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Avances en Salud Mental Relacional / Advances in Relational Mental Health
ISSN 1579-3516 - Vol. 10 - Núm. 2 - Octubre 2011
Órgano Oficial de expresión de la Fundación OMIE
Revista Internacional On-Line / An International On-Line Journal
GRUPO DE FAMILIARES DE PACIENTES CON TRASTORNO
MENTAL SEVERO: ASPECTOS DINÁMICOS, TÉCNICOS Y
REFLEXIVOS A PARTIR DE UNA EXPERIENCIA TERAPÉUTICA
GRUPAL (NOTA 1)
José Miguel Ribé Buitrón. (Psiquiatra y psicoterapeuta. Centro de Salud Mental de Adultos Sant Andreu.
Fundació Vidal i Barraquer, Barcelona)
Centro de Salud Mental de Adultos Sant Andreu. Fundació Vidal i Barraquer (www.fvb.cat/) C/ Sagrera
179, 1r 08037 Barcelona
[email protected] Teléfono: 93 340 86 54 Fax: 93 349 54 98
Maria Àngels Valero Valverde. (Trabajadora social. Centro de Salud Mental de Adultos Sant Andreu.
Fundació Vidal i Barraquer, Barcelona).
Carles Pérez-Testor. (Psiquiatra y psicoterapeuta. Fundació Vidal i Barraquer. Facultad de Psicología
Blanquerna. Universidad Ramon Llull, Barcelona).
RESUMEN
A partir de un grupo psicoterapéutico de familiares de personas con trastorno mental severo se expone,
a través del análisis y observación grupal, las dinámicas grupales y aspectos técnicos de este tipo de
grupos. También, y desde las necesidades de las familias en el grupo, se reflexiona acerca del papel de
las familias en el proceso terapéutico y la carga familiar que suponen los trastornos mentales severos
para éstas. Finalmente, se señalan las demandas que mediante el movimiento asociativo realizan a los
profesionales en salud mental y a la misma sociedad.
Palabras clave: Familiares. Carga familiar. Trastorno mental severo. Psicoterapia grupal. Grupoanálisis.
Multidisciplinariedad. Movimiento asociativo.
SUMMARY
In this study we present the technical aspects and dynamics of a psychotherapeutic group formed by
relatives of patients with severe mental disorder. By means of this, we will deepen in the role of the
© 2011 CORE Academic, Instituto de Psicoterapia
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Grupo de familiares de pacientes con trastorno mental severo:
Aspectos dinámicos, técnicos y reflexivos a partir de una experiencia terapéutica grupal (Nota 1).
families as mental caregivers and the social charge that severe mental disorder patients implies. Finally,
we point out the demands that associations make to mental health professionals and to society itself.
Key words: Relatives. Family burden. Mental sever disorder. Group psychotherapy. Groupanalysis.
Multidisciplinary. Associative movement.
RÉSUMÉ
À partir de l’analyse et l'observation d'un groupe en psychothérapie formé par des proches de
personnes atteintes de maladies mentales graves, on décrit la dynamique et les aspects techniques de
ces groupes. Mais aussi, à partir des besoins exprimés de ces familles, on réfléchit sur le rôle des
proches dans le processus thérapeutique et le fardeau familial que leur suppose l’endurance de ces
troubles mentaux graves . Enfin, on souligne les revendications qu’ils formulent auprès des associations
de professionnels de la santé mentale et de la propre société.
Mots clés: Familles. Fardeau familial. Trouble mental sévère. Psychothérapie de groupe. Analyse de
groupe. Multidisciplinarité. Mouvement associatif.
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Grupo de familiares de pacientes con trastorno mental severo:
Aspectos dinámicos, técnicos y reflexivos a partir de una experiencia terapéutica grupal (Nota 1).
1.
LAS FAMILIAS EN SALUD MENTAL
La familia en salud mental se ha constituido tardíamente como objeto psicológico susceptible de
intervención terapéutica.
En la historia de la psiquiatría, la familia ha sido considerada un estorbo más que un elemento de
auxilio. Este hecho ha acompañado, implícitamente, que la mirada terapéutica se enfocara más en el
individuo, dejando “desenfocado” al grupo que lo acompañaba: su familia.
Fue a partir de la desinstitucionalización de los pacientes con trastorno mental severo cuando la familia
pasó a hacerse cargo de sus familiares enfermos, en especial de los psicóticos. Esto obligó a realizar un
cambio en la concepción de la visión de la familia, como elemento implicado en la psicosis, y requirió
darle a ésta una entidad y espacio como objeto de análisis e intervención. Sin duda y afortunadamente,
toda una reconceptualización, que atendería a sus propiedades y la haría compatible con la clínica y el
tratamiento integral de los trastornos mentales severos.
El concepto de familia, implicada en el tratamiento de los trastornos mentales severos, ha transitado
desde familias totalmente desvinculadas de la salud mental -especialmente en la era manicomial-, al
recelo y hastío por parte de los profesionales de sentir que tenían que atender a la familia –sobretodo a
la madre, como un agente únicamente iatrogénico, a partir de la terminología, muchas veces mal
entendida, de la “madre esquizofrenógena”(nota 2) -, a finalmente, darnos cuenta de la necesidad de
incluirlas como agentes terapéuticos en el tratamiento multidisciplinar que merece este tipo de
trastornos.
Con la desinstitucionalización se ha pasado de hospitalizaciones únicas y de por vida, a múltiples
hospitalizaciones parciales cuando son requeridas. Para esto último se necesita, desde luego, la
presencia y participación de las familias en el tratamiento de las personas con trastorno mental. Pero,
no solamente la familia, si no también las instituciones sanitarias. Por desgracia, aunque
afortunadamente cada vez menos, las familias siguen estando dejadas a su suerte en la tarea de
contener y cuidar a sus familiares (3), especialmente en momentos tan difíciles y llenos de fragilidad,
como sucede en la eclosión del trastorno. Además, y a pesar de su importante función, los cuidadores
suelen sentirse infravalorados y desatendidos por el sistema sanitario. Éstos, valoran una buena
comunicación y el ofrecimiento de información adecuada sobre la enfermedad, su tratamiento y el
acceso a los servicios sanitarios (4). Respecto a esto último, podemos pensar en si las dinámicas
relacionales -a menudo de índole disfuncional o la emoción expresada (como factor de riesgo de la
esquizofrenia y concepto que refleja la atmósfera emocional del ambiente de casa) (5)-, que se
establecen entre familiares y pacientes, son producto de la insuficiencia de recursos con los que se
cuenta y la falta de integración de las familias en el tratamiento, para hacer frente a los trastornos, o son
las propias dinámicas intrafamiliares, en su esencia, en parte generadoras de estas dinámicas (6).
Nosotros pensamos que ambas.
El caso es que la familia presenta un doble papel, por un lado el de familiar como apoyo de la persona
con enfermedad mental y por otro lado, el familiar como persona que tiene necesidades propias. Es
importante que la sociedad y los profesionales vean en la familia esta doble vertiente y se generen
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recursos para responder a ambas de manera adecuada. En la medida que la familia reciba los apoyos
adecuados y pueda atender a su familiar se facilitará una buena calidad de vida para todos (7).
Aunque cuidar de otros puede ser una experiencia altamente positiva, muchos autores describen su
impacto en términos de carga, tanto subjetiva (percibida), como objetiva (mala salud, carga económica,
rutina diaria ajena al cuidador) (8). La Organización Mundial de la Salud considera que, la carga de una
psicosis, para la familia y la sociedad, sólo es superada por la carga de la demencia y la tetraplejia (9). En
un estudio (10) realizado en cinco países europeos (Italia –como no, de sobras es conocido su interés
por las cuestiones comunitarias y por la implicación de la familias en la salud mental-, Reino Unido,
Alemania, Grecia y Portugal) se dice que los cuidadores de adultos con esquizofrenia pasan un promedio
de 6 a 9 horas diarias proporcionando cuidados.
La participación de la familia parece fundamental. Puede constatarse que, sin su ayuda y colaboración,
los pacientes no mejoran (11). A pesar de esto, según estudio del año 2007 (12), una tercera parte de
familiares sienten que no están involucrados en la toma de decisiones por lo que respecta al
tratamiento de sus familiares. Además, muchos cuidadores refieren que se sienten marginados e
invisibles ante los servicios médicos (13). Ante esta situación, no resultando suficientes sus ganas de
colaborar, se piensa que es imprescindible se dispongan espacios donde poder éstas encontrarse con
apoyos que respondan a sus necesidades como personas ya que, en ocasiones, ejerciendo de cuidadores
se olvidan de sí mismos. Por ello, se piensa que las familias deben convertirse en destinatarios directos
de recursos asistenciales que favorezcan su bienestar. Es algo necesario y saludable para la familia como
para los pacientes. Se sabe, desde un enfoque sistémico, que si la familia está bien, la persona con
trastorno mental también se estabiliza.
Rescatando un trabajo de Castilla et al. del año 1998, cuyo título es “la carga familiar en una muestra de
pacientes esquizofrénicos en tratamiento ambulatorio” (14), se percibe que las cosas siguen más o
menos parecidas. Parece que el sistema comunitario puede inducir a una menor dependencia de los
servicios sanitarios -especialmente los hospitales- y se cree que mayor carga en las familias, hecho que
muchos profesionales no tienen en cuenta. Además, en el contexto de la actual crisis económica y los
recortes presupuestarios en la sanidad catalana, la familia va a tomar aún más protagonismo como
puntal en la terapéutica de los trastornos mentales. Este hecho, puede propiciar también una mayor
carga familiar. Sin duda, es una cuestión que no puede permanecer ignorada ni a nivel sanitario ni social.
Si se quiere ser eficaz en el tratamiento comunitario, tendrá que valorarse la morbilidad futura en las
familias y aportar el apoyo necesario a éstas (15). Y…, teniendo en cuenta la cronicidad de muchos de
los trastornos mentales graves y la larga sobrecarga que genera en los familiares, deberán establecerse
soluciones consistentes y a largo plazo. Se debiera contar con todos los recursos asistenciales
disponibles, creándose programas de apoyo familiar en los centros sanitarios, así como en otros
recursos inmersos en la comunidad y en la sociedad.
Una vez más, es la clínica y el sincero encuentro con las personas que atendemos, quienes nos enseñan
acerca de la salud mental. A partir de un grupo de familiares de personas con trastorno mental severo
se expone en este trabajo, a través del análisis y observación grupal, las dinámicas grupales y aspectos
específicos de este tipo de grupos. Sin quererlo inicialmente, pero como efecto secundario e inevitable
al grupo, se abren muchas puertas al pensamiento y a la reflexión acerca del papel de las familias en
salud mental, de la carga familiar que soportan y de la necesidad en incluirlas en programas de
intervención de los trastornos mentales severos. Finalmente, se destacan las demandas de las familias,
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que mediante el asociacionismo, a veces como único medio, realizan a los profesionales en salud mental
como a la propia sociedad.
2. EL “GRUPO DE FAMILIARES”: NUESTRA EXPERIENCIA
2.1
Justificación
En un centro de salud mental, de tradición comunitaria e inspiración psicoanalítica, donde se realizan
actualmente hasta 7 grupos terapéuticos de diversas modalidades y estilos, el “Grupo de Familiares”,
cómo se le conoce familiarmente entre nosotros, es de los primeros grupos que se vienen realizando,
desde hace ya muchos años, en nuestro centro.
La razón principal de la existencia de este grupo responde al hecho de entender que la familia forma
parte de las vida de los pacientes –obviedad a menudo negada en los sistemas sanitarios- y que debe
ésta incluirse en el tratamiento de los pacientes, sobretodo y especialmente, con trastornos mentales
severos (TMS).
Entendemos por TMS, aquellos trastornos afectivos tipo bipolaridad y depresión grave recurrente o
refractaria muy consolidados, trastornos con conductas anómalas con/sin consumo concomitante de
tóxicos de larga evolución, pacientes con trastornos de la personalidad –especialmente los del espectro
limítrofe- y los trastornos psicóticos con tendencia a la cronicidad.
Aunque el entorno familiar puede jugar un papel fundamental en las recaídas o descompensaciones de
los pacientes con TMS también puede, en pos de rescatar la badaracciana virtualidad sana de las
personas, ser un sistema protector y posibilitador de mejoría para el individuo que está “señalado”
como el enfermo de la familia. Por lo tanto, pensamos que es importante englobar a la familia en el
abordaje del trastorno. No solamente por su influencia en el curso de la enfermedad, sino también por
la carga y el sufrimiento emocional que esta comporta en todo el núcleo familiar.
Desde nuestra propia asistencia clínica, lugar privilegiado desde donde deben analizarse las necesidades
de nuestros usuarios, recibimos –a veces en forma de recelo, desesperación, a menudo con miedos
paranoicos, insana culpabilidad y otras muchas con cierta rabia y exigencia- el input de necesidad, por
parte de las familias, en recibir más apoyo e información acerca de la dolencia de sus familiares y
estrategias de afrontamiento.
Creemos con firmeza y tratamos con coherencia, el apostar por las familias y su apoyo en el tratamiento
multidisciplinar de la patología mental severa. Sin embargo percibimos que, a veces, delegamos
responsabilidades que generan importantes losas emocionales en las familias. Éstas, que pueden
convertirse, en auténticos compañeros terapéuticos, sin olvidar su auténtico rol esencial de padres,
parejas, hijos..., necesitan también que les cuidemos y escuchemos. Aunque hacen lo posible por sacar
adelante a sus familiares con TMS, a menudo y desde la buena voluntad, yatrogenizan y agravan más la
situación psicopatológica de los familiares alterando la homestasis familiar. Unas veces no saben que
están haciendo mal, aunque son auténticos expertos en psiquiatría, y otras, se encuentran tan pegados
emocionalmente a sus familiares, en relaciones de interdependencias patológicas, que necesitan de un
otro para entender que está sucediendo. Estas interdependencias patógenas conllevan un importante
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Aspectos dinámicos, técnicos y reflexivos a partir de una experiencia terapéutica grupal (Nota 1).
sufrimiento en ambas partes, en la familia como en el paciente, siendo a nuestro entender dificultades
similares y especulares que se encuentran centralizadas en un sólo miembro. Es, mediante la
intervención grupal, donde puede posibilitarse el diferenciar y repartir las diferentes responsabilidades
y aspectos emocionales de cada miembro del sistema familiar.
2.2 Características del grupo
El grupo se estima para ocho y hasta doce personas que sean familiares de personas con algún tipo de
TMS de nuestro centro de salud mental. Inclusive, si alguna persona está siendo visitada por algún
trastorno mental leve (habitualmente adaptativo o reactivo a su situación familiar) y tiene algún familiar
con TMS, sea del centro o no, también se le puede incluir en el grupo. Normalmente se suele comenzar
el grupo con un número elevado de asistentes, ya que suele sucederse en los inicios del grupo,
abandonos. Como ejemplo y modelo para este trabajo, hemos basado nuestras observaciones en base
a un grupo que realizamos en el periodo comprendido entre febrero del 2010 a abril del 2011. Los
integrantes del mismo nos animaron a poner palabras a lo que venimos realizando desde hace años. Se
inició con 13 miembros y acabó con 8.
Cuando hablamos de familiares, nos estamos refiriendo a padres, parejas e hijos. En nuestro grupo se
encontraban todos los anteriores. El que hubiesen varias generaciones en el grupo permitió que se
repitieran y reeditaran transferencialmente patrones paterno y materno filiales que podían ser
repensados y resignificados a partir de nuevas experiencias emocionales. Concretamente, el grupo
estuvo conformado por un hombre y el resto mujeres. La presencia mayoritaria de la mujer es algo que
viene siendo habitual en este tipo de grupos, creemos fuera interesante estudiar este hecho mediante
un análisis psicosocial.
Se solicita que los familiares derivados al grupo posean cierta capacidad introspectiva o que hayan
asistido antes a algún grupo psicoeducativo centrado en las características de los TMS. Es un requisito
también, el que tengan motivación para entender mejor el sufrimiento de sus familiares con TMS y
puedan ayudarlos, ayudándose antes -como veremos posteriormente-, ellos mismos. Para aquellos
familiares con dificultades de introspección o importante desconocimiento de la patología mental de sus
familiares (síntomas de alarma en los pródromos, tratamientos, cuestiones legales, sociales…) creemos
oportuno otro tipo de grupos más pedagógicos –no confundir con puramente cognitivos- como son los
de enfoque psicoeducativo (16-17). A veces, estos últimos son denostados o calificados peyorativamente
como grupos no movilizadores para el cambio. Kanas, padre de la psicoterapia de grupo de enfoque
integrador, considera que los grupos psicoeducativos prestan poca atención a las necesidades
interpersonales, no corrigen interacciones desadaptativas en el aquí y ahora y pueden no cubrir temas
de relevancia para los miembros del grupo (18). Pensamos que son indispensables y que el
desconocimiento del trastorno mental y las implicaciones sociofamiliares secundarias a éste conlleva la
necesidad de estos grupos, como base principal para trabajar, otros elementos del orden de las
emociones y de los sistemas relacionales. Son, por decirlo de algún modo, el “abc” necesario, para
poder aprovechar mejor los grupos terapéuticos centrados en las relaciones intra e interpersonales de
los miembros del grupo, entre ellos, y con sus propios familiares a nivel extratransferencial..
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Aspectos dinámicos, técnicos y reflexivos a partir de una experiencia terapéutica grupal (Nota 1).
En cuanto a la temporalidad, frecuencia y duración de la sesiones del grupo este es anual, quincenal y de
hora y media. Durante los primeros dos o tres meses de iniciado el grupo este permanece abierto a la
incorporación de nuevos integrantes. Posteriormente se cierra y queda constituido el grupo.
El lugar físico donde se realiza es en el propio centro de salud mental, en una sala grande, que se
encuentra entre los diferentes consultorios de los diferentes profesionales del centro asistencial.
La derivación de los familiares puede partir de todos los profesionales del centro de salud. A estos
últimos, se les pide y sugiere, que dediquen un tiempo (a veces son necesarias varias sesiones) para
explicar de forma concisa: para qué, cuándo y dónde será el grupo. Este punto constituye, a nuestro
modo de ver, un punto fundamental para el inicio de un buen vínculo en el grupo y evitación de
repentinos abandonos (a veces sordos y yatrogenizantes, si no se pueden rescatar o resignificar
mediante una llamada telefónica o una cita individual en la consulta). A continuación, los derivantes se
ponen en contacto con los profesionales que harán el grupo, indicándoles, a poder ser verbalmente, el
nombre y datos de contacto de la persona que asistirá al grupo y la persona con TMS que es familiar de
aquél. Posteriormente, los futuros miembros del grupo son telefoneados o visitados individualmente,
esta vez ya por los propios conductores, para explicarles otra vez (a veces por primera vez) cuál es la
finalidad del grupo y explorar, la existencia de motivación, firme compromiso para acudir a las sesiones
y expectativas que se tienen acerca del grupo.
El grupo lo realizan dos conductores: un psiquiatra (JMR) con formación en psicoterapia grupal e
individual y una trabajadora social (MAV) del centro con una larga experiencia en este tipo de grupos y
en los dispositivos sociosanitarios de nuestra comunidad. Ambos disponen, junto a los otros
profesionales del centro, supervisión clínica de grupos por el grupoanalista Miquel Sunyer y espacio pre
y posgrupo de treinta minutos para reflexionar sobre lo acontecido en cada sesión. Acabada cada
sesión, de cara a preservar la memoria grupal y poder realizar un ejercicio de reflexión conjunta, se
procede a su transcripción.
La orientación psicoterapéutica del grupo es integradora. En los grupos, y más en el contexto de la
pública, uno debe estar dispuesto a dejarse flexibilizar, inclusive su propio modelo teórico. El grupo, en
parte, moldea a los terapeutas. A pesar de ello, inicialmente se trato de mantener un encuadre ligado a
una orientación grupoanalítica (19-25). Sin embargo, la necesidad de los propios integrantes del grupo
nos condujo a la afortunada heterodoxia. En el grupo, aún siendo de inspiración analítica grupal, si nos
permitíamos, atendiendo a necesidades inmediatas del grupo, que imposibilitaban el devenir del
proceso terapéutico, dar información práctica acerca de recursos sanitarios, aclaraciones acerca de los
TMS… Siendo cierto, que no nos entreteníamos en eso, y a veces lo interpretábamos como una defensa,
empezamos a reparar que, al igual que para procesar una información, un individuo requiere de cierta
calma o confort emocional, también lo cognitivo contiene, estructura y calma. El hecho de conducir el
grupo una trabajadora social y un psiquiatra psicoterapeuta enriquecía las informaciones que se
aportaban, sobre todo porque se realizaban desde un punto de desde vista psicobiosocial. Así pues,
puntualmente, dedicábamos algunos minutos para elementos más de orden pedagógico y de
información, resultando éstos, a veces incluso, más útiles que cualquier psicoterapia (sin ser esta
sustituida por aquellos).
Y aunque los hemos ido citando, los objetivos del grupo son:
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Aspectos dinámicos, técnicos y reflexivos a partir de una experiencia terapéutica grupal (Nota 1).
a) Favorecer un espacio propio para las familias, no solamente como cuidadores, si no
también, como personas.
b) Autoconocimiento y desarrollo personal, independientemente de su condición de familiar
de un paciente con TMS
c) Potenciar, de una forma más sana, la implicación de la familia en el proceso terapéutico.
d) Compartir sus vivencias y experiencias, para sentirse más acompañados y favorecer la
aparición de oportunidades y situaciones capacitadoras que permitan convertir las
potencialidades en competencias personales.
e) Explorar las dinámicas familiares cotidianas, a partir de las que se puedan escenificar en el
propio grupo, con los integrantes entre sí, con los conductores y con el propio grupo.
f)
Proporcionar información adicional en relación a los diferentes servicios y recursos, en caso
de ser necesario.
g) Aclarar conceptos acerca de los TMS (clínicos y terapéuticos), en caso de ser necesario.
h) Vehiculizar las demandas y comunicar hechos relevantes del grupo al resto de los
profesionales del centro, especialmente a quienes hayan derivado algún familiar al grupo.
Respecto al último objetivo citado, mencionar que surge a partir de la necesidad de dar voz a los
familiares de TMS. En el grupo, se nos habla de la impotencia que les genera el no poder acudir con sus
familiares enfermos a la consulta del psiquiatra, para saber de su evolución y poder ayudar en lo que
sea. Se sienten muchas veces excluidos del tratamiento, sobre todo, cuando el profesional no les
permite entrar siquiera en la consulta ni se molesta en querer saber porque acompañan al paciente.
2.3 Dificultades previas al grupo: la función convocante y confusiones identitarias
Para la realización de un grupo terapéutico deben existir varias condiciones necesarias y suficientes para
la organización del grupo. Sunyer, nos habla de funciones (19), aludiendo al término de función bioniano
(nota 3), y distingue cinco: la convocante, presencial, higienizante, verbalizante y la teorizante. Todas
ellas son relevantes, sin embargo, creemos que la convocante –especialmente en el ámbito de la
pública- a veces se descuida, perjudicando así el proceso grupal desde sus inicios.
De estas funciones, descritas por Wilfred Bion, quisiéramos hablar de la primera. La función convocante
sería aquella que tendría que ver con la capacidad de los conductores del grupo para convocar, valga la
redundancia, a las personas que formarán el futuro grupo. En nuestra opinión, es de las funciones más
importantes, quizás la primordial. Si no se lleva a cabo correctamente puede llevar, como veremos en
adelante, a numerosas dificultades en todo el proceso del grupo.
Sin embargo, creemos que existiría, incluso antes de la función convocante, otra función también
relevante. Ya hemos hablado de ella, en parte, en el apartado de justificación y en la introducción de
este trabajo. Podríamos denominarla “función reflexiva”. Esta se relacionaría con el “antes del hacer” y
por tanto de la propia función convocante. Contendría aspectos complejos, dignos de ser pensados, que
resultarían terapéuticos si son elaborados. Nos estamos refiriendo a las motivaciones –conscientes e
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inconscientes- para hacer un grupo, las necesidades reales que requieren al grupo (la de los usuarios, los
propios terapeutas, las administraciones, instituciones o todas), del modo de entender la psicogénesis
del trastorno mental, los posibles efectos de llevar a cabo el grupo, el espacio (tanto el físico como el
mental) más adecuado para su realización, el pensar en la realización del grupo de forma individual o en
coterapia (con lo que conllevaría la elección de una “pareja de baile” con cierta afinidad), el análisis del
contexto donde se lleva a cabo y una, de muy compleja, que sería la del apoyo de la institución como la
de tus propios compañeros.
Sin embargo y volviendo a la función convocante, quisiéramos comentar importantes dificultades que ya
empezaron a surgir antes del comienzo del grupo.
Los avances tecnológicos, tan al servicio de facilitar nuestras tareas habituales, pueden ser un
impedimento y predisponer a la confusión. En el caso de los avances en las labores administrativas y de
registro de la actividad asistencial, llevada a término en muchos centros ambulatorios nos encontramos
una limitación técnica, que cristalizó en una interesante reflexión. Resultó que, a pesar que las personas
que iban a recibir nuestra ayuda eran los familiares, administrativamente debían figurar en los registros
y agendas electrónicas el nombre del familiar con TMS por el cuál la familia acudía. El propio programa
informático, y obviamente quien(es) pensaron en éste, no repararon en la idea de poder incluir, a los
familiares, como usuarios de los servicios asistenciales. No existía espacio electrónico (mental o virtual)
para ellos. Así que, aunque los teníamos presentes, en las hojas administrativas sólo figuraba el nombre
de la persona con TMS. Este acontecimiento, que parece baladí, nos llevó en los inicios del grupo a
confundir a los pacientes con TMS con los propios familiares. En realidad, los familiares sí son usuarios
del centro, pero…¿en calidad de qué?, ¿de enfermos o usuarios?, ¿de familiares, que vienen a recibir
pautas para ayudar a sus hijos, porque ellos no presentan ninguna dificultad personal?, ¿de cuidadores,
qué a veces creen, o se comportan, irremediablemente, como profesionales en salud mental?
2.4 Inicio del grupo
Soledad, sufrimiento, desesperanza, necesidad de pautas, rol de cuidador y la pérdida de identidad de
los familiares como la de los mismos pacientes.
A continuación, aportamos y analizamos, a partir de un grupo realizado en el 2010-11 y nuestra
experiencia grupal acumulada desde hace años, elementos observados que pensamos, pueden ser algo
más específicos en este tipo de grupos. Desde nuestra necesidad, y para hacernos entender en este
trabajo, hemos clasificado por fases (iniciales, intermedias y de terminación) diversos aspectos
presentes en el proceso terapéutico. Pensamos que son aspectos no estancos y que, desde la
compulsión a la repetición y momentos de regresión, se van repitiendo con diversas caras y formas a lo
largo del proceso psicoterapéutico.
Como hemos comentado anteriormente en los inicios del grupo existía cierta confusión de identidades.
Inicialmente, fue nuestra propia dificultad la que nos llevaba a confundir a los familiares con los propios
pacientes, sin embargo y posteriormente, mediante fenómenos especulares de las propias dificultades
de los pacientes TMS vimos, que quizás, nuestra confusión inicial profetizaba aspectos propios de la
identidad, que se sucederían en el devenir del grupo. A parte de esto pensamos, que los propios
profesionales nos descargamos demasiado, apoyándonos en la precaria contención de los familiares y
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favorecemos, a veces, identidades malsanas tanto para los familiares como para los pacientes. Así, a
menudo se puede escuchar, en los equipos de salud mental: “hoy he visto a la madre del esquizofrénico
tal…”.
Desde estas confusiones identitarias apreciamos, como los familiares se presentaban en el grupo a
través del hijo, madre o pareja enferma y se posicionaban claramente en roles de cuidadores y
sufridores del trastorno mental de su familiar. Así, y es algo habitual en este tipo de grupos como en los
multifamiliares (27), una de las cartas de presentación de los familiares es la siguiente: “vengo a ayudar
a mi hijo”. Pensamos, que tal posicionamiento, de entrada, puede condicionar en el familiar con TMS un
rol o función de cuidador, en el que se le ubica en un estado muy inamovible así como posiblemente
estabilizador, desde la teoría general de sistemas (28), convirtiéndose sin quererlo, en una pieza clave
del mantenimiento de una homeostasis familiar con rasgos patológicos.
En el núcleo de las familias los roles tienen tendencia a ser fijos, no sólo porque cada uno tiene miedo al
cambio, sino porque los otros (los familiares) se encargan de hacerle sentir al enfermo que el cambio
puede no serle beneficioso. Ciertas formas de vivir las relaciones y los vínculos conlleva, que los
conflictos y los síntomas se perpetúen y que se precisen modificaciones en la forma habitual de convivir. De este modo, el paciente podrá ir haciendo cambios y se situará de una forma diferente con sus
dificultades y con su propio crecimiento. En fases más avanzadas del grupo, vemos que esta idea fija en
el “no cambio”, en momentos de más intensidad grupal, especialmente cuando se les señala a los
integrantes su propio rol de cuidadores, se torna más oposicionista y ambivalente (29). Sin duda cuesta
sacar a los familiares de ese rol.
Esta forma de presentarse, su forma de relacionarse por roles o funciones, a través de su familiar con
TMS, era pensada por nosotros, como muestra de su dificultad para irse presentando como una persona
con limitaciones, temores, necesidades y sobre todo entramados emocionales difícilmente expresables,
si no son a través de (l) otro o en calidad de cuidadores; de alguien a quien colocan parcialmente,
mediante la identificación proyectiva, sus propias dificultades y limitaciones.
A veces el rol de cuidador/a surge como forma de herencia ambiental frente a la genética. Así como en
la segunda es difícil incidir, en la primera, a nivel psicoterapéutico, si se puede trabajar. A pesar de ello,
algunos familiares están muy adheridos a ese rol. Nos contaba una integrante del grupo como toda su
vida había sentido que tenía que cuidar del otro. Nos decía, que cuando era pequeña, tuvo que cuidar
de su hermana que falleció de cáncer, luego de sus padres y ahora de su hijo. Se sentía agotada y con
una fuerte presión, que le inducía a no poderse relajar ni un instante y a estar, de una forma muy
exigente, cuidando de todos.
Cuando las funciones del cuidado recaen únicamente o más puntualmente en uno, la sensación de
soledad y de exigencia puede resultar abrumadora. Así mismo y quizás por un mero hecho tradicional
como cultural, por el cuál el cuidado de la familia ha recaído más en la mujer que en el hombre, la
mayoría de integrantes en este tipo de grupos suelen ser mujeres (30). Muy a pesar que los tiempos van
cambiado, la mujer es la que desde el nacimiento de su hijo empezó a cuidarlo, a “mirarlo” a los ojos y
éste ha sentirse visto. Los varones, muchas veces desde una “psicofobia” tradicional, no suelen acudir a
este tipo de grupos. Pensamos también, que las habituales relaciones de dependencia madre e hijo,
dejan fuera toda oportunidad mediante la cuál, el padre podría participar en la tarea de cuidar de su
hijo. Muchos padres permanecen ausentes en el trastorno de sus familiares porque no se les ha dado un
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Aspectos dinámicos, técnicos y reflexivos a partir de una experiencia terapéutica grupal (Nota 1).
espacio como padre, o la relación de pareja es muy precaria y la madre establece una relación de tinte
conyugal e “incestuosa” con el hijo. Otras, simplemente el padre se desentiende.
Otra integrante del grupo explicaba que, cuando su esposo tenía un brote psicótico lo anunciaba a toda
su familia. Cuando la familia acudía para socorrerla ella respondía con evasivas y decía que ya no era
necesario que viniesen, porque ya estaba todo solucionado. Así expresaba impotencia pero no la
aceptaba. Negaba la ayuda ofrecida por sus hijos, que lástimosamente permanecían al margen de la
enfermedad de su padre, y se alejaban del contacto con éste. Esta misma persona justificaba esta acción
diciendo que no quería que sus hijos supieran del trastorno de su padre por miedo a que enfermaran y
contrajeran “una esquizofrenia”. Este miembro no aceptaba sus limitaciones, sentía un control
omnipotente sobre la enfermedad de su cónyuge y disociaba, en parte, a su familia al no desear que
viniesen a casa “porque ellos ya tienen sus propios problemas, a mi me toca cuidar de mi marido y
punto…a ver si se les pega su enfermedad”. Con esta simple viñeta se observa cómo, desde una
importante dependencia y una necesidad de cuidar a su familiar enfermo no se deja mucho espacio o
permite la entrada en el cuidado a otros cuidadores, que habitualmente son los esposos, o la propia
familia.
Con este rol de cuidadores algunos miembros del grupo nos decían que habían perdido su propia
identidad. Que sólo eran cuidadores, especie de psiquiatras, educadores, que ya no hacían de madre,
esposa o hija de. Que la enfermedad de su familiar les había conducido a abandonar aficiones,
relaciones de amistad y sobre todo su identidad y espacio personal de disfrute. Una integrante del grupo
decía que “a veces me llego a sentir un cero a la izquierda”.
En estas fases iniciales del grupo vimos también como los familiares nos preguntaban cuál era la
finalidad del grupo, qué tenían que hacer y para qué estaban allí. Así, y especialmente miembros muy
exigentes y con roles sociales más estructurales (31) formulaban demandas con altas expectativas
acerca de las posibles soluciones, pautas y consejos activos que los conductores del grupo, como
objetos idealizados con la atribución de máxima sabiduría y profesionales expertos en la materia, jueces
y conocedores de su sufrimiento, les iban, por arte de magia a otorgar. También algunos miembros,
desde sentimientos de culpa, nos preguntaban si su actitud y conducta hacia sus familiares era la
correcta. Sin duda los familiares, desde un supuesto básico de dependencia (32), nos colocaban en
numerosas ocasiones en otro rol del cuál, como ellos mismos en su rol de cuidadores o familiares de,
nos era difícil salir. Cuando en el grupo se nos preguntaba o realizaba directamente demandas muy
exigentes podíamos actuar de dos formas: o nos limitábamos como una madre suficientemente buena a
desilusionar progresivamente (33), frustrando las demandas infantiles y situándolos lentamente al
principio de realidad y en el aquí y ahora grupal o se las satisfacíamos. En el “desilusionarles”,
tratábamos de hacerles ver, que nosotros y lo que ellos nos proyectaban, como si fuésemos las
autoridades sanitarias, no se lo podíamos dar; ni solamente simples pautas en el grupo ni más recursos
asistenciales. Tenían que ver, por sí mismos y con nuestra ayuda, que poder hacer o como situarse de
otra forma con sus familiares. Esa era la finalidad del grupo.
Aunque a veces las demandas eran propias de alguien que se va metiendo en un grupo terapéutico por
primera vez, que presenta la ansiedad propia del inicio de un grupo (25 y 34), otras eran estratagemas
para irse del grupo (actuación y resistencia). Aún así, también existía la necesidad de dar pautas
estructurantes o aportar elementos pedagógicos como informativos acerca de necesidades imperiosas
de los familiares. Desde el cargo de psiquiatra, muchas veces tuvimos que hablar de psicofármacos, de
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Grupo de familiares de pacientes con trastorno mental severo:
Aspectos dinámicos, técnicos y reflexivos a partir de una experiencia terapéutica grupal (Nota 1).
los diagnósticos…y, desde el cargo de trabajadora social, de redes sociales, recursos de la red en salud
mental, centros de rehabilitación, residencias, legislación… Sin regodearnos en dichos contenidos
creemos que es necesario porque es necesario para las personas del grupo, sin más. Nos damos cuenta
también, como a veces, elementos más cognitivos, que aportan información concreta acerca de algún
requerimiento de un paciente, son más útiles que un tipo de intervención en la que no se tiene tan en
cuenta estas necesidades y se descontextualiza a la persona que se trata.
Las demandas iniciales, desde el rol de “padre, esposo, hija de…” de los miembros del grupo consistían
en pautas para cuidar a sus familiares. Sin duda, cuidar a los familiares ya lo hacen: los acompañan a
todas las citas, dejan su trabajo, sus aficiones, les cocinan para ellos, se encargan de la toma de su
medicación… Lo que tratábamos de transmitirles era la necesidad de apoyo y encuentro emocional
(familiar) entre ellos y sus familiares. A pesar de ello, y teniendo en cuenta que eran los inicios del
grupo, los miembros del grupo persistían en esta idea del cuidado, como única forma para relacionarse
con sus familiares.
El caso es que nos encontramos ante familiares que son auténticos “expertos en salud mental”. Había
una mujer del grupo que nos decía que ya iba por el tercer libro de trastornos bipolares, que acudía a
todas las charlas sobre la enfermedad de su esposo con la finalidad de poderle ayudar y entender mejor.
Incluso, hay familiares que conocen, mucho mejor que los profesionales, que posibilidades terapéuticas
pueden existir ante las dificultades de sus familiares. A pesar de ello, parece que el conocer la
enfermedad del familiar no era suficiente para manejar aspectos más de índole emocional. Desde
afuera, los diferentes miembros del grupo identificaban muy bien que debían hacer los otros familiares
con las relaciones y conductas de sus familiares. Sin embargo, la dificultad existía cuando uno tenía que
verlas por sí mismo y con la ayuda del grupo. Los entramados emocionales personales, con el familiar y
las relaciones de interdependencia patológica imposibilitaban la salida de los miembros de estos
estados y la capacidad de relacionarse de una forma más adaptativa con sus familiares.
En adelante y también en la fase inicial del grupo predominaba el despliegue de su escena interna, de
forma muy manifiesta, mediante el sufrimiento y angustia interna que les genera la relación con sus
familiares enfermos. Así, entraban en un estadio, en el que predominaba un pensamiento evacuatorio y
catártico, sin la posibilidad de una posterior elaboración mental. La queja hacia sus familiares se
tornaba, en una identificación proyectiva masiva (35), en la imperiosa necesidad de descargar todo el
malestar que llevaban dentro.
Muchos de ellos nos decían, tras dedicar largo tiempo del grupo a describir de forma pormenorizada
acontecimientos traumáticos y conductas de sus familiares, como había sido la primera vez (en el
grupo), en mucho tiempo, que habían podido expresar su malestar y sobre todo sentirse escuchados por
nosotros y el resto del grupo. Este hecho nos hace pensar como la familia no es escuchada, en su
sufrimiento, por los profesionales de la salud mental -que serían representados por los conductores del
grupo- que atienden a sus familiares y que están muy solos en ese sufrimiento, no pudiéndolo compartir
con el resto de su familia –es decir, el resto de integrantes del grupo.
Algunos miembros, sobre todo quienes posteriormente serían los que más se habían visto en plena
soledad y con experiencias realmente trágicas con sus familiares, expresaban su desesperanza
cuestionándonos la utilidad del grupo. Nos decían “llevo toda mi vida dándole vueltas a posibles
soluciones para mi hijo y ahora con esta reunión ustedes piensan que voy a solucionar algo”. Estamos
seguros que le han dado mil vueltas a sus desgracias, insatisfacciones y dificultades con sus familiares, lo
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Grupo de familiares de pacientes con trastorno mental severo:
Aspectos dinámicos, técnicos y reflexivos a partir de una experiencia terapéutica grupal (Nota 1).
que no estamos tan seguros es si lo han hecho en compañía. Es decir, con la posibilidad que el grupo
dispone, para poder salir de laberintos rumiativos sin salida alguna, si uno, en soledad, trata de buscarla.
De forma didáctica y señalatoria para el grupo comentábamos esta situación como el “ranking de
enfermedad”. El grupo comenzaba a expresar lo mal que lo pasaban con sus familiares, a nivel
relacional, y en el sentido de tener que llevar una carga muy solos. La queja y la necesidad de
demostrar, sobre todo quienes tenían más dificultades para empezar a verse a sí mismos en la relación
con el otro como un igual, se convertía en un subterfugio para huir de sí mismos y demandar
comprensión por parte de los profesionales. Pronto y como en las fases iniciales de la psicoterapia, el
grupo se convertía en un auténtico container donde poder evacuar su sufrimiento. A menudo se decían
entre ellos: “eso si que es suerte, mi hijo si está mal…y ¡uy! esto que cuento no es ni la mitad de lo que
pasa en mi casa”, “todavía no os he contado ni la mitad de las cosas que le han pasado a mi marido”,
“esto es insufrible”, “sólo queda resignarme”, “cuando me muera ya descansaré”, “no hay nada que
hacer”. Lo que contaban se convertía en un “ranking”, en donde resultaba difícil intervenir y en donde
nuestro papel consistía en escuchar empáticamente, comprendiendo su sufrimiento, posibles
sentimientos depresivos y su dificultad para salir de todo esto si no era mediante la queja y la
evacuación emocional. En estas fases, los conductores deben mantenerse expectantes, en escucha
activa, muy pacientes y sin entrar en señalamientos hacia esa queja y evacuación emocional continua.
Interpretaciones o señalamientos prematuros a la ”persistente queja”, como forma de resistencia a
avanzar en el grupo, a reconocer sentimientos de impotencia y tristeza, pueden ser vividos por los
integrantes como auténticas colusiones hacia su persona, potentes heridas narcisistas y en
consecuencia, caer en un difícilmente salvable refugio psíquico, en el que activamente ya no se quiera
volver a intervenir en el grupo, seguir con la queja, a dejar la terapia o, en los mejores casos arremeter
duramente contra los conductores. Esta última posibilidad nos hace pensar que, muy a pesar que pueda
dar la sensación que los miembros del grupo, que no paran de quejarse “centrífugamente” de sus
familiares, de las instituciones etc..., son incapaces de escuchar la salida a esa queja mediante los
conductores y el grupo. Si parece que las intervenciones de los otros, vividas como más horizontales, si
calan en sus adentros desde el momento en que se defienden mordazmente ante nuestros
señalamientos que explicitan su dificultad.
Creemos también que, para poder ir incorporando elementos nuevos y abrir nuevas puertas para el
pensamiento primero tienen los familiares que ir “vaciándose” de quejas tóxicas y de sufrimiento no
rentable. Esta queja no deja de ser la única forma posible, en los inicios del grupo, para poder expresar
su sufrimiento. Posteriormente, y para dar paso a elementos más operativos, la queja deberá ir
desapareciendo.
2.5 Fase intermedia del grupo
Mimetismo sintomático, la queja a los profesionales, omnipotencia, dependencia, y la etiqueta
diagnóstica como muro entre los familiares.
En esta fase se observa más cohesión en el grupo, los miembros llegan más puntuales, se avisan entre
ellos y a nosotros si no van poder asistir. Parece que cuidan más su grupo, existe mayor entidad grupal y
sobre todo más confianza en ellos mismos y en nosotros. Incluso, algunos se sienten más acompañados
fuera del grupo. Así pues, comentaba un miembro del grupo como “llevaba al grupo en la cabeza
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Aspectos dinámicos, técnicos y reflexivos a partir de una experiencia terapéutica grupal (Nota 1).
(introyección), especialmente ante situaciones difíciles, manteniendo conversaciones con el grupo para
sentirse acompañada y sentir que le aconsejaba el grupo para manejarse mejor”.
También en esta fase apreciamos de forma más notable otros elementos a destacar. Uno de ellos es la
repetición o mimetismo sintomático de los propios integrantes con la sintomatología de los pacientes o
familiares por quienes al grupo acuden. Observamos por ejemplo, como algunos miembros se quejaban
de sus familiares enfermos porque no escuchaban sus consejos, comentarios… Curiosamente y por
procesos de identificación proyectiva veíamos, como éstos mismos que se quejaban, presentaban
dificultades en el grupo para seguir o atender lo que se les decía.
Esta asombrosa identificación sintomatológica de los cuidadores con sus familiares con TMS no deja de
ser un ejemplo de la semejanza y sobre todo dificultad de separación-individuación entre ellos. Así,
mediante la proyección de los integrantes, destacaríamos la codependencia entre los miembros del
grupo y sus familiares, la paranoia –en forma de culpa-, la omnipotencia –en no poder reconocer sus
dificultades más humanas- y la dificultad en el dejarse ayudar.
Por lo general, muchas de las características que presentan los enfermos las encontramos también en
los familiares. Del trato que recibimos de los primeros podemos deducir cómo son los segundos y en
particular cómo fueron tratados los pacientes por sus padres cuando eran niños (36). En el grupo, ahora
los familiares, nos tratan (y se tratan entre ellos) como tratan a sus propios familiares enfermos y
posiblemente, cómo también fueron tratados por sus propios padres. A medida que avanza el proceso
grupal, y sobre todo en las fases finales los miembros van pensando en la relación con sus padres y van
pudiendo verbalizar sus sentimientos que tuvieron respecto a ellos. Con ello se logra que empaticen
mucho con sus familiares, a veces se reconcilian con sus propios padres y empiezan a “ver” mejor y con
amor a sus propios hijos.
Otro aspecto interesante que vimos fue, como a medida que avanzaba el grupo, la queja hacia sus
familiares enfermos iba agotándose y aparecía otra y muy contundente hacia los profesionales. Otra
queja, de matices distintos respecto la que hacían a sus familiares. Ésta se siente más cercana a la propia
impotencia de los familiares y a su reclamo de lo que la familia considera que “nosotros” debiésemos
hacer. Un “nosotros” que abarca, desde el grupo hacia el exterior, a los conductores del grupo, a los
profesionales del centro de salud mental, a la propia institución, a los sistemas sanitarios y a la propia
sociedad. Pero…, ¿Desde dónde surge esta impotencia? Posiblemente desde unos sentimientos de
omnipotencia, una sensación de sentirse imprescindibles para sus familiares con TMS y una brutal
exigencia culposa consigo mismos que no están pudiendo satisfacer y que necesitan “colocar” y
“expulsar” en “nosotros”.
Desde esta queja continua a los profesionales y a las instituciones, desde una dependencia malsana,
donde los familiares creen, que si existiesen más medios ellos no sufrirían, puede apreciarse en las
familias un yo ideal muy acuciante. Los familiares, mediante un vínculo en el que los otros
(profesionales, instituciones…) son una especie de “ideal del yo” construido sobre la base de un yo ideal
proyectado en él, significa de forma más sencilla, que proyectarlo en el otro es más descargante que
sentir, de forma persecutoria, que tienen que cuidar omnipotentemente a sus hijos procurando que no
les pase nada de nada.
En el grupo la queja a las instituciones se escenificaba, en el aquí y ahora, con la queja hacia nosotros los
conductores. Quejas, demandas, pautas…, estábamos moviéndonos continuamente en el supuesto de
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Aspectos dinámicos, técnicos y reflexivos a partir de una experiencia terapéutica grupal (Nota 1).
dependencia bioniano. Resulta en estos momentos difícil, y como para ellos desgastante, que vayan
elaborando el hecho por el cuál, muy a pesar de la existencia de más recursos, si no están en una
relación más armoniosa con sus familiares o consigo mismos nada puede resultarles suficiente ni
efectivo. Al hilo de esto recordamos, como en una sesión, pudo entenderse mejor este hecho. Un
miembro del grupo, que tiene una madre con esquizofrenia paranoide se enzarzó en una discusión con
una mujer del grupo que (nos)alteró al resto del grupo, de tal forma que los conductores a penas
podíamos contener esa situación. Pudiendo ir calmando la tensión del momento nos llevo a pensar que
los conductores pudieran representar los recursos asistenciales y que, muy a pesar que están (estamos)
allí, si la familia (el resto de miembros del grupo) del paciente con TMS no pueden escucharse entre
ellos esto dificulta cualquier intervención externa (internamiento, derivaciones asistenciales, toma de
medicación…). Otro ejemplo sobre esto nos lo traía la esposa de un paciente con trastorno delirante
crónico. Ésta expresaba, como cuando el transporte sanitario estaba a punto, y la familia, el psiquiatra…
le ayudaban para llevar a cabo el ingreso psiquiátrico de su esposo, se echaba atrás desde un
sentimiento de temor (desproporcionado objetivamente) a la reacción de su esposo e importantes
sentimientos de culpabilidad.
Como se aprecia, la omnipotencia y la dependencia van cogidas de la mano. El sentirse imprescindibles
para sus hijos, verbalizando que sus familiares no podrían vivir sin ellos y que dependen plenamente, se
escucha a menudo cuando dicen “es que no sé que hará sin mi cuando yo muera”. Desde esta
omnipotencia, controlan a sus familiares enfermos sobreprotegiéndoles a veces, responsabilizándose
con culpa del trastorno mental de su familiar –inclusive viviéndolo por los dos-, no permitiéndoles
evolucionar ni desarrollarse autónomamente. Otras veces escuchábamos como algunos miembros
negaban la sintomatología de sus familiares enfermos ante sus hijos o los otros para que no sufrieran,
“para que hacerles sufrir, además… si mis hijos ven a su padre así pueden caer en una depresión…dejad,
dejad, ya sufro yo por ellos”. Este sentir, que el otro depende de uno, es un poder muy apetitoso
difícilmente sustraíble en el grupo. Renunciar a este poder significaría que el familiar se da cuenta que
no puede con todo, que es limitado y que a lo mejor desde el cuidar tanto al otro se ha olvidado de sí
mismo, que su vida sólo tiene sentido si cuida de otro y se descuida, olvidando, sus propias necesidades.
Resumiendo un duelo y una renuncia narcisísta dolorosa, pero necesaria.
Esta co-dependencia entre los miembros del grupo y sus familiares se apreciaba en ocasiones con la
dificultad de apagar o silenciar el teléfono móvil en el grupo. En mitad de una sesión y pese a nuestras
advertencias acerca de desconectar el móvil algunos integrantes no lo apagaban e inclusive contestaban
en mitad de la sesión. Y pese a momentos de gran carga emocional por parte de otro miembro, se
abstraían y se desconectaban totalmente del grupo. Cuando intentábamos señalarles la inconveniencia
de su acción respondían: “veis…es él (el familiar enfermo), ya quiere saber a que hora vuelvo a casa para
hacer la comida…que pesado, madre mía…si ya le he dicho que vendría más tarde..”. Este
acontecimiento muestra, entre otras cosas, la incapacidad para escuchar nuestras indicaciones, la
dificultad para “conectarse” en el grupo y “desconectarse” de sus familiares enfermos y sus
preocupaciones, el no poder ver que está acompañada de otras personas, el control y la dependencia
en la necesidad de saber en todo momento que hace el otro.
Algo que nos encontramos en este tipo de grupos y en nuestra práctica habitual, que nos resulta muy
costoso trabajar, es el daño que hacen las etiquetas diagnósticas. Daño tanto para los pacientes como
para la comprensión y encuentro de éstos con sus familias. Como apuntan los terapeutas de grupo José
Luis Atienza y Maria Isabel Blajakis, resulta francamente difícil, devolver a los familiares y pacientes una
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Grupo de familiares de pacientes con trastorno mental severo:
Aspectos dinámicos, técnicos y reflexivos a partir de una experiencia terapéutica grupal (Nota 1).
comprensión de sus dificultades más humanas respectivamente sin acudir a la reduccionista óptica de lo
biológico (37). En esta dificultad somos, especialmente los psiquiatras, muy responsables (38).
El diagnóstico, el término enfermedad -de siempre afín únicamente a la biología- y las soluciones sin
compromiso emocional ni activo, salvo la de las aminas, constituyen una gran lacra a la hora de facilitar
el encuentro entre los pacientes y las familias. Imposible ver(se) mientras se pone todo el acento de lo
“que nos pasa y lo que les pasa” en la etiqueta diagnóstica. Y aunque la terminología diagnóstica, propia
de los paradigmas DSM y CIE, es necesaria porque supone un esfuerzo de muchos profesionales para
poner orden en toda la dispersión nosológica que existe a nivel psicopatológico, a menudo también,
posee el fin, sobre todo en la clínica, de enfriar nuestras emociones en la relación terapeuta – paciente.
Los diagnósticos en los informes, las indicaciones de los psicofármacos –como lo más importante de su
tratamiento- que aparecen en los prospectos, el nombre que se le puede dar a un grupo (nota 4)… sin la
pertinente explicación y escucha del impacto que puede suponer para quien se le otorgue es peligroso.
A veces lo olvidamos.
En el grupo, al igual que para muchos profesionales, la etiqueta diagnóstica es el gran muro entre el
familiar y la persona que está soportando el peso del diagnóstico. Es la coartada perfecta de los
familiares para no ver(se) sus propias limitaciones y dificultades a través de la relación con el familiar
“enfermo” o tirar la toalla, si encima les han trasmitido los profesionales, que el trastorno de su familiar
es crónico. El hecho de que la causa de las dificultades de los familiares con el diagnóstico esté
íntimamente ligado a la genética, a deficiencias neurofisiológicas y no se contemplen otras alternativas
complementarias igual de importantes, como son los problemas relacionales provocados por estados de
interdependencia enfermiza y enfermante emocional y relacional, supone por un lado, un alivio a los
familiares al no responsabilizarse de lo que les pase (a sus familiares) y por otro, una auténtica losa y
condena a los supuestamente “enfermos” (37). El diagnóstico se impone también como la necesidad de
poner una barrera, una defensa ante los sentimientos de confusión que existen muchas veces y las
dificultades de individuación tanto de los familiares como de los pacientes.
Además con la aparición del diagnóstico, en la relación de los familiares con el otro, existe un antes y un
después: “antes mi esposo hacía, decía muchas cosas…desde su enfermedad fijaros…es otro” decía una
integrante del grupo incapaz de ver aspectos sanos que permanecían en su esposo y que la mujer no
podía ver ni rescatar porque sólo se fijaba en las alucinaciones y en los delirios de su esposo. Lo que
antes era una conducta o forma de hacer típica de un familiar y que realizan muchas personas “sin
diagnosticar”, ahora con el diagnóstico, se psicopatologizaban y eran subsidiarias de tratamiento
psicofarmacológico. Se confunde la enfermedad con la persona en su esencia. Eso conlleva que los
familiares nos cuenten como a veces no pueden enfadarse o reñir a sus familiares por el hecho de estar
enfermos, dicen “pobres, si es que están enfermos”. Nuevamente, con este trato, se estigmatiza y se
excluye al familiar “enfermo” de lo que sería una relación natural y espontánea. Una hija de una
paciente esquizofrénica y padre alcohólico con trastorno bipolar expresaba desconsoladamente en el
grupo, su malestar de tantos años por haber tenido que cuidar de su madre. Decía, que ahora que su
madre está en una residencia “controlada” se siente mal por haber deseado tantos años que se muriese.
A esta mujer, que en una actitud a menudo cándida y posiblemente en una formación reactiva evitaba
así contactar con su enfado, le preguntamos si era legítimo o nos podíamos autorizar el “cagarnos en
nuestra madre” a pesar de tener el diagnóstico de esquizofrenia. Así, varias mujeres expresaban
también, “que nadie les había dicho antes de casarse que sus esposos tenían una enfermedad, si lo
hubiésemos sabido no nos hubiéramos casado”. Con el pretexto y excusa de la enfermedad evitaban
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revisar si era conveniente plantearse el divorcio. Cuando se lo señalábamos nos espetaban “…claro para
vosotros es muy fácil, como voy a dejarle si no tiene a nadie, está loco, tengo que cuidar de él…y mis
hijos que, sufrirían mucho…”. A estas mismas mujeres alguna vez el grupo les dijo que habían visto a sus
esposos con ellas por la calle y les habían parecido la mar de normales. Esto último viene a significar el
cómo viven subjetivamente el diagnóstico los familiares y como la mirada y concepto del “familiar
enfermo” puede variar según quien y como se mire.
Algo necesario para ver al otro con sus limitaciones y aceptarlas es empezar a ver las propias de cada
uno. Muchos pacientes, en especial, los TMS presentan una extremada sensibilidad que les hace percibir
con mucha finura el auténtico estado ánimo de sus familiares. Así, mientras un hijo diagnosticado de
esquizofrenia, que dejó la carrera de medicina en el cuarto año, siga viendo a su padre como un hombre
fuerte, exigente y con una coraza emocional impenetrable que esconde importantes sentimientos
depresivos, le va a resultar costoso mantener la exigencia del “estar bien a toda costa” que le pueda
transmitir éste. El padre de este hijo acudió al grupo inicialmente, luego acabó abandonándolo. Era un
hombre que se lamentaba una y otra vez de que su hijo no pudiera, muy a pesar de lo mal que se
encontraba éste, acabar la carrera de medicina. Cuando hablaba de su hijo parecía que hablaba de él
mismo, pues él no pudo estudiar de joven una carrera. Este hijo estaba inmerso en el escenario
narcisista de su padre sin poder ver su propios deseos y limitaciones. Si el padre pudiese reconocer y
resolver sus propias dificultades permitiría a su hijo hacer un movimiento de desidentificación con éste,
reconocer la semejanza que le une a su padre, poder diferenciarse y empezar a verse con sus deseos y
propios sentimientos.
Otra mujer muy dura y exigente que podía con todo comentó como su hijo diagnosticado de trastorno
bipolar empezó a interesarse por ella y estuvo un tiempo estable cuando ella tuvo que ingresar largo
tiempo tras ser operada de una intervención en la rodilla. Ella misma nos decía lo bien que se había
sentido con su hijo, pues se encontraba muy mal y no podía cuidar de él. Nosotros le dijimos que quizás,
el haber podido reconocer su estado de fragilidad le permitió a su hijo poder acercarse de otra forma a
ella, de una forma más horizontal (no como una psiquiatra sino como una madre) y en conexión
recíproca, a través del reconocimiento por ambos, de sus estados de fragilidad.
2.6 Fase de terminación
Atravesando el umbral: de la etiqueta diagnóstica de la enfermedad a empezar a “ver” a sus
familiares y a ellos mismos. Los cambios de los miembros del grupo.
En esta última fase del tratamiento se comienza a observar, en los integrantes del grupo, vaivenes entre
la queja, con la desesperanza debida a la condena propia del diagnóstico, y el inicio de empezar a ver y
aceptar sus propias limitaciones. Así, la queja se torna ambivalente y se va apagando. Los propios
miembros del grupo se lo dicen entre sí “bueno, ya vale de quejarnos…así no creo que podamos hacer
nada”.
Como decíamos, en la fase intermedia, existe más conciencia de las dificultades que tienen o tuvieron
con sus padres y se da paso a la reconciliación con ellos. Empiezan a ser más conscientes de las
constelaciones familiares y el peso del traspaso de deudas intergeneracionales. Esto permite, dejando
de lado el diagnóstico, la comprensión y un acercamiento más íntimo con sus familiares. En el grupo de
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familiares vemos como los familiares van “capacitándose emocionalmente” (36), adquiriendo nuevos
recursos yoicos favorables para ellos y sobretodo, siendo nuevamente para ellos también, para sus
familiares enfermos al poderlos compartir.
Una de las reglas, por así decirlo generales, de la terapia de grupo de carácter más interpersonal o
dinámico es la no recomendación de formación de grupos paralelos al terapéutico. Se recomienda que
los miembros del grupo no se encuentren a la salida del grupo y, si lo hacen, que procuren no hablar
acerca de aspectos o dificultades personales ya que luego, como ya han sido habladas, no se elaborarán
en el grupo. Acabado el grupo, esa norma deja de ser, e inclusive se les recomienda que acudan a
asociaciones o sigan, si así lo desean, viéndose para poderse sentir acompañados. Es lo que se denomina
grupos de autoayuda. Grupos que no se permiten en los inicios del grupo por la razón expuesta
anteriormente, ya que podrían sucederse fenómenos antigrupales, y porque están en un nivel más
cercano al apoyo o acompañamiento que a la introspección y avance en otros niveles.
Tras el grupo realizamos, pasados unos meses, un postgrupo, una sesión extra de grupo que Meltzer, en
terapia individual, denominaba estación de recarga libidinal (35) y que nosotros convocábamos para ver
que tal les iba tras la experiencia grupal. En esta sesión extra nos dimos cuenta que el grupo había
servido y estaba sirviendo. Una mujer comentaba como su esposo había vuelto a ingresar y que sin
embargo, a diferencia de otras veces, se había tomado el ingreso y todo el proceso de llamar a las
fuerzas del orden público etc. con más calma y sin derrumbarse.
Otras dos, con dos hijos con TMS, empezaban a aceptarse más y a abandonaban sus inútiles
sentimientos, de haberse visto como una mala madre, en la crianza de sus hijos.
Otra, que abandonó tempranamente el grupo (sobre la quinta sesión), se dio cuenta que lo mejor para
ella y su hijo pequeño era separarse de su esposo diagnosticado de trastorno delirante. Era una mujer
muy nerviosa, que vivió con mucha angustia que el resto del grupo le recomendase separarse. Contaba
como su esposo la humillaba, no hacía nada en casa y se comportaba muy mal delante de su hijo. Decía
que prácticamente ya no tenía relación alguna con su esposo y que no se separaba por su enfermedad y
para no hacerle daño a su hija. Sabemos a día de hoy que, con la ayuda de una de nuestras psicólogas
del centro y una trabajadora social se está separando y su hijo está siendo atendida, en calidad de
prevención, por los servicios asistenciales infanto-juveniles.
Dos mujeres, muy parecidas en su funcionamiento conyugal, que acostumbraban a sentarse juntas y
tenían a sus maridos con TMS empezaban a ponerles límites y se daban cuenta que, pese a que tenían
un trastorno, los habían malcriado de tal forma que no las ayudaban en nada en casa.
Una mujer cuya madre es esquizofrénica, empezó a reconciliarse con ella, a ir abandonando tanto
reproche hacia ella y a entender, que difícilmente su madre podía darle el cariño como ella deseaba,
pero que de alguna forma, y a su manera, si lo hacía. Esta misma tuvo un bebé en los periodos finales
del grupo. Era su segundo hijo. Con el grupo apreciamos la relación simbiótica que tenía con su bebé y la
dificultad para permitir que su esposo pudiera ayudarle. Se sentía agotada en su cuidado y muy sola.
Empezó a decirle a su esposo e hijo que tenían, en igualdad de condiciones, ayudar en la crianza del
bebé. La relación de esta madre con el bebé en el grupo dió mucho juego ya que el cuidado “mágico” de
una madre por un bebé se reeditaba con el cuidado y de dependencia que tenían algunos miembros del
grupo con sus hijos, ya mayores y con TMS.
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Por supuesto no todo fueron éxitos, si resulta correcto hablar así de un grupo. Una mujer que
simbolizaba, como emergente grupal, la queja continua y la incapacidad de hacer frente a lo que se le
decía, empezó a resquebrajar su coraza (la queja) y a permitir vislumbrar su fragilidad. Muy a pesar que
el grupo y los conductores la llamamos en reiteradas ocasiones para que volviese, abandono el grupo
tardíamente. Quizás pudo asustarse al sentirse tan frágil y que la viésemos así.
A parte de las mejoras a nivel relacional y comunicacional en el grupo, los integrantes del grupo
comenzaron a poderse divertir, buscándose espacios de ocio para disfrutar y aparcar, por unos
instantes, su pena y dificultades con sus familias. Al menos en esos espacios “respiran” y pueden estar
consigo mismos.
Al alta del grupo, los integrantes configuraron, espontáneamente, reuniones informales de apoyo
mutuo que a día de hoy persisten.
2.7 Los conductores, la coterapia y la amplitud en la mirada biopsicosocial
La presencia del referente –a nivel individual-, como conductor de un grupo, puede funcionar como
elemento ansiolítico en los inicios del grupo. Hay quien dice que puede favorecer la emergencia de
conflictos universales como los celos, rivalidades, desconfianza…entre los diferentes miembros del
grupo y que puede ser interesante para ser trabajados en terapia. A pesar de ello, creemos que existen
más desventajas que beneficios. En cuyo caso, siempre dependerá de los objetivos a alcanzar y el tipo
de grupo que se realice (en los multifamiliares, por el enfoque teórico y técnico de este tipo de grupos,
es imprescindible que los conductores sean referentes o conozcan a los integrantes antes del grupo).
Huelga decir que, ser el referente, a nivel individual y conductor de un grupo de las mismas personas,
puede predisponer que se den por dichas muchas cosas que sólo el conductor conoce a nivel individual.
Así, pueden oírse en el grupo, intervenciones del estilo: “tú ya lo sabes (dirigiéndose al conductor),
bueno sí, eso que ya hablamos”. Con estas intervenciones se introducen elementos individuales que no
se comparten con el resto del grupo y se establecen relaciones de exclusividad con el conductor en
forma de dependencia. Los conductores, sobre todo con quien se establece dicha relación, deben
intentar reconducir esa relación individual al grupo, haciendo que el terapeuta pierda el valor que
otorga el integrante del grupo y así, ir favoreciendo la autonomía de éste.
Sin entrar en detalles técnicos, de sobra son conocidos los beneficios de la realización de un grupo
psicoterapéutico en coterapia (16-17, 19-20 y 39). Las ventajas, y más especialmente en la pública, son
importantes. La única dificultad “humana” es que “la coterapia no puede considerarse sólo una técnica,
sino un compromiso hacia una relación con un semejante” en una relación humana (40). Y por tanto,
requiere el conocimiento del otro (conductor), respeto y una confianza mutua. La coterapia permite, el
desdoblamiento de funciones terapéuticas, favorece la tolerancia al repartirse las proyecciones (41) en
ambos terapeutas, aumenta la percepción de los movimientos del grupo, permite que continúe el grupo
en el período vacacional de uno de los conductores... También, y es algo necesario, posibilita que uno de
los conductores se mantenga a distancia ante elementos, que a nivel contratransferencial, le puedan
incomodar.
Nuestra coterapia fue mixta, hecho que enriquecía la actividad transferencial del grupo. Como sabemos,
la pareja terapéutica puede adquirir múltiples significados en la vida del grupo. No sólo el evidente de
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Grupo de familiares de pacientes con trastorno mental severo:
Aspectos dinámicos, técnicos y reflexivos a partir de una experiencia terapéutica grupal (Nota 1).
una pareja paterna (41), también pueden los co-conductores, ser representantes de todo aquello que el
grupo, o partes del mismo les proyecten. Un ejemplo, ya señalado, es como en el grupo podíamos
representar para sus integrantes a las instituciones sanitarias.
Constatamos que la complementariedad, más allá de los modelos teóricos de ambos conductores, el
hecho de tener visiones profesionales y experienciales distintas: la de un psiquiatra por un lado y la de
una trabajadora social por el otro, ha facilitado la integración de las cuestiones sociofamiliares y las
biológicas mediante la psicoterapia. Esta perspectiva biopsicosocial, aportada por ambos, enriquece al
grupo y sigue la línea de lo que debiesen ser los tratamientos en salud mental, especialmente en los
TMS.
3. EL PELIGRO DEL ASOCIACIONISMO Y LA MALSANA IDENTIDAD DE VÍCTIMAS ANTE EL FRACASO DEL
SISTEMA SANITARIO
Paralelamente a la reforma de la atención psiquiátrica (1985) y desde la falta de recursos comunitarios
como asistenciales, que acompañó la desinstitucionalización psiquiátrica en España, como en muchos
países, se origina el movimiento asociativo. Éste, muy ligado a la atención comunitaria de la salud
mental, participa de forma muy notable en la rehabilitación psicosocial que se lleva a cabo mediante el
proceso de recuperación de las personas con trastorno mental grave (42).
Las familias, en conjunción con los centros de salud mental, suelen ser unos buenos aliados en el
tratamiento multidisciplinar de los TMS. Sin embargo, debemos recordar que, quienes pasan más
tiempo con los pacientes son sus propias familias. De tal forma que, a menudo son las familias el único
apoyo para los afectados o el soporte más directo que tienen. A la larga, esto conlleva un desgaste y una
carga familiar a veces insostenible. Las familias tienen sus propias necesidades, tanto emocionales,
como en el sentido de reclamar directrices e información para poder ayudar mejor a los suyos. Desde
estas necesidades y la falta de recursos fue como las familias empezaron a agruparse y a crear entidades
que han acabado constituyéndose en redes de apoyo fundamentales en salud mental.
Baste con nuestro trabajo el más sincero reconocimiento a la Confederación Española de Agrupaciones
de Familiares y Personas con Enfermedad Mental (FEAFES) (43) Entidad, que aparece en el 1983 y que se
crea como organización estatal para agrupar y representar al conjunto del movimiento asociativo de
familiares y personas con enfermedad mental surge, inicialmente, de forma dispersa en diferentes
lugares de España y más tempranamente en el 1968. En estas asociaciones se da información y
orientación a las familias, asesoría jurídica, se realizan programas psicoeducativos, se forman grupos de
autoayuda, existen programas de atención domiciliaria… En definitiva, se centran en la rehabilitación
psicosocial y dan voz a las necesidades y derechos de las personas con enfermedad mental en la
sociedad.
A pesar de esta labor, encomiable por parte de las asociaciones de familiares con TMS, se percibe como
algunos integrantes de estas agrupaciones “utilizan” las asociaciones como instrumentos para un uso
más bien bélico, en su cruzada contra las autoridades sanitarias. Se confunde, el reivindicar unos
derechos y necesidades a las autoridades y estamentos políticos, con el demonizar a éstas como
causantes de los males y empeoramientos de sus familiares enfermos. Desde una importante
desesperación, sentimiento de incomprensión por los demás, sufrimiento, producido habitualmente por
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Grupo de familiares de pacientes con trastorno mental severo:
Aspectos dinámicos, técnicos y reflexivos a partir de una experiencia terapéutica grupal (Nota 1).
la impotencia de no poder cuidar a sus hijos, desde una insana y estéril culpa, vergüenza y no ser
capaces de ver semejanzas, en vez de diferencias, en sus propios familiares, arremeten contra las
instituciones. Se empiezan con el psiquiatra que atiende a su familiar, luego el centro de salud mental y
posteriormente, mediante el poder de la asociación, se critica de forma espúrea a las instituciones
sanitarias y a la sociedad en general. Obviamente tienen todo el derecho, faltaría más. Lo que queremos
señalar es el hecho de que esta acción conlleva el presentar mayores dificultades emocionales en los
familiares de cara a desmontar esa culpa tan corrosiva que llevan arrastrando, a no aceptar sus propias
limitaciones como familiares y al sentir que la única solución es que las instituciones “arreglen” los
problemas de sus hijos.
En nuestro grupo del centro, a menudo, con tal de no “querer-poder” trabajar sus aspectos personales,
los integrantes se “escapaban” a Trieste y nos comentaban lo bien que estaban los pacientes en Italia,
que lo habían visto en un programa de la televisión y que sabían que el modelo de Trieste es pionero en
la atención comunitaria. Otras denunciaban compulsivamente, haciendo uso de la compulsión a la
repetición, al gobierno. Y, muy a pesar que se les daba la razón, que pensamos que hay que trabajar y
mucho en relación a los recursos en red, los familiares tenían dificultades en tratar de hacer lo posible
con sus propios recursos internos actuales, en el grupo y en el “aquí y ahora”. Cuando “volvían” al
grupo, aterrizaban nuevamente en su impotencia y frustración. Éstos, como elementos previos y
necesarios en el inicio del poder pensar en sus limitaciones, como personas y darse cuenta de su
narcisismo, en el sentido de no cambiar y mantenerse rígidamente en la idea de que las autoridades
sanitarias no hacen lo posible, se hacían muy patentes durante el grupo.
Es un tema delicado el de las asociaciones y la agrupación de personas por una causa en común. Muchas
de estas asociaciones pese a enfatizar el estigma social de la personas con TMS y de sus familias,
respaldan la idea del origen únicamente biológico de dichos padecimientos (3) buscan, muchas veces,
una medicalización del problema y respuestas “ideales”.
Como ocurre con todo fenómeno social, estos movimientos pueden servir a intereses muy diversos,
algunos transformadores y otros conservadores. A veces aparece un cierto victimismo que, más allá de
ser doloroso, está más al servicio del no cambio que para la mejora de sus intereses reales y auténticos.
En este proceso de victimización algunas personas, que desgraciadamente acostumbran a ser las más
enérgicas en la reivindicación y estrategia de recuperación psicosocial de sus familiares, adoptan, en un
estado difícilmente salvable de replegamiento narcisísta, un inamovible rol de víctimas que se convierte
en tóxico para ellas mismas y a la larga para sus familiares más cercanos. Afirmaciones que
escuchábamos en el grupo del estilo “o cambia el gobierno o los centros de salud mental no hacen nada
por nuestros pacientes” se convierte en su grito de guerra y una negación absoluta de su impotencia,
sentimientos de culpabilidad y negación de la necesidad de ayuda a ellos mismos.
4. LA PROMESA AL GRUPO: DAR VOZ A SUS DEMANDAS
Como hemos comentado, a lo largo de este trabajo, las familias que atendemos tienden a “irse” del
grupo y de sus cuestiones personales a través de la queja legítima, respecto a la no responsabilidad de
los profesionales en salud mental, de las instituciones sanitarias, de los gobiernos y de los medios de
comunicación en el cuidado y atención de sus familiares.
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Grupo de familiares de pacientes con trastorno mental severo:
Aspectos dinámicos, técnicos y reflexivos a partir de una experiencia terapéutica grupal (Nota 1).
Aunque en el grupo tratábamos de reconducir sus quejas nuevamente hacia el grupo, en forma de los
propios reproches que se hacían a ellos mismos, desde importantes sentimientos de culpabilidad,
impotencia y necesidad de ser oídos, les intentábamos transmitir que les escuchábamos, que sabíamos,
que para ellos era importante exponer sus demandas. En los espacios de posgrupo, mi compañera y yo,
nos dimos cuenta que hablar con el gobierno o con las autoridades sanitarias iba a ser algo difícil y que
estaba fuera de nuestras capacidades. Sin embargo, reparamos en el hecho que era necesario ir
comunicando a los diferentes profesionales del centro (a los referentes de los pacientes de los
familiares) necesidades, contenidos informativos y el proceso evolutivo que estaban llevando a cabo en
el grupo. Sabemos que resulta obvio informar a los compañeros acerca de un grupo que se esté
realizando, a pesar de ello pocos lo hacemos. El desbordamiento, en el que a veces nos encontramos (el
interno como el externo), debido al exceso de demandas en los centros de salud mental, nos conduce a
comunicarnos con los compañeros muchas veces entre pasillos y a toda prisa. Esta involuntaria
incomunicación implica, como en las familias en general, cierto parcialismo y escisión que no permite la
realización de tratamientos multidisciplinares. Muchos compañeros, una vez derivan a un paciente a un
grupo ya no vuelven a saber nada de éste hasta que retorna, una vez finalizado el grupo. Nuestro
centro, en donde se realizan muchos grupos, se asemeja a veces, a un archipiélago grupal donde cada
isla es un grupo y donde no existen puentes entre los diferentes islotes. El “grupo de familias” no es la
excepción. Pensamos que específicamente, este tipo de grupo debiese conformarse como el eje
vertebral donde se pudieran articular el resto de grupos que traten a pacientes con TMS. La idea, a la
larga, es mezclar el grupo de familias y el grupo de TMS en un multifamiliar. Las familias son el eje
donde muchos de nuestros pacientes, de la interacción con ellas pivota su estabilidad y mejoría. Las
aportaciones de los familiares no pueden quedarse en saco roto y en el grupo, deben trascender al resto
de profesionales del centro. Pensamos en la necesidad, de buscar espacios con el resto de profesionales
para compartir, la evolución de los familiares, como conocer también la de los pacientes a lo largo de la
realización del grupo.
A partir de nuestra experiencia en el “grupo de familias” y teniendo presente las aportaciones e ideas
que se expresaron en un congreso (nota 5), donde participaban familiares, usuarios y profesionales de
la salud mental, queremos destacar varios puntos:
a) se hace patente la necesidad de ampliar el diálogo entre los profesionales, los pacientes, los
familiares y la sociedad.
b) de dar un espacio de más valor a las familias en los centros sanitarios tanto para ellas como en
el sentido de hacerlas partícipes en el tratamiento de sus familiares.
c) se señala el aislamiento en el que viven las familias en el sentido de sentirse poco entendidas
ni ayudadas en las dificultades de sus familiares con trastornos mentales.
d) se solicita más atención y trato a las familias por parte de los profesionales en salud mental
que atienden a los usuarios con trastorno mental. Se piden programas específicos de apoyo y
consejo a las familias antes, durante y posteriormente del brote o eclosión del TMS.
e) se insiste en el riesgo de exclusión social, aislamiento y discriminación en muchas facetas de la
vida de los pacientes y de los familiares.
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Grupo de familiares de pacientes con trastorno mental severo:
Aspectos dinámicos, técnicos y reflexivos a partir de una experiencia terapéutica grupal (Nota 1).
f) se piensa oportuno el dar más proyección a la comunidad en el sentido de darle más recursos
(8) y facilitar, de este modo, la reinserción, rehabilitación, autonomía social y laboral de
muchos pacientes. Los dispositivos comunitarios siguen sin cubrir las necesidades, que antes
de la reforma psiquiátrica cubrían los hospitales, de los pacientes con trastornos mentales
severos .
g) se muestra una preocupación recurrente en el modo alarmante y estigmatizante en el que se
da resonancia a los trastornos mentales en los medios de comunicación. A menudo los
familiares y pacientes se sienten violentados con la forma en la que se oculta información (en
especial en los suicidios) en los medios de comunicación y se frivoliza, de forma general, con
los trastornos mentales.
h)
se insiste en la necesidad de invertir o prestar más atención por parte de las autoridades
sanitarias y de las administraciones a la salud mental comunitaria dando solidez a los muchos
dispositivos que existen, pero que son inconsistentes, por falta de recursos.
Hemos dado voz a los integrantes del grupo y ahora quisiéramos acabar este trabajo nombrándoles, sin
embargo, por razones de confidencialidad no lo haremos. Vaya desde aquí nuestro más sincero
agradecimiento al grupo del 2010-11. A todos sus integrantes y a quienes, sintiendo que quizás no era
su momento para embarcarse en el grupo, decidieron abandonarlo llevándose alguna que otra
herramienta para su camino en la vida. Muchas gracias por vuestro compromiso, por lo que nos habéis
enseñado y por la oportunidad que nos hemos dado. ¡Gracias y hasta siempre!
5. NOTAS
1. Trabajo dedicado al psiquiatra Daniel García Tarafa. Compañero, que el pasado mes de mayo, tras
años dedicados a la salud mental comunitaria en Cataluña, se jubiló y finalizó una etapa más de su vida
en nuestro centro. A ti “Dani”, un profesional de trinchera, discreto, aparentemente ingenuo y de una
extraordinaria sensibilidad, moltes gràcies!
2. El término de “madre esquizofrenógena”, del 1948, proviene de la psicoanalista y pionera del
tratamiento familiar Frieda Fromm-Reichmann, esposa de Eric Fromm. Este concepto fue primero
señalado como de los más originales para explicar el vínculo del hijo esquizofrénico con su madre, para
más tarde ser de los más denostados por los terapeutas familiares, como si el abordaje familiar de la
esquizofrenia consistiera en buscar madres esquizofrenógenas responsables de la enfermedad de su
hijo. A pesar de este juicio de valor atribuido al término, la bibliografía sobre terapia familiar la ubicó
como uno de los orígenes del tratamiento familiar, a pesar de que Frieda era una analista que se basaba
en los relatos de los pacientes y que sólo establecía breves encuentros con los familiares para
conocerlos (13. Bion propone la idea de función para designar una serie de procesos mentales que van dirigidos hacia
un determinado fin. Dicha idea aparece en su texto de 1987, en la página 19, y explica que “función es el
nombre para la actividad mental propia a un número de factores operando en consonancia (26).
4. Pensamos que no es un asunto baladí el dar un nombre al grupo que se lleva a cabo. Pensemos, por
un momento, en el nombre del grupo “grupo de fibromiálgicas” y la única identidad que les podemos
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Aspectos dinámicos, técnicos y reflexivos a partir de una experiencia terapéutica grupal (Nota 1).
atribuir a quienes acudan al grupo. Peor aún cuando los integrantes del grupo saben que asisten a un
grupo de fibromialgia y nadie les explica porque se le da ese nombre. Se corre el riesgo que los
pacientes acaben sólo hablando de sus síntomas dolorosos.
5. En el contexto del décimo aniversario de la Fundació Congrés Català de Salut Mental (2000-2010) (44)
se organizó, en diciembre del 2010, una jornada en Barcelona, que tuvo por título “Sueños, Utopías y
Realidades en Salud Mental”. En dicho evento, se pudo dar voz a muchos familiares y pacientes.
Concretamente, se presentó una experiencia muy enriquecedora, que se había llevado a cabo en el
2010 y que tenía por título: “diálogos en torno a la relación: una experiencia de reflexión alrededor de
los aspectos relacionales en el enfermar y el sanar, en un grupo de usuarios, familiares y profesionales”.
Varios profesionales en salud mental, entre ellos dos compañeros de nuestro centro, se reunieron
periódicamente, fuera de su horario laboral, en un contexto grupal con usuarios, familiares y pacientes
para dialogar acerca de la salud mental. Un espacio que fuera interesante su continuidad y en espacios
grupales tipo “grupo grande”.
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