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“Mensajes
SECRETARIADO
ARQUIDIOCESANO
DE PASTORAL FAMILIAR
Reflexivos”
La Familia: un Hogar
A veces, de tanto repetirlas, algunas palabras parecen disminuidas en su importancia, se vacían,
como el nombre de Familia. Se escucha en muchos ambientes y desde la conducción política que “La Familia
es la célula fundamental de toda sociedad”. Es necesario reflexionar una vez más sobre esta verdad para
hacerla relucir nuevamente.
¿Cuál es el origen de la sociedad humana, su célula embrional? Es el matrimonio y la familia. Si la
raíz está sana, entonces el árbol también estará sano; y estarán sanos las flores y los frutos. En cambio, si la
raíz está enferma, ¿Cómo estará, entonces, el árbol? Se trata, por lo tanto de un problema existencial para la
sociedad humana, especialmente para la Iglesia y el Estado: su subsistencia depende de los matrimonios y de
las familias sanas; si queremos educar ciudadanos sanos y virtuosos, entonces debemos decir que en la
pequeña familia se deben cultivar estas virtudes en forma más cuidadosa y consciente.
Una familia se asemeja a la Sagrada Familia, cuando en ella cada miembro vive uno con el otro, en el otro y
para el otro.
1.
Hay familia cuando se vive uno con el otro.
Esta realidad de vivir uno con el otro, tiene implicaciones centrales para la vida cotidiana.
La ausencia del dialogo se ha ido transformando en el gran peligro de la vida familiar. Muy por el contrario, la
familia se caracteriza por vivir uno por el otro. La imagen existencial es la de los cónyuges e hijos que van
transitando juntos el camino de la vida: “Voy contigo”.
Para esto es necesario un ejercicio y todo un aprendizaje:
- Aprender a conversar. Dialogar es un arte muy especial: El arte de saber escuchar, de saber contar
algo, de preguntar siempre que se desee. De callar cuando sea necesario. Pertenece al diálogo la
capacidad de discutir y, si es necesario también de criticar. Los elogios y gestos de reconocimiento
despiertan necesariamente la capacidad de comunicarnos.
El dialogo es la actitud que le permite al otro sentirse valioso: “Tú eres importante para mi”.
- Aprender a Planificar Juntos. La planificación posibilita el pensar juntos. De la reflexión en común
surgen las decisiones conjuntas y las delegaciones, los espacios asignados. Cada miembro de la
familia crece, es el gozo de la pertenencia mutua.
- Aprender a sufrir y luchar juntos. Las Cargas y las cruces de la vida pertenecen a nuestro devenir
histórico. Uno vive con el otro si ejerce esa confianza tan especial que consigue el desahogo y el
consuelo. Aprender a escuchar el sufrimiento de la persona amada.
Es la conciencia de que el dolor compartido es medio dolor, así como también la alegría compartida
es doble alegría.
- Aprender a rezar juntos. La oración es el medio más hermoso que la familia tiene para fortalecer su
vinculación con Dios. Cuando al iniciar el día y al finalizar el mismo la familia se reúne para rezar,
entonces se crece y se camina juntos.
- Festejar juntos. La vida de familia no es solamente lucha y contemplación. Es también gozo y fiesta.
Aprovechar las oportunidades para encontrarse en familia, disfrutar los tiempos que disponemos para
estar juntos.
2.
Hay familia cuando se vive uno en el otro
Donde hay amor, hay familia. Donde hay hogar encontramos refugio y seguridad.
La expresión “te llevo en mi corazón”, expresa muy bien lo que se espera de una familia. Vivir uno en el otro
es permitir que el otro establezca su carpa interior en mi corazón. Es ser un hogar vivo para muchos. Todos
deben hallar un hogar en mí.
Para poder vivir uno en el otro es preciso cultivar ciertos valores:
- Es necesario saber valorar al otro y estimularlo. Esta es la función de elogio sano y liberador.
- Es necesario aceptarse. La compresión del tú sólo es posible si uno acepta al otro tal cual es.
- Llevar al otro en el corazón es recordarlo a menudo. No sólo precisamos cultivar el diálogo verbal.
Hay diálogos mentales, tratar de sentirlo al otro al lado nuestro, dentro de nosotros, en el corazón.
-
3.
Es preciso también defenderse de los influjos negativos del medio. Hay que amarse en serio. Al amor
hay que cuidarlo , cuando el mismo flaquea es porque se lo ha descuidado.
Hay familia cuando se vive uno para el otro
Una de las demandas más fuertes que la sociedad de consumo le hace a la familia moderna, es la de exigirle
una funcionalidad y sentido fuera de si misma. Desgraciadamente esta funcionalidad se agota en lo material y
económico: producir, comercializar, consumir, ganar, gastar. Tal desgaste deja el corazón frío y hueco. No
hay trascendencia ni dentro de la misma familia ni hacia fuera.
Para cultivar esta conciencia de vivir uno para el otro, necesitamos:
- Crecer en la responsabilidad. La conciencia de ser importante para alguien y que hay personas que
dependen de mi entrega, seriedad y trabajo, pertenece a esta realidad.
- El olvido de sí mismo. Si en una familia solo interesa lo propio, si los miembros de una familia centran
su preocupación en responder a las preguntas ¿qué recibo de todo esto? ¿En qué me enriquecen los
otros? ¿Qué ventajas me trae? Es muy probable que no se viva “para el otro.” Se esta buscando el
bien propio no el de los otros. Sin Abnegación no es posible formar una familia nazarena.
- La misericordia. Vivir para el otro significa estar dispuesto a ejercer diariamente el perdón y la
comprensión. Todos tenemos necesidad de que otro nos abrace y en su abrazo reconcilie las etapas
heridas del ayer.
- Las pequeñas virtudes. Hay virtudes que son eficientes para crecer en función de los otros: La
humildad, la paciencia, el amor, la bondad, el saber aguantar las flaquezas del prójimo, la dulzura del
corazón, la servicialidad, la cordialidad, la compasión, la paciencia con las faltas de atención, la
sencillez, la sinceridad.
- La valoración de todo en función del otro y la familia. Si una persona tiene gente que confía y espera
en ella, puede superar enormes obstáculos y lograr grandes resultados.
Es necesario mucho amor para sobrellevar las vicisitudes de la vida. La responsabilidad compartida es la
gracia de Nazaret.
En Nazaret lo importante era la conciencia de que todo lo bueno que José, María y Jesús hacían, repercutía
en la misión de la Familia. Lo mismo puede suceder en nuestro hogar. Poner un grano en la tierra es permitir
que brote una espiga: si el padre se esfuerza, ganan los hijos. Si la madre flaquea, ellos se detienen. Si los
dos ofrecen la mano, ellos podrán dar la vida.
Si en la familia – como en Nazaret – se ama, todos los que rodean al hogar podrán sentir que el amor es
posible. Y así todos saldremos ganando…
4.
Para reflexionar:
-
¿Conoce nuestra familia ese estar el uno con el otro, experimenta el “voy contigo”?
¿Ha hallado la esposa un hogar en el esposo y viceversa? ¿Encuentran nuestros hijos un hogar en
nuestra familia?
¿Se dedica el mejor tiempo para la familia?
¿Cuál es la familia que queremos recrear?