Download La historiografía rioplatense sobre el tratado de Madrid (1750

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Transcript
LA HISTORIOGRAFIA
EL TRATADO
RIOPLANTENSE
DE MADRID
SOBRE
(1750-1850)
La frontera de las posesiones hispano-portuguesas de la América Meridional había sido tradicionalmente una frontera caliente, jalonada
de incidentes provocados por la tenaz voluntad portuguesa de ensanchar su dominio a costa
del vecino. En la extensísima línea divisoria había dos puntos especialmente conflictivos
que eran el territorio ocupado por las misiones de guaraníes y los fértiles campos de la
Banda Oriental del Río de la Plata. Las misiones habían sido reiteradamente visitadas por los
bandeirantes paulistas en busca de mano de obra esclavizada para emplear en plantaciones y
trabajos mineros hasta que los jesuitas consiguieron organizar militarmente a los indios
como para oponer una resistencia eficaz. En la Banda Oriental las ambiciones portuguesas
alcanzaron un éxito parcial con la instalación de la Nueva Colonia del Sacramento pero no
consiguieron extender su dominación pues los españoles les impidieron el intento de establecerse en Montevideo y bloquearon la posesión territorial ejercida desde la Colonia. Aun
así los portugueses instalados frente a Buenos Aires constituyeron una inquietante presencia. Foco de intenso contrabando en tiempos de paz, apostadero naval enemigo en tiempos
de guerra, puerta de salida clandestina de metales preciosos, cueros y hombres de las provincias españolas circundantes, la Colonia generaba una constante preocupación o tentación
para los españoles de la Banda Occidental del Río de la Plata. Para Portugal la Colonia
representaba una fuente de pingües ganancias pero también un motivo de intranquilidad
pues la experiencia demostraba la precariedad de un establecimiento rodeado de fuerzas
hostiles superiores y dependiente para su subsistencia del apoyo marítimo.
A mediados de siglo la inteligente acción de Alejandro de Gusmáo consiguió consolidar las
ventajas lusitanas mediante un tratado por el que Portugal cedía la indefendible Colonia del
Sacramento a cambio de siete pueblos misioneros con sus correspondientes plantaciones de
yerba y algodón y sus estancias pobladas de ganado. La permuta había sido largamente meditada por los portugueses y objeto de una cuidadosa preparación. Con los más variados pretextos y durante casi una década los pueblos de misiones habían sido visitados por espías portugueses hasta reunir una completa información sobre lo que constituiría la base del trueque’.
’ Francisco
Hispanica, núm
Mateos. “Avances
15. Madrid. 1948.
portugueses
y misiones
1637
españolas
en
la Aménca
del Sur”,
en Missionalia
José
Maria
Mariluz
Urquijo
El momento parecía especialmente propicio para los lusitanos pues se daba la presencia
en España de una reina -Bárbara de Braganzaque no olvidaba su origen portugués y de
un ministro de Estado -José de Carvajal y Lancasterdeseoso de sacudir la tutela francesa
vigente desde el advenimiento de los Borbones para producir un acercamiento a Inglaterra y
Portuga12. Los temores de Alejandro de Gusmao de que los castellanos se dieran cuenta de
la desproporcionada ganancia que el proyectado convenio aseguraba a Portugal y desistiesen
a último momento3 se disiparon con la firma de ambas partes. Los portugueses habían contado a su favor con el deseo español de terminar con el extenuante conflicto de límites que
venía arrastrándose desde la época de Tordesillas mediante un nuevo tratado que pusiese
punto final al enredado conflicto. Es cierto que el invariable y persistente empuje portugués
tendiente a desplazar la frontera en su beneficio no abonaba su buena fe pero, curiosamente,
Carvajal y Lancaster, sin negar que los vecinos habían cometido toda clase de abusos en el
pasado, consideraba que esa misma larga historia de infiltraciones y de avances portugueses
era el mejor aliciente para procurar celebrar un tratado que pusiese “límites y regla porque
no habiéndola en haciendo un atentado un codicioso se ha de seguir una guerra”+.
En septiembre de 1750 llegó a las misiones la primera noticia del funesto acuerdo hispano-portugués y en abril del siguiente año ésta fue confirmada. A partir de entonces los jesuitas rioplatenses desarrollaron una intensa campana de esclarecimiento pero para entonces
ya era demasiado tarde. El intento de movilizar a los funcionarios indianos para que representasen contra el acuerdo fracasó casi totalmente ante el temor de la mayoría de disgustar a
la Reina y al Ministro’ y los escritos de 10s jesuitas encontraron poco eco en autoridades que
habían descontado por anticipado el descontento de la Compañía.
Las partidas demarcadoras realizaron su labor, el ejército hispano-portugués
aplastó la
resistencia guaraní en la sangrienta batalla de Caibaté, comenzó el desplazamiento de los
indios y la ocupación de los pueblos afectados.
Fracasado el intento de persuadir a las autoridades de hoy surge el deseo de ilustrar a los
hombres del mañana. Algunos jesuitas -especialmente
los PP. Enis, Escandón y
Nusdorfer-,
con plena conciencia de que están viviendo un momento histórico que suscita
la atención del mundo y conocedores de las antojadizas versiones que circulan por Europa,
se sienten llamados a dejar constancia de la verdad de lo que está ocurriendo en las misiones como secuela del tratado.
Uno de ellos es el P Tadeo Enis. El P Enis, natural de Bohemia, escribe en latín, lengua
que le es más familiar que la española pues ha llegado al Río de la Plata apenas unos pocos
meses antes del tratado. Comienza en un tono moderado y neutral pero a poco se va comprometiendo más y más con la causa de los indios y el papel de los jesuitas, que en un primer momento aparece limitado a prestar asistencia espiritual a los guaraníes, pasa a ser de
’ En la elección de Carvajal había mcluido el embajador
portugués Vizconde de Vila Nova da Cervetra. Didier
Ozanam, “Estudio preliminar”
a La diplomacia de Fernando VI, Madrid, 1975, pp. 18 y SS.
’ Jaime Cortesão, Alcwndre
de Gusmào
E o Tratado de Madrid,
Parte IV t. 1, Rio de Janetro, 1953, p. 534.
’ Idem, p. 518.
’ En junio de 1751 el P Provinctal
Baltasar de Moncada expone desde Ltma que alli todos reconocen que el
tratado ocastonará
la pérdida del Reino pero que nadie se atreve a decirlo por escrito Archivo General de la
Nacion, Compatiía de Jesús 1746-1756,
1X-6-10-1;
Instttuto Geográfico
Mtlitar. Documentos relativos a la ejecuctón
del tratado de limites de 1750, Montevideo,
1938, pp. 40 y SS.
1638
La Historiografía
Rioplatense
sobre
el Trotado
de Madrid
(1750-1850)
simpatizantes
y alentadores
de la resistencia. El manuscrito
cayó en manos de José Joaquín
de Viana al ocupar el pueblo de San Lorenzo en 1756 e inmediatamente
fue objeto de escrupulosa atención, sin que fuese obstáculo la microscópica
caligrafía del l? Enis. Fray Manuel
Londoño
(a) fray Hormiga
le hizo una primera
traducción
en el propio
teatro de los
suceso@ y más tarde Bernardo
Ibáñez de Echavarri
volvió a traducirlo
al castellano
con
maliciosos arreglos tendentes a acentuar la complicidad
de la Compañía’.
Enis se refería a la opresión a que había sido sometida la provincia
desde la firma del
“iniquísimo”
tratado, recordaba la persistente
acción antijesuítica
de Portugal, consignaba
las exhortaciones
jesuíticas a que los indios de los distintos pueblos mantuviesen
la unión
para mejor oponerse al enemigo común, condenaba
la inhumanidad
de los españoles con
los vencidos de Caibaté. Y descubriendo
francamente
su pensamiento
exclamaba
que las
cosas habían llegado a tal extremo que se daba la paradoja de que para servir fielmente al
Rey era necesario oponérsele con las armas en la mano8.
El Diario de Enis era un precioso regalo para los antijesuítas. La Compañía venía siendo
criticada por los muchos extranjeros
que ocupaba en sus misiones americanas
y aun algunos jesuitas españoles miraban sin demasiado entusiasmo esa participación
foránea. Y ahora
era justamente
uno de esos extranjeros
quien aparecía prestando su apoyo espiritual
a los
indígenas rebelados.
La Rela<& abreviada de República que os religiosos jesuitas das provincias de Portugal e
Hespanha estabelecerâo nos dominios ultramarinos
das duas monarchias e da guerra que nelles
tem movido e sustentado contra os exercitos hespanhoes e portugueses, famoso libelo antijesuita
inspirado
por el Marqués de Pombal, se refiere a la importancia
de los papeles secuestrados
en San Lorenzo para aclarar el proceso de la rebelión. En su refutación a la Rela@o abreviada
escrita en 1758 el P José Cardiel desestima que pueda servir para probar la culpabilidad
de
la Compañía. No puede asignarse mucho valor a su opinión ya que aún desconocía el contenido de esos papeles; en cambio pisa terreno más firme cuando dice haber oído que se habían hecho muchas copias de ellos trasladados con poca fidelidad lo que no sería “la primera
vez que sucede en las Indias”“.
Efectivamente,
el Diario del F! Enias había empezado a circular en copias manuscritas
y
no tardaría mucho en difundirse
también la versión arreglada del P. Ibáñez. Una de las
copias figuraba en la biblioteca
del Conde de Campomanes
que la utiliza en el dictamen fiscal que precedió a la expulsión
de la Compañía.
Campomanes
considera que el Diario de
Enis constituye
una prueba convincente
de cómo los padres habían inspirado
y dirigido
la
resistencia de los indios. Accesoriamente
le da pie para criticar la actitud de emplear en la
evangelización
hombres
de todas las procedencias.
No debe sorprender
-dice“sea
extranjero
este jesuita pues lo son mucha parte de los misioneros
que en toda la América
h José M. Mariluz
Urquljo, “Clima intelectual rioplatense a mechados del Setecientos”, en Juan Baltazar Maziel,
del tratado de hites
de 1750, Buenos Alres. 1988, p. 22.
T Gmllermo
Furlong, “El expulso Bernardo Ibañez de Echavam y sus obras sobre las misiones del Paraguay”,
en Archivum Historicum
Societatis lesu, t. II, Roma, 1933.
” Tadeo Xavier Henis, ” Diario histórico
de la rebelión y guerra de los pueblos guaraníes situadas en la costa
oriental del río Uruguay del año de 1754“, en Pedro de Angel& Colección de obras y documentos
relativos
a la historia antigua y moderna
de las Prownciales del Río de la Plata, t. V, Buenos Aires, 1836, pp. 19, 25, 3.746 y 50.
’ Jose Cardiel, DecIar-acion de la verdad. Con Introducción
del P Pablo Hernández,
Buenos Aires, 1900, pp. 414
y 417.
De la justtcla
1639
emplean los jesuitas de todas naciones a pesar de la prohibición de las leyes, de la razón de
Estado y aun de la utilidad de las mismas misiones por la mayor dificultad de los extranjeros de regentarlas por necesitar aprender la lengua espaiiola... El amor nacional en tales
misioneros es ninguno y el interés de la Compañía es el único estimulo de sus acciones”.
Le atribuye ser uno de los que concitaba el odio guaraní hacia los españoles y no olvida
recordar que el culpable seguía actuando en las misiones’D.
Hasta ese momento el Diario de Enis había sido una pieza de convicción manejada por
quienes aspiraban a terminar con la Compañía y como tal conocida por un reducido grupo
pero no por el público en general pues su carácter manuscrito obstaculizaba una más amplia
trascendencia.
Es solo después del extrañamiento cuando comienza a ser propagado por la imprenta
como parte de la bibliografía antijesuítica de inspiración oficial. Creemos que la primera vez
que aparece parcialmente publicado es en la Causa jesuítica de Portugal o documentos auténticos, bula, leyes reales, despachos de la Secretaría de Estado y otras piezas originales que precedieron a la reforma y motivaron después la expulsión de los jesuitas de los dominios de Portugal,
Madrid, 1768, que da a conocer largas transcripciones del Diario en calidad de notas ilustrativas de la Rela@o pombalina y anuncia que no tardará la edición in extenso. La publicación
va acompañada de comentarios anónimos que varios autores atribuyen fundadamente a
Ibáriez de Echavarri. Comentarios
en los que se subraya especialmente el carácter del
Estado dentro del Estado que habrían tenido los treinta pueblos de misiones y la asistencia
de los padres en todas las operaciones militares de la guerra guaranítica. Así, cuando Enis
alude a una convención celebrada entre Gomes Freyre y unos indios principales, el comentarista anota que tales actos eran pruebas incontestables de la independencia con la que se
manejaban los jesuitas y cuando en un pasaje del Diario se menciona a “una y otra curia”
Ibáñez aclara que se refiere a las dos especies de tribunales de apelaciones que los jesuitas
habían establecido en los pueblos de la Candelaria y de San Juan usurpando “la soberana
autoridad con total ignorancia del gobierno”.
Cuando dos años después se publica póstumamente la obra más importante de Ibáñez de
Echavarri que es El Reyno Jesuítico del Paraguay por siglo y medio negado y oculto hoy demostrado y descubierto, Madrid, 1770, se agrega el texto completo del diario de Enis que alcanza
notable repercusión ampliada por las traducciones de que fue objeto. Una obra escrita para
llevar puntual noticia de los sucesos que siguieron al tratado de 1750 desde una perspectiva
jesuítica se convirtió en virtud de su propio contenido y de las manipulaciones que sufrió
en una pieza capital del discurso antijesuítico.
A diferencia de Enis el P Juan de Escandón tenía a mediados del siglo xv111casi dos
décadas de experiencia americana. Su carácter de secretario de dos sucesivos provinciales
(Querini y Barreda) lo habían llevado a tomar contacto con los principales problemas
regionales y a conocer los más remotos rincones del país. Elegido procurador
por la
Congregación
Provincial viajó a Roma y a España para defender los intereses de la
Provincia pero sus gestiones en la Corte tropezaron con un clima adverso a la Compañía y
muy particularmente
hostil hacia los jesuitas de la Provincia del Paraguay por su actitud
en la última contienda. Para modificar esa situación Escandón creyó conveniente escribir
‘O Pedro Rodrlguez
de Campomanes,
Dictamen Jiscal de expulsión de los jesuitas de España
Edición. introducción
y notas de Jorge Cejudo y Teófanes Egido, Madrid,
1977, pp. 130, 134 y 135.
1640
(1766-l
767).
La
Hlsioriograf~a
Rioplatense
sobre
el Tratado
de Madrtd
(1750-1850)
la historia de los últimos años ofreciendo
la versión jesuítica de sucesos que conocía muy
bien”.
Escandón presenta al tratado de Madrid como la culminación
de un proyecto largamente
acariciado
por Portugal en detrimento
de España. Remontándose
a unos años antes de su
celebración
recuerda cómo el espionaje portugués
se había encargado de reunir la información necesaria para manejarse
con inteligencia
a la hora de la negociación.
Los jesuitas,
mantenidos
totalmente
al margen de las conversaciones,
fueron informados
cuando todo
estaba consumado
y de nada valieron
sus argumentos
frente a un ministro
(Carvajal
y
Lancaster) que acababa de firmar el infausto convenio ni menos aún las gestiones realizadas
ante el Marqués de Valdelirios,
comisionado
para ponerlo en ejecución en el Río de la Plata.
Mientras los comisionados
español y portugués instaban a los jesuitas para que apresuraran
el traslado, éstos debían afrontar las dificultades
de encontrar
tierras apropiadas
para la
transmigración
y la creciente
oposición
guaraní a abandonar
lugares que consideraban
como propios.
En su relato Escandón
atiende simultáneamente
a tres objetivos.
Censura el tratado
como nocivo a los intereses de España. Blanquea
a la Compañía
de las acusaciones
de
haberse opuesto a las órdenes regias; lejos de ello, los padres habían hecho todo lo humanamente posible para inducir
a los indios a la transmigración
sin reparar en el riesgo que
implicaba
aconsejar medida tan impopular.
Censura al grupo de los demarcadores
imputándoles ignorancia
y mala fe. Debido a sus erróneos cálculos sobre el terreno habían concedido a Portugal aun más tierras que las asignadas por el tratado; Juan de Echavarría, jefe de
una de las partidas había llegado a difundir
entre los habitantes del pueblo de San Miguel
que los jesuitas eran culpables
de haberlos
vendido
a los portugueses.
El Marqués
de
Valdelirios,
José Joaquín de Viana y otros jefes se habían doblegado
blandamente
a las pretensiones lusitanas mientras forzaban la débil voluntad de los indios para arrancarles declaraciones contra sus conversores.
Prescindiendo
de un mayor o menor grado de veracidad la obra de Escandón esta formalmente bien compuesta. Abarca la totalidad del proceso desde la etapa preparatoria
hasta
la rescisión del tratado, utiliza ilustrativos
documentos
e informaciones
proporcionadas
por
los actores, coordina inteligentemente
hechos, testimonios
y argumentos
procurando
ver
desde su perspectiva lo que se oculta bajo la superficie de las cosas.
El F! José Manuel Paramás, que publicó la biografía de nuestro autor en 1791, dice que el
manuscrito
de Escandón, buscado ávidamente
y copiado con diligencia,
tuvo la oportunidad de cambiar la opinión
de muchos. Creemos que en ese sentido no conviene magnificar
su importancia.
Escandón lo termina el 15 de febrero de 1760 cuando ya se había producido
el advenimiento
del nuevo Rey que vino a torcer el rumbo seguido hasta entonces. El gran
cambio en la valoración del tratado lo había producido
ya Carlos III que lo miraba desfavorablemente
desde sus tiempos de Nápoles de modo que, a lo sumo, la obra de Escandón
podía servir para confirmar
la nueva concepción
sobre los perjuicios
irrogados por el tratado. En cuanto a su aspiración
de acreditar la sumisa obediencia
de los jesuitas no parece
probable que haya podido convencer al mundo oficial pues para entonces la Corona ya contaba con informes como los del P Lope Luis de Altamirano
que culpaba a sus compañeros
” José Manuel Peramas. Vida y obra de seis humamstas,
de Escandón Y su carta a Burnel. Buenos Aires. 1965.
1641
Buenos
Aires,
1946, p. 216; Guillermo
Furlong,
Juan
José
Maria
Mariluz
Urquijo
,
de Orden, o de cartas de jesuitas (Moncada, Passino) que cifraban su esperanza en la resistencia guaraní o aconsejaban oponer “toda la resistencia posible” a la ejecución del tratado12
o de textos como los del F! Enis. Para el lector actual, en cambio, ofrece muy interesantes
aportes y así como el Diario del P Enis refleja el pensamiento íntimo de un jesuita de entonces, el libro del l? Escandón es un buen exponente de la versión que la Compañía deseaba
presentar de la guerra guaranítica13.
El P Bernardo Nusdorfer, de larga experiencia misionera, había sido provincial de las
reducciones del Paraná y Uruguay hasta mediados de 1752 de modo que le tocó intervenir
muy directamente en las gestiones tendentes a su ejecución, trató de conseguir una prórroga
para los traslados y terminado su período de gobierno permaneció como párroco en las
reducciones.
Testigo de vista de muchos sucesos, confidente de sus compañeros que le permitieron
utilizar sus notas y que incluso escribieron a su pedido sobre algunos hechos en los que
habían participado, tuvo acceso a toda la documentación manejada por los jesuitas.
Al referirse a las fuentes de su historia expresa que para los casos que no pasaron por su
mano o en su presencia ha recurrido a lo que le han comunicado las personas más seguras y
verídicas. “No transcribo -explicasino tal o cual carta que me pareció precisa”; “en lo
demás me basta decir que los papeles originales se hallan en el archivo de la Candelaria del
P Superior de las doctrinas a donde el que los necesitase los podría encontrar”. En todo
momento tiene la preocupación de distinguir entre lo que le consta y lo que le parece, entre
lo que sabe y lo que sospecha. Como tiene conciencia de que los hombres se mueven no
solo por lo que conocen sino por lo que creen no desdeña consignar los rumores que circulaban entre los naturales pues aunque los jesuitas conocían su falsedad les causaba “grandísimo cuidado lo que se decía y corría entre los indios por ver que se metían en sus pobres
cabezas unas especies malísimas... que podían causar un levantamiento universal”.
Acotando los límites de su estudio precisa que no abarcará lo que ocurría en los ejércitos
español o portugués tanto por falta de noticias como porque su intento es sólo contar los
trabajos que el “negro tratado” ocasionó a los neófitos guaraníes dejando a los españoles
contar los suyos si quisiesen.
El F! Furlong consideraba que las páginas del F! Nusdorfer constituían el mejor relato
sobre la repercusión del tratado de permuta en las reducciones. Y en verdad nadie ha descrito más vivamente no sólo las vicisitudes del forzado traslado sino el desquicio que se produjo en los pueblos. Son interesantes, por ejemplo, sus observaciones sobre el deterioro del
poder de los padres que en algunos lugares quedaron reducidos a sus funciones religiosas
mientras los caciques retornaban su autoridad y el manejo de los bienes temporales.
Nusdorfer va escribiendo su Relación de todo lo sucedido en estas doctrinas en orden a las
mudanzas de los siete pueblos del Uruguay a medida que ocurren los acontecimientos y la
divide en nueve partes sucesivas. Las cinco primeras, conservadas en el Archivo de Santiago
de Chile, fueron publicadas por el F! Carlos Leonhardt y reproducidas luego por Carlos
Teschauer en su Historia do Río Grande. A su vez la Biblioteca Nacional de Río de Janeiro
‘j Instituto Geográfico Militar, Docwmenfos, cit., p. 41; Anais da Biblioteca
de Janeiro, 1938, pp. 209 a 223.
” Juan de Escandón, Historia da trasmigracão
dos sete povos orienta&.
Rabuske, Rio Grande do SuI, 1983.
1642
Nacional
do Rio deJaneiro,
Revisào
e representa@0
t. 111, Río
por Arthur
La
Historiografía
Rioplatense
sobre
el Tratado
de Madrid
(1750-1850)
editó las cuatro primeras partes en la versión coleccionada por Pedro de Angelis y el P
Furlong añadió la novena parte14 o sea que aún se desconocen las partes 6,7 y 8.
Varios años después de haberse dejado sin efecto la línea pactada en 1750 el P. José
Cardiel retornó el tema del tratado de Madrid en una obra sobre las misiones del Paraguay
que escribe en 1780 en su exilio de Faenza Cardiel, uno de los primeros en censurar el tratado, había sido testigo y protagonista de las turbulencias ocurridas con motivo de su ejecución tocándole la difícil misión de aplacar a los indios rebelados en Yapeyú y, luego de la llegada del gobernador Cevallos, había sido uno de los dos jesuitas elegidos para aconsejarlo, o
sea, que había vivido muy “desde adentro las visicitudes de la resistencia guaranítica y de
todo lo obrado para quebrarla. Pensando acaso que su versión resultaría más creíble si
enmascaraba su condición de jesuita firma con el anagrama de José Darceli y finge ser un
sacerdote secular que ha recorrido las misiones”.
Como sus compañeros de hábito tiende a poner de relieve la iniquidad del tratado y el
acatamiento de la Compañía a las órdenes Reales. Aunque no pretende contestar a ningún
autor en particular se hace cargo de los argumentos más corrientemente invocados por los
defensores del tratado. Frente a quienes elogiaban la generosidad Real de otorgar 4.000
pesos para costear el traslado y reconstrucción de cada uno de los siete pueblos hace notar
la ridícula proporción existente entre esa suma y el valor de las construcciones, plantaciones
y ganado de los pueblos guaraníes. Sólo el de San Nicolás, evaluado por lo bajo, ascendía a
más de 800.000 pesos con lo que los 4.000 pesos que daba el Rey apenas representaba
medio peso por cada doscientos.
Sabiendo bien que una de las reflexiones esgrimidas para sostener la culpabilidad de la
Compañía era la de que resultaba inconcebible que los guaraníes, habitualmente tan sumisos y adictos a los padres, hubiesen decidido resistir sin la media palabra aprobatoria de sus
doctrineros, Cardiel se detiene a examinar por dos veces el tema de la obediencia de los
indios. “Una cosa es -distingueser obediente en los que se le manda para su bien y que
ellos están viendo con sus ojos que es para su provecho como es todo lo que les mandan los
misioneros en su pueblo y otra cosa es mandarles que pierdan sus pueblos con los muchos
sudores y trabajos que les costaron y con ellos todos sus bienes inmuebles y muchos de los
muebles... que se los den a los que tienen por sus mayores enemigos, que busquen otro país
en que vivir y que allí vuelvan a trabajar y sudar muchos años haciendo nuevas casas, nuevos templos etc. y esto siendo una gente que aborrece tanto trabajar”. Que hubiesen obedecido ciegamente perdiéndolo todo hubiera sido una acción meritoria digna de cartujos desasidos de las cosas del mundo pero no parece cosa exigible a ninguna nación culta y fiel y
menos a quienes “ayer eran fieras del campo y hoy son medio hombres”.
Son especialmente interesantes por referirse a episodios en los que le cupo una muy activa participación las páginas que dedica a la forma en que Cevallos consiguió hacer retornar
a sus pueblos a indios que se habían refugiado en la selva para huir del ejército hispanoportugués. Y su versión sobre el controvertido proceso ideado por el gobernador para librar de
toda culpa a los jesuitas.
” Biblioteca Nacional, Manuscritos da Cole@ de Angel&, t. VII Do tratado de Madrid a conquista dos sete pavas.
IntroduCáo.
notas e sumario por Jaime Cortesáo, Río de Janeiro, 1969, pp. 139 a 300; Guillermo
Furlong, Bernardo
Nusdorfery
su “Novena Parte” (1760), Buenos Aires, 1971.
1643
José
María
Mariluz
Urquijo
Cardiel remata su análisis con un breve balance de los resultados del tratado de Madrid
que tiene la descamada elocuencia de la verdad. El Real Erario -sintetizaperdió como
dos millones de pesos. Murieron muchos indios y algunos españoles. Las dehesas de ganado, casi único alimento de los indios, quedaron acabadas. “Y todo fue pérdidas, destrozos,
muerte, desgracias e infortunios”‘j.
A más de dos décadas de los sucesos el viejo exiliado de Faenza acude a sus recuerdos
para ofrecer la última versión jesuítica sobre el tratado, versión no desinteresada pero valiosa en cuanto proviene de quién había sido uno de las protagonistas del drama.
Al publicar la edición latina de la historia del Paraguay de Francisco
Xavier de
Charlevoix, Domingo Muriel, tuvo a su cargo la continuación de la obra hasta las vísperas
del extrafiamiento. No se trata, pues, de una historia específica del Tratado de Madrid sino
de un historia general en la que, como es natural, ocupan un destacado lugar las vicisitudes
relacionadas con el tratado y su rescisión. En el apéndice incluye algunos documentos ilustrativos entre ellos un anónimo recurso «al tribunal de la Verdad y la Inocencia» sobre la
ejecución del tratado de límites que el F! Guillermo Furlong ha probado ser del propio
Muriel16.
Más que por el relato de los hechos la obra de Muriel es interesante por el fino análisis a
que somete las afirmaciones que pueden afectar a la Compañía o significar una defensa del
tratado. Pone en evidencia contradicciones, impugna censuras, explica supuestas flaquezas
atribuidas a su Orden, compara la realidad misionera con la de otras áreas. Puntualiza irónicamente cómo los poblados comprendidos en la permuta son calificados como simples aldeas o despreciables caseríos cuando se trata de justificar la cesión por parte de España, pueblos cuando lo que se quiere subrayar son las ventajas resultantes para Portugal, ciudades de
una temible República cuando se pretende ponderar el peligro entrañado en un Estado
jesuítico. Destaca cómo los mismos que sostienen que los indios son poco creíbles cuando
defienden a los Padres aceptan como verdades algunos testimonios indígenas contra la
Compañía.
Como Cardiel, encara el tema de la obediencia del indio haciendo las debidas distinciones tendentes a relativizarla. Frente a un Gomes Freyre que se negaba a admitir que los guaraníes, a quienes él y sus capitanes habían visto en Santo Angel sufrir humildemente el castigo de azotes impuestos por los Padres, se hubiesen rebelado contra éstos, Muriel acota que
una cosa es obedecer o resistir al cura cuando está solo y otra obedecer o resistir cuando se
apoya la orden con la presencia de 300 soldados armados y vencedores.
A quienes les parece contradictorio comparar las misiones con la fe del cristianismo primitivo y al mismo tiempo temer que los neófitos puedan abandonar sus creencias para
retornar a la infidelidad, observa que también en la iglesia primitiva se dieron prevaricaciones y que una nueva planta puede muy bien florecer en el suelo nativo y marchitarse al ser
trasladada. Creemos que es el primero en detectar la adulteración que hizo Ibáñez de
Echavarri del texto de Enis.
Así como es natural que la historia crítica del tratado emanase de fuentes jesuíticas está
l5 José Cardiel, Compendio de la historia del Paraguay (1780). Estudio prelimmar
de José M. Mariluz
UrqulJo,
Buenos Aires, 1984. pp. 1 ll a 146.
l6 Domingo
Mu&,
Historia del Paraguay
desde 1747 hasta 1767. TraducIda
al castellano
por el F? Pablo
Hemandez,
Madrid.
1919, 658 pp.; Gudlermo
iurlong
Cardiff, Domingo Muriel, Buenos Aires, 1934, p. 72.
1644
La
Histortografta
Rioplatense
sobre
el
Tratado
de Madrid
(1750-1850)
dentro de la lógica que su defensa fuese asumida por un integrante del grupo del Marqués
de Valdelirios. El marino Atanasio Varanda, llegado a Buenos Aires en 1752 para participar
en la demarcación de límites prevista por el tratado de Madrid, había sido designado por
Valdelirios segundo jefe de la tercera partida cuyo jefe era Manuel Antonio Flores. Como tal
permaneció una década en el Río de la Plata viajando largamente por tierra y por agua, vivió
en varias de las ciudades de las gobernaciones del Río de Plata y Paraguay y en los pueblos
de misiones y trató personalmente a cuantos tuvieron alguna intervención en las operaciones de la demarcación. En las tensiones que se generaron entonces abrazó inequívocamente
el partido antijesuítico y llegó a disfrutar de la plena confianza del Marqués de Valdelirios en
su doble personalidad de jefe de misión y cabeza de partido. Por encargo de sus superiores
Varanda redactó el diario de viaje de la tercera partida” y por decisión personal resolvió
intervenir activamente en las polémicas desatadas por el tratado.
Habiendo oído decir que el jesuitófilo doctor Miguel de Rocha preparaba un escrito en el
que negaba la facultad de Rey para disponer de los pueblos de Misiones, Varanda pidió a su
amigo el canónigo Baltasar Maziel que impugnase esa tesis a la luz del derecho. Y por su
parte redactó una Miscelánea histórico-política en la que exponía detalladamente todo lo
obrado en el Río de la Plata con el fin de aplicar el Tratado de Madrid. Ambos escritos -el
suyo y el de Maziel- eran como las dos caras de una misma moneda, dos enfoques del mismo tema tendientes a poner de relieve las virtudes del tratado y a estigmatizar a sus adversarios.
Para su escrito, comenzado en América y terminado en España, Varanda contaba con sus
propios recuerdos y notas y con el apoyo brindado por sus compafieros que le trasmitieron
noticias que sólo ellos conocían. Menciona así papeles conservados en la Secretaría de
Estado, cita el informe aún inédito que Maziel había escrito a su pedido y las varias obras
que Ibáñez de Echavarri tenía entre manos, invoca disposiciones Reales y papeles secuestrados a los jesuitas en el pueblo de San Lorenzo. Como muchos de esos documentos han ido
viendo la luz publicados por varios historiadores puede verificarse la exactitud de Varanda y
conferirle una razonable confianza cuando alude a escritos o a hechos que no conocemos
por otras vías.
Habiéndole reservado a Maziel los aspectos jurídicos-políticos
no hace consideraciones
teóricas sino que se circunscribe a lo fáctico ni menciona otra bibliografía que algún folleto
de actualidad como la Rela@o abreviada, Consigna, sí, rumores circulantes en la época lo
que resulta interesante pues aunque no hubiesen sido confirmados constituyeron un ingrediente de la realidad del momento en cuanto suscitaron reacciones sociales o políticas, alivio o temor en quienes los habían creído verdaderos. Aunque sus interpretaciones y valoraciones de hechos y personajes hayan estado inspiradas por la pasión y el espíritu de partido
su relato presenta el interés de introducirnos en el círculo íntimo del Marqués de Valdelirios
descubriéndonos
lo que pensaban los valdelirianos sobre su relación con la Compañía de
Jesús o sobre los principales jefes españoles y portugueses contribuyendo así a explicar respuestas y actitudes del grupo de los demarcadores.
,
lí Archivo del Mmisterio
de Asuntos Exteriores
(Madrid),
ms. 8, Diario hecho por orden de sus Majestades C.
y E que comprende
la demarcación
de la línea de división desde el Salto Grande del Río Paraná hasta la boca del río
Jauni en la América Meridional
ejecutado por las terceras partidas de limites que subieron por el río Paraguay. Atio
de 1753.208
pp.
/
1645
josé
María
Mariluz
Urquijo
Sus ideas sobre la historia son simples. Adhiere a la máxima de que “la verdad es el alma
de la historia” y expresa que no se separará de ella y que relatará todo con sencillez y confiando en que se le perdonen “las rudezas de estilo”. Afirma que lo animan dos ideales que
son su amor a la verdad y el “hacer ver la justicia y piedad de nuestro Soberano” sin temor
de arrostrar la censura pública. Se precia de ser un testigo de vista, capaz de guiar al lector
hacia un mejor conocimiento de los hechos y de no haberse dejado llevar por vanas apariencias sino de haber profundizado buscando descubrir la virtud o vicio del corazón.
A medida que avanza en su relato va acentuando su virulencia antijesuítica y acumula
tales acusaciones que al fina1 se cree obligado a intentar un forzado elogio de la Companía y
declarar que no ha escrito en odio a ella sino con el deseo de manifestar la verdad. 0 sea
que en el último momento esboza un tímido deslinde entre jesuitas buenos y malos por más
que en el cuerpo de la obra se haya limitado a destacar con gruesos trazos la acción de los
segundos.
Su versión es totalmente maniquea: se trata de un conflicto entre unos hombres justos y
fieles al Rey, nucleados en torno al Marqués de Valdelirios, y otro grupo de hombres perversos formado por los jesuitas y sus partidarios. Los jesuitas -sostieneson unos pobres
“alucinados de cortos talentos” o un conjunto de hombres prostituidos,
movidos por el
deseo de obtener alguna ganancia personal, indignos de ser tratados con indulgencia; él, en
cambio, no se aparta de la verdad ni teme expresarla sin rebozo. Ni siquiera se le ocurre que
sus adversarios puedan estar animados por algún motivo noble o racional para obrar como
lo hacen ni que su conducta tenga atenuantes. Obnubilado por su apasionamiento llega a
criticar a Cevallos no sólo por haber tratado de librar de culpas a los ignacianos sino por
haber tomado medidas preventivas para una posible ruptura con Portugal pese a que cuando escribe ya se advierten síntomas de que los portugueses se negarían a entregar la Colonia
del Sacramento y que se avecinaba una ruptura como la que efectivamente ocurrió poco
después. Se había comprometido tanto en la lucha entre jesuitas y antijesuitas que cuando
se produjo una rectificación de la postura oficial no pudo o no quiso desprenderse de sus
amores y odios iniciales. Y a pesar de que asume el simpático papel de obedientísimo servidor del Rey sigue proclamando las ventajas del tratado de Fernando VI aun después de que
Carlos III lo hubo desaprobado.
Según él el Tratado de Madrid es “un feliz contrato y establecimiento que da plausible,
memorable gloria a ambos soberanos” y puede servir de modelo a otros príncipes para estrechar vínculos dirigidos “al bien del vasallo, a su utilidad, conservación y aumento como que
fueron la paz y la justicia los fines a que atendió el amoroso cuidado de los dos Augustos
contratantes”. Y al precisar su contenido se empeña en subrayar lo ventajoso que resulta
para España y en restar importancia al territorio que debería ceder. Con la entrega de la
Colonia -pronosticacesará la introducción clandestina de los géneros de ilícito comercio “dificilísimo de estorbar” y causante de cuantiosas pérdidas y se fija una frontera cierta
marcada en lo posible por ríos conocidos sin importar que de una u otra parte pudiesen
quedar algunas poblaciones que a “lo más serán algunas aldeas de indros”. Olvidando ingenuamente la constante política expansiva seguida por los vecinos considera que el tratado
aleja definitivamente todo motivo de conflicto entre las dos Coronas ibéricas.
iPor qué la Miscekínea historico-política no alcanzó a ser publicada en su tiempo! Desde
luego que no fue por su fuerte carga antijesuítica pues la política oficial estaba animada por
ese mismo espíritu y el extrañamiento de 1767 acompañaría la edición, patrocinada por el
1646
ea
ffistoriografta
R~opfatense
sobre
el
Tratado
de
Madrid
(1750-1850)
gobierno, de varias obras contra la Compañía de Jesús. Pero junto con esa coincidente actitud la Corona había perdido tanto interés en sostener un tratado ruinoso y mientras
Atanasio Varanda se esforzaba por probar sus supuestas ventajas, Carlos III iniciaba las gestiones tendentes a su rescisión’s.
En la época inmediatamente
posterior al tratado varios escritos anónimos o firmados
habían puntualizado objeciones en una crítica frontal que no admitía ningún aspecto favorable. El tratado era leonino porque España cedía mucho más de lo que ganaba. Era inútil
pues el contrabando que no se hiciese por la Colonia podría practicarse a través de los pueblos que se cedían a Portugal. Era injusto porque se despojaba a los indios de lo que les pertenecía castigándolos sin que hubiesen cometido delito alguno. Los guaraníes no habían
sido conquistados sino que adoctrinados por los misioneros se habían sometido voluntariamente mediante un contrato tácito por el cual se obligaban a obedecer, pagar tributo y servir
como soldados a cambio de recibir protección en sus vidas, bienes y derechos; ese contrato
había sido unilateralmente violado con la entrega de los siete pueblos. Por añadidura el Rey
incurría en perjurio pues por la Ley 1, tít. 1, lib. III de la Recopilación de Indias había empeñado su palabra por sí y por sus sucesores de no enajenar por causa alguna las poblaciones
del Nuevo Mundo. En suma, el Rey no tenía derecho a disponer de los pueblos en la forma
como lo había hecho.
Ante esa trama argumenta1 que se había ido decantando a través de los últimos años,
Atanasio Varanda no necesitaba conocer detalladamente el contenido del folleto en el que
trabajaba el doctor Miguel de Rocha para poder imaginarlo: le bastaba saber que Rocha
imputaba a Fernando VI el haber procedido sin atribuciones para presumir cuáles serian las
razones que invocaría.
Partiendo de esa base y con el deseo de neutralizar el “veneno” que seguramente destilaría Miguel de Rocha es que pide a su amigo Baltasar Maziel que resuelva siete puntos
que pueden reducirse a la trajinada cuestión de los justos títulos, al derecho del Rey a
desprenderse de los siete pueblos, a la extensión de las facultades que competían a los
jesuitas de las misiones en cuanto a las personas, bienes y derechos de los guaraníes y al
castigo a que se han hecho acreedores los Padres por haber favorecido la rebelión de los
indios. No es que abrigue dudas sobre cuáles han de ser las respuestas ni se trata de preguntas retóricas sino que desea que Maziel se encargue efectivamente de reunir un conjunto de argumentos que sirvan para convencer a los vacilantes o para desengañar a los
incautos.
En el panorama del Buenos Aires de mediados del siglo XVIII Maziel era seguramente
quien reunía mejores condiciones para realizar la tarea que se le pedía. Habiendo estudiado
con los jesuitas de Chile se había ido separando de sus antiguos maestros y en su biblioteca
-que era la mejor de Buenos Airestenían cabida textos contrarios a la escuela jesuita.
Identificado totalmente con el grupo valdeliriano puso manos a la obra para cumplir con ese
pedido que encajaba bien con sus propias convicciones y el 20 de agosto de 1760, o sea
exactamente dos meses después de haber recibido el encargo, pudo darle termino.
Maziel ataca a la Compañía de Jesús en el doble plano de las ideas y del comportamiento
y extiende su condena a los que considera aliados o cómplices de los ignacianos, principal‘” Atanasio
Aires, 199 pp.
Varanda,
Mtscelanea
histórico-política.
Con estudio
1647
preliminar
de José M. Mariluz
Urqutjo,
Buenos
]osP
Maria
Mariluz
Urquijo
mente Andonaegui y Cevallos. Según él los jesuitas eran “diestros en el arte de probabilizar
las mayores extravagancias”, engañaban a los ignorantes, defendían una moral relajada y
una teología corrompida y exponían “turbias y engañosas doctrinas”. No le cabía duda de
que eran los verdaderos instigadores de la rebelión indígena a la que habían fomentado con
desprecio de las órdenes del Rey y de los sagrados cánones.
Los guaraníes, a quienes no perdona su docilidad hacia los jesuitas, son también destinatarios de su reprobación. Olvidando las varias veces en las que los indios de las misiones
habían participado en acciones de guerra en defensa de España o colaborado en obras públicas, Maziel dice que son “vasallos inútiles” que constituyen una carga para la Corona y que
se caracterizan por su pusilanimidad y cobardía.
Maziel ha sostenido en otros trabajos que en términos generales aun la ley injusta debe
ser obedecida pues lo que hace exigible el mandato no es la justicia sino la autoridad del
que manda. A los vasallos les corresponde cumplir y no examinar la justicia o conveniencia
de las disposiciones pero para poder responder a las impugnaciones que algunos hacen del
tratado se ve obligado a analizarlo. Frente al hecho objetivo de que España hubiera renunciado a las siete reducciones de San Borja, San Nicolás, San Luis, San Lorenzo, San Miguel,
San Juan y Santo Angel dotados de grandiosas construcciones
y pobladas por cerca de
30.000 almas más buena parte de las estancias de los pueblos de Concepción, Santa Cruz,
Santo Tomé y San Javier para recibir en canje la Colonia del Sacramento que le correspondía
de pleno derecho, Maziel se refiere a las “grandes ventajas” que España obtiene con las
mutuas entregas prescriptas por el tratado de limites. Deformando la realidad expresa que la
extensa región cedida por España era un “despreciable terreno”, una “piedra tosca” que sólo
servía para generar gastos y cuidados y que, en cambio, se conseguía cerrar la “puerta franca” que hasta entonces había tenido el contrabando como si el desplazamiento de la frontera
no, abriera otras varias puertas más en reemplazo de la que debía cerrarse. Dudando, acaso,
en su fuero interno de la exactitud del ventajoso balance que acababa de esbozar, Maziel
agrega como suprema razón que aunque hubiera otro motivo el tratado se justificaba por
aportar paz y amistad a las dos mal avenidas Coronas ibéricas, lo cual sería desmentido muy
poco después con un nuevo rompimiento.
Al argumento de que el tratado violaba la ley castellana que prohibía ceder tierras a personas ajenas al Reino y a la ley indiana por la que el Rey se comprometía por sí y sus sucesores a no enajenar parte alguna del Nuevo Mundo, Maziel respondía que una cosa eran las
cesiones hechas en perjuicio de la Corona que eran las realmente prohibidas y otras las que
le significaban un beneficio como en el caso presente. En cuanto a la vigencia de esas prohibiciones de futuro sólo pueden comprometer a los súbditos mientras no sean derogadas.
Princeps legibws solutus est, el Príncipe puede derogar o dispensar libremente las leyes del
pasadoy sostener lo contrario equivaldría a hacerlo súbdito de sus antepasados.Esa concepción, apoyada en el principio romanista de quod Principi pIacuit legishabet vigorem y en
un pasajebíblico, concuerda plenamente con las ideas de la época empeñadasen exaltar el
poder Real. El Príncipe es superior a la ley como que es la causa eficiente de la que ésta
dimana y tiene facultad para disponer de los bienes de sus vasallos aun contra su voluntad
si se lo requiere el bien de la Corona o de su Reino.
Haciéndose cargo del argumento de que los jesuitas se sentían responsablesdel despojo de los indios por ser una especie de tutores o curadores de los guaraníes, Maziel les
niega esecarácter que sólo corresponde a los protectores de naturales y sostiene que tanto
1648
La
H~~oriograf~a
Rwplatensc
sobre
el
Tratado
de
Madrid
(1750-1850)
el derecho canónico
como el civil y el Real les prohíben
expresamente
desempeñar
esa
función.
Aunque, de conformidad
con la moda de su tiempo, Maziel no abusa de las citas y recurre
más frecuentemente
al derecho común que a la legislación española, no deja de invocar alguna
ley de Partidas y autores extranjeros y españoles entre los que destaca con máximo respeto a
Juan de Solórzano Pereira en sus dos obras capitales: De IndiarumJure
y la Política Indiana. Pese
a que su biblioteca
era rica tropieza con la dificultad
de no encontrar muchos libros en un
Buenos Aires que adolece de buenas bibliotecas y por su propia confesión sabemos que a veces
se ve obligado a hacer citas de segunda mano por no haber hallado las obras pertinentes19.
Como había ocurrido
con el libro de Atanasio Varanda, la obra de Maziel llegaba demasiado tarde y el elogio del tratado de 1750 resultaba totalmente inoportuno
a la hora de gestionarse su rescisión. Esta circunstancia
y la de no haberse confirmado
la existencia del
folleto de Miguel de Rocha contra el que iba dirigido
explican suficientemente
que nadie
tuviese interés en publicarlo.
Para principios
del siglo x1x, desaparecidos
los autores en condiciones
de decir algo personal, aun no ha surgido el historiador
con un aceptable dominio
de las fuentes. Así Miguel
Lastarria escribe en 1805 una memoria sobre la línea divisoria en la que con una visión harto superficial desconoce la evolución sufrida por la actitud portuguesa
a lo largo de la década del cincuentaz”.
Pero para entonces ya algunos curiosos se ocupaban de reunir papeles de
interés para la historia del pais. El más conocido
de ellos fue, sin duda, el regente de la
Audiencia
de Buenos Aires, Benito de la Mata Linares que a fines del siglo xvm y principios
del siglo xrx formó una extensa colección -hoy
en la Academia de la Historiaen la que
figuran el texto del tratado, escritos de los PP Barreda y Cardiel, etc. Su ejemplo sería imitado por otros coleccionistas
en las primeras décadas del siglo XIX.
Producida
la Revolución
de mayo, el primero
en intentar
una historia nacional
es el
Deán de la Catedral de Córdoba Gregorio
Funes. Funes, que había sido educado por los
jesuitas, conservaba gran afecto por la Compañía pero a diferencia de algunos de sus antiguos maestros tenía un corazón criollo y había apoyado desde un primer momento
a la
Revolución
contra España. Entre 1816 y 1817 publicó
un Ensayo de la historia civil del
Paraguay, Buenos Aires y Ticumán en el que aborda el tema del tratado. Recurre ocasionalmente a Raynal, quizás utiliza algunos papeles provenientes
de las colecciones de Araujo o
de Segurola pero la base de su relato son los textos de Muriel y de Ibáñez de Echavarri con
la particularidad
de que frente a este último no depone en ningún momento
una actitud
marcadamente
crítica. Lo acusa de incurrir
en errores y de proceder de mala fe y en general
aprovecha sus datos depurándolos
de su pesada carga antijesuítica.
Funes no encuentra
dificultad
alguna para conciliar
su amor por la Compañía
con su
patriotismo
americano ya que el tratado había afectado paralelamente
a las misiones y a los
intereses regionales. Expresión
cabal del pensamiento
revolucionario,
el Ensayo considera a
” Juan Baltasar Maziel, De la justicia, clt., Jose M. Manluz
Urqujo.
“Mazlel jurista del Setecientos”,
en Revista
Historia del Derecho, núm. 16. Buenos Aires, pp. 171 a 192.
L0 Miguel Lastarna,
“Memoria
de la línea divlsoria de los dommios
de 5. M. C. y del Rey de Portugal en la
América Mendlonal”.
en Carlos Calvo, Colección hlstónca completa
de los tratados... de todos los estados comprendidos entreel GolJo de Me.wo
y el Cabo de Hornos desde el nño de 1493 hasta nuestros días, t. IV, París, s.d.. p. 349;
Miguel Lastarrla, Colonms or-ientalcs del 110 Pataguay
o de la Plata, Buenos Ares. 1914, p. 449.
del
Instttutode
1649
losé
Maria
Mariluz
Urquijo
la permuta pactada entre las dos Coronas Ibéricas como una prueba más de los «malos efectos que causaban los principios absurdos de la administración» hispana.
Sobre el espinoso problema de la responsabilidad jesuítica en la rebelión guaraní se separa de sus mentores habituales para adoptar una posición igualmente distante de quienes
denunciaban que la Compañía había encabezado la rebelión y de quienes decían que había
atacado mansamente la voluntad del Rey. Los jesuitas -pensaba Funesesperaban poder
disolver el tratado con el correr del tiempo: “a este fin, como negociantes hábiles, procuraban eludir la pronta ejecución, atravesando estorbos que necesariamente debían hacer lento
su progreso. A fin de asegurar el concepto de su obediencia quince de los doctrineros salieron en busca de lugares aptos para que se situasen los pueblos. Pocas veces el disimulo imita bien el papel de la verdad. Nada menos que tres años fueron requeridos en esta junta por
parte del Provincial y su secretario”. Finalmente los jesuitas consiguieron su objetivo pero el
resentimiento que causó en la Corte su actitud obstruccionista fue, según Funes, una de las
causas de la expulsión2’.
Los coleccionistas de viejos papeles que hemos mencionado hasta ahora se limitaron a la
reunión de materiales que permanecieron archivados en sus gavetas sin que trascendieran
más allá de un reducido grupo de allegados. Pero en la época rivadaviana se radica en el país
Pedro de Angelis, intelectual napolitano con vocación de historiador, que encara un ambicioso programa de edición de fuentes. Reúne una serie de originales y copias -hoy en la
Biblioteca Nacional de Río de Janeiroy a partir de 1836 inicia la publicación de algunos
documentos seleccionados precedidos por sendas introducciones de su autoría. Publica así
el tratado de 1750 al que considera como el “punto de arranque de la demarcación de límites... y como el programa de los grandes trabajos geodésicos que se emprendieron después
en las fronteras del Brasil y Paraguay”, una traducción del Diario de Enis diferente de la
ofrecida por Ibáñez de Echavarri, escritos del P Quiroga y de Manuel A. Flores, uno de los
comisarios de las partidas demarcadoras”.
Con menos compromisos antihispánicos que Funes, De Angelis estima que la rebelión
de los guaraníes que “según se dijo eran capitaneados por sus doctrineros no dejaba más
arbitrio que hacer uso de la fuerza para sujetarlos”. Considera también que el Diario del P
Tadeo Enis proporciona una prueba contundente de que los jesuitas trataron de demorar 10
más posible la ejecución del tratado con la esperanza de lograr una rectificación oficial.
En 1841 aparece en Montevideo la Historia del territorio Oriental del Uruguay de Juan
Manuel de la Sota, santafesino radicado en el Uruguay, país que había adoptado como propio. Autor de varios escritos, algunos de ellos aún inéditos, se ha dicho con la razón que
había hecho de la cuestión de límites el eje central de toda su producción historiográfica23.
Para él resultaba incomprensible
que en 1750 la Corte de Madrid hubiese renunciado
voluntariamente a los incuestionables derechos que tenía sobre un vasto territorio a cambio
l’ Gregono Funes. Ensayo, ctt.
Ll Pedro de Angehs. Colección de obras y documentos
relawos
a la hlstor-Ia antlgun)
moderna de las Pmvinctas
del Rto de la Plata, t. 2. 4 y 5, Buenos Aires. 1836 La Bibhoteca Nac~ona.1 de Río de Janetro ha pubhcado parte de la
colecc~on documental
reumda por Pedro de .4ngehs dedicando vanos tomos a los papeles relacionados
con el tratado de Madrid
j3 Olga Paradeda, Juan Aknuel de la Sota PI prw~~ero de los hIstoriadores
nacionales, Montevideo,
1951. p 29:
Juan M. de la Sota, Historia del terrltorlo
oriental del Ur-uguay. Con prólogo de Juan E. PIve Devoto. t 1 y 11.
klonte\ldeo.
1965.
1650
La
Hlstorioglnfla
Rioplntensc
sobr-c
el
Tratado
de
Madr-id
(1750-1850)
del solo dominio
de la Colonia del Sacramento
cuya jurisdicción
no iba más allá que lo
abarcado por un tiro de catión y agregaba gráficamente
que España se contentaba con cerrar
la ventana de la Colonia mientras abría a los portugueses
todas las puertas para que entrasen por diversos ríos con su contrabando.
De la Sota sigue principalmente
al Deán Funes en cuanto al relato de hechos e interpretación de la conducta de la Compañía pero rectifica algunos detalles apoyándose
en nueva
documentación
que reproduce en el apéndice de la obra.
Para mediados
del siglo SIN se encontraban
aún inéditas casi todas -menos
la de
Murielversiones jesuíticas y la mayoría de los documentos
relacionados
con el Tratado de
Madrid pero el Ensayo de Funes y la Colección de Angelis brindaban
una base sólida para la
inteligencia
de los dramáticos episodios de un siglo antes.
1651