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LA VERDAD HABITABLE
CAPÍTULO II
CONCEPCIÓN DE LA FILOSOFÍA:
EL NUEVO PENSAMIENTO
1. La
crítica a la filosofía tradicional
Rosenzweig presenta la muerte como el límite infranqueable para el
conocimiento; es el rostro de lo inexplicable, de lo que está más allá de la
comprensión humana. Se puede decir que el encuentro con la experiencia
o con el pensamiento de la muerte provoca un asombro paralizante, que
señala el inicio de la reflexión filosófica.
Del mismo modo, Schopenhauer comprende que la lucha por la
existencia no se da por amor a la vida (algo que sí afirmará Nietzsche),
sino por miedo a la muerte: quien lucha por la vida no lo hace porque
quiere vivir, sino porque no quiere morir. Esta huida de la muerte marca, según Rosenzweig, el origen de la filosofía tradicional (que se extiende de Jonia, con la filosofía griega, a Jena, con la filosofía de Hegel).
El miedo a la muerte lleva al filósofo tradicional a refugiarse en aquello
que puede conocer, definir, controlar: el Todo inteligible, pensable y
predecible.
Podemos decir que la crítica radical a la filosofía tradicional nace en
Schopenhauer y toma fuerza en la filosofía de Nietzsche. Schopenhauer no
se pregunta qué es el mundo (qué es la esencia), sino qué valor tiene el
mundo para el hombre concreto. Esta pregunta traspasa las fronteras del
saber. Rosenzweig considera que el error de Schopenhauer radica en que
finalmente ofreció también un sistema del mundo, con pretendida validez
universal. Aun así, en la filosofía de Schopenhauer, no se accede al hombre
en general, sino a un hombre concreto (el santo), como límite del sistema.
La mayor aportación del autor es el punto de partida de su filosofía: el hombre concreto, de carne y hueso (deseo encarnado).
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LA VERDAD HABITABLE
Schopenhauer considera que la filosofía es la reacción que la vida provoca en un hombre concreto, en un espíritu individual. De esta forma, la
vida se convierte en el verdadero problema de la filosofía: ¿qué valor tiene
la vida, el mundo, para el hombre concreto? Por tanto, por un lado el objeto de la filosofía ya no es el Todo; por otro, el método para la reflexión
filosófica ya no es el saber. El hombre vivo, fuente de voluntad y deseo,
es el nuevo objeto de la filosofía, más allá del todo filosófico y del saber
racional. Esto mismo aparece, traducido en vida, en la existencia propia de
Nietzsche.
Partiendo de la aportación de estos autores, Rosenzweig critica la forma
en que la filosofía tradicional aleja al hombre de la vivencia plena de la
vida, de la apertura a la realidad. A lo largo de la historia, la filosofía ha ido
desterrando del ámbito del conocimiento a la experiencia propia de la vida
cotidiana y al sentido común (sano).
La filosofía tradicional, caracterizada por el asombro filosófico, paraliza,
adormece los sentidos, incapacita para la vida. Quien se queda paralizado,
duda de la realidad y de su propia capacidad para habitar en ella, padece la
enfermedad de la desconfianza, en la que el enfermo es incapaz de esperar,
de tener paciencia, de caminar, en el más trágico ayuno de respuestas. El
filósofo enfermo no vive, sino que desespera.
Si nos adentramos en el Libro del sentido común sano y enfermo, vemos cómo Rosenzweig distingue entre dos tipos de asombro: el filosófico
(en el marco de la filosofía tradicional) y el del niño. El asombro filosófico
provoca una parálisis permanente ante lo desconocido o lo sorprendente,
que impide avanzar a menos que se encuentren las respuestas, los bálsamos oportunos. En este estado, el sentido común pierde su capacidad
para conciliar la acción y el pensamiento: ésta es la enfermedad que paraliza al entendimiento. En cambio, el asombro propio del niño mantiene
intacto (sano) el sentido común, que concilia sin dudar la realidad y el
pensamiento.
El filósofo tradicional huye de la muerte a golpe de pregunta: ¿qué es la
realidad?, ¿qué es la vida?, ¿qué es Dios?... La pregunta por la esencia de las
cosas le lleva a disfrazar la vida con todos los ropajes que pueden prestarle
permanencia, que pueden salvarle de la muerte. “La vida es…”, “todo es…”,
de esta forma se vuelven eternas las definiciones de una realidad que en
ningún momento permanece, sino que es siempre contingente. El filósofo
enfermo ensaya una suerte de redención por el conocimiento, al creer ciegamente que vive, adquiere consistencia, todo aquello que puede llegar a
conocer: el todo inteligible, el mundo pensable, la realidad clasificable.
Se comprende, por tanto, que la filosofía tradicional intenta silenciar la
angustia inventando un todo inteligible, que reduzca la realidad desbordante, la contingencia, a concepto. La identificación de la realidad con el todo
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Concepción de la Filosofía: el Nuevo Pensamiento
universal reduce también todas las preguntas posibles a una única cuestión:
la pregunta por la esencia del mundo. Desde aquí se entiende que para
el filósofo tradicional no existe, muere (es nada), todo aquello que no se
puede conocer. De esta forma cree el filósofo que reduciendo la muerte
(lo inexorable) a nada, puede llegar a comprender la vida, a curarla de su
dolencia: la finitud, la muerte. Este rechazo de la finitud propia del hombre
es, como afirma Kierkegaard, el origen de una determinada forma de desesperación.
El pensamiento del Todo es el bálsamo que la filosofía tradicional ofrece
ante la muerte: pues en el Todo nada muere, todo vive; sólo muere lo que
el Todo no abarca. De ahí que lo aislado, lo diferente, lo que no puede
conceptualizarse, el “algo” (la muerte, el individuo…), quede rechazado,
negado, pues no cabe en el Todo. La filosofía del Todo es siempre idealista,
pues niega el singular en favor del universal. El filósofo tradicional sueña
que su vida ya no se acerca a la muerte, ha logrado vencerla, cuando en
realidad ha elegido la muerte antes de tiempo: elige no vivir (la realidad)
antes que vivir de cara a la muerte. Esta elección contrasta claramente con
la que propondrá Rosenzweig, al hilo de la expresión bíblica: “elige la vida,
para que vivas”43.
La filosofía tradicional rechaza todo aquello que queda más allá del
pensar, es decir, todo aquello que desborda los conceptos universales: la
revelación, la creencia, el milagro, la novedad; sólo acepta lo que le ofrece
el saber racional y sitúa su meta en el saber del Todo, que abarca también
el saber de sí mismo (del pensamiento que piensa el Todo). Hegel creyó
cerrar el sistema de filosofía, al introducir en el saber del Todo a la propia
Historia de la filosofía.
El sistema clausurado supone que se ha resuelto el problema de la relación entre saber y creer. En un primer momento, se intentó plantear esta
relación de dos formas: o considerándolos separados, o creyendo que el
saber englobaba finalmente al creer (que el pensamiento abarcaba la revelación). En ambos casos se salvaba la verdad de la revelación, pero no
se ha aceptado definitivamente ninguna de estas soluciones: o la filosofía
no acepta que puede haber algo más allá de ella, o la fe se niega a quedar
englobada en la filosofía.
Hegel deja atrás el conflicto entre saber y creer al identificar pensar y
ser (las leyes del pensar y las leyes del ser). Se trata de unas leyes ofrecidas
en la Revelación y cumplidas por la filosofía. Pero esta superación es sólo
aparente. Kierkegaard criticó el modo en que Hegel introdujo la revelación
en el Todo. La conciencia de la propia culpa y la redención no quedan diluidas en el mundo, no pueden reducirse al mundo (no caben en el Todo
43 Deu 30, 19.
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LA VERDAD HABITABLE
del que habla el idealismo). La existencia propia (individual, concreta), no
cabe en el sistema idealista. Por tanto, el hombre concreto no puede quedar
encerrado en un “-ismo” determinado, bien sea el idealismo, el materialismo, incluso el judaísmo o el cristianismo.
Frente a la tendencia a comprender la realidad a través de un determinado “-ismo”, Rosenzweig propone recuperar la mirada basada en el sentido
común (al margen de corrientes o teorías preconcebidas). Esto significa que
el sentido común, presente en todos, es el que nos sitúa ante la auténtica
realidad (que no puede llamarse totalidad, tal y como se entiende en la
filosofía tradicional). Lejos de tratarse de un conocimiento vulgar, ciego, el
sentido común permite abrirse a la vida cotidiana, sin las barreras que la
filosofía tradicional o cualquier tipo de corriente (-ismo) interpone entre el
hombre y el mundo, entre el hombre y Dios. En cierto modo este movimiento estará presente en la fenomenología, en la llamada vuelta “a las cosas mismas” (al margen de los prejuicios científicos o de la actitud natural).
Por esta razón, Rosenzweig se negaba de forma explícita a ser englobado tanto en corrientes filosóficas como en interpretaciones determinadas
del judaísmo. Antes que judíos, cristianos, idealistas o materialistas, somos
hombres con nombre propio, con rostro, con una voz propia, que no debe
ni puede quedar silenciada. El hombre es más que judío o cristiano, o más
que ambos: “el hombre en la absoluta singularidad de su ser propio, en su
ser que fijan el nombre y el apellido, salió del mundo que se sabía mundo
pensable, salió del Todo de la filosofía”44.
La filosofía que niega la muerte y los elementos (individuos, “algos”…)
que constituyen la realidad, reduciéndolos a un Todo inteligible, se presenta
a sí misma como un sistema sin supuestos. Se reducen los supuestos a nada,
pero se tiene finalmente la nada como condición y punto de partida. Rosenzweig considera que el pensamiento tradicional bebe de dos supuestos que
no se reconocen de forma explícita: la afirmación del Todo y la creencia en
el carácter inteligible del Todo. Se trata de una hipótesis plantada sobre la
muerte (al negar la realidad de la vida) y de la que brotan sistemas inhabitables para el hombre.
El filósofo que intenta definir la realidad atendiendo únicamente a los
conceptos, muestra una desconfianza plena hacia lo que la propia realidad le brinda en la experiencia. La duda le asalta porque busca certezas
teóricas, cuando la vida ofrece y se construye sobre certezas prácticas. Tal
desconfianza genera la necesidad de crear o inventar un suelo firme en el
que situarse para pensar. De este modo, la filosofía tradicional se construye
movida por una desconfianza hacia lo cercano, que le lleva a inventar una
seguridad en lo lejano.
44 E. R., p. 50.
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Concepción de la Filosofía: el Nuevo Pensamiento
Cuando el filósofo trata de definir la esencia de algo, necesariamente
tiene que salirse de ese algo, situarse en otra realidad, para definirlo desde
fuera. Según Rosenzweig, este movimiento tiene como resultado la negación de aquello que se intenta definir: queda reducido a otro elemento
diferente a él mismo. En El Libro del sentido común sano y enfermo se
muestra el modo en que las definiciones (la búsqueda de la esencia) de los
elementos fundamentales (Dios, Hombre, Mundo) conducen finalmente a
su reducción, a su disolución en la nada. Cada corriente filosófica intenta
acceder a los elementos (a las cimas que conforman la realidad), describiendo una trayectoria que permita acercarse a ellos.
En este sentido, Rosenzweig presenta la Historia de la filosofía como
la historia de los intentos por alcanzar las cimas (los elementos). En sus
obras critica claramente estas reducciones y señala su presencia a lo largo
de la Historia: en la filosofía antigua predominó la perspectiva cosmológica, Hombre y Dios quedaban reducidos al elemento Mundo; en la Edad
Media, en cambio, se instauró la perspectiva teológica, Hombre y Mundo
quedaban reducidos a Dios; finalmente, en la Edad Moderna la perspectiva
antropológica ha reducido al Mundo y a Dios al elemento Hombre.
La filosofía idealista marca, de algún modo, el fin de la filosofía: en ella
todos los elementos quedan reducidos al elemento Hombre, pero el hombre concreto queda más allá del sistema. Esto lleva a Rosenzweig a señalar
la necesidad de elaborar un “Nuevo Pensamiento” que recupere las relaciones entre los elementos, sin que éstos queden reducidos entre sí.
Otra de las consecuencias de la enfermedad del filósofo tradicional es la
desconfianza respecto del lenguaje: el filósofo enfermo duda de que el lenguaje (la palabra) diga realmente la realidad que nombra, olvida los nombres, se olvida del lenguaje, aísla la cosa, retiene la realidad, para extraer
de ella la respuesta a la pregunta por su esencia. La realidad es cambiante,
¿quién le asegura que el nombre con el que llama a la cosa hoy, alude
también a lo que será esa cosa mañana? El vínculo entre el lenguaje y la
realidad resulta dañado en la relación que el filósofo enfermo mantiene con
el mundo que le rodea.
Pero Rosenzweig sostiene que en la vida cotidiana no se puede nombrar
una cosa, una persona o una acción, sin confiar a la vez en que el lenguaje
se refiere a la realidad (con independencia de que afirmemos la existencia
de la realidad al margen del sujeto o consideremos que la realidad es lo que
es para el sujeto). La confianza es central en el uso del lenguaje, tanto en la
vida cotidiana como en la reflexión filosófica. De ahí que el sentido común
sano confíe en la relación entre el lenguaje y la realidad. En la vida cotidiana no se duda de que cada palabra señala, designa, a las cosas concretas,
nombra a personas... Como ya señaló el nominalismo, no se puede conocer
al hombre en general. A pesar de las intensas reflexiones, el filósofo nunca
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LA VERDAD HABITABLE
llega a conocer al hombre en general, pues siempre se encuentra con hombres concretos. Tampoco se puede vivir la cosa en general, sino las cosas
concretas con las que me encuentro.
Es cierto que los nombres son diferentes en cada lengua, pero esto no
significa que sean arbitrarios: una vez establecidos, permanecen vinculados
a aquello que nombran (son arbitrarios en el origen, pero no en el uso). El
sano sentido común se “conforma” (está conforme y adquiere forma) con
la estabilidad de las palabras. Esta confianza de Rosenzweig en el lenguaje
se basa en la certeza de que hay en la meta un lenguaje universal al que
todos tendemos; en la certeza de que la palabra primera será traducida en
palabra final, de que la palabra de Dios se unirá a cada palabra del hombre.
Esta confianza explica que el hombre sano no necesite alcanzar antes la
verdad para poder actuar, sino que realice él mismo la verdad a través de
sus obras: el hombre sano confirma la verdad a través de su propia vida; posee certezas respecto del mundo y, en el caso de tener fe, confía en quien le
dio la vida en él. El Nuevo Pensamiento propuesto por Rosenzweig presenta una nueva forma de concebir la verdad, como señalaremos más adelante.
El sano sentido común permite vivir cada día como si fuese el último;
cada día, Hoy, se resuelve la pregunta última. Kierkegaard habla en estos
términos del Caballero de la fe, que es capaz de realizar en cada instante
el movimiento de la infinitud: “paga el precio más alto por cada instante
de su vida”45. El hombre sano mira de cara al mundo, no busca nada tras
él o más allá de él. Hay que tomar las cosas tal como las ofrece el instante,
actuar guiados por la confianza y esperar a lo que vendrá, pero no por ello
olvidando la responsabilidad de decidir, el compromiso de actuar.
Según esta nueva forma de comprender la filosofía (y la vida), para
superar las dificultades, hay que atender al sano sentido común, hay que
adentrarse en el “tiempo oportuno” (que es siempre Hoy), y confiar en Dios.
El hombre sano sigue caminando, posee el “coraje de vivir”, con el respaldo
del ayer ya sido y con la esperanza puesta en el mañana. El hombre sano
no queda paralizado ante lo que no comprende, no necesita que le prueben su Hoy y su Aquí para actuar, sino que actúa (confiando en sí mismo,
en el mundo y en Dios). Hay que habitar el mundo desde la confianza, no
hay tiempo para pedir demostraciones a la razón, el instante nos requiere.
2. Más
allá de
Nietzsche: Dios
sana
Partiendo de la crítica a Hegel, Rosenzweig ofrece su propio pensamiento como una alternativa a la parálisis, a la enfermedad de la desconfianza, a
45 S. Kierkegaard (1975), Temor y Temblor. Madrid: Ediciones Guadarrama, p. 55.
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