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Россійская Имперія Rasíyskaya Impériya Imperio Ruso “Самодержавіе, православіе и народность” Queridos funcionarios y ministros, me dirijo a ustedes mediante esta misiva porque, como bien sabemos, nuestro Imperio se encuentra en una situaciónque exige de nosotros el mayor compromiso posible. Se trata nada más y nada menos que de defender este nuestro imperio de la inminente ofensiva que sobre él cierne el más famoso tirano que el mundo ha producido. Y es que este emperador cree que toda la Europa continental está bajo su mando, que ningún poder en todo el continente va a atreverse a maniobrar contra él. Pero nosotros no somos parte de este sistema. Entre otras cosas, mi grandiosa idea de cerrar el comercio de materias primas con el resto de Europa ahora parece estar haciendo efecto en los planes bélicos del imperio francés. Verán, ya en tiempos del zar Pedro I el Grande (primer emperador y Autócrata de Todas las Rusias) nuestra Rusia era la nación más grande en el mundo. Tres veces el tamaño de Europa, desde las llanuras del Mar Báltico hasta el Océano Pacífico. Imagínense la envidia de los otros. Pedro aseguró las fronteras del imperio al sur con los otomanos y en el norte con los suecos, de los cuales adquirió después de la Gran Guerra, cuatro provincias en el Golfo de Finlandia. En ellas construyó la más bella ciudad de todas: San Petersburgo, la ventana abierta sobre Europa, que sería la nueva capital en reemplazo de Moscú. Como celebración, se proclamó Emperador y zar del Gran Imperio Ruso en 1721. Pedro, además, creó las fuerzas navales rusas e introdujo en 1722 la Tabla de Rangos, que determinaba la posición o estatus de cualquier persona en su servicio al zar y en la cual aparecía hasta la gente más común. Triplicó los ingresos de la tesorería estatal mediante la capitación o sondeo de impuestos a todo el mundo, menos nobles y clérigos; además de gravar con impuestos el alcohol, la sal y hasta llevar barba. Desarrolló industrias metalúrgicas y textiles para las armas y los uniformes de sus soldados. Si bien las expediciones militares de Pedro causaron revueltas y guerras, no se puede negar su rotundo éxito. Con su reinado, Pedro consolidó la autocracia rusa y el estado absolutista. Reorganizó el gobierno según modelos occidentales, abolió el patriarcado y en su lugar incorporó parcialmente la nobleza y la Iglesia Ortodoxa a la administración. Pero, a pesar de haber asentado las bases de un Estado moderno en Rusia; a su muerte, Pedro dejó un país exhausto, atrasado, aislado de Occidente y acosado por las dudas, al que todos los demás estadistas hemos tenido que enfrentarnos. Casi cuarenta años después, Rusia estuvo de nuevo bajo el mando de un gobernante ambicioso e implacable. Se trataba de Catalina II la Grande, una princesa alemana que había desposado al heredero del zar (un completo inútil, dicho sea de paso), y tácitamente consentido su asesinato para llegar al poder. La nueva zarina contribuyó a la labor con la nobleza que Pedro había dejado empezada, delegándoles el poder sobre las provincias. Extendió la influencia política sobre la Comunidad Polaco-Lituana, pero el coste de sus campañas provocó un levantamiento campesino en 1773 tras la legalización de la venta de siervos separadamente de las tierras. Los rebeldes amenazaron con tomar Moscú antes de ser reprimidos, y Catalina mantuvo prisionero al inspirador, pero el espectro de la revolución la perseguiría a ella y a todos nosotros sus sucesores... Mientras se sofocaba este levantamiento, Catalina la emprendió contra el Imperio otomano, que estaba ya en innegable decadencia, y como resultado extendió la frontera meridional de Rusia al Mar Negro. Además, con ayuda de Austria y Prusia, tomó parte en las Particiones de Polonia y se quedó con el este de la Comunidad Polaco-Lituana, desplazando la frontera hasta Europa Central. Mientras tanto, en Francia tenía lugar la revolución que cambió para siempre la historia de todos los pueblos. Pero hasta diez años después de la ejecución del rey Luis XVI y su familia, continuó habiendo presiones sociales, pobreza, conspiraciones de varios países europeos contra la revolución, crisis económicas y políticas... A la muerte de Catalina (1796), Rusia se había convertido en una importante potencia europea gracias a esta política expansionista, la cual también fue causa de un conflicto con España en 1799 (por cuestiones de la soberanía de la Orden de Malta) y con la cual yo mismo he continuado al anexarnos Finlandia a expensas de los suecos, pobres ellos. Pablo I, hijo suyo y padre mío, le sucedió en el trono. Durante su breve reinado, se sostuvo la Compañía Ruso-Americana, por medio de la cual Rusia consiguió quedarse con Alaska eventualmente. Infortunadamente, mi padre era demasiado gentil con los siervos, lo cual le ganó varios enemigos. Fue un año antes de la coronación de mi padre cuando Napoleón surgió entre el pueblo francés, más alla de su cargo de general del ejército francés, como la alternativa política ideal para Francia, un héroe para el pueblo. Decidió entonces, con el respaldo de su popularidad, dar un golpe de estado al gobierno del Directorio, después de lo cual se autoproclamó sucesivamente “Primer Cónsul”, cónsul vitalicio (dictador, en esencia) y Emperador de los Franceses. Rusia era un super poder europeo, por lo que no podía evadir las guerras que implicaban una revolucionaria Francia napoleónica. Mi padre se opuso firmemente a Francia y entabló una guerra contra ella en la Segunda Coalición con el Reino Unido y el Imperio austríaco. Las campañas en República Cisalpina y Suiza, comandadas por el generalísimo Aleksandr Suvórov, realizadas en su reinado, resultaron brillantes. Pero la ayuda de mi padre a la Orden de Malta y la tradición rusa de sus caballeros, sus políticas liberales hacia las clases más bajas y la corrupción de la Hacienda, lo llevaron a establecer una reforma que sería su sentencia de muerte. El zar Pablo primero fue asesinado en 1801. Así fue como yo, ilustrado y casi artístico personaje, preparado para el trono por mi abuela Catalina (siempre Grande), sucedí en él a mi padre. Fue tediosísimo al principio. Hasta tuve que despedir a mi consejero y hombre de estado, Mikhail Speranski. Ni siquiera él iba de acuerdo con su tiempo. Pero en fin. Desde un principio me ocupé más de los asuntos extranjeros, y me interesé particularmente en Napoleón, pues me preocupaba su excesiva actividad militar, la extravagancia de su ejército y la exagerada ambición expansionista que poseía y aún posee. Temiendo por mi amado imperio, firmé una nueva coalición con el Reino Unido y el Imperio austríaco contra el francés ese. Napoleón nos derrotó en Austerlitz hace siete años, y en Friedland hace cinco. Me vi, muy a mi pesar, dolorosamente forzado a pedir la paz, pero me aproveché de la situación y firmé el Tratado de Tilsit ese mismo año, con lo cual nuestro imperio y el suyo se hicieron aliados. Perdimos poco territorio bajo aquel tratado, pero sagazmente hice uso de nuestra alianza para la extensión adicional. Por la Guerra Finlandesa le ganamos a Suecia el Gran Ducado de Finlandia en 1809, y obtuvimos Besarabia en la Guerra Ruso-Turca, que duró seis años y recién se acaba. Pero la alianza del Imperio ruso con Francia se fue filtrando. Napoleón se enteró de mi interés en hacerme con el Bósforo y los Dardanelos, y yo presencié su contribución a la reconstitución del Gran Ducado de Varsovia...como si no supiera yo que ya entonces estaban bajo su control. Y después de todo esto el tirano aquel creía que podía exigir que Rusia continuara con el bloqueo continental contra Gran Bretaña, el cual era por demás una interrupción muy seria al comercio de nuestro propio imperio. Una alianza firmada a la fuerza no era ni por asomo más importante que la integridad de nuestro imperio. Era y aun es necesario mantener un balance en el poder en Europa, por encima de los tratos de semejante manipulador. Por esto, hace dos años, me desentendí de todo eso y decidí no contribuir con el bloqueo, lo que me costó definitivamente aquella alianza. Y bien que les ha resultado a los franceses: el conflicto en la península Ibérica causó severos daños en su ejército, y a consecuencia de esto, su economía, la moral de su ejército y el apoyo político de los mismos franceses ha declinado. Contrariamente a lo que ellos mismos piensan, están pasando de moda. Sin embargo, Napoleón, desde que rompí nuestra alianza en 1810, ha estado acechando a nuestro Imperio. Desde el tratado que anexó la Galicia occidental al Gran Ducado de Varsovia, he abrigado la sospecha de que el Imperio francés planea invadirnos y trabaja en estrategias para ello (de lo cual ahora no me queda duda). Sé que se ha aliado con el Gran Ducado de Varsovia, muy seguramente con promesas lisonjeras de devolverles las tierras que honrosamente les hemos ganado; y muy posiblemente el poder del que él mismo se ha investido lo tiene ahora al mando de quién sabe cuántos reinos más. Recientemente ha enviado una oferta final de paz a San Petersburgo, pero he decidido no responder a ella. Ahora no es tiempo de temer. Será necesario enfrentarnos y no presento ninguna objeción a ello. Los exhorto a que trabajemos unidos en defensa de nuestra integridad como Imperio, a que no dejemos que nos venza la casi obscena ambición de poder de un solo hombre que ha sido ataviado con más adornos de los que merece. Miren el tramaño de nuestro imperio. ¿Qué le hace creer a Napoleón Bonaparte que puede emprender una guerra contra nosotros? Ha de estar loco este hombre. Por lo menos nada de cordura demuestran sus actos. Dicho esto, les informo a ustedes del estado de nuestras fuerzas. He posicionado alrededor de 280000 soldados en la frontera con Varsovia como anticipo, y el total de nuestras fuerzas ronda los 500000 hombres. Este número se ve excedido en gran medida por el ejército francés, pero estoy seguro de que ustedes, queridos generales y ministros, manejarán este conflicto con la mayor destreza, de ustedes muy característica. Pero para ello es necesario que todos estemos preparados, por lo que me permito presentarles una lista de preguntas que, una vez respuestas, serán de máxima ayuda para nuestro cometido de oponer resistencia a las fuerzas de la Grande Armée: ¿Qué fortalezas y debilidades tiene el ejército ruso? ¿Qué fortalezas y debilidades tiene el ejército francés? ¿Cuáles son los números exactos de la artillería de ambos ejércitos? ¿Cuál o cuáles son los posibles caminos que tomará Francia para invadir? ¿Cuáles aspectos geográficos, climatológicos y geopolíticos pueden resultar en favor de los franceses y cuáles en contra? ¿Qué papel desempeña cada uno de ustedes dentro de este gabinete, en esta guerra? ¿Cuál es la situación económica, social y política de ambos países? ¿Qué estrategia defensiva será más efectiva contra la ofensiva francesa? ¿Cómo está dividido el ejército ruso? Espero de todo corazón que con la pertenencia de cada uno de ustedes a este gabinete, podremos enriquecer al Imperio y ver cumplidos nuestros nobles ideales. Está en nuestras manos el que este hombre no vea sus mezquinos intereses satisfechos. Y confío plenamente en que así será, como sin duda es cierto nuestro lema nacional: “Съ нами Богъ!” ¡Dios con todos ustedes! Zar Aleksandr I Pavlovich