente de Estados Unidos
“Los salarios medios apenas se han movido. La desigualdad se ha ahondado. La
movilidad hacia arriba se ha estancado”. (En enero, Obama pronunció por primera vez
la palabra desigualdad en un discurso del estado de la Unión).
Charles Murray, politólogo conservador
“La izquierda socialdemócrata logró elegir a uno de los suyos presidente de EEUU, y la
izquierda americana, al mismo tiempo, se ha vuelto más parecida a la izquierda de
Europa, donde la desigualdad ha dominado el debate durante décadas”.
Tyler Cowen, economista de la Universidad George Mason
“No creo que a los americanos les preocupe que los ricos ganen más. Les preocupa que
sus salarios estén estancados. Los americanos no son receptivos ante los discursos sobre
la desigualdad”.
Robert Doar, miembro de un “think tank” conservador
“Si los ricos son menos ricos la economía flaqueará y el paro crecerá. Y en un país con
menos ricos se reducirá la recaudación fiscal”.
Roger Hickey, ala izquierda del partido demócrata
“A los americanos no les desagradan los ricos. Aspiran a ser ricos. Pero les preocupa el
declive de la gran clase media construida tras la Segunda Guerra Mundial”.
“Hay una larga historia en este país de populismo progresista”, dice Hickey. El activista
recuerda a los agricultores que en el siglo XIX se organizaron contra las compañías de
ferrocarriles y los monopolios, y las políticas del presidente Franklin Roosevelt como
respuesta a la gran depresión de los años treinta. También contenía elementos populistas
el discurso sobre la great society (la gran sociedad) del presidente Lyndon Johnson, del
que esta semana se ha conmemorado medio siglo. La great society incluía medidas
igualitaristas en el ámbito de los derechos civiles, como el fin de la segregación legal; y
de la economía, como la lucha contra la pobreza y la creación de seguros médicos
gratuitos para los mayores de 65 años y las personas con menos ingresos.
Di Blasio, el nuevo alcalde de Nueva York, resucitó esta tradición cuando, en campaña,
decía que Nueva York se había convertido en una dickensiana historia de dos ciudades,
donde conviven casi 400.000 millonarios mientras casi la mitad de ciudadanos viven
cerca o en el umbral de la pobreza. El eslogan del movimiento Occupy -el 99% contra el
1%- se ha incorporado al lenguaje corriente. “Hoy, después de cuatro años de
crecimiento económico, los beneficios empresariales y los precios de las acciones son
inusualmente altos, y a los que están arriba nunca les ha ido mejor”, dijo Obama en el
último discurso sobre el estado de la Unión, en enero. “Pero los salarios medios apenas
se han movido. La desigualdad se ha ahondado. La movilidad hacia arriba se ha
estancado”.
Era la primera vez que Obama pronunciaba la palabra desigualdad en un discurso sobre
el estado de la Unión, el ritual anual en el que los presidentes definen sus prioridades.
En boca de un político cerebral e instintivamente centrista como él, los intentos de
hablar el lenguaje del populismo a veces suenan forzados. Nada que ver con Elizabeth
Warren, senadora demócrata por Massachusetts desde enero de 2013 y estrella de la
izquierda populista. Profesora de derecho en Harvard y jurista especializada en
bancarrotas, Warren electriza a las bases progresistas con un lenguaje claro contra los
bancos, las grandes corporaciones y las élites. “Ella habla el idioma populista”, dice
Kazin, que en su libro insiste en que el populismo, de izquierdas y derechas, es más una
retórica que un programa político.
“¡Preséntate, Elizabeth, preséntate!”, gritaban algunas personas congregadas, esta
semana, para ver a Warren en una conferencia sobre el nuevo populismo organizada por
la Campaña por el Futuro de América en un hotel de Washington. Se referían a la
campaña para la nominación del Partido Demócrata en las elecciones presidenciales de
2016. La exsecretaria de Estado Hillary Clinton es la favorita, pero si tiene un
inconveniente es que es poco populista, demasiado cercana a Wall Street y asociada a la
presidencia probusiness -favorable a las grandes empresas- de su marido, Bill Clinton.
“La defensora del pueblo, la tribuna del 99%, la senadora Elizabeth Warren”, anunció el
presentador. “Me dicen que os habéis pasado el día hablando de populismo, del poder
de las personas para conseguir cambios en este país”, dijo Warren. “Es algo en lo que
creo de verdad”. La senadora cargó contra los bancos, que han superado la crisis sin que
ningún gran banquero vaya a la cárcel; denunció a los conglomerados que eluden el
pago de impuestos; señaló a los políticos que negocian tratados de libre comercio de
espaldas a los trabajadores. “El juego está amañado. Y eso no está bien”, repetía como
un estribillo. Sus palabras tenían un timbre izquierdista y profundamente americano.
Porque éste no es un populismo antisistema. Al contrario. Los populistas
norteamericanos defienden el sistema contra quienes creen que lo han traicionado.
“(Los americanos) varían, alteran y renuevan cada día las cosas secundarias; se cuidan
mucho de no tocar las principales”, escribió Alexis de Tocqueville, francés como
Piketty, en los años treinta del siglo XIX. “Les encanta el cambio; pero temen las
revoluciones”.
- ¿Falseó Thomas Piketty los datos sobre la desigualdad? (BBCMundo - 26/5/14)
(Por Marcelo Justo)
El sorprendente best seller del economista francés Thomas Piketty sobre el aumento de
la desigualdad global sigue dando que hablar.
El Financial Times publicó una dura crítica a los datos de su libro “El capital en el siglo
XXI” y el semanario The Economist le contestó saliendo en su defensa.
Según Chris Giles, editor económico del Financial Times, Piketty comete errores en las
proyecciones que hace para épocas en las que no había información, en el método que
usa para distintos países y en un uso tendencioso de las estadísticas para probar su
principal tesis, que la riqueza ha aumentado a mayor velocidad que el crecimiento
económico en los últimos 300 años con un fuerte incremento de la desigualdad.
En una carta de respuesta al periódico británico, Piketty defendió sus conclusiones.
“Tenemos que trabajar con la información que hay que es muy heterogénea: datos sobre
la herencia, la propiedad, escasa información sobre la propiedad y riqueza y las
declaraciones impositivas. A estos datos hay que hacerles además ajustes para
homogeneizar las comparaciones entre distintos países. De hecho, es posible que mi
estimación de la concentración de la riqueza sea conservadora y que la realidad sea peor
de lo que he medido”, señala Piketty.
Impacto y polémica
El libro fue publicado en inglés el pasado 10 de marzo y trepó al número uno de las
obras más leídas de Amazon en abril, hecho más que sorprendente si se tiene en cuenta
que es un mamotreto de 650 páginas, lleno de datos y estadísticas.
Su impacto fue comparado con el que tuvo Adam Smith en el siglo XVIII, Karl Mark en
el XIX y John Maynard Keynes en el XX, pero fue el corolario de la tesis fundamental
del libro el que más contribuyó a la polémica.
Si el análisis histórico de Piketty es correcto, el capitalismo tiene una falla sistémica:
produce una creciente desigualdad.
Este diagnóstico fue virulentamente criticado por importantes sectores de la prensa de
derecha anglosajona, desde The Wall Street Journal del grupo Murdoch hasta el
británico Daily Telegraph.
Pero es la crítica del Financial Times, enfocada en la base de datos de Piketty, la que
puso en tela de juicio el valor mismo del libro.
En su defensa salió el viernes pasado un medio de indudable filiación capitalista: The
Economist.
“La repercusión por la crítica del Financial Times contenía cierta apenas disimulada
satisfacción de los detractores de Piketty, muchos de los cuales no han leído el libro. La
mayoría de los datos recogidos por Piketty y otros economistas han sido usados para
crear el “World Top Income Database”. Este trabajo no ha sido cuestionado. Hay un par
de errores que parecen ser de transcripción o de ajustes hechos a datos que requieren
una evaluación del investigador”, señala el semanario británico.
En gran medida los ataques a “El capital en el siglo XXI” se deben a que, si las
premisas del libro son correctas, las implicaciones a nivel de política económica son
claras.
Según Jorge Gaggero, miembro fundador de Tax Justice en América Latina, hay una
clara puja de intereses en torno a la polémica.
“Es lógico que un libro de casi 700 páginas de ese alcance, escrito por alguien de
formación neoclásica, que rechaza las fórmulas matemáticas para recuperar una visión
histórica de la economía, suscite esta crítica de los que están interesados en sacar el
tema de la agenda global”, indicó a BBC Mundo.
¿Piketty subestima la desigualdad?
Otra crítica que se le ha hecho al libro es que, en realidad, subestima la desigualdad al
utilizar un cálculo muy conservador de la riqueza en paraísos o guaridas fiscales.
En su trabajo, Piketty se basa en los datos de otro investigador de la Paris School of
Economics, Gabriel Zucman, quien calcula en unos US$ 8 billones la riqueza oculta en
las guaridas fiscales.
El estudio de Zucman se basa en los datos disponibles de estudios macroeconómicos
(balanza de pagos, por ejemplo) y solo incluye activos financieros, dejando afuera otro
tipo de riqueza (yates, obras de arte, etc.).
Según un informe de James Henry, profesor del Centro para la Inversión Internacional
Sostenible de la Universidad de Columbia, sobre la riqueza oculta (“The price of
offshore revisited”), Piketty incurre en una subestimación que minimiza la desigualdad
real planetaria.
“Hay unos US$ 21 billones ocultos en guaridas fiscales. La mitad de esta suma está en
manos de las 91.000 personas más ricas del mundo, un 0,001% de la población mundial,
que controla una tercera parte de toda la riqueza mundial. Pero más allá de este error
sobre el monto y crecimiento de esta riqueza oculta, que el mismo Piketty ha admitido,
los cuestionamientos que se le han hecho son triviales”, indicó Henry a BBC Mundo.
En su carta al Financial Times, el mismo Piketty reconoce la necesidad de una mejor
contabilización de esa riqueza oculta.
“En realidad es muy posible que mis propias estimaciones no tomen plenamente en
cuenta la riqueza offshore o en paraísos fiscales, algo que profundizaría la desigualdad”,
señala el economista.
El otro libro de Piketty
En otro trabajo de Piketty, editado con el británico Anthony Barnes Atkinson y
publicado por la Universidad de Oxford, “Top Incomes, a Global Perspective”, hay dos
análisis diferenciados: el de los países desarrollados en el primer tomo y de los países en
desarrollo en el segundo.
En este segundo tomo, que abarca a muchas naciones asiáticas (India, China, Japón,
Indonesia, Singapur) y fue publicado en 2010, figura una sola de América Latina:
Argentina.
El autor de este estudio, Facundo Alvaredo, que ha colaborado con Piketty en la Paris
School of Economics, señala que durante mucho tiempo Argentina fue identificada
como una de las economías con menor desigualdad relativa en América latina, pero que
durante los 80 y 90 el aumento de la desigualdad ha superado el promedio de América
latina.
Las polémicas consecuencias de este análisis se ven en la valoración que hace del
Peronismo como el período en que “el gobierno se embarcó en una fuerte política
redistributiva durante tres años (entre 1946 y 1949), estableciendo las bases para el
estado del bienestar y el desarrollo de la poderosa clase media que caracterizó al país
hasta fines de la década de 1960”.
El impacto de una perspectiva político-económica semejante sobre toda la región,
calificada como la más desigual del mundo, es evidente.
En medio de la polémica una cosa es indudable: el trabajo de Piketty ha estimulado una
nueva camada de investigaciones sobre el tema.
“En los últimos 10 años ha habido un creciente interés sobre la desigualdad, pero
ninguno con un aporte tan abarcativo como el de Piketty. Esto está abriendo puertas a
nuevas investigaciones que mejorarán los datos y la información”, indicó a BBC Mundo
Gaggero.
De ahí a un cambio de política global hay un largo trecho.
- Picketty omite el knowhow (Project Syndicate - 27/5/14)
Cambridge.- Los marcos teóricos son muy buenos porque nos permiten comprender en
términos simples aspectos fundamentales de un mundo complejo, como lo hacen los
mapas. Pero, al igual que éstos, sólo sirven hasta cierto punto. Los mapas de ruta, por
ejemplo, no muestran las condiciones del tráfico ni indican los trabajos viales que se
puedan estar realizando.
Una manera útil de comprender la economía mundial se encuentra en el marco que
presenta Thomas Piketty en su celebrado libro Capital in the Twenty-First Century (El
capital en el siglo XXI). Piketty divide el mundo en dos elementos fundamentales: el
capital y el trabajo, que se emplean en la producción y participan en los ingresos.
La diferencia principal entre ellos es que el capital es algo que se puede comprar,
poseer, vender y, en principio, acumular sin límites, como lo han hecho los súper ricos.
El trabajo es el uso de una capacidad individual que otros pueden remunerar pero no
poseer, ya que la esclavitud ha dejado de existir.
El capital tiene dos características interesantes. En primer lugar, su precio lo determina
el monto de los futuros ingresos que pueda producir. Si un terreno produce más del
doble que otro en términos de toneladas de maíz o de alquiler comercial, naturalmente
su valor tendría que ser el doble. Si no lo fuera, su dueño lo vendería para adquirir el
otro terreno. Esta condición de no-arbitraje implica que, en equilibrio, todo capital
produce la misma rentabilidad ajustada al riesgo, la cual Piketty estima que
históricamente ha sido de 4 a 5% al año.
La segunda característica interesante del capital es que se acumula mediante el ahorro.
Un individuo o un país que ahorra 100 unidades de ingreso deberían recibir, a
perpetuidad, un ingreso anual de unas 4 a 5 unidades. A partir de esto, es evidente que si
el capital se reinvirtiera en su totalidad y la economía creciera menos del 4 a 5%, el
capital y el ingreso que produce aumentarían en relación a la economía.
Piketty sostiene que, debido a que los países ricos están creciendo menos del 4 a 5%, se
están volviendo más desiguales. Esto se puede ver en las cifras que nos muestra, a pesar
de que en Estados Unidos gran parte del aumento de la desigualdad no se debe a esta
lógica, sino al aumento de lo que Piketty llama los “súper gerentes”, quienes reciben
sueldos extremadamente altos (sin embargo, no explica por qué).
Apliquemos entonces esta teoría al mundo y veamos que tan bien funciona. En los 30
años que van desde 1983 a 2013, Estados Unidos pidió prestado al resto del mundo, en
términos netos, más de US$ 13,3 billones, o cerca del 80% de su PIB de un año. Antes
de que comenzara este período, en 1982, Estados Unidos ganaba alrededor de US$ 36
mil millones provenientes del resto del mundo como ingreso financiero neto, producto
del capital que había invertido previamente en el extranjero.
Si se supone que la renta de este capital fue del 4%, ello equivaldría a ser dueño de US$
900 mil millones en capital extranjero. O sea, si hacemos los cálculos, Estados Unidos
hoy tendría una deuda con el resto del mundo de alrededor de US$ 12,4 billones (13,3
menos 0,9). Al 4%, esto representaría un pago anual de US$ 480 mil millones.
¿Correcto?
Tremendamente incorrecto. En términos netos, Estados Unidos no le paga nada al resto
del mundo por su deuda. Por el contrario, ganó alrededor de US$ 230 mil millones en
2013. Suponiendo un rendimiento del 4%, esto equivaldría a poseer US$ 5,7 billones en
capital extranjero. De hecho, la diferencia entre lo que Estados Unidos “debería” pagar
si estuviera correcto el cálculo de Piketty es alrededor de US$ 710 mil millones en renta
anual, o US$ 17,7 billones en capital - el equivalente a su PIB anual.
Estados Unidos no es la única excepción a este errado cálculo, y las brechas son
sistemáticas y profundas, como lo hemos demostrado Federico Sturzenegger y yo.
En el extremo opuesto se encuentran países como Chile y China. En términos netos,
Chile no ha recibido mayores préstamos en los últimos 30 años, pero le paga al resto del
mundo como si hubiera pedido prestado el 100% de su PIB. En los últimos 10 años, en
términos netos, China le ha prestado al resto del mundo alrededor del 30% de su PIB
anual, pero no recibe nada a cambio. Desde el punto de vista de su riqueza, es como si
esos ahorros no existieran.
¿Qué está ocurriendo? La simple respuesta es que las cosas no se hacen sólo con capital
y trabajo, como lo sostiene Piketty, sino que también incluyen el knowhow.
Para apreciar el efecto de esta omisión, consideremos que los préstamos netos de US$
13 billones obtenidos por Estados Unidos, dramáticamente subestiman la cuantía de los
préstamos brutos, que se aproxima más bien a los US$ 25 billones. Estados Unidos
utilizó US$ 13 billones para cubrir su déficit y el resto para realizar inversiones en el
extranjero.
Este dinero se mezcla con el knowhow como inversión extranjera directa, y el retorno
para ambos se aproxima más al 9%, en comparación con el 4% o menos que se les paga
a los prestamistas. De hecho, el 9% de US$ 12 billones es más que el 4% de US$ 25
billones, lo que explica este aparente misterio.
Chile y China colocan sus ahorros en el exterior sin mezclarlos con knowhow -compran
acciones y bonos- y como consecuencia reciben solamente el 4 a 5%, o menos, que
Piketty supone. Por el contrario, en Chile y China los inversores extranjeros aportan un
knowhow de gran valor; por lo tanto, el influjo de capital bruto rinde más que los
ahorros brutos en el exterior. La diferencia en este rendimiento no se puede arbitrar,
porque el knowhow es necesario para obtener mayores rentas.
El punto es que la creación y el desplazamiento de knowhow constituyen una fuente
importante de creación de riqueza. Después de todo, Apple, Google y Facebook en
conjunto valen más de US$ 1 billón, a pesar de que el capital que se invirtió en ellos
originalmente fue sólo una mínima fracción de esa cantidad.
Quién se embolsa la diferencia es un tema a explorar. El knowhow no reside en
individuos sino en equipos con fuerte cohesión. Cada uno de sus miembros es crucial,
pero fuera del equipo, cada individuo tiene un valor mucho menor. Los accionistas
pueden querer hacerse de la diferencia en forma de ganancias, pero no pueden
prescindir del equipo.
Y aquí viene el papel de los súper gerentes: buscan embolsarse parte del valor creado
por el equipo. Detrás del crecimiento de la riqueza y de la desigualdad no yace sólo el
capital, sino también el knowhow.
(Ricardo Hausmann, a former minister of planning of Venezuela and former Chief
Economist of the Inter-American Development Bank, is Professor of the Practice of
Economic Development at Harvard University, where he is also Director of the Center
for International Development)
- Piketty se equivoca (El Confidencial - 31/5/14)
(Por Daniel Lacalle)
“There is always inequality in life. Some men are killed in a war and some men are
wounded and some men never leave the country. Life is unfair” John F. Kennedy.
Si recuerdan el incidente del año pasado con las famosas hojas de Excel de Rogoff y
Reinhardt, no les sorprenderá la ronda de acusaciones que hemos vivido esta semana
respecto al polémico libro de Thomas Piketty “El Capital en el siglo XXI”.
El Financial Times publicaba el pasado sábado un artículo cuestionando los datos y las
conclusiones del libro sobre el aumento desproporcionado de la riqueza en las clases
altas en los últimos años. Piketty respondía en detalle unos días después. Gracias a la
polémica, hoy disponemos de gran cantidad de datos y se puede contrastar la relevancia
de cada uno.
El problema de fondo siempre es el mismo. No es el análisis económico, sino la
conclusión política lo que falla. Lo mismo ocurrió con las conclusiones sobre deuda y
crecimiento de Reinhardt y Rogoff. Aunque no se desmentía que los países con más
endeudamiento crecen menos, si se ponía en duda la conclusión drástica de que dejasen
de crecer o decreciesen.
En el caso de Piketty es similar. No se desmiente la validez de muchos datos, pero se
desmonta radicalmente la conclusión política, que aparece forzada, retorcida y desligada
de los mismos. Su recomendación de que se debe expropiar y confiscar la riqueza no
proviene de la información recopilada, enormemente valiosa, sino de su filosofía
personal y percepción política: que la riqueza es injustificada y debe ser redistribuida,
por supuesto, por el Estado. Desprecia el factor riesgo y el esfuerzo en la generación de
riqueza e ignora las ineficiencias y obstáculos creados por el estado.
Olvidar, como hace Piketty, que el importantísimo aumento de la riqueza en las clases
bajas que él mismo muestra en sus datos es una gran noticia y un éxito del capitalismo
demuestra una perspectiva de la economía recaudatoria
Piketty asume que la acumulación de riqueza es uniforme y constante, a pesar de
mostrar, en sus propios datos, enormes caídas y fluctuaciones -de hasta el 78%- en los
periodos recesivos. Para él la riqueza es simplemente acumulativa, cuando el propio
análisis de las mayores fortunas en treinta años muestra bancarrotas y variaciones muy
relevantes.
Piketty también olvida, al calcular la riqueza del 1% de la población, un factor esencial:
la deuda contraída. En vez de analizar una rentabilidad sobre el capital empleado de los
distintos extractos de población, asume que quien ha tomado un préstamo, creado una
empresa y ganado una fortuna, no merece el fruto de su riesgo y esfuerzo comparado
con quien se haya quedado en casa. O aún peor, asume que ese esfuerzo es irrelevante,
su fruto inmerecido y que debe entregarse al Estado para que lo redistribuya,… si lo
hace. Piketty no analiza en ningún caso si las políticas redistributivas aplicadas en su
país, Francia, han sido efectivas. Claramente no, cuando muestra un aumento de la
desigualdad similar al de países más liberales.
Olvidar, como hace Piketty, que el importantísimo aumento de la riqueza en las clases
bajas que él mismo muestra en sus datos es una gran noticia y un éxito del capitalismo
demuestra una perspectiva de la economía recaudatoria. Dicho aumento de riqueza
proviene de depósitos y valor de inmuebles, con un porcentaje de deuda contraída
mucho menor que el de las clases medias o altas.
Ignorar el riesgo y esfuerzo tomado para acceder a esa riqueza lleva a desincentivar que
se siga creciendo. ¿Para qué esforzarse? Al asumir la riqueza en los países avanzados
como una anomalía injusta, casi gratuita, comete un grave error. Lo demuestra el hecho
de que ignore totalmente el impacto negativo en crecimiento y desigualdad de los países
con un alto nivel de clientelismo e intervencionismo o corrupción.
No es de extrañar, porque Piketty no cuestiona el papel de los estados ni su nivel de
intervención en la economía, de hecho la justifica, al analizar la riqueza desde un punto
de vista recaudatorio, no de esfuerzo, riesgo o creación de valor.
Redistribución. Siempre, por supuesto, partiendo de la base de que su dinero no es suyo
y su éxito, inmerecido.
Si algo se desprende de los datos del libro de Piketty, y confirmado por Angus Deaton
en el excelente libro “The Great Escape: Health, Wealth, and the Origins of Inequality”
es que el mundo hoy ha conseguido reducir la pobreza radicalmente y mejorar la calidad
de vida de la mayoría.
Lo que olvida Piketty es donde se crea el verdadero problema de pobreza y desigualdad,
que no es en Estados Unidos, Suecia o Reino Unido, países a los que gran parte de los
ciudadanos del mundo buscan emigrar por sus oportunidades, sino en los países muy
intervenidos y los eternamente emergentes. El propio Kenneth Rogoff lo mencionaba en
un excelente artículo “¿Dónde está el problema de la desigualdad?”. El capitalismo ha
conseguido una mayor reducción de la pobreza global en los últimos treinta años que en
todo el periodo analizado por Piketty en su libro.
En mi opinión, Piketty pierde la perspectiva sobre el gran problema, que es el
intervencionismo, clientelismo y corrupción. Merece la pena leer el estudio de Anne
Krueger “La economía política de las sociedades rentistas” (1), donde se muestra que la
falta de libertad, instituciones independientes y transparencia tienen mayor impacto
sobre la desigualdad, pobreza y crecimiento para todos los ciudadanos.
Piketty no rechaza la desigualdad como algo negativo, pero asumía, incorrectamente,
que los niveles de la misma llegaban a máximos cercanos a los registrados antes de
graves conflictos o guerras y que, por lo tanto, se debía prevenir con megaimpuestos
para evitar un estallido bélico.
Pues bien, ese análisis apocalíptico se desmonta cuando los datos muestran que los
niveles de desigualdad no son ni remotamente cercanos a los de épocas pre-bélicas y,
sobre todo, cuando pasa de puntillas, no por casualidad, sobre el hecho de que el mayor
aumento de la riqueza de las clases pobres y medias se dio entre 1980 y 1995, esa era
neoliberal malvada para algunos. Un aumento en Reino Unido del 34% de la renta per
cápita real para las clases más pobres y un 39% en Estados Unidos. Lo comentaba en
“Desigualdad, pobreza e ideología”.
Los mayores errores del libro de Piketty se encuentran en las conclusiones sobre el
Reino Unido, donde la diferencia entre sus datos y los del Financial Times llevan a
conclusiones diametralmente diferentes, como muestra The Economist y, en el caso de
Estados Unidos, John Cassidy. No sólo no ha aumentado la desigualdad a niveles prebelicos, sino que en el caso de Reino Unido se ha moderado. En el caso de Estados
Unidos se muestra que el porcentaje de riqueza total del primer percentil alcanzó su
máximo en 1995 y no ha aumentado, de hecho ha descendido.
A Piketty no parece preocuparle si el Estado distribuye bien o mal, despilfarra, o
acapara hasta un 50% de la riqueza y propone algo que es simplemente impracticable:
una tasa global a la riqueza. Es imposible asumir que todos los países del mundo
adopten una medida así. Y él lo sabe, pero su propuesta será recibida con brazos
abiertos por gobiernos y partidos. Ya lo comentábamos cuando hablábamos de los
paraísos fiscales. No se puede pretender una medida global de semejante calado por una
sencilla razón: siempre va a existir un grupo de países que no van a estar dispuestos a
implementarla.
Piketty no rechaza la desigualdad como algo negativo, pero asumía, incorrectamente,
que los niveles de la misma llegaban a máximos cercanos a los registrados antes de
graves conflictos o guerras y que, por lo tanto, se debía prevenir con megaimpuestos
para evitar un estallido bélico
Buscar la igualdad a cualquier precio es desincentivar la creación de riqueza y
empobrecer a todos. Pretender que un mega-impuesto distribuye correctamente la
riqueza es despreciar el esfuerzo y el riesgo. Pensar que las medidas confiscatorias no
tienen impacto sobre el crecimiento y el progreso es más que aventurado, sobre todo
cuando no menciona que el periodo en que más ha crecido la desigualdad en los países
con más sector público de Europa, según sus propios datos, ha coincidido con un
creciente gasto y poder político.
Atraer capital y crear riqueza, mejorando la renta disponible de todos, genera más
oportunidades y crecimiento. La desigualdad no se reduce con políticas confiscatorias,
sino con incentivos para crear riqueza.
No hace falta entrar en medidas confiscatorias. El fracaso de las mismas ya lo vivimos
hace muy poco, cuando la tasa marginal del impuesto sobre la renta era del 80% y
Reino Unido, por ejemplo, era “el enfermo de Europa, condenado a mendigar, pedir
prestado o robar” (Henry Kissinger).
El objetivo primordial debe ser garantizar la libertad, que permite crecimiento y
desarrollo. Como me decía un taxista el otro día en Londres “volver a 1973 le debe
parecer estupendo a cualquiera que no haya vivido en 1973… o a un loco”.
El premio Pulitzer Charles Krauthammer decía que “existe una razón por la que en
Nueva York hay una estatua de la libertad. Que no es una estatua de la igualdad”. El
debate continuará.
(1) Krueger, Anne “The Political Economy of the Rent-seeking society” American
Economic Review"
- La desigualdad real en EEUU permanece estable desde los años 80 (Libertad Digital 31/5/14)
El enfoque más adecuado para medir el bienestar no es tanto analizar los ingresos como
la capacidad de consumo de los hogares.
(Por Diego Sánchez de la Cruz)
La reciente publicación de El Capital en el siglo XXI ha convertido a Thomas Piketty
en uno de los economistas favoritos de la izquierda estadounidense. Según sus tesis, la
brecha entre rentas altas y bajas lleva años desarrollando una tendencia creciente que
anticipa un mundo de mayor desigualdad socioeconómica.
Sin embargo, la pesimista interpretación que hace Piketty de las últimas décadas ha
sido puesta en tela de juicio por Kevin Hassett y Aparna Mathure, entre muchos
otros. Ambos economistas han subrayado que “los datos de ingresos no siempre son la
mejor referencia para medir el nivel de bienestar de una sociedad”. En su caso, el
enfoque adecuado es el que pondera la capacidad de consumo de los hogares.
¿Cómo determinarlo? Hassett y Mathur citan dos fuentes centrales:


En primer lugar, la Encuesta Nacional de Gasto de los Consumidores (CEX, por sus
siglas en inglés).
En segundo lugar, la Encuesta de Consumo y Utilidades Energéticas Familiares
(RECS, por sus siglas en inglés).
Ateniendo a la primera de estas dos fuentes, encontramos que “desde 1980 hasta la
actualidad, el aumento de la desigualdad ha sido mínimo. De hecho, este indicador
habría ido a menos durante la reciente crisis (2007-2009)”. Hassett y Mathur construyen
incluso un Coeficiente Gini dedicado a medir la desigualdad por capacidad de consumo
de forma análoga al Coeficiente Gini que estudia la desigualdad según nivel de ingresos.
El resultado vuelve a ser revelador: apenas hay cambios pese al paso de los años.
Con el índice CEX como referencia, vemos que en el año 1984, los hogares
correspondientes al 20% más rico de la población estadounidense amasaban el 37% del
gasto de consumo en el país del Tío Sam. Para dicho ejercicio, el 20% de menor renta
sumaba alrededor del 10%.
En el año 2005, el quintil de mayor renta mejoró su posición relativa de forma muy
sensible, alcanzando cotas del 38% o 39%. No obstante, el estallido de la Gran Recesión
volvió a achicar las diferencias, con el 20% más humilde ganando un punto porcentual
en el total de consumo nacional.
Expresando estos datos según el Coeficiente Gini, vemos que las diferencias según la
capacidad de consumo se han mantenido prácticamente iguales a lo largo de los
últimos treinta años. Concretamente, de 1984 a 1990, la ratio fue de 4,21 puntos,
mientras que entre los años 2000 y 2010 dicho indicador se quedó en 4,46, con
tendencia a la baja desde el estallido de la Gran Recesión.
No obstante, la mejor forma de optimizar estos cálculos pasa por considerar varios
factores: por un lado, los datos de la encuesta CEX se refieren a cada hogar, por lo que
cabe adaptarlos a una escala per cápita; por otro, al analizar una muestra de años tan
significativa es recomendable controlar los datos para considerar el aumento de la
población.
Establecidas estas correcciones, vemos que el crecimiento del gasto de consumo del
20% más rico ha ido prácticamente parejo al desempeño del 20% de menor renta. De
hecho, tanto en la crisis de las “punto com” como durante la Gran Recesión, las rentas
más bajas han experimentado mejores datos que el quintil de mayores ingresos.
Expresando estos datos en términos del Coeficiente Gini, vemos que la desigualdad de
capacidad de consumo se mantiene inalterada pese al paso del tiempo. Tanto si nos
ceñimos al análisis por unidad familiar como si atendemos al criterio per cápita,
comprobamos en ambos casos que la desigualdad se ha mantenido prácticamente
inalterada a lo largo de las tres últimas décadas.
También resulta interesante analizar la desigualdad a partir de los datos que aporta la
otra fuente consultada por Hassett y Mathur: la Encuesta de Consumo y Utilidades
Energéticas Familiares. De acuerdo con la misma, los hogares estadounidenses de
menos ingresos han mejorado sustancialmente su equipamiento doméstico (aquí
entran accesorios y prestaciones dispares: aire acondicionado, calefacción, microondas,
lavaplatos…).
La Encuesta RECS revela así el buen nivel de vida que disfrutan los estadounidenses de
menos ingresos. Buena parte del quintil de menor renta (incluyendo aquí al 15% de la
población que, según las estadísticas oficiales, vive “por debajo de la línea de pobreza”)
habita residencias de entre tres y cinco habitaciones (a lo que se unirían baños,
pasillos, garajes…). Es por eso que Hassett y Mathur concluyen que “aunque existan
diferencias, no se puede hablar de un problema de pobreza en Estados Unidos”.
Considerando todo lo anterior, Hassett y Mathur aclaran que “hay una tendencia hacia
un adelgazamiento de la brecha de consumo entre los hogares de menos renta y el
resto”. Esta visión resulta mucho más optimista que las alcanzadas por Thomas Piketty
en sus trabajos sobre la desigualdad y el bienestar en Estados Unidos.
A ello se suma el hecho de que, a nivel mundial, la pobreza extrema se ha reducido de
forma drástica en las últimas décadas.
Y lo mismo sucede con la desigualdad...
- Monsieur Pikkety va a América Latina (Project Syndicate - 30/5/14)
Santiago.- Hay pocas cosas que emocionen más a la vieja izquierda latinoamericana
que un libro sobre la desigualdad escrito por un francés. Por ello, como era de esperarse,
Capital in the Twenty-First Century (El capital en el siglo XXI) de Thomas Piketty ha
sido todo un éxito en la región. En los dos meses transcurridos desde su publicación en
inglés, se ha escrito más de un ensayo cuyo autor sostiene que la grand oeuvre del
profesor de la Escuela de Economía de París confirma afirmaciones previas (en general,
hechas por el propio autor) sobre los peligros de la desigualdad en América Latina.
Piketty teje una grandiosa narrativa sobre la dinámica de la acumulación de capital en
una economía de mercado. Según su ahora famosa fórmula, si la tasa de retorno del
capital es mayor que la tasa de crecimiento de la economía, la riqueza heredada
aumentará más rápidamente que el ingreso salarial, y los dueños del capital tendrán una
participación cada vez más alta en el producto nacional.
Nadie puede negar que en América Latina la distribución del ingreso es
escandalosamente desigual. Sin embargo, lo que sorprenderá a los entusiastas de Piketty
(muchos de los cuales aún no han leído su libro) es que su teoría tiene poco o nada que
ver con los aspectos ya cuantificados de la dinámica de la distribución del ingreso en la
región.
La teoría de Piketty se relaciona con lo que los economistas llaman la distribución
funcional del ingreso, o la división entre los trabajadores y los dueños del capital. Pero
la mala distribución que causa tanta inquietud en América Latina se relaciona con la
distribución personal del ingreso laboral - es decir, la división entre los asalariados.
Esto se debe a que casi todos los datos sobre la distribución del ingreso en América
Latina provienen de encuestas a hogares, las que rara vez capturan información veraz
sobre cuánto ganan realmente esos rentiers de Piketty que perciben su renta como
ganancias, dividendos o interés. Por ejemplo, los resultados de la CASEN 2009, la
amplia encuesta de hogares que se realiza en Chile, sugieren que el ingreso producido
por capital se encuentra distribuido de manera más igual que el ingreso laboral.
Por supuesto que nadie que esté en su sano juicio debería creer esto. Dichos resultados
sólo revelan que los dueños de acciones y bonos tienden a entregar información falsa o
incompleta a los encuestadores.
Ello, a su vez, revela dos datos -ambos desalentadores- sobre la distribución del ingreso
en América Latina. Primero, la verdadera distribución del ingreso personal -que
comprende a todos los ingresos, ya sean provenientes del trabajo o del capital- es
probablemente peor de lo que sugieren las cifras de los titulares de prensa que por lo
general se citan.
Segundo, aun si se pudiera hacer desaparecer por completo la dinámica del capital que
tanto preocupa a Piketty, la distribución del ingreso en América Latina continuaría
siendo abrumadoramente desigual. Y el remedio para esta mala distribución no radica
tan sólo en los cuantiosos impuestos a la riqueza que Piketty propone.
¿Por qué no? Ciertamente, si el ingreso laboral está repartido de manera desigual, la
redistribución de activos o de la renta de capital a los más pobres puede propiciar la
igualdad. En una monografía reciente en la que utilizan un nuevo conjunto de datos que
cubre muchos países, economistas del Fondo Monetario Internacional se muestran
relativamente optimistas sobre el espacio para aumentar la redistribución sin socavar el
crecimiento económico. Pero el mismo estudio nos recuerda que existen límites al
monto de las rentas que el aparato fiscal puede redistribuir.
Los autores comparan el coeficiente de Gini (un índice de desigualdad que se emplea
comúnmente, y que consiste de 100 puntos, en el que cero es una igualdad perfecta y
100 una desigualdad perfecta) antes y después de aplicarse los impuestos y las
transferencias fiscales. Demuestran que pocos países redistribuyen lo suficiente para
que se produzca una variación de 10 puntos en el coeficiente, y que las redistribuciones
que resultan en cambios de más de 13 puntos en el Gini suelen tener consecuencias
adversas para el crecimiento.
Los programas fiscales de redistribución, por lo menos en América Latina, en general
son de mucho menor alcance. La reforma tributaria recientemente propuesta por el
gobierno de Michelle Bachelet en Chile busca recaudar un 3% adicional del Producto
Interno Bruto. Incluso si no se desperdicia ni un peso de ese dinero y todo se
redistribuye a los chilenos más pobres, es poco probable que dicha reforma reduzca el
coeficiente de Gini en más de tres puntos.
El problema es que en Chile, el coeficiente de Gini después de los impuestos es
aproximadamente 50 (similar al de Brasil, Colombia y Perú), mientras que en los países
avanzados se suele encontrar en la mitad de abajo de los 30, o incluso en la mitad de
arriba de los 20. Lograr que Chile y algunos de sus vecinos se transformen en países con
los niveles de igualdad de la OCDE requiere mucho más que una reforma tributaria.
Dicho de otra forma: si el campo de juego de una sociedad está muy desnivelado desde
un inicio, esa sociedad seguirá bastante desigual aun después de una importante
redistribución fiscal. Por lo tanto, la política debe enfocarse en lo que el politólogo
Jacob Hacker, de la Universidad de Yale, llama la “pre-distribución”: la estructura de la
renta salarial determinada por el mercado.
Existen tres herramientas principales para mejorar la pre-distribución del ingreso.
Primero, una reforma educacional - con fuerte énfasis en la educación técnica - dotaría a
las personas de bajos ingresos de nuevos conocimientos que ellas podrían aportar al
mercado de trabajo. Segundo, las políticas industriales focalizadas crearían una
demanda de los servicios de esos trabajadores y sus nuevos conocimientos. Y, tercero,
la modernización de los mercados de trabajo facilitaría mejor el calce entre las destrezas
de los trabajadores y las necesidades particulares de las empresas, en un contexto
productivo cada vez más heterogéneo.
Estas políticas no son sustitutos, sino complementos: todas deben llevarse a la práctica
al mismo tiempo. Hacerlo no es fácil. En América Latina, los líderes de la centroizquierda moderna, comprometidos con la justicia económica y social, deberán dar con
el enfoque que se ajuste a las necesidades específicas de cada uno de sus países. No hay
economista francés cuya magnum opus ofrezca un remedio pre-formulado.
(Andrés Velasco, a former presidential candidate and finance minister of Chile, is
Professor of Professional Practice in International Development at Columbia
University's School of International and Public Affairs. He has taught at Harvard
University and New York University)
- Desiertos injustos (Project Syndicate - 31/5/14)
Berkeley.- La mejor crítica del libro Capital in the Twenty-First Century de Thomas
Piketty que he leído hasta ahora es la que publicó mi amigo y co-autor frecuente
Lawrence Summers en Democracy Journal de Michael Tomasky. Vaya y lea ese texto
de inmediato.
¿Todavía está ahí? ¿Qué quiere decir, que no está dispuesto a leer 5.000 palabras? Sería
un tiempo bien invertido, se lo aseguro. Pero si todavía está ahí, no le voy a ofrecer una
sinopsis ni le voy a revelar las partes más destacadas. Más bien, les voy a ampliar
brevemente una información aclaratoria muy pequeña y menor, un aparte en la crítica de
Summers sobre filosofía moral.
“Hay mucho de criticable en los acuerdos existentes entre las corporaciones y el
gobierno”, escribe Summers. “Sin embargo, creo que a la gente como Piketty que
desestima la idea de que la productividad tenga algo que ver con la compensación
habría que darle un tiempo para recapacitar”. ¿Por qué? “Los ejecutivos que ganan más
dinero no están… dirigiendo compañías públicas” y “llenando los directorios de
amigos”, dice Summers. Por el contrario, son “elegidos por firmas de capital privado
para dirigir las compañías que controlan. Esto no implica de ninguna manera justificar
desde un punto de vista ético una compensación exorbitante -sólo se trata de plantear un
interrogante sobre las fuerzas económicas que la generan”.
Esta última oración indica que nuestra discusión filosófico-moral sobre quién merece
qué se ha entremezclado con la economía de la teoría de la productividad marginal de la
distribución de ingresos de una manera esencialmente inútil. Supongamos que
efectivamente haya ejecutivos dispuestos a pagar toda una fortuna para contratarlo en
una transacción verdaderamente fuera de su alcance, no porque usted les haya otorgado
favores en el pasado o porque esperen favores de usted en el futuro. Eso, dice Summers,
de ninguna manera significa que usted “se gane” o “merezca” esa suerte.
Si usted gana la lotería -y si el objetivo del gran premio que usted recibe es el de inducir
a otros a sobreestimar sus posibilidades y comprar billetes de lotería y así enriquecer al
operador de la lotería-, ¿usted “merece” acaso el premio? A usted lo pone contento que
le paguen y el operador de la lotería está contento de pagarle, pero los demás que
compraron los billetes de lotería no están contentos -o, quizá, no estarían contentos si
entendieran cuáles eran en verdad sus chances de ganar y que su triunfo estaba
destinado a engañarlos.
¿Tiene usted la obligación de pasar su vida post-victoria diciéndole a todo el mundo que
lo que deberían hacer es poner el dinero que gastan en billetes de lotería en una cuenta
de retiro con una alta inversión en acciones y con beneficios impositivos, por medio de
lo cual, en lugar de pagar a la casa por el privilegio de apostar, ellos son la casa y ganan
un 5% anual? ¿Está moralmente obligado, como el Antiguo Marinero de Coleridge, a
contarle su historia a todo aquel con el que se cruza?
Yo diría que sí está obligado. Y diría que lo mismo se aplica en términos más generales
a los generadores de desigualdad a los que nosotros los economistas llamamos
“torneos”. Parece ser que los torneos son buenos mecanismos de incentivo: si se ofrecen
unos pocos premios grandes, mucha gente correrá a probar su suerte. Pero, dada la
aversión humana al riesgo, la única razón sensata para organizar un torneo es que
impone distorsiones cognitivas al participante típico. Usted, el organizador, los está
perjudicando -es decir, a sus mejores exponentes y los más racionales- al alimentar sus
distorsiones; como mínimo, usted está favoreciendo e incitando su autolesión (ya que
ellos, como los participantes de la lotería, están haciendo una libre elección).
Pero hay más. Supongamos que, de alguna manera, a usted le pagan por su producto
marginal genuino a la sociedad. El hecho de que usted sea lo suficientemente afortunado
como para extraer su producto marginal es, digamos, una cuestión de suerte. Otros no
son tan afortunados. Otros encuentran que su poder de negociación es limitado -tal vez a
lo que sería su estándar de vida si se mudaran al Yukón y vivieran de la tierra-. ¿Usted
merece su suerte? Por definición, no: nadie merece la suerte. ¿Y qué les debe a quienes
estarían en condiciones de obtener lo que merecen si usted no hubiera sido tan
afortunado de llegar primero?
Y, por supuesto, ¿en qué sentido usted es el responsable de vivir en el ambiente correcto
para que usted y sus habilidades sean altamente productivas en la economía de hoy?
¿De qué manera, exactamente, usted eligió ser el hijo de los padres “correctos”? ¿Por
qué, al final de cuentas, sus resultados favorables no son producto de la suerte, pura e
inmerecida?
Tendríamos una discusión mucho más clara sobre cuestiones vinculadas a la
desigualdad y la distribución si, simplemente, nos atuviéramos a consideraciones
respecto del bienestar humano y los incentivos útiles. El resto es ideología
meritocrática; y, como sugiere la recepción del libro de Piketty, esa ideología tal vez ya
haya seguido su curso.
(J. Bradford DeLong is Professor of Economics at the University of California at
Berkeley and a research associate at the National Bureau of Economic Research. He
was Deputy Assistant US Treasury Secretary during the Clinton Administration, where
he was heavily involved in budget and trade…)
- Sobre la negación de la desigualdad (El País - 8/6/14)
(Por Paul Krugman)
Hace algún tiempo publiqué un artículo titulado Los ricos, la derecha y los hechos en el
que describía los esfuerzos por negar, obedeciendo a motivos políticos, lo evidente: el
fuerte aumento de la desigualdad en Estados Unidos, sobre todo en lo más alto de la
escala de ingresos. Probablemente no les sorprenderá oír que he descubierto un montón
de malas prácticas estadísticas en las altas esferas.
Tampoco les sorprenderá saber que casi nada ha cambiado. Los sospechosos de rigor no
solo siguen negando la evidencia, sino que insisten en desplegar los mismos argumentos
desprestigiados: la desigualdad no está aumentado realmente; bueno, vale, sí está
aumentando, pero da igual porque tenemos mucha movilidad social; en cualquier caso,
es buena, y cualquiera que insinúe que es un problema es un marxista.
Lo que quizá les sorprenda es en qué año publiqué el artículo: 1992.
Lo cual me lleva a la última escaramuza intelectual, provocada por un artículo de Chris
Giles, redactor jefe de economía de The Financial Times, arremetiendo contra la
credibilidad del libro éxito de ventas de Thomas Piketty, titulado El capital en el siglo
XXI. Giles afirma que el trabajo de Piketty comete “una serie de errores que
distorsionan sus descubrimientos”, y que, de hecho, no hay pruebas claras de que la
concentración de la riqueza esté aumentando. Y como casi todos los que hemos seguido
estas controversias durante años, me dije: “Ya estamos otra vez”.
Como era de esperar, Giles no ha salido bien parado del debate subsiguiente. Los
supuestos errores eran en realidad la clase de ajustes de datos normal en cualquier
investigación basada en diferentes fuentes. Y la afirmación crucial de que no hay
ninguna tendencia clara a una mayor concentración de la riqueza descansaba en una
falacia conocida, una comparación de peras con manzanas de la cual los expertos han
advertido hace tiempo, y que yo identifiqué en el mencionado artículo de 1992.
A riesgo de dar demasiada información, la cuestión es ésta. Tenemos dos fuentes de
datos tanto sobre la renta como sobre la riqueza: los sondeos, en los que se pregunta a la
gente sobre sus finanzas, y los datos fiscales. Los datos de los sondeos, si bien son útiles
para seguir la pista de los pobres y de la clase media, subestiman manifiestamente las
rentas más altas y la riqueza, hablando en líneas generales, porque es difícil entrevistar a
suficientes multimillonarios. Por tanto, los estudios acerca del 1%, el 0,1% y demás se
basan principalmente en los datos fiscales. Sin embargo, la crítica publicada en The
Financial Times comparaba cálculos antiguos de concentración de la riqueza basados en
datos fiscales con cálculos recientes basados en sondeos, lo cual ocasiona una distorsión
inmediata que impide identificar una tendencia al alza.
En suma, este último intento de desacreditar la idea de que nos hemos convertido en una
sociedad muchísimo más desigual ha quedado desprestigiado por sí solo. Y era de
esperar. Hay tantos indicadores independientes que apuntan a un fuerte aumento de la
desigualdad, desde los precios por las nubes de las propiedades inmobiliarias de más
alto nivel hasta el apogeo de los mercados de bienes de lujo, que cualquier afirmación
de que la desigualdad no está aumentando tiene que basarse casi por fuerza en un
análisis erróneo de los datos.
Con todo, la negación de la desigualdad persiste, prácticamente por las mismas razones
por las que persiste la negación del cambio climático: hay grupos poderosos muy
interesados en negar los hechos, o cuando menos en crear una sombra de duda. De
hecho, pueden estar seguros de que la afirmación de que “todos los números de Piketty
están equivocados” se repetirá hasta el infinito aunque se derrumbe rápidamente al ser
sometida a escrutinio.
Dicho sea de paso, no estoy acusando a Giles de ser un sicario de la plutocracia, a pesar
de que haya algunos autoproclamados expertos que se ajusten a esa definición. Y no hay
nadie cuyo trabajo esté más allá de toda crítica. Pero cuando se trata de asuntos con
carga política, los detractores del consenso tienen que ser conscientes de sí mismos;
tienen que preguntarse si de verdad buscan la honestidad intelectual o si lo que están
haciendo en realidad es actuar como duendes de la preocupación, desacreditadores
profesionales de los credos liberales. (Por extraño que parezca, en la derecha no hay
duendes que desacrediten los credos conservadores. Es curioso cómo funciona la cosa).
Por tanto, esto es lo que necesitan saber. Sí, la concentración tanto de renta como de
riqueza en manos de unas cuantas personas ha aumentado enormemente a lo largo de las
últimas décadas. No, la gente receptora de esas rentas y propietaria de esa riqueza no es
un grupo en continuo cambio: la gente se desplaza con bastante frecuencia de la base
del 1% a la cima del siguiente percentil y viceversa, pero eso de pasar de mendigo a
millonario y de millonario a mendigo rara vez ocurre (la desigualdad de los ingresos
medios a lo largo de varios años no está muy por debajo de la desigualdad en un año
determinado). No, los impuestos y las ayudas no cambian significativamente el
panorama; de hecho, desde la década de 1970, las grandes rebajas de impuestos en el
extremo superior han provocado que la desigualdad después de impuestos aumente más
deprisa que la desigualdad antes de impuestos.
Esta imagen incomoda a algunos porque favorece las demandas populistas de impuestos
más altos para los ricos. Pero las buenas ideas no necesitan ser vendidas con engaños. Si
el argumento en contra del populismo descansa en afirmaciones falsas sobre la
desigualdad, habría que considerar la posibilidad de que los populistas tengan razón.
(© 2014 New York Times News Service)
- Thomas Piketty, un pensador francés menos radical de lo que se cree (The Wall Street
Journal - 12/6/14)
(Por Pascal-Emmanuel Gobry)
El libro del economista francés Thomas Piketty, El Capital en el siglo XXI (será
publicado en español por Fondo de Cultura Económica), ha desatado una tormenta en
Estados Unidos. Paul Krugman, escribiendo en la revista The New York Review of
Books, lo describió como “un llamado a las armas” para aquellos que desean “contener
el creciente poder de la riqueza heredada”. Comentaristas conservadores se han
inquietado por el “marxismo suave” de Piketty (en las palabras de James Pethokoukis
del centro de estudios American Enterprise Institute) y la alusión obvia, en el título del
libro, a El Capital del propio Marx.
En más de 600 páginas llenas de datos, Piketty argumenta que el capitalismo crea un
círculo vicioso de desigualdad porque la tasa de retorno de los activos es más alta, a
largo plazo, que la tasa de crecimiento económico general. Esta divergencia, sostiene,
amenaza con convertir la sociedad moderna en un orden neofeudal, un escenario que le
gustaría evitar mediante la imposición de un impuesto global a la riqueza (a diferencia
de a los ingresos).
¿Qué tan radical es Piketty? En realidad, no mucho. Con su acento, erudición fácil,
camisa desabotonada y un cabello espeso y oscuro, es el típico intelectual francés, pero
no todos los intelectuales franceses son radicales. En Francia, aún hay muchos
marxistas de verdad, y es difícil confundir al afable Piketty con uno de ellos. Tal vez por
eso no haya tenido el mismo impacto en el debate público en Francia como lo ha tenido
en EEUU.
Piketty es un intelectual público muy conocido en Francia. Escribe una columna en el
diario de izquierda Libération y fue un alto asesor económico del candidato presidencial
socialista Ségolène Royal en las elecciones de 2007. Sin embargo, su libro no fue un
fenómeno editorial en París. De hecho, la mayoría de los artículos noticiosos
relacionados a él no han sido sobre el libro en sí sino sobre su inesperado éxito en
EEUU.
La razón de este recibimiento dispar es bastante simple: lo que impulsa la discusión y
las ventas es la controversia, y la idea de que el capitalismo produce una desigualdad
cada vez mayor y fundamentalmente corroe el orden social es polémico en EEUU. En
Francia, es lo opuesto a lo polémico: es el evangelio. Ciertamente, nadie es profeta en su
tierra.
Es probable que exista otra razón por la que Piketty no es tan influyente en Francia
como podría serlo: es un pensador serio. Se dice que Francia es singular en su amor por
los intelectuales públicos, pero podría ser más acertado decir que está enamorada de su
amor por los intelectuales públicos. En realidad, muchos de los intelectuales públicos
más prominentes de Francia en la actualidad son pesos livianos, que opinan sobre cosas
de las saben muy poco.
En Francia, muchos economistas famosos venden libros y aparecen en programas de
entrevistas en televisión. Lo que la mayoría de ellos tiene en común es la falta de un
título en economía y de publicaciones de economía reseñadas por sus pares. En mi caso,
yo no soy economista, pero me han presentado como tal en un programa de noticias
francés. Piketty es un economista académico sobresaliente, lo cual, en Francia, daña su
credibilidad como economista.
Es un recordatorio gracioso de las diferencias entre Francia y EEUU. que, pese a que las
opiniones de Piketty lo ubican muy a la izquierda en el espectro político
estadounidense, en Francia, a menudo suena como un conservador. Se opuso a la última
política emblemática del gobierno socialista, la globalmente infame semana laboral de
35 horas, e instó a recortar los impuestos a la nómina. En el fondo, Piketty sigue siendo
el personaje más familiar en el debate de política: un economista neoliberal que ve
muchas virtudes en las fuerzas del mercado pero favorece una redistribución estatal para
solucionar algunos de los excesos del mercado.
En los círculos parisinos, se dice que Piketty desprecia a François Hollande, el
presidente socialista de Francia, y lo considera un oportunista superficial. Algunos
susurran que la enemistad se debe también a presuntamente tensa relación entre
Hollande y su ministra de Cultura, Aurélie Filippetti, quien fue pareja de Piketty. En el
mundo bizantino del Partido Socialista de Francia, la intriga y el sexo casi siempre
parecen ir de la mano.
Algunos en el pequeño mundo de economistas franceses respetados dicen que la mejor
forma de entender a Piketty es a través de su historia personal. Se crio en una familia de
clase obrera, con padres que habían estado activos en el partido trotskista Lutte Ouvrière
(Lucha Obrera). Después de graduarse de la escuela secundaria a los 16 años, logró
ingresar a la Escuela Normal Superior de París, la más selectiva de las híper selectivas
grandes écoles de Francia. A los 22 años, obtuvo su doctorado y ganó el premio a la
mejor tesis del año de la Asociación Económica Francesa. Su tema: la redistribución de
la riqueza.
Piketty es, en resumen, esa cosa increíblemente rara: un producto puro de la
meritocracia francesa, el niño de clase obrera que asistió a un colegio público, se abrió
paso hacia una escuela de élite y terminó en un prestigioso servicio del gobierno
(cofundó y lideró la Escuela de Economía de París, dirigida por el gobierno). Este es el
modelo que forjó el renacimiento de Francia en la posguerra pero que ahora está en
pedazos.
Sin dudas, conforme Piketty ascendió en los escalafones de la élite francesa, no pudo
evitar ver que la mayoría de la gente en a su alrededor tenía padres y abuelos (y en
muchos casos, pentabuelos) que habían sido mucho más privilegiados que los suyos.
Por lo tanto, fue a trabajar tratando de unir lo que su bagaje cultural le indicaba y lo que
encontraba en los modelos y hallazgos empíricos de la economía.
Piketty tiene razón en algunas cosas y está equivocado en otras, pero su perspectiva del
mundo está lejos de ser radical. Incluso podría ser aceptada por alguien de derecha a
quien le preocupa la desigualdad y que las enormes diferencias en la riqueza, si no se
controlan, puedan socavar el orden social. De hecho, pese a todos los comentarios y
objeciones sobre las ideas supuestamente revolucionarias de Piketty, esa percepción
conservadora podría ser su contribución más duradera al debate en EEUU.
(Gobry es un escritor y emprendedor que vive en París)
- Economía post-crisis (Project Syndicate - 18/6/14)
Londres.- En la elección del Parlamento Europeo del mes pasado, los partidos
euroescépticos y extremistas ganaron el 25% del voto popular. Las victorias más
resonantes se registraron en Francia, el Reino Unido y Grecia. Estos resultados fueron
ampliamente, y correctamente, interpretados como una señal del grado de descontento
entre una elite europea arrogante y los ciudadanos comunes.
Más inadvertidos, porque son menos obvios desde un punto de vista político, son los
murmullos intelectuales de hoy, cuya manifestación más reciente es el libro Capital in
the Twenty-First Century del economista francés Thomas Piketty, una acusación
fulminante a la creciente desigualdad. Tal vez estemos siendo testigos del inicio del fin
del consenso capitalista neoliberal que ha prevalecido en todo Occidente desde los años
1980 -y que, para muchos, condujo al desastre económico de 2008-2009.
Particularmente importante es el creciente descontento de los estudiantes de economía
con los programas universitarios. El descontento de los estudiantes importa, porque la
economía ha sido durante mucho tiempo el faro político de Occidente.
Este descontento nació en el “movimiento económico post-autista”, que comenzó en
París en 2000, y se propagó a Estados Unidos, Australia y Nueva Zelanda. La principal
queja de sus seguidores era que la economía convencional que se les enseñaba a los
estudiantes se había convertido en una rama de las matemáticas, desconectada de la
realidad.
La revuelta progresó poco en los años de la “Gran Moderación” de los 2000, pero
revivió luego de la crisis de 2008. Dos vínculos importantes con la red anterior son el
economista estadounidense James Galbraith, hijo de John Kenneth Galbraith, y el
economista británico Ha-Joon Chang, autor del éxito editorial 23 Cosas que no te
cuentan sobre el capitalismo.
En un manifiesto publicado en abril, estudiantes de economía en la Universidad de
Manchester defendían una estrategia “que comienza con los fenómenos económicos y
luego les brinda a los estudiantes un kit de herramientas para evaluar de qué manera las
diferentes perspectivas pueden explicarlos”, en lugar de con modelos matemáticos
basados en presunciones irreales. Notablemente, Andrew Haldane, director ejecutivo
para Estabilidad Financiera en el Banco de Inglaterra, escribió la introducción.
Los estudiantes de Manchester sostienen que “la corriente convencional dentro de la
disciplina (teoría neoclásica) ha excluido toda opinión disidente, y podría decirse que la
crisis es el último precio de esta exclusión. Enfoques alternativos como la economía
post-keynesiana, marxista y austríaca (así como muchos otros) han quedado
marginados. Lo mismo puede decirse de la historia de la disciplina”. En consecuencia,
los estudiantes tienen escasa conciencia de las limitaciones de la teoría neoclásica,
mucho menos de las alternativas.
El objetivo, según los estudiantes, debería ser “conectar las disciplinas dentro y fuera de
la economía”. La economía no debería estar divorciada de la psicología, la política, la
historia, la filosofía y demás. Los estudiantes son específicamente proclives a estudiar
cuestiones como la desigualdad, el papel de la ética y la justicia en la economía (a
diferencia del foco prevaleciente en la maximización de las ganancias) y las
consecuencias económicas del cambio climático.
La idea es que este tipo de intercambio intelectual ayude a los alumnos a entender mejor
los fenómenos económicos recientes y mejorar la teoría económica. Desde este punto de
vista, todos saldrían beneficiados con la reforma de los programas de estudio.
El mensaje más profundo es que la economía convencional es, por cierto, una ideología
-la ideología del libre mercado-. Sus herramientas y presunciones definen sus temas. Si
asumimos una racionalidad perfecta y mercados completos, estamos impedidos de
explorar las causas de los fracasos económicos en gran escala. Desafortunadamente,
esas presunciones tienen una profunda influencia en la política.
La hipótesis de mercados eficientes -la idea de que los mercados financieros, en general,
evalúan los riesgos de manera correcta- brindó el argumento intelectual para una amplia
desregulación de la banca en los años 1980 y 1990. De la misma manera, las políticas
de austeridad que Europa utilizó para combatir la recesión del 2010 en adelante estaban
basadas en la idea de que no había más recesión que combatir.
Esas ideas estaban emparentadas con las opiniones de la oligarquía financiera. Pero las
herramientas de la economía, como se las enseña hoy en día, ofrecen poco margen para
investigar los vínculos entre las ideas de los economistas y las estructuras de poder.
Los alumnos “post-crisis” de hoy tienen razón. ¿Entonces qué es lo que mantiene en
funcionamiento el aparato intelectual de la economía convencional?
Para empezar, la enseñanza y la investigación económica está profundamente inmersa
en una estructura institucional que, como sucede con todos los movimientos
ideológicos, recompensa la ortodoxia y castiga la herejía. Los grandes clásicos de la
economía, desde Smith hasta Ricardo y Veblen, no se enseñan en las aulas. El
financiamiento a la investigación se asigna sobre la base de la publicación de diarios
académicos que abrazan la perspectiva neoclásica. La publicación en estos diarios
también es la base de cualquier promoción.
Es más, se ha convertido en un principio rector que cualquier avance hacia una
estrategia más abierta o “pluralista” en cuanto a la economía presagia una regresión a
modos de pensamiento “pre-científicos”, de la misma manera que los resultados de la
elección del Parlamento Europeo amenazan con revivir un modo más primitivo de la
política.
Sin embargo, las instituciones y las ideologías no pueden sobrevivir por simple conjuro
o recordatorios de horrores pasados. Tienen que enfrentar el mundo contemporáneo de
la experiencia vivida.
Por ahora, lo mejor que puede lograr la reforma de los programas de estudio es
recordarles a los alumnos que la economía no es una ciencia como la física, y que tiene
una historia mucho más rica de la que se puede encontrar en los libros de texto estándar.
En su libro La economía del bien y del mal, el economista checo Tomáš Sedláček
demuestra que lo que llamamos “economía” no es más que un fragmento formalizado
de una gama mucho más amplia de pensamiento sobre la vida económica, que va desde
la épica sumeria de Gilgamesh hasta las metamatemáticas de hoy.
Por cierto, la economía convencional es una destilación lastimosamente estrecha del
saber histórico sobre los temas que aborda. Debería aplicarse a cualquier problema
práctico que pueda resolver; pero sus herramientas y presunciones siempre deberían
estar en una tensión creativa con otras ideas vinculadas al bienestar y al florecimiento
humano. Lo que se les enseña a los estudiantes hoy ciertamente no merece su estatus
imperial en el pensamiento social.
(Robert Skidelsky, Professor Emeritus of Political Economy at Warwick University and
a fellow of the British Academy in history and economics, is a member of the British
House of Lords. The author of a three-volume biography of John Maynard Keynes, he
began his political career in the Labour party,…)
- Desigualdad del ingreso y desempleo juvenil (Project Syndicate - 25/6/14)
Cambridge.- En momentos en que El capital en el siglo veintiuno, el polémico libro de
Thomas Piketty, encabeza varias listas de los más vendidos, la desigualdad del ingreso
(que se ha estado ampliando desde los años 70) vuelve a ser centro de la atención
mundial. En el debate acerca de este problema se han abordado muchas de sus
repercusiones, como la menor cohesión social, el aumento de los barrios marginales, la
explotación de la mano de obra y el debilitamiento de las clases medias. Pero hay un
efecto que ha merecido relativamente poca atención: el desempleo juvenil y el
subempleo en general.
Desde el inicio de la crisis económica global, el desempleo juvenil ha aumentado de
manera importante. En los países desarrollados, un 18% de las personas de entre 18 y 24
años se encuentran sin empleo. Si bien la tasa de desempleo juvenil en Alemania sigue
siendo relativamente baja (9%), es de un 16% en los Estados Unidos, 20% en el Reino
Unido y más de un 50% en España y Grecia. Se estima que también en Oriente Próximo
y el Norte de África los índices son muy elevados: un 28% y un 24% respectivamente.
En contraste, sólo un 10% de los jóvenes de Asia del Este y un 9% de Asia del Sur están
sin empleo.
No obstante, las autoridades han tomado relativamente pocas medidas para abordar el
problema. Hoy el planeta arriesga padecer lo que la Organización Mundial del Trabajo
ha llamado una “generación perdida”: se espera que el desempleo juvenil llegue al 13%
en 2018.
No hay un solo factor que explique esta tendencia. Por ejemplo, en China el desempleo
juvenil se origina principalmente en el predominio del sector manufacturero, que ofrece
muchas más oportunidades a los graduados de escuela secundaria que a los trabajadores
formados en universidades.
Otro factor son los desajustes del mercado: en una encuesta realizada recientemente en
nueve países de la Unión Europea, un 72% de los educadores respondieron diciendo que
los recién graduados podían satisfacer las necesidades de los potenciales empleadores,
pero un 43% de estos señalaron lo contrario.
Sea cual sea el factor principal que subyazca al alto desempleo juvenil, no hay duda de
que la desigualdad del ingreso exacerba el problema. En pocas palabras, muchos
empleos (en especial los más lucrativos) están al alcance casi exclusivamente de jóvenes
procedentes de entornos pudientes.
Por ejemplo, en el Reino Unido solo un 7% de los niños y jóvenes van a escuelas
privadas, pero cerca de la mitad de los directores ejecutivos del país y dos tercios de sus
médicos han sido educados en ese sistema. Se estima que esta tendencia continuará y
que la próxima generación de doctores habrá nacido en familias pertenecientes al 20%
más rico de la población.
Hay varias razones posibles para este patrón. Para comenzar, es necesario haberse
educado en los centros más prestigiosos para alcanzar los puestos de mayor estatus, y
eso cuesta dinero. Más aún, muchos periodos de prácticas (requisito para la mayoría de
esos empleos) no se pagan, con lo que se vuelven casi inaccesibles para quienes no
cuenten con familias que puedan mantenerlos económicamente en el intertanto.
Y no se necesita solamente dinero. En muchos casos, los empleos y prácticas más
valorados, e incluso las admisiones a los mejores centros educativos, son mucho más
asequibles para quienes pertenecen a la red personal o profesional de los empleadores.
En un mercado laboral que premia más los contactos que los conocimientos, los jóvenes
con padres bien conectados cuentan con una ventaja evidente.
La desigualdad se agrava si los procedimientos de contratación vienen inherentemente
sesgados. Si bien en teoría las empresas reconocen el valor de reunir talentos
procedentes de una diversidad de medios, tienden a contratar candidatos con
habilidades, experiencias y cualificaciones similares. Incluso si una persona con una
formación o experiencia de trabajo diferente se las arregla para entrar en contacto
directo con quienes seleccionan personal, debe superar la percepción de que representa
una opción más riesgosa.
El hecho de que los resultados académicos se encuentren dentro de los principales
criterios para contratar sesga todavía más los resultados. Es más probable que quienes
han tenido el privilegio de recibir educación privada hayan logrado acceder a las
universidades más reputadas. A menudo, la pequeña proporción de estudiantes pobres
que logran ser admitidos y recibir becas en instituciones de primer nivel obtienen notas
más bajas, sobre todo en los años finales de su formación, debido a que preparación
previa es de menor calidad.
En la práctica, las limitaciones financieras impiden acceder a la universidad a muchos
estudiantes capaces, ya que deben lograr un ingreso que solo un empleo a tiempo
completo les puede dar. El resultado es que su capacidad económica se ve muy limitada,
con independencia de su talento o ética de trabajo. Para generar mayor igualdad de
oportunidades, los empleadores deberían reformular sus estrategias de contratación y
considerar candidatos que respondan a criterios más amplios: la diversidad resultante
beneficiaría mucho a sus empresas.
Si el estatus financiero sigue siendo un determinante clave para sus oportunidades, los
jóvenes de entornos más pobres se irán desanimando progresivamente, lo que puede
elevar el grado de conflictividad social. A menos que todos los jóvenes cuenten con
perspectivas legítimas de mejorar su situación social y económica, seguirá ampliándose
la brecha entre ricos y pobres y creándose un círculo vicioso del que será cada vez más
difícil salir.
La buena nueva es que las iniciativas para paliar el desempleo juvenil reducen la
desigualdad del ingreso, y viceversa. La sociedad que surja de ello será más estable,
unida y próspera, algo que nos conviene a todos, seamos ricos o pobres.
(Mark Esposito is a member of the teaching faculty at the Harvard University Extension
School, an associate professor of business and economics at Grenoble Graduate School
of Business in France, and a senior associate at the University of Cambridge-CISL in
the UK. He has advised the President of Terence Tse, an associate professor of finance
at ESCP Europe, is the head of competitiveness studies at the i7 Institute for Innovation
and Competitiveness)
- Guy Sorman: “En los últimos 30 años, el mundo ha experimentado un espectacular
avance” (Libertad Digital - 7/7/14)
El francés cree que “el debate sobre los principales elementos del desarrollo está
zanjado: el progreso es consecuencia natural de la libertad”.
(Por Diego Sánchez de la Cruz)
Hablar de Guy Sorman es hablar de uno de los liberales franceses más importantes de
las últimas décadas. De carácter amable y mente abierta, el filósofo galo es uno de los
co-fundadores de Acción contra el Hambre y aparece de forma recurrente en las páginas
de opinión de diarios como The Wall Street Journal o Le Figaro.
Sorman ha visitado España para participar en el Campus FAES 2014. En la sierra
madrileña, el autor de Los verdaderos pensadores de nuestro tiempo ha concedido a
Libre Mercado la entrevista exclusiva que pueden leer a continuación.
Pregunta - Aunque ya tiene Vd. a sus espaldas numerosos libros y ensayos, uno de los
más influyentes sigue siendo “La Economía no Miente”. ¿Cuáles son las tesis centrales
de este ensayo?
Respuesta - La principal tesis de este libro es que el debate sobre los principales
ingredientes del desarrollo socioeconómico está ya zanjado: sabemos a ciencia cierta
cuáles son los pasos que debe dar un país para alcanzar un mayor nivel de riqueza,
porque hemos sido testigos de muchos experimentos y podemos extraer conclusiones.
En línea con todo esto, podemos decir que el elemento principal del progreso es el
mantenimiento de un marco institucional estable, capaz de proteger los derechos de
propiedad y de ofrecer certidumbre en el ámbito regulatorio y fiscal. Si a esto se le une
un clima de respeto hacia el emprendimiento y el trabajo, entonces llegamos al
progreso, que es la consecuencia natural de la libertad.
- Cuando le escuchamos hablar de la evolución del mundo en las últimas décadas, su
visión optimista choca con la de muchos pensadores.
- En los últimos treinta años, el mundo ha experimentado un espectacular avance hacia
la desaparición de la pobreza. Esto es algo que demuestran todos los estudios e informes
sobre la cuestión. Por eso prefiero ponerme del lado de aquellos economistas que sí
opinan que el mundo ha ido a mejor.
No tengo nada en contra de aquellas personas que no estén de acuerdo conmigo. El
debate plural es un punto central en toda sociedad abierta. Eso sí: creo que es importante
entablar discusiones basadas en la realidad. Por eso conviene subrayar los datos que sí
tenemos disponibles, porque así podemos ver que cae la mortalidad infantil, que
aumenta el bienestar y que las soluciones de mercado sí funcionan, al contrario de lo
que ocurrió cuando se intentó el desarrollo por la vía socialista.
- Hay quienes anticiparon que esta crisis supondría el fin del capitalismo e iniciaría el
declive de EEUU como superpotencia mundial. Vd. insistía en 2008 en que esta
interpretación era equivocada. ¿Qué piensa ahora?
- Es importante recordar el ambiente intelectual que vivimos al comienzo de esta
recesión. Por aquel entonces se decían cosas de este tipo: “Esta es la crisis definitiva del
capitalismo”, “Marx tenía razón”, etc. En realidad, el mismo sistema capitalista se nutre
y se enriquece de las crisis, son inseparables del mismo porque los procesos de
innovación y de competencia requieren momentos de ajuste.
Entre quienes sí aceptan la economía capitalista encontramos dos visiones encontradas
respecto al modo en que se deben capear estas situaciones. Los liberales clásicos abogan
por dejar que el mercado se vaya reconvirtiendo y los keynesianos interpretan que el
Estado tiene que intervenir. A menudo, esto se traduce en que los gobiernos hacen un
poco de lo primero y un poco de lo segundo…
- Ciertamente, EEUU está en un escenario como el que Vd. describe. ¿Cómo valora la
salud económica del país norteamericano?
- La tasa de paro se está reduciendo, acercándose ya al 6%. Hay que considerar que, en
una economía de semejante tamaño, estos niveles de empleo son muy elevados. Por otro
lado, la tasa de crecimiento se está recuperando, coqueteando con niveles de expansión
que, traducidos a economías emergentes, supondrían aumentos del PIB del 10%.
Hay más aspectos que debemos considerar. Por ejemplo: el número de patentes
registradas en EEUU sigue a la cabeza de los rankings internacionales, lo que refuerza
los procesos de innovación y destrucción creadora que necesita toda economía para
seguir avanzando.
- En el contexto europeo, lo más parecido a una superpotencia económica como EEUU
es Alemania, país al que Vd. pone como ejemplo cuando analiza los pasos a seguir para
sacudirnos definitivamente la crisis y recuperar el bienestar perdido.
- La experiencia histórica de Alemania ha sido dura. Ha sufrido el comunismo y el
nacional-socialismo. Ha atravesado duros procesos de hiperinflación. Por eso que ahora
hay un camino claro: el de la economía de mercado. Este modelo se construye alrededor
de un consenso que abarca a conservadores, socialdemócratas, liberales… pero también
a sindicatos y organizaciones empresariales. Ciertamente es una suerte que exista ese
consenso en torno al liberalismo.
Por otro lado, la descentralización ha ayudado a Alemania, permitiendo que sus
diferentes regiones se vayan adaptando a las necesidades de la economía del siglo XXI,
cada una mediante diferentes estructuras. En cualquier caso, hay que subrayar que el
éxito de EEUU o Alemania no es ninguna rareza pues, como comentábamos antes, los
países que se acercan al paradigma liberal son aquellos que consiguen un alto grado de
desarrollo y progreso.
- No se puede decir que su país esté avanzando en esa misma dirección. Cada vez hay
más personas que ven a Francia como un ejemplo de retroceso.
- Tenemos problemas estructurales que nos están perjudicando notablemente. Por
ejemplo, en Francia siempre hemos complicado sobremanera el trabajo de los
empresarios. Fundar una compañía es muy difícil, por eso no sorprende que muchas de
las grandes firmas de nuestro país sean proyectos creados hace mucho tiempo.
Incluso cuando las empresas ya están en marcha, los sindicatos complican mucho el
desarrollo competitivo de las sociedades. No solamente eso: también hay que
enfrentarse a una notable incertidumbre regulatoria y fiscal, que genera un clima de
desconfianza y evita el desarrollo de una economía más sana.
En los últimos tres años, el gobierno galo ha anunciado todo tipo de planes fiscales y
normativos que luego han sido desmentidos, enmendados, rectificados… El resultado es
un escenario en el que la incertidumbre es máxima. Por suerte, la pertenencia a la Unión
Europea ayuda a que el sector privado mantenga el pulso competitivo hasta cierto punto,
pues tenemos estabilidad monetaria y además debemos adaptarnos a un mercado único
continental.
- La tradición anti-capitalista francesa tiene hoy una nueva estrella: el economista
Thomas Piketty. ¿Qué opinión tiene de sus trabajos sobre la desigualdad?
- La verdad es que he leído su libro El Capital en el siglo XXI y, en mi opinión, este
libro no es un libro sobre economía, sino un libro político. Hay fragmentos de su
análisis que cubren aspectos históricos y resultan muy interesantes; sin embargo, el
argumento central se enmarca en el marxismo de siempre, planteando al capitalismo
como un sistema condenado a la auto-destrucción.
Piketty habla de un capitalismo en el que los grandes empresarios dejarán de invertir y
obtendrán su riqueza de las rentas generadas por el capital de forma casi automática.
Esto alimentaría una desigualdad extrema que acabaría, en última instancia, con la
economía de mercado. El problema con esta tesis es que la Historia no avala, en
absoluto, este tipo de visión de la economía. De hecho, el capitalismo ha alimentado un
gran avance de las clases medias, lo que contradice la interpretación pesimista que hace
Piketty.
En última instancia, hay que recordar que el socialismo ha perdido todos sus referentes
ideológicos y esto ha desatado una histeria por encontrar nuevas caras y nuevos
argumentos. Con Piketty se cumplen estos objetivos, de ahí la popularidad que está
alcanzando.
- Por último, y aprovechando su visita a España, quiero preguntarle por la evolución
económica de nuestro país.
Me sorprende que se estén tomando decisiones muy difíciles por parte del Gobierno, a
pesar de las presiones. Era importante flexibilizar el mercado laboral y se ha hecho. Por
otro lado, también me llama la atención la resistencia de las familias españolas, cuyas
redes de apoyo han servido para mitigar los negativos efectos de la crisis.
Poco a poco, los indicadores económicos muestran una recuperación. Más
exportaciones, más inversión, más empleo… pero entiendo que muchas personas aún no
perciben esos beneficios, por lo que el futuro político del país quedará legitimado
porque la recuperación siga llegando a más gente.
- Lawrence Summers: el gran reto será encontrar nuevo empleo (The Wall Street
Journal - 8/7/14)
(Por Lawrence H. Summers)
El gran problema económico de los milenios ha sido la escasez. La gente quiere mucho
más de lo que se puede producir. El desafío ha sido producir la mayor cantidad posible
y asegurar que todo mundo obtenga una participación justa.
En aspectos importantes, el problema ha cambiado. Por ejemplo, hay mucho más
estadounidenses obesos que malnutridos. Pero eso es sólo un presagio de lo que está por
venir. El desafío económico del futuro no consistirá en producir lo suficiente. Consistirá
en proporcionar suficientes buenos empleos.
Lo que ha ocurrido en la agricultura en el último siglo es notable. La porción de
trabajadores estadounidenses empleados en la agricultura ha disminuido de un tercio
hace un siglo a entre 1% y 2% en la actualidad. ¿A qué se debe esto? Se debe a que la
productividad agrícola ha aumentado de manera espectacular, y la mecanización está
reduciendo la demanda por la mano de obra agrícola incluso cuando los alimentos son
más abundantes que nunca.
Todo esto ha tenido vastas implicaciones. Decenas de millones de personas se han
trasladado de zonas rurales a zonas urbanas para conseguir empleo en los sectores de
manufactura y servicios. Para brindar apoyo a los que se han quedado atrás, el gobierno
federal de EEUU ha gastado mucho más de US$ 100.000 millones en la última década.
Aunque sin duda hay componentes globales, asegurar que haya comida disponible ya no
es uno de los problemas en la agricultura estadounidense, como lo es asegurar el
sustento de aquellos que antes trabajaron en la agricultura.
“El software se está comiendo al mundo”
Lo que ocurrió en la agricultura está ocurriéndole a gran parte del resto de la economía.
En la frase de Marc Andreessen, “el software se está comiendo al mundo”. La cantidad
de estadounidenses que realizan trabajo de producción en la manufactura y los que
tienen alguna discapacidad ya son parecidos. Hay buenos motivos para esperar en los
próximos años un crecimiento de los empleos manufactureros. Pero la tendencia a largo
plazo es inexorable y casi universal. Al igual que en la agricultura, la tecnología está
permitiendo una producción mucho más abundante con mucho menos trabajadores.
Ningún país puede aspirar a un mayor aumento en competitividad que China, pero
incluso ese país ha sufrido un declive en los trabajos en la manufactura en las dos
últimas décadas. Y las revoluciones de la robótica y de la impresión tridimensional
apenas han comenzado.
¿Qué se puede decir de los servicios? En una generación hacia el futuro, los taxis ya no
tendrán conductores; el proceso de pago en cualquier tienda minorista será automático;
los servicios telefónicos de atención al cliente estarán automatizados con tecnología de
reconocimiento de voz; los artículos de noticias rutinarios serán redactados por robots;
el asesoramiento será transmitido por sistemas expertos; el análisis financiero se
realizará por sistemas de software; un solo profesor podrá enseñar a miles de
estudiantes, y el software les proveerá a los mismos tareas a la medida de sus
cualidades, entre otras cosas.
Los que pierdan empleos debido al aumento en la productividad se verán liberados para
asumir tareas en otros sectores. Pero existen muchos motivos para pensar que la
revolución del software será incluso más profunda que la revolución agrícola. En esta
ocasión, el cambio vendrá más rápido e impactará a un porcentaje mucho mayor de la
economía. Los trabajadores que salían de la agricultura podían incorporarse a un amplio
rango de trabajos en la manufactura y servicios. Ahora, sin embargo, hay más sectores
que están perdiendo trabajos que creándolos. Y el aspecto de uso general que tiene la
tecnología de software implica que incluso las industrias y los trabajos que crea no son
para siempre. No hace mucho tiempo explicaban que la videocasetera perjudicaría a la
industria de las salas de cine pero que Blockbuster crearía muchos empleos.
Tendencias inquietantes en el mercado laboral
La disponibilidad de empleo ya es un problema crónico en EEUU. Considere lo que ha
ocurrido con los hombres entre 25 y 54 años de edad, un grupo que es aleccionador
considerar ya que está marcado por una fuerte expectativa de trabajo universal. Hace
unos 50 años, uno de cada 20 hombres entre esas edades estaba desempleado.
Desde entonces, la fuerza laboral se ha vuelto sustancialmente más sana y mejor
educada. En efecto, la mejoras en la educación han superado cualquier cosa que
pudiéramos esperar que suceda en las próximas dos generaciones. Sin embargo, es
razonable estimar que entre uno y seis hombres de entre 25 y 54 años no estarán
trabajando cuando la economía regrese a condiciones cíclicas normales.
Si las tendencias actuales continúan, bien podría ocurrir que en una generación un
cuarto de los hombres de edad media estarán sin trabajo en un momento dado. En
tal mundo, más de la mitad de los hombres podría experimentar un periodo de
desempleo de más de un año en algún momento durante sus años más productivos.
Aún no sabemos del todo cómo será la capacidad de regresar a trabajar después de una
experiencia de este tipo, pero la experiencia de hombres sin empleo durante mucho
tiempo a raíz de la Gran Recesión es sin lugar a duda inquietante.
Por tanto el reto para la política económica será cada vez más generar suficiente
trabajo para todos los que necesitan ingresos, poder adquisitivo y dignidad. ¿Qué
requerirá esto? El papel del gobierno fue transformado para atender las necesidades de
la era industrial por Gladstone, Bismarck y los dos Roosevelt. Necesitaremos lo
equivalente si queremos atender las necesidades de la era de la información.
(Lawrence H. Summers is President Emeritus of Harvard University. During the past
two decades he has served in a series of senior policy positions, including Vice
President of development economics and chief economist of the World Bank,
Undersecretary of the Treasury for International Affairs, Director of the National
Economic Council for the Obama Administration from 2009 to 2011, and Secretary of
the Treasury of the United States, from 1999 to 2001. He is currently the Charles W.
Eliot University Professor at Harvard University)
- Europa y su pulsión de deuda (Project Syndicate - 7/7/14)
Cambridge.- Los líderes de la zona del euro continúan debatiendo sobre la mejor forma
de revigorizar el crecimiento económico y los franceses e italianos ahora sostienen que
se debe relajar el rígido tratado del “compacto fiscal”. Mientras tanto, los líderes de los
países miembros del norte de la zona del euro continúan propugnando una
implementación más seria de las reformas estructurales.
Lo ideal es que ambas partes logren lo que desean, pero resulta difícil visualizar un
resultado final que no implique una significativa reestructuración o reprogramación de
la deuda. La incapacidad de los políticos europeos para contemplar este escenario
representa una enorme carga sobre el Banco Central Europeo.
Si bien hay muchas explicaciones sobre las demoras de la recuperación en la zona del
euro, queda claro que el exceso de deuda, tanto pública como privada, ocupa un lugar
preponderante. La participación de las deudas brutas de los hogares y las instituciones
financieras en el ingreso nacional es mayor hoy que antes de la crisis financiera. La
deuda corporativa no financiera solo ha disminuido ligeramente. Y la deuda
gubernamental, por supuesto, aumentó bruscamente debido a los rescates de los bancos
y a la pronunciada caída de los ingresos fiscales por la recesión.
Sí, Europa también se ve afectada por una población envejecida. Los países del sur de la
zona del euro, como Italia y España, han sufrido el aumento de la competencia china en
las industrias textil y de manufactura liviana. Pero así como el boom del crédito
precrisis enmascaró los problemas estructurales subyacentes, las restricciones crediticias
posteriores a la crisis han amplificado profundamente la caída.
Es cierto, Alemania debe mucho a la voluntad del país hace una década para asumir
dolorosas reformas económicas, especialmente con relación a las normas de los
mercados laborales. Hoy día, Alemania parece gozar de pleno empleo y crecimiento
superior al de la tendencia. Los líderes alemanes creen, con cierta razón, que si Francia
e Italia adoptan reformas similares esos cambios obrarán maravillas para el crecimiento
a largo plazo de sus economías.
Sin embargo, ¿cómo se explica la situación de Portugal, Irlanda y (especialmente)
España, quienes han tomado pasos significativos para la reforma desde la crisis? Todos
continúan experimentando tasas de inflación de dos dígitos, un crecimiento moribundo
y, como dejó muy en claro el último Monitor Fiscal del Fondo Monetario Internacional,
todos aún sufren significativos problemas de endeudamiento.
El exceso de deuda atrapa a los países en un círculo vicioso. Si la deuda pública y
privada es excepcionalmente elevada, las opciones del país se ven limitadas y eso puede
asociarse indiscutidamente con un menor crecimiento, que a su vez dificulta la salida de
una trampa de la deuda. La campaña de la primavera pasada contra quienquiera se
atreviese a preocuparse por los efectos a largo plazo de la deuda elevada ignoró en gran
medida la considerable literatura académica, exactamente como el reciente y
notablemente similar desafío a la investigación de Thomas Piketty sobre la desigualdad
no consideró un cuerpo de evidencia mayor.
Es cierto que no todas las deudas son iguales y que existen sólidas justificaciones para
aumentar el endeudamiento si su propósito es financiar inversiones en infraestructura
altamente productiva. Europa muestra un importante retraso respecto de muchos países
asiáticos en sus esfuerzos por ampliar el alcance de la banda ancha. Excepto en el caso
de los países nórdicos, las redes eléctricas se han visto meticulosamente balcanizadas y
son necesarios grandes esfuerzos para integrarlas.
El aumento de la deuda a efectos de aumentar significativamente o garantizar el
crecimiento en el largo plazo tiene sentido, especialmente en un entorno de bajas tasas
reales de interés. Un argumento similar puede esgrimirse a favor del gasto para mejorar
la educación, por ejemplo, en el caso de las desfinanciadas universidades europeas.
Para las inversiones que no producen mejoras en el crecimiento, sin embargo, la
justificación de un mayor estímulo resulta menos clara. Brad Delong y Larry Summers
han sostenido que en una economía deprimida, los aumentos del endeudamiento a corto
plazo pueden pagarse a sí mismos, incluso si los gastos no aumentan directamente el
potencial en el largo plazo. Por el contrario, Alberto Alesina y Silvia Ardagna
mantienen que en una economía con un gobierno grande e ineficiente, las medidas para
la estabilización de la deuda dirigidas a reducir el tamaño del gobierno pueden en
realidad resultar expansionistas.
Admito ser ajeno a este debate. (La palabra “austeridad” no aparece ni una sola vez en
el libro publicado en 2009 que escribimos con Carmen Reinhart sobre la historia de las
crisis financieras). Mi percepción general, sin embargo, es que ambas posturas son
extremas. Por lo general, ni la austeridad absoluta ni el estímulo keynesiano
rudimentario pueden ayudar a los países a escapar de trampas de alta inflación.
Históricamente, otras medidas, incluidas la reprogramación de la deuda, la inflación y
diversas formas de impuestos a la riqueza (como la represión financiera) típicamente
desempeñaron un rol significativo.
Es difícil ver cómo los países europeos pueden evitar indefinidamente recurrir a la gama
completa de herramientas de deuda, especialmente para reparar las frágiles economías
de la periferia de la zona del euro. La expansiva garantía del BCE de hacer “todo lo
necesario” efectivamente puede ser suficiente para ayudar a financiar en el corto plazo
un mayor estímulo del que ahora se permite; pero esa promesa no solucionará los
problemas de sostenibilidad de largo plazo.
De hecho, el BCE pronto tendrá que enfrentar el hecho de que las reformas estructurales
y la austeridad fiscal están muy lejos de constituir una solución completa a los
problemas de la deuda en Europa. En octubre y noviembre, el BCE anunciará los
resultados de sus pruebas de resistencia a los bancos. Debido a que muchos bancos
mantienen un gran volumen de deuda gubernamental de la zona del euro, los resultados
dependerán en gran medida de la forma en que el BCE evalúe el riesgo soberano.
Si el BCE subestima groseramente los riesgos, su credibilidad como regulador quedará
fuertemente empañada. Si muestra una mayor franqueza respecto de los riesgos, es
posible que algunos países de la periferia encuentren dificultades para tapar los baches y
requieran ayuda del norte. Esperemos que el BCE haga gala de franqueza. Es hora de
mantener una conversación sobre el alivio de la deuda para toda la periferia de la zona
del euro.
(Kenneth Rogoff, Professor of Economics and Public Policy at Harvard University and
recipient of the 2011 Deutsche Bank Prize in Financial Economics, was the chief
economist of the International Monetary Fund from 2001 to 2003)
- The Great Income Divide (Project Syndicate - 18/7/14)
Washington, DC.- Thomas Piketty’s book Capital in the Twenty-First Century has
captured the world’s attention, putting the relationship between capital accumulation
and inequality at the center of economic debate. What makes Piketty’s argument so
special is his insistence on a fundamental trend stemming from the very nature of
capitalist growth. It is an argument much in the tradition of the great economists of the
nineteenth and early twentieth centuries. In an age of tweets, his bestseller falls just
short of a thousand pages.
The book’s release follows more than a decade of painstaking research by Piketty and
others, including Oxford University’s Tony Atkinson. There were minor problems with
the treatment of the massive data set, particularly the measurement of capital incomes in
the United Kingdom. But the long-term trends identified -a rise in capital owners’ share
of income and the concentration of “primary income” (before taxes and transfers) at the
very top of the distribution in the United States and other major economies- remain
unchallenged.
The law of diminishing returns leads one to expect the return on each additional unit of
capital to decline. A key to Piketty’s results is that in recent decades the return to capital
has diminished, if at all, proportionately much less than the rate at which capital has
been growing, thereby leading to an increasing share of capital income.
Within the framework of textbook microeconomic theory, this happens when the
“elasticity of substitution” in the production function is greater than one: capital can be
substituted for labor, imperfectly, but with a small enough decline in the rate of return
so that the share of capital increases with greater capital intensity. Larry Summers
recently argued that in a dynamic context, the evidence for elasticity of substitution
greater than one is weak if one measures the return net of depreciation, because
depreciation increases proportionately with the growth of the capital stock.
But traditional elasticity of substitution measures the ease of substitution with a given
state of technical knowledge. If there is technical change that saves on labor, the result
over time looks similar to what high elasticity of substitution would produce. In fact,
just a few months ago, Summers himself proposed a reformulation of the production
function that distinguished between traditional capital (K1), which remains, to some
degree, a complement to labor (L), and a new kind of capital (K2), which would be a
perfect substitute for L.
An increase in K2 would lead to increases in output, the rate of return to K1, and
capital’s share of total income. At the same time, increasing the amount of “effective
labor” -that is, K2 + L- would push wages down. This would be true even if the
elasticity of substitution between K1 and aggregate effective labor were less than one.
Until recently not much capital could be classified as K2, with machines that could
substitute for labor doing so far from perfectly. But, with the rise of “intelligent”
machines and software, K2’s share of total capital is growing. Oxford University’s Carl
Benedikt Frey and Michael Osborne estimate that such machines eventually could
perform roughly 47% of existing jobs in the US.
If that is true, the aggregate share of capital is bound to increase. Given that capital
ownership remains concentrated among those with high incomes, the share of income
going to the very top of the distribution also will rise. The tendency of these capital
owners to save a large proportion of their income -and, in many cases, not to have a
large number of children- would augment wealth concentration further.
Other factors could help to augment inequality further. One that has been largely
neglected in the debate about Piketty’s book is the tendency of the superrich to marry
one another - an increasingly common phenomenon as more women join the group of
high earners. This, too, causes income concentration to occur faster than it did two or
three decades ago, when wealthy men married women less likely to have comparably
large incomes. Add to that the modern scale effects on professional and “superstar”
incomes -a result of winner-take-all global markets- and a picture emerges of
fundamental forces tending to concentrate primary income at the top.
Without potent policies aimed at counteracting these trends, inequality will almost
certainly continue to rise in the coming years. Restoring some balance to the income
distribution and encouraging social mobility, while strengthening incentives for
innovation and growth, will be among the most important -and formidable- challenges
of the twenty-first century.
(Kemal Derviş, former Minister of Economic Affairs of Turkey and former
Administrator for the United Nations Development Program (UNDP), is a vice
president of the Brookings Institution)
- “Quitar dinero a los ricos y dárselo a los pobres genera más pobres” (Cinco Días 22/7/14)
(Por Jaume Viñas)
En el siglo XIV, el filósofo y economista de origen andalusí Ibn Jaldún ya percibió que
el aumento de impuestos podía desincentivar la actividad económica y acabar
reduciendo los ingresos del “sultán”. Esa misma idea fue plasmada seis siglos más tarde
en una fórmula matemática por Arthur Laffer (Ohio, 1940), economista estadounidense
y padre de la curva de Laffer. Ronald Reagan sustentó sus rebajas fiscales en las ideas
de este economista con aires de showman y predicador. Desacomplejadamente liberal,
el padre de la curva de Laffer aboga por drásticas reducciones fiscales para alentar el
crecimiento y sostiene que el Estado de bienestar y las políticas redistributivas son
fuentes de probreza.
El actual Gobierno español defiende como usted que las rebajas fiscales generan
crecimiento, sin embargo, inició la legislatura en 2011 con la mayor subida de
impuestos en Democracia. Aseguró que no había alternativa.
El Gobierno se equivocó.
¿Con un déficit fiscal del 9% del PIB, usted cree que era posible bajar los impuestos?
En España, el problema no es la baja imposición, sino el desempleo. No puedes
equilibrar el presupuesto sin tener en cuenta este problema. Aumentar los impuestos no
mejora su déficit, ni el desempleo ni la falta de crecimiento. Ningún país ha sido más
próspero con subidas fiscales.
“El Estado de bienestar es el problema. Si regalas recursos, acabas en quiebra”
La Unión Europea recomendó a España subir impuestos. La idea era que para resolver
el paro, primero era necesario equilibrar las cuentas públicas.
¡Fuego a la Unión Europea! La única manera de lograr más dinero con los impuestos es
teniendo una economía mayor. España necesita crecer y tener más gente trabajado en
compañías que tengan beneficios para elevar la recaudación. Mire lo que ha funcionado
en el mundo. ¿Cree que Reagan es mejor que Obama? Yo sí. ¿Por qué no imitan lo que
han hecho los presidentes de éxito?
¿Bastan rebajas fiscales para solucionar el grave problema del paro?
¿Por qué se grava el tabaco? Porque queremos que la gente deje de fumar. ¿Por qué
gravamos el trabajo? ¿Queremos menos trabajadores? Lo que España ha estado
haciendo, y lo digo con gran respeto, es gravar a la gente que trabaja y pagar a la gente
que no trabaja. Y ahora ustedes están en shock porque hay más personas que no
trabajan. Es una cuestión de incentivos. Si quitas dinero a los ricos y se lo das a los
pobres generarás muchos pobres y no habrá gente rica. ¿Me sigue?
Sí. Usted propone acabar con el Estado de bienestar
El Estado de bienestar es el problema. La humanidad lleva 250.000 años sobre la tierra
y ha sido en los últimos 20 años con el Estado de bienestar cuando se ha pagado a la
gente por no trabajar. Comida gratis, sanidad gratis, educación gratis... Ese no es el
camino. Cuando se regalan recursos, siempre se acaba en la quiebra.
La mayoría de europeos cree que el Estado de bienestar es una de las grandes
aportaciones de Europa
Me parece maravilloso. Continúen así. Yo soy solo un economista y me encantan los
experimentos. Llevemos la curva de Laffer al extremo. Regalen todo a la gente que no
trabaja y quítenselo a la que trabaja. ¡Háganlo! Queremos trabajo y odiamos a quien lo
crea.
¿No cree que uno de los principios fundamentales de un sistema fiscal deber ser la
redistribución de la riqueza?
Cuando tratas de redistribuir, creas más pobreza. Lo que está haciendo el Gobierno es
convertir a los contribuyentes en el enemigo. Un país necesita el pago voluntario de
impuestos para sobrevivir a largo plazo. La gente tiene que sentir que el Gobierno es
legítimo y justo. Y cuando los tipos impositivos son demasiado altos, la gente se siente
engañada y ya no hay confianza. Y España se encuentra cerca de esta situación. Cuando
alguien me da dinero, yo no lo odio, lo abrazo. Un Gobierno debe amar a sus
contribuyentes, no odiarles ni maltratarles. Debe agradecer cada día y cada euro que le
pagan.
¿Qué opina de Thomas Piketty y de su libro en el que defiende el incremento de los
impuestos de capital?
Thomas Piketty es un gran publicista de sí mismo. Cuando se redistribuye la riqueza,
siempre, siempre, se pierden ingresos. El problema no es si Thomas Piketty se ha
equivocado en sus números o si ha omitido datos, el problema es que él no sabe de
economía.
- Es mejor ser menos (Project Syndicate - 13/8/14)
Londres.- ¿Es necesariamente malo que la población esté disminuyendo? Sin duda uno
podría pensarlo, a juzgar por los lamentos de algunos economistas y responsables del
diseño de políticas en economías avanzadas, donde las personas están viviendo más
años y las tasas de natalidad han caído por debajo de los niveles de sustitución. De
hecho, los beneficios de la estabilidad demográfica -o incluso una ligera disminucióncompensan cualquier efecto perjudicial.
Sin duda, una población que envejece plantea desafíos evidentes para los sistemas de
pensión. Además, como han señalado economistas como Paul Krugman, también podría
significar que las economías avanzadas no solo se enfrentan a una recuperación lenta,
sino también al riesgo de un “estancamiento continuo”.
Cuando hay un aumento de la población más lento, disminuye la necesidad de invertir
en reservas de capital. Mientras tanto, las personas que planifican jubilarse más tarde
pueden ahorrar más para asegurar pensiones convenientes. Si estos ahorros exceden las
necesidades de inversión, podrían conducir a una demanda agregada inadecuada, lo que
deprimiría el crecimiento económico.
Sin embargo, los desafíos para el diseño de políticas asociados con estos cambios
demográficos son manejables. Además, tal vez más importante, es que los beneficios de
una longevidad aumentada y una fertilidad reducida son considerables.
La esperanza de vida creciente es el producto bien recibido del progreso médico y
económico, y es casi seguro que siga aumentando. En efecto, la esperanza de vida
promedio para niños nacidos en países prósperos podría exceder pronto los cien años.
Eso implica un aumento de la proporción de las personas mayores de 65 años con
respecto a la población más joven. Sin embargo, mientras la edad de jubilación aumente
para mantener estable la proporción entre el trabajo y la jubilación, el hecho de que los
años de trabajo y los de jubilación estén creciendo a tasas iguales no tiene un efecto
económico adverso. Existen además evidencias contundentes de que la longevidad
creciente puede significar más años de vida activa saludable, no de dependencia no
saludable. Solo las malas políticas, como la reciente promesa que hizo Alemania de
disminuir la edad de jubilación, pueden hacer que el vivir más tiempo se convierta en un
problema económico.
Las tasas de fertilidad en disminución, incluidas las de algunos países de ingresos bajos
y medios, como Irán y Brasil, también reflejan avances sociales muy positivos - en
particular el empoderamiento de las mujeres. Siempre que las mujeres pueden acceder a
la educación y pueden decidir cuántos hijos tener, las tasas de fertilidad caen aunque sea
ligeramente por debajo de los niveles de sustitución.
Las tasas de natalidad que disminuyen plantean más desafíos a los sistemas de pensión
que la longevidad creciente porque conllevan un coeficiente de dependencia de las
personas mayores incluso si la edad de jubilación aumenta en consonancia con la
esperanza de vida. Pero siempre que las tasas de natalidad sean apenas inferiores al
nivel de sustitución, la sostenibilidad de los sistemas de pensiones puede garantizarse
mediante aumentos asequibles de las tasas de contribución. Además, las tasas de
natalidad más bajas ofrecen el beneficio compensatorio de tener coeficientes de
dependencia infantil inferiores, reducir los costos educativos o de permitir una mayor
inversión en la educación por niño.
Una tasa de crecimiento de la población más o inferior también puede reducir el
aumento de los coeficientes de riqueza-ingreso y el incremento resultante de la
desigualdad que Thomas Piketty señaló recientemente. En muchos países el aumento es
resultado principalmente del crecimiento de los precios de los bienes inmobiliarios en
relación con el ingreso, pues las personas más ricas dedican un porcentaje cada vez
mayor de su ingreso a adquirir propiedades en lugares deseables.
Un crecimiento sostenido de la población intensificaría la competencia por esos “bienes
de estatus”, que no se pueden suministrar fácilmente en un volumen mayor. Una
población estable, o incluso en declive, reduciría en cierta medida su importancia.
También facilitaría reducir las emisiones de bióxido de carbono a un costo aceptable y
preservar y mejorar la calidad ambiental local, a la que las personas le dan más valor a
medida que sus ingresos aumentan.
Para las economías avanzadas actuales, una población estable o que disminuye
ligeramente, sería tal vez óptima para el bienestar de las personas. Para el mundo en
general, es un objetivo deseable.
No obstante, también es un objetivo lejano. En efecto, el declive de la población en las
economías avanzadas sigue siendo un problema mucho menor que el rápido
crecimiento demográfico en muchos países en desarrollo. Según las proyecciones del
escenario de fertilidad medio de las Naciones Unidas, la población mundial aumentará
de 7 mil millones de habitantes actualmente a 10 mil millones para 2050. La población
de Nigeria podría crecer de 123 millones en 2000 a 440 millones para 2050, mientras
que la de Yemen podría pasar de 18 a 42 millones.
Las elevadas tasas de fertilidad en muchos países son consecuencia en parte de los bajos
ingresos. No obstante, el mismo fenómeno se da en sentido inverso. Las altas tasas de
fertilidad asfixian las perspectivas de crecimiento económico porque el crecimiento
demográfico excesivamente acelerado imposibilita acumular existencias per cápita de
capital físico y humano al ritmo necesario para impulsar aumentos rápidos del ingreso.
Dicho esto, los esfuerzos para controlar el crecimiento de la población con medidas
como la política de hijo único de China son aberrantes en términos morales e
innecesarios. Si se toma como ejemplo a Irán se puede constatar que incluso los países
con bajos ingresos pueden lograr reducciones espectaculares de la fertilidad tan solo
ofreciendo opciones y educación. Sin embargo, eso no cambia el hecho de que el rápido
declive de la fertilidad en China desempeñó un papel fundamental en su extraordinaria
aceleración económica.
Los comentarios simplistas a menudo sugieren lo contrario: en teoría los países con
altas tasas de fertilidad tienen la ventaja demográfica de una población joven con un
rápido crecimiento. Sin embargo, más allá de una determinada tasa de crecimiento de la
población, es imposible crear empleos con la velocidad suficiente para absorber la
fuerza laboral en aumento.
Casi todos los países que tienen tasas de fertilidad muy superiores al nivel de sustitución
encaran porcentajes de desempleo juvenil perjudiciales en lo económico y lo social. La
inestabilidad en Medio Oriente tiene muchas causas, pero entre ellas se cuenta la falta
de empleos para los jóvenes, en particular, los hombres.
En efecto, como Krugman y otros han señalado, la desaceleración demográfica puede
aumentar el riesgo de una demanda insuficiente y de un crecimiento inferior al
potencial. Sin embargo, si el problema es la demanda inadecuada, el peligro puede
evitarse. Los gobiernos y los bancos centrales siempre pueden crear demanda nominal
adicional si están dispuestos a utilizar todas las herramientas de política que tienen a su
disposición, tales como la inversión pública financiada con deuda o dinero. Además, si
hay recursos que no se utilizan plenamente, el resultado será un crecimiento real
adicional.
Si el envejecimiento de la población conduce a un estancamiento continuo, ello se
deberá a políticas deficientes. Por el contrario, los problemas creados por un
crecimiento demográfico demasiado rápido, tienen sus orígenes en limitaciones reales e
inevitables. No debe permitirse que los desafíos manejables que crean el aumento de las
expectativas de vida y las tasas de nacimiento menos elevadas opaquen los enormes
beneficios que proporcionan una mayor longevidad y estabilización de la población.
Además, sin duda, no deben cegarnos a las consecuencias económicas y sociales
adversas de un rápido crecimiento demográfico.
(Adair Turner, former Chairman of the United Kingdom’s Financial Services Authority,
is a member of the UK’s Financial Policy Committee and the House of Lords)
- Dinero para el pueblo (El Confidencial - 1/9/14)
(Por Kike Vázquez)
¿Se imagina que los bancos centrales, en lugar de bajar los tipos de interés o
comprar activos financieros para luchar contra la deflación, simplemente
decidiesen imprimir dinero para dárselo a la gente? Sí, ha leído bien, nada de
medidas exóticas, nada de programas monetarios complejos y difíciles de entender,
simplemente crear dinero de la nada para ingresarlo en la cuenta corriente de cada
ciudadano. Así de sencillo, así de fácil. Como si la correspondencia de esta mañana nos
hubiese obsequiado con un sobre lleno de billetes de curso legal. ¿Podría ser esta la
verdadera solución a la crisis y a la deflación?
Suena a disparate, lo sé, pero si digo que esta idea ha sido publicada en el último
número de Foreign Affairs que edita el reconocido Council on Foreign Relations
(“Print Less but Transfer More” - September/October 2014 Issue) o que sus autores son
Mark Blyth, profesor de política económica en Brown University (una de las
universidades de la “Ivy League”), y Eric Lonergan, gestor global macro en M&G,
quizá comencemos a replantearnos hasta qué punto algo así puede tener sentido. Pues,
estimado lector, déjeme decirle que no solo tiene sentido sino que la medida puede ser
la próxima gran revolución en la caja de herramientas de los bancos centrales.
Dar dinero al pueblo llano es una forma de incentivar la demanda, algo que
tradicionalmente se hace de forma directa bajando los impuestos o aumentando el gasto
público, o de forma indirecta bajando los tipos de interés o aumentando la masa
monetaria. Su ventaja sobre las políticas fiscales es que estamos ante algo sencillo de
implementar técnicamente y de efecto inmediato (al revés que ocurre con la inversión
en infraestructuras, con las bajadas del IRPF, etc), y su ventaja con respecto a las
políticas monetarias es que no se provocaría la gran distorsión que estamos viendo
en los mercados financieros, además de conseguir incrementar el gasto de una
forma mucho más eficiente.
En realidad la idea, a poco que dejemos atrás los prejuicios, parece muy superior a todas
las medidas llevadas a cabo hasta el momento. Evitaríamos que el Gobierno se
equivoque modificando su mix de impuestos, que no realice inversiones productivas,
que no fluya el gasto público a donde realmente se necesita. Evitaríamos las burbujas
financieras pero también que los bancos centrales rescaten implícitamente a entidades
quebradas, e incluso que aumente la desigualdad fruto de políticas tradicionales que
favorecen más a un “too big to fail” que a una persona con verdadera necesidad.
Sería el ciudadano corriente quien decidiese cual es el mejor uso de los fondos (o en
todo caso se podrían establecer algún tipo de condicionantes para evitar usos dañinos,
como podrían ser ciertos vicios).
De hecho Blyth y Lonergan dan una vuelta más a la hipótesis para proponer que la
inyección extraordinaria se realice en función de la renta para beneficiar especialmente
al 80% de la población con menos ingresos, lo que no solo no aumentaría la
desigualdad sino que la reduciría, y eso sin realizar ningún tipo de política fiscal
confiscatoria al “estilo Piketty”: aquí no se castiga, ni siquiera al 1% con más riqueza,
por la contra se ayuda al que menos ingresos tiene. ¿Cómo es posible que nunca antes se
haya intentado nada así? ¿Acaso no es mucho más discutible implementar un
“quantitative easing” que esto?
Se calcula que la medida tendría un multiplicador de 1,3, por lo que con una simple
inyección de dinero del 2% del PIB conseguiríamos un crecimiento de 2,6 puntos
en dicho PIB. ¿Es mucho? En España sería algo así como 20.000 millones de euros, o
entre 400 y 500 euros por persona. ¿Es injusto? Puede, ¿pero no lo son más las medidas
actuales? ¿No es una distorsión a la libre competencia entre personas que unos
nazcamos ricos y otros pobres, que unos puedan acceder a una buena educación y otros
no? ¿Es inflacionario? Y acaso, ¿no es lo que buscamos? ¿Es excesivamente
inflacionario? Bien implementado no tendría que serlo más que las medidas actuales.
En realidad no estamos ante algo tan radical, puesto que economistas tan brillantes
como Keynes, Friedman o Bernanke defendieron a lo largo de su carrera actuaciones
de este estilo, aunque sin verdadero éxito fuera del mundo académico hasta la llegada de
la presente crisis. La gran diferencia entre el pasado y el presente es que una medida tan
controvertida nunca se aprobaría para resolver un simple problema coyuntural, por la
contra si no existiese más remedio sí podría ser usada para resolver un problema
estructural. ¿Habremos llegado a ese punto?
A pesar de la progresiva recuperación de la economía estadounidense, en donde han
aplicado un fuerte estímulo tanto monetario como fiscal, cada día son más los
economistas que se apuntan a la teoría expuesta por Larry Summers conocida como
“estancamiento secular”, publicándose este verano un libro en donde voces tan
influyentes como el propio Summers, Olivier Blanchard, Krugman o Richard Koo
dan su opinión al respecto (“Secular Stagnation: Facts, Causes and Cures” 15-08-2014).
Quizá la economía occidental ya no es capaz de crecer sin una sobredosis de
estímulos, y lo que es peor, quizá las tendencias deflacionarias están aquí para
quedarse a pesar de todo lo hecho hasta el momento.
Son varios los motivos para pensar que las tendencias deflacionarias actuales pueden
tener un cierto carácter estructural. La tecnología y el auge de los robots provocan que
cada día los costes unitarios sean inferiores; China, con su exceso de capacidad, exporta
deflación al resto del mundo; el envejecimiento de la población provoca una menor
propensión a consumir e invertir en la economía real; la globalización provoca una
mayor competencia, tanto entre empresas, como principalmente entre trabajadores,
minorando el poder de negociación de los empleados y provocando una bajada de
salarios. ¿Existen tendencias deflacionarias por la crisis, o existen tendencias
deflacionarias porque en pocos años el mundo ha cambiado y no nos hemos enterado?
Dicen los autores que hemos llegado a un punto en donde las burbujas están yendo
demasiado lejos. Greenspan creó una burbuja inmobiliaria por el insuficiente apoyo
que le prestó la política fiscal, haciendo que fuese la monetaria la que tuviese todo el
protagonismo y causando de este modo graves efectos colaterales. Años después hemos
pasado página, pero seguimos en el mismo libro. Temen que exista una grave burbuja
en el mercado de bonos y temen que pronto se contagie a otros activos financieros,
como podrían ser las acciones. ¿Quizá la economía occidental, no solo no es capaz de
crecer sin estímulos, sino que necesita cada día dosis mayores? ¿Habrá llegado el
momento de buscar alternativas?
Quizá todo sea coyuntural, quizá poco a poco todos los países vayan saliendo de esta
profunda crisis, y los consumidores consuman, y las empresas inviertan y la deflación
deje de amenazarnos. Pero quizá todo tenga un carácter más estructural. Porque quizá
no vivimos una crisis puntual sino que ésta es fruto de factores que se han gestado
durante muchos años, factores que han pasado inadvertidos gracias a los estímulos
artificiales. Porque quizá la recuperación actual es real, pero insuficiente, y una vez
vuelvan a aumentar los tipos de interés y el coste de endeudarse, los hogares y las
empresas se negarán a aumentar su apalancamiento, provocando una salida en falso.
Quizá todo vaya bien… pero si no es así estén atentos, porque volverán a escuchar el
nombre de una nueva política monetaria: dinero para el pueblo.
- Desigualdad e Instituciones (Fedea - 1/9/14)
(Por Gerard Llobet)
El libro de Thomas Piketty, El Capital en el Siglo XXI, se ha convertido en uno de los
trabajos más influyentes de los últimos años. Pocas veces vemos como un libro
académico en economía ocupa los primeros puestos en la lista de ventas. El principal
motivo es que trata de un tema importante como es la desigualdad y pone encima de la
mesa un debate que durante gran parte del siglo XX había ido quedando de lado. El otro
motivo de su gran impacto ha sido su predicción sobre el acusado incremento futuro en
la desigualdad y de las medidas que se deberían llevar a cabo para reducirla. En esta
entrada hablaré de algunas limitaciones en las predicciones de Piketty enfatizadas por
trabajos recientes.
Son muchos los que han hablado de este libro, incluido este blog, con la reseña que
Manuel Bagüés hizo al respecto. El debate sobre este libro ha trascendido al ámbito
político en países como Estados Unidos, algo que desgraciadamente no ha sucedido en
España. Quiero pensar que en parte se debe a que el libro de Piketty documenta poco el
caso español. Aun así, los pocos datos que menciona Piketty sobre España son como
mínimo llamativos, dado que nos coloca como campeones del ratio entre capital e
ingreso, algo que argumenta que está íntimamente relacionado con el nivel de
desigualdad.
Lo que no ha faltado en España han sido las críticas que, han puesto más en evidencia a
los autores que al trabajo de Piketty. Así, muchas críticas se han hecho desde un punto
de vista puramente ideológico. Ante la falta de datos o de modelos con los que rebatir
los argumentos del libro, las críticas han sido sobre temas tan variopintos como las
referencias de Piketty a Balzac o a Jane Austen, criticando la calidad de unos datos
extraordinarios (sin, por supuesto, aportar otros mejores) o mediante la distorsión de sus
propuestas, poniendo en su boca cosas que no dice. Este tipo de crítica parece una
manera desesperada de defender una visión preconcebida del mundo, amenazada por
unos datos que la contradicen.
Afortunadamente, también hay críticas al trabajo de Piketty que se basan en un análisis
serio de los datos y de un buen uso de los modelos económicos. Uno de los mejores
ejemplos es el reciente artículo de Acemoglu y Robinson en el que rebaten las leyes del
capitalismo formuladas por Piketty analizando datos y modelos que tienen en cuenta
aspectos que el libro deja de lado, en especial el papel de las instituciones. Lo que
Piketty llama leyes del capitalismo son en realidad regularidades históricas que obtiene
de los datos y que utiliza para hacer predicciones sobre la evolución de la desigualdad
en el futuro. Acemoglu y Robinson replican que, por un lado, los datos no son evidencia
concluyente a favor de las hipótesis que Piketty formula y, por el otro, que los
parámetros que Piketty toma como fijos en sus leyes del capitalismo no lo son porque,
entre otras cosas, dependen de las instituciones del país, que son endógenas y afectan
por tanto a sus predicciones.
En cuanto al primer aspecto, su crítica parte de como el marco conceptual detrás de las
leyes del capitalismo asume que muchos de los parámetros se mantendrán fijos en el
futuro, cuando no parece claro que así sea. También proporcionan regresiones en las
que cuestionan estas leyes. En particular, relacionan la evolución de la desigualdad con
la diferencia entre la tasa de rendimiento del capital, r, y el nivel de crecimiento de la
economía, g. Piketty argumenta en una de sus leyes del capitalismo que en la medida en
que r es mayor que g, la acumulación de capital crece a mayor tasa que los ingresos
medios de la economía, generando una mayor desigualdad. Sin embargo, los resultados
indican que existe poca relación entre la desigualdad (o más en concreto, los ingresos
del 1% superior) y la diferencia r-g.
Fuente: Acemoglu y Robinson (2014)
Otro aspecto importante en su análisis es el hecho de que el porcentaje de la renta que
termina en el 1% superior de la distribución no siempre es un buen indicador de la
evolución de la desigualdad, algo que ilustran con el caso de Sudáfrica pero también de
Suecia. El primer caso es además paradigmático de la segunda crítica de Acemoglu y
Robinson: la importancia de las instituciones. Los autores documentan como fue el
Apartheid, instaurado en 1910, el que explica la desigualdad en su dimensión relevante
(entre blancos y negros) y no tanto las leyes del capitalismo.
Fuente: Acemoglu y Robinson (2014)
Fuente: Acemoglu y Robinson (2014)
El caso de Suecia es también ilustrativo a la hora de interpretar los datos de Piketty. Así,
uno de los resultados más interesantes que discute Piketty es cómo la desigualdad
disminuyó en países como Inglaterra, Francia o Estados Unidos durante el Siglo XX,
haciendo que este tema pasara a ser secundario en la agenda política de los países.
Piketty documenta como este cambio en la tendencia ha sido temporal y la desigualdad
ha vuelto a crecer notablemente en los últimos años. Interpreta esta evolución como
resultado de las guerras mundiales que, entre otras cosas, deprimieron los rendimientos
del capital (a la vez que la economía se recuperaba) mientras los gobiernos optaban por
aumentar los impuestos al capital con el objetivo de sufragar sus costes. Acemoglu y
Robinson, sin embargo, observan como en Suecia también disminuyó la desigualdad
durante el siglo XX (algo que por cierto Piketty también menciona en su libro) a pesar
de que no participó en las guerras mundiales. En este último caso es la expansión del
estado y su papel redistributivo, además de las leyes laborales, lo que llevó a la
disminución de la desigualdad.
Finalmente, su trabajo incluye un marco conceptual (y un modelo) que permite entender
como casos como el de Sudáfrica y Suecia se pueden explicar, como casos en los que
las instituciones cambian de manera endógena, y con ello la desigualdad en los países.
Hasta qué punto cambios futuros en las instituciones cambiarán la tendencia en la
desigualdad que Piketty anticipa es algo que no queda claro.
El trabajo de Piketty no está exento de ideología y no pasará a la historia por ello. Lo
hará por los datos que aporta y su análisis, que nos ayudarán a cuantificar mejor el nivel
de desigualdad y su futura evolución. Para seguir avanzando en su comprensión
necesitamos análisis serios como el Acemoglu y Robinson u otros también muy
recomendables como el de Austen-Smith y Krusell o Debraj Ray. Esgrimir únicamente
ideología es una pérdida de tiempo.
- La democracia en el siglo XXI (Project Syndicate - 1/9/14)
Nueva York.- La recepción en Estados Unidos, y en otras economías avanzadas, del
reciente libro de Thomas Piketty Capital in the Twenty-First Century da testimonio de
la cada vez mayor preocupación sobre la creciente desigualdad. El libro de Piketty
refuerza aún más la colección ya abrumadora de pruebas sobre la vertiginosa subida de
la proporción de ingresos y riqueza en la parte más alta de la distribución del ingreso y
la riqueza.
El libro de Piketty, además, ofrece una perspectiva diferente sobre los 30 o más años
posteriores a la Gran Depresión y a la Segunda Guerra Mundial: ve a este período como
una anomalía histórica, tal vez causada por la inusual cohesión social que los eventos
catastróficos pueden estimular. En dicha época de rápido crecimiento económico, la
prosperidad fue ampliamente compartida, y todos los grupos avanzaron; sin embargo,
aquellos grupos en la parte inferior vieron mayores ganancias porcentuales.
Piketty también arroja nueva luz sobre las “reformas” que promocionaron Ronald
Reagan y Margaret Thatcher en la década de los años ochenta como potenciadoras del
crecimiento del cual todos se beneficiarían. De manera posterior a dichas reformas
sobrevino un crecimiento más lento y una mayor inestabilidad a nivel mundial, y
además, el crecimiento que sí aconteció benefició en su gran mayoría a aquellos en la
parte superior de la distribución.
Pero el trabajo de Piketty va más allí: plantea problemas fundamentales tanto sobre la
teoría económica como sobre el futuro del capitalismo. Piketty documenta un gran
incremento en el ratio riqueza/producción. En la teoría estándar, tales incrementos
estarían asociados con una caída en el rendimiento del capital y un aumento en los
salarios. Sin embargo, hoy en día el rendimiento del capital no parece haber disminuido,
a pesar de que los salarios sí disminuyeron. (En EEUU, por ejemplo, los salarios medios
han disminuido alrededor de un 7% en las últimas cuatro décadas).
La explicación más obvia es que el incremento en la riqueza medida no corresponde a
un incremento en el capital productivo - y los datos parecen ser consistentes con esta
interpretación. Gran parte del incremento en la riqueza provino de un incremento en el
valor de los inmuebles. Antes de la crisis financiera del año 2008, se pudo evidenciar en
muchos países la presencia de una burbuja inmobiliaria; incluso hasta ahora, puede no
se haya “corregido” dicha situación de manera completa. El aumento en el valor
también puede representar la competencia entre los ricos por bienes que denotan una
“posición” - una casa en la playa o un apartamento en la Quinta Avenida de la ciudad de
Nueva York.
A veces, un aumento en la riqueza financiera medida corresponde a casi nada más que
un simple desplazamiento desde la riqueza “no medida” hacia la riqueza medida - y
estos desplazamientos pueden, en los hechos, reflejar un deterioro en el desempeño de
la economía en general. Si aumenta el poder monopólico o las empresas (como por
ejemplo los bancos) desarrollan mejores métodos para la explotación de los
consumidores comunes, ello se mostrará como mayores ganancias y, cuando dichas
ganancias se capitalizan, se mostrarán como un aumento en la riqueza financiera.
No obstante, cuando lo anteriormente detallado sucede, el bienestar social y la eficiencia
económica por supuesto que caen, incluso de manera simultánea a un aumento oficial en
la riqueza medida. Nosotros simplemente no tomamos en cuenta la disminución
correspondiente al valor del capital humano - es decir, no tomamos en cuenta la
disminución de la riqueza de los trabajadores.
Por otra parte, si los bancos tienen éxito en el uso de su influencia política para
socializar las pérdidas y retener más y más de sus ganancias mal habidas, la riqueza
medida en el sector financiero aumenta. No medimos la disminución correspondiente a
la riqueza de quienes pagan impuestos. Del mismo modo, si las corporaciones
convencen a los gobiernos para que estos paguen más de lo debido por sus productos
(tal como las grandes compañías farmacéuticas pudieron lograrlo), o si las
corporaciones obtienen acceso a recursos públicos a precios por debajo de los precios
del mercado (tal como las empresas mineras pudieron lograrlo), aumenta la riqueza
financiera medida que se informa, a pesar de que existe una disminución en la riqueza
de los ciudadanos comunes.
Lo que hemos estado observando -estancamiento de los salarios e incremento en la
desigualdad, incluso a medida que la riqueza
aumenta- no refleja el
funcionamiento de una economía de mercado que se considera como normal, sino
que refleja lo que yo denomino como “capitalismo sucedáneo” (en inglés ersatz
capitalism). El problema puede que no sea cómo los mercados deberían funcionar
o cómo dichos mercados funcionan en los hechos, pero puede que el problema se
ubique en nuestro sistema político, mismo no ha logrado garantizar que los
mercados sean competitivos; y además, dicho sistema político ha diseñado reglas
que sustentan mercados distorsionados en los que las corporaciones y los ricos
pueden (y por desgracia sí lo hacen) explotar a todos los demás.
Los mercados, por supuesto, no existen en un espacio vacío. Tienen que haber
reglas del juego, y éstas son establecidas a través de procesos políticos. Los altos
niveles de desigualdad económica en países como EEUU y, cada vez más en países
que han seguido el modelo económico de dicho país, conducen a la desigualdad
política. En un sistema como el que se describe, las oportunidades para el progreso
económico se tornan, a su vez, en desiguales, y consecuentemente refuerzan los
bajos niveles de movilidad social.
Por lo tanto, el pronóstico de Piketty sobre niveles aún más altos de desigualdad no
refleja las inexorables leyes de la economía. Simples cambios - incluyendo la aplicación
de niveles más altos de impuestos a las ganancias de capital y las herencias, un mayor
gasto para ampliar el acceso a la educación, la aplicación rigurosa de las leyes
antimonopolio, reformas a la gobernanza corporativa que contengan los salarios de los
ejecutivos, y regulaciones financieras que frenen la capacidad de los bancos para
explotar al resto de la sociedad - reducirían la desigualdad y aumentarían la igualdad de
oportunidades de manera muy notable.
Si logramos tener las reglas del juego correctas, podríamos incluso ser capaces de
restaurar el crecimiento económico rápido y compartido que caracterizaba a las
sociedades de clase media de la mitad del siglo XX. El principal interrogante al que nos
enfrentamos hoy en día realmente no es un cuestionamiento sobre el capital en el siglo
XXI. Es una pregunta sobre la democracia en el siglo XXI.
(Joseph E. Stiglitz, a Nobel laureate in economics and University Professor at Columbia
University, was Chairman of President Bill Clinton’s Council of Economic Advisers
and served as Senior Vice President and Chief Economist of the World Bank)
- Otro mito que se derrumba: a mayor crecimiento, menos desigualdad (Libertad Digital
- 17/9/14)
Un 1% de incremento del PIB per cápita amplia una reducción media del coeficiente
Gini (la medida más habitual sobre desigualdad) de 0,08 puntos.
(Por D. Soriano)
Al menos en lo que hace referencia al ámbito económico, la desigualdad es, sin duda, la
estrella de la temporada. Será por el libro de Thomas Piketty, por los informes de las
ONG o por las protestas de los indignados, pero la creciente brecha que, teóricamente,
se está formando en los países occidentales entre los que más y los que menos gastan
está en primera línea del debate político.
Eso sí, se habla mucho del tema, pero se explica menos: ¿cuál es el origen de esta
desigualdad? ¿realmente se está dando este fenómeno? ¿es malo en sí mismo un mayor
desequilibrio en los ingresos? ¿implica esto que los pobres viven peor que hace dos
décadas? ¿se puede hacer algo por limitarlo?
En esta discusión, uno de las cuestiones más relevantes es la relación que pueda existir
entre el crecimiento económico y la desigualdad. La pregunta es si es inevitable que los
países en expansión tengan, como contrapartida, un incremento en la brecha entre
pobres y ricos. Y casi se da por supuesto que es así. Pero podríamos estar ante otro
nuevo mito no sustentado por las cifras.
Según un estudio publicado por el FMI este mismo verano, el crecimiento no sólo no
atenta contra la igualdad, sino que la fomenta: “Un 1% de incremento del PIB per cápita
implica una reducción media del coeficiente Gini (la medida más habitual sobre
desigualdad) de 0,08 puntos”. Es más, según los autores del informe, el crecimiento
favorece especialmente a los cuatro quintiles inferiores (el 80% de la población con
menos ingresos), que se comen parte de la renta nacional que hasta ese momento
disfrutaba el quintil superior (el 20% más rico).
Evidentemente, hablamos de una media, por lo que cada lugar y cada momento tendrán
su particularidad. Pero los resultados del estudio apuntan a que la reducción de la
desigualdad se puede observar en todo tipo de países, sea cual sea su etapa de
desarrollo. Ni siquiera Asia y América Latina, donde la brecha de ingresos es mayor,
escapan a este patrón. Se puede ver, como ejemplo, en el siguiente artículo de The
Economist sobre la salida de la pobreza de millones de sudamericanos en la última
década gracias al crecimiento económico de la región.
Llegados a este punto, habrá quien se pregunte cómo puede ser que este tema haya
llegado a ocupar una posición central en la opinión pública occidental. Los autores
admiten que es posible que en el mundo rico sí se haya producido el efecto de un
incremento en la desigualdad en las últimas décadas, una situación especialmente
acentuada con la crisis.
En realidad, este aumento de la brecha durante la Gran Recesión parece reafirmar
las conclusiones del estudio. En el momento en el que Europa y EEUU han dejado
de crecer a las tasas a las que lo estaban haciendo tras la Segunda Guerra
Mundial, la desigualdad ha vuelto a incrementarse.
Pero, además, hay un factor que normalmente no se tiene en cuenta, pero que los autores
del estudio creen que está detrás de este fenómeno: los cambios tecnológicos. En este
sentido, los últimos adelantos podrían haber introducido un sesgo en favor de los
trabajadores más cualificados, impulsando sus remuneraciones mientras los demás se
quedaban atrás.
Consecuencias y soluciones
Sin embargo, más allá de la búsqueda de culpables de este incremento de la desigualdad
de los últimos años en los países avanzados, lo más relevante sea preguntarse qué
consecuencias puede traer en nuestra sociedad y si existen soluciones a la misma.
En cuanto a lo primero, siempre se alude a la brecha entre los que tienen y los que no
para explicar el crecimiento de los populismos europeos. Según esta lectura, la
percepción de que el ascensor social ya no funciona como antaño estaría detrás del éxito
de aquellos partidos que, a derecha e izquierda, cuestionan el sistema. Frente a esta
lectura, destacan dos datos: en primer lugar, que los electores de estas formaciones no
vienen, en muchas ocasiones, de la marginalidad.
Pero además, hay que tener en cuenta otra cuestión que no siempre está encima de la
mesa. Que aumente la desigualdad no quiere decir, ni mucho menos, que sea a costa de
empobrecer a las clases inferiores. Así, podría darse la situación de una sociedad en la
que todos los grupos de población mejoren su situación, incluso aunque la distancia
entre ricos y pobres sea superior a la del punto de partida. De hecho, esto es lo que
parece que ha podido ocurrir en el mundo occidental en las últimas décadas.
Como explicaba hace unos meses nuestro compañero Diego Sánchez de la Cruz, si
medimos en términos de consumo y de bienes disponibles, es complicado encontrar
alguna ratio en la que los actuales europeos estén peor que sus padres o abuelos: “Si
viajamos a la Gran Bretaña de 1957, vemos que la compra de comida y ropa se llevaba
el 43% de la renta disponible en hogares de ingreso medio; cuarenta años después, este
indicador es del 23% entre el 10% más pobre”.
En EEUU, otros informes arrojan la misma conclusión: “Por ejemplo, el coste
acumulado de comprar una lavadora, una secadora, un lavaplatos, una nevera, un
congelador, una televisión en color y una aspiradora es ahora seis veces menor que en
1959. Entonces, el trabajador medio compraba estos bienes con la remuneración de 766
horas laborales; ahora, esta cifra ha caído a 134”.
Movilidad y educación
Al final, muchas veces el problema no es tanto de desigualdad (diferencia en los
ingresos) como de movilidad social (la posibilidad de que cualquiera, con talento y
esfuerzo, pueda labrarse su futuro). Las sociedades occidentales, especialmente EEUU,
siempre han vendido que su sueño estaba ahí, disponible para cualquiera que quisiera
cogerlo. La pregunta es si esto ha cambiado en las últimas décadas.
En este vídeo de la Brookings Institution (uno de los más grandes think tank americanos
y más bien cercano a las posiciones demócratas) muestran en tres minutos qué
posibilidades tiene alguien que nazca en el quinto quintil de riqueza de llegar a lo largo
de su vida a estar en el primero. Los resultados son llamativos: en términos generales,
cogiendo a toda la población americana, uno de cada diez de los nacidos en el 20% más
pobre llegará al 20% más rico (la mitad de lo que tocaría).
Pero dividiendo por diferentes factores, la cosa cambia: para los negros, el porcentaje
cae al 3%, mientras que para los blancos sube al 16% (casi el normal). Si tenemos en
cuenta la situación familiar, las cifras también cambian: los hijos de parejas no casadas
nacidos en el 20% más pobre sólo tienen un 5% de posibilidades de llegar al 20% más
ricos, mientras que en el caso de las parejas casadas el porcentaje sube al 19%.
Por último, puede tenerse en cuenta la educación: los que no terminaron el instituto y
provienen de ese 20% inferior apenas tienen un 1% de opciones de llegar al 20%
superior; para aquellos con estudios universitarios la cifra sube al 20%.
Precisamente, la educación está casi siempre en el centro del debate. El informe del
FMI apunta a que uno de los mejores efectos del crecimiento (y que ayuda a explicar la
caída de la desigualdad) es que impulsa el gasto educativo. Porque es la educación el
factor que más correlacionado está con la mejora en los ingresos de aquellos situados en
los percentiles inferiores. En este sentido, parece un efecto que se retroalimenta: más
ingresos, que permiten más gasto en educación, que lleva a más ingresos.
- La deuda no es ninguna salvación (Libertad Digital - 17/9/14)
(Por Peter Schiff)
Hasta ahora 2014 ha sido un año verdaderamente fértil para las ideas económicas
estúpidas. No obstante, de entre todas sus perlas (los peligros de la “bajaflación”, las
afirmaciones de Thomas Piketty de que el capitalismo crea pobreza y la solución al
problema de la deuda estudiantil del presidente Obama de “pagar a medida que se
gane”) puede que sea una idea presentada por Steve Liesman la semana pasada en la
CNBC la que se lleve el premio. Así, al intentar diagnosticar las causas del continuo
malestar de la economía estadounidense, éste afirmaría que “el problema es que los
consumidores no se están endeudando lo suficiente”. Y que “históricamente, la
economía de EEUU se ha basado en el crédito al consumo”. Su conclusión: Se debe
alentar a los consumidores a pedir más prestado y gastar más dinero. Si Liesman es el
principal periodista económico de la CNBC, no quiero ni imaginarme las ideas que se le
ocurren a los de menor rango.
Antes de entrar a analizar la amnesia histórica necesaria para llevar a cabo tal
declaración, tenemos que estudiar la cuestión de las causas. De la misma forma que la
mayoría de los economistas cree que la caída de los precios causa la recesión, en lugar
de al revés, Liesman piensa que se crea crecimiento económico cuando las personas
usan los ahorros de la sociedad para comprar bienes de consumo que de otra forma no
podrían permitirse. Pero el consumo no genera crecimiento. Es el aumento de la
producción el que posibilita un mayor consumo. Algo tiene que ser producido antes de
que pueda ser consumido.
Pero incluso pasando por alto este malentendido, podemos ver que el crédito al
consumo no contribuye a incrementar el consumo. Lo único que logra es trasladar
el consumo del futuro al presente (al mismo tiempo que genera una ganancia para
el banquero). Esto es como hacerse una transfusión de sangre del brazo izquierdo al
brazo derecho. No se consigue nada, excepto la posibilidad de derramar sangre por el
suelo. Ni siquiera es inocuo.
Si, por ejemplo, un consumidor pide prestado para tomarse unas vacaciones, tendrá que
devolver la deuda con intereses haciendo uso de las ganancias del futuro. Esto sólo
significa que en lugar de ahorrar ahora (sub-consumiendo) para pagar en efectivo (lo
cual en circunstancias normales se ganaría en intereses y sufragaría el costo) unas
vacaciones en el futuro, el consumidor pide prestado para hacer sus vacaciones ahora y
pagar por ello en el futuro. Adelantar el consumo del futuro al presente sólo crea la
ilusión de crecimiento.
A diferencia del crédito empresarial que se puede auto-liquidar (las empresas piden
prestado para invertir, lo que amplía su capacidad, sus ingresos y su aptitud para pagar
el propio préstamo), el crédito al consumo no hace nada para ayudar a los prestatarios a
pagar la deuda. ¿Por qué esperaría un consumidor que le fuera más fácil pagar en el
futuro unas vacaciones que no puede pagar en el presente - especialmente cuando está
utilizando crédito, sumando los costos del interés a la factura final? En realidad los
préstamos al consumo disminuyen el consumo futuro más de lo que incrementan el
consumo presente.
De hecho, los préstamos al consumo constituyen el peor uso de los limitados ahorros de
la sociedad. Como explico en mi libro, How an Economy Grows and Why It Crashes
(¿Cómo crece una economía y por qué cae?), el ahorro conduce a la formación de
capital y a la inversión, lo que a su vez aumenta la capacidad productiva. Cuando la
producción aumenta, los bienes y servicios se hacen más abundantes y asequibles,
elevando así el nivel de vida. El crédito al consumo interfiere con ese proceso. Los
fondos prestados para el consumo dejan de estar disponibles para usos más productivos.
Puesto que el crédito al consumo reduce la inversión, también reduce la producción
futura, reduciendo por tanto el consumo futuro.
Liesman también se equivoca al declarar que el crédito al consumo ha sido la base
histórica del crecimiento en Estados Unidos. Tal vez le causaría sorpresa descubrir que
el crédito al consumo era en realidad un gran desconocido hasta la segunda mitad del
siglo XX. Anteriormente, la gente simplemente o no compraba, o bien no podía
comprar, cosas a crédito. Tendían a pagar en efectivo (incluso por los automóviles) o
utilizaba el ahora pintoresco sistema de reservar el producto con un adelanto (que
esencialmente es lo contrario del crédito al consumo). Las tarjetas de crédito no se
volvieron omnipresentes hasta la década de los 70. También era mucho más común para
los estadounidenses ahorrar dinero para el futuro incierto, para el “día de lluvia”, del
que siempre se nos advertía. Pero las tasas de ahorro ahora son sólo una fracción de lo
que fueron durante la mayor parte de nuestra historia. Ahora los consumidores esperan
pedir prestado para salir de cualquier crisis. Pero la economía de Estados Unidos
disfrutó algunos de sus mejores años antes de que el crédito al consumo se convirtiera
en una opción.
Lo que Liesman está realmente pidiendo es que los consumidores pidan prestado dinero
para comprar cosas que no pueden permitirse. ¿Qué tipo de asesoramiento económico es
ese? Sobre todo ahora que un tercio de los estadounidenses tienen menos de 1000
dólares ahorrados para la jubilación -una estadística tan impactante que incluso la
CNBC la citó recientemente como una causa de preocupación. ¿De verdad cree
Liesman que esos americanos sin ahorros deben pedir aún más deuda al consumo?
¿Crear una nación de ancianos en bancarrota que ni siquiera pueden retirarse
conduce a una sociedad más próspera?
Contrariamente a la torpe afirmación de Liesman, no es el crédito al consumo lo que
construyó la economía de EEUU, sino todo lo opuesto: ¡el ahorro! El sub-consumo, no
el sobre-consumo, es lo que hizo grande a Estados Unidos. Al ahorrar en lugar de
gastar, los consumidores proveyeron a la sociedad de los medios necesarios para
incrementar la inversión y la producción, lo que a su vez llevó a un incremento del nivel
de vida para todos. Desafortunadamente, es el crédito al consumo lo que está ayudando
a destruir lo que el ahorro una vez construyó.
(Peter Schiff es un economista experto en los mercados de renta variable, divisas y
metales preciosos reconocido a nivel internacional. Actualmente en España posee
www.schifforo.com)
- Piketty’s Missing Rentiers (Project Syndicate - 18/9/14)
Cambridge.- Most reviews of Thomas Piketty’s book Capital in the Twenty-First
Century have already been written since its startling rise to the top of bestseller lists in
April. But I thought it wise to read the volume in its entirety before offering my
thoughts. It has taken me five months, but I have finally finished it.
One thing that the book has in common with Karl Marx’s Capital is that it serves as a
rallying point for those concerned about inequality, regardless of whether they
understand or agree with Piketty’s particular argument. To be fair, whereas very little of
what Marx wrote was based on carefully collected economic statistics, and much of it
was bizarre, much of what Piketty writes is based on carefully collected economic
statistics, and very little of it is bizarre.
In the United States, income inequality by most measures has been rising since 1981,
and by 2007 had approximately re-attained its early-twentieth-century peak. The same is
true in the United Kingdom, Canada, and Australia. In these countries, income
inequality declined sharply from 1914 to 1950, as it did in France, Germany, Japan, and
Sweden. But in the latter group, the income distribution is now far more egalitarian than
it was at peak inequality a hundred years ago.
Economists, at least in the US, have focused on several causes of the increase in
inequality. First, there is the wage difference between “skilled” and “unskilled”
workers, defined according to their educational attainment. Here, higher wages are often
agreed to reflect the economic value of skills appropriate to an increasingly
technological economy, and the question is how to improve workers’ skills.
Second, there is the high compensation of corporate executives and people in finance.
The financial crisis of 2008 left many observers understandably doubtful of claims that
this compensation is a return to socially valuable activities.
Third, there is the winner-take-all character of many professions. In a society that can
identify the best dentist in town or the best football player in the world, relatively small
differences in abilities win far bigger differences in income than they used to. Finally,
there is “assortative mating”: highly accomplished professional men now marry highly
accomplished professional women.
Piketty focuses on none of these sources of inequality, all of which are related to
“earned income” (wages and salaries). Rather, his central concern is what he regards as
a twenty-first-century trend toward inequality of wealth, brought about by the steady
accumulation of savings among the better off, which are then passed down, with
accumulated interest, from one generation to the next.
It is true that capital’s share of income (interest, dividends, and capital gains) rose
gradually in major rich countries during the period 1975-2007, while labor’s share
(wages and salaries) fell, a trend that would support Piketty’s hypothesis if it continued.
Piketty deserves credit for pointing out the lack of a foundation supporting assertions
that capital’s share will necessarily revert to a long-run constant.
But interest rates have been at all-time lows in recent years - virtually zero. And the
claim that in the long run the interest rate must be substantially greater than the
economic growth rate is absolutely central to Piketty’s book.
That said, Piketty’s vision is focused squarely on the truly long run: century-long trends,
not decade-long fluctuations. For example, the recent global financial crisis runs counter
to his ultra-long-run hypothesis: his statistics clearly show a discrete fall in inequality
and in capital’s share in 2008-09, because asset prices plummeted. But, from the
perspective of his analysis, this is a historical blip.
Three century-long movements constitute the essence of the book: a rise in inequality in
the nineteenth century, a fall in inequality in the twentieth century, and a predicted
return to historically high inequality in the twenty-first century. Piketty argues
convincingly -not just with statistics, but also with references to Honoré de Balzac and
Jane Austen- that the first increase in inequality in France and Britain, mostly from
1800 to 1860, took the form of capital accumulation. A small group of rich rentiers
lived off their interest; the rest had to work for a living.
The most dramatic movement in Piketty’s graphs is the second one, the sharp fall in
inequality in the period 1914-1950. This is attributable to the destruction of capital owing to two world wars, the 1929 stock-market crash, and inflation- as well as an
historic move toward big government and progressive taxation.
What is surprisingly scarce in Piketty’s data is evidence that the third movement -the
renewed upswing in inequality that started around 1980- is due to a shift from labor
back to capital. The share of capital income in the UK and France remains far lower
than it was in 1860. The increases in various measures of inequality since the 1970s
have had more to do with shifts within labor’s share (between different categories of
earned income) than with wealth. Today’s rich work, unlike those in the Balzac-Austen
era.
Thus, Piketty’s hypothesis is more a prediction of the future than an explanation for the
past or an analysis of a recent trend. It is a prediction that interest rates will rise
substantially above the growth rate, capital will accumulate, and the rich will get richer
through inheritance and capital income, rather than through outlandish salaries and
stock options. For all of Piketty’s impressive historical data, his prediction is based
mainly on a priori reasoning: income distribution must tend to inequality because
savings accumulate.
But one could just as easily find a priori grounds for predicting that countervailing
forces will emerge if the gap between rich and poor continues to grow. Democracy is
one such force. After all, the rise of progressive taxation in the twentieth century
followed the excesses of the Belle Époque.
A few years ago, the US reduced federal taxes on capital income and phased out the
estate tax, benefiting only the upper 1% - moves widely viewed as demonstrating the
political power of the rich. But imagine that in the future we lived in a Piketty world,
where inheritance and unearned income fueled stratospheric income inequality. Could a
majority of the 99% still be persuaded to vote against their self-interest?
(Jeffrey Frankel, a professor at Harvard University's Kennedy School of Government,
previously served as a member of President Bill Clinton’s Council of Economic
Advisers. He directs the Program in International Finance and Macroeconomics at the
US National Bureau of Economic Research)
- Pagar la productividad (Project Syndicate - 26/9/14)
Berkeley.- Una de las (desalentadoras) tendencias económicas que definieron a los
Estados Unidos a lo largo de los últimos 40 años ha sido el estancamiento de los
salarios reales de la mayoría de los trabajadores. Según un informe reciente de la
Oficina de Censos de los EEUU, en 2013 el ingreso medio de los varones
estadounidenses empleados a tiempo completo fue 50.033 dólares, apenas distinto de la
cifra comparable (ajustada por inflación) de 49.678 dólares en 1973.
Como la mayoría de los hogares obtienen el grueso de sus ingresos del trabajo, la falta
de aumento del salario real contribuye significativamente al estancamiento del ingreso
familiar. El ingreso promedio del 90% inferior de los hogares estadounidenses se
mantiene amesetado desde más o menos 1980. En términos reales, el ingreso del hogar
medio en 2013 fue 8% inferior al nivel de 2007 y casi 9% inferior al máximo alcanzado
en 1999.
El estancamiento de los ingresos familiares y salarios de la clase media es una de las
principales causas de la lenta recuperación de la economía estadounidense después de la
recesión de 2007 a 2009, y supone una seria amenaza al crecimiento y la competitividad
a largo plazo. El consumo de los hogares equivale a más de dos tercios de la demanda
agregada, y para el 90% inferior de las familias, el crecimiento del consumo depende
del aumento de los ingresos.
El mejor momento de crecimiento económico de los Estados Unidos en las dos décadas
posteriores a la Segunda Guerra Mundial también fue la edad dorada de la clase media.
El largo auge de los noventa, cuando Estados Unidos tuvo pleno empleo en forma
sostenida, fue uno de los pocos períodos durante los últimos 40 años en que hubo un
aumento de ingresos en cada quintil de la distribución de ingresos.
Muchos economistas influyentes están preocupados por la posibilidad de que Estados
Unidos enfrente crecimiento anémico y “estancamiento secular”, por la brecha
persistente entre la demanda agregada y el nivel de pleno empleo. El estancamiento de
los ingresos de la clase media implica falta de demanda agregada, lo que a su vez
supone mercados laborales flojos y salarios estancados para la mayoría de los
trabajadores. Sin políticas monetarias y fiscales decididas que sostengan la demanda
agregada en niveles de pleno empleo, el resultado es un círculo vicioso de poco
crecimiento.
Dos expertos en competitividad, Michael Porter y Jan Rivkin (de la Escuela de
Negocios de Harvard), señalaron hace poco que el estancamiento de los ingresos de la
clase media perjudica a las empresas estadounidenses de diversas formas, y advierten:
“Las empresas no pueden prosperar mientras las comunidades a su alrededor
languidecen”. A menos que hagan algo, “las empresas estadounidenses se encontrarán
privadas de una fuerza laboral adecuada, con consumidores agotados y amplios sectores
de votantes antiempresa”.
Porter y Rivkin no piden simplemente que las empresas paguen más a sus empleados,
sino que las empresas se unan en una acción “estratégica, cooperativa” para mejorar la
formación y la capacitación de los trabajadores y así elevar su productividad.
Es una meta loable, pero los directivos empresariales encuestados por Porter y Rivkin
dejaron entrever que muchas veces la renuencia de las empresas a contratar trabajadores
a tiempo completo desincentiva la inversión en formación. Casi la mitad de los
encuestados indicaron que, de ser posible, prefieren invertir en tecnología o tercerizar y
contratar trabajadores a media jornada (que no recibirán mucha capacitación adicional
ni tendrán un interés personal puesto en el éxito de la empresa a largo plazo).
De la encuesta de Porter y Rivkin también se desprende la inquietante conclusión de que
el estancamiento de los salarios es culpa de los mismos trabajadores y de las escuelas
estadounidenses: según esto, si los trabajadores no fueran tan malos en matemática y
ciencia, si estuvieran mejor preparados para el mundo moderno y no fueran tan
improductivos, ganarían más.
Pero la realidad es otra. La productividad en Estados Unidos lleva dos décadas
creciendo a buen ritmo. El problema es que ese aumento no se trasladó a un incremento
comparable de los salarios e ingresos de los trabajadores y hogares típicos.
La teoría económica estándar dice que los salarios reales deberían subir o bajar a la par
de la productividad, y hay un trabajo de Lawrence Mishel (del Instituto de Política
Económica) que muestra que fue así entre 1948 y más o menos 1973. Pero desde
entonces, el salario real del trabajador típico se amesetó, mientras que la productividad
no paró de crecer. Mishel calcula que la productividad aumentó un 80,4% entre 1948 y
2011, mientras que el salario real medio sólo aumentó 39%, y casi nada en las últimas
cuatro décadas.
Es cierto que a los trabajadores altamente capacitados (especialmente gente con
posgrados y conocimiento tecnológico) les fue mucho mejor, pero fue prosperidad para
una pequeña élite.
De 1979 a 2012, el salario real medio aumentó solamente un 5%. Pero el salario
real del 1% mejor remunerado creció 154%, y el del 5% mejor remunerado creció
39%. Al mismo tiempo, el salario real del 20% inferior de los trabajadores se
estancó, y el del 10% inferior disminuyó. De hecho, la disparidad salarial fue la
principal causa de la creciente desigualdad de ingresos (excepto en la cima de la
distribución de ingresos, donde pesó más la renta del capital).
Entretanto, las ganancias corporativas se dispararon. La ganancia empresarial
después de impuestos como cuota del PIB está en un máximo histórico, mientras
que la participación de los trabajadores se hundió a su menor valor desde 1950.
Aunque lograr un fuerte aumento de la productividad es una meta política importante,
no alcanza para incrementar los salarios e ingresos de la mayoría de los trabajadores y
hogares. Para reconectar los aumentos de productividad y salariales se necesitan tanto
medidas políticas (por ejemplo, una suba del salario mínimo vinculada al incremento de
la productividad) como cambios en las prácticas laborales de las empresas, por ejemplo
más programas de participación en las ganancias.
Son programas intuitivamente atractivos, ya que cuando los empleados tienen un interés
directo en la rentabilidad de la empresa, es más probable que estén más motivados y
comprometidos, y que se reduzca la rotación de personal. Y hay investigaciones
empíricas que lo confirman.
Hace unos veinte años, Alan Blinder (de la Universidad de Princeton) pidió a diversos
economistas (entre quienes estuve) examinar los estudios disponibles sobre el vínculo
entre la participación en las ganancias y la productividad. En su gran mayoría, los
estudios hallaron una fuerte correlación positiva, conclusión que confirma con datos
más actualizados un libro reciente editado por Douglas Kruse, Richard Freeman, y
Joseph Blasi, titulado Shared Capitalism at Work, (El capitalismo compartido en
acción).
Desde los sesenta, una parte cada vez mayor de la remuneración de los trabajadores se
dio en diversas formas de participación en las ganancias (por ejemplo, opciones y
acciones restringidas, bonificaciones anuales ligadas a las ganancias y conversión de los
empleados en accionistas). Pero estos planes sólo alcanzan a una minoría de los
trabajadores, ya que sus principales beneficiarios son directores ejecutivos y gerentes de
nivel superior, una proporción considerable de los cuales cobran según la productividad
medida por las ganancias de las empresas y la cotización de sus acciones. Estos
esquemas de incentivos están detrás del desmesurado aumento de la remuneración que
hubo en el 1% superior de la distribución de salarios e ingresos.
Los niveles de vida y la competitividad económica de Estados Unidos a largo plazo
dependen no solamente del aumento de la productividad, sino también de cómo se
comparta dicho aumento. Una coparticipación más equitativa para los trabajadores
estadounidenses y sus familias ayudaría en gran medida a resolver el preocupante
estancamiento de los salarios y de los ingresos de la clase media en décadas recientes.
(Laura Tyson, a former chair of the US President's Council of Economic Advisers, is a
professor at the Haas School of Business at the University of California, Berkeley, and a
senior adviser at The Rock Creek Group)
- La sociedad ostentosa (El País - 28/9/14)
En 1955, los ricos de EEUU pagaban la mitad de su renta en impuestos. Hoy abonan
menos de la quinta parte, lo que explica su extravagancia
(Por Paul Krugman)
Los progresistas hablan de circunstancias; los conservadores, de carácter.
Esta línea divisoria intelectual es más evidente cuando el tema es la persistencia de la
pobreza en un país rico. Los progresistas aluden a los salarios reales y a la desaparición
de puestos de trabajo que ofrecen remuneraciones de clase media, así como a la
constante inseguridad que produce el no disponer de trabajo o activos fijos. Para los
conservadores, sin embargo, todo se reduce a la falta de ahínco. El portavoz de la
Cámara de Representantes, John Boehmer, afirma que la gente está convencida de que
“realmente no tiene que trabajar”. Mitt Romney acusa a los estadounidenses con rentas
bajas de no estar dispuestos a “asumir su responsabilidad personal”. E incluso después
de declarar que en realidad los pobres no le interesan, el representante republicano Paul
Ryan atribuye la persistencia de la pobreza a una falta de “hábitos productivos”.
Pero seamos justos: algunos conservadores también están dispuestos a censurar a los
ricos. En buena parte de lo escrito recientemente por conservadores sale a relucir el
tema de que la élite estadounidense también se ha descuidado últimamente, ha perdido
la seriedad y el comedimiento del pasado. Peggy Noonan escribe acerca de nuestras
“élites decadentes”, que hacen chistes sobre lo que ganan a costa de los pobres. Charles
Murray, cuyo libro Coming Apart trata principalmente sobre la supuesta decadencia de
valores entre los trabajadores blancos, también denuncia la “falta de decoro” de los muy
ricos, con sus estilos de vida extravagantes y sus casas gigantescas.
¿Pero realmente se ha producido una explosión de ostentación en la élite? ¿Y, si es así,
refleja esto una decadencia moral, o un cambio en las circunstancias?
Acabo de releer un interesantísimo artículo titulado How top executives live (Cómo
viven los altos ejecutivos), publicado en Fortune en 1955 y reeditado hace dos años. Es
un retrato de la élite empresarial estadounidense de hace dos generaciones, y resulta que
las vidas de una generación anterior eran, en efecto, mucho más discretas, más
decorosas si se quiere, que las de los amos del universo actuales.
“La casa del ejecutivo de hoy”, nos cuenta el artículo, “muy probablemente sea discreta
y relativamente pequeña, quizá siete habitaciones, dos baños y un aseo”. El alto
ejecutivo tiene dos coches y “se las apaña con uno o dos empleados domésticos”. La
vida también es comedida en otros aspectos: “Las relaciones extramatrimoniales del alto
mundo empresarial estadounidense no son suficientemente importantes como para
hablar de ellas”. De hecho, estoy seguro de que tendrían sus devaneos, pero no se
jactaban de ello. Al menos la élite de 1955 pretendía dar un buen ejemplo de
comportamiento responsable.
Pero antes de que el lector se lamente de la pérdida de los valores, hay algo que debería
saber: al rendir homenaje a la modesta y sobria élite empresarial de Estados Unidos,
Fortune describía esta sobriedad y modestia como algo nuevo. Comparaba las modestas
casas y lanchas motoras de 1955 con las mansiones y los yates de una generación
anterior. ¿Y por qué había abandonado la élite la ostentación del pasado? Porque ya no
podía permitirse vivir de aquella forma. El gran yate, nos dice Fortune, “se ha hundido
en el mar de los impuestos progresivos”.
Pero desde entonces ese mar ha retrocedido. Los yates gigantescos y las casas enormes
han vuelto. De hecho, en lugares como Greenwich, Connecticut, algunas de las
“mansiones desproporcionadamente grandes” que Fortune describía como reliquias del
pasado han sido sustituidas por mansiones aún más grandes.
Y lo que ha ocurrido con aquellos buenos tiempos de comedimiento de la élite no es
ningún misterio. Solo hay que seguir al dinero. La extremada desigualdad de rentas y
los bajos impuestos para los más ricos han vuelto. Por ejemplo, en 1955, los 400
estadounidenses con ingresos más elevados pagaban más de la mitad de su renta en
impuestos, pero hoy en día esa cifra se ha reducido a menos de la quinta parte. E
inevitablemente, la vuelta de los bajos impuestos para las grandes fortunas ha traído
consigo la vuelta de una ostentación similar a la de la Edad Dorada.
¿Hay alguna posibilidad de que las exhortaciones morales, los llamamientos a que den
mejor ejemplo, logren inducir a los ricos a dejar de presumir tanto? No.
No es solo que quienes pueden permitirse vivir a lo grande tiendan a hacerlo. Como nos
dijo hace mucho Thorstein Veblen, en una sociedad muy desigual los ricos se sienten
obligados a efectuar un “consumo conspicuo”, gastando de maneras muy visibles para
demostrar su riqueza. Y las ciencias sociales modernas confirman esta percepción. Por
ejemplo, investigadores de la Reserva Federal han demostrado que quienes residen en
vecindarios muy desiguales tienen más propensión a comprar coches lujosos que
quienes viven en lugares más homogéneos. De manera muy clara, una desigualdad
elevada trae consigo la necesidad percibida de gastar dinero en formas que denoten la
condición de uno.
La cuestión es que si bien reprender a los ricos por su vulgaridad puede no ser tan
ofensivo como reñir a los pobres por sus defectos morales, es exactamente igual de fútil.
Como la naturaleza humana es como es, no tiene sentido esperar humildad de una élite
muy privilegiada. Por lo tanto, si piensan que nuestra sociedad necesita más humildad,
deberían apoyar políticas que reduzcan los privilegios de la élite.
(Paul Krugman es profesor de Economía de la Universidad de Princeton y premio Nobel
de Economía de 2008. 2014 New York Times Service)
- El auge de los robots (Project Syndicate - 29/9/14)
Berkeley.- Durante décadas las personas han pronosticado cómo las tecnologías
avanzadas de computación y robótica afectarán nuestras vidas. Por un lado, hay
advertencias de que los robots desplazarán a los humanos en la economía, acabarán con
sus medios de subsistencia, en especial para trabajadores poco calificados. Otros ven las
perspectivas de las amplias oportunidades económicas que los robots ofrecerán, y
señalan, por ejemplo, que aumentarán la productividad o realizarán empleos no
deseados. El inversionista de capital de riesgo, Peter Thiel, que acaba de unirse al
debate, es de los segundos y afirma que los robots evitarán un futuro de precios altos y
salarios bajos.
Para tratar de ver cuál de los dos bandos tiene razón se necesita en primer lugar entender
las seis maneras en que los seres humanos han creado valor durante la historia: mediante
nuestras piernas, nuestros dedos, nuestras bocas, nuestros cerebros, nuestras sonrisas y
nuestras mentes. Con nuestras piernas y otros músculos grandes movemos cosas hacia
donde las necesitamos, de modo que nuestros dedos puedan ordenarlas en patrones
útiles. Nuestros cerebros regulan las actividades de rutina y mantienen en
funcionamiento el trabajo de las piernas y los dedos. Nuestras bocas - de hecho nuestras
palabras, ya sean escritas o habladas, nos permiten informarnos y entretenernos
mutuamente. Nuestras sonrisas nos ayudan a conectarnos con otros y aseguran que
vayamos más o menos en la misma dirección. Por último, nuestras mentes -nuestra
curiosidad y creatividad- identifican y solucionan desafíos importantes e interesantes.
Por su parte, Thiel refuta el argumento, que a menudo utilizan los agoreros de los
robots, de que el impacto de la inteligencia artificial y la robótica avanzada sobre la
fuerza de trabajo será similar a los efectos de la globalización sobre los trabajadores de
los países avanzados. La globalización perjudicó a trabajadores poco calificados en
lugares como los Estados Unidos, mientras permitía que personas de países lejanos
compitieran por las funciones de piernas o dedos en la división global del trabajo. Como
estos nuevos competidores pedían salarios más bajos, fueron la elección evidente para
muchas compañías.
Según Thiel la diferencia fundamental entre este fenómeno y la llegada de los robots
radica en el consumo. Los trabajadores de los países en desarrollo aprovecharon el
poder de negociación que les ofreció la globalización para obtener recursos destinados a
su propio consumo. En contraste, las computadoras y los robots no consumen nada,
salvo electricidad, mientras llevan a cabo actividades de piernas, dedos y cerebro más
rápido y de forma más eficiente que los humanos.
Thiel ofrece un ejemplo de su experiencia como director ejecutivo de Paypal. En lugar
de que los empleados examinen cada una de las transacciones en una serie de un millón
para buscar evidencias de fraude, las computadoras de Paypal pueden aprobar las
operaciones claramente legítimas y dejar que los humanos revisen minuciosamente las
aproximadamente mil que pueden ser fraudulentas. De ese modo, un trabajador y un
sistema computacional pueden hacer el trabajo para el que Paypal habría tenido que
contratar mil trabajadores hace una generación. Dado que el sistema computacional no
necesita cosas como alimentos, dicha multiplicación por mil de la productividad
redundará totalmente en beneficios para la clase media.
Dicho de otro modo, la globalización redujo los salarios de los trabajadores poco
calificados en los países avanzados porque otros podían realizar su trabajo a menor
costo y después consumir el valor que habían creado. Gracias a las computadoras los
trabajadores altamente calificados -y los trabajadores poco calificados dedicados a
vigilar las grandes fábricas y bodegas robóticas- pueden dedicar su tiempo a actividades
más valiosas con la ayuda de computadoras que requieren muy poca vigilancia.
El argumento de Thiel puede ser correcto, pero dista de ser irrefutable. De hecho, Thiel
parece estarse enfrentando a la vieja paradoja de los diamantes y el agua -el agua es
esencial pero no cuesta nada, mientras que los diamantes son prácticamente inútiles
pero extremadamente caros- aunque de un modo sofisticado y sutil. La paradoja existe
porque en una economía de mercado el valor del agua no está definido por su utilidad
(infinita) ni por la utilidad media del agua (muy grande), sino por el valor marginal de la
última gota de agua consumida (muy bajo).
De manera análoga, los salarios de los trabajadores poco calificados y altamente
calificados en la economía de robots y computadoras del futuro no estarán determinados
por la (muy alta) productividad de un trabajador poco calificado que vigile que todos los
robots estén en sus lugares o del trabajador altamente calificado que reprograma el
software. Más bien, la compensación reflejará lo que los trabajadores creen y ganen
fuera de la altamente productiva economía de las computadoras y los robots.
La entonces recién industrializada ciudad de Manchester, que horrorizó a Friedrich
Engels cuando trabajó ahí en los años 1840, tenía el mayor nivel de productividad
laboral que jamás se había visto. No obstante, los salarios de los trabajadores de las
fábricas no se definían por su extraordinaria productividad sino por lo que ganarían si
volvieran a los plantíos de papas de la Irlanda de antes de la hambruna.
Así pues, la pregunta no es si los robots y las computadoras harán que el trabajo
humano en los sectores de los bienes, los servicios de alta tecnología y la produccióninformación sea infinitamente más productivo. Así será. Lo que realmente importa es si
los empleos fuera de la economía de los robots y las computadoras -empleos que tengan
que ver con las bocas, las sonrisas y las mentes de las personas- seguirán siendo
valiosos y objeto de una alta demanda.
De 1850 a 1970, aproximadamente, el progreso tecnológico rápido dio lugar primero a
aumentos de los salarios que estaban en consonancia con las ganancias en la
productividad. Después vino el prolongado proceso de la igualación de la distribución
del ingreso a medida que las máquinas, instaladas para sustituir las piernas y los dedos
humanos crearon más empleos en el cuidado de las máquinas, que requerían cerebros y
bocas humanos, de los que eliminaron en los sectores que necesitaban fuerza física o
destreza día a día. Además, el crecimiento de los ingresos reales aumentó el tiempo libre
y así impulsó la demanda de sonrisas y productos de la mente.
¿Sucederá lo mismo cuando las máquinas se hagan cargo del trabajo rutinario del
cerebro? Tal vez. Pero no es una base sólida sobre la cual basar todo un argumento,
como lo ha hecho Thiel.
(J. Bradford DeLong is Professor of Economics at the University of California at
Berkeley and a research associate at the National Bureau of Economic Research. He
was Deputy Assistant US Treasury Secretary during the Clinton Administration, where
he was heavily involved in budget and trade…)
- La edad de la vulnerabilidad (Project Syndicate - 13/10/14)
Nueva York.- Dos nuevos estudios muestran, una vez más, la magnitud del problema de
la desigualdad que azota a Estados Unidos. El primero, el informe anual sobre ingresos
y pobreza, emitido por la Oficina del Censo de Estados Unidos, muestra que, a pesar de
la supuesta recuperación de la economía desde la Gran Recesión, los ingresos de los
estadounidenses comunes continúan estancándose. El ingreso promedio de los hogares,
ajustado a la inflación, se mantiene por debajo de su nivel hace un cuarto de siglo.
Antes se pensaba que la mayor fortaleza de Estados Unidos no era su poder militar, sino
un sistema económico que era la envidia del mundo. Sin embargo, ¿por qué otros
buscarían emular un modelo económico mediante el cual una gran parte -incluso una
mayoría- de la población ha visto que sus ingresos se estancan mientras que los ingresos
de los ubicados en la parte superior de la distribución de ingresos se disparan al alza?
Un segundo estudio, el Informe sobre Desarrollo Humano 2014 del Programa de las
Naciones Unidas para el Desarrollo corrobora estos hallazgos. Cada año, el PNUD
publica una clasificación de países según su índice de desarrollo humano (IDH), el cual
incorpora otras dimensiones del bienestar además del ingreso, que incluyen las
relacionadas a la salud y educación.
EEUU según el IDH ocupa el quinto lugar en el mundo, y se encuentra por debajo de
Noruega, Australia, Suiza y los Países Bajos. No obstante, cuando su puntuación se
ajusta por el factor desigualdad, esta cae 23 puntos - uno los más grandes descensos de
ese tipo entre los países altamente desarrollado. De hecho, EEUU cae por debajo de
Grecia y Eslovaquia, países que las personas normalmente no consideran como modelos
a seguir o como competidores de EEUU en la disputa por los primeros puestos en las
tablas de clasificación.
El informe del PNUD hace hincapié en otro aspecto del desempeño social: la
vulnerabilidad. Señala que, si bien muchos países lograron sacar a las personas de la
pobreza, la vida de muchas de dichas personas continúa siendo precaria. Una pequeña
vicisitud -por ejemplo, una enfermedad en la familia- puede empujarlas nuevamente a la
indigencia. La movilidad descendente es una amenaza real, mientras que la movilidad
ascendente es limitada.
En Estados Unidos la movilidad ascendente es más un mito que una realidad, mientras
que la movilidad descendente y la vulnerabilidad es una experiencia ampliamente
compartida. Esto se debe, en parte, al sistema de atención de salud de Estados Unidos,
el cual continúa dejando a los estadounidenses pobres en una situación precaria, a pesar
de las reformas del presidente Barack Obama.
Aquellos en la parte inferior se encuentran sólo a pocos pasos de la quiebra, enfrentando
todo lo que esto implica. Con frecuencia, es suficiente que enfrenten una enfermedad,
divorcio o pérdida de una fuente laboral para que se vean empujados al abismo.
La Ley de Protección al Paciente y Cuidado de Salud Asequible de 2010 (también
llamada “Obamacare”) tenía la intención de alivianar estas amenazas - y hay fuertes
indicios que señalan que esta ley sí se encuentra en camino de reducir
significativamente el número de estadounidenses sin seguro médico. Sin embargo y en
parte debido a un fallo de la Corte Suprema y a la obstinación de los gobernadores y
legisladores republicanos, quienes en dos docenas de Estados de EEUU se han negado a
ampliar Medicaid (seguro para los pobres) -a pesar de que el gobierno federal paga casi
la totalidad de la factura- 41 millones de estadounidenses permanecen sin seguro.
Cuando la desigualdad económica se traduce en desigualdad política -tal como ha
sucedido en grandes partes de EEUU- los gobiernos prestan poca atención a las
necesidades de aquellos en los estratos inferiores.
Ni el PIB ni el IDH reflejan cambios en el transcurso del tiempo o las diferencias entre
países en cuanto a la vulnerabilidad. No obstante, en Estados Unidos y en otros lugares
se ha mostrado una marcada disminución en la seguridad. Aquellos con empleos se
preocupan sobre si van a ser capaces de mantenerlos; los que no tienen empleos se
preocupan sobre si van a conseguir uno.
La reciente crisis económica aniquiló la riqueza de muchos. En EEUU, incluso
después de la recuperación del mercado de valores, la mediana de la riqueza cayó
más del 40% desde el año 2007 al 2013. Eso significa que muchas de las personas
mayores y aquellas que se acercan a la jubilación se preocupan sobre sus niveles de
vida. Millones de estadounidenses han perdido sus viviendas, millones de personas más
se enfrentan a la inseguridad de saber que puede que ellas pierdan las suyas en el futuro.
Estas inseguridades se suman a las que durante mucho tiempo han enfrentado los
estadounidenses. En los zonas urbanas centrales marginadas del país miles de jóvenes
hispanos y afro-americanos se enfrentan a la inseguridad de una policía y un sistema
judicial que son disfuncionales e injustos; cruzarse en el camino de un oficial de policía
que tuvo una mala noche puede llevar a una pena de prisión injustificada - e incluso a
peores situaciones.
Tradicionalmente, Europa ha entendido la importancia de abordar la
vulnerabilidad mediante el suministro de un sistema de protección social. Los
europeos han reconocido que un buen sistema de protección social puede incluso
conducir a un mejor desempeño económico en general, debido a que las personas
individuales están más dispuestas a asumir riesgos que conduce a un mayor
crecimiento económico.
No obstante, en muchas partes de Europa en la actualidad, el alto desempleo (12%
en promedio, 25% en los países más afectados), junto con los recortes en la protección
social que fueron inducidos por la austeridad, se han traducido en un aumento sin
precedentes en la vulnerabilidad. Esto implica que la disminución en el bienestar de
la sociedad puede ser mucho mayor a la disminución que muestra las medidas
convencionales del PIB – cifras que por sí solas ya son bastante sombrías, debido a que
la mayoría de los países publican ingresos reales per cápita (ajustados a la inflación) que
son menores en la actualidad que aquellos que mostraban antes de la crisis - es decir, se
ha perdido un lustro.
El informe emitido por la Comisión Internacional para la Medición del Desempeño
Económico y el Progreso Social (que presidí) hizo hincapié en que el PIB no es una
buena medida para mostrar cuán bien se desempeña la economía. Los informes del
Censo de Estados Unidos y del PNUD nos recuerdan la importancia de esta percepción.
Ya se ha sacrificado demasiado en el altar del fetichismo del PIB.
Independientemente de cuán rápido crece el PIB, un sistema económico que no
puede brindar ganancias a la mayoría de sus ciudadanos, y en el cual una
proporción creciente de la población se enfrenta a una inseguridad cada vez
mayor, es, de manera fundamental, un sistema económico fracasado. Y las
políticas, por ejemplo la política de la austeridad, que aumenta la inseguridad y
conduce a ingresos y nivel de vida menores para grandes proporciones de la
población, son, de manera fundamental, políticas erróneas.
(Joseph E. Stiglitz, a Nobel laureate in economics and University Professor at Columbia
University, was Chairman of President Bill Clinton’s Council of Economic Advisers
and served as Senior Vice President and Chief Economist of the World Bank)
¿Datos sesgados o críticas sesgadas? (salvar al soldado Thomas)
¿Será la “desigualdad” una “sensación” (percepción)?, como dice la presidenta Cristina
Fernández de Kirchner, respecto del grave problema de “inseguridad” en Argentina.
Desde los errores en la hoja de cálculo (2013) que desvalorizaron el Ensayo de Reinhard
y Rogoff, no se veía a tantos “grandes bonetes” hacer añicos un trabajo como ahora,
con el de Piketty (2014). Invalidan la “metodología” (pecata minuta) para no discutir las
“razones” (no pueden negar la evidencia). No les interesa el “problema” (hipótesis),
pero les duele la “solución” (tesis). Quieren transformar la Pikettymanía (moda pueril y
efímera), en una Pikettyfobia (matar al mensajero, para evitar el anuncio).
Hay que recordar lo que han escrito algunos de los “sicarios de la plutocracia”, a modo
de crítica: … la significatividad de los coeficientes en un contexto de regresiones
múltiples, el grado de confianza, replicar resultados, normalizar variables, desviación
estándar, intervalos de confianza, el efecto real, no podemos rechazar la posibilidad de
que en realidad no haya ninguna relación entre ambas variables, más allá del error
técnico en el cálculo de los errores estándar, enfoque bayesiano, grado de ignorancia,
metaanálisis, distribución posterior, resultados “muy significativos”… (y sigue la sopa).
“Piketty en su deliciosamente equivocada obra (según Rallo), trata de demostrar que es
muy probable que exista una tendencia dentro del capitalismo a que la rentabilidad del
capital se sitúe por encima de la tasa de crecimiento de la economía, de manera que la
clase capitalista ira acumulando cada vez una porción creciente de la renta nacional,
agravando las desigualdades sociales”… “Todavía peor (otra vez Rallo), Piketty
también ve reprobable que los más ricos dentro de la clase capitalista tengan mayores
posibilidades para obtener una tasa de retorno superior a la de los capitalistas de menor
dimensión, con lo que el curso natural dentro del capitalismo será a que los más
superricos (y sus herederos) se queden con porciones crecientes de la riqueza nacional”.
Tyler Cowen (Foreign Affairs): “La izquierda está recurriendo a los estudios de Piketty
para conseguir la munición intelectual y estadística que necesitan protestas como las de
los indignados”… “Es preocupante que Piketty quiera organizar eficientemente los
recursos públicos para que supongan dos tercios del ingreso nacional”. Esta
reivindicación de un gasto público del 66% del PIB vendría demostrando que “Piketty
solamente se preocupa por evitar que la riqueza se concentre en el sector privado. Si
hablamos del sector público, ahí no parece haber problema”… “Piketty ignora la
movilidad social, que es especialmente alta entre las grandes empresas y las grandes
fortunas. Los ricos de hoy en día no se apellidan Rockefeller o Ford, sino Gates o
Buffett”.
Daniel Schuchman (Wall Street Journal): “Aunque el libro está lleno de estadísticas, su
verdadero fondo no es el análisis económico. En realidad, estamos ante un extraño
sermón ideológico en el que se admiten algunos aspectos positivos del capitalismo, pero
se fomenta una hostilidad casi medieval hacia las rentas del capital”… “El impuesto del
80% que propone Piketty para las personas de mayores ingresos “ni siquiera está
pensado para generar recursos públicos, sino que está diseñado para acabar con ese
nivel de ingresos. Además, Pîketty afirma que ninguna de estas medidas reducirá el
crecimiento económico, la productividad, el emprendimiento o la innovación, algo sin
duda equivocado”… “En la mente de Piketty, la economía es un juego de suma cero, en
la que si un grupo mejora su posición, otro necesariamente va a peor”.
Veronique de Rugy (National Review): critica el libro de Piketty, centrándose
principalmente en su énfasis en medidas de redistribución fiscal. “Si nos preocupa que
las clases medias y bajas tengan menos acceso a las rentas del capital, no es necesario
reivindicar que el Estado suba impuestos y aumente el gasto”… “Es más recomendable
“ofrecer soluciones de mercado, tales como la capitalización de las pensiones o la rebaja
de los impuestos al ahorro”… “Si la desigualdad que anticipa Piketty la generan las
rentas del capital, retiremos las barreras que complican que las clases medias y bajas
accedan a estas fuentes de riqueza”.
Michael Tanner (Instituto Cato) adopta un punto de vista similar al de Veronique de
Rugy y señala, igualmente, que mejorar el acceso de las clases medias y bajas a las
rentas del capital solucionaría muchos de los problemas que denuncia Piketty. “Sin
embargo, a la izquierda no le gustan estas medias. En vez de recortar la desigualdad
enriqueciendo a los de abajo, quieren disminuirla empobreciendo a los de arriba”.
Diana Furchtgott-Roth detecta “errores garrafales” en la obra del economista galo. De
acuerdo con El Capital en el siglo XXI, el salario mínimo habría estado congelado entre
1980 y 1990, “manteniéndose constante en niveles de 3,25 dólares por hora. Sin
embargo, lo cierto es que en ese periodo se dieron dos aumentos, equivalentes de hecho
a una subida del 27%”. Otro error de Piketty llega en sus datos sobre el salario mínimo
en la década de 1990. El libro del economista galo “apunta que la Administración
Clinton lo subió hasta los 5,25 dólares por hora, cuando en realidad el aumento fue
hasta los 5,15 dólares por hora”. Más flagrante aún es el error cometido a la hora de
analizar el periodo de gobierno de George W. Bush, “pues señala que el salario mínimo
se mantuvo congelado, cuando en realidad experimentó una subida del 41%”… “Piketty
también miente cuando afirma que Obama sí ha aumentado el salario mínimo. Su
Gobierno sí pretende elevarlo hasta los $ 10,1 dólares por hora, pero de momento no se
ha aprobado ningún aumento. Esto no le gustará a Piketty, pero es una buena noticia:
como explicaron más de 500 economistas en una carta al Gobierno de Obama, dicha
subida del salario mínimo acabaría con 500.000 empleos. Entre los firmantes de la
misiva encontramos a Premios Nobel de economía como Vernon Smith, Eugene Fama,
Robert Lucas y Edward Prescott”. Por último, critica que Piketty ponga a Francia como
ejemplo “cuando el desempleo juvenil en el país galo llega al 24%, muy por encima del
16% estadounidense. Más llamativo aún es el caso de Alemania, donde no hay salario
mínimo y el paro no llega al 8% entre los trabajadores de menos de 25 años”.
Nassim Taleb (conocido por su libro El cisne negro), ha destacado que “las mediciones
y cálculos de la base de datos empleada por Piketty están sesgadas y registran una gran
desviación”. La discrepancia metodológica que manifiesta Taleb le lleva a argumentar
que los estudios y trabajos de Piketty “arrojan la ilusión de grandes cambios
estructurales en los datos de desigualdad”.
Clive Crook (Bloomberg View) denuncia que el economista galo “bordea la
esquizofrenia, pues llega a conclusiones grandiosas a partir de datos muy limitados y
muy subjetivos”… “En la visión de Piketty, acumular capital es casi un pecado. Parece
que lo único que importa es la desigualdad, ni siquiera se plantea que quizá no sea un
problema o, por lo menos, el problema clave”.
Abby McCloskey (en el blog del American Enterprise Institute) recuerda que Joseph
Schumpeter advirtió hace siglos que “el capitalismo puede entrar en crisis si las élites
intelectuales acaban constituyéndose en un grupo de interés que fomenta la hostilidad
contra el sistema del laissez faire”… “Piketty es uno de esos teóricos que tanto
preocupaban a Schumpeter, pues el recordado economista austriaco siempre temió que
los capitalistas podrían acabar cavando su propia tumba si acababan enviando a sus
hijos a universidades en las que serían bombardeados con propaganda anti-mercado”.
Scott Winship (en la revista Forbes) denuncia que los datos sobre desigualdad salarial
en Estados Unidos que contiene El Capital en el siglo XXI parten de una premisa
equivocada. “Toman únicamente las rentas antes de impuestos, ignorando así el rol de
los impuestos y las transferencias de gasto público”… “Piketty obvia sus propios
estudios, pues en trabajos anteriores ha estudiado la progresividad del sistema tributario
estadounidense. Parece que ahora ya no le preocupa la redistribución canalizada por la
política fiscal”. Según las estimaciones de Winship, esta vez considerando la renta
después de impuestos y subsidios “el 90% de la población se ha enriquecido en hasta $
21.000 dólares desde 1979 hasta 2012. Con la metodología de Piketty, lo que nos
encontramos es una caída de $ 3.000 dólares. He aquí el problema de analizar solamente
los ingresos antes de impuestos”.
Jonathan Finegold escribe que “la explosión de las rentas del capital guarda una fuerte
relación con las condiciones monetarias vigentes en las últimas décadas. Piketty ignora
cómo los bancos centrales han alimentado este proceso”. Según su crítica, el aumento
de la desigualdad se explicaría “por el subsidio a los ricos que supone la política de
dinero fácil”.
El Instituto Mises, subraya que “la desigualdad de ingresos aumenta cuando se dan
grandes burbujas” económicas. ¿Quién las causa? Los bancos centrales. Sin embargo,
Piketty “no habla de este tema”. Según el think tank estadounidense, “a la
Administración Obama le gusta Piketty porque apoya su narrativa, según la cual el
Estado no solamente no ha causado la desigualdad, sino que además debe solucionarla
con más impuestos a la renta y al patrimonio”.
Según el Instituto Francés de Estudios Económicos y Fiscales (IREF), Piketty cae en la
contradicción de advertir que “hay que cuidarse del determinismo económico” y, a
continuación, enunciar proyecciones de este corte. “Pretende decirnos cómo van a
evolucionar las rentas del trabajo y el capital durante los próximos cien años”, subraya
un informe centrado en criticar las “trompeterías estadísticas” de Piketty… Destaca que
Piketty sí reconoce que en el siglo XX se produjo una reducción de la brecha entre
rentas altas y bajas. “Sin embargo, para el siglo XXI asume todo lo contrario en base a
curvas que recuerda las fallidas predicciones de Malthus en el siglo XVIII o el Club de
Roma en la década de 1970”… A esto se une un llamado a analizar la riqueza de forma
dinámica y no estática: “Los cálculos de Piketty están equivocados porque la realidad
económica no es fija y constante. La movilidad social es significativa y la riqueza no es
algo rígido e inmutable”.
El Laboratorio Interdisciplinar de Evaluación de Políticas Públicas (LIEPP) entiende
que “los cálculos de Piketty no miden de forma correcta la evolución de las rentas del
capital. Cuando corregimos su metodología vemos que, en realidad, esta vía de ingresos
se ha mantenido estable en Canadá, Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña…”. Por
tanto, se pierden los fundamentos de la tesis de Piketty, según la cual las rentas del
capital están creciendo de forma exponencial y anticipan una creciente desigualdad.
Financial Times: “Una serie de errores. Errores y entradas inexplicables en sus hojas de
cálculo, similares a las que el año pasado socavaron el trabajo de Reinhard y Rogoff,
sobre deuda pública y crecimiento”… “Poca evidencia en las fuentes originales para
confirmar su tesis”… “Hay errores de transcripción de las fuentes originales y fórmulas
incorrectas”… “Da la sensación de que algunos datos están construidos sin una fuente
original”… “Comete errores en las proyecciones, en el método que usa para distintos
países, y en un uso tendencioso de las estadísticas para probar su principal tesis”…
Todo ello (aunque hay más) me lleva a pensar que si no somos más prudentes al
interpretar la evidencia empírica corremos el riesgo que la sociedad se acabe cansando
de escuchar noticias sobre resultados absurdos obtenidos por estudios supuestamente
científicos, y finalmente deje de confiar en el valor del trabajo académico.
Podemos utilizar unos indicadores u otros, podemos darle más o menos importancia a
este o a aquel, fijarnos más en la macro, en los fundamentales, o quizá en el análisis
técnico… pero probablemente, hagamos lo que hagamos, llegaremos a la conclusión de
un notable crecimiento de la desigualdad, en los países avanzados, desde el inicio de la
crisis (aunque podríamos remontarnos a la década de los 80, buscando “el huevo de la
serpiente”), y por más que continúen negando la evidencia, los hechos siguen
mirándolos a la cara. Se pongan como se pongan: la única verdad es la realidad.
Resulta sorprendente (podría decir, “alarmante”) ver como algunos distinguidos
“Nobelados” y la mayoría de los escribas “noveleros”, pasan de una alta exigencia
metodológica (¿rigor académico?), al revisar los estudios sobre la relación entre la
deuda pública y el desarrollo económico (Reinhard y Rogoff), o entre la tasa de
crecimiento de la economía y la distribución de los ingresos (Piketty), a una flexible
complacencia (¿sinuosa?), a la hora de juzgar las causas del incremento exponencial de
la deuda pública (el rescate de la banca - too big to fail), o de considerar la nueva era de
la desigualdad (donde el ganador se lleva todo - too big to jail). ¿Quién (o quiénes)
bordea(n) la esquizofrenia? ¿Cuál es la esquizofrenia más grave?
¿Estómagos agradecidos o simplemente sectarismo? Tal vez todo se reduzca a una
cuestión de “storytelling”. Antes lo llamaban “cortina de humo”. Ahora será “la nube”.
En realidad, qué importan los fallos de Excel de Reinhard y Rogoff o de Pikkety, frente
a “las verdades del barquero”, deuda vs. desarrollo económico. crecimiento vs.
desigualdad de los ingresos… Yo también impugno (y no solo por mi edad -70 años- o
falta de modernidad) las fórmulas matemáticas y los modelos irrealistas de pasarela
académica, para recuperar una visión más testimonial (y tal vez, lógica) de la economía.
Si el análisis histórico de Piketty es correcto (más allá de cualquier onanismo de
laboratorio), el capitalismo tiene una falla sistémica: produce una creciente desigualdad.
Los más pobres (de los países subdesarrollados) han mejorado su posición, los menos
pobres (de los países avanzados, ahora en “vías de subdesarrollo”) han empeorado su
posición. Lo más importante no es la desigualdad (el techo), sino la pobreza (el piso).
La desigualdad global, en términos absolutos, está descendiendo, sostienen los
apologistas de la globalización. La respuesta depende de que uno contemple los países
individualmente o el mundo en su conjunto.
Antes, en los países avanzados (ahora, en “vías de subdesarrollo) la desigualdad se
suplía con crédito (siempre era posible conseguir un crédito para la inmensa mayoría de
la población), pero ahora las rentas siguen cayendo y la capacidad de endeudamiento se
ha esfumado. Se acabó la ficción económica del crédito fácil. Fin de la sopa boba.
¿Hacer más pobres a los ricos o hacer más ricos a los pobres? ¿Extremismo
meritocrático? ¿De la riqueza heredada a la nueva desigualdad? ¿Capitalismo
patrimonial? ¿Darle más poder a los políticos?... Piketty les ha venido a “joder” la
“despreocupación” por las políticas que benefician a las clases medias y bajas. La clase
media está desapareciendo. Se muestra insegura. No encuentra empleo, los salarios no
suben, los conservadores desmantelan sus beneficios. La gente siente la desigualdad.
Antes de “pasar a mayores” (el tema que nos ocupa), les dejo algunas Tablas y Gráficos
(sin entrar en detalles) a los “borradores de cabeza” (Nobelados y noveleros), para que
expliquen las razones del crecimiento del déficit público en los “países avanzados” (en
vías de subdesarrollo), y luego justifiquen el incremento de la deuda pública
(insostenible), con el objeto de salvar a los bancos de la quiebra, que ellos mismos
causaron por su especulación desenfrenada y descontrol del riesgo (con la connivencia
de los gobiernos), no solo con el dinero de los contribuyentes (vía déficit), sino con el
futuro de sus hijos y nietos (vía deuda).
Grandes bonetes: a ver como dicen “Diego” (cuando los déficits y deuda pública sirven
para salvar a los “ricos y poderosos”), donde antes dijeron “digo” (cuando se rasgaban
las vestiduras ante los déficits y deuda pública, destinados a atender la educación, la
sanidad, las pensiones, el desempleo u otros servicios sociales del estado del bienestar).
Cabezas de huevo; a ver como explican vuestra connivencia con tanta “heterodoxia”.
Serpientes encantadoras de hombres: a ver como justifican lo injustificable.
Espero vuestras sabias homilías, y de paso, recuerden a los lectores en que púlpito
predicaban ustedes, cuando estalló la crisis de las hipotecas subprime… ¿No sería en el
Templo del Shadow Banking… abjurando de todo dogma u ortodoxia monetaria?
Fuente: Eurostat - Economiadigital 22/4/13
Fuente: FMI - El Confidencial - 16/4/13)
En las próximas páginas se presenta como Anexo I una versión resumida (con algunas
tablas seleccionadas) de diversos Informes de Organismos Internacionales, sobre
ingresos y pobreza en los países desarrollados, desde el año 2008 hasta el año 2010.
En la segunda parte del Paper se presentan los Informes correspondientes a los años
2011 a 2014, como Anexo II.
Anexo I: Antes de Piketty (la tormenta perfecta, que no fue obra de la naturaleza)
Del Paper - La era de la desigualdad (¿consecuencia directa del “imperialismo
monetario”?) - Parte I, publicado el 15/12/14)
(Anexo IV) - ¿Crecimiento desigual?: distribución del ingreso y pobreza en los
países de la OCDE - OCDE 2008 (párrafos del Resumen y Tablas seleccionadas)
¿La desigualdad en los ingresos ha aumentado con el tiempo? ¿Quién ha ganado y quién
ha perdido en este proceso? ¿Este proceso ha afectado a todos los países de la OCDE de
manera uniforme? ¿En qué grado las desigualdades más amplias se deben a las mayores
diferencias en los ingresos personales entre los trabajadores, y cómo se ven afectadas
por otros factores? Por último, ¿cómo afecta a estas tendencias la redistribución
gubernamental mediante el sistema de beneficios fiscales?
Éstas son algunos de los interrogantes que se plantean en este informe; y las respuestas
sorprenderán a muchos lectores. Este informe proporciona datos sobre un aumento
bastante generalizado en la desigualdad en los ingresos durante los dos últimos decenios
en toda la OCDE, pero el momento, la intensidad y las causas de ese aumento discrepan
de lo que habitualmente indican los medios de comunicación.
Aspectos que caracterizan la distribución del ingreso familiar en los países de la OCDE
Algunos países tienen una distribución del ingreso mucho más desigual que otros;
independientemente de la forma en que se mida la desigualdad. Los cambios en la
medida de desigualdad usada generalmente tienen poco efecto en las clasificaciones de
los países.
Los países con una distribución del ingreso más amplia también tienen una pobreza
de ingresos relativa mayor, con sólo unas cuantas excepciones. Eso es aplicable
independientemente de si la pobreza relativa se define como tener ingresos inferiores al
40, 50 o 60% de la mediana de ingresos.
Tanto la desigualdad en los ingresos como el recuento de la pobreza (basados en un
umbral de mediana de ingresos del 50%) han aumentado durante los dos últimos
decenios. El aumento es bastante generalizado; afecta a dos tercios de todos los países.
El aumento es moderado pero importante (promedia alrededor de 2 puntos para el
coeficiente Gini y 1.5 puntos para el recuento de la pobreza). Sin embargo, es mucho
menos espectacular de lo que a menudo se describe en los medios de comunicación.
La desigualdad en los ingresos ha aumentado considerablemente desde el año 2000
en Canadá, Alemania, Noruega, Estados Unidos, Italia y Finlandia; y ha disminuido en
el Reino Unido, México, Grecia y Australia.
En forma general, la desigualdad ha aumentado porque a las familias ricas les ha ido
particularmente bien comparadas con las de la clase media y con las que se ubican en la
parte inferior de la distribución del ingreso.
La pobreza de ingresos entre los ancianos ha seguido bajando; mientras que la
pobreza entre los adultos jóvenes y las familias con niños ha aumentado.
La gente pobre en países con un alto ingreso medio y una distribución del ingreso
amplia (como Estados Unidos) pueden tener un nivel de vida inferior al de la gente
pobre de países con un ingreso medio más bajo pero con distribuciones más estrechas
(Suecia). A la inversa, la gente rica de países con bajos ingresos medios y distribuciones
amplias (Italia) pueden tener un nivel de vida más alto que la gente rica de países donde
el ingreso medio es más alto pero la distribución del ingreso es más estrecha
(Alemania).
Factores que han impulsado los cambios en la desigualdad en los ingresos y en la
pobreza a lo largo del tiempo
Los cambios en la estructura de la población son una de las causas de mayor
desigualdad. Sin embargo, eso se refleja principalmente en el crecimiento de la cantidad
de adultos que viven solos y no en el envejecimiento demográfico en sí.
Los ingresos de los trabajadores de tiempo completo se han vuelto más desiguales en
casi todos los países de la OCDE. Eso se debe a que quienes ganan mucho están
ganando aún más. Es probable que la globalización, el cambio tecnológico que favorece
las habilidades y las políticas e instituciones del mercado laboral en conjunto hayan
contribuido a ese resultado.
El efecto de las discrepancias salariales más amplias en la desigualdad en los ingresos
se ha compensado con mayor empleo. Sin embargo, las tasas de empleo entre la gente
con menos estudios han bajado y la cesantía de las familias sigue siendo alta.
Los ingresos de capital y los ingresos por trabajo autónomo se han distribuido con
mucha desigualdad y más aún durante el último decenio. Estas tendencias son una causa
muy importante de las desigualdades más amplias en el ingreso.
El trabajo es muy eficaz para atacar la pobreza. Las tasas de pobreza entre las
familias desempleadas son casi seis veces más altas que las de las familias con trabajo.
Sin embargo, el trabajo no basta para evitar la pobreza. Más de la mitad de toda la
gente pobre pertenece a familias con algunos ingresos, debido a una combinación de
pocas horas trabajadas durante el año y a los bajos salarios o a ambos factores. Reducir
la pobreza laboral a menudo requiere beneficios laborales que completen los ingresos.
Lecciones aprendidas al estudiar medidas más explícitas de pobreza y de desigualdad
equitativa que el ingreso; así que al incluirlos en un concepto más amplio de recursos
económicos se reduce la desigualdad, aunque con pocos cambios en la clasificación de
los países.
tanto como la reducción causada por tomar en cuenta los servicios públicos.
con algunos países con desigualdad en los ingresos inferior que reportan mayor
desigualdad en el patrimonio. Sin embargo, esta conclusión depende de la medida
usada, del diseño de la encuesta y de la exclusión de algunos tipos de bienes (cuya
importancia varía en todos los países) para mejorar la equivalencia.
gente con malos ingresos tiene menos bienes que el resto de la población, con un
patrimonio que se aproxima generalmente a menos de la mitad del de la población en su
totalidad.
también en los que tienen ingreso medio bajo. Eso implica que la pobreza de ingresos
desestima las penurias en los segundos países.
más jóvenes. Eso implica que las cifras estimadas de pobreza en la vejez que se basan
sólo en el ingreso en efectivo exageran el grado de las penurias de ese grupo.
sistemáticamente pobres durante tres años
consecutivos es bastante menor en casi todos los países; pero más gente tiene ingresos
bajos en algún momento de ese periodo. A los países con tasas de pobreza altas que se
basan en el ingreso anual les va peor teniendo en cuenta el porcentaje de gente que es
sistemáticamente pobre o que es pobre en algún momento del tiempo.
con el trabajo. Los acontecimientos familiares (como divorcios, nacimientos, etcétera)
son muy importantes para los momentáneamente pobres, mientras que una reducción en
el ingreso por transferencias (por ejemplo, debida a cambios en las condiciones que
determinan el derecho a beneficios) son más importantes para quienes son pobres
durante dos años consecutivos.
los ingresos y viceversa. Eso implica que, en la práctica, lograr mayor igualdad de
oportunidad va junto con resultados más equitativos.
Figure 1.1. Gini coefficients of income inequality in OECD countries, mid-2000s
0.50
0.45
0.40
0.35
0.30
0.25
0.20
,
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1
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1
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2
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1
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1
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5
.
2
Growing Unequal? Income Distribution and Poverty in OECD Countries
- OECD © 2008 - ISBN 9789264044180
Chapter 1
Version 1 - Last updated: 20-Oct-2008
Table 1.1 Trends in real household income by quintiles
Average annual change mid-1980s to mid-1990s
Australia
Austria1
Belgium1
Canada
Czech Republic
Denmark
Finland
France
Germany
Greece
Hungary
Ireland1
Italy
Japan
Luxembourg
Average annual change mid-1990s to mid-2000s
Bottom
quintile
Middle
three
quintiles
Top
quintile
Median
Mean
Bottom
quintile
Middle three
quintiles
Top
quintile
Median
Mean
..
2,5
1,2
0,3
..
1,3
0,9
1,0
0,4
0,3
..
4,0
-1,3
0,8
2,3
..
2,7
0,5
-0,2
..
0,9
0,9
0,5
1,4
0,1
..
3,0
0,5
1,8
2,5
..
2,8
1,2
-0,1
..
0,8
1,0
-0,1
1,6
0,1
..
2,9
1,5
2,1
3,0
..
2,8
0,4
-0,2
..
0,9
0,8
0,5
1,2
0,3
..
3,2
0,6
1,8
2,4
..
2,7
0,8
-0,1
..
0,9
1,2
0,3
1,4
0,1
..
3,1
0,8
1,9
2,7
2,4
-2,1
1,4
0,2
0,4
0,6
1,6
0,9
-0,3
3,6
0,9
5,2
2,2
-1,4
1,5
2,0
-0,5
1,3
1,2
0,6
0,9
2,5
0,7
0,5
3,0
1,2
7,7
1,0
-1,0
1,5
1,9
-0,4
1,7
2,1
0,7
1,5
4,6
1,0
1,3
2,7
1,0
5,4
1,6
-1,3
1,7
2,2
-0,6
1,2
1,1
0,5
0,9
2,5
0,8
0,6
2,9
1,1
8,2
1,0
-1,0
1,5
2,0
-0,6
1,5
1,4
0,6
1,1
2,9
0,8
0,7
2,9
1,1
6,6
1,3
-1,1
1,6
Mexico
Netherlands
New Zealand
Norway
Portugal1
Spain1
Sweden
Turkey
United Kingdom
United States
0,7
1,1
-1,1
-0,3
5,7
4,4
0,5
-0,6
0,7
1,2
1,2
2,7
-0,5
0,3
6,5
3,2
0,9
-0,7
2,0
1,0
3,8
3,9
1,6
1,0
8,7
2,4
1,2
1,4
4,3
1,9
1,1
2,8
-0,6
0,4
6,2
3,2
0,9
-0,8
1,9
1,0
2,6
3,0
0,3
0,5
7,3
3,0
0,9
0,4
2,8
1,4
-0,1
1,8
1,1
4,4
5,0
5,2
1,4
-1,1
2,4
-0,2
-0,1
2,0
2,2
3,9
4,1
5,1
2,2
-0,5
2,1
0,5
-0,6
1,4
1,6
5,1
4,4
5,0
2,8
-3,2
1,5
1,1
-0,2
2,0
2,3
3,8
4,2
5,5
2,2
-0,3
2,1
0,4
-0,4
1,8
1,9
4,3
4,3
5,1
2,3
-1,9
1,9
0,7
OECD-222
OECD-203
1,2
1,3
1,4
1,5
2,1
2,1
1,4
1,5
1,7
1,7
1,5
1,7
1,8
2,0
1,9
2,2
1,9
2,1
1,8
2,1
1. Changes over the period mid-1990s to around 2000 for Austria, the Czech Republic, Belgium, Ireland, Portugal and Spain
(where 2005 data, based on EU-SILC, are not deemed to be comparable with those for earlier years).
2. OECD-22 refers to the simple average for all countries with data spanning the entire period (i.e. excluding Australia, the Czech
Republic and Hungary, as well as Iceland, Korea, Poland, the Slovak Republic and Switzerland).
3. OECD-20 refers to all countries mentioned above except Mexico and Turkey.
Source: Computations from OECD Income distribution questionnaire.
El informe deja muchas preguntas sin contestar. No considera si es inevitable que haya más desigualdad en el futuro. Ni contesta preguntas sobre
la importancia relativa de las diversas causas del crecimiento de la desigualdad. Incluso tampoco responde en forma alguna la pregunta de qué
deben hacer los países desarrollados para atacar la desigualdad. Pero sí muestra que algunos países han tenido aumentos más pequeños -o incluso
disminuciones- en la desigualdad que otros. Demuestra que la razón de las diferencias en todos los países se debe, al menos en parte, a distintas
políticas gubernamentales, ya sea mediante una redistribución más eficaz o mediante una mejor inversión en las aptitudes de la población para
mantenerse ellas mismas. El mensaje normativo fundamental de este informe es que -independientemente de si es la globalización o alguna otra
razón por la que la desigualdad ha estado aumentando- no hay motivo para sentirse impotente: una buena política gubernamental puede lograr el
cambio.
(Anexo VI) - Eurostat Statistical Books
Income and living conditions in Europe - 2010 (Del Capítulo 5 - Income poverty and
income inequality)
5.5 Conclusions
The EU-SILC data on income inequality and poverty are rich and varied. Here we bring
together in telegraphic form some of the main findings:
• 1 in 6 citizens are at-risk-of-poverty, and they are to be found in all Member States;
• in three-quarters of Member States, the proportion of children at risk of poverty
exceeds the overall proportion; there are real grounds for concern about child poverty in
Europe;
• success in reducing income poverty tends to go with success in reducing income
inequality; there are no instances of countries pursuing a low poverty/high inequality
strategy;
• we do not yet know the impact of the economic crisis, but the picture prior to 2008
was not a static one. Some countries achieved sustained reductions in the proportions at
risk- of-poverty, but in the EU as a whole this progress has been offset by reversals in
other Member States;
• it is widely believed that income inequality was increasing globally prior to the
economic crisis, but the EU-SILC data suggest that the EU picture is more nuanced,
with some Member States exhibiting declining inequality.
Tablas y Figuras seleccionadas, del Informe Income and living conditions in
Europe - Eurostat 2010 - Capítulo 5 - Income poverty and income inequality
Del Eurostat Statistical Books
[tessi180] - Income quintile share ratio (S80/S20) (Source: SILC)
Source of Data: Eurostat
Last update: 06.01.2011
Date of extraction: 10 Jan 2011 12:06:59 MET
Hyperlink to the table:
http://epp.eurostat.ec.europa.eu/tgm/web/_download/Eurostat_Table_tessi180HTMLDe
sc.htm#
General Disclaimer of the EC:
http://epp.eurostat.ec.europa.eu/tgm/web/_download/Eurostat_Table_tessi180HTMLDe
sc.htm#
Short Description: The ratio of total income received by the 20 % of the population
with the highest income (top quintile) to that received by the 20 % of the population
with the lowest income (lowest quintile). Income must be understood as equalized
disposable income.
[tessi190] - Gini coefficient (Source: SILC) Number
Source of Data: Eurostat
Last update: 06.01.2011
Date of extraction: 10 Jan 2011 12:08:22 MET
Hyperlink to the table:
http://epp.eurostat.ec.europa.eu/tgm/web/_download/Eurostat_Table_tessi190HTMLDe
sc.htm#
General Disclaimer of the EC:
http://epp.eurostat.ec.europa.eu/tgm/web/_download/Eurostat_Table_tessi190HTMLDe
sc.htm#
Short Description: The Gini coefficient is defined as the relationship of cumulative
shares of the population arranged according to the level of equalized disposable income,
to the cumulative share of the equalized total disposable income received by them.
(Anexo VII) - Visite USA (utilizando la hemeroteca como un GPS de cabotaje)
Estados Unidos: un inmenso panorama de sufrimiento y sueños rotos
La “circularidad” de la infamia (nunca tan pocos destruyeron tanto)
Comencé este Paper con las mentiras de Bernanke (“Tócala de nuevo, Ben”) y, “mira tú
por dónde”, la hemeroteca (gran enemiga de los políticos y altos “representantes”) me
brinda la magnífica oportunidad de cerrar este Anexo (“Visite USA”) con otras mentiras
del mismo autor. La leyenda de los tres millones de empleos (17/2/11)
A mediados de febrero apareció Ben Bernanke frente al comité presupuestario del
Congreso estadounidense. Se trataba de que proporcionase a los honorables congresistas
una visión experta del estado de la economía local, lo que aprovechó el presidente de la
Reserva Federal para colocar un publirreportaje sobre las bondades de sus experimentos
monetarios recientes, de cuyos efectos duda hasta el más santo de los inocentes.
Las dudas se centran en la posibilidad de impacto de un misil monetario en el punto
débil de la recuperación, que no es otro que el persistente y elevado desempleo. Como
bien dice Plosser, presidente del Banco Federal de Filadelfia y disidente en voz (que no
en voto) dentro del Comité de Mercado Abierto, el detonante fundamental de la crisis
fue una sobreinversión en ladrillo, y “no puedes convertir al carpintero en enfermero
fácilmente, ni al broker de hipotecas en experto en ordenadores en una fábrica. (...) La
política monetaria no puede reciclar a la gente. No puede resolver ese tipo de
problemas.”
¿La respuesta de Bernanke? Los titulares al día siguiente de su comparecencia: “La
compra de bonos por parte de la Fed ha salvado tres millones de empleos”. Y punto en
boca. Magnífica manera de callar a los críticos, si no fuera porque esa cifra ya la
habíamos oído antes, concretamente en boca de una subordinada de Bernanke, la
vicepresidenta Janet Yellen.
Un mes antes de la comparecencia de su jefe, en un discurso en Denver, Yellen hablaba
de los tres millones de empleos salvados por los programas de flexibilización
cuantitativa, pero no en pasado, sino como proyección hasta final de 2012, todo ello
basado en un trabajo publicado por economistas ¡de la propia Reserva Federal!, que
habían trasteado con el modelo macroeconómico ¡de la propia Reserva Federal! O sea,
tres millones de empleos virtuales validados por un modelo construido a base de las
mismas relaciones causales que justifican la flexibilización cuantitativa como
herramienta. Bonito razonamiento circular (el modelo dice que tiene que funcionar, así
que lo implemento, lo introduzco en el modelo y el modelo dice que funciona).
Pero es que Yellen no fue la primera en navegar estas procelosas aguas de la
contabilidad laboral creativa. Dos meses antes del discurso de la vice, Bernanke
himself aseguraba a los senadores que sus programas de estímulo monetario crearían
“entre 700.000 y 1.000.000 de empleos”. Le debió de parecer poco y poco preciso al
hombre. Así, en tres meses hemos pasado de “alrededor de un millón puestos de trabajo
en un futuro remoto” a “tres millones a dos años” a “tres millones ya”, empleos de
regresión lineal y Powerpoint, pero qué más da.
Supongo que en algún momento las estadísticas mostrarán tres millones de empleos que
atribuir a un tiempo a la flexibilización cuantitativa y a los programas de estímulo fiscal
de Obama, otro contable creativo. Nos mean en la cabeza y dicen que está lloviendo.
¿Treta de plutócratas falsarios o vulgar insulto a la inteligencia de los ciudadanos?
Gota a gota (un inmenso panorama de sufrimiento y sueños rotos)
¿Pero, cómo se llegó a esta situación? ¿Es consecuencia de la “globalización”? ¿Es
consecuencia de la crisis sub-prime? ¿Cuándo comenzó el “descenso a los infiernos?
¿Cuándo comenzó el fin -aunque no se dieran cuenta, o no quisieran darse cuenta- del
sueño americano? ¿Cuándo comenzó la ficción de sustituir empleos por crédito?
En un artículo titulado “La lucha de clases política de EEUU” (Project Syndicate - El
País - 23/1/11). Jeffrey D. Sachs (profesor de Economía y director del Earth Institute de
la Universidad de Columbia, y asesor especial del secretario general de Naciones
Unidas sobre las Metas de Desarrollo del Milenio), afirma: … “El resultado es una
paradoja peligrosa. El déficit presupuestario de EEUU es enorme e insostenible. Los
pobres se ven exprimidos por los recortes en los programas sociales y un mercado
laboral débil. Uno de cada ocho estadounidenses depende de cupones de alimentos para
comer. Sin embargo, a pesar de estas circunstancias, un partido político quiere acabar
con los ingresos fiscales por completo y el otro se ve arrastrado fácilmente, contra sus
mejores instintos, en aras de mantener contentos a sus contribuyentes ricos. Este frenesí
de recortes de impuestos viene, increíblemente, después de tres décadas de un régimen
fiscal de élite en EEUU que ha favorecido a los ricos y poderosos. Desde que Ronald
Reagan asumiera la presidencia, en 1981, el sistema presupuestario estadounidense se
ha orientado a apoyar la acumulación de una inmensa riqueza en la cúspide de la
distribución del ingreso. Sorprendentemente, el 1% más rico de los hogares
estadounidenses tiene ahora un valor neto más alto que el 90% inferior. El ingreso anual
de los 12.000 hogares más ricos es mayor que el de los 24 millones de hogares más
pobres”…
Antes de dejarlos con la batería de Gráficos y Tablas (el TAC de la desigualdad USA)
un “recordatorio” final: Pese a las virtudes de la democracia debemos recordar los fallos
de quienes se declaran partidarios de ella, porque la democracia es algo más que
elecciones periódicas, aun cuando se celebren de forma justa. La democracia en EEUU,
por ejemplo, ha ido acompañada de una desigualdad cada vez mayor, hasta el punto de
que el 1% superior recibe una cuarta parte, aproximadamente, de la renta nacional... y la
riqueza está distribuida de forma aún más inequitativa.
En su Informe “Neoliberalismo y distribución del ingreso en los Estados Unidos de
América”, de febrero de 2009, el Profesor Carlos Encinas Ferrer, investigador y
académico de la Universidad de La Salle Bajío en León, México, publicado en la
Revista Latinoamericana de Economía Problemas del Desarrollo, nos presenta -entre
otros- los siguientes gráficos (numerados del 1 al 12), que abarcan del año 1959 al 2007.
Luego les ofrezco, para vuestra consideración y análisis, la Table 693 - “Share of
aggregate income received by each fifth and top 5 percent household: 1970 to 2008”,
cuya fuente es el U.S. Census Bureau - The 2011 Statistical Abstract - The National
Data Book. Posteriormente, reproduzco las Tablas: “Distribution of wage eaners by
level of net compensation, correspondientes a los años 2005 al 2009”, extraídas del
Wage Statistics - Social Security on line - USA.