Download La transmisión de la Revelación divina CCE 74-95

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Transcript
CURSILLO DE FORMACIÓN PERMANENTE
EL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA
LA TRANSMISIÓN DE LA REVELACIÓN DIVINA
«Dios “quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Tm 2,4), es decir, al
conocimiento de Cristo Jesús [cfr. Jn 14,6]. Es preciso, pues, que Cristo sea anunciado a todos los pueblos y a todos
los hombres y que así la Revelación llegue hasta los confines del mundo: Dios quiso que lo que había revelado para
salvación de todos los pueblos se conservara por siempre íntegro y fuera transmitido a todas las edades [DV 7].»
El artículo sobre la transmisión de la revelación comienza con un texto en el que se unen la comunicación
eclesial de la revelación con la voluntad salvífica y universal de Dios. Esta transmisión, de hecho, pretende
llevar a término la intención divina de introducir a cada persona humana, sin excepción, en la comunidad de
los hijos adoptivos, que mediante Cristo y en el Espíritu Santo acceden al Padre (cfr. CCE 51-52)1. La
humanidad entera es, pues, la destinataria del proyecto divino de la revelación salvífica.
«Del amor de Dios por todos los hombres la Iglesia ha sacado en todo tiempo la obligación y la fuerza de su impulso
misionero: "porque el amor de Cristo nos apremia" (2 Co 5, 14; cfr AA 6; RM 11). [...] Dios quiere la salvación de
todos por el conocimiento de la verdad. La salvación se encuentra en la verdad. Los que obedecen a la moción del
Espíritu de verdad están ya en el camino de la salvación; pero la Iglesia a quien esta verdad ha sido confiada, debe ir
al encuentro de los que la buscan para ofrecérsela. Porque cree en el designio universal de salvación, la Iglesia debe
ser misionera» (CCE 851).
Las enseñanzas ofrecidas sobre la transmisión de la fe pueden agruparse en torno a tres temas principales: el
Evangelio apostólico, la Tradición y el Magisterio, intérprete del don apostólico original.
I. «Evangelio». Sentido original del término
En el centro de la economía de la revelación está la persona de Cristo en la que Dios Padre nos ha
manifestado toda su benevolencia salvífica2. Pero, hasta que el proyecto de Dios realice su fin universal,
Cristo mismo ha iniciado una nueva fase en la comunicación de cuanto él había revelado. El medio
primordial de esa revelación, según CCE 753, es el evangelio de la salvación, que Cristo confió a sus
apóstoles con solemne mandato de anunciarlo universalmente (cfr. Mc 16,15; Mt 28,18-20; Lc 24,46-48 y
Hchs 1,8).
1
«"Dispuso Dios en su sabiduría revelarse a sí mismo y dar a conocer el misterio de su voluntad, mediante el cual los hombres, por medio
de Cristo, Verbo encarnado, tienen acceso al Padre en el Espíritu Santo y se hacen consortes de la naturaleza divina" DV 2» (CCE 51).
«Dios, que "habita una luz inaccesible" (1 Tm 6,16) quiere comunicar su propia vida divina a los hombres libremente creados por él,
para hacer de ellos, en su Hijo único, hijos adoptivos (cfr. Ef 1,4-5). Al revelarse a sí mismo, Dios quiere hacer a los hombres capaces
de responderle, de conocerle y de amarle más allá de lo que ellos serían capaces por sus propias fuerzas» (CCE 52).
2
«"De una manera fragmentaria y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros Padres por medio de los Profetas; en estos
últimos tiempos nos ha hablado por su Hijo" (Hb 1,1-2). Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, es la Palabra única, perfecta e
insuperable del Padre. En él lo dice todo, no habrá otra palabra más que ésta» (CCE 65).
3
«Cristo nuestro Señor, plenitud de la revelación, mandó a los Apóstoles predicar a todos los hombres el Evangelio como fuente de toda
verdad salvadora y de toda norma de conducta, comunicándoles así los bienes divinos: el Evangelio prometido por los profetas, que él
mismo cumplió y promulgó con su boca» (DV 7).
1
Antes de Cristo, en Israel había resonado una palabra evangélica, cuyo mensaje tiene, a su vez, su propia historia
antecedente: el anuncio profético del fin del exilio y del retorno, por tanto, del pueblo elegido a la tierra prometida
(Is 52,7-124).
Jesús mismo, en su ministerio público, fue el heraldo itinerante del Evangelio del Reino de su Padre. Lo
hizo con una llamada a la conversión y a la fe (Mc 1,15; Mt 4,17.23; Lc 4,16-21 y Hchs 10,35-38; cfr. CCE
541-550, donde se recogen los núcleos fundamentales de la predicación de Jesús y el significado de sus
signos y milagros).
Encontramos las formulaciones del Evangelio apostólico en las cartas de san Pablo, especialmente en las
referencias a Cristo muerto y resucitado, que remiten, a su vez, a la predicación de los que eran apóstoles
antes que él (Rom 1,2-4; 4,24-25; 1 Cor 15,3-5; Gal 1,3-4; 1 Tes 1,9-10).
Otras expresiones del mensaje evangélico resuenan en los discursos apostólicos de Pedro recogidos en el
libro de los Hechos (2,14-36; 3,12-26; 4,8-12; 5,29-32; 10,34-43).
→ Este anuncio es «una fuerza poderosa de Dios que trae la salvación a todo el que cree» (Rom 1,16).
→ Un anuncio que nos llega «no solo mediante palabras, sino, sobre todo, con fuerza por medio de la efusión del
Espíritu Santo, y con plena convicción» (1 Tes 1,5).
→ El evangelio es la palabra de la fe que proclamamos: «Si profesas con la boca que Jesús es el Señor, y crees en tu
corazón que Dios lo ha resucitado de la muerte, te salvarás» (Rom 10,8-9).
→ El evangelio confiado a los apóstoles y anunciado después incluso con el testimonio del martirio, es, en sustancia,
un relato sobre Jesucristo que pone de relieve el significado de su muerte y resurrección para el bien de la
humanidad entera.
→ El evangelio apostólico es, «según» las Escrituras, por tanto, cumplimiento que ilumina todo aquello que está
escrito en los libros sagrados del pueblo de Israel (Lc 24,44).
→ En la Iglesia el evangelio acogido con fe es el contenido fundamental de lo que une a los cristianos en su
profesión de fe.
El Evangelio predicado era un mensaje fecundo, abierto a las ampliaciones aportadas por los relatos sobre
Jesús, hasta que fueron puestos por escrito en los cuatro evangelios, que son «el corazón de las Escrituras»5.
La lectura creyente de los evangelios busca, no obstante, hacer resonar en cada una de sus perícopas el único
Evangelio, el anuncio de que Cristo murió por nuestra salvación y que ahora vive «constituido Hijo de Dios
con poder según el Espíritu de santificación mediante la resurrección de entre los muertos» (Rom 1,4).
El evangelio, siendo el anuncio de la salvación, es la «fuente de toda verdad salvífica y de toda regla moral»
(DV 7, que retoma el concilio de Trento, DS 1501) y el núcleo vital de la Tradición, es decir, de «todo
cuanto contribuye a la conducta santa y al incremento de la fe del pueblo de Dios» (DV 8).
4
«¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae buenas nuevas, que anuncia salvación,
que dice a Sión: «Ya reina tu Dios!» ¡Una voz! Tus vigías alzan la voz, a una dan gritos de júbilo, porque con sus propios ojos ven
el retorno de Yahveh a Sión. Prorrumpid a una en gritos de júbilo, soledades de Jerusalén, porque ha consolado Yahveh a su
pueblo, ha rescatado a Jerusalén. Ha desnudado Yahveh su santo brazo a los ojos de todas las naciones, y han visto todos los cabos
de la tierra la salvación de nuestro Dios. ¡Apartaos, apartaos, salid de allí! ¡Cosa impura no toquéis! ¡Salid de en medio de ella,
manteneos limpios, portadores del ajuar de Yahveh! Pues sin prisa habréis de salir, no iréis a la desbandada, que va al frente de
vosotros Yahveh, y os cierra la retaguardia el Dios de Israel.»
2
Evangelio exterior y evangelio interior
La doctrina católica sobre la transmisión del Evangelio, formulada por el concilio de Trento, no se articula
principalmente en términos de dualidad entre el modo escrito y el modo oral de comunicación. Más bien se
articula desde otra dualidad más profunda: la dualidad entre el Evangelio oral predicado públicamente por
parte de Jesús y de los Apóstoles, y el Evangelio que fue plantado en los corazones a través de la obra
interior del Espíritu Santo.
La dimensión interior de la transmisión es a menudo olvidada, y, sin embargo, es el verdadero fundamento
del problema sobre la transmisión de la palabra de Dios y de la fe (cfr. CCE 91-93, sobre el «sentido de la
fe»):
«Todos los fieles tienen parte en la comprensión y en la transmisión de la verdad revelada. Han recibido la
unción del Espíritu Santo que los instruye (cfr. 1 Jn 2,20.27) y los conduce a la verdad completa (cfr. Jn 16,13)»
(CCE 91).
«"La totalidad de los fieles no puede equivocarse en la fe. Se manifiesta esta propiedad suya, tan peculiar, en el
sentido sobrenatural de la fe de todo el pueblo: cuando 'desde los obispos hasta el último de los laicos cristianos'
muestran estar totalmente de acuerdo en cuestiones de fe y de moral" LG 12» (CCE 92).
«"El Espíritu de la verdad suscita y sostiene este sentido de la fe. Con él, el Pueblo de Dios, bajo la dirección del
magisterio se adhiere indefectiblemente a la fe transmitida a los santos de una vez para siempre, la profundiza con
un juicio recto y la aplica cada día más plenamente en la vida" LG 12» (CCE 93).
Es muy importante que también hoy se tenga muy en cuenta la actuación del Espíritu Santo, que es quien
verdaderamente escribe en los corazones de los hombres invitándoles a escuchar con alegría el Evangelio, en
medio de las tribulaciones. Y también es el Espíritu Santo quien suscita la fe en la palabra de Dios, que
necesariamente ha de ser transmitida con palabras de los hombres6.
II. La Tradición viva y vivificante
El segundo tema clave de este artículo del Catecismo lleva por título: La relación entre la Tradición y la
Sagrada Escritura.
En este punto el Catecismo sigue prácticamente al pie de la letra la Constitución sobre la divina revelación
del concilio Vaticano II, especialmente, en este aspecto, el número 8:
«La predicación apostólica, expresada de un modo especial en los libros sagrados, se ha de
conservar por transmisión continua hasta el fin del tiempo. Por eso los Apóstoles, al
transmitir lo que recibieron, avisan a los fieles que conserven las tradiciones aprendidas de
palabra o por carta (cfr. 2 Tes 2,15) y que luchen por la fe ya recibida (cfr. Judas 3).
Lo que los Apóstoles transmitieron comprende todo lo necesario para una vida santa y para
una fe creciente del Pueblo de Dios; así la Iglesia con su enseñanza, su vida, su culto,
conserva y transmite a todas las edades lo que es y lo que cree.
5
«Los evangelios son el corazón de todas las Escrituras "por ser el testimonio principal de la vida y doctrina de la Palabra hecha carne,
nuestro Salvador" DV 18» (CCE 125).
6
«Nosotros somos testigos de estas cosas, y también el Espíritu Santo que ha dado Dios a los que le obedecen» (Hchs 5,32). «¿Acaso
puede alguien negar el agua del bautismo a éstos que han recibido el Espíritu Santo como nosotros?» (Hchs 10,47) «De ahí que
también por nuestra parte no cesemos de dar gracias a Dios porque, al recibir la Palabra de Dios que os predicamos, la acogisteis,
no como palabra de hombre, sino cual es en verdad, como Palabra de Dios, que permanece operante en vosotros, los creyentes»
(1 Tes 2,13).
3
Esta Tradición apostólica va creciendo en la Iglesia con la ayuda del Espíritu Santo; es
decir, crece la comprensión de las palabras e instituciones transmitidas cuando los fieles las
contemplan y estudian repasándolas en su corazón (cfr. Lc 2,19-51), y cuando comprenden
internamente los misterios que viven, cuando las proclaman los obispos, sucesores de los
Apóstoles en el carisma de la verdad. La Iglesia camina a través de los siglos hacia la
plenitud de la verdad, hasta que se cumplan en ella plenamente las palabras de Dios.
Las palabras de los santos padres atestiguan la presencia viva de esta Tradición, cuyas
riquezas van pasando a la práctica y a la vida de la Iglesia que cree y ora. La misma
Tradición da a conocer a la Iglesia el canon de los libros sagrados y hace que los
comprenda cada vez mejor y los mantenga siempre activos. Así Dios, que habló en otros
tiempos, sigue conversando siempre con la Esposa de su Hijo amado; así el Espíritu Santo,
por quien la voz viva del Evangelio resuena en la Iglesia, y por ella en el mundo entero, va
introduciendo a los fieles en la verdad plena y hace que habite en ellos intensamente la
palabra de Cristo (cfr. Col 3,16).»
Algunos libros del Nuevo Testamento muestran la preocupación, muy sentida hacia el fin de la época
apostólica, de preservar fielmente y comunicar íntegramente lo que los Apóstoles habían enseñado e
instituido.
► En su último discurso, san Pablo encargó a los ancianos y «obispos» de Éfeso que vigilaran sobre la grey de
Cristo, es decir, aquellos a los que el apóstol había predicado y enseñado el Evangelio de la gracia de Dios en
modo completo (cfr. Hchs 20,18-35).
► Los pastores debían enseñar constantemente los contenidos del patrimonio apostólico y mantener cuidadosamente
las estructuras y el culto de sus comunidades (1 Tim y 2 Tim; Tito), que forman un «depósito» precioso (1 Tim
6,20; 2 Tim 1,14).
► Una indicación rudimentaria de un cierto magisterio apostólico se encuentra en la advertencia dada por Timoteo:
«las cosas que me has oído en presencia de muchos testigos, trasmítelas a personas de confianza, que, a su vez,
estén en grado de ser maestros de otros» (2 Tim 2,2).
● En la Iglesia antigua, los obispos cumplieron el servicio magisterial de transmitir la «regla de la fe», especialmente
con las explicaciones a los catecúmenos.
● Obispos como san Atanasio de Alejandría y san Agustín estuvieron entre aquellos que difundieron y defendieron
el canon oficial del la Escritura.
● Los obispos reunidos en los sínodos resolvieron distintas controversias doctrinales haciendo las primeras
declaraciones de valor dogmático, tal y como ocurrió en el concilio de Nicea en el año 325.
Tales hechos magisteriales dibujaron los contornos y precisaron algunos contenidos del patrimonio apostólico, que
luego han marcado la vida de la Iglesia a lo largo de toda su historia.
La Tradición se define en el Catecismo7 como la prolongación vital a lo largo de las generaciones, gracias a
la doctrina, la vida y la liturgia eclesial, de aquello que los apóstoles comenzaron en las iglesias fundadas
por ellos, bajo la guía del Espíritu Santo, como una forma coherente de existencia y de fe.
7
«Esta transmisión viva, llevada a cabo en el Espíritu Santo se llama Tradición en cuanto es algo distinta de la Sagrada Escritura, aunque
esté estrechamente ligada a ella. Por la Tradición, "la Iglesia con su enseñanza, su vida, su culto, conserva y transmite a todas las edades
lo que es y lo que cree" (DV 8). "Las palabras de los Santos Padres atestiguan la presencia viva de esta Tradición, cuyas riquezas van
pasando a la práctica y a la vida de la Iglesia que cree y ora" (DV 8)» CCE 78.
4
«Tradición» es una noción global ligada a la de Iglesia. Y hace referencia al modo como esta comunidad
(que es un sujeto corporativo) perpetúa lo que es y lo que cree, continuando ininterrumpidamente la acogida
y la comunicación ulterior del don apostólico original.
En el Nuevo Testamento,«tradición» es, sobre todo, la modalidad apostólica de transmisión oral, aunque
exacta, del rito de la cena del Señor (1 Cor 11,23) y del Evangelio mismo (1 Cor 15,3).
Las «tradiciones» que guían la vida de los fieles pueden ser orales o escritas8, pero tienen que ser observadas
con mucho cuidado y atención.
En las cartas pastorales, «tradición» tiene un sentido más global y objetivo de «depósito». Lo que el apóstol
le entregó a Timoteo y que debe ser custodiado, evitando caer en las discusiones profanas y en las
objeciones de la así llamada ciencia (cfr. 1 Tim 6,20). La tarea de custodiar el depósito de la fe, lo debe
hacer Timoteo con la ayuda del Espíritu Santo que habita en nosotros, en los fieles y en sus pastores (cfr. 2
Tim 1,14).
Este «depósito» es la célula completa de la vida eclesial, cuyo núcleo es el Evangelio, que hay que recibir,
proteger y comunicar fielmente, sólo así se mantendrá íntegramente lo que los apóstoles formaron desde la
fundación de cada una de las iglesias.
La comprensión bíblica de la Tradición conjugaba, por tanto, al mismo tiempo los elementos de una
transmisión viva y de un coherente complejo de vida comunitaria. Sin embargo, los santos padres
identificaron «Tradición» con la doctrina fundamental que unía la catequesis y la profesión de fe de las
diferentes iglesias.
«"La Iglesia, en efecto, aunque dispersada por el mundo entero hasta los confines de la tierra, habiendo recibido de
los apóstoles y de sus discípulos la fe, guarda esta predicación y esta fe con cuidado, como no habitando más que
una sola casa. La Iglesia cree en ella de una manera idéntica, como no teniendo más que una sola alma y un solo
corazón. Las predica, las enseña y las transmite con una voz unánime, como no poseyendo más que una sola boca"
(San Ireneo, Adversus haereses 1, 10,1-2)» (CCE 173).
«"Porque, si las lenguas difieren a través del mundo, el contenido de la Tradición es uno e idéntico. Y ni las
Iglesias establecidas en Germania tienen otra fe u otra Tradición, ni las que están entre los íberos, ni las que están
entre los celtas, ni las de oriente, de Egipto, de Libia, ni las que están establecidas en el centro el mundo..." (ibid.).
"El mensaje de la Iglesia es, pues, verídico y sólido, ya que en ella aparece un solo camino de salvación a través
del mundo entero" (ibid. 5,20,1)» (CCE 174).
«"Esta fe que hemos recibido de la Iglesia, la guardamos con cuidado, porque sin cesar, bajo la acción del Espíritu
de Dios, como un contenido de gran valor encerrado en un vaso excelente, rejuvenece y hace rejuvenecer el vaso
mismo que la contiene" (ibid., 3,24,1)» (CCE 175).
La Tradición de la verdad, transmitida por los Apóstoles, contiene el verdadero sentido de las Escrituras y
sirve como regla de lectura creyente y fructífera de los libros sagrados9.
8
«Por eso, hermanos, permaneced firmes y manteneos en las tradiciones que habéis aceptado tanto en nuestras palabras como en nuestras
cartas.» (2 Tes 2,15).
9
«Leer la Escritura en "la Tradición viva de toda la Iglesia". Según un adagio de los Padres, sacra Scriptura pincipalius est in corde
Ecclesiae quam in materialibus instrumentis scripta. En efecto, la Iglesia encierra en su Tradición la memoria viva de la Palabra de
Dios, y el Espíritu Santo es quien le da la interpretación espiritual de la Escritura Orígenes, Homilía sobre Lev. 5,5» (CCE 113).
5
Y el símbolo de la fe resume esta Tradición doctrinal en sus elementos o «artículos» principales y
constitutivos.
La Tradición, sin embargo, no es un complejo de doctrinas que los Apóstoles hayan comunicado, en primer
lugar, de modo secreto y no escrito. Una noción tal de tradición no escrita fue la base de la doctrina
«gnóstica» seguida en el siglo II con la pretensión de ser una enseñanza secreta de Jesús resucitado. Contra
la herejía gnóstica, santos padres como san Ireneo hablaron de la Tradición como la «regla de fe»
transmitida y enseñada públicamente en las iglesias de fundación apostólica.
En el umbral de la época moderna, el concilio de Trento insistió sobre un número de «tradiciones no
escritas» que transmiten ciertos valores del Evangelio. Éstas son praxis eclesiales de una gran antigüedad,
por ejemplo, la observancia del domingo y el bautismo de los niños.
La «Tradición», como regla comprensiva de la fe, fue también afirmada por el concilio de Trento en su
declaración sobre la normatividad para la interpretación de «aquel sentido (de la Escritura) que tuvo y tiene
la santa Madre Iglesia» (DS 1507).
En la Iglesia, la Tradición nace dentro del ambiente comunitario de la liturgia, en las corrientes de
espiritualidad que el Espíritu va suscitando a lo largo de los siglos y en las distintas generaciones y también
gracias al testimonio de vida de los fieles. De hecho así es como surgieron igualmente los libros sagrados.
«La Tradición y la Sagrada Escritura "están íntimamente unidas y compenetradas. Porque surgiendo ambas de la
misma fuente, se funden en cierto modo y tienden a un mismo fin" (DV 9). Una y otra hacen presente y fecundo en
la Iglesia el misterio de Cristo que ha prometido estar con los suyos "para siempre hasta el fin del mundo" (Mt
28,20)» (CCE 80).
«"La Sagrada Escritura es la palabra de Dios, en cuanto escrita por inspiración del Espíritu Santo". "La Tradición
recibe la palabra de Dios, encomendada por Cristo y el Espíritu Santo a los apóstoles, y la transmite íntegra a los
sucesores; para que ellos, iluminados por el Espíritu de la verdad, la conserven, la expongan y la difundan
fielmente en su predicación"» (CCE 81).
La Tradición, por tanto, crea el contexto donde el texto sagrado es leído, comprendido y vivido como un
testimonio profético y apostólico que suscita la fe.
Este diálogo entre palabra de Dios y fe es, a un nivel más profundo, el modo como la revelación llega a ser,
en el tiempo de la Iglesia, una comunicación actual de la vida, vox evangellii para la salvación del mundo10.
III. La interpretación del depósito de la fe
La pregunta de siempre es ¿quién ha de juzgar para que quede constancia de que las nuevas formas de
comprensión y de expresión de fe y de la vida provienen verdaderamente del depósito original de la fe que
nos salva?
Este servicio de discernimiento del progreso auténtico es la contribución propia del Magisterio.
10
«Así, la comunicación que el Padre ha hecho de sí mismo por su Verbo en el Espíritu Santo sigue presente y activa en la Iglesia: "Dios,
que habló en otros tiempos, sigue conservando siempre con la Esposa de su Hijo amado; así el Espíritu Santo, por quien la voz viva del
Evangelio resuena en la Iglesia, y por ella en el mundo entero, va introduciendo a los fieles en la verdad plena y hace que habite en ellos
intensamente la palabra de Cristo" (DV 8)» (CCE 79).
6
La transmisión de la revelación necesita la interpretación triangular y mutua de Escritura, Tradición y
Magisterio eclesial:
«"La Tradición, la Escritura y el Magisterio de la Iglesia, según el plan prudente de Dios, están unidos y ligados,
de modo que ninguno puede subsistir sin los otros; los tres, cada uno según su carácter, y bajo la acción del único
Espíritu Santo, contribuyen eficazmente a la salvación de las almas" (DV 10,3)» (CCE 95).
Cada miembro de esta tríada de transmisión contribuye a la comprensión de los otros dos miembros.
El Magisterio, eso sí, cumple el papel de ser el exponente vivo y autorizado del contenido y del significado
de la revelación para el momento presente de la vida de la Iglesia:
«"El oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios, oral o escritura, ha sido encomendado sólo al
Magisterio vivo de la Iglesia, el cual lo ejercita en nombre de Jesucristo" (DV 10), es decir, a los obispos en
comunión con el sucesor de Pedro, el obispo de Roma.» (CCE 85).
«"El Magisterio no está por encima de la palabra de Dios, sino a su servicio, para enseñar puramente lo
transmitido, pues por mandato divino y con la asistencia del Espíritu Santo, lo escucha devotamente, lo custodia
celosamente, lo explica fielmente; y de este único depósito de la fe saca todo lo que propone como revelado por
Dios para ser creído" (DV 10)» (CCE 87).
La importancia de la exégesis científica es reconocida en el Catecismo en los números 101-110, sin olvidar
la explicación del origen de las doctrinas de fe y la cuestión de la «jerarquía de las verdades» (CCE 90). Es
decir, el orden y la configuración de las verdades de fe alrededor de las grandes verdades del Símbolo
bautismal, por el que confesamos al Padre como creador, al Hijo como redentor y al Espíritu como el que
santifica y lleva a cumplimiento el designio del Padre y la obra del Hijo (cfr. CCE 189-191).
Otras funciones del magisterio: promoción de la predicación del Evangelio
El Magisterio tiene un campo más amplio de acción que el de la definición de los dogmas de fe divina y
católica. El servicio fundamental del Magisterio es la promoción de la predicación integral y viva del
Evangelio en todo tiempo. Justo por eso «los Apóstoles dejaron como sucesores a los obispos, confiándoles
su misma tarea de magisterio» (CCE 77).
Una razón fundamental de la existencia y de la operación del Magisterio es la fecundidad misma del
Evangelio y el dinamismo inmanente en el patrimonio apostólico que lo hace progresar11.
El cardenal Newman escribió que lo que los Apóstoles habían dejado no puede ser encerrado en unos meros
documentos, siendo «demasiado vasto, demasiado particularizado, demasiado complicado, demasiado implícito,
demasiado fecundo para que pudiera ser puesto por escrito». En la Iglesia, la Tradición «era múltiple, diversa e
independiente en sus manifestaciones locales» (Essays Critical and Historical, London 1871, I, 126 ss).
IV. El papel, el fin y la autoridad del Magisterio
A causa de la abundancia de ministerios relacionados con la Palabra en la Iglesia, el Magisterio episcopal no
absorbe la entera función de enseñanza. No puede obrar por sí solo porque forma parte de la comunidad en
7
que todos han recibido la unción interior del Espíritu de verdad (CCE 91). Al Magisterio, por tanto, le
pertenece el papel clave de la «dirección» a través de los discernimientos valorativos de lo que emerge de las
distintas actividades que se desarrollan en la Iglesia para promover la comprensión y la actualidad de la
divina revelación.
La Iglesia partícipe de la infalibilidad de Cristo
«Para mantener a la Iglesia en la pureza de la fe transmitida por los apóstoles, Cristo, que es la Verdad, quiso
conferir a su Iglesia una participación en su propia infalibilidad. Por medio del "sentido sobrenatural de la fe", el
Pueblo de Dios "se une indefectiblemente a la fe", bajo la guía del Magisterio vivo de la Iglesia (cf. LG 12; DV
10)» (CCE 889).
«La misión del Magisterio está ligada al carácter definitivo de la Alianza instaurada por Dios en Cristo con su
Pueblo; debe protegerlo de las desviaciones y de los fallos, y garantizarle la posibilidad objetiva de profesar sin
error la fe auténtica. El oficio pastoral del Magisterio está dirigido, así, a velar para que el Pueblo de Dios
permanezca en la verdad que libera. Para cumplir este servicio, Cristo ha dotado a los pastores con el carisma de
infalibilidad en materia de fe y de costumbres» (CCE 890).
«La Iglesia, "columna y fundamento de la verdad" (1 Tm 3,15), "recibió de los apóstoles este solemne mandato de
Cristo de anunciar la verdad que nos salva" (LG 17). "Compete siempre y en todo lugar a la Iglesia proclamar los
principios morales, incluso los referentes al orden social, así como dar su juicio sobre cualesquiera asuntos
humanos, en la medida en que lo exijan los derechos fundamentales de la persona humana o la salvación de las
almas" (CIC, can. 747,2)» (CCE 2032).
Apóstoles-obispos
«"Para que continuase después de la muerte de los Apóstoles la misión que les fue confiada, encargaron mediante
una especie de testamento a sus colaboradores más inmediatos que terminaran y consolidaran la obra que ellos
empezaron. Les encomendaron que cuidaran de todo el rebaño en el que el Espíritu Santo les había puesto para
ser los pastores de la Iglesia de Dios. Nombraron, por tanto, de esta manera a algunos varones y luego dispusieron
que, después de su muerte, otros hombres probados les sucedieran en el ministerio" (LG 20; cf San Clemente
Romano, Cor. 42; 44).» (CCE 861).
Pedro → Papa. Apóstoles → Obispos
«"Así como permanece el ministerio confiado personalmente por el Señor a Pedro, ministerio que debía ser
transmitido a sus sucesores, de la misma manera permanece el ministerio de los apóstoles de apacentar la Iglesia,
que debe ser elegido para siempre por el orden sagrado de los obispos". Por eso, la Iglesia enseña que "por
institución divina los obispos han sucedido a los Apóstoles como pastores de la Iglesia. El que los escucha,
escucha a Cristo; el que, en cambio, los desprecia, desprecia a Cristo y al que lo envió" (LG 20)» (CCE 862).
Obispos: maestros auténticos, dotados de la autoridad de Cristo
«"La consagración episcopal confiere, junto con la función de santificar, también las funciones de enseñar y
gobernar... En efecto, por la imposición de las manos y por las palabras de la consagración se confiere la gracia del
Espíritu Santo y queda marcado con el carácter sagrado. En consecuencia, los obispos, de manera eminente y
visible, hacen las veces del mismo Cristo, Maestro, Pastor y Sacerdote, y actúan en su nombre (in eius persona
11
«Esta fe que hemos recibido de la Iglesia, la guardamos con cuidado, porque sin cesar, bajo la acción del Espíritu de Dios, como un
contenido de gran valor encerrado en un vaso excelente, rejuvenece y hace rejuvenecer el vaso mismo que la contiene» CCE 175.
8
agant)" (ibid.). "El Espíritu Santo que han recibido ha hecho de los obispos los verdaderos y auténticos maestros
de la fe, pontífices y pastores" (CD 2)» (CCE 1558).
«Los obispos, juntamente con los presbíteros, sus colaboradores, "tienen como primer deber el anunciar a todos el
Evangelio de Dios" (PO 4), según la orden del Señor (cf. Mc 16, 15). Son "los predicadores del Evangelio que
llevan nuevos discípulos a Cristo. Son también los maestros auténticos, por estar dotados de la autoridad de
Cristo" (LG 25)» (CCE 888).
Magisterio ordinario: catequesis y predicación
«El magisterio de los pastores de la Iglesia en materia moral se ejerce ordinariamente en la catequesis y en la
predicación, con la ayuda de las obras de los teólogos y de los autores espirituales. Así se ha transmitido de
generación en generación, bajo la dirección y vigilancia de los pastores, el "depósito" de la moral cristiana,
compuesto de un conjunto característico de normas, de mandamientos y de virtudes que proceden de la fe en
Cristo y están vivificados por la caridad. Esta catequesis ha tomado tradicionalmente como base, junto al Credo y
el Padrenuestro, el Decálogo que enuncia los principios de la vida moral válidos para todos los hombres» (CCE
2033).
«El romano pontífice y los obispos como "maestros auténticos por estar dotados de la autoridad de Cristo...
predican al pueblo que tienen confiado la fe que hay que creer y que hay que llevar a la práctica" (LG 25). El
magisterio ordinario y universal del Papa y de los obispos en comunión con él enseña a los fieles la verdad que han
de creer, la caridad que han de practicar, la bienaventuranza que han de esperar» (CCE 2034).
El carisma de la infalibilidad
«El grado supremo de la participación en la autoridad de Cristo está asegurado por el carisma de la infalibilidad.
Esta se extiende a todo el depósito de la revelación divina (cfr. LG 25); se extiende también a todos los
elementos de doctrina, comprendida la moral, sin los cuales las verdades salvíficas de la fe no pueden ser
guardadas, expuestas u observadas (cfr. decl. Mysterium ecclesiae 3)» (CCE 2035).
«La autoridad del Magisterio se extiende también a los preceptos específicos de la ley natural, porque su
observancia, exigida por el Creador, es necesaria para la salvación. Recordando las prescripciones de la ley
natural, el Magisterio de la Iglesia ejerce una parte esencial de su función profética de anunciar a los hombres lo
que son en verdad y de recordarles lo que deben ser ante Dios (cf. DH 14)» (CCE 2036).
«En la tradición viva de la oración, cada Iglesia propone a sus fieles, según el contexto histórico, social y cultural,
el lenguaje de su oración: palabras, melodías, gestos, iconografía. Corresponde al magisterio (cfr. DV 10)
discernir la fidelidad de estos caminos de oración a la tradición de la fe apostólica y compete a los pastores y
catequistas explicar el sentido de ello, con relación siempre a Jesucristo» (CCE 2663).
La tarea de enseñar, una tarea de comunión eclesial
«En la obra de enseñanza y de aplicación de la moral cristiana, la Iglesia necesita la dedicación de los pastores,
la ciencia de los teólogos, la contribución de todos los cristianos y de los hombres de buena voluntad. La fe y
la práctica del Evangelio procuran a cada uno una experiencia de la vida "en Cristo" que ilumina y da capacidad
para estimar las realidades divinas y humanas según el Espíritu de Dios (cfr. 1 Co 10-15). Así el Espíritu Santo
puede servirse de los más humildes para iluminar a los sabios y los más elevados en dignidad» (CCE 2038).
«Los ministerios deben ejercerse en un espíritu de servicio fraternal y de dedicación a la Iglesia en nombre del
Señor (cfr. Rom 12,8.11). Al mismo tiempo, la conciencia de cada uno en su juicio moral sobre sus actos
personales, debe evitar encerrarse en una consideración individual. Con mayor empeño debe abrirse a ala
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consideración del bien de todos según se expresa en la ley moral, natural y revelada, y consiguientemente en la ley
de la Iglesia y en la enseñanza autorizada del Magisterio sobre las cuestiones morales. No se ha de oponer la
conciencia personal y la razón a la ley moral o al Magisterio de la Iglesia» (CCE 2039).
La Iglesia es madre y maestra
«Así puede crearse entre los cristianos un verdadero espíritu filial frente a la Iglesia. Es el desarrollo normal de la
gracia bautismal, que nos engendró en el seno de la Iglesia y nos hizo miembros del Cuerpo de Cristo. En su
solicitud materna, la Iglesia nos concede la misericordia de Dios que desborda todos nuestros pecados y actúa
especialmente en el sacramento de la reconciliación. Como una madre previsora nos prodiga también en su
liturgia, día tras día, el alimento de la Palabra y de la Eucaristía del Señor» (CCE 2040).
La obediencia filial de los miembros del pueblo de Dios
«Los fieles, recordando la palabra de Cristo a sus Apóstoles: "El que a vosotros escucha a mí me escucha" (Lc
10,16; cf. LG 20), reciben con docilidad las enseñanzas y directrices que sus pastores les dan de diferentes
formas» (CCE 87).
«La ley de Dios, confiada a la Iglesia, es enseñada a los fieles como camino de vida y de verdad. Los fieles, por
tanto, tienen el derecho (cfr. CIC can. 213) de ser instruidos en los preceptos divinos salvíficos que purifican el
juicio y, con la gracia, curan la razón humana herida. Tienen el deber de observar las constituciones y los decretos
promulgados por la autoridad legítima de la Iglesia. Aunque sean disciplinares, estas determinaciones requieren la
docilidad en la caridad» (CCE 2037).
Tradición y tradiciones teológicas, disciplinares, litúrgicas y devocionales
El Catecismo habla de aquello que en la Tradición viene de los apóstoles y por lo que se nos transmite lo
que éstos recibieron de las enseñanzas y del ejemplo de Jesús y lo que aprendieron del Espíritu Santo, y lo
distingue de «"tradiciones" teológicas, disciplinares, litúrgicas o devocionales, nacidas en el transcurso del
tiempo en las Iglesias locales. Estas tradiciones constituyen formas particulares en las que la gran Tradición
recibe expresiones adaptadas a los diversos lugares y a las diversas épocas. Sólo a la luz de la gran Tradición
aquellas pueden ser mantenidas, modificadas o también abandonadas bajo la guía del Magisterio de la
Iglesia» (CCE 83).
Pablo VI explicó a monseñor Lefevre que el Papa y los concilios deben discernir entre el patrimonio
auténtico de los Apóstoles y las tradiciones reformables, que alguna vez pueden ser actualizadas para servir
mejor a la misión de la Iglesia (Carta del 11 octubre 1976).
El papel magisterial del Papa sirve para «determinar las cosas que son de fe», es decir, los «artículos» que
expresan auténticamente la revelación salvífica y por eso exigen la adhesión de fe 12.
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«El Magisterio de la Iglesia ejerce plenamente la autoridad que tiene de Cristo cuando define dogmas, es decir, cuando propone, de una
forma que obliga al pueblo cristiano a una adhesión irrevocable de fe, verdades contenidas en la Revelación divina o también cuando
propone de manera definitiva verdades que tienen con ellas un vínculo necesario» CCE 88. «No creemos en las fórmulas, sino en las
realidades que éstas expresan y que la fe nos permite "tocar". "El acto (de fe) del creyente no se detiene en el enunciado, sino en la
realidad (enunciada)" (S. Tomás de A., s.th. 2-2, 1,2, ad 2). Sin embargo, nos acercamos a estas realidades con la ayuda de las
formulaciones de la fe. Estas permiten expresar y transmitir la fe, celebrarla en comunidad, asimilarla y vivir de ella cada vez más.»
CCE 170.
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