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El movimiento liberal
en España: de la
Constitución de Cádiz al
espadón de Pavía. Parte III
Informe mensual de estrategia
mayo 2017
Alejandro Vidal Crespo
Director de Estrategia de Mercados
Informe mensual de estrategia. Mayo 2017
El movimiento liberal en España: de la Constitución de
Cádiz al espadón de Pavía. Parte III
En 1836, Bilbao se encontraba en manos de los leales a Carlos María Isidro, hermano de Fernando VII y
rival de la joven Isabel II para hacerse con la corona de España. Una flota combinada hispano-británica
aguardaba en Castro Urdiales la llegada de catorce batallones isabelinos que marchaban penosamente
desde el valle de Mena, en Burgos. Al mando de tan importante destacamento, el general en jefe de
las tropas isabelinas, Joaquín Baldomero Espartero, veterano de la guerra de la Independencia y de las
guerras coloniales en América.
Finalmente, el ejército de Espartero alcanzó Castro Urdiales y se embarcó hacia Portugalete, donde
arribó el 27 de noviembre y avanzó hasta tomar los altos de Baracaldo. En ese punto fue detenido
por intenso fuego de los carlistas, y pese a la recomendación de sus generales, ordenó construir un
puente de barcazas sobre el Nervión y cruzar el río, donde tuvo que aguantar una feroz acometida
hasta la llegada de repuestos, el 19 de diciembre. Ese día, y con el apoyo de la artillería de la armada,
se desencadenó la ofensiva final sobre Bilbao, con Espartero y sus tropas entrando triunfantes por
el puente de Luchana el día de Navidad de 1836. Desde ese momento, los carlistas retrocederían
claramente hasta el fin de la guerra, representada por el Abrazo de Vergara en 1839, donde depondrían
las armas a cambio de integrar a su oficialidad en el ejército isabelino y el compromiso del Estado de
mantener los fueros de Guipúzcoa, Álava, Vizcaya y Navarra, vigente hasta nuestros días.
Ese abrazo le valió a Espartero el título de Príncipe de Vergara, con tratamiento de Alteza Real, en
1872. Pero no nos adelantemos a los hechos. La batalla de Luchana y la victoria final sobre los carlistas
habían colocado a Espartero en la cumbre de su popularidad, y había provocado que tanto progresistas
como moderados le ofrecieran entrar en el Gobierno con rango de Ministro. Espartero finalmente se
decantó por los primeros, probablemente debido a su enemistad con otro general, Ramón María
Narváez alias el Espadón de Loja. Tras el comentado motín en La Granja de San Ildefonso, la regente
Maria Cristina marchó al exilio, y Espartero se hizo con la regencia ante la corriente progresista que
abogaba por un poder compartido entre tres regentes, postura defendida por Agustín Argüelles y que
fue derrotada gracias al concurso de parte de los votos de los moderados a favor de Espartero.
Este elemento personalista muy poco del agrado de los liberales progresistas marcaría una profunda
división en el partido, y llevaría a distintas asonadas militares, como el levantamiento de O’Donnell en
1841, instigado por María Cristina contra Espartero desde Francia y ejecutado por militares moderados
como Diego de León, que dejó la vida en ello. También se alzaría en armas Barcelona en 1842 debido
a una crisis en el sector algodonero que originó disturbios graves. Espartero se desplazó a Barcelona
y ordenó bombardear la ciudad desde Montjuic, causando graves daños. Esto supondría el fin de su
regencia, ya que provocaría el alzamiento del General Prim y posteriormente, de los también generales
Narváez y Serrano, ambos moderados. Espartero se exiliaría en Inglaterra, donde fue recibido con gran
afecto.
En España, el Gobierno quedaba en manos del General Narváez, que promovería una nueva constitución
de corte moderado en 1845. La soberanía vuelve a ser compartida entre las Cortes y el Rey, que gana
un importante margen de autonomía.
Esta Constitución, que además marcaría el fin del periodo de regencias al declararse mayor de edad a
la Reina Isabel II con trece años de edad, estará vigente durante todo el reinado de Isabel II, hasta 1869.
Durante el periodo 1844-1854 España vivió la conocida como década moderada, con una total
preminencia de las opciones más conservadoras, y marcada por las dos presidencias del general
Narváez, Istúriz y Bravo Murillo. En los tres casos, tratarían de volver atrás varias de las medidas
Informe mensual de estrategia. Mayo 2017
más radicales de la época revolucionaria, y mejorar la relación con la Iglesia mediante la firma de un
nuevo Concordato Vaticano (1851) que evitara nuevas desamortizaciones al estilo de Mendizábal. Sin
embargo, ese mismo año Napoleón III da un golpe de Estado contra la II República, se hace con el
poder en Francia y cambia el mapa político europeo proclamando el Segundo Imperio. Bravo Murillo
reacciona clausurando las Cortes y tratando de promover una cierta vuelta al absolutismo mediante
un proyecto de nueva constitución en 1852, pero fracasa y cae definitivamente en una nueva asonada
militar producida en el pueblo madrileño de Vicálvaro, conocida como La Vicalvarada, que lleva a un
nuevo Gobierno de Espartero, conocido como bienio progresista. Este periodo estará marcado por
la Ley de Ferrocarriles, las primeras fases del movimiento obrero en las regiones industriales y una
nueva desamortización, la de Madoz, para financiar el fiasco todo lo anterior. Las malas relaciones
entre Espartero y O’Donnell, que ha ido montando en secreto la Unión Liberal, terminarán en un
conato de guerra civil y la retirada de Espartero en 1856.
El periodo de 1856-1863 son los años de los gobiernos de la Unión Liberal, protagonizados por O’Donnell
en diferentes periodos. El ambiente social sigue siendo tremendamente convulso, con alzamientos
tanto de los carlistas como de los pujantes movimientos obreros y campesinos. El Gobierno trata de
defender su posición mediante una agresiva política exterior que trate de defender la ya totalmente
perdida imagen de España como potencia imperial, en contraste con la rápida expansión colonial
de Inglaterra y Francia, que se reparten el mundo al tiempo que enojan a las potencias europeas
centrales, como Rusia, Austria y Alemania. Las primeras fricciones entre ellas comienzan a ser visibles
en la Guerra de Crimea. Pero España se embarca en contiendas más bien menores, como las guerras
africanas, o algunas campañas en el Pacífico contra Chile y Perú. Hasta que en 1863 el partido fundado
por O’Donnell reuniendo a los sectores más próximos entre sí de los liberales progresistas y moderados
salta por los aires.
El periodo 1863-1868 será la descomposición definitiva del sistema turnista de generales de uno y
otro bando alternándose en el poder. En las elecciones de 1863 resultan vencedores los progresistas,
demócratas y republicanos coaligados, aunque es el General Narváez el que recibe el encargo de formar
Gobierno, atribución que ejerce con tintes dictatoriales y de espalda a las Cortes. Siete Gobiernos se
concatenarán hasta 1868, y será esta inestabilidad del sistema, junto con las crisis económicas que no
dejarán de concatenarse (algodón, ferrocarril y una gran crisis de subsistencias en Andalucía) las que
desembocarán en la Revolución Gloriosa de 1868 y en el exilio de Isabel II.
Pero eso no iba a terminar con la inestabilidad. En primer lugar, se instituye un Gobierno Provisional a
cargo del General Serrano, con otras personalidades relevantes como Prim o Sagasta. Este Gobierno
llamará a las urnas por primera vez con sufragio universal masculino, y enfrentará por primera vez
con corrientes abiertamente republicanas, representadas por Emilio Castelar o Francisco Pi i Margall,
que discrepaban entre una visión centralista o federal. Este Gobierno provisional tomará medidas
de gran calado, como el ya mencionado sufragio, o la abolición de la esclavitud, algo que le llevará a
fuertes enfrentamientos con Cuba o Puerto Rico y fomentará el movimiento independentista entre las
élites. También implantará el sistema métrico decimal y una divisa única para España, la Peseta. Pero
la función principal del Gobierno seguía siendo la búsqueda de un nuevo Rey, y el elegido fue Amadeo
de Saboya, y votado por las Cortes en calidad de Monarca Parlamentario.
Su reinado duraría escasamente dos años, entre enero de 1871 y febrero de 1873. Su principal valedor
y líder de la primera fuerza política en las Cortes, en General Prim, moría el mismo día de su llegada,
víctima del famoso atentado en la Calle del Turco de Madrid (hoy, Calle del Marqués de Cubas).
La muerte de Prim y el ascenso al liderazgo del partido de Sagasta produjo la descomposición del
principal partido político, que se sumió en un caos con la elección interna de un nuevo líder. Además, el
nuevo Rey fue incluso incapaz de unificar las tres opciones monárquicas, que incluían a sus seguidores,
a los borbónicos alfonsinos y a los carlistas, que volverían a alzarse en armas en 1872 apoyando al
pretendido Carlos VII, que restituyó los fueros anteriores a Felipe V en Cataluña, Valencia y Aragón
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para hacerse con el favor de estos territorios. En definitiva, un absoluto descontrol que llevó al Rey a
abdicar y regresar a su amada Italia. Al día siguiente, el 11 de febrero de 1873, las Cortes proclamaban
la República Española.
La Asamblea Nacional, formada por Senado y Congreso, proclama la República y nombra a Estanislao
Figueras Presidente, pero no se decanta entre Centralismo y Federalismo, algo que dejan a las futuras
Cortes Constituyentes. Y se convocan elecciones, en las que arrasan los Republicanos Federalistas.
Pero no iba a ser tan fácil la cosa, por supuesto….
Incluso entre ellos no se ponían de acuerdo, y se encontraban tres opciones: los que querían construir
la República Federal “de abajo a arriba”, conocidos como Intransigentes y liderados por un sanedrín
de personalidades, querían fomentar la formación y organización de cantones, y que ellos a su vez
configuraran el Estado. Por otra parte los Moderados, liderados por Sagasta, que apostaban por
redactar una Constitución y formar un Estado “de arriba abajo” y rechazaban la unión de los poderes
del Estado en unas Cortes conformadas como poder revolucionario, y en medio, los moderados de
Pi i Margall, que sería elegido como Presidente cuando Estanislao Figueras temió una conjura de los
Intransigentes para asesinarle y puso pies en polvorosa.
Pi i Margall decidió centrar sus esfuerzos en acabar con la tercera guerra carlista, y eso supuso que
los Intransigentes abandonaran las Cortes y se ocuparan de formar directamente los cantones, lo que
dio lugar a la Rebelión Cantonal. El Gobierno de Pi i Margall duró exactamente 37 días, y le sucedió el
moderado Nicolás Salmerón. Este decidió reforzar la represión de la revuelta cantonal, incorporando
a generales de corte más bien conservador, como Pavía o Martínez Campos. Estos sofocaron buena
parte de las revueltas cantonales, pero Salmerón dimitiría el 7 de septiembre (no llegó a dos meses
de mandato) por negarse a firmar sentencias de muerte de los cabecillas de las revueltas, algo a lo
que se oponía radicalmente.
Así que la Presidencia del Gobierno, y les prometo que vamos ya terminando, volvió a Castelar. Este
obtuvo poderes extraordinarios para gobernar por decreto hasta sofocar las revueltas y suspendió
la actividad de las Cortes hasta el 2 de enero de 1874, cuando reabrirían y Castelar se sometería a
una moción de confianza. A las puertas de Madrid, aguardaba el General Pavía con sus tropas, para
intervenir en caso de derrota de Castelar ya que eso podía oficializar la cantonalización de España.
Y al ocurrir exactamente eso, Pavía se acercó con sus tropas hasta el Congreso, disolvió las Cortes,
y pretendió devolver el poder a Emilio Castelar, que rechazó el encargo por obtenerlo de forma
antidemocrática.
Pese a que oficialmente se prolongaría un año más, la República Española y el periodo liberal habían
llegado a su fin. El año siguiente fue el de la República Unitaria, en realidad la Dictadura de Serrano
que se hizo cargo de la situación, y el 29 de diciembre de 1874 Alfonso XII y la Casa de Borbón
regresaban a España, comenzando el periodo de la Restauración Borbónica.
España dejaba atrás el periodo más convulso de su historia, habiendo perdido definitivamente su
posición como potencia mundial y en formato de prácticamente un Estado fallido. La crisis política
e institucional nos acompañaría por décadas, y las fracturas sociales, territoriales e ideológicas
perdurarían por décadas, quizá algunas de ellas son aún presente. Estas fracturas sociales tan
profundas, y el enconamiento de sus partidarios en sus posturas, originaron déficits y carencias que
tardamos un siglo en superar. Sin duda, el XIX es un siglo cargado de historia y de lecciones.