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EL ISLAM AL PIE DE LA LETRA
Por Olivier Roy [Director de investigación del CNRS y autor, entre otras obras, de L'chec del Islam
Politique, Le Seuil, París, 1992, y Généalogie de I'islamisme, Hachette, París, 2002.]
Tomado de Le Monde Diplomatique / el Diplo / julio 2002.
Desde las madrazas (escuelas religiosas) talibanes en el sur de Afganistán hasta las páginas web
en Internet, pasando por la televisión saudí y las numerosas mezquitas del extrarradio parisino o
londinense, circula una misma visión del Islam, al que los musulmanes más moderados, o
simplemente más tradicionales, califican de wahabí. Los interesados, en general, rechazan este
término y prefieren el de salafista (1). No se trata de un movimiento estructurado, sino de una
visión del Islam que privilegia una lectura literal y puritana del Corán y que rechaza incluso la
historia del mundo musulmán posterior a la sociedad ideal de los tiempos del Profeta y sus
compañeros.
Este neofundamentalismo (2) pretende imponer la sharia (ley islámica) como única norma del
comportamiento humano y social en todos los ámbitos. Con toda lógica, niega entonces cualquier
referencia a una cultura que pueda desarrollarse junto o al margen de lo que es estrictamente
religioso: las artes plásticas, la música, la filosofia, la literatura, las costumbres nacionales, para no
hablar de costumbres tomadas de otras culturas (la celebración del Año Nuevo, el árbol de
Navidad). Por otra parte, sólo mantiene una relación instrumental con las ciencias: acepta el
ordenador pero no la racionalidad científica. Esta versión del Islam se opone con violencia al
cristianismo y al judaísmo (y, accesoriamente, al chiismo), lo que puede provocar tanto el
asesinato de los monjes de Tibeirina (1996) como la negativa a que se edifiquen iglesias en
territorio saudí; una actitud opuesta a la apertura de los Hermanos Musulmanes egipcios respecto
a los coptos (3), o a la ausencia de tensión entre cristianos y musulmanes en Irán.
La obsesión de esta tendencia neofundamentalista es trazar una línea divisoria entre la verdadera
religión (din) y la impiedad (kufr), incluso dentro de la comunidad musulmana. Esta línea de
separación denuncia cualquier connivencia religiosa y cultural con la cultura global dominante, que
actualmente es la de Occidente. Todo se limita a un código de lo licito y lo ilícito, incluidos detalles
tan triviales como la forma de cortarse la barba (como hacían los talibanes afganos) o de lavarse
los dientes. La fatwa, que determina el carácter lícito de los actos que realiza cada persona, desde
el uso de las tarjetas bancarias hasta la donación de órganos, se ha convertido en la principal
actividad de los ulemas o de los que se proclaman predicadores.
Sin embargo, este "neofundamentalismo" puede desarrollarse en contextos sociales y políticos
muy variados. Una organización como el Jama'at al-Tabligh (conocida en Francia con el nombre
de Fe y Práctica) es totalmente apolítica y legalista. Pero los imanes, en las pequeñas mezquitas
de barrio de Europa, insisten en que las muchachas usen el velo y no asistan a las clases de
gimnasia, y exhortan a los hombres musulmanes a no estrechar la mano a las mujeres y a no
responder a las tarjetas de felicitación de Año Nuevo. En Londres, en cambio, los predicadores
como Abu Hamza y Omar Bakri lanzan anatemas y hacen llamamientos a la yihad.
Wahabización
El Hezb ul-Tahrir (Partido de la Liberación), con sede en Londres, que capta a sus adeptos entre
los jóvenes musulmanes de segunda generación, tiene un discurso muy radical: el llamamiento a
proclamar inmediatamente el restablecimiento del Califato (4) para todos los musulmanes; la
condena radical de cualquier tipo de participación en la vida social y política de los países de
acogida. Sin embargo, se guarda muy bien de hablar de yihad (guerra santa) y nunca recurre a la
acción violenta.
El wahabismo saudí, fundado por Abdel Wahhab (1703-1791), es muy riguroso en cuanto al
respeto de las escrituras y al rechazo de cualquier connivencia con todo lo que no sea el Islam
estricto, hasta tal punto que destruyó la tumba del propio Profeta para que no se convirtiera en
objeto de culto. El wahabismo se creó en contra de todas las demás escuelas del Islam y no
contra Occidente, con quien se alió bajo el impulso de la familia de los Saud. Pero sigue estando
obsesionado por cualquier influencia cultural o religiosa occidental, lo que explica la tensión que
provocó la presencia de tropas estadounidenses en territorio islámico. La televisión saudí dirigida
a los musulmanes que viven en Occidente denuncia cualquier forma de integración, al mismo
tiempo que apoya la política proestadounidense de la familia real.
Por último, por supuesto, existen movimientos como el Grupo Islámico Armado (GIA) o Al Qaeda,
que predican la yihad. El primero toma como objetivo a los demás musulmanes -empezando por
los miembros del Frente Islámico de Salvación (FIS) que no se le unieron- y pretende erradicar
toda presencia cristiana en Argelia. El segundo se centra en los Estados Unidos de América. No
faltan los anatemas y las divergencias entre todos esos movimientos: los salafistas critican las
innovaciones introducidas por el Tabligh (como el khoruj o acción misionera); los partidarios de
Osama Bin Laden odian a la monarquía saudí, y el Hezb ul-Tahrir se negó a implicarse en la yihad
proclamada por Bin Laden. Todos esos grupos divergen en cuanto al papel de la yihad, pero
tienen en común una determinada visión del Islam, basada en la estricta aplicación de la sharia, el
rechazo de un espacio cultural autónomo y el retorno individual a una práctica estricta de la
religión, convertida en un código de lo lícito y lo ilícito.
Estas corrientes son tan antiguas como el Islam. Los talibanes afganos recuerdan a los almohades
del Marruecos medieval, donde unas tribus (pashtunes en un caso, bereberes en otro), se
aglutinan tras una figura carismática para imponer a los demás un Islam rigorista basado
únicamente en la sharia. La cuestión estriba en saber por qué este movimiento se desarrolla
actualmente en ambientes modernizados, empezando por los musulmanes que viven en
Occidente.
El vector de transmisión pasa por las escuelas religiosas, como las madrazas en Pakistán, las
numerosas instituciones islámicas de Arabia Saudí o los países del Golfo. De ellas surgen los
imanes y los predicadores que abren mezquitas en Occidente o son reclamados por las
comunidades locales como predicadores. El Tabligh es el movimiento que la sistematizado en
mayor medida la da'wat (predicación) que llevan a cabo equipos internacionales mediante el
puerta a puerta. Esta wahabización de una parte de la enseñanza religiosa ha sido muy visible en
Pakistán, donde la escuela llamada deobandi, antiguamente portadora de una fuerte identidad
cultural asociada a la herencia lingüística y literaria persa, se ha wahabizado en el transcurso de
dos décadas gracias a la influencia de financistas y predicadores saudíes, que apoyaron la yihad
afgana contra los soviéticos.
Los saudíes han desempeñado un papel clave en la expansión del neofundamentalismo
modermo. Para tomar la delantera tanto al nacionalismo árabe como al chiismo iraní o al
comunismo, propiciaron en el ámbito religioso un sunismo doctrinal muy conservador y al mismo
tiempo muy hostil hacia Occidente (muchas veces se olvida que en Arabia Saudí la jerarquía
religiosa es bastante independiente de los Saud). Los wahabíes saudíes han evitado
cuidadosamente la difusión de su doctrina como tal y se han contentado con wahabizar la
enseñanza de las demás escuelas, marginando en ellas todo lo que se articula con las grandes
culturas del mundo musulmán y haciendo hincapié en todo lo que favorece el hanbalismo, la más
literalista de las cuatro grandes escuelas jurídicas del Islam. El contenido pedagógico se redujo
con el uso de manuales más cortos que giran ante todo alrededor del fiph (derecho aplicado) y las
ibadat (devoción). También se abrevió la duración de los estudios: los ciclos de tres a cinco años
sustituyeron a los quince años de estudios que se requerían para formar a los ulemas. La principal
actividad de los maestros, como los jeques Ibn Baz y Al Albani, recientemente fallecidos, es la
fatwa (en el sentido clásico de consulta jurídica) y la elaboración de tratados sobre lo licito y lo
ilícito, difundidos mediante pequeños libros didácticos o bien por Internet.
Los saudíes pusieron todo su poder financiero al servicio de la difusión de esta tendencia.
Organizaciones como la Rabita (Liga Islámica Mundial) o el Da'wah; multiplicaron la creación de
instituciones islámicas, becas y madrazas, financiadas a menudo por los bancos islámicos saudíes
o por hombres de negocios ricos, a los que se exhorta a entregar directamente el impuesto
islámico (zakât) a estas instituciones de formación. De este modo, han podido competir con
centros más tradicionales de enseñanza religiosa, como la Universidad de Al Azhar de El Cairo.
Tanto el monto de las becas como el alojamiento y los estudios son claramente más ventajosos en
Arabia Saudí que en Egipto. A un joven refugiado afgano en Pakistán también le resulta más fácil
obtener una beca para estudiar el Islam en Arabia Saudí que conseguir asilo político en Australia.
Neofundamentalismo
Pero la propaganda saudí también contó con la aprobación tácita de los grandes países
occidentales o musulmanes, puesto que en la década de los ochenta se consideraba un útil
cortafuegos contra los radicalismos de la época (el islamismo iraní o el comunismo). Por último,
teniendo en cuenta las excelentes relaciones entre la monarquía saudí y los gobiernos
occidentales, se esperaba que esta predicación se mantendría bajo control político.
Pero el dinero saudí no puede explicarlo todo. Si el neofundamentalismo progresa es porque
responde a una demanda del mercado religioso. En primer lugar, los grandes movimientos
islamistas clásicos (el Refali turco, el FIS argelino, la revolución iraní, el Hezbollah libanés, el
Hamas palestino y también una parte de los Hermanos Musulmanes), fueron reprimidos o
normalizados por el ejercicio o la proximidad del poder. Como el Hamas palestino o el Refah turco,
se han vuelto más nacionalistas que islamistas. Ya no responden a las expectativas de una
juventud desterritorializada e internacionalizada por el exilio, los estudios realizados en el
extranjero o la emigración y que no se identifica con ninguna causa nacional: palestinos de 1948
(como los del campo de Ayn el Helwé en Líbano) que saben que nunca volverán a sus tierras aun
cuando se logre un acuerdo israelo-palestino; trabajadores inmigrados de los países del Golfo;
saudíes excluidos del juego político; jóvenes de segunda generación que viven en Occidente;
jóvenes diplomados en religión que van de un país a otro en busca de un empleo o de una beca.
Muchos Hermanos Musulmanes han sido contratados por instituciones internacionales financiadas
por los saudíes, porque no podían acceder a una posición social o conseguir un trabajo en su país
de origen. El inglés y el árabe literario moderno han sustituido a las lenguas maternas.
Por supuesto, existen diversas formas de religiosidad que pueden responder a las nuevas
demandas de una población musulmana globalizada, pero el neofundamentalismo es
perfectamente capaz de transformar la vivencia de una desculturación en un discurso de
refundación de un Islam universal, purificado de costumbres y tradiciones, y por eso mismo
adaptable a todas las sociedades. Define el mundo global como una umma (comunidad de los
creyentes) virtual que sólo puede hacerse realidad con el esfuerzo de todos los musulmanes. Ya
no se dirige a comunidades reales, sino a individuos aislados que retoman a su fe y a su identidad.
Los neofundamentalistas supieron islamizar la globalización porque ven en ella las premisas para
reconstituir una comunidad musulmana universal, siempre con la condición de que se destrone la
cultura dominante: el occidentalismo en su versión estadounidense. Pero con esto lo único que
consiguen es construir un universalismo que no es más que un espejo del estadounidense 1 que
sueña más bien con unos McDonald' halal (lícitos), que con el retorno a la gran cocina de los
auténticos califas de antaño.
Al transformar el Islam en un simple sistema de normas de comportamiento, a rechazar todo lo
referente a la cultura a cambio de una especie de kit de código del Islam adaptable a todas las
circunstancias, desde el desierto afgano hasta las universidades estadounidenses, el
neofundamentalismo es al mismo tiempo, un producto y un agente de la desculturización
moderna. El Islam de los talibanes, al igual que el wahabismo saudí o el radicalismo de Bin Laden,
son hostiles a todo lo concerniente a la cultura, incluso a la musulmana: en la destrucción de la
tumba del Profeta que llevaron a cabo los wahabíes, o la de los Budas de Bamiyám, o las torres
de Nueva York, puede verse el rechazo de toda noción de civilización y de cultura que, con un
cierto apresuramiento se ha calificado de "nihilismo".
Pero no se trata de nihilistas sino de fundamentalistas que quieren volver a la pureza de un Islam
primigenio, oculto por la construcciones humanas. La umma imaginaria de los
neofundamentalismos es muy concreta: es la del mundo global, donde la uniformizacióm de los
comportamientos y la lenguas se lleva a cabo siguiendo el modelo dominante estadounidense
(inglés y McDonald's), o bien con la reconstrucción de un modelo dominado imaginario. En la
manera de actuar de los neofundamentalistas islámicos pueden verse muchos rasgos propios de
las sectas fundamentalistas protestantes, que también rechazan la noción misma de cultura favor
de un código moral de comportamiento y encuentran escucha en ámbitos recientemente
desculturizados (por ejemplo, los latinos que viven en Estados Unidos). La cuestión del born-again
es igualmente básica en ambos fundamentalismos, porque de lo que se trata realmente es de
dirigirse a individuos que han roto con su pasado -y a menudo con su familia- como es el caso de
los jóvenes terroristas que pilotearon los aviones contra las Torres Gemelas. También permite
saltarse la adquisición de conocimientos y actuar como predicadores improvisados: no hacen falta
estudios para decir la Verdad. El neofundamentalismo sigue una línea paralela con el
individualismo y el autodidactismo.
Por supuesto, la radicalización política no es una consecuencia directa de esta tendencia religiosa;
para ello es necesario un factor suplementario que, en nuestra opinión, es la islamización de un
cuestionamiento antiimperialista y tercermundista (5). No hay una vinculación mecánica entre el
desarrollo del neofundamentalismo y el terrorismo, pero sí existe un terreno abonado común, cuya
expresión más acabada es sin duda el wahabismo saudí.
Notas
1 Referencia a los seguidores del Islam de los salafs, el de los "predecesores", es decir,
los compañeros del Profeta. Véase el análisis de Xavier Ternisien en Le Monde, del 251-02.
2 L’Echec de l'Islam Politique, Le Seuil, París, 1992.
3 Los Hermanos Musulmanes egipcios siempre trataron de evitar los conflictos entre las
diversas confesiones; en varias ocasiones incluso captaron a cristianos. El Partido Wasat,
creado a partir de una escisión de los Hermanos Musulmanes, cuenta con un miembro de
la comunidad anglicana en su comité directivo.
4 El califato fue abolido por Mustafá Kemal en 1924.
5 "L'Islam de Ben Laden", en "La Guerre des Dieux", suplemento de Le Nouvel
Observateur, enero de 2002.