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Unidad: La Herencia Clásica
Contenidos: Conceptos políticas fundamentales de la Grecia clásica aún vigentes
Fuente: Glotz, G., La ciudad griega, Editorial UTHENA, México, 1957, Pág. 128- 129
http://www.ideasapiens.com/textos/grecia/elogioycriticademoatenas.htm
DOCUMENTOS
1. Sobre la democracia ateniense, Historia de la Guerra del Peloponeso, por Tucídides, citando
a Pericles
2. La democracia ateniense en la historia
3. Formas de gobierno
4. Hierón de Jenofonte
1.- Sobre la democracia ateniense, Historia de la Guerra del Peloponeso, por Tucídides,
citando a Pericles
37.
Porque tenemos una constitución que nada envidia a los demás estados, y antes que
meros plagiarios somos un ejemplo a imitar para los otros. La administración del Estado no está en
manos de pocos, mas del pueblo, y por ello la democracia es su nombre. En los asuntos privados
todos tienen ante la ley iguales garantías; y es el prestigioso particular de cada uno, no a su
adscripción a una clase, sino su mérito personal, lo que le permite el acceso a las magistraturas;
como tampoco la pobreza de nadie, si es capaz de prestar un servicio a la patria, ni su oscura
condición social, son para él obstáculo. La libertad es nuestra pauta de gobierno en la vida pública,
y en nuestras relaciones cotidianas no caben los recelos, ni nos es ofensivo que quieran vivir
nuestros vecinos del modo que les plazca, sin que se dibuje en nuestro rostro aire alguno de
reproche que, sin constituir un castigo, no deja de ser vejatorio.
Y mientras vivimos nuestra vida privada sin ser molestados por nadie, nos guardamos muy
mucho, por el respeto que nos merecen, de transgredir las disposiciones del Estado, obedientes en
todo momento a las autoridades y a las leyes, no sólo, y de un modo especial, las que han sido
dictadas para protección de los que sufren ofensas, sino también aquellas que, sin estar escritas,
comportan, con su trasgresión, general menosprecio.
38. Además para solaz de nuestras fatigas, hemos procurado innumerables esparcimientos
al espíritu, con juegos y fiestas que se suceden a lo largo de todo al año, y con hermosas residencias
privadas, cuyo disfrute cotidiano aleja todo signo de tristeza. Y la importancia de nuestra patria
permite que entren en ella todos los productos de la tierra, suerte que gozamos de los frutos de los
demás países con la misma naturalidad que de los que en nuestro suelo crecen.
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40. Y, en efecto amamos la belleza con simplicidad y rendimos culto al espíritu sin caer en
la enervación. La riqueza, antes nos sirve de oportunidad para obrar que como medio de jactancia
en los labios; confesar su pobreza no es, entre nosotros, un baldón para nadie; lo es, y más, no poner
todo empeño en evitarla. Nuestros ciudadanos sienten el mismo interés por sus asuntos propios y
por la política; e incluso aquellos que atienden exclusivamente a sus negocios disponen de
suficiente información acerca de los asuntos del Estado. Y es que somos el único país que considera
al que no participa en la vida en común, no un ocioso, sino un inútil. Nosotros, personalmente,
decidimos o discutimos con sumo cuidado los asuntos de Estado, en nuestra creencia de que las
palabras no pueden ser obstáculo para la acción y que sí lo es no haberse informado cumplidamente
previo el diálogo, antes de ir a la ejecución de un plan trazado. Y he aquí, también, a propósito, otro
aspecto de nuestra superioridad: somos audaces, mas, al tiempo, analizamos a fondo los pros y
contras de nuestras empresas; en los demás, la ignorancia genera audacia, el cálculo, indecisión. Y
con justicia han de ser juzgados espíritus más fuertes los que, con una idea clara de los que son las
penas y los goces de la vida, no por ello rehuyen los peligros. ¡Si hasta en la generosidad es nuestro
talante distinto al de los otros! Que no es recibiendo favores, es haciéndose como nos ganamos los
amigos.
41. Proclamo, en síntesis, que nuestra patria es, en todo, un ejemplo para Grecia.
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2.- La democracia ateniense en la historia
Sería una ingenuidad sorprenderse de encontrar juicios tan diferentes acerca de la democracia
ateniense. En una época en que vivían unas junto a otras ciudades democráticas y ciudades
oligárquicas, en cada una el partido que poseía el poder se enfrentaba a una violenta oposición
completamente inspirada en principios contrarios. Tucídides nos da a conocer el ideal por el cual los
atenienses emprendieron la guerra del Peloponeso; el seudo-Jenofonte nos explica las ideas que
agitaban los espíritus en las hetairías antes de producir la revolución e los Cuatrocientos. Ambos
son de una época en la que el individua-lismo, emancipado por el poder público, no se atreve a
emprender nada contra ese poder y en la que las luchas civiles tienen un carácter más político que
económico y social. Pero llegarán generaciones de atenienses que ya no oirán hablar de oligarquía y
podrán llevar el principio democrático hasta sus últimas consecuencias, que estarán dominadas por
intereses egoístas y puramente materiales. Podemos imaginar lo que pensarían en ese momento de
la democracia los filósofos. Retirados de la vida pública, no veían sino los lados peores y se
inclinaban a exagerar el mal en la medida en que la filosofía política se relacionaba, por todas sus
tradiciones, con los banquetes de las hetairías aristocráticas.
Volveremos a encontrar más adelante a la ciudad, tal como la veían Platón y Aristóteles. Pero
antes detendremos nuestra atención en la que constituyó legítimo orgullo de Pendes.
Glotz, G., La ciudad griega, Editorial UTHENA, México, 1957, Pág. 128- 129
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3.- Formas de gobierno
De los gobiernos unipersonales, solemos llamar monarquía a la que mira al interés común;
al gobierno de unos pocos, pero más de uno, aristocracia, sea porque gobiernan los mejores, o
porque se propone lo mejor para la ciudad y para los que pertenecen a ella; y cuando es la masa la
que gobierna en vista del interés común, el régimen recibe el nombre común a todas las formas de
gobierno: república; y con razón, pues un individuo o unos pocos pueden distinguirse por su
excelencia; pero un número mayor es difícil que descuelle en todas las cualidades; en cambio,
puede poseer extremadamente la virtud guerrera, porque ésta se da en la masa. Por ello, en esta
clase de régimen el poder supremo reside en el elemento defensor, y participan de él los que poseen
las armas. Las desviaciones de los regímenes mencionados son: la tiranía de la monarquía, la
oligarquía de la aristocracia, la democracia de la república. La tiranía es, efectivamente, una
monarquía orientada hacia el interés del monarca, la oligarquía busca el de los ricos, y la
democracia el interés de los pobres; pero ninguna de ellas busca el provecho de la comunidad.
Aristóteles, Política, I. III, cap. 7 (Instituto de Estudios Políticos, Madrid 1970, p. 80-81
4.- Hierón de Jenofonte
A los que se dedican allí a la gimnasia o practican la música, a ésos los han echado abajo el
pueblo declarando estas cosas por no convenientes, y esto porque sabe que no está a su alcance el
consagrarse a ellas. En cambio, por lo que toca a las coregías y gimnasiarquía y trierarquías, se dan
cuenta de quienes desempeñan la coregía son los ricos, y quien se beneficia con ella, el pueblo; de
quienes ejercen la gimnasiarquía y trierarquía son los ricos, y el pueblo lo que hace es recibir su
importe. De manera que el pueblo no pide más que recibir dinero por cantar, correr, danzar o bogar
en las naves, de manera que, lucrándose él, los ricos se empobrezcan. E igualmente en los tribunales
no les interesa más lo justo que lo que a ellos les convenga.
En cuanto a los aliados, y en cuanto al hecho de que, según parece, los atenienses se
dedican a delatar en sus expediciones y odian a las gentes de calidad, como saben que es fatal que el
que domina sea aborrecido por el dominado, y que, si llegaran a dominar en las ciudades los ricos y
poderosos, la hegemonía del pueblo de Atenas sería de cortísima duración, por eso por lo que privan
de sus derechos a los aristócratas y les arrebatan su dinero y los proscriben y los matan,
favoreciendo, en cambio, a los plebeyos. Y los aristócratas atenienses defienden, por el contrario, a
los aristócratas de las ciudades aliadas, porque comprenden que es bueno para ellos el defender
siempre a los mejores de estas ciudades. Alguien podría decir que sería un refuerzo para los
atenienses si los aliados estuviesen en condiciones de contribuir con dinero; pero a la gente baja le
parece que es un mayor bien el que cada ateniense posea en particular los bienes de los aliados, y
que éstos tengan estrictamente para vivir, y teniendo que trabajar, no pueden tramar conspiraciones.
Y hay otra cosa en que parece que obra mal el pueblo de los atenienses, y es que obliga a
los aliados a navegar hacia Atenas para resolver sus litigios. Pero ellos replican con todas las
ventajas que resultan de esto al pueblo de los atenienses. Ante todo, el recibir ellos, durante todo el
año, la espórtula procedente de las costas. Además, así administran las ciudades aliadas bien
sentados en sus casas, sin viajes por mar, y con ello defienden a los del pueblo y arruinan en los
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tribunales a sus contrarios. En cambio, si cada cual ventilara sus litigios en su país, en su aversión
hacia los atenienses condenarían a quienes de entre ellos fuesen adictos al pueblo de los atenienses.
Y aparte de estas cosas, he aquí otra ventaja que le reporta al pueblo de los ateniense el que los
pleitos de los aliados se vean en Atenas: en primer lugar, la centésima percibida para la ciudad en el
Pireo se hace mayor; y encima, el ganar más si uno tiene hospedería; y además, si uno tiene una
yunta o un esclavo, el percibir un alquiler; y también los heraldos salen gananciosos de las estancias
de los aliados. Y aparte de esto, si los aliados no fueran allí para sus pleitos, no honrarían a ningún
ateniense más que a los que les visitaran, es decir, a los estrategos, trierarcos y embajadores; y, en
cambio, así cada uno de los aliados se ve obligado a suplicar en los tribunales y a alargar la mano a
todo el que entra. Por eso los aliados se han convertido más bien en esclavos del pueblo de los
atenienses.
[...]
Por lo que a mí toca, yo disculpo al pueblo en general que sea demócrata, porque merece
indulgencia todo aquel que tiende a su propio bien; pero quien, no siendo del pueblo, ha preferido
vivir en una ciudad democrática antes que una oligárquica, ése se dispone a delinquir y sabe que el
que es malo pasa inadvertido en una ciudad democrática mejor que una oligárquica. De manera que,
con respecto a la república de los atenienses, no alabo el sistema, pero, una vez que se decidieron a
vivir democráticamente, me parece que conservan fielmente la democracia usando de los
procedimientos que he mostrado.
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