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AHORA | 23 | 8 - 14 DE ABRIL DE 2016
CIENCIA
vidaculturaideas
E
ARANTZA PRÁDANOS
s una partida desigual y, en cierta
forma, perdida de
antemano. Los virus ganan por goleada. “Algunas
estimaciones hablan de más de 100.000 virus distintos solo en mamíferos. Luego suma
aves, anfibios, reptiles, plantas, etc.,
etc. Anualmente podemos estar duplicando el número de virus conocidos y crece además de manera exponencial”, resume Miguel Ángel
Jiménez Clavero, biólogo del Instituto Nacional de Investigación y
Tecnología Agraria y Alimentaria
(INIA). Toda una referencia en el
campo de la virología y su divulgación, a Jiménez Clavero le gusta hablar de virosfera para definir un universo inabarcable. “Probablemente
—dice— el más diverso que existe
sobre el planeta.”
Hay un catálogo de virus para
cada ser vivo, desde las bacterias al
hombre, sean vertebrados e invertebrados, del reino animal o vegetal. Hay incluso virus que infectan
a otros virus. Son los microorganismos más abundantes en los océanos. Su función en la naturaleza es
un misterio. “Están en todas partes,
lo cual nos hace suponer que tienen
algún papel en la naturaleza, no solo provocarnos enfermedades a nosotros, el ganado o los cultivos, sino
alguno más importante, porque al
final la mayor parte de ellos no nos
afectan. Solo unos pocos —explica— establecen una relación patológica con el hospedador y son los que
nos preocupan.”
Inquietan, y mucho, a la comunidad científica, a los gestores sanitarios nacionales, a entidades como
la Organización Mundial de la Salud y a la opinión pública internacional. El Zika y también el episodio
de ébola de 2014 —que la OMS acaba de declarar superado, con un saldo de 11.300 muertos y casi 29.000
infectados— han supuesto un aldabonazo general. Dos virus de origen africano, supuestamente conocidos y descritos hace tiempo, para
los que no existen vacunas, han rebasado cualquier previsión en sendos brotes epidémicos muy graves,
de magnitud inesperada.
Hace dos años el ébola desbordó
su ámbito habitual, pequeñas aldeas
rurales perdidas y aisladas donde
la infección se apagaba después de
unas decenas de casos, para saltar
al multitudinario medio urbano por
primera vez en la historia de este virus. El Zika, del que se estiman hasta cuatro millones de posibles contagios, mantiene además perplejos
a los especialistas. Ya nadie cuestiona su relación con los miles de casos
de microcefalia en recién nacidos
en Brasil y otros países americanos
afectados, ni con el aumento anómalo de cuadros de Guillain-Barré,
un raro síndrome neurológico autoinmune. Sin embargo, la naturaleza escurridiza de este virus —transmitido por mosquitos Aedes— y sus
estrategias de infección celular aún
albergan demasiados interrogantes. La directora general de la OMS,
Margaret Chan, fue muy clara hace
unos días: “Cuanto más sabemos,
peor pinta la situación”.
En junio de 2015 Corea del Sur anuncióla tasa más baja de nuevas infecciones del virus MERS. JUNG YEON-JE
Virus en lista de espera
Además del Zika, virosis nuevas y otras reemergentes inquietan a la
comunidad internacional mientras cada año se duplica el número de
agentes víricos conocidos
Hasta enero pasado, cuando el
panorama empezaba a tornarse
alarmante, toda la literatura científica existente sobre este flavivirus
cabía en una carpeta escolar, como
admitió el director del CDC (Centers for Disease Control and Prevention de EE.UU.), Tom Frieden. Nadie se preocupó cuando el virus apareció en la remota isla de Yap, en el
Pacífico occidental, en 2007, con una
cepa precursora en su genotipo de
la americana actual. Nadie quiso financiar una investigación más a fondo de Brian Foy, el biólogo de la Universidad de Colorado que divulgó
en 2011 el primer caso conocido —el
suyo— de contagio del virus por vía
sexual. A pesar de tratarse de un rasgo inédito en otras virosis similares
que también tienen a los mosquitos
Aedes como vector, “me dijeron que
el Zika era demasiado desconocido,
no era importante”, señaló hace poco Foy al Washington Post.
Impredecibles
“Es muy difícil predecir cuál puede
expandirse y provocar una epidemia, cuándo o dónde. El ejemplo del
Zika es muy revelador”, subraya Jiménez Clavero. “Hasta hace un par
de años era una anécdota en los catálogos. Cualquiera de estos virus,
por circunstancias que pueden tener que ver con el medio ambiente,
o que el virus cambia para adquirir
nuevas características, o por ambos
factores, de repente da el salto, aparece donde no se le espera y tiene
éxito en ese nuevo emplazamiento porque encuentra un vector apto
o condiciones ambientales favorables. Eso es lo que es impredecible.”
Cada año dos o tres tipos de virus saltan de la especie animal que
les sirve de reservorio natural al ser
humano. Agentes patógenos de las
aves, de murciélagos, roedores, del
ganado… la lista es interminable.
Hay un catálogo de
virus para cada ser
vivo, animal o vegetal.
Hay incluso virus que
infectan a otros virus
Hoy es posible dar la
vuelta al mundo en
menos de lo que tarda
en incubarse cualquiera
de las virosis
Los hay muy agresivos, con altos índices de mortalidad, otros se propagan fácilmente. Rara vez, por suerte,
coinciden ambos rasgos en el mismo virus. Otro dique de contención
es la dificultad de que virus de otras
especies portadoras se transmitan
de persona a persona. Pero si el virus se adapta y esa barrera cae, si
alcanza a poblaciones no inmunizadas o con débiles sistemas sanitarios, la catástrofe está servida. La
historia está llena de ejemplos: la
fiebre amarilla, determinadas gripes o el sida.
Los radares internacionales se
han afinado y escrutan los movimientos de una serie de virus señalados por su peligrosidad para
la salud humana y/o su facilidad de
transmisión. Algunos son recién
llegados, otros están catalogados,
lo que no significa que se conozca a
fondo su idiosincrasia. En todo caso, “hablamos de virus emergentes
o reemergentes cuando aparecen
en un lugar o una población donde
no estaban presentes antes, cuando
aumenta su extensión geográfica o
su incidencia, o cuando es conocido pero ha mutado y adquirido características nuevas”, resume Nuria
Busquets-Martí, del Centre de Recerca en Sanitat Animal (CReSA),
de la Universidad de Barcelona.
El Nipah, nombre de la localidad
malasia donde fue aislado por primera vez, en 1998, designa a un virus (NiV) aún infrecuente pero con
unos porcentajes de mortalidad superiores al 50%. Del medio millar de
casos consignados hasta ahora, 252
tuvieron un desenlace fatal. Cursa
con síntomas que van desde los propios de una gripe leve hasta síndromes respiratorios agudos y encefalitis mortal. El hospedador natural
son algunas especies de murciélagos frugívoros del tipo zorro volador, aunque la infección llegó primero al hombre a través de un intermediario doméstico, ganado porcino infectado. Desde 2001 se acumulan evidencias crecientes de transmisión entre humanos. En India y
Bangladés se han reportado brotes
ocasionados por el consumo de savia de palmera datilera contaminada con la orina de los murciélagos
y, posteriormente, contagios entre
el personal sanitario y visitantes de
los enfermos. No hay vacuna para
el virus Nipah, como tampoco para el virus Hendra (HeV), directamente emparentado. Detectado en
los suburbios de la ciudad australiana homónima en 1994, esta rara zoonosis la transmite la misma familia
de murciélagos. Afecta a caballos y
humanos, y puede complicarse con
afecciones neurológicas y un colapso respiratorio letal.
El MERS —acrónimo inglés de
Síndrome Respiratorio de Oriente Medio— es otra de las amenazas
sometida a vigilancia. Un coronavirus desconocido hasta hace cuatro años, cuando fue descrito en la
península Arábiga, y cuyo reservorio animal es el camello. Los afectados padecen una severa insuficiencia respiratoria que ha causado
la muerte de 597 infectados, casi el
36% de los 1.677 casos notificados a
la OMS —los últimos 25 a mediados
de marzo—, la mayoría en Arabia
Saudí y otros países de la región, así
como algunos en el sudeste asiático.
“Lleva ya algunos años con un
goteo constante de casos, e incluso
ha llegado a exportarse y a producir transmisión humana de forma limitada pero que han causado alerta en Corea del Sur”, recuerda Miguel Ángel Jiménez Clavero. “Cualquiera de estos virus está contenido,
pero como tienen la fea costumbre
de adaptarse e ir cambiando, puede acabar dando el salto a la especie
humana y a contagiarse de persona
a persona.”
Es lo que sucedió con otro coronavirus de infausto recuerdo, primo del MERS. El Síndrome Respiratorio Agudo Severo (SARS), una
neumonía atípica muy intensa con
unos índices de letalidad que oscilaban entre el 12 y el 18% según los países, se expandió de China al mundo
en 2002 y despertó el pánico por la
facilidad con que se propagaba entre la población.
Gripes aviares
Candidato potencial a un brote pandémico de enfermedad respiratoria
es el H7N9, un subtipo del virus influenza de la gripe aviar llegado de
China —su inmensa cabaña avícola y sus masivos mercados de aves
de corral son una cantera permanente— e identificado por primera vez en 2013. De momento no ha
salido de las fronteras del gigante
asiático, donde se han reportado casi 670 casos y 230 muertes. Existe el
precedente de otro virus aviar, el famoso H5N1, que logró cruzar la barrera de las especies para contagiar
al ser humano, aunque limitado en
general a aquellas personas en contacto muy directo con aves enfer-
mas. Su periplo geográfico arrancó
en Hong Kong en 1997 y ha generado un goteo de casos —algo más de
500— en el resto de Asia, África y
Europa, con infecciones muy agresivas, enormes pérdidas económicas en la industria avícola y un 60%
de mortalidad en humanos, muy superior al de cualquier gripe.
Hay muchos más microorganismos víricos que podrían protagonizar la siguiente gran epidemia: el
Norovirus o gripe gástrica —que
cada año siega casi 200.000 vidas
de menores, ancianos y pacientes
con inmunodeficiencias, sobre todo en los países más pobres—, el virus Mayaro en Sudamérica, la fiebre
hemorrágica de Lassa, el virus Usutu o la encefalitis japonesa, ambos
flavivirus emparentados con el dengue, y tantos otros. El Usutu se aisló
en Sudáfrica en 1959 en mosquitos
y posteriormente en aves silvestres
—mirlos—, y en la última década se
ha detectado su presencia en varios
países de Europa, incluida España.
Hay evidencias de su capacidad patogénica para el ser humano.
La penúltima amenaza remite a
tiempos que se creían superados.
La fiebre amarilla cabalga de nuevo.
El virus —transmitido por el mosquito Aedes aegypti— es endémico
de las zonas tropicales de su continente nativo, África, y de América,
adonde llegó con el comercio de esclavos en el siglo XVII. La vacunación lo había hecho retroceder, pero
hay señales de que se ha reactivado
o mutado, y enfrente tiene a una población cuya respuesta inmunológica se ha debilitado.
Angola sufre el peor brote de fiebre amarilla en 30 años. Los primeros casos se reportaron en diciembre en Luanda, la capital, y se ha extendido ya por varias provincias del
país dejando casi 180 muertos, medio millar de infectados y varias decenas de casos exportados a otros
países del entorno. La expansión
en el medio urbano es lo que preocupa a los especialistas. La OMS y
las agencias de salud regionales han
activado planes de contingencia y
liberado fondos para la vacunación
masiva. Más de 5,7 millones de personas han sido inmunizadas, a costa
de agotar las reservas mundiales de
vacunas. La mortalidad por fiebre
amarilla, una enfermedad aguda y
hemorrágica, ronda el 20%, aunque
puede llegar hasta el 50% en los casos no tratados.
Los virus emergentes abren nuevos frentes en distintas regiones del
planeta, pero son las virosis tropicales, y sobre todo transmitidas por
mosquitos, las que conquistan territorios. El aumento de las temperaturas, la adaptación a nuevos entornos
de vectores tan versátiles como la
familia Aedes —incluido el albopictus o mosquito tigre residente en España y en todo el Mediterráneo—,
el transporte masivo de personas y
mercancías, la emigración a las ciudades, los desplazamientos por conflictos armados… factores antropogénicos, en suma, confluyen para
acrecentar un problema sin fronteras. Con el agravante de que hoy es
posible dar la vuelta al mundo en
menos de lo que tarda en incubarse
cualquiera de los virus citados. Las
crisis se globalizan a gran velocidad
y plantean retos inéditos a la coordinación sanitaria internacional.
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