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1 Centro de Estudios Paideia/Politeia Informe de lectura de la ponencia sobre La Conciencia Humana desde la Filosofía Informante: Lalo Ruiz Pesce Jueves 13 de Septiembre 2012 – 20.30 hs Fac. de Derecho y Cs. Sociales – 25 de Mayo 456 (Inst. de Derecho Procesal – Primer Piso-) Filosofías de la Conciencia Humana -Razón y Corazón: Conciencia Teórica y Conciencia Práctica1. A mis hijos hay ocasiones en que les digo “tenés que tomar conciencia de esto”; en otras ocasiones, en cambio, cuando hacen algo incorrecto, les digo “sos un inconsciente”; y esos dos usos de la palabra conciencia son diferentes. Los diccionarios de filosofía nos aclaran en qué difieren sendos significados de “conciencia humana”. 2. El primero (“tomar conciencia de esto”) alude a percatarse o reconocer algo, sea exterior, como un objeto, una cualidad, una situación, etc., sea algo interior, como las modificaciones experimentadas por el propio yo; en esencia ser consciente aquí significa conocer o saber algo –sea un objeto, una acción, o, reflejamente, saber de sí mismo-; y, ser consciente de sí mismo, es lo que se llama la autoconciencia. 3. Este “tomar conciencia de algo” alude a una conciencia teórica, en que un sujeto toma nota de algo, capta algo, se anoticia de algo, aprehende algo con su mente. Esta conciencia cognoscente –orientada hacia el conocimiento de un objeto por parte de un sujeto- se especifica por la verdad que busca el conocimiento. La pregunta que dirige la conciencia teórica es ¿qué puedo conocer?, tal como decía Kant para orientar el itinerario de su crítica de la razón pura. 4. Y el punto de partida de la conciencia teórica es, en cada caso, el yo; el “cogito” o el “pienso”, como decía Descartes. Y mi yo está regido por el principio de identidad, y todo lo que conozca o pueda saber se tiene que conformar con ese principio que, aplicado a la conciencia humana, se puede llamar principio de la mismidad. Al interior de esa conciencia teórica, que rige la conciencia humana, se puede encontrar, subordinada a ella, una ética de cuño intelectualista, racionalista o idealista. Es una ética de la razón. 5. El segundo sentido de la conciencia humana arriba apuntado, cuando recrimino a alguno de mis hijos por su mala conducta, o por su modo de obrar incorrecto o injusto, se 1 2 6. 7. 8. 9. expresa en la amonestación que le dirijo cuando digo: “sos un inconsciente, mirá lo que has hecho”; con ello estoy aludiendo a una conciencia práctica, también llamada conciencia moral o ética del corazón, especificada por el discernimiento entre el bien y del mal. Para la segunda crítica kantiana, la de la razón práctica la pregunta orientadora es ¿qué debo hacer?; es la pregunta de interpela si es que he de obrar de un modo correcto, justo y bueno; es una pregunta que debe ampliarse, a su vez, a términos sociales y políticos, preguntándonos ¿cómo debemos convivir para vivir una “vida buena”? La moral kantiana, sin embargo, aun queda dentro de los límites de una ética de tipo idealista; una ética de la razón. Antes de Kant y después de él, no obstante, la cuestión moral se planteó desde otros fundamentos y en otro modo de considerar la conciencia; desde san Agustín a Emmanuel Levinas, pasando por Blas Pascal, Sören Kierkegaard o don Miguel de Unamuno, se cultiva una ética cordial, la de una conciencia buena; no es una ética del intelecto o de la razón sino la de una buena voluntad; entendida ésta como la disposición ética de ponerme incondicionalmente al servicio del otro; hacerme responsable de él infinitamente, dicho en lengua filosófica, lo que se suele expresar, en lengua bíblica, como el “amor al prójimo como a sí mismo. El principio rector que rige la moral de las “razones del corazón”, no soy yo, sino el otro; la ética del corazón obedece al principio de la alteridad o de la responsabilidad infinita para con el otro. Esta conciencia moral no está regida por el “pienso, luego existo” cartesiano; sino por el “amo, luego existo”, como dice el filósofo Benamín Aybar. O, mejor dicho –en la voz pasiva-: “soy amado, luego soy”, o en una expresión aún más justa –en la pasiva de la primera persona del plural- “somos amados, luego somos”. Por regla general la historia de la filosofía, y la de las ciencias prohijadas por ella, privilegia lo teórico o racional sobre lo práctico o cordial; orienta su pensar desde el principio de la mismidad, y no desde el principio de la alteridad. Las teorías filosóficas o científicas –sea en sus variantes más idealistas o racionalistas, sea en sus variantes más materialistas o empiristas-, se rigen por la mismidad, no por la alteridad; es por ello que la filosofía y la ciencia –clásicas y modernassuelen escindir el orden de la verdad del orden del bien, o, al menos, privilegian el orden teórico-racional sobre el prácticocordial. 2 3 10. De esa polvareda idealista surge el lodazal del divorcio instaurado por el positivismo y el neopositivismo entre hechos y valores; entre lo descriptivo y lo normativo; entre lo racional y lo emocional, entre el logos de la razón –por un lado- y el ethos y el pathos del corazón –por el otro-. Y fue el genio filosófico de Ludwig Wittgenstein el que asestó un golpe mortal a dichas pretensiones cientificistas y positivistas de la “razón pura”, denunciando irremisiblemente que lo que podía y debía ser dicho con claridad y rigor eran las proposiciones de las ciencias naturales, sobre lo que no cabía en ellas –que él llamaba lo místico- debía hacerse silencio. Y esto, el dominio de la razón práctica -lo ético- no aquello –lo “científico”-, era lo realmente importante para la vida. 11. Esta tensión dialéctica en la conciencia humana, entre sus demandas teóricas racionales o de la mismidad y los requerimientos prácticos cordiales o de la alteridad, ha venido dándose a lo largo de la historia de la filosofía… y de las ciencias que van derivando de ella; parábola filosófica que puede arrancar desde Sócrates llegando a un filósofo contemporáneo que invirtió la tradición filosófica de la mismidad (clásica y moderna); el filósofo Emmanuel Levinas, quien siguiendo esa huella de la ética cordial, abre caminos de una promisoria y fecunda filosofía de la alteridad. 12. El punto de partida de este itinerario filosófico de la razón y del corazón –de la conciencia teórica y de la conciencia práctica-, arranca en el imperativo socrático del “conócete a ti mismo”, que conduce hacia una ética intelectualista o idealista; y ésta se expresa en el ideal del sabio que consiste en el vivir bien –la vida buena o eupraxia-; las buenas prácticas de la vida humana se asientan en el vivir conforme a la razón; lo que significa una vida en la que se identifican la virtud y la felicidad. El imperativo de la ética cordial se expresa -filosóficamenteen hacerme responsable infinitamente por el otro, y se dice –bíblicamente- “se guardián de tu hermano” o, lo que es lo mismo, “ama a tu prójimo como a ti mismo”. 13. Para Sócrates y sus discípulos, educados en la escuela de la conciencia teórica y en la ética de la razón, es sabio y feliz quien sabe cómo tiene que vivir; y ha de vivir sometiendo su vida a un perpetuo “examen de conciencia”, y sólo a través de él puede elevarse a las alturas y perfecciones de la vida divina. Conforme al principio de la mismidad el imperativo ético intelectualista es “Conócete a ti mismo”; cuida y 3 4 perfecciona tu alma viviendo conforme a la razón para alcanzar una vida sabia; en ella acontece la divinización del alma. Allí se cifra la misión de la filosofía, entendida literalmente como “amor a la sabiduría”. 14. Desde Descartes a Hegel se fue consumando la marcha triunfante de esta conciencia teórica o racional, que ya neutraliza ya fagocita a la conciencia práctica y moral o cordial. Para el filósofo francés, padre de la filosofía moderna, sólo hay y puede haber conocimiento científicamente cierto habiendo partido del punto arquimédico del “cogito” y recorrido metódicamente el periplo del razonamiento conforme al cual “mi espíritu” (o mi razón) no admita más que lo que es incontestablemente claro y distinto. Para Descartes la cuestión práctica o moral no es ni puede ser una cuestión tratada teórica o científicamente. 15. En la aurora de la “edad de la razón” filosófica la cuestión práctica o cordial queda reducida a los humildes límites de ser una “moral provisional”. Así la conciencia humana ha de entenderse como la conciencia teórica que funda el conocimiento científico; quedando la conciencia moral arrumbada a un papel “provisional” o anecdótico. 16. Siguiendo este sendero en el ascenso al monte del saber, el racionalismo filosófico asciende a su cima mayor con el absolutismo racionalista con J.G.F. Hegel. La marcha de su Fenomenología del Espíritu pretendió acometer una “ciencia de la experiencia de la conciencia” –tal el subtítulo de esa gran obra filosófica-; la suya se presentaba como ciencia dialéctica, ascendente e ineluctable, que comienza en la “conciencia sensible” –tesis de conciencia teórica-, negada y elevada por la “autoconciencia” –antítesis de conciencia práctica o moral-, y se consuma en la “Razón” o “Espíritu Absoluto” –síntesis de conciencia teórico/práctica, que conduce al Saber Absoluto-, en el que se consuma la dialéctica y el Sistema de la Filosofía de la Identidad o de la Mismidad; habiendo partido de la Mismidad primera – universal y abstracta-, pasa por la mediación de la Alteridad – particular y concreta-, retornando a una Mismidad Absoluta – universal concreta-, que ha suprimido y superado la Alteridad. La filosofía como conciencia teórica se corona así, de Sócrates a Hegel –pasando por Descartes-, como el verdadero amor a la sabiduría, entendida como un saber de sí mismo que funda una ética idealista o esencialista. 17. En tal sentido, siguiendo el curso de la “fuente griega” del filosofar, asistimos así al venerable tránsito que nacía en el 4 5 imperativo del “conócete a ti mismo” y la “ética intelectual” de Sócrates y culmina, consumando tal filosofía de la mismidad en la “Eticidad” hegeliana, sublimándose y superándose en el autoconsciente “Saber Absoluto” del Espíritu. No obstante esta encumbrada tradición del filosofar, se ha testimoniado la legitimidad de filosofar “de otro modo”; nutriéndose de otro manantial; el de la “fuente judeocristiana”. 18. Cerrando esta parábola egológica o egocéntrica del filosofar, se pasa del “conócete a ti mismo” socrático al “cuidar de sí mismo” que cristaliza en la “Sorge” o “cura” o “cuidado de sí” heideggeriano, o, en una versión más moderna en el “cuidarse a sí mismo” como imperativo existencial del último Foucault, abrevando este en la fuente greco-romana, sin dejar de estar atravesado por sus mentores alemanes, Nietzsche y Heidegger. 19. Desde san Agustín y Pascal a Kierkegaard, Unamuno y Levinas se recogen testimonios de un filosofar de otro modo que el filosofar desde la “ensimismada” fuente griega – idealista o esencialista-. El punto de partida del filosofar desde la fuente judeocristiana –realista o existencialista- es el principio de la alteridad; se filosofa partiendo desde el Otro, no desde el Yo o del Sí Mismo. Y esto invierte la significación de la conciencia humana; aquí asistimos a una filosofía primordialmente cordial, para la cual las obras buenas son obras de amor, razón por la que el autor de Confesiones y Ciudad de Dios establece el precepto: corazón bueno, conciencia buena. 20. El contrapunto entre la Mismidad (socrática, cartesiana o hegeliana… y secuelas tardo modernas o postmodernas) y la Alteridad (agustiniana, pascaliana o kierkegaardiana) ya se da en la diferencia en el sentido del amor en unos y otros. La “ciencia del amor” (griego, francés o alemán) hace pie en el “conócete a ti mismo” clásico o en el “yo pienso” moderno. Aquí la conciencia teórica o racional antecede y subordina a la conciencia práctica o cordial. En este campo, la autoconciencia es condición de la virtud; así la sabiduría se funda en el conocerse a sí mismo; en análogo sentido la ciencia moderna –y la moral subordinada a ella- parte del “yo pienso”. Ser sabio consiste así en que el sí mismo sepa qué es lo bueno y qué lo malo. Saber de sí es saber ser bueno; para Sócrates nadie peca voluntariamente. Para esta ética idealista o esencialista la maldad no es sino ignorancia. 5 6 21. Desde otra ribera, san Agustín sostiene que “cada hombre es lo que ama”. El amor me hace ser quien soy, “dentro del corazón soy lo que soy”, afirma el obispo de Hipona, con quien enlazarán las “razones del corazón” del francés Pascal o las “obras del amor” del danés Kierkegaard… 22. Y este orden del amor (ordo amoris) de la filosofía cordial judeocristiana revela la alteridad del amante y del amado, en unión de amor de dos singularidades absueltas o separadas la una de la otra, tal como vienen siendo expresadas en san Juan de la Cruz o Blas Pascal, en la modernidad temprana, a santa Edith Stein o Emmanuel Levinas i.a., en la modernidad tardía. 23. Desde esta ética del corazón, existir es estar ahí para el otro; es ponerse incondicionalmente al servicio del otro; lo cual ya patentiza el significado de la pregunta de Yahvé a Caín cuando viene de matar a su hermano, inquiriendo por él. ¿Es que acaso soy guardián de mi hermano? replica el fratricida. Y ser guardianes de nuestros hermanos, es –justamente- el mandato ético-metafísico para todo hombre, desde tiempos inmemoriales y previo a toda espontaneidad o decisión de nuestra libertad, que en su vertiente negativa se formula con el “no matarás” o “no asesinarás”, y en la versión positiva nos ordena “ama a tu prójimo como a ti mismo”. 24. En tal contexto no estamos pasando desde una conciencia teórica verdadera del amor a una conciencia práctica buena del amor; san Agustín expresa este tránsito diciendo que “no se entra en la verdad sino por el amor”. Y es el amor quien nos despierta para conocer y para querer; más aún, aquí es el amor cordial a Dios y al prójimo –no un amor intelectual de Dios (amor intellectualis Dei), como el de Baruj Spinoza- la madre del espíritu y de la razón cordiales. Y todo amor es un amor hacia Dios; Dios es una dirección dada al amor, dice el poeta. Y ese amor no tiene techo, porque la medida del amor es amar sin medida. 25. El Dios Amor llama al hombre para que ame infinitamente, y la capacidad del amor infinito se expresa en la humana capacidad de Dios (capax Dei); ésta se cumple, sabemos, en el amor al prójimo; cuidando al otro; haciéndose cargo infinitamente del otro; no cuidándose a sí mismo, en el egoísmo y la concomitante injusticia de la conciencia teórica de ser-sólo-para-sí. Desde una antropología en las antípodas, que comprende lo humano como ser-para-otro, como la hominización del amar dándose al otro, con claridad y contundencia san Agustín dice que hay un amor a sí mismo 6 7 bueno y un amor a sí mismo malo; el bueno consiste en amar a Dios hasta el desprecio de sí mismo; y el amor a sí mismo malo es amarse a sí mismo hasta el desprecio de Dios. 26. En esta ética del corazón está condensada la conciencia moral judeocristiana como sabiduría del amor. Y el mal, cruz y misterio de todo filosofar, en la ética de la razón afinca en la sede de la inteligencia –el mal no es sino ignorancia, vimos en Sócrates- . Según San Agustín, en cambio, el mal se asienta en la voluntad; el mal se imputa aquí a la malevolencia; no hago el bien que quiero y hago el mal que no quiero, dice San Pablo refiriéndose a nuestra condición de pecadores. 27. Como nadie antes, un filósofo judío lituano francés, Emmanuel Levinas –tras las huellas de su maestro Franz Rosenzweig, un filósofo judío alemán- ha realizado la mayor revolución copernicana en la filosofía contemporánea en la línea de esta ética del corazón; y lo ha hecho subvirtiendo la primacía de la conciencia teórica o racional respecto de la conciencia práctica o cordial; en la terminología fenomenológica él llamará a la primera “conciencia intencional” y a la segunda “conciencia no intencional”. Pero lo que subyace a dicha inversión es el cambio en el punto de partida del filosofar: La ética de la razón parte de la Mismidad; la ética del corazón parte de la Alteridad. 28. Desde los orígenes del filosofar griego -con Parménides y el presocratismo- hasta su consumación moderna -con Hegel-, dice Rosenzweig, la filosofía viene siendo expresión del idealismo y del esencialismo; y éstos apuestan por una idea de hombre que olvida al unamunesco hombre de carne y hueso. Buscando conocerse a sí mismo y cuidarse a sí mismo el idealismo filosófico –de Jonia a Jena… o a Friburgo- olvida al Otro, que le está encomendado, pues el imprescriptible imperativo ético-metafísico es hacerse responsable infinitamente del hermano; ser su guardián; ser su rehén; no dejarle morir solo, dice Levinas. 29. Tratando de evadirse de las angosturas y angustias de la caída en el tiempo y en la carne, la filosofía de cuna griega inventa la inmortalidad del alma, para huir hacia la eternidad y liberarse de la cárcel del cuerpo, o –en el otro extremo– se sumerge en la angustia nihilista de su finitud considerando su humanidad como un ser para la muerte, como dice Martin Heidegger, el filósofo de la Selva Negra. 30. Las dos cuestiones filosóficas trascendentes –no trascendentales-, sostiene Franz Rosenzweig, saliendo al 7 8 cruce del idealismo y esencialismo metafísicos de Platón a Heidegger, son la alteridad y la temporalidad: “necesitar del otro para lo más propio, y, lo que es lo mismo, tomar en serio al tiempo”, dice el filósofo judío alemán. 31. Siguiendo esos pasos, Emmanuel Levinas desplegará una filosofía de la alteridad que instaura la primacía metafísica de la ética, por sobre toda otra disciplina, desde la ontología a la física, pasando por la neurociencia y la psicología, para nombrar el puñadito de los saberes reunidos en una mesa pluridisciplinaria que se ha propuesto iniciar un diálogo sobre la conciencia humana. 32. Y la ética es lo primero porque el otro está antes que yo; está por encima de mí. Cuando el yo es lo primero, cuando prima el egoísmo, el otro es negado, neutralizado o asesinado. Con esta inversión del Mismo por el Otro como inicio de un nuevo pensamiento han de reformularse la muerte y la vida, el tiempo y la eternidad y, con ellos, la conciencia teórica o racional y la conciencia práctica o cordial. 33. Tempranamente denunció Rosenzweig que la filosofía occidental, desde los clásicos griegos antes de Cristo hasta los alemanes modernos después de Cristo, vienen escamoteando el nudo hecho de que somos mortales; los filósofos inventan la inmortalidad y ese mundo perfecto de las ideas para hurtarle el cuerpo a la muerte del hombre singular y concreto. Rodean la muerte de una niebla que llaman el Ser, el Alma o el Absoluto… y ellos que son “polvo y ceniza”, no mueren. La filosofía pretende sumir a la muerte en la noche de la nada, pero con ello –dice el autor de La Estrella de la Redención- no han podido romperle su venenoso aguijón. 34. Pensándome como alma inmortal y eterna –como los griegoso pensándome como angustiado ser finito que se encamina hacia la muerte –como en Heidegger- deserto de mi irrecusable responsabilidad para con el otro, y me consagro al egoísta cuidado de mí mismo, y me angustio sólo ante mi propia muerte. Levinas desenmascara ese modo de filosofar ensimismado –clásico y moderno- que se convierte en un alegato filosófico del egoísmo, la violencia, la injusticia y la inhumanidad. 35. La pregunta ética no es ¿qué es el hombre? o ¿qué soy yo?, sino –como vimos en la tradición de la filosofía cordial, la pregunta que Dios, del Génesis al Apocalipsis, viene dirigiendo al hombre es “¿dónde está tu hermano?, o, lo que es lo mismo, ¿por qué me he sentir responsable ante y por el 8 9 otro? La respuesta inhumana es la repregunta de Caín, el fratricida: “¿Es que acaso yo soy el guardián de mi hermano?”, o, en términos éticos, ¿por qué he de sentirme responsable ante el otro y por el otro? La respuesta de Caín es sincera, dice Levinas, pero la “falta la ética”; en ella sólo hay ontología –una afirmación de su ser separado del otro-; el fratricida está diciendo: yo soy yo, y él es él. Somos seres ontológicamente separados; y no advierte el imperativo ético inscripto en su creación: hemos sido creados para ser hermanos los unos de los otros; la ética del corazón es la que encarna el principio fraternidad. 36. Visto desde la conciencia teórica Caín tiene razón, porque la conciencia teórica o racional me manda que yo me conozca a mí mismo o me cuida a mi mismo –de Sócrates a Foucault-; eso es “lo bueno” en la ética idealista o esencialista. El imperativo de la ética de la mismidad es que yo me cuide a mí mismo, no que cuide al otro. Heidegger, tras las huellas de Caín, sólo está angustiado por su muerte, porque su existir es un ser-para-sí, entendido nihilistamente como un ser-parala-muerte. Levinas, en cambio, sostiene que existir es existir para otro; haciéndose responsable infinitamente por el otro; el sí mismo es rehén del otro; el Mismo tiene que sustituir al Otro, hasta dar la vida por él. Ser-para-sí-mismo es –en clave heideggereiana ser-para-la-muerte; en clave levinasiana, serpara-otro significa ser-contra-la-muerte. 37. ¿Cómo medimos el tiempo? O la medición del tiempo arraiga en mí mismo –en mi memoria, en mi conciencia teórica, en mi percepción- o es medido desde el otro; conciencia teórica del tiempo de la mismidad o conciencia moral del tiempo de la alteridad. El tiempo soy yo o el tiempo es el otro. Levinas contrapone la finitud del tiempo de Heidegger –abrevando contracorriente de la fuente griega-, a una inteligibilidad del tiempo infinito, yendo a beber de la fuente judeocristiana. El filósofo judío lituano-francés invierte la estrategia del filósofo de Friburgo. 38. Heidegger piensa el tiempo a partir de la muerte, e interpreta el sentido del tiempo original como tiempo finito, como ser para la muerte. Por su parte, Levinas propone pensar la muerte a partir del tiempo, e interpretar el tiempo como relación con lo infinito: tanto en relación moral con el otro –la ética de la responsabilidad infinita-, tanto como resistencia a la pura y desnuda finitud… o ser contra la muerte. Así el tiempo es tiempo del otro; relación constitutiva con el otro; desidentificación o diacronía, discontinuidad de los 9 10 instantes. Aquí la muerte es un enigma absoluto, en la tesis levinasiana el ser temporal se separa de la mortalidad y se erige como la posibilidad de resistir o aplazar la muerte. 39. Sólo desde la diacronía se impone pensar el tiempo en relación con la ética, como condición de la responsabilidad por el otro. Si en Heidegger la muerte es ante todo mi muerte, en Levinas la conciencia moral sitúa en primer plano la muerte del otro. El mandato bíblico “no me mates” o “no me asesines”, se prolonga con énfasis en el “no me dejes morir solo” levinasiano. 40. A la soledad ontológica heideggeriana Levinas contrapone la socialidad ética. Y tal socialidad constitutiva del tiempo, marca la diferencia entre la sincronicidad del Mismo y la diacronicidad del Otro. Pensar el tiempo sincrónicamente es reducirlo al Otro al Mismo; la sincronía temporal ejerce violencia sobre el tiempo del otro. Tomar en serio al tiempo, según la fórmula de Rosenzweig, en cambio, es atender al tiempo del Otro; y eso se advierte en una filosofía de alteridad como ética de la responsabilidad infinita que atiende a la relación entre padre e hijo o entre maestro y alumno. La fecundidad, expresada en el hijo y en el ser alumno, son el nombre del porvenir. El futuro no es la angustia nihilista ante la muerte en soledad trágica, sino la vida fecunda; la vida buena; el gozo de la vida eterna e infinita al que estamos llamados. 41. Para ello, la ética levinasiana, vemos, es la posibilidad humana de otorgar al otro la prioridad sobre uno mismo. Y se manifiesta como el movimiento ético que cuestiona mi espontaneidad; pone en cuestión el ejercicio del yo; depone y destrona al yo de su soberanía de yo, de su orgullo y de su prepotencia. Todo acto de conocimiento es para Levinas un acto de violencia e injusticia para con el Otro, pues en él la ciencia teórica –el sujeto que conoce- impone y somete al otro al prepotente imperio de Sí Mismo; el otro es reducido a mis categorías, a mis percepciones. Lo que puedo conocer y lo que debo hace están regidos por la autoconciencia, la autonomía, la autodeterminación y la autoafirmación del Mismo sobre el Otro. 42. La conciencia moral, abrevando en la fuente judeocristiana, antepone la heteronomía a la autonomía; la responsabilidad a la libertad, el cuidado del otro al cuidado de sí… la fecundidad al poder, dice el filósofo de la ética de la responsabilidad infinita. La paternidad y el magisterio son dos ejemplos de esta transmutación de la relación de poder y 10 11 sumisión a una relación de responsabilidad y fecundidad. El otro paraliza el poder del yo; si el yo se apodera del otro, lo conoce y lo conquista, lo engulle y lo elimina… el otro desaparece y muere la ética. 43. La paternidad y la educación sólo pueden vivirse cabalmente desde la ética de la responsabilidad infinita por el otro. La relación con el hijo, sostiene Levinas, es la relación con el Otro; y ha de inteligirse “no como poder sino como fecundidad”, y ésta pone en relación con el porvenir absoluto o el tiempo infinito. Frente al tiempo finito y cerrado de la inmanencia heideggeriana, aquí se nos coloca ante un tiempo infinito, ante la posibilidad permanente de un porvenir absoluto y trascendente mediante la fecundidad, que confirma la socialidad del tiempo; y no me encierra en la soledad ontológica de mi propio ser. 44. Análogamente, en la educación estamos ante la presencia del otro que hace saltar el círculo cerrado de la totalidad, de la inmanencia, de la mismidad. La educación entendida como relación constitutivamente ética, debe romper la tiranía de la totalidad del concepto, y la del totalitarismo y autoritarismo político que se desprende de la filosofía de la mismidad. El padre y el maestro, instante a instante, se abren a la trascendencia, a la alteridad, a la ética; y sin ética, repitamos, el otro se reduce a mí mismo, y la educación se convierte en adoctrinamiento y la paternidad en paternalismo. 45. Recapitulando y concluyendo, la conciencia teórica se puede preguntar, qué son las cosas, cómo funcionan, o, a lo más, por qué son lo que son. La cima de la pregunta teórica, dice Heidegger, es ¿por qué hay cosas (entes) y no más bien la nada? La primera cuestión ético-metafísica, dice Levinas, en contrapunto, ya no es esa cuestión leibniciana de “¿por qué hay algo y no más bien nada?”, sino “¿por qué existe el mal y no ante todo el bien?” Es la conciencia moral o ética del corazón, no la conciencia teórica o ética de la razón, la que tiene la prioridad. Es por eso que mis hijos se debieran preocupar infinitamente más cuando les amonesto “sos un inconsciente, mirá lo que estás haciendo”, y no cuando les advierto que sería bueno –que lo es, sin duda- que tomen conciencia de algo. 11