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OPINIÓN 5
Diario de Noticias Viernes, 26 de noviembre de 2010
Tribuna Abierta
P O R FA B R I C I O D E P O T E S TA D M E N É N D E Z ( * )
Políticas sociales
M
IENTRAS dura la fiesta, la Historia se detiene, pero en tiempos de
crisis, la vida transita
rápida y abatida. Pese a ello, la derecha, tumefacta de pragmatismo,
piensa que las políticas sociales son
ruinosas. Pero no cae en la consideración de que en una sociedad justa y cohesionada, los servicios sociales tienen que ser ruinosos. O sea,
generosos. Las políticas sociales no
son una inversión en la que se pierde dinero, sino una expresión de la
decencia política que está obligada
a hacer sólo negocios costosos en
beneficio del pueblo. Y es que la
derecha es adicta a la teoría de que
no hay pobres ni desempleados, ni
siquiera clases sociales enfrentadas.
Toda esa patraña, según ella, no es
más que un invento de los socialistas para levantar en armas a la
izquierda y al sindicalismo, los nuevos comuneros de Castilla y de todo
el Estado español.
Las políticas sociales no se pueden
reducir a operaciones de cálculo
matemático, sino que, como espejo
de la vida social, comparten con ella
grandezas y servidumbres. Las soluciones a los problemas de las personas no surgen en un laboratorio
aséptico, no se obtienen por destilación mediante alquitaras ni pueden
observarse en un microscopio, tampoco son el producto quimérico de
la proyección de teorías acabadas,
E
L escándalo suscitado por
las palabras del representante de ERC Puigcercós,
relativo a la contribución
a la Hacienda española de parte de
Cataluña suena a ritual. Será no
políticamente correcto, pero la certeza de esta afirmación es convicción generalizada en el conjunto de
las sociedades del Estado español.
Puede ser un tópico atribuir a las
comunidades sureñas el carácter
de principales beneficiarias del
trasvase de recursos fiscales. En
realidad, la Hacienda española vive
para Madrid, y otras comunidades
no dejan de ser la cohorte de segundones en términos estrictos. En
todo caso ésta es la estructura del
imperio español, organizado en torno a un eje en la que ciertos territorios son donantes netos y otros
recibidores. Los hechos contables
hablan por sí mismos, a pesar de
los esfuerzos realizados por las élites españolas para que se acepte lo
contrario.
No es nada nuevo. El imperio
español no ha sobrepasado nunca
en sus colonizaciones la fase del
espolio. Lo peor, la altivez; Felipe II,
colocando una piedra de oro en la
cúspide de El Escorial frente a quienes le retaban a terminar aquel despilfarro. En momentos posteriores
se quiso introducir la racionalidad;
Carlos III de España y los posteriores gobernantes diseñando un
imperio que beneficiara a los peninsulares. Los déficits mercantil y de
la Hacienda se saldaban con las rentas americanas. Fracasó el intento
y el imperio –reducido a la mínima
expresión de tierras peninsulares–
esto es, perfectas, inmutables y eternas. Al contrario, las ideas son el
producto del análisis pormenorizado de la realidad social, de la detección de las necesidades de las personas y de largas jornadas de inteligente y honrada labor política.
Hablamos, en fin, de política real y
no de utopía, agrupada bajo dos
grandes epígrafes, tan inevitables
como convenientes: derecha e
izquierda. Visión dialéctica que no
debe acercarnos irremediablemente al conflicto político, sino al consenso social desde dos perspectivas
opuestas, pues si algo pretenden las
políticas sociales es precisamente la
cohesión ciudadana.
La cobertura social, habida cuenta de la bondad y pureza de sus fines
y de la licitud de los medios, son el
eje fundamental de la socialdemocracia. No caben, por tanto, los términos neutros, los matices que confieren a las políticas rebordes imprecisos, las promesas enmascaradas,
las medias verdades, las omisiones
y los eufemismos. Por ello, no es
posible eludir la fortaleza que confiere a estas políticas la coherencia
con los principios y valores del socialismo, la claridad, la concreción y la
viabilidad coyuntural que hacen
posible su cumplimiento. No existe
ni ha existido ni existirá un ciudadano ideal dispuesto a dejarse seducir por los encantos retóricos de un
programa electoral, ni a ser gober-
nado por un partido que ignore sus
intereses y necesidades individuales, por lo que no se debe ignorar que
el destinatario de las políticas sociales es, en última instancia, su titular
genuino: el ser humano individual.
Es cierto que la actual coyuntura
histórica está caracterizada por el
apoliticismo, el hedonismo, un cierto grado de narcisismo, una estética ingrávida y una inquietante indiferencia ante la ética y la moral. En
consecuencia, el socialismo, guiado
de su fuerte tradición moralizante,
que pretende convertir en justicia
todo cuanto acomete, debe ahora
proponer, como dice Ralph Miliband, un socialismo para una época escéptica, que devuelva la ilusión
y la esperanza a toda la ciudadanía.
En una economía de producción
capitalista, como la nuestra, se hace
necesaria la prestación de servicios
públicos, con criterio de universalidad y justicia, para amortiguar las
dramáticas desigualdades sociales
y reducir el impacto de la pobreza y
la exclusión social.
Quedan lejos, en efecto, los tiempos revolucionarios, superados por
el vértigo del espíritu moderno,
como decía Baudelaire. A pesar de
ello, la doctrina socialista ejerce y
debe seguir ejerciendo una influencia más que notable en el siglo XXI,
pues, superada la utopía, fuera sueño o pesadilla, el objetivo de la
socialdemocracia, imbuida del cau-
La derecha es adicta a la
teoría de que no hay
pobres ni desempleados,
ni siquiera clases
sociales enfrentadas
Quedan lejos, en efecto,
los tiempos
revolucionarios,
superados por el vértigo
del espíritu moderno
Colaboración
POR MIKEL SORAUREN
Inocultable evidencia
fue reconvertido, intensificando el
espolio de los territorios productivos de Navarra y Cataluña.
Representa una falta de pudor la
pretensión de aquellos españoles
que sostienen la inviabilidad de
unos previsibles estados soberanos
en Navarra y Cataluña. Pretenden
que se acepte que es la economía
española la que posibilita el relativo alto nivel socio económico que
presentan estos territorios con respecto a los españoles. Quieren olvidar que en la actualidad cualquier
economía se plantea como abierta,
pero la aspiración de las colectividades es la de disponer el control
sobre los engranajes administrativos que en cada estado facilitan lo
más importante de la actividad
socio económica, en USA, Cuba,
China y aquí.
Por lo demás, Madrid es el punto
del Estado español en donde tiene
lugar la mayor inversión. La concentración de recursos económicos
del conjunto del imperio español
sobre Madrid es una vieja realidad
que se afianza desde finales del siglo
XVIII. Únicamente la decisión política del Estado consigue convertir
en un polo económico a un territo-
rio que no tiene otra riqueza que
una pobre tierra procedente de la
desintegración del granito, mala
productora de cualquier fruto. La
nobleza primero, luego una administración esterilizadora, la organización de las comunicaciones y el
conjunto de decisiones políticas que
se dirigen en tal dirección, buscan
crear en este sitio el centro neurálgico del imperio.
Volviendo la mirada hacia Andalucía y similares, no deben aceptarse los lugares comunes que las
convierten en territorios desgraciados con quienes deben sentirse
solidarios los habitantes de otros
territorios. Navarra no tiene que
ser considerada rica. Las necesidades de inversión en todo orden económico y social hacen injusta la
permanente exacción que viene
ejerciendo España a lo largo de los
siglos, tanto más cuando la sociedad española se ha organizado en
torno a oligarquías autoritarias y
corruptas, espoliadoras permanentes de los grupos menos favorecidos
y –por lo demás–, despilfarradoras.
Dependemos demasiado de unos
estereotipos andaluces lamentables;
el torero, la bailaora y cantaor de
No hace mucho que
Andalucía suministró a
Europa un importante
porcentaje de
minerales de todo tipo
dal hereditario de la razón ilustrada, es la consecución de una sociedad libre, democrática, laica, solidaria, pacífica, ecológica, paritaria, plural y multicultural. En definitiva, una sociedad mejor y más
justa. Por tanto, las políticas sociales constituyen las señas de identidad, la marca por excelencia de
la socialdemocracia que se substancian y concretan en el conjunto de acciones en materia de política fiscal, salud, educación, cultura y protección social.
En fin, el tumulto de las siglas, de
las realidades, virtuales o no, esa
cosa de mercado persa y hortera que
tiene la política de ahora mismo,
nos lleva a refugiarnos cada vez más
en los hechos puros, concretos, leves
y minutísimos –como los orífices de
lo pequeño y significativo– que ahora exigen el cambio de progreso en
Navarra para salir de la política del
balbuceo, por una parte, y de la política barroca del vacío, por otra. En
definitiva, nos condece a oponer al
capitalismo foral, que nace del dinero y del gran rastro navarro y dominical del utilitarismo político, la
pisada inconsútil, originaria, solidaria e igualitaria de la humanidad
sobre la nieve del primer día que
nevó en esta tierra. Esto es, las políticas sociales.
(*) Secretario de Estudios y Programas de la
Comisión Ejecutiva Regional del PSN-PSOE
flamenco, el jornalero miserable y
el señorito ricachón y ocioso. Esta
estructura social es herencia del sistema de producción y explotación
que impusieron los conquistadores
castellanos sobre un territorio que
con anterioridad había alcanzado
el máximo desarrollo socio económico del conjunto de Europa, y uno
de los más brillantes imperios
musulmanes y del mundo entero.
Los romanos, por su parte, tuvieron
en este territorio una de las columnas vertebrales de la parte occidental. Cuando los 100.000 hijos de
San Luis del Ejército francés se asomaron a Despeñaperros, se cuenta
que presentaron armas como homenaje a una tierra que contemplaban
hermosa y feraz. No hace mucho
que Andalucía suministró a Europa un importante porcentaje de
minerales de todo tipo. Las condiciones de su agricultura pueden ser
de las mejores del Estado español.
¿Por qué se han despilfarrado –y
despilfarran– estos recursos? Las
inversiones de dinero europeo y de
la Hacienda española son extraordinarias, y el gasto relativo en equipamientos sobrepasa el que se hace
por aquí. Autovías, trenes, aeropuertos, sin contar la inversión privada… ¿Qué está pasando? Simplemente, una gestión global lamentable, responsabilidad principal de las
élites parasitarias herencia de otras
épocas históricas y a las que no se
quiere poner en su sitio. Esto solamente es culpa de España; no de
quienes se quejan al contemplar
que se les arrebata lo que les pertenece y condiciona su propia existencia.