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Transcript
“Doctor evangélico”
Homilía en las fiestas patronales
de la Parroquia San Antonio (Mar del Plata)
13 de junio de 2011
I. El patrono y la parroquia
Queridos hermanos:
Esta comunidad parroquial puesta bajo la protección y el ejemplo inspirador de San
Antonio de Padua, celebra hoy sus fiestas patronales. Siento una gran alegría de estar entre
ustedes por primera vez como obispo de esta diócesis.
Después de recorrer las calles del barrio rezando, cantando y proclamando nuestra fe,
celebramos ahora la santa Eucaristía, acto supremo de nuestro culto a Dios, y de la cual este
santo doctor decía que los fieles de la Iglesia de Cristo “todos los días, en el altar de la
pasión del Señor y en el sacrificio del corazón contrito, se ofrecen a sí mismos como
«hostia pura, santa y agradable a Dios»” (Sermones, II domingo de Pascua).
Celebrar las fiestas patronales es una de las oportunidades principales que dan origen a
iniciativas por las cuales podemos ahondar en la conciencia de lo que somos como
comunidad parroquial, y al mismo tiempo se nos brinda un estímulo para crecer en el deseo
de acercarnos al ideal de fe y de culto, de comunión y de misión, trazado en el libro de los
Hechos de los Apóstoles: “Todos se reunían asiduamente para escuchar las enseñanzas de
los Apóstoles y participar en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones (…)
Todos los creyentes se mantenían unidos y ponían lo suyo en común (…) Íntimamente
unidos, frecuentaban a diario el Templo, partían el pan en sus casas y comían juntos con
alegría y sencillez de corazón; ellos alababan a Dios y eran queridos por todo el pueblo. Y
cada día, el Señor acrecentaba la comunidad con aquellos que debían salvarse” (Hch 2, 4247).
¡Cuántas preguntas pueden surgir a la luz de este pasaje, a modo de examen de
conciencia y de impulso renovador!
¿Qué es una parroquia? Teniendo en cuenta el origen griego de la palabra, literalmente
significa vecindario, casas que están una al lado de la otra. Pero la etimología nos remite a
un sentido superior: la comunidad de familias creyentes que encuentran en la casa de Dios,
que es la Iglesia, su hogar y su patria. Poética y bellamente la definía el Beato papa Juan
XXIII: “la fuente de la aldea, donde todos acuden a calmar su sed” (Cf. CL 27).
Bajo la guía del cura párroco, el P. Silvano De Sarro, que representa al Obispo en su
misión pastoral, la parroquia tiene la misión de acompañar a las personas y a las familias en
el camino de la vida, procurando educar en la fe hasta que ésta alcance su plena madurez.
Abre a la comunión e invita a la participación. Es un centro de comunión de personas y
participación de bienes, donde los diversos grupos y movimientos encuentran coordinación
y reciben alimento.
La comunidad parroquial tiene en la Eucaristía la fuente y la culminación de toda la
tarea evangelizadora. Su vínculo de comunión con la misión del Obispo, queda expresado
con la mención de su nombre en la Plegaria eucarística. La misión, que es compromiso
adquirido por los sacramentos del Bautismo y de la Confirmación, recibe un nuevo impulso
para traducir en la vida cuanto hacemos en la celebración de la Eucaristía. En la parroquia,
sentimos la íntima continuidad que existe entre la comunión con el Cuerpo del Señor y el
amor que nos lleva a pensar en los que están alejados y deben ser invitados, en los que no
creen y necesitan de nuestra oración, en los pobres y más necesitados, que deben recibir
nuestro testimonio.
II. San Antonio y la proyección social del Evangelio
El santo que hoy celebramos nació en 1195 y murió en 1231. Un tiempo de vida, para
nosotros tan breve, le fue suficiente a este hombre para dejar en la Iglesia de su tiempo y
para la posteridad una fama, una huella, un legado espiritual y doctrinal que perdura hasta
nuestros días. El es para la Iglesia el “doctor evangélico”, como lo ha proclamado en 1946
el venerable Papa Pío XII. Y ha sido, sin duda, durante siglos el más popular de los santos
en la Iglesia latina.
Seguramente ustedes conocerán los aspectos más salientes de la vida de San Antonio.
Hoy quiero detenerme en algunos rasgos que pueden ayudarnos a nosotros a vigorizar
nuestro testimonio misionero en las actuales circunstancias de la sociedad.
Como buen discípulo de San Francisco de Asís, San Antonio desarrolló su apostolado
principalmente entre los más humildes y sencillos de la sociedad, aunque sin excluir a nadie
de su anuncio del Evangelio. Los primeros relatos biográficos que nos han llegado y las
crónicas de su tiempo nos ayudan a captar la figura de un verdadero hombre de Dios, que
con el don extraordinario de una predicación, rica en contenidos, sencilla en su expresión y
ardiente en su elocuencia, conmovía a las multitudes y abría los corazones a la buena nueva
del Reino de Cristo. Su palabra tenía una especial fuerza de convicción.
Oigamos un testimonio de época: “Llevaba a paz fraterna los desacuerdos; devolvía la
libertad a los detenidos, hacía devolver lo que había sido robado con la usura o la violencia;
se llegó a un clima tal que, hipotecadas las casas y los terrenos, se les ponía precio ante el
Santo, y bajo su consejo se devolvía a los que habían sufrido robos. Liberaba a las
prostitutas del indigno mercado, y a los ladrones famosos por sus acciones los alejaba de
poner las manos en las cosas de los demás”.
Su amor a los pobres quedó perpetuado en un símbolo concreto de su caridad sin
límites, mediante el cual nos sentimos movidos a imitarlo. Ha sido frecuente ver en los
templos el pequeño cartel que junto a su imagen decía así: “el pan de los pobres”?
Y junto a este rasgo, su preocupación por la justicia y las causas humanitarias. Algunos
episodios nos sirven para entrar mejor en el espíritu misericordioso que animaba su
apostolado. Según sus biógrafos, el santo conmovido por la triste situación de los deudores
que no podían pagar sus deudas y que eran puestos en terribles cárceles, donde quedaban
abandonados en condiciones del todo inhumanas, se presentó el 17 de marzo de 1231 ante
el alcalde de Padua y ante su Consejo para pedirles la reforma del código penal. Así obtuvo
la conmutación de la cárcel por el embargo de los bienes y el exilio de la ciudad. El notario
hizo constar en la nueva disposición jurídica: “por pedido del venerable Hermano Antonio,
de la Orden de los Hermanos Menores”.
El otro episodio sucedido en mayo de ese mismo año 1231, estando ya próxima la fecha
de su muerte, vuelve a mostrarnos su permanente sensibilidad ante el sufrimiento. Sus
fuerzas lo abandonaban, pero aceptó igualmente trasladarse a Verona por pedido de
familias angustiadas, a fin de interceder durante días en agotadores esfuerzos de mediación
en favor de la liberación del conde Rizzardo di San Bonifacio y de otros compañeros
güelfos, prisioneros en las cárceles lombardas. Pero esta vez sus esfuerzos y su exquisita
caridad no lograron su propósito. Su lección permanecía igualmente, más allá de la dureza
del corazón empedernido de los hombres.
III. Nuestro testimonio de caridad
Ayer, solemnidad de Pentecostés, en todo el país, la Iglesia Católica ha realizado la
colecta de Caritas, bajo el lema: “Pobreza cero, responsabilidad de todos”. Los cristianos,
que encontramos en Jesús la plenitud de nuestra vida, debemos destacarnos en la caridad.
Este debe ser nuestro distintivo y el modo más eficaz de difundir nuestras convicciones de
fe.
Nuestro papa Benedicto XVI, en su encíclica Caritas in veritate, nos decía: “La caridad
en la verdad, de la que Jesucristo se ha hecho testigo con su vida terrenal y, sobre todo con
su muerte y resurrección, es la principal fuerza impulsora del auténtico desarrollo de cada
persona y de toda la humanidad. El amor –caritas– es una fuerza extraordinaria, que mueve
a las personas a comprometerse con valentía y generosidad en el campo de la justicia y de
la paz” (CiV 1).
Concluyo estas reflexiones dirigiendo al Señor una súplica confiada a fin de que la
valiosa intercesión y el ejemplo de San Antonio nos obtengan una renovación profunda,
personal y comunitaria, en nuestra autenticidad cristiana y en el ardor de nuestra caridad.
+ ANTONIO MARINO
Obispo de Mar del Plata